Tomás Alfaro Drake
Redescubro, en un magnífico libro que leí hace años (Un siécle une vie) del filósofo católico francés Jean Guitton, una humanísima descripción de Jesús, que no me resisto a publicar hoy en el blog, junto con un comentario final mío.
***
Quien quiera que sea, es a este Jesús al que deseo buscar y conocer tal como fue, en los pequeños detalles de su vida. Robert Aron me había descrito la infancia de Jesús, su aprendizaje, según la evocación de un hijo de Israel. M. Pouget me describía a Jesús basándose en su experiencia pueblerina, de hombre de campo. Jesús había contemplado la naturaleza; sabía de la voracidad de las aves rapaces, de la madriguera del chacal. Había observado los lirios, que en Palestina son rojos, como los labios de la mujer moderna. Había observado el trigo que crece, y las malas hierbas, mezcladas inextricablemente con él o la higuera que duda en florecer, como si fuese estéril. Conocía los cuidados que necesita la vid, la despreocupación de los pájaros. Cuando los astros, como le decía Eneas a Dido, aconsejaban el sueño, mucho antes de que lo hiciera Pedro, su apóstol, él ya había oído el canto del gallo que en Palestina, en el mes de marzo [...] canta hacia las tres de la mañana. Jesús sabía lo difícil que es poner la mano en el arado y sembrar con una cadencia incierta; los granos caen de una manera errática, las tierras de Nazaret están llenas de piedras. Jesús parecía amar esos hechos singulares que vemos en el periódico por la mañana y que son pequeñas historias abreviadas. Había captado el hecho singular del muro horadado, del administrador astuto que contrata jornaleros a última hora o que evita con sus trucos ser despedido. Parece conocer todos los puntos de luz de la casa. Yo, como persona a la que le gusta pintar, imagino que él ama, como Rembrandt o Georges de La Tour, esa luz vacilante que extiende sus sombras alrededor de una llama con forma de lágrima. Como a Horacio, le gustan los pueblos que se destacan sobre la altura. Ha observado a los niños que juegan en una plaza mientras a su alrededor se discute el precio de un buey o un administrador trata de contratar jornaleros. Jesús conoce la trama de las danzas y los llantos, sabe que las bodas siguen a los funerales. Lo que impacta es que él, siendo parte del misterio absoluto, se interesa por la humanidad tal como es, la que se ocupa de plantar, de construir, de vender, de nacer, de casarse, de morir sin saber del todo por qué se nace ni por qué se muere. Ese es el tejido del Evangelio y es también el tejido de la vida del hombre, en la que lo finito y el infinito se entrelazan.
¿Me atreveré a decir que Jesús nos hace conocer los problemas que tienen su origen en el sexo? Sabe que existen prostitutas y que forman un cierto estamento en la ciudad. Conoce la ambivalencia de la carne. Utiliza el mal como un trampolín hacia una mayor altura, hacia una mayor profundidad y un progreso en ese amor de Dios del que él procede. Nos ha hablado del rico malvado, del tramposo, del político, del snob, del sofista. Parece como si en Nazaret hubiesen existido todos los tipos humanos y Jesús hubiese tenido el tiempo para observar todo lo que es miseria, caída, enganche, remordimientos, todas las tristezas unidas a este pecado de la carne del que no tenía conocimiento por la experiencia, pero del que sabía la amargura por sus consecuencias.
¿En qué momento supo Jesús que en una prostituta había algo recuperable? María Magdalena será la favorecida desde su primera aparición.
Leyendo el Evangelio Jesús se me aparece como un ser abierto a todo. Haría falta un adjetivo más abierto que abierto para designar esta forma de ser de Jesús: la lengua francesa no tiene un adjetivo que indique la apertura suprema. [...] Con sagacidad, se definía él mismo como manso y humilde de corazón, es decir, abierto a todos de una manera perfecta, ya que la humildad no es muy diferente a la capacidad de abrirse. Si queremos representarnos al ser misterioso que llamamos Dios, podríamos decir que es manso y humilde, pero de una manera infinita.
Jean Guitton. “Un siècle, une vie”.
***
Cada uno de nosotros, los hombres, pobres naturalezas caídas, llevamos sobre nuestros hombros un saco en el que vamos acumulando, a lo largo de nuestra existencia, nuestras frustraciones, miedos, miserias y mezquindades. Y este saco nos hace caminar agachados, con los ojos y el corazón más cerca de la tierra que del cielo. Jesús, que no tenía ningún saco, supo sin embargo agacharse hasta la altura de nuestros corazones para decirnos mirándonos a los ojos con amor: “Sé feliz, tira tu saco de frustraciones y miedos, no tienes por que llevarlo. Dámelo a mí. Aprende de mí que soy manso y humilde de corazón. Tus pecados te son perdonados”. Tirar nuestro saco de miedos y frustraciones no es, ni mucho menos, dejar de lado nuestras obligaciones. No es ese falso concepto de “liberarse” o “realizarse” a costa de poner nuestro saco en los hombros de otros. Al contrario, supone que, ligeros de equipaje, demos a nuestras obligaciones, a nuestra cruz, que no tiene nada que ver con nuestro saco, un sentido de misión, un sentido de vocación, de llamada para colaborar con Jesús. “Mi yugo es suave y mi carga ligera”.
30 de mayo de 2010
27 de mayo de 2010
La Iglesia y la Pederastia VII; carta de un misionero uruguayo al New York Times
Tomás Alfaro Drake
Publico hoy un carta remitida al New York Times por un misionero uruguayo que gasta toda su vida en África por aquellos con los que la mayoría de los seres humanos no querrían estar ni un minuto.
***
Abril, 2010
Querido hermano y hermana periodista:
Soy un simple sacerdote católico. Me siento feliz y orgulloso de mi vocación. Hace veinte años que vivo en Angola como misionero.
Me da un gran dolor por el profundo mal que personas que deberían de ser señales del amor de Dios, sean un puñal en la vida de inocentes. No hay palabra que justifique tales actos. No hay duda que la Iglesia no puede estar, sino del lado de los débiles, de los más indefensos. Por lo tanto todas las medidas que sean tomadas para la protección, prevención de la dignidad de los niños será siempre una prioridad absoluta.
Veo en muchos medios de información, sobre todo en vuestro periódico la ampliación del tema en forma morbosa, investigando en detalles la vida de algún sacerdote pedófilo. Así aparece uno de una ciudad de USA, de la década del 70, otro en Australia de los años 80 y así de frente, otros casos recientes… Ciertamente todo condenable! Se ven algunas presentaciones periodísticas ponderadas y equilibradas, otras amplificadas, llenas de preconceptos y hasta odio.
¡Es curiosa la poca noticia y desinterés por miles y miles de sacerdotes que se consumen por millones de niños, por los adolescentes y los más desfavorecidos en los cuatro ángulos del mundo! Pienso que a vuestro medio de información no le interesa que yo haya tenido que transportar, por caminos minados en el año 2002, a muchos niños desnutridos desde Cangumbe a Lwena (Angola), pues ni el gobierno se disponía y las ONG’s no estaban autorizadas; que haya tenido que enterrar decenas de pequeños fallecidos entre los desplazados de guerra y los que han retornado; que le hayamos salvado la vida a miles de personas en Moxico mediante el único puesto médico en 90.000 km2, así como con la distribución de alimentos y semillas; que hayamos dado la oportunidad de educación en estos 10 años y escuelas a más de 110.000 niños... No es de interés que con otros sacerdotes hayamos tenido que socorrer la crisis humanitaria de cerca de 15.000 personas en los acuartelamientos de la guerrilla, después de su rendición, porque no llegaban los alimentos del Gobierno y la ONU. No es noticia que un sacerdote de 75 años, el P. Roberto, por las noches recorra las ciudad de Luanda curando a los chicos de la calle, llevándolos a una casa de acogida, para que se desintoxiquen de la gasolina, que alfabeticen cientos de presos; que otros sacerdotes, como P. Stefano, tengan casas de pasaje para los chicos que son golpeados, maltratados y hasta violentados y buscan un refugio. Tampoco que Fray Maiato con sus 80 años, pase casa por casa confortando los enfermos y desesperados. No es noticia que más de 60.000 de los 400.000 sacerdotes, y religiosos hayan dejado su tierra y su familia para servir a sus hermanos en una leprosería, en hospitales, campos de refugiados, orfanatos para niños acusados de hechiceros o huérfanos de padres que fallecieron con Sida, en escuelas para los más pobres, en centros de formación profesional, en centros de atención a cero positivos… o sobretodo, en parroquias y misiones dando motivaciones a la gente para vivir y amar.
No es noticia que mi amigo, el P. Marcos Aurelio, por salvar a unos jóvenes durante la guerra en Angola, los haya transportado de Kalulo a Dondo y volviendo a su misión haya sido ametrallado en el camino; que el hermano Francisco, con cinco señoras catequistas, por ir a ayudar a las áreas rurales más recónditas hayan muerto en un accidente en la calle; que decenas de misioneros en Angola hayan muerto por falta de socorro sanitario, por una simple malaria; que otros hayan saltado por los aires, a causa de una mina, visitando a su gente. En el cementerio de Kalulo están las tumbas de los primeros sacerdotes que llegaron a la región…Ninguno pasa los 40 años.
No es noticia acompañar la vida de un Sacerdote “normal” en su día a día, en sus dificultades y alegrías consumiendo sin ruido su vida a favor de la comunidad que sirve.
La verdad es que no procuramos ser noticia, sino simplemente llevar la Buena Noticia, esa noticia que sin ruido comenzó en la noche de Pascua. Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece.
No pretendo hacer una apología de la Iglesia y de los sacerdotes. El sacerdote no es ni un héroe ni un neurótico. Es un simple hombre, que con su humanidad busca seguir a Jesús y servir sus hermanos. Hay miserias, pobrezas y fragilidades como en cada ser humano; y también belleza y bondad como en cada criatura…
Insistir en forma obsesionada y persecutoria en un tema perdiendo la visión de conjunto crea verdaderamente caricaturas ofensivas del sacerdocio católico en la cual me siento ofendido.
Sólo le pido amigo periodista, busque la Verdad, el Bien y la Belleza. Eso lo hará noble en su profesión.
En Cristo,
P. Martín Lasarte sdb
Publico hoy un carta remitida al New York Times por un misionero uruguayo que gasta toda su vida en África por aquellos con los que la mayoría de los seres humanos no querrían estar ni un minuto.
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Abril, 2010
Querido hermano y hermana periodista:
Soy un simple sacerdote católico. Me siento feliz y orgulloso de mi vocación. Hace veinte años que vivo en Angola como misionero.
Me da un gran dolor por el profundo mal que personas que deberían de ser señales del amor de Dios, sean un puñal en la vida de inocentes. No hay palabra que justifique tales actos. No hay duda que la Iglesia no puede estar, sino del lado de los débiles, de los más indefensos. Por lo tanto todas las medidas que sean tomadas para la protección, prevención de la dignidad de los niños será siempre una prioridad absoluta.
Veo en muchos medios de información, sobre todo en vuestro periódico la ampliación del tema en forma morbosa, investigando en detalles la vida de algún sacerdote pedófilo. Así aparece uno de una ciudad de USA, de la década del 70, otro en Australia de los años 80 y así de frente, otros casos recientes… Ciertamente todo condenable! Se ven algunas presentaciones periodísticas ponderadas y equilibradas, otras amplificadas, llenas de preconceptos y hasta odio.
¡Es curiosa la poca noticia y desinterés por miles y miles de sacerdotes que se consumen por millones de niños, por los adolescentes y los más desfavorecidos en los cuatro ángulos del mundo! Pienso que a vuestro medio de información no le interesa que yo haya tenido que transportar, por caminos minados en el año 2002, a muchos niños desnutridos desde Cangumbe a Lwena (Angola), pues ni el gobierno se disponía y las ONG’s no estaban autorizadas; que haya tenido que enterrar decenas de pequeños fallecidos entre los desplazados de guerra y los que han retornado; que le hayamos salvado la vida a miles de personas en Moxico mediante el único puesto médico en 90.000 km2, así como con la distribución de alimentos y semillas; que hayamos dado la oportunidad de educación en estos 10 años y escuelas a más de 110.000 niños... No es de interés que con otros sacerdotes hayamos tenido que socorrer la crisis humanitaria de cerca de 15.000 personas en los acuartelamientos de la guerrilla, después de su rendición, porque no llegaban los alimentos del Gobierno y la ONU. No es noticia que un sacerdote de 75 años, el P. Roberto, por las noches recorra las ciudad de Luanda curando a los chicos de la calle, llevándolos a una casa de acogida, para que se desintoxiquen de la gasolina, que alfabeticen cientos de presos; que otros sacerdotes, como P. Stefano, tengan casas de pasaje para los chicos que son golpeados, maltratados y hasta violentados y buscan un refugio. Tampoco que Fray Maiato con sus 80 años, pase casa por casa confortando los enfermos y desesperados. No es noticia que más de 60.000 de los 400.000 sacerdotes, y religiosos hayan dejado su tierra y su familia para servir a sus hermanos en una leprosería, en hospitales, campos de refugiados, orfanatos para niños acusados de hechiceros o huérfanos de padres que fallecieron con Sida, en escuelas para los más pobres, en centros de formación profesional, en centros de atención a cero positivos… o sobretodo, en parroquias y misiones dando motivaciones a la gente para vivir y amar.
No es noticia que mi amigo, el P. Marcos Aurelio, por salvar a unos jóvenes durante la guerra en Angola, los haya transportado de Kalulo a Dondo y volviendo a su misión haya sido ametrallado en el camino; que el hermano Francisco, con cinco señoras catequistas, por ir a ayudar a las áreas rurales más recónditas hayan muerto en un accidente en la calle; que decenas de misioneros en Angola hayan muerto por falta de socorro sanitario, por una simple malaria; que otros hayan saltado por los aires, a causa de una mina, visitando a su gente. En el cementerio de Kalulo están las tumbas de los primeros sacerdotes que llegaron a la región…Ninguno pasa los 40 años.
No es noticia acompañar la vida de un Sacerdote “normal” en su día a día, en sus dificultades y alegrías consumiendo sin ruido su vida a favor de la comunidad que sirve.
La verdad es que no procuramos ser noticia, sino simplemente llevar la Buena Noticia, esa noticia que sin ruido comenzó en la noche de Pascua. Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece.
No pretendo hacer una apología de la Iglesia y de los sacerdotes. El sacerdote no es ni un héroe ni un neurótico. Es un simple hombre, que con su humanidad busca seguir a Jesús y servir sus hermanos. Hay miserias, pobrezas y fragilidades como en cada ser humano; y también belleza y bondad como en cada criatura…
Insistir en forma obsesionada y persecutoria en un tema perdiendo la visión de conjunto crea verdaderamente caricaturas ofensivas del sacerdocio católico en la cual me siento ofendido.
Sólo le pido amigo periodista, busque la Verdad, el Bien y la Belleza. Eso lo hará noble en su profesión.
En Cristo,
P. Martín Lasarte sdb
22 de mayo de 2010
¿Inventar la vida?
