31 de julio de 2011

Frases 31-VII-2011

Tomás Alfaro Drake

Este es mi último post hasta septiembre. os deseo a todos los que lo leáis unas muy felices vacaciones.

Un abrazo.

Tomás

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Sólo unos pocos llegan a descubrir la verdad depositada en el ser de las cosas.

San Anselmo de Canterbury

27 de julio de 2011

Frases 27-VI-2011

Tomás Alfaro Drake

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Sucede en toda adquisición de conocimientos, desde aquellas cosas que atañen a nuestros sentidos, que la mente nos lleva a cosas más elevadas que no pueden alcanzarse con la agudeza de los sentidos. Lo mismo ocurre con la astronomía, en la que percibimos con nuestros ojos las posiciones de los planetas en diferentes momentos, y la razón se impone a estas observaciones y conduce a la mente a conocer la esencia del universo.

Johannes Kepler

25 de julio de 2011

La estructura de la teoría de la evolución 7

Tomás Alfaro Drake

Acabo de terminar de leer la que, con toda seguridad, es la opera magna de Stephen Jay Gould. Me refiero a “The structure of the evolutionary theory”. Soy un profundo admirador de Charles Darwin. Hasta ayer me definía como católico darwinista. De hecho, los cinco primeros posts de este blog, de julio del 2007, versan sobre este tema. Ahora sigo siendo ambas cosas –católico y darwinista–, pero gracias a Gould, soy darwinista de una forma mucho más rica. Y ese enriquecimiento de mi darwinismo me ha hecho ser, si no más católico, si tener aún más admiración por la inteligencia con que este Dios, en el que creo y al que adoro, ha creado el cosmos y le ha dado las leyes para que se desarrolle. El libro de Gould, “The structure of the evolitionary theory”, ha operado este enriquecimiento. Por eso me siento obligado a llevar a cabo este somero, casi ridículo, compendio (32 páginas de 1443) de su opera magna. Lo publico en 7 partes de la que esta es la séptima y última. D que esta entrada son todo todo conclusiones particulares mías, lo pongo todo entre triple paréntesis como hago siempre que algo es más mío que de Gould.

(((Mis conclusiones particulares

Efectivamente, como dije al final del capítulo anterior, creo que existe una contradicción entre la paradoja de la evolvability y la negación, por parte de Gould, de la idea de progreso en la evolución de la que hablé en el capítulo anterior. Efectivamente, las constricciones genéticas y los macrocanales de la evolución que el mismo Gould describe con el magnífico ejemplo del estilo corintio, persisten a lo largo de la historia. Gould ve cómo los bauplan se van sucediendo en la corriente del gran canal, superando incluso la tercera grada del tiempo, más aún creados por esta grada. Toso esto indica claramente, a mi entender, que sí hay una tendencia hacia la perfección en la evolución. Esta es la contradicción de que hablé al final del capítulo anterior. Creo que Gould, como todo ser humano, es incapaz de libarse de un cierto provincialismo, por la sencilla razón de que nuestra inteligencia es limitada. Está en su esencia ser provinciana, al menos en cierta medida. Es decir, somos esencialmente provincianos. Ni que decir tiene que estoy de acuerdo con Gould en la contingencia de la evolución y del ser humano. Pero el hecho es que aquí estamos, él escribiendo su magna obra “The structure...”, yo resumiéndola y quien tenga las vista posada en estas líneas asombrado de su perspicacia. Gould habla de que el Renacimiento hubiera ocurrido sin Miguel Ángel y la teoría de la evolución se hubiese descubierto sin Darwin, aunque dice que seguramente ambos hechos serían más pobres. Pero ni el Renacimiento, ni el descubrimiento de la teoría de la evolución se hubiesen producido si no hubiese aparecido la inteligencia. Ya sé que podemos decir que, en ese caso, ¡qué le íbamos a hacer! O, escuchando nuestro más profundo fuero interno que sabe que eso sería un sinsentido, pretender que en miles de millones de planetas ha aparecido la vida y que si en el nuestro la evolución hubiese seguido otro curso distinto, habría un planeta en el que alguien estaría descubriendo la evolución y en el que algo parecido al estilo corintio y su redescubrimiento en algo parecido al renacimiento, hubiesen tenido lugar (esto no lo dice Gould, pero forma parte de la panoplia de argumentos cientifistas, que no científicos, para negar un plan superior). La aparición de la vida es, aunque muchos quieran negarlo para evitar su contradicción, un fenómeno increíblemente improbable. Y que esa vida llegue a crear el hardware que pueda soportar la inteligencia es todavía más improbable, como queda claro al leer al propio Gould. Y, a fortiori, la conjunción de estas dos improbabilidades es inmensamente más improbable que el inmenso número de estrellas en las que, tal vez, pudiera haber planeta como la Tierra. Por eso, esto de que en algún sitio del cosmos hubiesen aparecido la vida y la inteligencia su no hubiesen aparecido aquí, no pasa de ser una elucubración altamente improbable y, desde luego, totalmente acientífica.

Por supuesto que somos contingentes. Por supuesto que podríamos no existir. Pero si se mira toda la evolución y, más aún, toda la historia del universo intentando verla con ojos lo menos provincianos posible, cabe poca duda que el fin de este complejo y maravilloso universo es la aparición de la inteligencia simbólica. Entiendo que Gould diría que esta visión mía, lejos de ver el universo con un mínimo de provincialismo, supone el máximo exponente del mismo. Pero creo que sólo hay una manera de romper el provincialismo esencial del ser humano. Y esa manera es escuchar lo que nos dice el único ser libre de todo provincialismo, es decir Dios. Robert Jastrow reconoce, con pesar, que la ciencia está descubriendo cosas que la Revelación ya había dicho: “No es cuestión de otro año ni de otra década, ni de descubrir una nueva teoría, –dice– hoy parece que la ciencia nunca será capaz de levantar el velo que cubre el misterio de la creación. Vemos que la evidencia astronómica lleva a una visión bíblica del mundo. Los detalles difieren, pero lo esencial de las exposiciones de la Biblia y la astronomía coinciden... Para el científico que ha basado su vida en la fe en el poder de la razón, la historia acaba como un mal sueño. Ha escalado las montañas de la ignorancia, está a punto de conquistar el pico más alto y, cuando se alza sobre la roca final, es recibido por un grupo de teólogos que estaban sentados allí desde hace siglos[1]. Y lo que Jastrow dice de la astronomía, se puede decir, con más motivo, de la evolución. Creo que pecaríamos de provincialismo si creyésemos que los mecanismos de la evolución están ya dilucidados. La realidad es siempre más compleja que lo que nuestra mente humana pueda abarcar. Como en todas las ramas de la ciencia, cada vez que se encuentra una respuesta, surgen innumerables nuevas preguntas. Es obligación del hombre seguir tirando continuamente de ese hilo de Ariadna, pero no como un Sísifo condenado a ver rodar por la ladera de la montaña la roca que intenta llevar esforzadamente a la cima. Más bien con la capacidad de sorpresa de ver que de cada respuesta surgen cientos de nuevas preguntas. Y de las respuestas a estas subsiguientes preguntas, que a su vez generan otras nuevas, en una cadena interminable, va surgiendo una estructura de una belleza impensable e inabarcable que refleja, al menos desde mis creencias, un ápice de la Belleza del rostro de Dios.

