Abraham
(I)
En
esta singladura nos encontramos con Abram, al que Dios cambiará el nombre por Abraham
y que es el primero de la saga de los patriarcas Isaac y Jacob cuyos doce hijos
dieron lugar a las tribus de Israel.
Abraham
es el primer personaje de la Biblia que tiene visos de ser histórico. Con esto
no quiero decir que haya testimonios escritos de su vida. Difícilmente podrían
haber sido escritos, y mucho menos sobrevivir al paso de los siglos,
testimonios de un personaje que, si existió, fue un personaje que, en sus
tiempos, no pasó de ser una persona corriente, sin ningún relieve por el que
pasar a la historia. Sin embargo, lo que sí hay es una inmensa cantidad de tablillas
sumerio-acadias que nos describen con enorme lujo de detalles, los aspectos más
prosaicos de la vida cotidiana –tales como contratos, contabilidad, prácticas
de los distintos oficios, etc., etc., etc.– de los habitantes de Mesopotamia de
los primeros siglos del segundo milenio, época en la que podría situarse
Abraham. Y cuando se lee lo que la Biblia dice de Abraham y se pone delante del
decorado de fondo de lo que se sabe de aquella época, el personaje encaja en
ese decorado de forma impresionante. Es decir, parece altísimamente improbable
que haya sido un personaje inventado seis siglos más tarde por Moisés al
escribir el Génesis. Sería como si alguien que no hubiese leído en su vida un
libro de historia nos contase las aventuras de un navegante portugués del siglo
XIV. Cualquiera que conociese las navegaciones de esa época, aunque sólo fuera
someramente, se daría cuenta de que el personaje no encajaba ni a martillazos.
Pues con Abraham pasa lo contrario. Cuanto más se sabe de la época en que
vivió, más asombro causa su realismo. Con toda probabilidad fue un personaje
muy especial, cuyas noticias llegaron a Moisés y al Génesis a través de la
tradición oral familiar tan típica de los pueblos semitas. Y, lo mismo se puede
decir de su hijo Isaac, de su nieto, Jacob y de sus bisnietos, los doce hijos
de este último, y de sus respectivas familias.
La
figura e historia de Abraham son de tal densidad teológica que le tendré que
dedicarle más de una singladura en esta travesía de la Biblia. Intentaré
mostrar a través de él los dos binomios básicos que vimos en la 2ª singladura
de esta travesía de la Biblia, a saber: El binomio pecado-conversión-perdón y
el de promesa universal-anuncio del Mesías salvador.
La
primera noticia que nos da la Biblia de Abram se produce al final de la
genealogía de Sem, el hijo al que Noé bendice. Al final de esa genealogía, nos
dice: “Téraj tenía setenta años cuando engendró a Abram, a Najor y a Aram”.
En un momento de su vida Téraj decide, por motivos que desconocemos, abandonar,
con parte de su familia la ciudad de Ur de los caldeos, en Mesopotamia, e ir a
la tierra de Canaán. En unas líneas nos describe cuál es esa familia. Son: su
hijo Abram, que estaba casado con Saray, cuya ascendencia desconocemos y que se
nos dice que era estéril y su nieto Lot, hijo de Aram, que murió al poco tiempo.
Su hijo Najor, que se había casado con su prima hermana Melcá, también hija de
Aram, no parte con su padre Téraj.
Pero
la intención de la familia de llegar a la tierra de Canaán, se ve truncada
cuando llegan a Jarán, situada a mitad de camino entre Ur y Canaán. Tampoco
sabemos la razón de este cambio de planes. Pero Dios es tozudo con sus planes.
Si Téraj se había quedado en Jarán, el plan sería continuado por su hijo Abram.
