Tomás Alfaro Drake
Hola: Aquí está otra vez el blogger y he de decir que gratamente sorprendido. El primer post que he visto era de Atticus y decía que no sabía si el público debía opinar. ¡Por supuesto que sí, para eso está el blog. Después venían varios posts más, algunos del inefable Paco Cuellar, que no he leído, para ser fiel a mi propósito pero que, a juzgar por las respuestas que suscita, deben ser del tipo a que nos tiene acostumbrados. También ha entrado Pedro y por último François, que se declara ateo y que argumenta inteligentemente y con una delicadeza exquisita, por lo que es muy bienvenido. Ante esta estupenda avalancha, voy a cambiar mis criterios de intervención. Voy a dejar de contestar a cada entrada y participaré en el diálogo como uno más, a través de comentarios que, por supuesto, firmaré, pero no haciendo una entrada específica. No me dedicaré a contestar a cada uno en todos los puntos, no porque no me apetezca, sino porque desgraciadamente, no tengo tiempo. Participaré dando mi opinión sobre lo queme parezca. Por supuesto, si alguien me dirige personalmente una cuestión concreta que se pueda contestar con una dedicación razonable, le responderé también personalmente con una entrada específica. Naturalmente, seguiré semanalmente haciendo mis entradas que espero sirvan de materia prima de reflexión para un debate y un intercambio de ideas libre y respetuoso. Este fin de semana, excepcionalmente haré dos entradas, una en este mismo post, como participación en el debate y, también excepcionalmente en entrada directa, y otro mañana en otro contando lo más brevemente que sea capaz mi vivencia de estos días en Roma.
Quiero hablar ahora, concisamente, si soy capaz de la fe, la razón y la certidumbre. Hay, creo tres tipos de certidumbre.
Una es la lógico-matemática que llamaré racionalista. Estoy convencido de que no se puede tener este tipo de certeza de la existencia de Dios i, por supuesto de su no existencia. Si se pudiese Dios sería una cosa del “tamaño” del teorema de Pitágoras. Si se pudiese demostrar así a Dios, ese Dios no merecería ser demostrado. Sin embargo este modo de certeza goza de un gran prestigio y parece que lo que no puede demostrarse así es algo irracional y/o irreal. Nada más lejos de la verdad. Las cosas más importantes de la vida, el amor de mis hijos, por ejemplo no es demostrable de esta manera. Pero es que, además, desde que Kurt Gödel demostrase en 1931 el llamado teorema de la incompletitud, resulta indudablemente demostrado que ningún sistema lógico-matemático formal puede ser completo. Es decir que hay proposiciones que no pueden ser demostradas como verdaderas o falsas dentro del sistema. No es que no sean verdaderas o falsas, sino que no pueden demostrarse como tales con las reglas de ese sistema. Se puede diseñar un sistema lógico-matemático más amplio en que algunas de esas proposiciones se demuestren como verdaderas o falsas y podemos proceder así indefinidamente como quien va construyendo un juego de muñecas rusas unas dentro de otras, pero SIEMPRE quedarán proposiciones que no se podrán demostrar. Y esto, de forma impresionante, está demostrado de forma irrefutable. O sea que el que quiera este tipo de certeza para la demostración de Dios que tire la toalla, pero eso no le autoriza, con lógica, a decir que Dios no existe. Sin embargo, es fundamental esta forma de razonar para llegar a conclusiones que veremos más adelante.