En una ocasión Alfred Kühn terminó una conferencia con una frase de Goethe que decía: “La mayor dicha del hombre que piensa es haber explorado incansablemente lo explorable y haber reverenciado tranquilamente lo inexplorable”. Cuando el público empezó a aplaudir alzó las manos pidiendo silencio y añadió: “No señores. Tranquilamente, no. Nunca tranquilamente”. Cierto, nunca tranquilamente. La tranquilidad es la muerte de la curiosidad. Pero sí confiadamente. Confiando en que, más allá de los limites de nuestra inteligencia, esencialmente provinciana, esta la respuesta. La última y única respuesta a todas las preguntas. Y no sólo a las preguntas de la ciencia, del cómo, sino a las más vitales, las que están más allá de la ciencia, la de los porqués y la de los para qués últimos. ¿Por qué me pasan las cosas maravillosas o terribles que me pasan en la vida¿ Esas cosas que me hacen repetir sin entender, ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué? ¿Para qué estoy en ella? ¿Tengo una misión que cumplir en ella? ¿Por qué y para qué existe mi identidad, mi yo? ¿Tengo sentido o, por el contrario, soy una pasión inútil? ¿Es la historia del universo un cuento sin sentido contado con gran aparato por un idiota, un salto de pulga entre dos nadas infinitas? ¿Qué va a ser de mí? Existe esta respuesta y está en Dios. El libro de Job dice: “.. después de que mi piel se haya consumido, con mi propia carne veré a Dios. Yo mismo lo veré, lo contemplarán mis ojos, no los de un extraño”. Y al contemplarlo, caerá el velo de nuestro provincialismo.

Pero, no quisiera acabar este libro remarcando lo que me separa de la manera de ver el mundo de Gould y Darwin, sino resaltando lo que me une a ellos. Suscribo plenamente una frase del libro de Gould que cito textualmente, aunque ligeramente expandida por mí: “Y así, una expansión de la primera pata por la selección jerárquica, un reforzamiento de la segunda por las constricciones estructurales y un ensanchamiento de la tercera por el equilibrio puntuado, la macroevolución y la paradoja de la primera grada del tiempo, construye realmente un “darwinismo de mayor altura” de mayor sofisticación y de mayor poder explicativo”.

En una carta que escribí imaginariamente a Darwin, y que puede leerse en mi libro “Al sueño de la muerte hablo despierto” editado por la B.A.C., le digo:

“No sé que pensarán las personas que tan violentamente se oponen a la evolución, pero a mí, oír con la inteligencia cómo la vida se despliega en el tiempo como una sinfonía compuesta por Dios, me parece de una belleza imponente. Es la Belleza de la Verdad. Es la Belleza de la mente de Dios. El comentario de Haldane al que antes me referí, me hace imaginarme al Creador componiendo la sinfonía de la vida. Lo imagino sonriendo entre divertido y amoroso al ver cómo, mientras él compone la línea melódica principal, la del hombre, aparecen, gracias al azar y a sus reglas de la armonía, acompañamientos de una enorme diversidad y riqueza formados por millones de especies de jirafas, virus, abedules, ornitorrincos y ballenas. Y escarabajos, muchos escarabajos. Y tú, que has intuido la partitura, me has abierto los ojos de la mente para hacerme capaz de intuirla y entenderla yo también. Leo el último párrafo de ‘El origen de las especies’:

‘De esta manera, el objeto más impresionante que somos capaces de concebir, o sea, la producción de animales superiores, es resultado directo de la guerra de la naturaleza, del hambre y de la muerte. Existe grandeza en esta concepción de que la vida, con sus distintas facultades, fue originalmente alentada por el Creador en una o varias formas, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un comienzo tan simple, infinidad de formas cada vez más hermosas e impresionantes’.

Por eso te estoy enormemente agradecido. Por hacerme entender mejor el objeto más impresionante que somos capaces de concebir. Los nautilus espirales, los bosques de abedules, los cardúmenes de atunes, las manadas de elefantes y los hombres. La procesión de la vida. Por eso te escribo esta carta. Por eso espero que cuando mi tiempo en esta vida termine, pueda tener una localidad a tu lado para contemplar en el grandioso teatro de la eternidad, la representación de la vida y oír contigo, dirigida por Dios, la inefable música de la que sólo he podido ver de reojo la partitura que tú me has enseñado.

Mientras llega ese momento, recibe un abrazo.

Tomás”.

Quiero hacer esta carta extensiva a Gould, ya que su darwinismo de mayor altura, de mayor sofisticación y de mayor poder explicativo, es, además, de mayor capacidad para despertar mi asombro por la inteligencia de Dios. Cuando Darwin, Gould, yo y todos aquellos a los que este asombro les lleve a amar más a Dios, veamos la auténtica representación de la vida y oigamos su sinfonía en todos sus registros, entonces y sólo entonces, lo veremos sin sombra de provincialismo en nuestros ojos.)))



[1] Robert Jastrow, God and the astronomers, 2ª edición, Norton, New York 1992, pp 14, 103-107

20 de julio de 2011

La estructura de la teoría de la evolución 6

Tomás Alfaro Drake

Acabo de terminar de leer la que, con toda seguridad, es la opera magna de Stephen Jay Gould. Me refiero a “The structure of the evolitionary theory”. Soy un profundo admirador de Charles Darwin. Hasta ayer me definía como católico darwinista. De hecho, los cinco primeros posts de este blog, de julio del 2007, versan sobre este tema. Ahora sigo siendo ambas cosas –católico y darwinista–, pero gracias a Gould, soy darwinista de una forma mucho más rica. Y ese enriquecimiento de mi darwinismo me ha hecho ser, si no más católico, si tener aún más admiración por la inteligencia con que este Dios, en el que creo y al que adoro, ha creado el cosmos y le ha dado las leyes para que se desarrolle. El libro de Gould, “The structure of the evolitionary theory”, ha operado este enriquecimiento. Por eso me siento obligado a llevar a cabo este somero, casi ridículo, compendio (32 páginas de 1443) de su opera magna. Lo publico en 7 partes de la que esta es la sexta. Como siempre, las cosas que sean de mi cosecha las pondré entre triple paréntesis.