Tomás Alfaro Drake
Ayer, apareció en los periódicos la noticia de que un científico había construido una célula viva en el laboratorio. A mi amigo Paco Cuéllar, antiguo animador de este blog con sus polémicas de ateísmo militante, al que echaba de menos de desde hacía mucho, le faltó tiempo para entrar con un comentario en una entrada mía ya muy antigua.
Me dice, en ese comentario que traigo aquí para evitar a los seguidores de este blog ir a buscarlo a la noche de los tiempos:
Amigo Tomás, ¡cuánto tiempo! Una noticia que acabo de ver en TV me ha hecho recordar este debate en el que te hablaba de la vagancia de Dios. Te decía: si la creación está dirigida por un diseñador inteligente, ¿cómo es posible que tarde 2500 millones de años en crear un organismo unicelular? La noticia que he oído es que un científico acaba de crear la primera célula artificial; o sea, el hombre, guiado por su inteligencia, ha tardado... 2500 años en crear una célula, ¡1.000.000 de veces ants que Dios! ¿Dónde está el diseño inteligente?
Le agradezco enormemente su comentario, porque era exactamente sobre eso sobr lo que quería hacer mi entrada. Pero esto no es nuevo para mí. El día 27 de Enero del 2008, publiqué una entrada, que el que quiera puede ir a buscar, sobre este tema, porqie el día anterior, el mismo científico que ahora parece haber creado una célula en el laboratorio, Craig Venter, anunció que esto ocurriría pronto. Bueno, parece que ya ha ocurrido. Pero Paco Cuéllar llega con más de dos años de retraso. Digo ahora casi lo mismo de lo que dije entonces. Si nos pasamos por cualquier museo del mundo, es posible que veamos un copista, ante, digamos por poner un ejemplo, el cuadro de Chagall de la nueva Jerusalén bajando del cielo, que es un cuadro que pintó Chagall casi con 90 años, copiándolo con una exactitud asombrosa. Hasta ha habido casos de falsificaciones casi imposibles de diferenciar del original. ¿Diremos que el copista, que además es un jovenzuelo, es un artista a la altura de Marc Chagall? Indudablemente no. No ha creado nada, no ha inventado nada. Probablemente jamás llegará a hacer una obra de arte original. No podría hacer nada relevante si antes, un auténtico artista no le hubiera dado el modelo. Pues Craig Venter es tan sólo es copista. Naturalmente que Chagall caminaba sobre hombros de gigantes y que su arte se apoyaba en una larga historia de pintores que, desde las cuevas de Altamira, han ido marcando el camino del arte pictórico.
Craig Venter es, por tanto, un simple copista. Pero además, Dios es más artista que Marc Chagall, en el sentido de que la historia de la vida la ha hecho Él solito, no como Chagall, que, gracias a Dios, se ha apoyado en hombros de gigantes. A mi amigo Paco Cuéllar, parece preocuparle mucho el tiempo que tardó Dios en crear la vida. Pero es que no entiende que el tiempo es tan sólo una limitación de nuestros sentidos. Simplemente, sólo podemos percibir secuencialmente aquello que ya está hecho. Eisntein descubrió el espacio-tiempo como un continuo del que nuestra percepción del tiempo son sólo lonchas cortadas de él, que nosotos sólo percibimos de una en una según se van cortando. Así pues, Dios no tardó nada en crear la vida, creó fuera del tiempo, TODO el espacio tiempo de golpe, aunque nosotros, simples criaturas lo percibamos loncha a loncha y digamos que la primera célula apareció 2500 millones d lonchas en crear una primera célula. Querido Paco, Dios es mucho más grande que tú, que yo y que el copista Craig Venter. Un antiguo proverbio chino dice: “El que se sienta en el fondo de un pozo para mirar el cielo, lo encontrará pequeño. ¿Por qué no sales del fondo de tu pozo? Dios ES la historia de la vida, Dios ES la historia de la inteligencia, Dios ES el que ha creado esa historia simultánea y cuando la hizo, ya veía a Caig Venter, al que le había regalado la inteligencia, copiando su primera célula y a ti, escribiéndome en el blog para intentar negarle. Como decía Jostein Gaarder en El misterio del solitario: “Dios está sentado en el cielo, riéndose porque los seres humanos no creen en Él”. Sin embargo, Dios nos ha hecho libres. Con nuestra actividad libre podemos modificar de forma parcial la forma del espacio tiempo creado por Él, para cambiar, hasta cierto punto, el devenir de las cosas. Y nos ha dado, suficientes pistas para que le encontremos si nuestra libertad quiere, pero no tantas como para que nuestra inteligencia no pueda negarle libremente. Y nos ha hecho libres para que pudiéramos amarle y encontrásemos así la felicidad. Porque el amor no es posible sin libertad. ¿Quién puede querer a otra persona porque alguien le obligue? Así es Él. Creemos cuando nuestra razón, son violentarse, pero sin una prueba absoluta, se adhiere al amor creador sobrenatural de Dios. Y entonces podemos amarle sobrenaturalmente.
Pero esa libertad, conlleva una responsabilidad moral. Copiar células no e malo ni bueno en sí mismo. Esas células que el hombre pueda copiar, se pueden usar para que produzcan sustancias que curen enfermedades o para que produzcan toxinas capaces de matar a millones de personas.
En esta situación, copio textualmente las conclusiones a las que, hace unos años llegaron un grupo de premios nobel de distintas ramas del saber agrupados en una asociación que lleva el nombre de Nova Spes; “Nueva Esperanza”:
DECLARACIÓN DE 12 PREMIOS NOBEL HECHA EN
ROMA EL 22 DE DICIEMBRE DE 1980
NOVA SPES, Movimiento Internacional para la promoción de los valores y del desarrollo humano.
J. Dausset Medicina Francia
C. de Duve Medicina Bélgica
L. Eccles Medicina Austria
F. O. Fischer Química Alemania
L. R. Klein Economía U.S.A.
H. A. Krelos Medicina Gran Bretaña
F. A. von Hayek Economía Gan Bretaña
S. Ochoa Medicina España
I. Pricogine Química Bélgica
C. H. Townes Física U.S.A.
M. F. H. Wilkins Medicina Gran Bretaña
R. S. Yallow Medicina U.S.A.
“Nosotros, ganadores del premio Nobel, compartimos con Alfred Nobel su preocupación por que la ciencia sea beneficiosa para la humanidad.
La ciencia ha proporcionado grandes bienes y nosotros esperamos que continúe proporcionándolos en adelante.
Sin embargo, el conocimiento científico se ha aplicado en ocasiones de forma absolutamente indeseable, como en la guerra, por ejemplo, al tiempo que su utilización para fines buenos puede tener efectos secundarios inesperados que no son deseables.
Además, la soberbia intelectual que la ciencia ha proporcionado, ha cambiado la idea que la humanidad tiene de sí misma y de su lugar en el universo, lo que ha llevado a los seres humanos a un empobrecimiento espiritual y a un vacío moral. (El casmbio de tasmaño de letra es mío)
Creemos que los científicos deben tener una especial sensibilidad ética y estamos deseosos de derribar la tradicional barrera –o incluso oposición– entre la ciencia y la religión.
Las Iglesias, sin duda, pueden desempeñar un papel importante en el intento por conseguir este objetivo; y en particular reconocemos que la Iglesia católica está en una situación única para aportar una orientación moral a escala mundial”.
Aunque desde 1980 hasta ahora ha pasado más de un cuarto de siglo, me parece que estas palabras son ahora, si cabe, de más actualidad que entonces.
Ayer, apareció en los periódicos la noticia de que un científico había construido una célula viva en el laboratorio. A mi amigo Paco Cuéllar, antiguo animador de este blog con sus polémicas de ateísmo militante, al que echaba de menos de desde hacía mucho, le faltó tiempo para entrar con un comentario en una entrada mía ya muy antigua.
Me dice, en ese comentario que traigo aquí para evitar a los seguidores de este blog ir a buscarlo a la noche de los tiempos:
Amigo Tomás, ¡cuánto tiempo! Una noticia que acabo de ver en TV me ha hecho recordar este debate en el que te hablaba de la vagancia de Dios. Te decía: si la creación está dirigida por un diseñador inteligente, ¿cómo es posible que tarde 2500 millones de años en crear un organismo unicelular? La noticia que he oído es que un científico acaba de crear la primera célula artificial; o sea, el hombre, guiado por su inteligencia, ha tardado... 2500 años en crear una célula, ¡1.000.000 de veces ants que Dios! ¿Dónde está el diseño inteligente?
Le agradezco enormemente su comentario, porque era exactamente sobre eso sobr lo que quería hacer mi entrada. Pero esto no es nuevo para mí. El día 27 de Enero del 2008, publiqué una entrada, que el que quiera puede ir a buscar, sobre este tema, porqie el día anterior, el mismo científico que ahora parece haber creado una célula en el laboratorio, Craig Venter, anunció que esto ocurriría pronto. Bueno, parece que ya ha ocurrido. Pero Paco Cuéllar llega con más de dos años de retraso. Digo ahora casi lo mismo de lo que dije entonces. Si nos pasamos por cualquier museo del mundo, es posible que veamos un copista, ante, digamos por poner un ejemplo, el cuadro de Chagall de la nueva Jerusalén bajando del cielo, que es un cuadro que pintó Chagall casi con 90 años, copiándolo con una exactitud asombrosa. Hasta ha habido casos de falsificaciones casi imposibles de diferenciar del original. ¿Diremos que el copista, que además es un jovenzuelo, es un artista a la altura de Marc Chagall? Indudablemente no. No ha creado nada, no ha inventado nada. Probablemente jamás llegará a hacer una obra de arte original. No podría hacer nada relevante si antes, un auténtico artista no le hubiera dado el modelo. Pues Craig Venter es tan sólo es copista. Naturalmente que Chagall caminaba sobre hombros de gigantes y que su arte se apoyaba en una larga historia de pintores que, desde las cuevas de Altamira, han ido marcando el camino del arte pictórico.
Craig Venter es, por tanto, un simple copista. Pero además, Dios es más artista que Marc Chagall, en el sentido de que la historia de la vida la ha hecho Él solito, no como Chagall, que, gracias a Dios, se ha apoyado en hombros de gigantes. A mi amigo Paco Cuéllar, parece preocuparle mucho el tiempo que tardó Dios en crear la vida. Pero es que no entiende que el tiempo es tan sólo una limitación de nuestros sentidos. Simplemente, sólo podemos percibir secuencialmente aquello que ya está hecho. Eisntein descubrió el espacio-tiempo como un continuo del que nuestra percepción del tiempo son sólo lonchas cortadas de él, que nosotos sólo percibimos de una en una según se van cortando. Así pues, Dios no tardó nada en crear la vida, creó fuera del tiempo, TODO el espacio tiempo de golpe, aunque nosotros, simples criaturas lo percibamos loncha a loncha y digamos que la primera célula apareció 2500 millones d lonchas en crear una primera célula. Querido Paco, Dios es mucho más grande que tú, que yo y que el copista Craig Venter. Un antiguo proverbio chino dice: “El que se sienta en el fondo de un pozo para mirar el cielo, lo encontrará pequeño. ¿Por qué no sales del fondo de tu pozo? Dios ES la historia de la vida, Dios ES la historia de la inteligencia, Dios ES el que ha creado esa historia simultánea y cuando la hizo, ya veía a Caig Venter, al que le había regalado la inteligencia, copiando su primera célula y a ti, escribiéndome en el blog para intentar negarle. Como decía Jostein Gaarder en El misterio del solitario: “Dios está sentado en el cielo, riéndose porque los seres humanos no creen en Él”. Sin embargo, Dios nos ha hecho libres. Con nuestra actividad libre podemos modificar de forma parcial la forma del espacio tiempo creado por Él, para cambiar, hasta cierto punto, el devenir de las cosas. Y nos ha dado, suficientes pistas para que le encontremos si nuestra libertad quiere, pero no tantas como para que nuestra inteligencia no pueda negarle libremente. Y nos ha hecho libres para que pudiéramos amarle y encontrásemos así la felicidad. Porque el amor no es posible sin libertad. ¿Quién puede querer a otra persona porque alguien le obligue? Así es Él. Creemos cuando nuestra razón, son violentarse, pero sin una prueba absoluta, se adhiere al amor creador sobrenatural de Dios. Y entonces podemos amarle sobrenaturalmente.
Pero esa libertad, conlleva una responsabilidad moral. Copiar células no e malo ni bueno en sí mismo. Esas células que el hombre pueda copiar, se pueden usar para que produzcan sustancias que curen enfermedades o para que produzcan toxinas capaces de matar a millones de personas.
En esta situación, copio textualmente las conclusiones a las que, hace unos años llegaron un grupo de premios nobel de distintas ramas del saber agrupados en una asociación que lleva el nombre de Nova Spes; “Nueva Esperanza”:
DECLARACIÓN DE 12 PREMIOS NOBEL HECHA EN
ROMA EL 22 DE DICIEMBRE DE 1980
NOVA SPES, Movimiento Internacional para la promoción de los valores y del desarrollo humano.
J. Dausset Medicina Francia
C. de Duve Medicina Bélgica
L. Eccles Medicina Austria
F. O. Fischer Química Alemania
L. R. Klein Economía U.S.A.
H. A. Krelos Medicina Gran Bretaña
F. A. von Hayek Economía Gan Bretaña
S. Ochoa Medicina España
I. Pricogine Química Bélgica
C. H. Townes Física U.S.A.
M. F. H. Wilkins Medicina Gran Bretaña
R. S. Yallow Medicina U.S.A.
“Nosotros, ganadores del premio Nobel, compartimos con Alfred Nobel su preocupación por que la ciencia sea beneficiosa para la humanidad.
La ciencia ha proporcionado grandes bienes y nosotros esperamos que continúe proporcionándolos en adelante.
Sin embargo, el conocimiento científico se ha aplicado en ocasiones de forma absolutamente indeseable, como en la guerra, por ejemplo, al tiempo que su utilización para fines buenos puede tener efectos secundarios inesperados que no son deseables.
Además, la soberbia intelectual que la ciencia ha proporcionado, ha cambiado la idea que la humanidad tiene de sí misma y de su lugar en el universo, lo que ha llevado a los seres humanos a un empobrecimiento espiritual y a un vacío moral. (El casmbio de tasmaño de letra es mío)
Creemos que los científicos deben tener una especial sensibilidad ética y estamos deseosos de derribar la tradicional barrera –o incluso oposición– entre la ciencia y la religión.
Las Iglesias, sin duda, pueden desempeñar un papel importante en el intento por conseguir este objetivo; y en particular reconocemos que la Iglesia católica está en una situación única para aportar una orientación moral a escala mundial”.
Aunque desde 1980 hasta ahora ha pasado más de un cuarto de siglo, me parece que estas palabras son ahora, si cabe, de más actualidad que entonces.
19 de mayo de 2010
Frases 19-V-2010
Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.
La humanidad sólo se convierte en masa gris, informe y, por consiguiente anónima, cuando prescinde de la ley que da las formas. Pero entonces ya no hay arriba ni abajo. La vida se degrada hasta no ser más que simple existencia. Entonces ya no hay drama, ni lucha, sino simple desgaste de la materia, simple decadencia. Pero éste no es el mundo de la Biblia ni del judaísmo.