Así, Dios le dice a Abram:
“Sal
de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la
tierra que yo te indicaré”. Es decir, no le dice a dónde tiene
que ir, sólo que tiene que dejar su tierra. Es imposible saber cómo habla Dios
a las personas que elige para una misión, que a menudo produce una muy fuerte
aversión en quien la recibe, pero lo que es indudable es que cuando les llama
lo hace con una fuerza que no deja el más mínimo lugar a dudas, porque aún a
regañadientes, los elegidos, generalmente, se lanzan al cumplimiento de esa
misión y embarcan en ello toda su existencia. Así pues, Abram parte, nos dice
la Biblia, con Saray, su mujer estéril, con Lot, su sobrino, y lleva consigo
todas sus posesiones y los esclavos que tenía en Jarán. Nada nos dice la Biblia
que pueda hacernos pensar que sentía un enorme peso por la misión que le había
encomendado Dios. Pero Dios le bendice diciéndole (en verso):
“Yo
haré de ti un gran pueblo,
te
bendeciré y haré famoso tu nombre,
que
será una bendición.
Bendeciré
a los que te bendigan
y
maldeciré a los que te maldigan.
Por
ti serán benditas
todas
las naciones de la tierra”
Esta
es la primera promesa universal hecha a Abram que abarca a todas las naciones
de la tierra, no únicamente a su descendencia. Pero el hecho es que Abram se ha
convertido de un urbanita, en un nómada que va plantando su tienda allí donde
se lo permiten los ocupantes de esa tierra. Y, tras ir un poco de un sitio a
otro, tras construir un altar entre Betel y Ay, donde el Señor le promete que
dará esa tierra a su descendencia, se tuvo que instalar en el desierto del
Néguev, al sudoeste del mar muerto. Y allí le sorprende una hambruna de las que
solían asolar regularmente la tierra de Canaán y, claro, muy especialmente, el
desierto del Néguev.
Empieza
ahora el primero de los tres ciclos de pecado y perdón. Porque empujado por el
hambre, Abram y su familia se tienen que ir a Egipto y allí Abram comete una
bajeza inimaginable. Antes de llegar, le dice a Saray, su mujer:
“Mira,
yo sé que eres una mujer muy bella; en cuanto te vean los egipcios, dirán: ‘es
su mujer’ y me matarán, dejándote a ti con vida. Hazme este favor, di que eres
mi hermana, para que me traten bien gracias a ti y, por consideración a ti,
respeten mi vida”.
Efectivamente,
así lo hacen. Y cuando el Faraón vio a Saray, la hizo llevar a su palacio y
colmó a Abram de bienes, dándole “ovejas, vacas y asnos, siervos y siervas,
camellos y asnas”. El Génesis no es explícito acerca de hasta dónde llegó
el Faraón en su relación con Saray, pero sí dice que el Señor la castigó, a él
y a su familia, con grandes plagas. Hasta el punto de que, éste, entre aterrado
e iracundo llama a Abram y le dice:
“¿Qué
es lo que me has hecho? ¿Por qué no me dijiste que era tu mujer? ¿Cómo me
dijiste que era hermana tuya, dando lugar a que yo la tomase por esposa? Toma a
tu mujer y márchate”.
Le
pone una escolta y le expulsa con su mujer y sus posesiones. Aunque no se
menciona en este momento, Saray se va de Egipto con una esclava, regalada por
el Faraón, de nombre Agar. Agar jugará un papel muy importante en el segundo de
los ciclos pecado-perdón de Abram. Expulsado de Egipto, vuelve al altar que
construyó entre Betel y Ay y allí, se postra ante el Señor, arrepentido. Y
parece que el Señor le perdona.
Poco
después de esto, Abram y Lot, estando entre Betel y Ay, deciden separarse y
seguir cada uno su camino. A pesar de vivir de prestado sobre la tierra de
Canaán, a ambos, tío y sobrino, que pastorean juntos sus rebaños, les va muy
bien. Pero, precisamente por eso, surgen rencillas entre sus pastores, que
amenazan con contagiarse a los dueños, hasta el punto de que Abram le dice a
Lot:
“Evitemos
las discordias entre nosotros y entre nuestros pastores, porque somos hermanos.
Tienes delante toda la tierra; sepárate de mí; si tú vas a la izquierda, yo iré
hacia la derecha, y si vas hacia la derecha, yo iré hacia la izquierda”.