Puntualizaciones a la 3ª pata del trípode del darwinismo: El alcance y ritmo de la evolución. Gradualismo y extrapolación. De la microevolución a la macroevolución.

La primera crítica principal a esta tercera pata del trípode del darwinismo se llama “equilibrio puntuado”. Veamos en qué consiste.

Para Darwin, la evolución procedía de una manera extraordinariamente lenta y gradual. Pequeños cambios se iban acumulando poco a poco a un ritmo parsimonioso y constante, que insensiblemente iba transformando a los organismos e, indirectamente, a través de ellos a las especies. A veces, en este lento proceso, dos subpoblaciones de una especie quedaban aisladas la una de la otra y empezaban a evolucionar de forma independiente hasta, que transcurridos cientos de miles de años, se diferenciaban tanto que dejaban de ser la misma especie. Incluso sin esa ramificación, la especie evolucionaba, de forma que tras varios cientos de miles de años, podía decirse que la especie ancestral era distinta de la evolucionada. A esta forma gradual de evolución, Gould la llama anagénesis. Esta visión era dogma de fe para la “síntesis moderna”. Sólo había un problema. Que esta visión no se correspondía con el registro fósil, que, al fin y al cabo, es la única forma empírica de “ver” la evolución. El registro fósil, y todos los paleontólogos lo decían, parecía indicar que las especies permanecían casi inmutables durante millones de años para, de repente, entrar en una dinámica de rapidísimas ramificaciones que producían varias especies nuevas en tan sólo decenas de miles de años. A esos periodos de estabilidad de las especies se les conocía como periodos de estasis (no éxtasis, sino estasis, palabra llana, no esdrújula, de estabilidad). Pero los biólogos evolutivos despreciaban a los paleontólogos, considerándolos como una especie de mineros sin la visión conceptual necesaria para interpretar dentro de una teoría coherente los fósiles que encontraban. Y estos biólogos evolutivos estaban tan satisfechos con su teoría que despreciaban los datos empíricos paleontológicos. Pero para un científico, despreciar los datos empíricos es, como para un sacerdote católico despreciar el Evangelio, un contrasentido. Los biólogos, para librarse de este contrasentido, afirmaban que esa aparente contradicción con los datos se debía a la pobreza del registro fósil. Y los paleontólogos, con un cierto complejo de inferioridad, aceptaban las supuestas limitaciones de su ciencia de “segunda”.

Así las cosas, Gould, iconoclasta con las vacas sagradas y las teorías acomodadas, lanzó el grito de guerra: “Estasis son datos”. Esto es de esas cosas que, vistas a posteriori, le hacen a uno preguntarse cómo era posible no darse cuenta. No faltaban datos. Los datos que existían apuntaban directa y positivamente al largo equilibrio de los periodos de estasis. Pero había periodos “puntuales” de tiempo en los que proliferaban nuevas especies en un proceso de especiación puntuada. Debido a estos periodos de equilibrio y a esos otros momentos “puntuales” de proliferación de especies, se dio a esta teoría el nombre de “equilibrio puntuado”. Sin embargo, Gould no afirma que sólo y toda la evolución se produzca como equilibrio puntuado y que no exista el proceso de anagénesis. Sí afirma, y muestra, que el proceso de equilibrio puntuado aventaja, con mucho, en frecuencia relativa al proceso de anagénesis.

(((Si se me permite describir de palabra una representación gráfica, la evolución por anagénesis sería como un matorral cuyo eje vertical fuese el tiempo y el horizontal la variación morfológica, cuyas ramas se van abriendo en diagonal de una forma paulatina, con curvas que hacen que la apertura tenga un componente horizontal más o menos acusado. De cuando en cuando, se producen fenómenos de especiación, es decir, bifurcaciones, también diagonales. En la visión gráfica del equilibrio puntuado, las ramas serían como varas verticales en las que, en determinados momentos, casi simultáneamente, aparecen ramificaciones casi horizontales, pero que en seguida toman la dirección vertical y se mantienen paralelas a la rama de la que salieron. Mi memoria registra haber visto este tipo de arbusto, pero no sé su nombre.)))

En el momento en que el equilibrio puntuado empezó a calar en la comunidad científica, los saltacionistas aprovecharon para barrer para casa diciendo que en los momentos de puntuación, se producían saltos bruscos de una especie a otra nueva, a través de la proliferación de hopeful monsters. La razón para postular estos hopeful monsters era que la aparición de una nueva especie se encontraba en un único estrato sedimentario y parecía, por tanto instantáneo. Pero no tenía por qué ser así. Los paleontólogos sabían que las capas sedimentarias representaban, generalmente, lapsos de tiempo de unos cien mil años. Fue necesario buscar lugares donde las capas sedimentarias se identificasen con periodos de tiempo más cortos. Entonces se vio con claridad que las nuevas especies no aparecían instantáneamente por la aparición de hopeful monsters, sino que se producían a lo largo de decenas de miles de años en una evolución gradual aunque muy acelerada, en episodios de especiación puntuada.

Había que buscar las razones de ese estasis y de esa repentina aceleración de la evolución para producir nueva especies. Parece que el estasis se mantiene por una especie de ley de inercia de las especies con un gran número de individuos. Hay pruebas paleontológicas de que, incluso cuando una especie se divide en dos o más grandes subpoblaciones, esa inercia hace que ambas subpoblaciones mantengan la misma identidad como especie aunque las condiciones ecológicas de los hábitats de cada una difieran en un amplio grado, desafiando el cambio por anagénesis y el principio de la selección natural, la pata dos del trípode darwinista. No es que el estasis niegue la selección natural, sino que muestra que, en condiciones normales, la inercia de las especies con grandes poblaciones es más poderosa que ella.