Gustav Janouch, puesto en boca de Kafka en “Conversaciones con Kafka”.
Añado yo, justo a continuación del texto, antes del punto final:
..., ni, mucho menos, del cristianismo.
La humanidad sólo se convierte en masa gris, informe y, por consiguiente anónima, cuando prescinde de la ley que da las formas. Pero entonces ya no hay arriba ni abajo. La vida se degrada hasta no ser más que simple existencia. Entonces ya no hay drama, ni lucha, sino simple desgaste de la materia, simple decadencia. Pero éste no es el mundo de la Biblia ni del judaísmo.
Gustav Janouch, puesto en boca de Kafka en “Conversaciones con Kafka”.
Añado yo, justo a continuación del texto, antes del punto final:
..., ni, mucho menos, del cristianismo.
16 de mayo de 2010
El Dios de los ateos
Tomás Alfaro Drake
Creo que este escrito del converso italiano Giovani Papini, sirve muy bien de colofón, junto con “la religión del escándalo” de mi penúltima entrada, a la serie sobre la fe en Cristo que he terminado de publicar.
***
Estoy en mi rústico gabinete. Por dos partes me rodean los libros; por las otras dos, los montes. Imágenes de mi vida transcurrida entre el hablar de los montes y el murmurar de las plantas. La tarde se apresta a apagar el mundo: cada día distinta, cada día más bella. El gris ceniciento de los crepúsculos de otoño invade ya las abruptas laderas, más allá, en lo alto, ¡qué esplendor de grises, de rosáceos, de cerúleos! Si no fuese por los golpes secos del hacha que me hieren el corazón –mañana habrá un árbol vivo menos–, no tendría con qué alimentar mi voraz melancolía.
Para muchos el mundo es feo. Con frecuencia somos nosotros los feos por dentro y, con frecuencia, vemos nuestra fealdad reflejada en el mudo. Cierta vez un ser en figura de hombre me confesó su odio por el campo. Desconfiad de aquél que odia la soledad: demuestra que su compañía le es odiosa. Desconfiad de aquel que no ama al campo: demuestra que tiene miedo a Dios.
Tiene miedo de un testimonio demasiado veraz para ser hábilmente rebatido. Tiene miedo de reconocer a Dios en sí mismo, en aquel silencio inmenso y reverente que no permite ficciones, subterfugios, escapatorias. ¿Es posible acaso mentir al cielo, al desierto, a la noche?
Pon a un lado las filosofías del espíritu –pobres signos sin conexión con el aliento del alma, con la infinita riqueza del espíritu, y prueba a gritar delante de cualquier pedazo de la Creación que esta maravillosa máquina se rige por un milagro constante de coincidencias, de átomos, de mónadas, de espíritus.
Dios responde: no procurarías mi muerte si tú no supieses que yo estoy vivo, el Dios de los Vivientes.
Si Dios no existiese, tú mismo, que lo niegas, no existirías. Para negarlo has de recurrir al pensamiento, a las palabras: mas en el primer ejercicio de tu pensamiento, Dios ya está presente, y la primera palabra que pronuncias contiene, sin que tú lo adviertas, la afirmación de Dios. De Dios no se escapa: si lo afirmas, le amas; si quieres suprimirlo, le reconoces. Cualquier cosa que digas no haces más que hablar de Dios. ¿Y de qué otra cosa podría hablarse sino de Dios? Cualquier otro discurso en ininteligible, porque donde no se presupone, el ser y la ley, se emiten sonidos sin sentido, y el ser y la ley no son cogitables fuera de la divinidad.
Hay muchos que prueban la existencia de Dios con razonamientos y silogismos. Los escucho y los venero, puesto que las pruebas convienen a los desmemoriados e iluminan a los convencidos, mas los pensamientos más persuasivos de la existencia de Dios los encuentro en los mismos discursos de los ateos.
Estos creen que niegan a Dios mientras confiesan haberlo perdido. Temen a Dios y se jactan de haberle dado muerte con la esperanza de haber sofocado su temor. Ya no lo sienten más dentro de sí, y esa interna soledad los hace salir fuera de sí. Se aterrorizan de sus mandamientos, de su poder, de su omnisciencia. O bien están tan obcecados por la turbulenta sensualidad, que no saben reconocerlo. Y entonces, como librados de una cruel vigilancia, de un gran peso, van proclamando que Dios ha sido abolido, superado, muerto. Tiemblan ante la idea de su retorno: y de este temblor está hecho su ateísmo.
Tú no me buscarías si no me hubieses encontrado, dice el Dios de Pascal. No procurarías mi muerte si no me hubieses sentido vivir, dice el Dios de los ateos.
Para probar la existencia de las cosas, la excogitación de los negadores constituye el más valioso contrafuerte de la fortaleza tomista. Todos los caminos que los ateos recorren precipitadamente, enajenados por el miedo a Dios, conducen a la aniquilación del pensamiento, a la inanición del alma. Quienes siguen sus pasos sólo pueden elegir entre la nada y el retorno. Muchos, no muy hábiles en reconocer a la muerte bajo los falsos andrajos de las palabras, juegan inconscientemente al borde del abismo; los otros, aquellos que tienen ojos y ven, que tienen oídos y oyen, retornan a aquella puerta estrecha que introduce al divino cerco de las verdades eternas.
Por ello, les debemos toda nuestra gratitud a los ateos: son los esclavos de la Jerusalén cristiana. ¿Y de qué mejor manera podríamos expresarles nuestra gratitud sino llamándolos a la verdadera patria, de la cual, aunque desertores y prófugos, son ciudadanos? Librándolos del temor de Aquél que los persigue por amor.
¿Por qué no brotan de mis labios aquellas palabras brillantes que son en sí mismas tan encantadoras? ¿Existe otra lengua que, a diferencia de esta, no sea aún demasiado terrosa como para componer los cantos que ablandan la dureza de los corazones y vencen la repugnancia de los entendimientos? ¿La lengua que debería hablar Adán en el paraíso, pletórica de luz y de suave perfume, que sólo puede expresar verdad, amor, adoración; hecha de palabras válidas para la tierra y el cielo; mezcla de cielo y de tierra; de palabras que enamoran a las almas y las elevan hasta el cielo mediante una íntima y firme concordia?
Pero nuestras lenguas se resienten, como toda obra humana, de la enervación de la Caída. No son más que receptáculos de plomo para diamantes soñados. Entre mis manos no tengo más que arena; la hago deslizar entre mis dedos, al sol, y parece que irradia luz.
Pero al morir el día no es más que polvo ceniciento que el viento esparce.
Creo que este escrito del converso italiano Giovani Papini, sirve muy bien de colofón, junto con “la religión del escándalo” de mi penúltima entrada, a la serie sobre la fe en Cristo que he terminado de publicar.
***
Estoy en mi rústico gabinete. Por dos partes me rodean los libros; por las otras dos, los montes. Imágenes de mi vida transcurrida entre el hablar de los montes y el murmurar de las plantas. La tarde se apresta a apagar el mundo: cada día distinta, cada día más bella. El gris ceniciento de los crepúsculos de otoño invade ya las abruptas laderas, más allá, en lo alto, ¡qué esplendor de grises, de rosáceos, de cerúleos! Si no fuese por los golpes secos del hacha que me hieren el corazón –mañana habrá un árbol vivo menos–, no tendría con qué alimentar mi voraz melancolía.
Para muchos el mundo es feo. Con frecuencia somos nosotros los feos por dentro y, con frecuencia, vemos nuestra fealdad reflejada en el mudo. Cierta vez un ser en figura de hombre me confesó su odio por el campo. Desconfiad de aquél que odia la soledad: demuestra que su compañía le es odiosa. Desconfiad de aquel que no ama al campo: demuestra que tiene miedo a Dios.
Tiene miedo de un testimonio demasiado veraz para ser hábilmente rebatido. Tiene miedo de reconocer a Dios en sí mismo, en aquel silencio inmenso y reverente que no permite ficciones, subterfugios, escapatorias. ¿Es posible acaso mentir al cielo, al desierto, a la noche?
Pon a un lado las filosofías del espíritu –pobres signos sin conexión con el aliento del alma, con la infinita riqueza del espíritu, y prueba a gritar delante de cualquier pedazo de la Creación que esta maravillosa máquina se rige por un milagro constante de coincidencias, de átomos, de mónadas, de espíritus.
Dios responde: no procurarías mi muerte si tú no supieses que yo estoy vivo, el Dios de los Vivientes.
Si Dios no existiese, tú mismo, que lo niegas, no existirías. Para negarlo has de recurrir al pensamiento, a las palabras: mas en el primer ejercicio de tu pensamiento, Dios ya está presente, y la primera palabra que pronuncias contiene, sin que tú lo adviertas, la afirmación de Dios. De Dios no se escapa: si lo afirmas, le amas; si quieres suprimirlo, le reconoces. Cualquier cosa que digas no haces más que hablar de Dios. ¿Y de qué otra cosa podría hablarse sino de Dios? Cualquier otro discurso en ininteligible, porque donde no se presupone, el ser y la ley, se emiten sonidos sin sentido, y el ser y la ley no son cogitables fuera de la divinidad.
Hay muchos que prueban la existencia de Dios con razonamientos y silogismos. Los escucho y los venero, puesto que las pruebas convienen a los desmemoriados e iluminan a los convencidos, mas los pensamientos más persuasivos de la existencia de Dios los encuentro en los mismos discursos de los ateos.
Estos creen que niegan a Dios mientras confiesan haberlo perdido. Temen a Dios y se jactan de haberle dado muerte con la esperanza de haber sofocado su temor. Ya no lo sienten más dentro de sí, y esa interna soledad los hace salir fuera de sí. Se aterrorizan de sus mandamientos, de su poder, de su omnisciencia. O bien están tan obcecados por la turbulenta sensualidad, que no saben reconocerlo. Y entonces, como librados de una cruel vigilancia, de un gran peso, van proclamando que Dios ha sido abolido, superado, muerto. Tiemblan ante la idea de su retorno: y de este temblor está hecho su ateísmo.
Tú no me buscarías si no me hubieses encontrado, dice el Dios de Pascal. No procurarías mi muerte si no me hubieses sentido vivir, dice el Dios de los ateos.
Para probar la existencia de las cosas, la excogitación de los negadores constituye el más valioso contrafuerte de la fortaleza tomista. Todos los caminos que los ateos recorren precipitadamente, enajenados por el miedo a Dios, conducen a la aniquilación del pensamiento, a la inanición del alma. Quienes siguen sus pasos sólo pueden elegir entre la nada y el retorno. Muchos, no muy hábiles en reconocer a la muerte bajo los falsos andrajos de las palabras, juegan inconscientemente al borde del abismo; los otros, aquellos que tienen ojos y ven, que tienen oídos y oyen, retornan a aquella puerta estrecha que introduce al divino cerco de las verdades eternas.
Por ello, les debemos toda nuestra gratitud a los ateos: son los esclavos de la Jerusalén cristiana. ¿Y de qué mejor manera podríamos expresarles nuestra gratitud sino llamándolos a la verdadera patria, de la cual, aunque desertores y prófugos, son ciudadanos? Librándolos del temor de Aquél que los persigue por amor.
¿Por qué no brotan de mis labios aquellas palabras brillantes que son en sí mismas tan encantadoras? ¿Existe otra lengua que, a diferencia de esta, no sea aún demasiado terrosa como para componer los cantos que ablandan la dureza de los corazones y vencen la repugnancia de los entendimientos? ¿La lengua que debería hablar Adán en el paraíso, pletórica de luz y de suave perfume, que sólo puede expresar verdad, amor, adoración; hecha de palabras válidas para la tierra y el cielo; mezcla de cielo y de tierra; de palabras que enamoran a las almas y las elevan hasta el cielo mediante una íntima y firme concordia?
Pero nuestras lenguas se resienten, como toda obra humana, de la enervación de la Caída. No son más que receptáculos de plomo para diamantes soñados. Entre mis manos no tengo más que arena; la hago deslizar entre mis dedos, al sol, y parece que irradia luz.
Pero al morir el día no es más que polvo ceniciento que el viento esparce.
12 de mayo de 2010
La Iglesia y la pederastia VI
Tomás Alfaro Drake
Publico a continuación la carta de Marcello Pera al Director del Corriere della Sera del 17 de Marzo del 2010
Marcello Pera es un filósofo y político italiano. Fue Presidente del Senado italiano desde el 2001 hasta el 2006. Es un intelectual comprometido desde una perspectiva humanista, con la lucha contra el relativismo posmoderno y el crisol indiferenciado de culturas. Hasta donde yo sé, es agnóstico, pero ve en la Iglesia y en la cultura católica el cimiento de la civilización occidental y el mejor aliado en su lucha contra ese relativismo y contra la disolución de occidente. De hecho, es amigo personal del Papa y ha escrito con él algún libro (cuando era el cardenal Ratzinger) y le ha prorrogado otros.
No estoy de acuerdo con todo lo que dice en esta carta, pero creo que merece la pena leerla.
***
Estimado director:
La cuestión de los sacerdotes pedófilos u homosexuales desencadenada últimamente en Alemania tiene como objetivo al Papa. Pero se cometería un grave error si se pensase que el golpe no irá más allá, dada la enormidad temeraria de la iniciativa. Y se cometería un error aún más grave si se sostuviese que la cuestión finalmente se cerrará pronto como tantas otras similares. No es así. Está en curso una guerra. No precisamente contra la persona del Papa ya que, en este terreno, es imposible. Benedicto XVI ha sido convertido en invulnerable por su imagen, por su serenidad, su claridad, firmeza y doctrina. Basta su sonrisa mansa para desbaratar un ejército de adversarios.
No, la guerra es entre el laicismo y el cristianismo. Los laicistas saben bien que, si una mancha de fango llegase a la sotana blanca, se ensuciaría la Iglesia, y si fuera ensuciada la Iglesia lo sería también la religión cristiana. Por esto, los laicistas acompañan su campaña con preguntas del tipo «¿quién más llevará a sus hijos a la Iglesia?», o también «¿quién más mandará a sus chicos a una escuela católica?», o aún también «¿quién hará curar a sus pequeños en un hospital o una clínica católica?».
Hace pocos días una laicista ha dejado escapar la intención. Ha escrito: «La entidad de la difusión del abuso sexual de niños de parte de sacerdotes socava la misma legitimidad de la Iglesia católica como garante de la educación de los más pequeños». No importa que esta afirmación carezca de pruebas, porque se esconde cuidadosamente «la entidad de la difusión»: ¿uno por ciento de sacerdotes pedófilos?, ¿diez por ciento?, ¿todos? No importa ni siquiera que la afirmación carezca de lógica: bastaría sustituir «sacerdotes» con «maestros», o con «políticos», o con «periodistas» para «socavar la legitimidad» de la escuela pública, del parlamento o de la prensa. Lo que importa es la insinuación, a pesar de lo grosero del argumento: los sacerdotes son pedófilos, por tanto la Iglesia no tiene ninguna autoridad moral, por ende la educación católica es peligrosa, luego el cristianismo es un engaño y un peligro.