Lot
ve, hacia el Este, el fértil valle del Jordán, “de regadío como el jardín
del Señor y las tierras de Egipto” y lo escoge para sí, yéndose a vivir a
la ciudad de Sodoma, que aparece nombrada por primera vez en la Biblia, de la
que dice que sus “habitantes eran muy malos y pecaban gravemente contra el
Señor”. Deja así de ser un nómada para volver a ser un urbanita, como lo
había sido en Ur y en Jarán y, lo que es peor, establece una relación estrecha
con el mal y el pecado, aunque él siga siendo justo. Dado que en ningún pasaje
anterior se habla de que Lot tuviese familia, cabe pensar que se casó con una
mujer de Sodoma y que allí tuvo a sus dos hijas. Abram, en cambio, se establece
en la tierra de Canaán, en el encinar de Mambré, cerca de Hebrón, donde levanta
un nuevo altar al Señor. Ambos son ricos y multiplicarán su riqueza, pero Abram
lo hace manteniéndose fiel al Señor y a sus promesas, mientras que Lot entra en
connivencia con el pecado.
Poco
después, los reyes de unas ciudades-estado poderosas declaran la guerra a los
reyes de Sodoma y Gomorra y los derrotan. Entre el botín, se llevan cautivos a
Lot y a su familia. Abram, siendo tan sólo un nómada, sale en persecución de
los reyes victoriosos. Con tan sólo trescientos dieciocho criados y, con la
ayuda de Dios, los derrota. Y tras esa victoria, rescatado Lot del poder de
esos reyes, Abram recibe la bendición de un misterioso personaje. Se trata del rey
de Salem, rey de la paz, llamado Melquisedec, que es también sacerdote del
Altísimo y del que siglos más tarde nos dirá el autor de la epístola a los
Hebreos, ya en el Nuevo Testamento, que “se presenta sin padre, ni madre, ni
antepasados; no se conoce el comienzo ni el fin de su vida, y así, a semejanza
del Hijo de Dios, es sacerdote para siempre”. Pues bien, este personaje
lanza esta bendición en verso sobre Abram:
“Que
el Dios Altísimo,
que
hizo el cielo y la tierra,
bendiga
a Abram.
Bendito
sea el Dios Altísimo
que
te ha dado la victoria
sobre
tus enemigos”.
Entonces
Dios dice a Abram: “No temas, Abram, yo soy tu escudo. Tu recompensa será
muy grande”. Es decir, que, a pesar de su pecado, y gracias a su
arrepentimiento, Dios no retira a Abram su promesa ni su protección. Por
primera vez, se oye la queja de Abram: “Señor, Señor, ¿para qué me vas a dar
nada, si voy a morir sin hijos y el heredero de mi casa será ese Eliazer de
Damasco? No me has dado descendencia, y mi heredero va a ser uno de mis
criados”. A lo que Dios responde con una nueva promesa: “No, no será ése
tu heredero, sino uno salido de tus entrañas […] Levanta tus ojos al cielo y cuenta,
si puedes, las estrellas. Así será tu descendencia”. Y la Biblia nos
aclara: “Creyó Abram al Señor y el Señor lo anotó en su haber”. Y
continua Dios: “A tu descendencia daré esta tierra, desde el torrente de
Egipto hasta el gran río, el Eufrates”. Abram deberá esperar hasta que el
rey David haga cierta esta promesa, que después se esfumará para su
descendencia. Al menos en el sentido material.
Aquí
entra en juego la esclava egipcia de Saray, Agar, y un nuevo ciclo de pecado-perdón
para Abram. Según una tradición semítica, cuando una mujer era estéril, su
marido podía engendrar un hijo en una esclava de su mujer. Si la esclava paría
al niño sentada en las rodillas de su ama, una ley consuetudinaria afirmaba que
el niño era legalmente hijo de la mujer estéril y de su marido. De acuerdo con
esto, Saray, llevada por la impaciencia y la desconfianza en las promesas de
Dios, propone a Abram que se acueste con Agar y que tenga así un descendiente que sea legalmente
hijo de Saray. Abram, llevado también por su propia impaciencia y desconfianza,
accede a la propuesta de su mujer. Agar se queda esperando y así nace Ismael. Pero
este hijo provoca los celos y el odio entre las dos mujeres. Nada nos dice la
Biblia sobre el arrepentimiento de Abram por esa desconfianza, pero lo cierto
es que trece años más tarde, Abram vuelve a recibir la bendición del Señor. Le
dice:
“Yo
soy el Dios Poderoso. Camina en mi presencia con rectitud. Yo haré una alianza
contigo y te multiplicaré inmensamente”.
