Este es el 24º artículo de una serie sobre el tema Dios y la ciencia iniciada el 6 de Agosto del 2007.
Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”, “Como pudo aparecer la vida? III”, “La Vía Láctea, nuestro inmenso y extraordinario castillo”, “La Tierra, nuestro pequeño gran nido”, “¿Creacionismo o evolución?”, “¿Darwin o Lamarck?”, “Darwin sí, pero sin ser más darwinistas que Darwin”, “Los primeros brotes del arbusto de la vida”, “La división del trabajo”, “La explosión del arbusto de la vida”, “¿Tiene Dios una inmoderada afición por los escarabajos?”, “Definamos la inteligencia” y “El linaje prehumano”.
En el artículo anterior afirmaba que hace unos 300.000 años apareció un ser anatómicamente como nosotros pero con una inteligencia poco superior a la de un mono. Carecía de inteligencia simbólica, tal y como la definimos en un artículo anterior. O al menos, si la tenía, no la manifestaba. Si fuese así, sería como el burro del gitano en la feria, que leía, pero no "prenunciaba". Sin embargo, a partir de hace unos 50.000 años aparece una explosión de la inteligencia simbólica. ¿Cómo se sabe eso?
Todos los paleoantropólogos coinciden en que hay tres rasgos que evidencian la inteligencia simbólica; los enterramientos rituales, la producción de objetos “inútiles” y el arte rupestre. Los primeros Homo Sapiens anatómicamente como nosotros no llevaban a cabo enterramientos rituales. Sí enterraban a los muertos, pero lo hacían para evitar que los cadáveres atrajesen a los depredadores. Estos enterramientos eran fruto del instinto, como lo es el hecho de que un perro entierre un hueso. Sin embargo, hace unos 50.000 años, aparecen, súbitamente, los enterramientos rituales. Se distinguen de los otros porque los cadáveres son enterrados en posturas especiales como la fetal. También aparecen en los enterramientos objetos que pudiesen ser de utilidad para el difunto en una vida de ultratumba. Y, por supuesto, empiezan a aparecer diferencias entre la suntuosidad de unos enterramientos y otros, lo que evidencia una organización social en la que no todos los miembros de la tribu recibían los mismos honores al morir. Por otro lado, los yacimientos arqueológicos de las cuevas aparecen, por esa misma época, llenos de objetos que no responden a una utilidad práctica inmediata. Adornos, pendientes, brazaletes. Cosas que de ninguna manera ayudan a la supervivencia de la especie. Por último, hace su aparición el arte, en forma de pintura, escultura y música. No se trataba de hacer objetos decorativos o crear sonidos agradables, sino que el arte tenía un componente mágico. Se pintaban bisontes en las paredes de las cuevas con la esperanza de que, atrapado en la pintura el espíritu del bisonte, los de verdad resultasen más fáciles de cazar. Se hacían figuras femeninas en estado de preñez creyendo que así se incrementaría la fertilidad de la tribu. Se perforaban agujeros en huesos para soplar en ellos imitando sonidos que exorcizasen los malos espíritus o atrajesen a los buenos. Y todo eso ocurre súbitamente hace unos 50.000 años. Como las ondas de un estanque que al tirar una piedra forman círculos concéntricos, así los asentamientos “inteligentes” se expanden rápidamente en extensión e innovación. Parece, aunque es una hipótesis muy aventurada, que el centro de las ondas de la inteligencia está en Oriente Medio. La anatomía del Homo Sapiens apareció por primera vez en África, en la actual Etiopía, pero la inteligencia aparece 250.000 años más tarde, parece ser que en lo que ahora es Palestina. Y esos 250.000 años, junto con el desarrollo de un cerebro desproporcionado durante los más de 3 millones de años que han pasado desde la separación del linaje humano del de los grandes simios, son muy difíciles de entender. Porque un cerebro grande, necesario para soportar la inteligencia, pero excesivo para las actividades normales de los homínidos, es un órgano muy caro en cuanto a la energía que necesita para su funcionamiento. Conseguir el alimento extra para suministrarle esa energía es una tarea tan ardua como improductiva. Si hay una regla clara en la evolución es que todo órgano debe generar, de forma inmediata, más ventajas competitivas que desventajas o la especie que lo soporta se extingue. La evolución no da préstamos ni subvenciones. Un negocio que requiera capital a corto plazo con la esperanza de generar muchos beneficios en el futuro, seguro que encuentra inversores. La evolución no invierte. Todo órgano debe “pagarse” sus gastos inmediatamente o deja de existir. Sin embargo, el cerebro de los homínidos ha vivido, durante más de 3 millones de años subvencionado. Pero, si la evolución no da subvenciones, ¿quién financiaba el cerebro? Hablaremos sobre esto en próximos artículos.
5 de septiembre de 2008
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Soy Fernando de la Vega, un joven de 25 años, casi ingeniero de minas (falta PFC) y que me formo para ser sacerdote en el seminario diocesano misionero Redemptoris Mater de Viena, vinculado al camino neocatecumenal, pero dependiente de la Diocesis de Viena.
ResponderEliminarBueno, el caso es que estoy intentando localizar su libro "El Señor del azar" y no lo encuentro por ninguna parte. Lo quiero porque es un libro que me pareció interesante hace varios años cuando cayó en mis manos y tal y como está escrito me parece entendible para cualquier persona, sin necesidad de tener grandes conocimientos de ciencia. Lo quiero llevar a mi seminario pues considero que el tema es cuanto menos interesante en la formación de los futuros sacerdotes.
En mi seminario, que es internacional, somos varios los que hemos tenido una formación universitaria del ámbito de las ciencias, y el tema Ciencia-Fe sale muchas veces. También a nuestro obispo, el Cardenal Schonborn le gusta el tema y trata de él en numerosas ocasiones. Por otra parte en la universidad de Viena hay mucho cacao mental y estas cosas vienen mejor explicadas en su libro.
Por ello, le rogaría que se pusiese en contacto conmigo para indicarme dónde puedo conseguir un ejemplar de su libro.
Muchas gracias,
Fernando de la Vega Soto-Yárritu
fvegasoto@gmail.com
+00 34 620433303
Diozesanes Missionskolleg Redemptoris Mater Wien
Sparbach, 1
A-2393 Sittendorf
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