Esta guerra del laicismo contra el cristianismo es una batalla campal. Se debe retroceder en la memoria hasta el nazismo y el comunismo para encontrar una similar. Cambian los medios, pero el fin es el mismo: hoy como ayer, lo que es necesario es la destrucción de la religión. Entonces Europa, pagó a esta furia destructora, el precio de la propia libertad. Es increíble que, sobre todo Alemania, mientras se golpea continuamente el pecho por el recuerdo del precio que hizo pagar a toda Europa, hoy, que ha vuelto a ser democrática, olvide y no comprenda que la misma democracia se perdería si se aniquilase el cristianismo.
La destrucción de la religión comportó, en ese momento, la destrucción de la razón. Hoy no comportaría el triunfo de la razón laicista, sino que traería otra barbarie. En el plano ético, es la barbarie de quien asesina a un feto porque su vida dañaría la «salud psíquica» de la madre. De quien dice que un embrión es un «grumo de células» bueno para experimentos. De quien asesina a un anciano porque no tiene una familia que lo cuide.
De quien acelera el final de un hijo porque ya no está consciente y es incurable. De quien piensa que «progenitor A» y «progenitor B» es lo mismo que «padre» y «madre». De quien sostiene que la fe es como el coxis, un órgano que ya no participa en la evolución porque el hombre ya no tiene necesidad de la cola y se mantiene erguido por sí mismo.
O también, para considerar el lado político de la guerra de los laicistas al cristianismo, la barbarie será la destrucción de Europa. Porque, abatido el cristianismo, queda el multiculturalismo, que sostiene que cada grupo tiene derecho a la propia cultura. El relativismo, que piensa que cada cultura es tan buena como cualquier otra. El pacifismo que niega que exista el mal.
Esta guerra al cristianismo no sería tan peligrosa si los cristianos fuesen conscientes de ella. Sin embargo, muchos de ellos participan de esa incomprensión. Son esos teólogos frustrados por la supremacía intelectual de Benedicto XVI. Esos obispos equívocos que sostienen que entrar en compromisos con la modernidad es el mejor modo de actualizar el mensaje cristiano. Esos cardenales en crisis de fe que comienzan a insinuar que el celibato de los sacerdotes no es un dogma y que tal vez sería mejor volver a pensarlo. Esos intelectuales católicos apocados que piensan que existe una «cuestión femenina» dentro de la Iglesia y un problema no resuelto entre cristianismo y sexualidad. Esas conferencias episcopales que equivocan la realidad y, mientras auspician la política de las fronteras abiertas a todos, no tienen el coraje de denunciar las agresiones que los cristianos sufren y las humillaciones que son obligados a padecer por ser todos, indiscriminadamente, llevados al banquillo de los acusados. O también esos senadores que exhiben un ministro de exteriores homosexual mientras atacan al Papa sobre cada argumento ético, o esos que, nacidos en Occidente, piensan que el Occidente debe ser «laico», es decir, anticristiano.
La guerra de los laicistas continuará, entre otros motivos porque un Papa como Benedicto XVI, que sonríe pero no retrocede un milímetro, la alimenta. Pero si se comprende el por qué, entonces se asume la situación y no se espera el próximo golpe. Quien se limita solamente a solidarizarse con él es uno que ha entrado en el huerto de los olivos de noche y a escondidas o, tal vez, uno que no ha entendido qué hace allí.
***
Naturalmente, el hecho de que esta guerra exista, y de que el tema de la pederastia no sea para los laicistas más que un arma más, no quita ni un ápice de gravedad a los actos de abusos sexuales de sacerdotes, sean cuantos sean. Uno sería demasiado para una Iglesia que representa a Cristo en el mundo. Por desgracia, este desideratum es inalcanzable, pero la Iglesia debe luchar denodadamente por prevenir estos casos y, cuando se produzcan, denunciarlos sin miedo a la verdad. Sólo así podrá ganar esta guerra, que ya tiene ganada por la promesa de Cristo, sin perder a demasiados de sus hijos por el camino.
Publico a continuación la carta de Marcello Pera al Director del Corriere della Sera del 17 de Marzo del 2010
Marcello Pera es un filósofo y político italiano. Fue Presidente del Senado italiano desde el 2001 hasta el 2006. Es un intelectual comprometido desde una perspectiva humanista, con la lucha contra el relativismo posmoderno y el crisol indiferenciado de culturas. Hasta donde yo sé, es agnóstico, pero ve en la Iglesia y en la cultura católica el cimiento de la civilización occidental y el mejor aliado en su lucha contra ese relativismo y contra la disolución de occidente. De hecho, es amigo personal del Papa y ha escrito con él algún libro (cuando era el cardenal Ratzinger) y le ha prorrogado otros.
No estoy de acuerdo con todo lo que dice en esta carta, pero creo que merece la pena leerla.
***
Estimado director:
La cuestión de los sacerdotes pedófilos u homosexuales desencadenada últimamente en Alemania tiene como objetivo al Papa. Pero se cometería un grave error si se pensase que el golpe no irá más allá, dada la enormidad temeraria de la iniciativa. Y se cometería un error aún más grave si se sostuviese que la cuestión finalmente se cerrará pronto como tantas otras similares. No es así. Está en curso una guerra. No precisamente contra la persona del Papa ya que, en este terreno, es imposible. Benedicto XVI ha sido convertido en invulnerable por su imagen, por su serenidad, su claridad, firmeza y doctrina. Basta su sonrisa mansa para desbaratar un ejército de adversarios.
No, la guerra es entre el laicismo y el cristianismo. Los laicistas saben bien que, si una mancha de fango llegase a la sotana blanca, se ensuciaría la Iglesia, y si fuera ensuciada la Iglesia lo sería también la religión cristiana. Por esto, los laicistas acompañan su campaña con preguntas del tipo «¿quién más llevará a sus hijos a la Iglesia?», o también «¿quién más mandará a sus chicos a una escuela católica?», o aún también «¿quién hará curar a sus pequeños en un hospital o una clínica católica?».
Hace pocos días una laicista ha dejado escapar la intención. Ha escrito: «La entidad de la difusión del abuso sexual de niños de parte de sacerdotes socava la misma legitimidad de la Iglesia católica como garante de la educación de los más pequeños». No importa que esta afirmación carezca de pruebas, porque se esconde cuidadosamente «la entidad de la difusión»: ¿uno por ciento de sacerdotes pedófilos?, ¿diez por ciento?, ¿todos? No importa ni siquiera que la afirmación carezca de lógica: bastaría sustituir «sacerdotes» con «maestros», o con «políticos», o con «periodistas» para «socavar la legitimidad» de la escuela pública, del parlamento o de la prensa. Lo que importa es la insinuación, a pesar de lo grosero del argumento: los sacerdotes son pedófilos, por tanto la Iglesia no tiene ninguna autoridad moral, por ende la educación católica es peligrosa, luego el cristianismo es un engaño y un peligro.
Esta guerra del laicismo contra el cristianismo es una batalla campal. Se debe retroceder en la memoria hasta el nazismo y el comunismo para encontrar una similar. Cambian los medios, pero el fin es el mismo: hoy como ayer, lo que es necesario es la destrucción de la religión. Entonces Europa, pagó a esta furia destructora, el precio de la propia libertad. Es increíble que, sobre todo Alemania, mientras se golpea continuamente el pecho por el recuerdo del precio que hizo pagar a toda Europa, hoy, que ha vuelto a ser democrática, olvide y no comprenda que la misma democracia se perdería si se aniquilase el cristianismo.
La destrucción de la religión comportó, en ese momento, la destrucción de la razón. Hoy no comportaría el triunfo de la razón laicista, sino que traería otra barbarie. En el plano ético, es la barbarie de quien asesina a un feto porque su vida dañaría la «salud psíquica» de la madre. De quien dice que un embrión es un «grumo de células» bueno para experimentos. De quien asesina a un anciano porque no tiene una familia que lo cuide.
De quien acelera el final de un hijo porque ya no está consciente y es incurable. De quien piensa que «progenitor A» y «progenitor B» es lo mismo que «padre» y «madre». De quien sostiene que la fe es como el coxis, un órgano que ya no participa en la evolución porque el hombre ya no tiene necesidad de la cola y se mantiene erguido por sí mismo.
O también, para considerar el lado político de la guerra de los laicistas al cristianismo, la barbarie será la destrucción de Europa. Porque, abatido el cristianismo, queda el multiculturalismo, que sostiene que cada grupo tiene derecho a la propia cultura. El relativismo, que piensa que cada cultura es tan buena como cualquier otra. El pacifismo que niega que exista el mal.
Esta guerra al cristianismo no sería tan peligrosa si los cristianos fuesen conscientes de ella. Sin embargo, muchos de ellos participan de esa incomprensión. Son esos teólogos frustrados por la supremacía intelectual de Benedicto XVI. Esos obispos equívocos que sostienen que entrar en compromisos con la modernidad es el mejor modo de actualizar el mensaje cristiano. Esos cardenales en crisis de fe que comienzan a insinuar que el celibato de los sacerdotes no es un dogma y que tal vez sería mejor volver a pensarlo. Esos intelectuales católicos apocados que piensan que existe una «cuestión femenina» dentro de la Iglesia y un problema no resuelto entre cristianismo y sexualidad. Esas conferencias episcopales que equivocan la realidad y, mientras auspician la política de las fronteras abiertas a todos, no tienen el coraje de denunciar las agresiones que los cristianos sufren y las humillaciones que son obligados a padecer por ser todos, indiscriminadamente, llevados al banquillo de los acusados. O también esos senadores que exhiben un ministro de exteriores homosexual mientras atacan al Papa sobre cada argumento ético, o esos que, nacidos en Occidente, piensan que el Occidente debe ser «laico», es decir, anticristiano.
La guerra de los laicistas continuará, entre otros motivos porque un Papa como Benedicto XVI, que sonríe pero no retrocede un milímetro, la alimenta. Pero si se comprende el por qué, entonces se asume la situación y no se espera el próximo golpe. Quien se limita solamente a solidarizarse con él es uno que ha entrado en el huerto de los olivos de noche y a escondidas o, tal vez, uno que no ha entendido qué hace allí.
***
Naturalmente, el hecho de que esta guerra exista, y de que el tema de la pederastia no sea para los laicistas más que un arma más, no quita ni un ápice de gravedad a los actos de abusos sexuales de sacerdotes, sean cuantos sean. Uno sería demasiado para una Iglesia que representa a Cristo en el mundo. Por desgracia, este desideratum es inalcanzable, pero la Iglesia debe luchar denodadamente por prevenir estos casos y, cuando se produzcan, denunciarlos sin miedo a la verdad. Sólo así podrá ganar esta guerra, que ya tiene ganada por la promesa de Cristo, sin perder a demasiados de sus hijos por el camino.
8 de mayo de 2010
La fe en Cristo VIII La religión del escándalo
Tomás Alfaro Drake
El 28 de Marzo publiqué "La fe en Cristo VII; ¿Cristo sí, Iglesia no?". Interrumpí la serie para abordar el tema candente de los casos de pederastia entre algunos sacerdotes. Seguiré con este tema en sucesivas entradas, pero no quiero dejar para más tarde la publicación de la última entrega de esa serie. Ahí va:
Al final de este recorrido para sopesar con la razón lo que las creencias cristianas y la Revelación nos dicen, seguramente nos asalte una duda. Es cierto que cada paso dado, de la mano de la razón, nos hace ver que es lo más razonable creer que Jesucristo es Dios encarnado, tal y como nos lo presentan los evangelios. Pero el final del camino, si se toma en serio el punto de llegada, da vértigo. Dios, el Todopoderoso, el Altísimo, creador del inmenso universo, ¿se ha encarnado realmente en una mujer? ¿Realmente se ha hecho hombre por amor al género humano, por amor a mí? Un ateo recalcitrante, Jean Paul Sartre, lo explica tal vez mejor que muchos creyentes:
“¡Un Dios transformarse en hombre! ¡Que idiotez! No veo qué podría tentarle en nuestra condición humana. Los dioses viven en el cielo, ocupados en gozar de ellos mismos. Y si decidiesen descender entre nosotros, lo harían bajo alguna forma brillante y fugaz, como una nube púrpura o un relámpago. ¿Se cambiaría un Dios en hombre? El todopoderoso, en el seno de su gloria, ¿contemplaría a estas pulgas que pululan sobre la vieja costra de la tierra y que se revuelcan en sus excrementos y diría: quiero ser uno de esos gusanos? No me hagas reír. ¿Un Dios rebajarse a nacer, a vivir nueve meses como una fresa de sangre? [...]. Si un Dios se hubiese hecho hombre por mí, le amaría con exclusión de todos los demás, habría como un lazo de sangre entre él y yo y no tendría suficiente vida para demostrarle mi agradecimiento ”.
Esa es la contradicción. La razón acepta cada paso, pero el conjunto, el camino total la excede. Porque el razonamiento la lleva a encontrarse de manos a boca con el misterio. El misterio no es algo irracional, que va contra la razón. Es algo suprarracional, que supera la razón. Y si, tras la Encarnación de Dios –no una encarnación en alguien glorioso, sino en un niño pobre de un país remoto y marginal–, nos enfrentamos con la pasión, el vértigo se centuplica. Dios, no sólo no viene bajo alguna forma brillante y fugaz, como una nube púrpura o un relámpago, sino que viene en la pobreza, para vivir una vida dura de hombre y morir ajusticiado. El misterio último es, ¿por qué? ¿Por qué un Dios haría eso por estas pulgas que pululan sobre la vieja costra de la tierra y que se revuelcan en sus excrementos y diría: quiero ser uno de esos gusanos? Y ese misterio sólo tiene una respuesta: el amor. El misterio, aunque sea el final de un razonamiento lógico, no se puede comprender desde la lógica, sólo se puede contemplar con asombro. Einstein –que no era ateo sino un deísta asombrado–, que se acercó al borde del misterio del universo, nos lo explica:
“La experiencia más bella que podemos tener es sentir el misterio [...] En esa emoción fundamental se han basado el verdadero arte y la verdadera ciencia [...] Esa experiencia engendró también la religión [...] percibir que tras lo que podemos experimentar se oculta algo inalcanzable a nuestro espíritu, la razón más profunda y la belleza más radical, que sólo son accesibles de modo indirecto –ese conocimiento y esa emoción es la verdadera religiosidad”.