La segunda forma de certeza es la científica. Esta vez es Kart Popper el que nos dice que todos las teorías científicas son siempre provisionales y la ciencia se encarga de dejarlo claro. Sobre todo cuando hablamos de cosas que están en la frontera de la ciencia. Hace menos de 10 años no cabía duda de que el ritmo de expansión del universo se estaba desacelerando. No se sabía si llegaría a frenarse del todo y empezar a contraerse o no, pero era algo aceptado que se desaceleraba. Ahora se sabe que la expansión del universo se esta acelerando, es decir que se expande cada vez más deprisa, lo que provoca no pocos quebraderos de cabeza a los científicos. Por lo tanto, tampoco por este lado podremos llegar a la demostración indubitable de Dios. Desde luego, la ciencia es una espléndida fuente de conocimiento que nos hallevado muy lejos y nos seguirá llevando, pero tiene sus fronteras y Dios, si existe, está más allá de ellas, como no podía ser de otra manera al limitarse ésta a lo que se puede tocar, pesar o medir en este universo nuestro de tres dimensiones y el tiempo (por si alguien saca a relucir que el universo parece tener 11 dimensiones pero que las 7 restantes son tan “pequeñas” que no se pueden peribir, lo digo ahora, ero hará caso omiso de ello). Pero eso no quiere decir que lo que esté más allá de esa 4 u 11 dimensiones no exista. ¿Por qué demonios la realidad debería estar limitada a 3 u 11 dimensiones? ¿Por qué nosotros vivimos en un universo con es número? ¿Lo que hay en la dimensión 3.723.89.017.942 debe ser irreal porque no lo podamos pesar o medir? Eso sí sería antopocentrismo del malo. Sin embargo, la ciencia como la lógica-matemática, también es muy buena para lo que diré más adelante. Pero tampoco sirve para demostrar las cosas verdaderamente importantes, como que mis hijos me quieren. El que quiera una demostración científica de la existencia de Dios, tendrá que resignarse a no tenerla. Desde luego, coincido con François que ningún científico bueno, creyente o no creyente, hace ciencia para eso. La hace para descubrir como funciona este maravilloso universo, que no es poco.
Y llegamos al tercer tipo de certeza, que a mi e gusta llamar vital o existencial. Es la certeza que nos permite vivir. Yo sé que la mesa sobre la que escribo es casi puro vació, porque me fío de quien me lo dice. Sé que el Omeprazol es una buena medicina para mí, porque me he fiado de mi médico y porque después he experimentado sus efectos en mi esófago. Se que existió Sócrates porque me fío de la gente que me lo dice y lo que he leído sobre sus ideas, transmitido por Platón me parece inteligente e innovador y si Platón dice que lo ha escrito Sócrates ¿por qué me va a mentir? Gracias a este tipo de certeza, he hecho la carrera que he hecho, trabajo donde trabajo y vivo como vivo. Gracias a este tipo de certeza sé que mis hijos me quieren y que me puedo fiar de mis amigos. Pero no le pido a esta certeza demostración indubitable. Si le la pidiese, sería un bicho raro, un misántropo sin nadie que me quisiese y, seguramente, estaría en paro. Sería como ese burro que se murió de hambre y sed teniendo agua y pienso porque no estaba completamente seguro de si tenía más hambre que sed o viceversa. Con esta certeza, me puedo equivocar, indudablemente, pero si no corro el riesgo de equivocarme, me muero.
Esta certeza requiere fe, que quiere decir fiarse, pero no excluye ni el razonamiento lógico-matemático ni el de la experiencia, es decir, el científico. Naturalmente tengo que usar las dos facultades anteriores para ver si es razonable creer que mis hijos me quieren o que me puedo fiar de mi amigo. Es la certeza de las cosas importantes y es totalmente irracional arrinconarla. Esta certeza respeta mi libertad. Las otras no. Si ante la demostración del teorema de Pitágoras digo que no me la creo, soy un imbécil, pero si no cierro un trato con un cliente porque no me fío del todo de él, estoy usando mi libertad. Esta es la certeza que podemos tener ante Dios. Y esa certeza yo la tengo sencillamente, porque la han recomendado y la he experimentado, como el Omeprazol. O, más bien como la de mi amigo que me ayuda cando tengo problemas porque quiere. Si miro mi vida veo, detrás de todo lo que me ha pasado, cosas de todo tipo, un hilo conductor. Si esto me pasas sólo a mi, podría decirse que, a pesar de que yo me encuentro del todo cuerdo, estoy un poco trastornado. Pero si hay miles, millones de personas, que son cuerdas y que están entre lo mejor de la humanidad, algo pasa. Y entre ess millones de personas hay gente a la que la vida le ha sonreido y otras que han recibido palos de la vida y, a pesar de todo, son felices. Porque dicen que han experimentado, aún en medio del sufrimiento, el amor de Dios. Y muchos de ellos dicen que Jesucristo está vivo y que ellos se lo encuentran todos los días y les da fuerza para vencer las dificultades de la vida. Mañana contaré mi vivencia de estos días, que tiene mucho que ver con esto.