Y,
entonces, como muestra de esa bendición, Dios hace algo que no había hecho
nunca en lo que la humanidad tenía de existencia. Les camba el nombre a él y a
su mujer, Saray:
“Esta
alianza hago contigo: tú llegarás a ser padre de una muchedumbre de pueblos. No
te llamarás Abram, sino que tu nombre será Abraham, porque yo te hago padre de
una muchedumbre de pueblos. Te haré inmensamente fecundo; de ti surgirán
naciones, y reyes saldrán de ti. […] A tu mujer, Saray, ya no la llamarás Saray,
sino Sara. Yo la bendeciré y haré que te de un hijo; la bendeciré y haré que se
convierta en un pueblo numeroso y que de ella salgan reyes”.
Lo
de cambiar el nombre, es algo mucho más importante que una anécdota. En la
cultura semita cada persona tenía dos nombres, uno por el que era conocido y
otro, el que Dios le había dado y que, generalmente, ni el propio interesado
conocía. Dar nombres era una atribución divina. Por eso es asombroso que en el
primer acto de la creación del hombre, a su imagen y semejanza, Dios concediera
a Adán el dar nombre a todos los seres vivos. Si alguien conocía el auténtico
nombre de otro, era como si tuviese un dominio especial sobre él. En el libro
del Apocalipsis, cuando Cristo habla a la iglesia de Pérgamo, le dice: “Al
vencedor […] le daré una piedra blanca en la que hay escrito un nombre nuevo
que sólo conoce el que lo recibe”. Esa piedra blanca con nuestro verdadero
nombre nos está esperando a que salgamos vencedores, con la ayuda de Dios, como
Abraham, de la batalla de la vida. Por eso, este cambio de nombre que Dios hace
a Abraham y Sara es algo verdaderamente portentoso. Pero más portentosos será,
como se verá más adelante, cuando Dios revele su propio nombre a Moisés.
Pero
Abraham no confía en la promesa de Dios de darle un hijo y se ríe para sí. Dios,
no obstante las dudas de Abraham, insiste y aclara algunas cosas:
“Te
digo que Sara, tu mujer, te dará un hijo; lo llamarás Isaac; y yo estableceré
con él y con sus descendientes una alianza perpetua. En cuanto a Ismael, acepto
tu suplica. Yo lo bendigo, lo haré fecundo y lo multiplicaré inmensamente. […] Pero
mi alianza la estableceré con Isaac, el hijo que te dará Sara el año próximo
por estas fechas”.
Efectivamente,
tres meses más tarde, aparecen tres ángeles en donde Abraham tenía plantada su
tienda, un lugar llamado el encinar de Mambré, cerca de la ciudad de Hebrón. Los
ángeles vuelven a prometer a Abraham que tendrá un hijo con Sara. Esta vez es
Sara la que se ríe y no se lo cree. Pero el Señor no tiene en cuenta la
desconfianza de ambos y, efectivamente, nueve meses más tarde nace Isaac.
Pero
los ángeles que hacen este anuncio a Abraham, tienen otra misión que cumplir: Ir
a Sodoma y Gomorra para ver hasta dónde llega la maldad de estas ciudades y, si
es tan grande como lo que ha llegado a sus oídos, destruirlas. Pero, antes de
hacerlo, Dios decide alertar a Abraham de sus propósitos y le dice:
“El
clamor contra Sodoma y Gomorra es tan grande y su pecado tan horroroso, que voy
a bajar a ver si realmente sus acciones corresponden al clamor que contra ellas
llega hasta mí. Lo voy a saber”.
Evidentemente,
Dios ya sabía hasta donde llegaba esa maldad. La misión de esos ángeles no
podía ser otra que, como nos dice la Biblia que hará Jonás, muchos siglos más
tarde, en Nínive, instar a los habitantes de Sodoma y Gomorra a la conversión.