En esto, tal vez, nos ganen los ateos. El ateo no cree. Para él, creer es escandaloso. Pero si creyese, sentiría ese asombro reverente que tan bien nos describe Sartre. Algunos hasta sienten la nostalgia de la fe. Los creyentes, en cambio, hemos intentado, demasiado a menudo, domesticar el misterio, hacerlo pequeño, a nuestra medida. A fuerza de costumbre nos parece natural, lo vemos como algo monótono y cotidiano que hemos aprendido de memoria desde pequeños, no nos produce escándalo. Ya no es misterio y no nos produce el sobrecogimiento que le producía a Einstein ni el asombro que nos cuenta Sartre. Casi casi, nos hemos acostumbrado a menospreciarlo. No estaría de más que de vez en cuando nos dijésemos, como Sartre: “¡Un Dios transformarse en hombre! ¡Que idiotez!” o “No me hagas reír. ¿Un Dios rebajarse a nacer, a vivir nueve meses como una fresa de sangre?”. Nosotros no. Y eso que nuestros motivos de asombro son muchos más, pero nos hemos blindado contra él. ¿Un Dios que ha vivido una vida como la nuestra? ¿Qué ha tenido las frustraciones que hayamos podido tener nosotros? ¿Que ha tenido miedos y angustias como los nuestros? ¿Que ha sentido la soledad, el abandono, el desprecio? ¿Que se ha dejado torturar para que podamos, tú y yo, unir nuestro sufrimiento al suyo? ¿Que ha sentido nuestras propias angustias, miedos y sufrimientos? ¡Venga ya! Y no acaban ahí nuestros motivos de asombro: ¿Un Dios que ha querido quedarse en medio de nosotros bajo la apariencia de pan y vino? ¿Qué ha dado poder a algunos hombres, para que le ordenen venir indefenso a la tierra? ¿Qué nos perdona siempre e incondicionalmente con sólo arrepentirnos de nuestros pecados ante un hombre pecador y miserable como nosotros? ¿Un Dios al que podemos rezar sabiendo que nos escucha y nos consuela? Deberíamos escandalizarnos cada día y, tras el escándalo, tras el vértigo, poder volver a recorrer hasta el misterio el camino de la razón iluminado por una fe sobrenatural y poder decir, desde le libertad, llenos de asombro: ¡Señor mío y Dios mío! Entonces le podríamos amar como dice Sartre que le amaría si creyese en Él, con exclusión de todos los demás dioses de todos los ídolos que reclaman nuestro amor. Entonces podríamos dejarle crear ese lazo de sangre entre él y nosotros. Entonces nos daríamos cuenta de que no tenemos suficiente vida para demostrarle nuestro agradecimiento, de que aunque le diésemos hasta el último aliento, hasta la última gota de nuestra sangre, no podríamos comprar ni una gota de la suya. Entonces apreciaríamos que nos la ha dado toda gratis, que nos ha comprado con ella, que se la ha dado al demonio, junto con la última gota de agua, a cambio de nuestra salvación. Entonces iríamos siempre que pudiéramos a contemplarle en la Eucaristía, meditaríamos todos los días su Palabra, esperaríamos con impaciencia la hora del día en que nos acercásemos a Él para recibirle dentro de nosotros, iríamos a abrazarle cada vez que tuviésemos hacia Él el más mínimo desprecio, haríamos un hueco en nuestras actividades para estar a solas un rato con Él, en su Presencia, pondríamos en sus manos todos nuestros anhelos, nuestros miedos, nuestras esperanzas. Pero los cristianos de cuna –como nos llaman en América a los que “nos lo sabemos todo” sobre Dios desde pequeños– en vez de asombrarnos, frecuentemente pagamos todos esos cuidados escandalosos de Dios hacia nosotros con la indiferencia y el desamor. ¿Cómo van a creer los ateos si ven que los creyentes, que decimos creer eso que algunos de ellos anhelan, somos tibios, mediocres, apáticos y no tenemos ilusión ni convencimiento? ¡Dios, cómo me gustaría ser ateo cada día por un momento! Poder así convertirme cada día y poder sentir fresca, recién estrenada, tierna y cálida, como un pan recién salido del horno, la alegría y el asombro de saberme salvado, amado, deseado, esperado, abrazado. No por mí, ni por mis méritos, ni por lo que hago o me gano con mi esfuerzo –¿qué podría hacer yo pulga que pululo sobre la vieja costra de la tierra, para ganarme todo esto?– sino gratis, completamente gratis, simplemente por ser hijo de ese Dios que ha creado todo para mí. Como me gustaría vivir en esa nube de resplandor que te envuelve y en la que sólo hay luz que ilumina y ciega al tiempo, respirar esa presencia que te empapa y hace que te rebosen las lágrimas de alegría. Como me gustaría emborracharme cada día de ese amor, dejarme cubrir por él, sumergirme en él. ¿Qué me importarían entonces todos los cuidados de este mundo? ¿Cómo podrían entonces engañarnos nuestras falsas seguridades, por las que nos dejamos la vida para que luego nos abandonen? Líbranos, Señor, de esta fe raquítica que nos hemos fabricado, de este miserable ídolo que hemos hecho de ti. Haznos sentir cada día el escándalo de ese amor tuyo increíble. Muéstranos al fin tu Rostro, haz que brille sobre nosotros. Rescátanos del tedio de hacerte mezquino, a nuestra medida, deja que nos abrumemos por tu grandeza disfrazada de pequeñez. Rescátanos de la indiferencia y el desamor de la costumbre. Déjanos contemplar el misterio de tu amor. Inúndanos, llénanos, disuélvenos, aligéranos, elévanos, tómanos, poséenos, transfórmanos, emborráchanos, abrásanos, purifícanos.
Amén.
El 28 de Marzo publiqué "La fe en Cristo VII; ¿Cristo sí, Iglesia no?". Interrumpí la serie para abordar el tema candente de los casos de pederastia entre algunos sacerdotes. Seguiré con este tema en sucesivas entradas, pero no quiero dejar para más tarde la publicación de la última entrega de esa serie. Ahí va:
Al final de este recorrido para sopesar con la razón lo que las creencias cristianas y la Revelación nos dicen, seguramente nos asalte una duda. Es cierto que cada paso dado, de la mano de la razón, nos hace ver que es lo más razonable creer que Jesucristo es Dios encarnado, tal y como nos lo presentan los evangelios. Pero el final del camino, si se toma en serio el punto de llegada, da vértigo. Dios, el Todopoderoso, el Altísimo, creador del inmenso universo, ¿se ha encarnado realmente en una mujer? ¿Realmente se ha hecho hombre por amor al género humano, por amor a mí? Un ateo recalcitrante, Jean Paul Sartre, lo explica tal vez mejor que muchos creyentes:
“¡Un Dios transformarse en hombre! ¡Que idiotez! No veo qué podría tentarle en nuestra condición humana. Los dioses viven en el cielo, ocupados en gozar de ellos mismos. Y si decidiesen descender entre nosotros, lo harían bajo alguna forma brillante y fugaz, como una nube púrpura o un relámpago. ¿Se cambiaría un Dios en hombre? El todopoderoso, en el seno de su gloria, ¿contemplaría a estas pulgas que pululan sobre la vieja costra de la tierra y que se revuelcan en sus excrementos y diría: quiero ser uno de esos gusanos? No me hagas reír. ¿Un Dios rebajarse a nacer, a vivir nueve meses como una fresa de sangre? [...]. Si un Dios se hubiese hecho hombre por mí, le amaría con exclusión de todos los demás, habría como un lazo de sangre entre él y yo y no tendría suficiente vida para demostrarle mi agradecimiento ”.
Esa es la contradicción. La razón acepta cada paso, pero el conjunto, el camino total la excede. Porque el razonamiento la lleva a encontrarse de manos a boca con el misterio. El misterio no es algo irracional, que va contra la razón. Es algo suprarracional, que supera la razón. Y si, tras la Encarnación de Dios –no una encarnación en alguien glorioso, sino en un niño pobre de un país remoto y marginal–, nos enfrentamos con la pasión, el vértigo se centuplica. Dios, no sólo no viene bajo alguna forma brillante y fugaz, como una nube púrpura o un relámpago, sino que viene en la pobreza, para vivir una vida dura de hombre y morir ajusticiado. El misterio último es, ¿por qué? ¿Por qué un Dios haría eso por estas pulgas que pululan sobre la vieja costra de la tierra y que se revuelcan en sus excrementos y diría: quiero ser uno de esos gusanos? Y ese misterio sólo tiene una respuesta: el amor. El misterio, aunque sea el final de un razonamiento lógico, no se puede comprender desde la lógica, sólo se puede contemplar con asombro. Einstein –que no era ateo sino un deísta asombrado–, que se acercó al borde del misterio del universo, nos lo explica:
“La experiencia más bella que podemos tener es sentir el misterio [...] En esa emoción fundamental se han basado el verdadero arte y la verdadera ciencia [...] Esa experiencia engendró también la religión [...] percibir que tras lo que podemos experimentar se oculta algo inalcanzable a nuestro espíritu, la razón más profunda y la belleza más radical, que sólo son accesibles de modo indirecto –ese conocimiento y esa emoción es la verdadera religiosidad”.
En esto, tal vez, nos ganen los ateos. El ateo no cree. Para él, creer es escandaloso. Pero si creyese, sentiría ese asombro reverente que tan bien nos describe Sartre. Algunos hasta sienten la nostalgia de la fe. Los creyentes, en cambio, hemos intentado, demasiado a menudo, domesticar el misterio, hacerlo pequeño, a nuestra medida. A fuerza de costumbre nos parece natural, lo vemos como algo monótono y cotidiano que hemos aprendido de memoria desde pequeños, no nos produce escándalo. Ya no es misterio y no nos produce el sobrecogimiento que le producía a Einstein ni el asombro que nos cuenta Sartre. Casi casi, nos hemos acostumbrado a menospreciarlo. No estaría de más que de vez en cuando nos dijésemos, como Sartre: “¡Un Dios transformarse en hombre! ¡Que idiotez!” o “No me hagas reír. ¿Un Dios rebajarse a nacer, a vivir nueve meses como una fresa de sangre?”. Nosotros no. Y eso que nuestros motivos de asombro son muchos más, pero nos hemos blindado contra él. ¿Un Dios que ha vivido una vida como la nuestra? ¿Qué ha tenido las frustraciones que hayamos podido tener nosotros? ¿Que ha tenido miedos y angustias como los nuestros? ¿Que ha sentido la soledad, el abandono, el desprecio? ¿Que se ha dejado torturar para que podamos, tú y yo, unir nuestro sufrimiento al suyo? ¿Que ha sentido nuestras propias angustias, miedos y sufrimientos? ¡Venga ya! Y no acaban ahí nuestros motivos de asombro: ¿Un Dios que ha querido quedarse en medio de nosotros bajo la apariencia de pan y vino? ¿Qué ha dado poder a algunos hombres, para que le ordenen venir indefenso a la tierra? ¿Qué nos perdona siempre e incondicionalmente con sólo arrepentirnos de nuestros pecados ante un hombre pecador y miserable como nosotros? ¿Un Dios al que podemos rezar sabiendo que nos escucha y nos consuela? Deberíamos escandalizarnos cada día y, tras el escándalo, tras el vértigo, poder volver a recorrer hasta el misterio el camino de la razón iluminado por una fe sobrenatural y poder decir, desde le libertad, llenos de asombro: ¡Señor mío y Dios mío! Entonces le podríamos amar como dice Sartre que le amaría si creyese en Él, con exclusión de todos los demás dioses de todos los ídolos que reclaman nuestro amor. Entonces podríamos dejarle crear ese lazo de sangre entre él y nosotros. Entonces nos daríamos cuenta de que no tenemos suficiente vida para demostrarle nuestro agradecimiento, de que aunque le diésemos hasta el último aliento, hasta la última gota de nuestra sangre, no podríamos comprar ni una gota de la suya. Entonces apreciaríamos que nos la ha dado toda gratis, que nos ha comprado con ella, que se la ha dado al demonio, junto con la última gota de agua, a cambio de nuestra salvación. Entonces iríamos siempre que pudiéramos a contemplarle en la Eucaristía, meditaríamos todos los días su Palabra, esperaríamos con impaciencia la hora del día en que nos acercásemos a Él para recibirle dentro de nosotros, iríamos a abrazarle cada vez que tuviésemos hacia Él el más mínimo desprecio, haríamos un hueco en nuestras actividades para estar a solas un rato con Él, en su Presencia, pondríamos en sus manos todos nuestros anhelos, nuestros miedos, nuestras esperanzas. Pero los cristianos de cuna –como nos llaman en América a los que “nos lo sabemos todo” sobre Dios desde pequeños– en vez de asombrarnos, frecuentemente pagamos todos esos cuidados escandalosos de Dios hacia nosotros con la indiferencia y el desamor. ¿Cómo van a creer los ateos si ven que los creyentes, que decimos creer eso que algunos de ellos anhelan, somos tibios, mediocres, apáticos y no tenemos ilusión ni convencimiento? ¡Dios, cómo me gustaría ser ateo cada día por un momento! Poder así convertirme cada día y poder sentir fresca, recién estrenada, tierna y cálida, como un pan recién salido del horno, la alegría y el asombro de saberme salvado, amado, deseado, esperado, abrazado. No por mí, ni por mis méritos, ni por lo que hago o me gano con mi esfuerzo –¿qué podría hacer yo pulga que pululo sobre la vieja costra de la tierra, para ganarme todo esto?– sino gratis, completamente gratis, simplemente por ser hijo de ese Dios que ha creado todo para mí. Como me gustaría vivir en esa nube de resplandor que te envuelve y en la que sólo hay luz que ilumina y ciega al tiempo, respirar esa presencia que te empapa y hace que te rebosen las lágrimas de alegría. Como me gustaría emborracharme cada día de ese amor, dejarme cubrir por él, sumergirme en él. ¿Qué me importarían entonces todos los cuidados de este mundo? ¿Cómo podrían entonces engañarnos nuestras falsas seguridades, por las que nos dejamos la vida para que luego nos abandonen? Líbranos, Señor, de esta fe raquítica que nos hemos fabricado, de este miserable ídolo que hemos hecho de ti. Haznos sentir cada día el escándalo de ese amor tuyo increíble. Muéstranos al fin tu Rostro, haz que brille sobre nosotros. Rescátanos del tedio de hacerte mezquino, a nuestra medida, deja que nos abrumemos por tu grandeza disfrazada de pequeñez. Rescátanos de la indiferencia y el desamor de la costumbre. Déjanos contemplar el misterio de tu amor. Inúndanos, llénanos, disuélvenos, aligéranos, elévanos, tómanos, poséenos, transfórmanos, emborráchanos, abrásanos, purifícanos.
Amén.
5 de mayo de 2010
La Iglesia y la pederastia V
Tomás Alfaro Drake
Publico hoy, todavía bajo el epígrafe de la Iglesia y la pederastia, un artículo aparecido en el diario digital italiano la repubblica el 19 de Abril del 2010
Heridos, volvamos a Cristo
19/04/2010 – EDITORIAL La Repubblica, 4 de abril de 2010
Nunca habíamos sentido tanto desconcierto como el que nos provoca a todos el dolorosísimo caso de la pedofilia. Desconcierto por nuestra incapacidad para responder a la exigencia de justicia que aflora desde lo hondo del corazón.
Exigir responsabilidades, pedir que se reconozca el mal cometido, recriminar el modo en el que se ha llevado adelante el asunto, todo parece insuficiente frente a este mar de mal. Parece que nada basta. Por ello, se entienden las reacciones irritadas que hemos visto estos días.