Por supuesto, estoy de acuerdo con François en que el estereotipo de los ateos sombríos y los cristianos alegres es falso. Hay cristianos sociológicos tristes que siguen más o menos estoicamente unas reglas morales que no entienden, por una especie de pesada obligación en vez de hacerlo por amor hacia un Dios encarnado en Cristo que quiere su felicidad. Y hay ateos que tienen una vida ejemplar. Tengo amigos ateos ante los que me quito el sombrero y a los que respeto muy profundamente. Si no fuese así, todo estaría muy claro, y no lo está. La vida está hecha de claroscuros y este tipo de certeza nunca nos librará de ellos. Pero, en justicia, debo decir que las mejores personas que conozco son cristianos que han encontrado a Cristo. También es ilustrativo un libro, escrito por un catedrático de psiquiatría de Hasvard que pone frene a frente el análisis de la vida de Sigmund Freud y de C.S. Lewis y, la de éste, antes y después de abrazar la fe ristiana. El libro se llama "La cuestión de Dios" y su autor es Armand M. Nicholi. Por otro lado, se me hace bastante evidente que vivimos en un mundo en el que se ha dejado muy poco hueco al amor de Dios, que poca gente se fía de Él y, al mismo tiempo un mundo en donde se palpa el desencanto, el sinsentido, la desorientación y la infelicidad. ¿Tendrá algo que ver? Me parece que sí.
Pero hay algo innegable: La gente que dice haberse encontrado con Cristo dice ser feliz por ello. Nunca es un encuentro total ni definitivo, siempre hay niebla y claroscuro, luces y sombras. Podemos tacharlos de estúpidos o de locos o de mentirosos o preguntarnos ¿y si fuese verdad? El hecho de que otros no hayan tenido este encuentro no prueba nada, porque no existe la prueba por omisión. Y es completamente irracional desdeñar el fenómeno de un san Francisco de Asís, de una Teresa de Calcuta, de un san Francisco Javier y de tantas personas anónimas que pasan por la vida haciendo el bien del que son buenamente capaces y siendo felices por ello a pesar de su dosis de sufrimiento. Y es irracional taparse los oídos a sus razones: dicen hacerlo por Cristo al que reciben de la Iglesia a diario. Y cuando éstos intentan irradiar a otros su fe, no lo hacen para tener razón, sino para compartir con el resto de la humanidad un tesoro incalculable del que cuanto más se da, más se tiene. Y si a veces se enfrascan en esgrimas intelectuales, no lo hacen porque necesiten demostrar lo que han experimentado, sino para dar razón de su esperanza a quien quiera escucharles.
Sólo hay una respuesta racional, la búsqueda en la niebla. Termino con la felicitación que nos ha mandado a muchos amigos uno común, agnóstico en búsqueda. Como yo. Como todos.
“Ten paciencia con todo lo irresuelto en tu corazón. Y trata de amar las preguntas mismas, como si fuesen habitaciones cerradas o libros escritos en una lengua completamente desconocida. No busques respuestas que pueden no haberte sido dadas ahora porque no serías capaz de vivirlas. El punto es; vive todas las cosas, vive las preguntas ahora. Tal vez así, un día, en un futuro lejano, podrás, gradualmente, incluso sin notarlo, vivir tu camino hacia la respuesta” (Rainer María Rilke, Cartas a un joven poeta. Carta cuarta)
Buscad y encontraréis. Aunque me repita, vuelvo a escribir la oración de san Anselmo:
"Te buscaré deseándote,
te desearé buscándote,
amándote te encontraré.
encontrándote te amaré".
27 de diciembre de 2008
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