27 de abril de 2008

El camino hacia la posmodernidad y el nuevo renacimiento 7

Tomás Alfaro Drake

Introducción

El 6 de Enero, en una entrada de este blog dedicada a Simone de Beauvoir, me comprometí a hacer un análisis de cómo el pensamiento occidental ha derivado hacia la posmodernidad. Luego, pensé que no me bastaba con ese análisis. Necesitaba ver qué reacción estaba habiendo en este pensamiento contra esa decadencia. No me gusta la palabra reacción ni contra. Lo que se está produciendo no es una reacción contra nada, sino un reavivamiento del pensamiento sano que hizo posible Occidente y de cuyas rentas ha venido viviendo nuestra cultura dilapidando una preciosa herencia. Por eso he llamado a esta “reacción” “nuevo renacimiento”. No sé exactamente a dónde me llevará este intento, pero se dice que el que no se arriesga, no cruza el mar. Así que empiezo hoy una serie de escritos que espero sirvan para algo y que no sean demasiado densos ni demasiado largos. Pero no sé cómo me saldrá el intento. Este párrafo iniciará cada una de las “entregas”, para recordar para qué los escribo. No recomiendo empezar la lectura de esta serie por cualquier sitio. Si alguien está interesado en ella, creo que es mejor remontarse al primero, publicado el 20 de Enero del 2008.

La difusión

Hace poco oí una frase que decía que no hay un solo hecho en la historia que no haya sido antes una idea. Mientras las ideas anteriores y sus consecuencias se limitaban a pequeños cenáculos de intelectuales elucubrantes, las cosas no pasaban a mayores. Pero poco a poco fueron permeando la sociedad. Los primeros que se adueñaron de ellas –concretamente, del Estado Leviatán– fueron los estadistas. El Estado Leviatán florece por toda Europa bajo sus distintas formas. Desde el Leviatán incontrolado de la Alemania constituida como nación en el siglo XIX, hasta el Leviatán amordazado de la democracia inglesa con sus poderes divididos. Naturalmente que un Leviatán controlado es mejor que uno incontrolado, pero no deja de ser un Leviatán. Por otro lado aparece el convulso estado francés, de inspiración más Rouseauniana, con sus revoluciones, repúblicas, restauraciones, comunas, etc. Tan sólo el naciente estado americano parece mantener un principio precario de que el Estado es algo que existe para la felicidad del hombre, creado por él, para él y no para que la persona se someta al Estado Leviatán, sea este controlado o incontrolado. No es por casualidad que la Constitución de los Estados Unidos sea la única Constitución moderna en la que se menciona a Dios.

Más tarde, las ideas anteriores han ido llegando al conjunto de los ciudadanos a través de la democratización de la educación. Éste proceso de democratización de la educación es magnífico y sin precedentes en la historia de la humanidad. Pero es un proceso que está todavía a medio camino. Ha creado enormes masas de personas semieducadas, con suficiente formación para leer periódicos y otros medios de comunicación que pregonan a los cuatro vientos la ideología posmoderna, pero sin la necesaria para someter a crítica lo que leen. Y lo que es más grave, con el peligro de ser formadas por un estado que pretenda condicionar el pensamiento de sus ciudadanos. De esta forma el magma del pensamiento posmoderno ha llegado más o menos conscientemente, pero de forma acrítica, al pensamiento del hombre medio. Y no está claro que a los estados actuales les interese completar ese proceso de educación. Los sistemas educativos actuales, casi sin excepción, priman el conocimiento técnico, estrictamente pragmático, orientado únicamente al desarrollo económico personal. No es que esto esté mal, salvo por el únicamente. Y últimamente, parece que también el adoctrinamiento ideológico forma parte del plan educativo de estados y movimientos nacionalistas. Tal es el caso de España y su “Educación para la ‘ciudadanía’”. Pero creo que me estoy adelantando. Retomo el hilo.

En el siglo XIX, los Leviatán de Europa querían a toda costa fortalecerse para un eventual enfrentamiento entre sí. Se repartían el mundo para conseguir materias primas para su industria, utilizaban la tecnología para crear armas lo más destructivas posible e instauraban un equilibrio de la destrucción con crecimiento exponencial. Pero cuando en ese cocktail entraron la ideas de Hegel sobrevino la catástrofe.

Karl Marx (1818-1883) y Alfred Rosenberg (1893-1946)