Todo ello ha servido para presentar ante nuestros ojos cuál es la naturaleza de nuestra exigencia de justicia. No tiene fronteras. No tiene fondo. Es tan profunda como la herida.
Tan infinita que no puede ser colmada. Por eso es comprensible, aun después de haber reconocido los errores, el sufrimiento impaciente de las víctimas, e incluso la desilusión: nada basta para satisfacer su sed de justicia. Es como si estuviéramos tocando un drama sin fondo.
Desde este punto de vista, paradójicamente los autores de los abusos se encuentran ante un reto semejante al de las víctimas: nada es suficiente para reparar el mal cometido. Esto no quiere decir que se les exima de sus responsabilidades, y menos aún de la condena que la justicia pueda imponerles.
Si esta es la situación, la cuestión más candente –que nadie puede evitar– es tan simple como inexorable: “¿Quid animo satis?”. ¿Qué puede saciar nuestra sed de justicia? En este punto llegamos a experimentar de forma muy concreta nuestra incapacidad, genialmente expresada en el Brand de Ibsen: «Dios mío, respóndeme en esta hora en que la muerte me engulle: ¿no basta entonces toda la voluntad de un hombre para conseguir una mínima parte de la salvación?». O dicho de otro modo: ¿Acaso puede toda la voluntad del hombre realizar la justicia que tanto deseamos?
Por esto, incluso los más exigentes, los más ávidos de justicia, no serán leales hasta el fondo de sí mismos con esta exigencia de justicia, si no miran de frente su propia incapacidad, que es la de todos. Si esto no sucediese sucumbiríamos a una injusticia aún más grave, a un verdadero “asesinato” de lo humano, pues para poder seguir pidiendo a gritos justicia, según nuestra medida, deberíamos hacer callar la voz de nuestro corazón. Olvidando a las víctimas y abandonándolas a su drama.
El Papa, con su audacia que desarma, paradójicamente, no ha sucumbido a esta reducción de la justicia que la identifica con cualquier medida. Por una parte, ha reconocido sin vacilaciones el mal cometido por sacerdotes y religiosos, les ha exhortado a que asuman sus responsabilidades, ha condenado el modo erróneo de gestionar el caso por el miedo que algunos obispos han tenido al escándalo, ha expresado todo el desconcierto que sentía por los hechos y ha tomado las medidas necesarias para evitar que se repitan.
Pero, por otra parte, Benedicto XVI es bien consciente de que esto no es suficiente para responder a las exigencias de justicia por el daño inflingido: «sé que nada puede borrar el mal que habéis sufrido. Vuestra confianza ha sido traicionada y violada vuestra dignidad». Así como tampoco el hecho de cumplir las condenas, o el arrepentimiento y la penitencia de los autores de los abusos nunca serán suficientes para reparar el daño causado a las víctimas y a ellos mismos.
El único modo de salvar –para considerarla y tomársela en serio– toda esta exigencia de justicia es reconocer la verdadera naturaleza de nuestra necesidad, de nuestro drama. «La exigencia de justicia es una petición que se identifica con el hombre, con la persona. Sin la perspectiva de un más allá, de una respuesta que está más allá de las modalidades existenciales experimentables, la justicia es imposible… Si fuera eliminada la hipótesis de un más allá, esa exigencia sería innaturalmente sofocada» (Luigi Giussani). ¿Y cómo la ha salvado el Papa? Acudiendo al único que la puede salvar. A Alguien que hace presente el más allá en el más acá: Cristo, el Misterio hecho carne. «Él mismo víctima de la injusticia y el pecado. Como vosotros, Él lleva aún las heridas de su sufrimiento injusto. Él comprende la profundidad de vuestro dolor y la persistencia de su efecto en vuestras vidas y vuestras relaciones con los demás, incluyendo vuestra relación con la Iglesia».
Acudir a Cristo, por tanto, no es buscar un subterfugio para escapar de las exigencias de la justicia, sino el único modo para realizarla. El Papa acude a Cristo, evitando un escollo verdaderamente insidioso: el de separar a Cristo de la Iglesia porque ésta tendría demasiada porquería para poder comunicarlo. La tentación protestante siempre está al acecho. Hubiera sido muy fácil, pero a un precio demasiado alto: perder a Cristo. Porque, recuerda el Papa, «en la comunión de la Iglesia nos encontramos con la persona de Jesucristo». Por eso, consciente de la dificultad de las víctimas y de los culpables para «perdonar o reconciliarse con la Iglesia», se atreve a rezar para que, acercándose a Cristo y participando en la vida de la Iglesia, puedan «llegar a redescubrir el infinito amor de Cristo por cada uno de vosotros», el único capaz de sanar sus heridas y de reconstruir su vida.
Todos, incapaces de encontrar una respuesta para nuestros pecados y los pecados de los otros, estamos ante este desafío: aceptar nuestra participación en la Pascua que celebramos en estos días, el único camino para que vuelva a florecer la esperanza.
No me resisto a insertar aquí algunos párrafos entresacados de la encíclica "Spe salvi". de Benedicto XVI:
El ateísmo de los siglos XIX y XX, por sus raíces y finalidad, es un moralismo, una protesta contra las injusticias del mundo y de la historia universal. Un mundo en el que hay tanta injusticia, tanto sufrimiento de los inocentes y tanto cinismo del poder, no puede ser obra de un Dios bueno. El Dios que tuviera la responsabilidad de un mundo así no sería un Dios justo y menos aún un Dios bueno. Hay que contestar a este Dios precisamente en nombre de la moral. Y puesto que no hay un Dios que crea justicia, parece que ahora es el hombre mismo quien está llamado a establecer la justicia. Ahora bien, si ante el sufrimiento de este mundo es comprensible la protesta contra Dios, la pretensión de que la humanidad pueda y deba hacer lo que ningún Dios hace ni es capaz de hacer, es presuntuosa e intrínsecamente falsa. Si de esta premisa se han derivado las más grandes crueldades y violaciones de la justicia, no es fruto de la casualidad, sino que se funda en la falsedad intrínseca de esta pretensión. Un mundo que tiene que crear su justicia por sí mismo es un mundo sin esperanza. Nadie ni nada responde del sufrimiento de los siglos. Nadie ni nada garantiza que el cinismo del poder –bajo cualquier seductor revestimiento ideológico que se presente– no siga mangoneando en el mundo. [...] Pero esto significaría –expresado en símbolos positivos y, por tanto, para él inapropiados– que no puede haber justicia sin resurrección de los muertos. Pero una tal perspectiva comportaría « la resurrección de la carne. [...] Dios mismo se ha dado una «imagen»: en el Cristo que se ha hecho hombre. En Él, el Crucificado, se lleva al extremo la negación de las falsas imágenes de Dios. Ahora Dios revela su rostro precisamente en la figura del que sufre y comparte la condición del hombre abandonado por Dios, tomándola consigo. Este inocente que sufre se ha convertido en esperanza-certeza: Dios existe, y Dios sabe crear la justicia de un modo que nosotros no somos capaces de concebir y que, sin embargo, podemos intuir en la fe. Sí, existe la resurrección de la carne. Existe una justicia. Existe la «revocación» del sufrimiento pasado, la reparación que restablece el derecho. Por eso la fe en el Juicio final es ante todo y sobre todo esperanza, esa esperanza cuya necesidad se ha hecho evidente precisamente en las convulsiones de los últimos siglos. Estoy convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna. La necesidad meramente individual de una satisfacción plena que se nos niega en esta vida, de la inmortalidad del amor que esperamos, es ciertamente un motivo importante para creer que el hombre esté hecho para la eternidad; pero sólo en relación con el reconocimiento de que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto, llega a ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida nueva. [...] La protesta contra Dios en nombre de la justicia no vale. Un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza. Sólo Dios puede crear justicia. Y la fe nos da esta certeza: Él lo hace. La imagen del Juicio final no es en primer lugar una imagen terrorífica, sino una imagen de esperanza; quizás la imagen decisiva para nosotros de la esperanza. [...] Yo diría: es una imagen que exige la responsabilidad. [...] Dios es justicia y crea justicia. Éste es nuestro consuelo y nuestra esperanza. Pero en su justicia está también la gracia. Esto lo descubrimos dirigiendo la mirada hacia el Cristo crucificado y resucitado. Ambas –justicia y gracia– han de ser vistas en su justa relación interior. La gracia no excluye la justicia. No convierte la injusticia en derecho. No es un cepillo que borra todo, de modo que cuanto se ha hecho en la tierra acabe por tener siempre igual valor. [...] El Juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque es gracia. Si fuera solamente gracia que convierte en irrelevante todo lo que es terrenal, Dios seguiría debiéndonos aún la respuesta a la pregunta sobre la justicia, una pregunta decisiva para nosotros ante la historia y ante Dios mismo. Si fuera pura justicia, podría ser al final sólo un motivo de temor para todos nosotros. La encarnación de Dios en Cristo ha unido uno con otra –juicio y gracia– de tal modo que la justicia se establece con firmeza: todos nosotros esperamos nuestra salvación « con temor y temblor » [...] Nuestras existencias están en profunda comunión entre sí, entrelazadas unas con otras a través de múltiples interacciones. Nadie vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se salva solo. En mi vida entra continuamente la de los otros: en lo que pienso, digo, me ocupo o hago. Y viceversa, mi vida entra en la vida de los demás, tanto en el bien como en el mal. Así, mi intercesión en modo alguno es algo ajeno para el otro, algo externo, ni siquiera después de la muerte. En el entramado del ser, mi gratitud para con él, mi oración por él, puede significar una pequeña etapa de su purificación. [...] Nunca es demasiado tarde para tocar el corazón del otro y nunca es inútil. Así se aclara aún más un elemento importante del concepto cristiano de esperanza.
Publico hoy, todavía bajo el epígrafe de la Iglesia y la pederastia, un artículo aparecido en el diario digital italiano la repubblica el 19 de Abril del 2010
Heridos, volvamos a Cristo
19/04/2010 – EDITORIAL La Repubblica, 4 de abril de 2010
Nunca habíamos sentido tanto desconcierto como el que nos provoca a todos el dolorosísimo caso de la pedofilia. Desconcierto por nuestra incapacidad para responder a la exigencia de justicia que aflora desde lo hondo del corazón.
Exigir responsabilidades, pedir que se reconozca el mal cometido, recriminar el modo en el que se ha llevado adelante el asunto, todo parece insuficiente frente a este mar de mal. Parece que nada basta. Por ello, se entienden las reacciones irritadas que hemos visto estos días.
Todo ello ha servido para presentar ante nuestros ojos cuál es la naturaleza de nuestra exigencia de justicia. No tiene fronteras. No tiene fondo. Es tan profunda como la herida.
Tan infinita que no puede ser colmada. Por eso es comprensible, aun después de haber reconocido los errores, el sufrimiento impaciente de las víctimas, e incluso la desilusión: nada basta para satisfacer su sed de justicia. Es como si estuviéramos tocando un drama sin fondo.
Desde este punto de vista, paradójicamente los autores de los abusos se encuentran ante un reto semejante al de las víctimas: nada es suficiente para reparar el mal cometido. Esto no quiere decir que se les exima de sus responsabilidades, y menos aún de la condena que la justicia pueda imponerles.
Si esta es la situación, la cuestión más candente –que nadie puede evitar– es tan simple como inexorable: “¿Quid animo satis?”. ¿Qué puede saciar nuestra sed de justicia? En este punto llegamos a experimentar de forma muy concreta nuestra incapacidad, genialmente expresada en el Brand de Ibsen: «Dios mío, respóndeme en esta hora en que la muerte me engulle: ¿no basta entonces toda la voluntad de un hombre para conseguir una mínima parte de la salvación?». O dicho de otro modo: ¿Acaso puede toda la voluntad del hombre realizar la justicia que tanto deseamos?
Por esto, incluso los más exigentes, los más ávidos de justicia, no serán leales hasta el fondo de sí mismos con esta exigencia de justicia, si no miran de frente su propia incapacidad, que es la de todos. Si esto no sucediese sucumbiríamos a una injusticia aún más grave, a un verdadero “asesinato” de lo humano, pues para poder seguir pidiendo a gritos justicia, según nuestra medida, deberíamos hacer callar la voz de nuestro corazón. Olvidando a las víctimas y abandonándolas a su drama.
El Papa, con su audacia que desarma, paradójicamente, no ha sucumbido a esta reducción de la justicia que la identifica con cualquier medida. Por una parte, ha reconocido sin vacilaciones el mal cometido por sacerdotes y religiosos, les ha exhortado a que asuman sus responsabilidades, ha condenado el modo erróneo de gestionar el caso por el miedo que algunos obispos han tenido al escándalo, ha expresado todo el desconcierto que sentía por los hechos y ha tomado las medidas necesarias para evitar que se repitan.
Pero, por otra parte, Benedicto XVI es bien consciente de que esto no es suficiente para responder a las exigencias de justicia por el daño inflingido: «sé que nada puede borrar el mal que habéis sufrido. Vuestra confianza ha sido traicionada y violada vuestra dignidad». Así como tampoco el hecho de cumplir las condenas, o el arrepentimiento y la penitencia de los autores de los abusos nunca serán suficientes para reparar el daño causado a las víctimas y a ellos mismos.
El único modo de salvar –para considerarla y tomársela en serio– toda esta exigencia de justicia es reconocer la verdadera naturaleza de nuestra necesidad, de nuestro drama. «La exigencia de justicia es una petición que se identifica con el hombre, con la persona. Sin la perspectiva de un más allá, de una respuesta que está más allá de las modalidades existenciales experimentables, la justicia es imposible… Si fuera eliminada la hipótesis de un más allá, esa exigencia sería innaturalmente sofocada» (Luigi Giussani). ¿Y cómo la ha salvado el Papa? Acudiendo al único que la puede salvar. A Alguien que hace presente el más allá en el más acá: Cristo, el Misterio hecho carne. «Él mismo víctima de la injusticia y el pecado. Como vosotros, Él lleva aún las heridas de su sufrimiento injusto. Él comprende la profundidad de vuestro dolor y la persistencia de su efecto en vuestras vidas y vuestras relaciones con los demás, incluyendo vuestra relación con la Iglesia».
Acudir a Cristo, por tanto, no es buscar un subterfugio para escapar de las exigencias de la justicia, sino el único modo para realizarla. El Papa acude a Cristo, evitando un escollo verdaderamente insidioso: el de separar a Cristo de la Iglesia porque ésta tendría demasiada porquería para poder comunicarlo. La tentación protestante siempre está al acecho. Hubiera sido muy fácil, pero a un precio demasiado alto: perder a Cristo. Porque, recuerda el Papa, «en la comunión de la Iglesia nos encontramos con la persona de Jesucristo». Por eso, consciente de la dificultad de las víctimas y de los culpables para «perdonar o reconciliarse con la Iglesia», se atreve a rezar para que, acercándose a Cristo y participando en la vida de la Iglesia, puedan «llegar a redescubrir el infinito amor de Cristo por cada uno de vosotros», el único capaz de sanar sus heridas y de reconstruir su vida.
Todos, incapaces de encontrar una respuesta para nuestros pecados y los pecados de los otros, estamos ante este desafío: aceptar nuestra participación en la Pascua que celebramos en estos días, el único camino para que vuelva a florecer la esperanza.