Pero cuando los tres ángeles, bajo la apariencia de hombres obtienen la
hospitalidad de Lot, la población de Sodoma, pide que se los entregue para
violarlos en la plaza pública. Es entonces cuando tiene lugar una subasta a la
baja en la que Abraham pide a Dios que perdone la suerte de ambas ciudades si
en ellas hubiera un número determinado de justos, ya que no deberían perecer
junto a los pecadores. La subasta empieza por cincuenta justos. Dios perdonaría
a ambas ciudades si en ellas hubiese cincuenta justos. Abraham sabe que no los
hay y va bajando el número hasta diez. La conversación acaba con la frase de
Dios: “Por consideración a diez, no la destruiría”. He ahí, en Abraham,
la figura de alguien que intercede pos la humanidad, anticipo del Salvador. Pero
ni siquiera hay diez justos en toda Sodoma y Gomorra. Sin embargo, aunque la
conversación acabe ahí, la acción de Dios no. Los enviados a destruir Sodoma y
Gomorra dicen a Lot que tome a su mujer, sus dos hijas y a sus dos futuros
yernos, seis en total, y abandonen la ciudad. Los dos futuros yernos se ríen de
los mensajeros y el propio Lot no se acaba de decidir a abandonar la ciudad con
su mujer y sus hijas. Los tres ángeles tienen que arrastrarles para que la abandonen.
Sólo entonces Dios manda “una lluvia de azufre y fuego sobre Sodoma y
Gomorra. Y destruyó estas ciudades y toda la llanura, todos los habitantes de
las ciudades y toda la vegetación del suelo. […] Abraham se levantó muy
temprano y se dirigió al lugar donde había estado en presencia del Señor.
Volvió la vista hacia Sodoma y Gomorra y hacia toda la llanura y vio la
humareda que subía desde la tierra; era una humareda como la de un horno”. La
mujer de Lot, en su huida, añora la vida de pecado que deja atrás y queda
convertida en estatua de sal.
Las
cuestiones sobre las que me gustaría hablar a continuación son: ¿Existieron realmente Sodoma y Gomorra y
la lluvia de fuego sobre ellas? ¿Cuál fue la naturaleza de su pecado?
Respondiendo
a la primera pregunta, si consideramos lo que dice el Génesis cuando Abram y
Lot se separan, Sodoma y Gomorra estaban al norte del mar Muerto, en la ribera Oeste
del valle del Jordán y Lot se va hacia ese valle y se instala en Sodoma. Pues
bien, hasta hace poco no se había encontrado en todo el valle del Jordán ningún
hallazgo arqueológico que permitiese detectar rastros de algún tipo de
catástrofe como la descrita en el Génesis sobre Sodoma y Gomorra. Sin embargo,
recientemente, los investigadores Phillip Silvia y Steven Collins, de la
Trinity Southwest University, (Alburquerque, Nuevo México) han descubierto las
ruinas de una ciudad, en lo que hoy es una elevada colina llamada
Tall-el-Hammam, en Jordania, al nordeste del mar Muerto. Parece que fue una
importante ciudad-estado de la edad de bronce, con una economía agrícola
próspera. Sin embargo, hacia el primer tercio del segundo milenio a. de C,
época aproximada en la que parece que vivió Abraham, fue abandonada súbitamente
y no fue repoblada hasta unos setecientos años más tarde. Se ignoran las causas
de este abandono. Estos mismos investigadores, descubrieron algunos restos de
vasijas y ladrillos cristalizados sólo por una cara, así como esqueletos en
posiciones extrañas. También en una amplia zona aparecieron rocas con una
cristalización similar. Parece que esa cristalización hubiese necesitado para
producirse una altísima temperatura durante un tiempo muy breve y que esto es
compatible con la irrupción de un meteorito en la atmosfera, que hubiese
destruido las ciudades de la zona. La historia del planeta Tierra está llena de
fenómenos así, desde el monstruoso impacto en la península del Yucatán, hace 65
millones de años, que causó un brutal cambio climático global que llevó a la
desaparición de los dinosaurios, hasta el que tuvo lugar en Tunguska, Siberia,
el 30 de Junio de 1908. Un meteorito tan grande como el de Yucatán deja un
inmenso cráter, pero uno más pequeño, como el de Tunguska, de unos 65 metros de
diámetro, se desintegró como una bola de fuego a entre 5 y 10 Km de altura sobre
la tierra, sin dejar ningún cráter. Las estimaciones, muy imprecisas, sobre la
magnitud de esa explosión hablan de entre 3 y 30 megatones. Incluso tomando la
cifra más baja de esta horquilla, la violencia de la explosión sería 60 veces
la de la bomba lanzada sobre Hiroshima. Afortunadamente, en lo más profundo de
Siberia, la población es tan escasa que sólo hubo tres muertos, que estaban a
unos 50 Km del “impacto”, pero una superficie de bosque de unos 70 Km de largo
por 55 Km de ancho, quedó arrasada, destrozando unos 80 millones de árboles
dejándolos con los troncos calcinados y abatidos en la dirección radial a la
zona del “impacto”.