Al hablar de Marx y Rosenberg juntos, tengo que puntualizar que entre ellos median, además de un abismo ideológico que les haría espantarse de aparecer juntos aquí, tres cuartos de siglo de diferencia, lo que hace que sus vidas ni siquiera se solapen,. Entre ambos aparece la figura de Nietzsche, ligeramente posterior a Marx, aunque contemporáneo suyo, pero anterior a Rosenberg, sobre el que tendría una influencia enorme. Me cuesta catalogar a Marx y a Rosenberg como filósofos. Para transformar las ideas en hechos históricos son necesarias un tipo de personas que no son ni filósosfos ni hombres de acción. Son los ideólogos. Marx y Rosenberg pertenecen a este tipo de personas. Marx es el ideólogo del marxismo y Rosenberg del nazismo. Pero, a pesar de su abismo ideológico, ambos tienen como padres intelectuales a Hegel y Hobbes. La Idea-Historia apisonadora de Hegel les vino como anillo al dedo a ambos. Pero no estaban de acuerdo Marx y Rosenberg en la dirección que seguía la apisonadora de la Historia. Para el primero el fin de la Historia era el dominio mundial del proletariado. Para el otro, el de la raza aria. El Estado Leviatán y todopoderoso de Hobbes era también una brillante idea que ambos se apresuraron a desempolvar en su versión omnipotente. El que se opusiese a la macha ineludible de la Historia, fuese en la dirección del dominio proletario o del dominio ario, sentiría su peso. Como avisa el libro de Job en la frase sobre el Leviatán citada en un artículo anterior: Atrévete contra él, te acordarás y no volverás a hacerlo. Y los que utilizaban el Estado Leviatán como un arma letal se sentían éticamente respaldados porque lo hacían en nombre del siempre benéfico dios Progreso de Comte. Millones de personas pagaron su oposición a ese dios con la muerte. Rosenberg necesitó, además, de la inseminación de Nietzsche para parir su monstruosa ideología. Ambos ideólogos encontraron los hombres de acción y de Estado para llevar a la práctica sus engendros ideológicos. Marx fue padre ideológico de Lenin y tuvo posteriormente un nieto: Stalin. Rosenberg, engendró a Hitler. Si entre sus ideologías medió un abismo, aunque no entre sus fuentes, tampoco las consecuencias de ambas difieren mucho en cuanto a desolación, depravación y muerte se refiere. Ambas han dejado el mundo sembrado de monstruosidades, aunque la posmodernidad no las haya juzgado a las dos con el mismo rasero.

La catástrofe y la posmodernidad

La dinamita estaba lista. La mecha también estaba cebada. Los estados Leviatán de Europa se habían preparado a conciencia para enfrentarse entre ellos. Devoraban el mundo colonizando distintas partes del globo para hacer músculo que les diese la victoria. También reivindicaban posesiones territoriales en la vieja Europa. Alemania y Francia se enzarzaron en una feroz guerra por Alsacia y Lorena. Ganó Alemania y humilló a Francia. Como reflejo del homo hominis lupus nació el Estado lobo para el Estado. Francia no olvidó. Rusia y el Imperio Austro-húngaro, tenían también sus esferas de influencia en los Balcanes. Estalló la 1ª Guerra Mundial. En ese río revuelto, Lenin encontró el camino para engendrar la Unión Soviética. Los estados Leviatán cerraron en falso esta guerra con un tratado de Versalles humillante para el vencido. Esa humillación dio a Hitler la oportunidad de incubar al Leviatán del nazismo que provocó guerra, destrucción, millones de muertos, entre opositores, judíos y combatientes. El Leviatán nazi fue destruido. No así el Leviatán marxista que tuvo hijos. Stalin, Mao, Pol Pot, Ceaucescu, Castro, etc. Y junto con la catástrofe llegaron el desánimo, el desencanto y la fragmentación de las ideas.

El mito del progreso continuo quedó pulverizado, pero subconscientemente seguimos actuando como si creyésemos en él. Toda idea de moral cayó en el desprestigio. La moral kantiana basada en el deber ha caído en el vacío y, contagiando a muchos cristianos, ha arrastrado con ella a la moral basada en el amor a Dios. ¿Por qué debemos hacer el bien? ¿Simplemente por deber? Queda en el fondo un rescoldo, a veces poderoso, de moral natural, la ley natural inscrita por Dios en la razón de todos los hombres, pero se la ha vaciado de todo prestigio intelectual. Queda casi sola la moral del sentimiento de corte Roussoniano. El “yo soy así” es justificante de casi cualquier conducta. Estamos intelectualmente desarmados y vivimos en la tiranía de un pensamiento débil y una moral sentimental que nos dirige caprichosamente en función de sentimientos colectivos fácilmente inducidos y manipulados. La tolerancia del todo esta bien y todo vale lo mismo lo llena todo.

Para el pensamiento políticamente correcto actual, esa tolerancia de pensamiento débil basada en la desilusión, la desvalorización y relativización de todas las creencias, en vez de en las virtudes de la fe, esperanza y caridad es uno de los mayores “logros” de la civilización Occidental. Esto no fue grave mientras estuvo limitado a capas muy minoritarias de la sociedad. Pero, con el advenimiento de la sociedad de masas semieducadas de la que hemos hablado anteriormente, los “sagaces vendedores, agencias de noticias, grupos de presión, partidos políticos y gobiernos”, han tomado este pensamiento débil como herramienta de manipulación. “La única esperanza está en la posibilidad de que estos explotadores de un público semieducado no puedan condicionar a sus víctimas hasta el punto de impedirles que continúen su educación de modo que llegaran a hacerse inmunes a tal explotación”[1]. Pero parece que el hecho de que sea el estado el que controle la educación es también un signo de “progreso” para el pensamiento débil posmoderno. Ahora sí que es el lugar de la “Educación para la ‘ciudadanía’” de la que hablé antes.