No me resisto a insertar aquí algunos párrafos entresacados de la encíclica "Spe salvi". de Benedicto XVI:
El ateísmo de los siglos XIX y XX, por sus raíces y finalidad, es un moralismo, una protesta contra las injusticias del mundo y de la historia universal. Un mundo en el que hay tanta injusticia, tanto sufrimiento de los inocentes y tanto cinismo del poder, no puede ser obra de un Dios bueno. El Dios que tuviera la responsabilidad de un mundo así no sería un Dios justo y menos aún un Dios bueno. Hay que contestar a este Dios precisamente en nombre de la moral. Y puesto que no hay un Dios que crea justicia, parece que ahora es el hombre mismo quien está llamado a establecer la justicia. Ahora bien, si ante el sufrimiento de este mundo es comprensible la protesta contra Dios, la pretensión de que la humanidad pueda y deba hacer lo que ningún Dios hace ni es capaz de hacer, es presuntuosa e intrínsecamente falsa. Si de esta premisa se han derivado las más grandes crueldades y violaciones de la justicia, no es fruto de la casualidad, sino que se funda en la falsedad intrínseca de esta pretensión. Un mundo que tiene que crear su justicia por sí mismo es un mundo sin esperanza. Nadie ni nada responde del sufrimiento de los siglos. Nadie ni nada garantiza que el cinismo del poder –bajo cualquier seductor revestimiento ideológico que se presente– no siga mangoneando en el mundo. [...] Pero esto significaría –expresado en símbolos positivos y, por tanto, para él inapropiados– que no puede haber justicia sin resurrección de los muertos. Pero una tal perspectiva comportaría « la resurrección de la carne. [...] Dios mismo se ha dado una «imagen»: en el Cristo que se ha hecho hombre. En Él, el Crucificado, se lleva al extremo la negación de las falsas imágenes de Dios. Ahora Dios revela su rostro precisamente en la figura del que sufre y comparte la condición del hombre abandonado por Dios, tomándola consigo. Este inocente que sufre se ha convertido en esperanza-certeza: Dios existe, y Dios sabe crear la justicia de un modo que nosotros no somos capaces de concebir y que, sin embargo, podemos intuir en la fe. Sí, existe la resurrección de la carne. Existe una justicia. Existe la «revocación» del sufrimiento pasado, la reparación que restablece el derecho. Por eso la fe en el Juicio final es ante todo y sobre todo esperanza, esa esperanza cuya necesidad se ha hecho evidente precisamente en las convulsiones de los últimos siglos. Estoy convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna. La necesidad meramente individual de una satisfacción plena que se nos niega en esta vida, de la inmortalidad del amor que esperamos, es ciertamente un motivo importante para creer que el hombre esté hecho para la eternidad; pero sólo en relación con el reconocimiento de que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto, llega a ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida nueva. [...] La protesta contra Dios en nombre de la justicia no vale. Un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza. Sólo Dios puede crear justicia. Y la fe nos da esta certeza: Él lo hace. La imagen del Juicio final no es en primer lugar una imagen terrorífica, sino una imagen de esperanza; quizás la imagen decisiva para nosotros de la esperanza. [...] Yo diría: es una imagen que exige la responsabilidad. [...] Dios es justicia y crea justicia. Éste es nuestro consuelo y nuestra esperanza. Pero en su justicia está también la gracia. Esto lo descubrimos dirigiendo la mirada hacia el Cristo crucificado y resucitado. Ambas –justicia y gracia– han de ser vistas en su justa relación interior. La gracia no excluye la justicia. No convierte la injusticia en derecho. No es un cepillo que borra todo, de modo que cuanto se ha hecho en la tierra acabe por tener siempre igual valor. [...] El Juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque es gracia. Si fuera solamente gracia que convierte en irrelevante todo lo que es terrenal, Dios seguiría debiéndonos aún la respuesta a la pregunta sobre la justicia, una pregunta decisiva para nosotros ante la historia y ante Dios mismo. Si fuera pura justicia, podría ser al final sólo un motivo de temor para todos nosotros. La encarnación de Dios en Cristo ha unido uno con otra –juicio y gracia– de tal modo que la justicia se establece con firmeza: todos nosotros esperamos nuestra salvación « con temor y temblor » [...] Nuestras existencias están en profunda comunión entre sí, entrelazadas unas con otras a través de múltiples interacciones. Nadie vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se salva solo. En mi vida entra continuamente la de los otros: en lo que pienso, digo, me ocupo o hago. Y viceversa, mi vida entra en la vida de los demás, tanto en el bien como en el mal. Así, mi intercesión en modo alguno es algo ajeno para el otro, algo externo, ni siquiera después de la muerte. En el entramado del ser, mi gratitud para con él, mi oración por él, puede significar una pequeña etapa de su purificación. [...] Nunca es demasiado tarde para tocar el corazón del otro y nunca es inútil. Así se aclara aún más un elemento importante del concepto cristiano de esperanza.
2 de mayo de 2010
La Santa Sede y la Legión de Cristo
Tomás Alfaro Drake
Hoy la entrada del blog no puede ir de otra cosa que sobre el comunicado de la Santa Sede sobre la Legión de Cristo. Al que le interese este tema, se ha desayunado con la noticia, dada parcialmente y de forma más o menos fiable según el medio, del pronunciamiento preliminar de la Santa Sede sobre el asunto de la Legión de Cristo. Quiero publicar el texto completo del comunicado aparecido hoy en ZENIT. Es tan breve como conciso y directo.
Pero también quiero contar mi experiencia personal. Desde éste mes de Septiembre he pensado más de una vez hacer una entrada sobre esto, pero siempre decidía no hacerlo, porque quería esperar a que Pedro se pronunciase. Como ya lo ha hecho, me siento libre de contaros esa trayectoria. Sí he respondido a comentarios de otros sobre este tema, como un comentarista más, aunque identificándome.
En varias ocasiones he publicado en este blog entradas expresando mi apoyo incondicional a la Legión de Cristo. El primero fue cuando en 2006, el Papa ordenó al P. Maciel que se retirase a una vida de oración y penitencia. Interpreté erróneamente ese mensaje pensando que era una manera sutil del Papa para evitar habladurías sobre el P. Maciel y escribí una cosa con el título de "Hombro con hombro con la Legión de Cristo" o algo así. Decía en él que muchos legionarios me habían acercado mucho a Cristo y que mi vida sería hoy más gris y triste sin ese acercamiento, auspiciado por esos legionarios. Posteriormente cuando murió el P. Maciel, escribí un obituario lleno de alabanzas a su persona. Cuando supe lo de su hija, en Enero del 2009, poco después de la ordenación de mi hijo Rodrigo, acepté este hecho, pero no el de la pederastia y pensé en el P. Maciel como un débil pecador que caía y se levantaba, en sus debilidades de la carne.
No fue hasta este verano cuando, a través de legionarios que buscaban valientemente la verdad, supe de ésta en toda su brutal crudeza. Estuve desde entonces pensando en escribir algo que no escribí por las razones antes dichas. No obstante, sí que conté los hechos y mis opiniones, en persona o por escrito, a todos los superiores de la Legión a los que conocía, a personas del Regnum Christi especialmente próximas, a quien lleva la comunicación de la Legión a nivel mundial, a los miembros del Regnum Christi de mi grupo y a mis más allegados colaboradores. También he respondido a quien me ha venido a preguntar de motu propio, así como en mi blog, donde he tenido un par de entradas de personas que me preguntaban, una con buena voluntad y otra, no tanto.
Puedo decir que en todas estas conversaciones, cartas y respuestas, mis puntos de vista coincidían casi literalmente con los términos del comunicado de la Santa Sede. Resumo ahora brevemente esos puntos de vista míos. Los del comunicado los podéis leer vosotros mismos.
1º Rechazo absoluto a una conducta del P. Maciel que no era fruto de la debilidad de un hombre pecador, sino de un propósito deliberado, sobre el que tejió una red de secretismo y ocultamiento que se ha convertido en un lastre para la Legión de Cristo.
2º Reconocimiento total de que, a pesar de la conducta del fundador, la Legión de Cristo era una obra de Dios que resplandecía en sus obras y en sus cientos de hombres y mujeres, sacerdotes y consagrados, intachables en sus vidas y en sus obras y que, como siempre he sostenido y sigo haciendo, me han acercado a Cristo y a los que, por este hecho, estaré en deuda con ellos durante toda mi vida. Sigo creyendo esto firmemente.
3º El convencimiento de que estos hombres y mujeres que habían dado un sí a Cristo de una radicalidad y heroísmo impresionantes, aunque fuesen utilizados, eran los auténticos fundadores de la Legión de Cristo. El misterio insondable de la fidelidad de Cristo ha hecho que alrededor de un tronco podrido, cientos de raíces diesen lugar a una obra de Dios llena de cosas extraordinariamente buenas que merecen ser salvadas a través de un proceso de purificación.
4º La aceptación, por aquello de la presunción de inocencia, de que ningún legionario sabía esto antes del primer pronunciamiento del Papa, pero que, en cualquier caso, la cúpula de la Legión tenía la obligación de haberlo sabido y que, por tanto, era una ignorancia que en términos jurídicos se llamaría "culposa".
5º El convencimiento de que, tras del primer pronunciamiento del Papa, se había hecho, una pésima utilización de la información, ocultando la verdad a quienes tenían derecho a saberla. Sin embargo, creo que esta ocultación ha sido sobre todo por debilidad y sólo en pocos casos, si los ha habido, por mala voluntad. Y la debilidad es patrimonio de la humanidad. También expresaba que en este ocultamiento había jugado un papel importante los reflejos condicionados creados en muchos legionarios por el sistema de ocultamiento creado por el P. Maciel.
6º La constatación de que este mal uso de la verdad tras el primer pronunciamiento del Papa, había creado profundas heridas en muchos legionarios, no tanto por la conducta del P. Maciel, sino por haberse sentido engañados.
7º El convencimiento de que la prueba del 9 de que la Legión de Cristo se había purificado, tendía lugar cuando esas heridas de esos legionarios hubiesen sido sanadas, si no del todo, hasta el punto que les permita el perdón y la reconciliación y pueda así cerrarse la herida, más grave, que desgarra a la Legión de Cristo como un cuerpo.
Cual es mi postura hoy. Amo a la Legión de Cristo y al Regnum Christi, al que pertenezco y, si Dios me ayuda, seguiré perteneciendo, con toda mi alma. La quiero más que antes si cabe porque las heridas crean humildad, en mí y el la Legión y desde la humildad es más fácil "aprender a amar a nuestro mezquino prójimo con nuestro mezquino corazón". El amor angélico no está al alcance de una humanidad caída. Estoy dispuesto a ser, con toda la modestia del mundo, un pequeño glóbulo rojo, o leucocito o plaqueta o lo que Dios quiera para, con su ayuda coadyuvar a la purificación de la Legión de Cristo y a la mía propia y a la sanación de las heridas de TODOS los legionarios y miembros del Regnum Christi DESDE DENTRO. Sigo creyendo que mi vida estaría hoy más alejada de Cristo y sería, por tanto, más gris y triste si no hubiese conocido a los legionarios de Cristo que me han acercado a Él y me han hecho amar a la Legión de Cristo.
Y ahora, aquí está el comunicado íntegro de la Santa Sede para que cada uno juzge.
Comunicado de la Santa Sede sobre los Legionarios de Cristo
Al final de la visita apostólica
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 1 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el comunicado que ha emitido la Santa Sede este sábado sobre los Legionarios de Cristo tras las reuniones mantenidas entre el 30 de abril y el 1 de mayo en el Vaticano por los cinco visitadores apostólicos.
* * *
1. En los días 30 de abril y 1 de mayo, el cardenal secretario de Estado ha presidido en el Vaticano una reunión con los cinco obispos encargados de la visita apostólica a la congregación de los Legionarios de Cristo (monseñor Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid: monseñor Charles Chaput, O.F.M.Cap, arzobispo de Denver; monseñor Ricardo Ezzati Andrello, SDB, arzobispo de Concepción; monseñor Giuseppe Versaldi, obispo de Alessandria; monseñor Ricardo Watty Urquidi, M.Sp.S., obispo de Tepic). En ella han participado los prefectos de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, y el sustituto para los Asuntos Generales de la Secretaría de Estado.
Una de las sesiones se ha desarrollado en presencia del Santo Padre, a quien los visitadores han presentado una síntesis de sus relaciones, ya enviadas anteriormente.
Durante la visita, han sido entrevistados personalmente más de mil Legionarios y han sido analizados varios centenares de testimonios escritos. Los visitadores han visitado casi todas las casas religiosas y muchas obras de apostolado dirigidas por la congregación. Han escuchado de palabra o leído por escrito el juicio de muchos obispos diocesanos de los países en los cuales trabaja la congregación. Los visitadores también han hablado con numerosos miembros del Movimiento "Regnum Christi", aunque éste no era objetivo de la visita, en particular hombres y mujeres consagrados. Han recibido también una notable correspondencia por parte de laicos comprometidos y de familiares de miembros del Movimiento.
Los cinco visitadores han dado testimonio de la acogida sincera que se les ha dispensado y el espíritu de colaboración activa mostrado por la congregación y por los diferentes religiosos. Aunque actuaron independientemente, han llegado a una valoración ampliamente convergente y a un juicio compartido. Han atestiguado que han encontrado un gran número de religiosos ejemplares, honestos, llenos de talento, muchos de los cuales jóvenes, que buscan a Cristo con celo auténtico y que ofrecen toda su existencia a la difusión del Reino de Dios.
2. La visita apostólica ha podido comprobar que la conducta del padre Marcial Maciel Degollado ha causado consecuencias serias en la vida y en la estructura de la Legión, hasta el punto de que requiere un camino de profunda revisión.
Los gravísimos y objetivamente inmorales comportamientos del padre Maciel, confirmados por testimonios incontrovertibles, representan, en algunos casos, auténticos delitos y manifiestan una vida sin escrúpulos ni auténtico sentimiento religioso. Esta vida era desconocida para gran parte de los Legionarios, sobre todo por el sistema de relaciones entretejido por el padre Maciel, quien hábilmente había sabido crearse pretextos, ganarse la confianza, amistad y silencio de los que le rodeaban y reforzar su propio papel de fundador carismático.
En ocasiones, un lamentable descrédito y alejamiento de cuantos dudaban de su recto comportamiento, así como la errada convicción de no querer dañar el bien que la Legión estaba realizando, habían creado a su alrededor un mecanismo de defensa que le permitió ser inatacable durante mucho tiempo, haciendo que, por consiguiente, fuera muy difícil conocer su verdadera vida.
3. El celo sincero de la mayoría de los Legionarios, que ha emergido también en las visitas a las casas de la congregación y a muchas de sus obras, apreciadas por numerosas personas, ha llevado a muchos en el pasado a retener que las acusaciones, que iban siendo cada vez más insistentes y se iban multiplicando, no podían ser más que calumnias.