Pero a medida que una especie se desarrolla y crece, tanto en número de individuos como en extensión geográfica, tienden a producirse en sus bordes gemaciones de pequeñas poblaciones, como si de su borde se desprendiesen pequeñas burbujas con relativamente pocos individuos. Y esas pequeñas subpoblaciones, al no tener masa crítica, no están sujetas a la inercia y evolucionan rápidamente. En ausencia de esa inercia sí que funciona la selección natural. Incluso, esta selección natural es más potente debido a que en una población pequeña, cualquier variación beneficiosa se transmite con gran rapidez a toda la población. Aquellas burbujas que evolucionan adaptándose mejor al medio, medran, mientras que las que se adaptan peor, desaparecen. Las especies así nacidas son hijas de los individuos-especie como individuos evolucionables. A veces ocurre que una o varias de las especies hijas que se van desprendiendo a lo largo del tiempo, vuelven a colonizar el hábitat central ocupado por la especie madre, conviviendo con ella. Eso da la impresión, de anagéneis, es decir de una lenta y paulatina evolución en el mismo hábitat, cuando lo que ha habido es episodios de especiación puntuada en hábitats distintos, superpuestos posteriormente al la especie madre.

Gould muestra cómo, a partir del registro fósil, se ve que hay especies que dejan mucha descendencia de nuevas especies que duran millones de años, mientras otras especies se muestran poco prolíficas y las especies hijas tienen vidas más vidas más cortas. Eso es exactamente lo que cabría esperar al considerar las especies como individuos evolucionables. El árbol genealógico de las especies da lugar a agrupaciones taxonómicas en géneros, familias, etc. y otros órdenes superiores. A este proceso evolutivo de los individuos-especie, individuos-género e individuos-familia, de espectro mucho más amplio que el de los individuos-organismo, le llama Gould macroevolución, reservando el término de microevolución para la evolución de los individuos-organismo. No se puede negar la grandiosidad de esta visión, con una óptica muy superior a la visión provinciana (parochial) de nuestra condición de organismos.

La segunda crítica a esta tercera pata del trípode es más geológica que biológica y Gould casi pide excusas por adentrarse en un campo que no es el suyo, pero como hombre intelectualmente inquieto, que huye de la visión provinciana (parochial) de la vida, no puede ni quiere evitar este excurso. Ya vimos cuando describí la tercera pata del trípode que una de los pilares de la teoría darwinista de la evolución fue el descubrimiento de la inmensidad del tiempo geológico, así como la gradualidad de los cambios geológicos, idea que Darwin adoptó de forma absoluta del geólogo inglés Charles Lydell. En esta gradualidad geológica basaba Darwin la gradualidad evolutiva que él postulaba. Por tanto, esta era para él una premisa básica que defendió a capa y espada en “El origen de las especies”.

Sin embargo, otra vez, los paleontólgos parecían detectar en el registro fósil, que había habido determinados momentos en los que se habían producido extinciones en masa. Concretamente parecía haber habido en la historia hasta cinco de estos episodios, en uno de los cuales habían desaparecido hasta el 95% de las especies existentes. Los darwinistas de la “síntesis moderna” –y el propio Darwin lo hizo– atribuyeron al principio –otra vez– la situación a errores en el registro fósil. Esta vez, los “sabios” de la “síntesis moderna” asumían gratuitamente que había largas épocas geológicas en las que no se producían sedimentos. Por eso –argüían– ,la extinción repentina de muchas especies era sólo una apariencia. el hecho de que pareciese que se habían extinguido de golpe, era debido a que en su largo periodo de extinción no había habido sedimentación. Además, decían, no hay manera de saber si una especie que viviese en dos extremos del mundo, se hubiese extinguido al mismo tiempo en ambos lugares. Por otro lado –continuaban–, no era lógico: ¿cuál era el nexo de unión ente extinciones simultáneas en lugares distantes? Y, otra vez, los paleontólogos agacharon la cabeza admitiendo que desarrollaban una disciplina de “segunda”. Pero en este tema, ni siquiera Gould podía decir algo parecido a lo que dijo con el estasis: “estasis son datos” porque los datos fósiles no podían contradecir la petición de principio (aunque no hubiese pruebas de ella) de la no sedimentación durante largos periodos.

Pero, he aquí que, en 1980, el geólogo estadounidense Walter Álvarez y su padre el físico Luis Álvarez, publicaron un artículo científico en el que daban cuenta de que hace unos 65 millones de años, en el periodo de tránsito entre las épocas geológicas del Cretácico y el Terciario (la transición K-T), un enorme asteroide impactó en la tierra en una región de la península del Yucatán llamada Chicxulub. Este impacto produjo un enorme cambio climático, un periodo de frío y oscuridad –una especie de gigantesco “invierno nuclear”– que alteró drásticamente las condiciones de vida en la tierra. Curiosamente, este periodo coincidía con el último de los grandes –y hasta entonces negados– aparentes episodios de extinción en masa. La simultaneidad de las extinciones en cualquier punto de la tierra quedaba atestiguada por una fina capa de sedimento de iridio que no podía tener otra procedencia que la de un asteroide gigante. Éste fue el episodio que marcó la extinción de, entre otros muchos órdenes taxonómicos, toda la familia de las especies y géneros conocidos como dinosaurios y abrió las puertas al éxito den los mamíferos que habían estado bajo el dominio de estos últimos durante los 130 millones de años anteriores.

Aunque no se han encontrado evidencias similares que acompañen a los otros cuatro episodios de extinciones en masa ni se conozcan a fondo los mecanismos biológicos por los que este cambio climático provocó el episodio K-T de extinción en masa, parece que cabe poca duda sobre: primero, que existieron esos episodios y, segundo, que fueron causados por algún tipo de catástrofe geológica o planetaria, ya sea externa, como el impacto de Chicxulub o interna como un episodio de paroxismo de actividad volcánica. Esos episodios dejaban tras sí unos inmensos vacíos en el mapa de los nichos evolutivos, que tendían a llenarse rápidamente con episodios de una intensa y rápida aparición de nuevas especies, géneros o familias taxonómicas en episodios que se llaman radiaciones. En una de estas radiaciones, en la llamada explosión del cámbrico, hace unos 500 millones de años, es en la que se inició la gran corriente de la evolución que arranca con la aparición del bauplan de simetría lateral. Es en estas radiaciones en las que aparecen nuevos bauplan. No hay que confundir estas radiaciones con el equilibrio puntuado del que acabo de hablar. La ramificación puntuada en nuevas especies se produce sin necesidad de episodios previos de extinción y sin los fuegos de artificio de esas explosiones esporádicas.