Tenemos medios económicos –sólo en la burbuja de Occidente– para tranquilizar nuestras conciencias haciendo un bien instintivo y subconsciente que no nos hace felices. El utilitarismo llena todos los resquicios. Las ideas se valoran sólo por su utilidad práctica inmediata. No nos interesan porque nos expliquen cómo es una realidad en la que, por otra parte, no creemos o no nos importa. Podemos creer en una cosa y en la contraria al mismo tiempo. Vemos masas enormes de gente dominadas por el desencanto y el sinsentido, sin saber por qué o para qué merece la pena vivir o morir. Es el caos de la posmodernidad en el que se reúnen de forma inorgánica, superpuesta, inconsciente y contradictoria corrientes tan variadas como el racionalismo, el idealismo psicológico, el kantiano y hegeliano, la ética del sentimiento de Roussseau, con su recurso fácil al “yo soy así” que todo lo justifica, los orientalismos hinduistas y budistas, el positivismo, el cientifismo, el panteísmo, el culto dionisíaco al placer, el Estado Leviatán, idolatrado en su vertiente democrática y del bienestar, la estética del sufrimiento inútil despojado de todo carácter redentor, la moral del superhombre, junto a la superación aparente del racismo, la moral de la mediocridad, el desencanto de las ideas y la falta de sentido y esperanza. No es que esas corrientes coexistan en la sociedad, no. Es que coexisten al mismo tiempo y de forma vaga, en la cabeza de la mayoría de las personas que forman la sociedad posmoderna. Todo con el mismo valor, sin que nada sea ni verdad ni mentira. O peor aún, siendo todo verdad y mentira al mismo tiempo en la cabeza de cada uno, sacrificada la verdad a una indiferencia y apatía disfrazadas de libertad y tolerancia. No es extraño, en este escenario, que muchas personas hayan hecho un pacto con la mediocridad. Es difícil no dejarse llevar por ella cuando nada vale más que nada. Y la clase política, en busca del voto, también ha hecho el mismo pacto.

Por último, la posmodernidad acaba por relegar a Dios a la nada o, mejor dicho, a intentar sustituirlo por el Dios YO. Es lógico. Si Dios es el creador de la realidad, si la realidad es su huella, que nos habla de él, negar esta realidad es cerrar el camino hacia Dios. Sustituirla por una idea inmanente es crear un Dios inmanente. Sustituirla por una idea creada por uno mismo, es deificarse a sí mismo. Pero ese error del final de un camino que desde el principio llevaba a este abismo, es un error que se paga con el vacío y la náusea. Como decía Zubiri: “Solo, pues, sin mundo y sin Dios, el espíritu humano comienza a sentirse inseguro en el universo”[2]. Si me atreviese, quitaría la palabra “comienza” de la cita anterior.

Lo único que no se le ocurre al pensamiento único, débil y fragmentario de la posmodernidad es preguntarse: ¿En qué momento nos equivocamos? ¿Dónde nos perdimos? ¿Podemos desandar el camino de las ideas equivocadas, no de la historia, y volver a coger la corriente en una dirección que no nos lleve a aguas estancadas y putrefactas? No. Son preguntas tabúes. Simplemente hay que seguir hacia delante, aunque no sepamos hacia dónde, con un estoicismo estúpido que nos dice: es lo que hay, ten la valentía de aceptarlo.

Sin embargo, no quiero acabar este artículo con esta, casi apocalíptica, visión. Afortunadamente sigue subsistiendo un pensamiento realista sólido, que también ha evolucionado, no de forma aberrante ni por simple reacción ente el vacío, sino que se ha replanteado las cosas, no para a copiar el pensamiento precartesiano, sino para encontrar salida al laberinto de la posmodernidad volviendo a impulsarse en la sólida base de la realidad. En los siguientes capítulos intentaré describir algo de estas líneas de pensamiento.
[1] Arnold J. Toynbee, “El estudio de la hostoria”. Compendio de D.C. Somervell, Alianza Editorial 1981, Tomo III, pag. 262-263
[2] Leído en la “Historia de la filosofía” de Julián Marías.

1 comentario:

  1. Tomás. Magnífico. Sólo dos comentarios.

    Tal y como lo has descrito pareciese que todo el maremágnum de ideas de la posmodernidad cristalizase en el nazismo y el comunismo y, a partir de ahí, se disolviese en una sociedad débil, como una ola de mar que tras alcanzar la plenitud de su poder, rompiese contra una costa, dejandola llena de sal, infecunda y estéril. ¿Es esa la idea que quieres transmitir?

    Por otro lado, ardo en deseos de que nos expliques las líneas del pensamiento realista que propone una esperanza. Unos autores clave, unas líneas maestras. Entiendo que la perspectiva histórica no es suficiente para juzgar a unos y a otros, pero dinos ¿dónde están actualmente, en nuestro tiempo, los intelectuales que sostienen la antorcha de la esperanza?

    Insisto en recomendarte El Hombre Eterno de Chesterton. Su análisis sobre las "cinco muertes del cristianismo" te va a encantar... (y sólo es uno de sus 14 magistrales capítulos)

    Saludos!

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