Imagen
del bosque de Tunguska 19 años más tarde del “impacto”.
De
ser ciertas las conclusiones de estas investigaciones, nos encontraríamos, como
vimos en el caso del diluvio, con un fenómeno natural que debió dejar una
inmensa huella en la conciencia de las personas que vivían en esa época y que fue
transmitida a la posteridad por tradición oral o escrita. Bajo ese ropaje, el
autor bíblico del Pentateuco, inspirado por Dios, transmitió el mensaje del
castigo divino por los pecados. Pero para la transmisión del mensaje no es en
absoluto necesario que esa explosión haya existido. Esta explosión sería sólo
el ropaje. Haya o no existido, el mensaje sigue siendo el mismo que el del
diluvio: pecado-consecuencias nefastas del mismo-perdón para los justos. Pero,
¿son plausibles las conclusiones de esa investigación arqueológica? La mayoría
de los científicos no las apoyan, lo que, por otro lado, suele ocurrir con
cualquier investigación que rompe un paradigma. También se debe considerar que la
Trinity Southwest University es una universidad de confesión protestante
evangélica. Sólo imparte enseñanzas bíblicas y arqueológicas y rechaza, como
una intromisión del estado en la separación con la religión, la obtención de
cualquier acreditación o ayuda económica estatal. En su Mission &
Philosophy Statement afirma: “Humildemente remitimos nuestras mentes a la
Biblia abrazando la Escritura (incluido el antiguo Tanakh hebreo y el Nuevo
testamento) como la única representación escrita de la realidad, divinamente
inspirada, dada por Dios a la humanidad, hablando con absoluta autoridad en
todos los asuntos que aborda”. Hasta donde he podido llegar a saber, esta
universidad está próxima a posturas fundamentalistas como el creacionismo o
similares. Es posible, aunque no afirmo que sea así, que esa visión les pueda
llevar a la flexibilización del método científico para hacer que llegue a
conclusiones apriorísticas. Pero si eso fuese así, tampoco es descartable que
las conclusiones de sus investigaciones sean, a pesar de ello, acertadas. Sin
embargo, como acabo de decir, que lo sean o no sólo afectaría al ropaje, pero
es indiferente para el mensaje bíblico. Que cada uno saque su conclusión,
indiferente, en cualquier caso, para el mensaje bíblico.
Acabo
aquí esta singladura. En la próxima, seguiré con la figura de Abraham,
empezando por la respuesta a la pregunta formulada más arriba: ¿Cuál fue la naturaleza
del pecado de Sodoma y Gomorra?
Las
conclusiones de esa investigación están plasmadas en un paper publicado bajo el título:
“The Civilitation-Ending3,7KYrBP Event: Archaeological Data, Sample Analyses,
and Biblical Implications” (KYrBP=KiloYears Before Present). Como simple
curiosidad, añado debajo un link a un reportaje muy bien hecho (por lo que
precisamente hay que tener cuidado para que no nos den gato por liebre) por los
autores de esta investigación.
https://www.dailymotion.com/video/x30dv4e