La ocurrencia de estos episodios de extinción masiva rompe por completo la idea de la continuidad y la gradualidad evolutiva. Esto le da pie a Gould para negar de plano la idea de Darwin de que la evolución, al proceder por la continua mejora de los organismos progresa continuamente hacia organismos cada ve más perfectos. Esta idea de Darwin nacía, según Gould, de la mentalidad victoriana, y antropocéntrica, en general, en la que estaba mentalmente inserto Darwin, que quería ver el progreso en todo y extrapolaba ese deseo a la evolución, poniendo al ser humano en la cúspide. Para Gould, este deseo es una forma clara de mentalidad provinciana (parrochial) de la que es difícil que nos zafemos como especie humana. Gould, señala que “Dos de las tres grandes ramas del árbol de la vida siguen siendo procariotas (organismos unicelulares sin núcleo celular diferenciado), mientras que de los tres reinos multicelulares se extienden como brotes de la tercera rama. Si vemos el escepticismo intelectual hacia el antropocentrismo como una causa valiosa, no veo como podemos negar que la persistente dominación y perspectivas positivas de los eucariotas son el epítome y el aspecto fundamental de la historia de la vida. Y si debemos, en nuestro provincialismo, dar primacía a los animales, no cabe duda de que los artrópodos aventajan enormemente a los vertebrados”.

(((No puedo dejar de comentar aquí mi desacuerdo con Gould. Naturalmente, él tendría razón si la importancia de cada parte del árbol de la vida debiera medirse por el número más alto de organismos o especies que contenga. Indudablemente el número de organismos procariotas es inmensamente más alto que el de todos los demás órdenes taxológicos juntos y, probablemente fuese también verdad si lo midiésemos al peso. Pero dudo que eso sea lo marca la importancia. Y, si pensamos en la importancia de los artrópodos, considerando sólo los escarabajos, parece que hay ocho millones de especies de ellos. Esto le hizo responder a Haldane, cuando alguien le preguntó qué podía decir de Dios a la vista del árbol de la vida: “creo que tiene una inmoderada afición por los escarabajos”. Pero, más allá del chiste, dudo que podamos decir que lo más importante del árbol de la vida sean estos coleópteros. Si tomamos la imagen del abeto de la que hablé en el capítulo 3 de esta serie, a nadie se le ocurriría decir que lo más importante del abeto son las ramas más bajas, porque son o pesan más. La cúspide está lo más llamativo. La cúspide es lo que se ve desde lejos, lo que sobresale por encima del bosque. Por eso la imagen del abeto no les gusta a la mayoría de los evolucionistas (ni Gould la menciona). Pero si, en vez del abeto, tomamos la imagen del arbusto caótico, lo más llamativo es la larga rama que sale de él hasta tan lejos. En el extremo de esa larga rama del caótico arbusto está el fruto, único en el árbol de la vida, de la inteligencia simbólica, la única que puede formarse las imágenes del abeto o del arbusto y preguntarse para qué demonios está ahí. Más allá del número o del peso, esto me parece, de lejos, lo más importante del árbol de la vida, sea abeto o arbusto. Creo que, a lo largo de este resumen, se nota que me gusta la aversión de Gould hacia el provincialismo mental, pero me pregunto si en ese ver el escepticismo intelectual hacia el antropocentrismo como una causa valiosa”, no hay un cierto antiprovincialismo rayano en la fobia, enraizado tal vez en el “fiasco” del geocentrismo y en una visión cientifsta del mundo, que es, a su vez, un tipo de provincialismo. En el epílogo del siguiente, y último, capítulo hablaré más de esto.)))

Pero lo importante de los episodios de extinción es que rompen la continuidad de la tranquila extrapolación de la microevolución para dar lugar a la macroevolución por extensión. De hecho Gould define lo que él llama las tres gradas del tiempo. La primera sería la que él llama el tiempo ecológico, en el que funciona bastante bien la evolución darwinista en su versión simple, donde sí se produce esa macha hacia el progreso de la perfección de la vida. La segunda grada del tiempo es el tiempo geológico, en el que predomina el equilibrio puntuado. En esta segunda grada del tiempo, las reglas del juego de la supuesta marcha hacia la mejora de la vida cambian drásticamente. Es como si dieran un giro de 90 grados, dejando de avanzar el la dirección correcta y rompiendo esa marcha de perfeccionamiento. La tercera grada sería la de los momentos de paroxismo en el que acontecimientos imprevisibles alteran drásticamente las reglas del juego produciendo las correspondientes extinciones en masa, seguida de las radiación en la generación de especies y la aparición de nuevos bauplan. Aquí, según Gould, la marcha hacia progresiva hacia el perfeccionamiento de la vida se convierte en una ruleta cuya dirección, tras la extinción, es totalmente contingente. Esto es lo que Gould llama la paradoja de la primera grada del tiempo (the first tier paradox). A partir de aquí, según él, empieza el dominio de lo contingente, que podría haber o no haber producido el fruto de la inteligencia simbólica. No somos, pues, para él, sino un raro accidente de un proceso evolutivo que podría haber sido de otra manera completamente distinta en la que no hubiésemos aparecido jamás. (((Sin embargo, es difícil dudar, según argumentos del propio Gould que la aparición de esos bauplan sí suponen pasos hacia el perfeccionamiento de la vida. Creo que el antiprovincialismo antropocéntrico de Gould le hace caer aquí en su propio provincialismo y en una contradicción, que analizaré en mis conclusiones personales en el siguiente capítulo.)))

17 de julio de 2011

La estructura de la teoría de loa evolución 5

Tomás Alfaro Drake

Acabo de terminar de leer la que, con toda seguridad, es la opera magna de Stephen Jay Gould. Me refiero a “The structure of the evolitionary theory”. Soy un profundo admirador de Charles Darwin. Hasta ayer me definía como católico darwinista. De hecho, los cinco primeros posts de este blog, de julio del 2007, versan sobre este tema. Ahora sigo siendo ambas cosas –católico y darwinista–, pero gracias a Gould, soy darwinista de una forma mucho más rica. Y ese enriquecimiento de mi darwinismo me ha hecho ser, si no más católico, si tener aún más admiración por la inteligencia con que este Dios, en el que creo y al que adoro, ha creado el cosmos y le ha dado las leyes para que se desarrolle. El libro de Gould, “The structure of the evolitionary theory”, ha operado este enriquecimiento. Por eso me siento obligado a llevar a cabo este somero, casi ridículo, compendio (32 páginas de 1443) de su opera magna. Lo publico en 7 partes de la que esta es la quinta. Como siempre, las cosas que sean más reflexiones mías que de Gould, las pondré entre triple paréntesis:

Más sobre las puntualizaciones a la 2ª pata del trípode del darwinismo. La paradoja de la “evolvability”. (3ª parte)

Evolvability es una palabra inexistente en inglés. Es un concepto sutil que intentaré explicar lo mejor que pueda, pero que en ningún caso me atrevo a traducir, por lo que la dejaré así en todo este escrito.