Por lo tanto, el descubrimiento y el conocimiento de la verdad acerca de su fundador ha provocado en los miembros de la Legión una sorpresa, desconcierto y profundo dolor, que los visitadores han evidenciado de diferentes maneras.
4. De los resultados de la visita apostólica han surgido con claridad estos elementos entre otros:
a) La necesidad de redefinir el carisma de la congregación de los Legionarios de Cristo, preservando el núcleo verdadero, el de la "militia Christi", que caracteriza la acción apostólica y misionera de la Iglesia y que no se identifica con la eficiencia a toda costa;
b) La necesidad de revisar el ejercicio de la autoridad, que debe estar unida a la verdad, para respetar la conciencia y desarrollarse a la luz del Evangelio como auténtico servicio eclesial;
c) La necesidad de preservar el entusiasmo de la fe de los jóvenes, el celo misionero, el dinamismo apostólico, por medio de una adecuada formación. De hecho, la desilusión sobre el fundador podría cuestionar la vocación y ese núcleo de carisma que pertenece a los Legionarios de Cristo y es propio de ellos.
5. El Santo Padre quiere asegurar a todos los Legionarios de Cristo y a los miembros del "Regnum Christi" que no se quedarán solos: la Iglesia tiene la firme voluntad de acompañarles y de ayudarles en el camino de purificación que les espera. Éste comportará también un encuentro sincero con cuantos, dentro y fuera de la Legión, han sido víctimas de los abusos sexuales y del sistema de poder aplicado por el fundador: a ellos se dirige en este momento el pensamiento y la oración del Santo Padre, junto con la gratitud hacia quienes, a pesar de grandes dificultades, han tenido la valentía y la constancia para exigir la verdad.
6. El Santo Padre, agradeciendo a los visitadores por el delicado trabajo que han desarrollado con competencia, generosidad y profunda sensibilidad pastoral, se ha reservado la facultad para indicar próximamente las modalidades de este acompañamiento, comenzando por el nombramiento de su delegado y de una comisión de estudio de las constituciones.
A los miembros consagrados del Movimiento "Regnum Christi", que lo han pedido con insistencia, el Santo Padre enviará un visitador.
7. Por último, el Papa renueva a todos los Legionarios de Cristo, a sus familias, a los laicos comprometidos en el Movimiento "Regnum Christi", su aliento en este momento difícil para la congregación y para cada uno de ellos. Les exhorta a no perder de vista que su vocación, surgida del llamamiento de Cristo y animada por el ideal de testimoniar al mundo su amor, es un auténtico don de Dios, una riqueza para la Iglesia, el fundamento indestructible sobre el cual construir el futuro personal y el de la Legión.
Hoy la entrada del blog no puede ir de otra cosa que sobre el comunicado de la Santa Sede sobre la Legión de Cristo. Al que le interese este tema, se ha desayunado con la noticia, dada parcialmente y de forma más o menos fiable según el medio, del pronunciamiento preliminar de la Santa Sede sobre el asunto de la Legión de Cristo. Quiero publicar el texto completo del comunicado aparecido hoy en ZENIT. Es tan breve como conciso y directo.
Pero también quiero contar mi experiencia personal. Desde éste mes de Septiembre he pensado más de una vez hacer una entrada sobre esto, pero siempre decidía no hacerlo, porque quería esperar a que Pedro se pronunciase. Como ya lo ha hecho, me siento libre de contaros esa trayectoria. Sí he respondido a comentarios de otros sobre este tema, como un comentarista más, aunque identificándome.
En varias ocasiones he publicado en este blog entradas expresando mi apoyo incondicional a la Legión de Cristo. El primero fue cuando en 2006, el Papa ordenó al P. Maciel que se retirase a una vida de oración y penitencia. Interpreté erróneamente ese mensaje pensando que era una manera sutil del Papa para evitar habladurías sobre el P. Maciel y escribí una cosa con el título de "Hombro con hombro con la Legión de Cristo" o algo así. Decía en él que muchos legionarios me habían acercado mucho a Cristo y que mi vida sería hoy más gris y triste sin ese acercamiento, auspiciado por esos legionarios. Posteriormente cuando murió el P. Maciel, escribí un obituario lleno de alabanzas a su persona. Cuando supe lo de su hija, en Enero del 2009, poco después de la ordenación de mi hijo Rodrigo, acepté este hecho, pero no el de la pederastia y pensé en el P. Maciel como un débil pecador que caía y se levantaba, en sus debilidades de la carne.
No fue hasta este verano cuando, a través de legionarios que buscaban valientemente la verdad, supe de ésta en toda su brutal crudeza. Estuve desde entonces pensando en escribir algo que no escribí por las razones antes dichas. No obstante, sí que conté los hechos y mis opiniones, en persona o por escrito, a todos los superiores de la Legión a los que conocía, a personas del Regnum Christi especialmente próximas, a quien lleva la comunicación de la Legión a nivel mundial, a los miembros del Regnum Christi de mi grupo y a mis más allegados colaboradores. También he respondido a quien me ha venido a preguntar de motu propio, así como en mi blog, donde he tenido un par de entradas de personas que me preguntaban, una con buena voluntad y otra, no tanto.
Puedo decir que en todas estas conversaciones, cartas y respuestas, mis puntos de vista coincidían casi literalmente con los términos del comunicado de la Santa Sede. Resumo ahora brevemente esos puntos de vista míos. Los del comunicado los podéis leer vosotros mismos.
1º Rechazo absoluto a una conducta del P. Maciel que no era fruto de la debilidad de un hombre pecador, sino de un propósito deliberado, sobre el que tejió una red de secretismo y ocultamiento que se ha convertido en un lastre para la Legión de Cristo.
2º Reconocimiento total de que, a pesar de la conducta del fundador, la Legión de Cristo era una obra de Dios que resplandecía en sus obras y en sus cientos de hombres y mujeres, sacerdotes y consagrados, intachables en sus vidas y en sus obras y que, como siempre he sostenido y sigo haciendo, me han acercado a Cristo y a los que, por este hecho, estaré en deuda con ellos durante toda mi vida. Sigo creyendo esto firmemente.
3º El convencimiento de que estos hombres y mujeres que habían dado un sí a Cristo de una radicalidad y heroísmo impresionantes, aunque fuesen utilizados, eran los auténticos fundadores de la Legión de Cristo. El misterio insondable de la fidelidad de Cristo ha hecho que alrededor de un tronco podrido, cientos de raíces diesen lugar a una obra de Dios llena de cosas extraordinariamente buenas que merecen ser salvadas a través de un proceso de purificación.
4º La aceptación, por aquello de la presunción de inocencia, de que ningún legionario sabía esto antes del primer pronunciamiento del Papa, pero que, en cualquier caso, la cúpula de la Legión tenía la obligación de haberlo sabido y que, por tanto, era una ignorancia que en términos jurídicos se llamaría "culposa".
5º El convencimiento de que, tras del primer pronunciamiento del Papa, se había hecho, una pésima utilización de la información, ocultando la verdad a quienes tenían derecho a saberla. Sin embargo, creo que esta ocultación ha sido sobre todo por debilidad y sólo en pocos casos, si los ha habido, por mala voluntad. Y la debilidad es patrimonio de la humanidad. También expresaba que en este ocultamiento había jugado un papel importante los reflejos condicionados creados en muchos legionarios por el sistema de ocultamiento creado por el P. Maciel.
6º La constatación de que este mal uso de la verdad tras el primer pronunciamiento del Papa, había creado profundas heridas en muchos legionarios, no tanto por la conducta del P. Maciel, sino por haberse sentido engañados.
7º El convencimiento de que la prueba del 9 de que la Legión de Cristo se había purificado, tendía lugar cuando esas heridas de esos legionarios hubiesen sido sanadas, si no del todo, hasta el punto que les permita el perdón y la reconciliación y pueda así cerrarse la herida, más grave, que desgarra a la Legión de Cristo como un cuerpo.
Cual es mi postura hoy. Amo a la Legión de Cristo y al Regnum Christi, al que pertenezco y, si Dios me ayuda, seguiré perteneciendo, con toda mi alma. La quiero más que antes si cabe porque las heridas crean humildad, en mí y el la Legión y desde la humildad es más fácil "aprender a amar a nuestro mezquino prójimo con nuestro mezquino corazón". El amor angélico no está al alcance de una humanidad caída. Estoy dispuesto a ser, con toda la modestia del mundo, un pequeño glóbulo rojo, o leucocito o plaqueta o lo que Dios quiera para, con su ayuda coadyuvar a la purificación de la Legión de Cristo y a la mía propia y a la sanación de las heridas de TODOS los legionarios y miembros del Regnum Christi DESDE DENTRO. Sigo creyendo que mi vida estaría hoy más alejada de Cristo y sería, por tanto, más gris y triste si no hubiese conocido a los legionarios de Cristo que me han acercado a Él y me han hecho amar a la Legión de Cristo.
Y ahora, aquí está el comunicado íntegro de la Santa Sede para que cada uno juzge.
Comunicado de la Santa Sede sobre los Legionarios de Cristo
Al final de la visita apostólica
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 1 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el comunicado que ha emitido la Santa Sede este sábado sobre los Legionarios de Cristo tras las reuniones mantenidas entre el 30 de abril y el 1 de mayo en el Vaticano por los cinco visitadores apostólicos.
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1. En los días 30 de abril y 1 de mayo, el cardenal secretario de Estado ha presidido en el Vaticano una reunión con los cinco obispos encargados de la visita apostólica a la congregación de los Legionarios de Cristo (monseñor Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid: monseñor Charles Chaput, O.F.M.Cap, arzobispo de Denver; monseñor Ricardo Ezzati Andrello, SDB, arzobispo de Concepción; monseñor Giuseppe Versaldi, obispo de Alessandria; monseñor Ricardo Watty Urquidi, M.Sp.S., obispo de Tepic). En ella han participado los prefectos de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, y el sustituto para los Asuntos Generales de la Secretaría de Estado.
Una de las sesiones se ha desarrollado en presencia del Santo Padre, a quien los visitadores han presentado una síntesis de sus relaciones, ya enviadas anteriormente.
Durante la visita, han sido entrevistados personalmente más de mil Legionarios y han sido analizados varios centenares de testimonios escritos. Los visitadores han visitado casi todas las casas religiosas y muchas obras de apostolado dirigidas por la congregación. Han escuchado de palabra o leído por escrito el juicio de muchos obispos diocesanos de los países en los cuales trabaja la congregación. Los visitadores también han hablado con numerosos miembros del Movimiento "Regnum Christi", aunque éste no era objetivo de la visita, en particular hombres y mujeres consagrados. Han recibido también una notable correspondencia por parte de laicos comprometidos y de familiares de miembros del Movimiento.
Los cinco visitadores han dado testimonio de la acogida sincera que se les ha dispensado y el espíritu de colaboración activa mostrado por la congregación y por los diferentes religiosos. Aunque actuaron independientemente, han llegado a una valoración ampliamente convergente y a un juicio compartido. Han atestiguado que han encontrado un gran número de religiosos ejemplares, honestos, llenos de talento, muchos de los cuales jóvenes, que buscan a Cristo con celo auténtico y que ofrecen toda su existencia a la difusión del Reino de Dios.
2. La visita apostólica ha podido comprobar que la conducta del padre Marcial Maciel Degollado ha causado consecuencias serias en la vida y en la estructura de la Legión, hasta el punto de que requiere un camino de profunda revisión.
Los gravísimos y objetivamente inmorales comportamientos del padre Maciel, confirmados por testimonios incontrovertibles, representan, en algunos casos, auténticos delitos y manifiestan una vida sin escrúpulos ni auténtico sentimiento religioso. Esta vida era desconocida para gran parte de los Legionarios, sobre todo por el sistema de relaciones entretejido por el padre Maciel, quien hábilmente había sabido crearse pretextos, ganarse la confianza, amistad y silencio de los que le rodeaban y reforzar su propio papel de fundador carismático.
En ocasiones, un lamentable descrédito y alejamiento de cuantos dudaban de su recto comportamiento, así como la errada convicción de no querer dañar el bien que la Legión estaba realizando, habían creado a su alrededor un mecanismo de defensa que le permitió ser inatacable durante mucho tiempo, haciendo que, por consiguiente, fuera muy difícil conocer su verdadera vida.
3. El celo sincero de la mayoría de los Legionarios, que ha emergido también en las visitas a las casas de la congregación y a muchas de sus obras, apreciadas por numerosas personas, ha llevado a muchos en el pasado a retener que las acusaciones, que iban siendo cada vez más insistentes y se iban multiplicando, no podían ser más que calumnias.
Por lo tanto, el descubrimiento y el conocimiento de la verdad acerca de su fundador ha provocado en los miembros de la Legión una sorpresa, desconcierto y profundo dolor, que los visitadores han evidenciado de diferentes maneras.
4. De los resultados de la visita apostólica han surgido con claridad estos elementos entre otros:
a) La necesidad de redefinir el carisma de la congregación de los Legionarios de Cristo, preservando el núcleo verdadero, el de la "militia Christi", que caracteriza la acción apostólica y misionera de la Iglesia y que no se identifica con la eficiencia a toda costa;
b) La necesidad de revisar el ejercicio de la autoridad, que debe estar unida a la verdad, para respetar la conciencia y desarrollarse a la luz del Evangelio como auténtico servicio eclesial;
c) La necesidad de preservar el entusiasmo de la fe de los jóvenes, el celo misionero, el dinamismo apostólico, por medio de una adecuada formación. De hecho, la desilusión sobre el fundador podría cuestionar la vocación y ese núcleo de carisma que pertenece a los Legionarios de Cristo y es propio de ellos.
5. El Santo Padre quiere asegurar a todos los Legionarios de Cristo y a los miembros del "Regnum Christi" que no se quedarán solos: la Iglesia tiene la firme voluntad de acompañarles y de ayudarles en el camino de purificación que les espera. Éste comportará también un encuentro sincero con cuantos, dentro y fuera de la Legión, han sido víctimas de los abusos sexuales y del sistema de poder aplicado por el fundador: a ellos se dirige en este momento el pensamiento y la oración del Santo Padre, junto con la gratitud hacia quienes, a pesar de grandes dificultades, han tenido la valentía y la constancia para exigir la verdad.
6. El Santo Padre, agradeciendo a los visitadores por el delicado trabajo que han desarrollado con competencia, generosidad y profunda sensibilidad pastoral, se ha reservado la facultad para indicar próximamente las modalidades de este acompañamiento, comenzando por el nombramiento de su delegado y de una comisión de estudio de las constituciones.
A los miembros consagrados del Movimiento "Regnum Christi", que lo han pedido con insistencia, el Santo Padre enviará un visitador.
7. Por último, el Papa renueva a todos los Legionarios de Cristo, a sus familias, a los laicos comprometidos en el Movimiento "Regnum Christi", su aliento en este momento difícil para la congregación y para cada uno de ellos. Les exhorta a no perder de vista que su vocación, surgida del llamamiento de Cristo y animada por el ideal de testimoniar al mundo su amor, es un auténtico don de Dios, una riqueza para la Iglesia, el fundamento indestructible sobre el cual construir el futuro personal y el de la Legión.
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