Es un hecho aceptado por la práctica totalidad de los evolucionistas que la adpatación al medio por selección natural lleva a una creciente especialización. (((Permítaseme una imagen simple pero adecuada. Imaginemos que nos dan tres grandes piedras una roja, otra verde y otra azul con las que tenemos que caminar sólo si queremos. Evidentemente, todos las tiraríamos si no fuese porque en cada esquina un policóa nos puede pedir que le enseñemos una piedra de un color determinado y, si no se la enseñamos, nos mata en el acto. Entonces, a buen seguro, cargaríamos con las tres piedras. Pero si tras mil controles, viésemos que sólo nos han pedido enseñar la piedra verde, es más que probable que tirásemos la roja y la azul. Eso nos haría mucho más eficientes en nuestro caminar, pero indudablemente, si un día cambiasen las costumbres de los policías, estaríamos vendidos))). Lo mismo pasa con la evolución puramente darwinista a nivel organismo. Además, por si esto fuera poco, una buena adaptación a nivel organismo suele ser contraproducente a niveles superiores. Normalmente, la perfecta adaptación disminuye la diversidad de la especie, es decir, merma una de las características más importantes de supervivencia de los individuos-especie.

Sin embargo, y aquí está la paradoja. Todo parece indicar que todos los individuos evolucionables –organismos, especies, géneros, etc.– mantienen una especie de reserva de características aparentemente inútiles y hasta, en cierta medida, contraproducentes, que les son útiles para una situación imprevista. (((Parece como si en los portadores de la piedra hubiese dos naturalezas, una que les lleva a tirar las piedras inútiles y otra, un poco compulsiva, que les empuje a recoger del suelo piedras inútiles por si las moscas. Alguien podrá pensar que más que tirar las piedras inútiles para recoger otras por si acaso, lo que haríamos sería no tirar las inútiles))). Pero eso es algo que ni las leyes de la evolución ni ninguna otra ley de la naturleza permiten, pues la naturaleza no tiene capacidad de anticipación. Sería como poner el efecto antes de la causa, lo que es imposible para la naturaleza inanimada. En términos evolutivos esto se llamaría preadaptación. Y ni darwinistas, ni Gould, ni ningún científico admite la preadaptación. (((Por tanto, tiene que existir esa fuerza compulsiva que nos obliga, contra todo pronóstico, a recoger piedras inútiles. Pero, ¿de dónde viene esa fuerza compulsiva que nos “obliga” a recoger piedras inútiles?))) ¿Cómo pueden los darwinistas estrechos de la “síntesis moderna” explicar esta paradoja? Sencillamente, no pueden. Se ven abocados a un dilema de Scilla y Caribdis muy incómodo. O preadaptación o silencio. Algunos acuden a explicaciones rocambolescas o, muy a menudo, a cerrar los ojos o mirar para otro lado e ignorar esta paradoja. Aparentemente –dicen los que creen en la preadaptación, que son primos hermanos de los internalisas–, los organismos, además de las variaciones que les llevasen a la adaptación al medio por selección natural, anticiparían otras variaciones que serían buenas cuando llegasen los malos tiempos para las especies de las que forman parte.

Sin embargo, Gould explica la paradoja acudiendo a las expansiones esbozadas en artículos anteriores de las dos primeras patas del trípode del darwinismo. La evolución jerárquica, es decir la inclusión de especies, géneros, familias, etc. como individuos evolucionables (expansión de la primera pata) y las exaptaciones (expansión de la segunda pata) dan una buena explicación del fenómeno de la evolvability, librándole de esa incómoda paradoja a la que se ven sometidos los darwinistas provincianos (parochial). (((Gustave Thibon afirmó que “uno de los signos cardinales de la mediocridad de espíritu es ver contradicciones allí donde sólo hay contrastes”. Una de las grandezas de Gould es elevarse sobre la visión provinciana (parochial) para, desde mayor altura, reducir las aparentes contradicciones que parecen en el darwinismo simplista a contrastes creativos en la visión del darwinismo expandido. Veamos cómo lo hace Gould))).

Empecemos por la segunda pata del trípode del darwinismo. En las puntualizaciones a la segunda pata se definieron las exaptaciones y vimos cómo Gould las clasificaba en franklins y miltons. A lo largo del proceso evolutivo aparecían tanto unas como otras, quedando en reserva. No se trata de preadaptaciones que anticipen futuras necesidades. Son más bien como un reservorio en el que se van almacenando. Gould llama a este reservorio the exaptation pool. En él se van almacenando las exaptaciones hagan o no hagan falta. La inmensa mayoría de ellas son inútiles o perjudiciales, como curre con las mutaciones genéticas. Pero algunas son exactamente lo que necesita el organismo –o el individuo evolutivo del nivel que sea–para adaptarse a una nueva e inesperada situación. (((El reservorio de las exaptaciones sería como el saco en el que vamos metiendo las piedras inútiles que nos vemos compulsivamente impulsados a recoger))). Mientras las exaptaciones se utilicen en el mismo nivel evolutivo en el que se producen, su efecto en la resolución de la paradoja de la evolvability es relativamente pequeño, porque esta paradoja afecta a la relación entre la microevolución, a nivel organismo y la macroevolución en los niveles jerárquicos superiores, especie, género, familia, etc, como hemos visto hace unas líneas. Pero ya vimos que las exaptaciones causadas por spandrels pueden generarse en un nivel y manifestarse en niveles superiores. Por lo tanto, una buena parte de las exaptaciones del reservorio, serán de ese tipo. Gould argumenta que este tipo de exaptaciones son la gran mayoría del reservorio. Primero, por la evidente razón de que los spandrels trans-nivel tienen más sitios donde ir. Mientras que cualquier otro tipo de exaptación (spandrel mono-nivel o cualquier otro tipo de miltons o franklins) sólo puede moverse en horizontal, de organismo al mismo organismo), los spandrels trans-nivel, tienen varios sitios a donde saltar. Esto conlleva, lógicamente, más probabilidades de producirse. Y, segundo, porque los spandrels trans-nivel tienen más probabilidades de permanecer en el reservorio de exaptaciones en vez de irse por el desagüe. Me explico: las exaptaciones dentro del nivel organismo, tienen que mostrarse positivas o, al menos, neutras de forma inmediata, ya que si no la selección natural se encarga de eliminarlas, es decir, se van por el desagüe del reservorio. Sin embargo, los spandrels que se inyectan en niveles superiores tienen más posibilidades de almacenarse en el reservorio. Ello es debido a dos características de los individuos evolucionables de mayor nivel. Su mayor longevidad e inercia de supervivencia y su más laxa interdependencia entre sus subpartes. Efectivamente, cualquier tipo de exaptación negativa en un organismo, desaparece inmediatamente. Por decirlo de alguna manera, se produce tan cerca del desagüe que nada más aparecer, si es negativa, es inmediatamente absorbida por él. En cambio, un spandrel inyectado en un individuo-especie puede permanecer durante mucho más tiempo, porque la reacción es mucho menos inmediata. Además, en un organismo, si por una exaptación negativa, un linaje celular deja de funcionar, las consecuencias son deletéreas, debido a la estrecha interrelación entre las subpartes del organismo. Sin embargo, la laxitud de la interrelación entre las subpartes de las especies –los individuos– permiten que un spandrel negativo inyectado desde el nivel organismo, afecte sólo parcialmente a la especie sin llevarla a la extinción y pudiendo, por tanto, almacenarse en el reservorio. (((Siguiendo con el ejemplo del saco de piedras inútiles, es como si este saco tuviese un agujero. Los spandrels transnivel, serían piedras muy grandes que no caben por el agujero, por lo que se quedarían en el saco. Por el contrario, los otros miltons o los franklins serían piedras más pequeñas que podrían irse por el agujero del saco. La mezcla de franklins, miltons mono-nivel y trans-nivel estaría, por tanto, enriquecida a favor de estos últimos))).

(((Por otro lado, esto del reservorio de exaptaciones, me recuerda a una frase del Evangelio de Mateo que dice: “Todo maestro de la ley [...] es como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas”. De la misma manera, la evolución saca del tesoro del reservorio de las exaptaciones cosas nuevas y viejas que sirven para que la evolvability sea una realidad))).

Así pues, la expansión de las dos primeras patas del trípode darwinista es necesaria para resolver la paradoja de la evolvability. Primero, las exaptaciones y spandrels como expansión de la segunda pata y segundo, la existencia de diversos niveles jerárquicos de individuos evolucionables como expansión de la primera pata. Sólo con el darwinismo con sus dos primeras patas expandidas se resuelve la paradoja de la evolvability, sin caer en la preadaptación. (((Por decirlo con una imagen, es como si el árbol de la evolución –sea éste un abeto o un caótico arbusto– tuviese, además de ramas que se bifurcan, algún tipo de nexo que mantuviese la cohesión entre ellas, manteniendo de esta forma una sólida unidad. O si tomamos la imagen del gran río, sería como si la corriente principal del río tuviese estaciones de bombeo y una red de canales auxiliares que permitiesen bombear el agua con rapidez de arriba hacia abajo si en algún tramo inferior hubiese escasez de agua))).

14 de julio de 2011

La estructura de la teoría de loa evolución 4

Acabo de terminar de leer la que, con toda seguridad, es la opera magna de Stephen Jay Gould. Me refiero a “The structure of the evolitionary theory”. Soy un profundo admirador de Charles Darwin. Hasta ayer me definía como católico darwinista. De hecho, los cinco primeros posts de este blog, de julio del 2007, versan sobre este tema. Ahora sigo siendo ambas cosas –católico y darwinista–, pero gracias a Gould, soy darwinista de una forma mucho más rica. Y ese enriquecimiento de mi darwinismo me ha hecho ser, si no más católico, si tener aún más admiración por la inteligencia con que este Dios, en el que creo y al que adoro, ha creado el cosmos y le ha dado las leyes para que se desarrolle. El libro de Gould, “The structure of the evolitionary theory”, ha operado este enriquecimiento. Por eso me siento obligado a llevar a cabo este somero, casi ridículo, compendio (32 páginas de 1443) de su opera magna. Lo publico en 7 partes de la que esta es la cuarta. Como siempre, las cosas que sean de mi cosecha y no directamente de Gould, las pongo entre triple paréntesis.

Puntualizaciones a la 2ª pata del trípode del darwinismo: La selección natural como causa principal de la evolución. (2ª parte)

La segunda de las grandes puntualizaciones de Gould a la segunda pata del trípode del darwinismo da lugar a una de las creaciones más originales de este extraordinario científico. La ha bautizado con el nombre de exaptaciones. Cierto que el concepto de exaptación no pone en tela de juicio, en primera instancia, la selección natural, pero le hace un regate bastante notable para, en segunda instancia, meterle un gol. Gould descubre, a través del registro fósil, cantidad de estructuras que nacieron y se desarrollaron por selección natural, inicialmente para desempeñar una determinada función, pero que, posteriormente, siguieron evolucionando, también por selección natural, pero cooptando por otra función totalmente diferente de la original (si bien el término “cooptación” no es de invención de Gould, éste es el primero que lo usa para describir este cambio de función de una estructura anatómica en la evolución). Esta cooptación por una nueva función puede producirse en sustitución de la función original o adicionalmente a ésta. Probablemente un par de ejemplos aclaren esta cuestión mucho mejor que el anterior intento de definición.

Pongo en primer lugar el ejemplo de los huesos del oído de los mamíferos y otros vertebrados. El yunque, el martillo, el lenticular y el estribo son pequeños huesecillos que transmiten el sonido desde el tímpano hasta la cóclea, que es el órgano del oído propiamente dicho. Todos esos huesecillos eran parte de la mandíbula de organismos predecesores que tenían la mandíbula inferior desconectada del cráneo. Paro al articularse la mandíbula inferior directamente con el cráneo, perdieron su función y cooptaron para evolucionar en una dirección nueva para servir de trasmisores del sonido desde el oído externo al interno. Cierto que la selección natural guió el proceso en ambas fases, pero hay que reconocer que de una manera un tanto curiosa, con un regate muy notable. En este caso, los huesos del oído obtuvieron su segunda función, la exaptada, tras la desaparición de la primera.

El segundo ejemplo que pongo es el de las plumas de las aves. Las plumas nacieron originalmente para la regulación térmica de las extremidades anteriores de unos reptiles de sangre caliente anteriores a las aves. Cuando las aves evolucionaron, las plumas, debido a sus características aerodinámicas, adicionales a las de aislante térmico, fueron cooptadas como una exaptación y utilizadas para el vuelo. En este caso, la función original y la cooptada, coexisten. Tanto en los huesos del oído como en las plumas, coexistan o no las dos funciones, ambas han aparecido por selección natural. Las dos funciones, conferían a los organismos una ventaja competitiva. No son, por tanto, una modificación de la segunda pata del trípode darwinista, aunque supongan una curiosidad.

A este tipo de exapaciones, Gould les llama franklins, con su genial manera de inventar nombres para las cosas. Este curioso nombre deriva de una moneda de pequeño valor de los Estados Unidos, acuñada en la posguerra, que lleva en su cara el rostro de Franklin D. Roosevelt, por lo que se las conoce como franklins. Parece que, por sus características de tamaño y forma, todos los americanos usan los franklins como destornilladores. Es decir, su función principal, como moneda, coexiste con otra función, por la que han cooptado los americanos, como destornillador. Tal vez un día, por ser una moneda de escaso valor, su función monetaria desaparezca, pero su función como destornillador se mantendrá.

(((Un magnífico ejemplo de las exaptaciones tipo franklin lo encontramos en la película “Apolo VIII”, basada en la situación real de esta misión de la NASA para llegar a la Luna. La avería que se produce en el módulo de mando hace que no se pueda transferir oxígeno del depósito en el que se almacena al habitáculo de los astronautas, lo que producirá en unas horas su muerte por asfixia. Guiados por los ingenieros de tierra, los tripulantes desmontan determinados mecanismos con una función secundaria para utilizar sus componentes para hacer un tubo que sirva para la función de suministro de oxígeno. El éxito de la operación salva la vida de los astronautas. Una auténtica exaptación franklin. Tanto los equipos desguazados como el tubo cumplían una función.)))

Pero Gould describe otros tres mecanismos de exaptación que son independientes de la selección natural.

El primer mecanismo de exaptación independiente de la selección natural es el producido por la llamada deriva genética. Efectivamente, hay mutaciones genéticas que no producen ningún cambio en el fenotipo. Distintos genes pueden codificar la sustancia orgánica idéntica, por tanto, una mutación que produzca un cambio en un gen de una versión a otra que codifica la misma sustancia, no puede ser percibido por la selección natural, que opera a nivel de organismo. Otras mutaciones pueden codificar una sustancia tan levemente distinta de la original que pase por debajo de la línea de detección de los “radares” de vigilancia de la selección natural. A este fenómeno de mutaciones no detectadas por la selección natural se le conoce con el nombre de deriva genética. Pero esa lenta deriva, que escapa al escrutinio de la selección natural, puede acercar el gen a una composición cuyo siguiente paso suponga un cambio relevante de fenotipo que sí pueda ser cooptado para una nueva función. A esa composición del gen previo al cambio, no se ha llegado por selección natural, aunque luego, una vez producida la cooptación por esa nueva función, la exaptación resultante evolucione por selección natural.

El segundo mecanismo de exaptación independiente de la selección natural es parecido al primero. En este caso entra en juego la llamada “basura genética”. El genoma de cualquier ser vivo superior a los virus o las más elementales bacterias tiene una enorme cantidad de ADN que no constituye genes, es decir, que no se usa para codificar la producción de ninguna sustancia del organismo. Por tanto, no se manifiesta de ninguna forma en el fenotipo y escapa totalmente, por tanto, a la vigilancia de la selección natural. Es material genético inútil, de ahí su nombre de “basura” genética. Pero el sistema que regula qué parte del genoma se expresa como genes y qué parte no, también puede, en un momento dado, alterarse y “decidir” empezar a utilizar una porción del genoma que hasta ese instante era “basura”. En ese momento, esa porción de “basura”, pasa a ser un gen con una función que impacta en el fenotipo. La selección natural puede cooptar para usar esa nueva función evolutivamente a partir de ese momento. Lo normal es que ese nuevo gen codifique una sustancia que sea perjudicial para el organismo y éste muera o disminuya gravemente la capacidad de supervivencia y reproducción del organismo. Si es así, la selección natural, se encargará de eliminar a ese organismo. Pero en alguna rara ocasión, esa sustancia totalmente nueva, puede ser beneficiosa para el organismo. En ese caso, la selección natural promueve al organismo que la tenga y ese nuevo gen se acabará extendiendo a toda la población. Es indudable que la selección natural actúa después de la aparición de ese nuevo gen, cooptado para la nueva función, pero es igualmente indudable que ese gen no ha aparecido por selección natural, puesto que esta no actuaba antes de su aparición, cuando se estaba gestando entre la “basura” genética[1].

Los saltacionistas, alegan que este tipo de fenómeno puede dar lugar a la aparición de un solo golpe, a una nueva especie (recuérdese el hopeful monster del que hablé mas arriba). Pero Gould, que es contrario al saltacionismo, arguye que la aparición súbita de un nuevo gen de ninguna manera puede dar lugar a una nueva especie, puesto que para que aparezca una nueva especie es necesario que se modifiquen una enorme cantidad de genes. Hablaremos otra vez del saltacionismo cuando analicemos la tercera pata del trípode del darwinismo.

El tercer mecanismo de exaptación independiente de la selección natural es el más curioso de los tres. Gould lo ilustra con una ingeniosísima imagen arquitectónica que le da el nombre y que explicaré más adelante. Es lo que Gould llama spandrels, que en el lenguaje arquitectónico se traduce por “pechinas”. Cuando me refiera al mecanismo evolutivo, utilizaré la palabra spandrel, en inglés. Sólo utilizaré el término pechina cuando hable del símil arquitectónico de Gould. Muy a menudo, una estructura orgánica surgida por selección natural, lleva aparejada, como un efecto colateral ineludible, como un efecto secundario necesario, otra estructura diferente que no ha aparecido por selección natural, sino porque acompaña inseparablemente a la primera. Esta segunda estructura es lo que Gould llama un spandrel. Posteriormente, esta segunda estructura puede ser cooptada y, como una exaptación, evolucionar guiada por la selección natural. Pero sólo después de haber aparecido por causas ajenas a la selección natural.

Aquí es donde Gould trae a capítulo el símil arquitectónico de las pechinas. Cuando el arquitecto de una iglesia decide poner una cúpula sustentada en una estructura de cuatro arcos de medio punto que forman un cuadrilátero, aparecen, entre los arcos y la base de la cúpula cuatro triángulos esféricos curvos. Esas son las pechinas. El arquitecto no las buscaba. Pero si quiere hacer una cúpula sustentada en cuatro arcos, las pechinas aparecen ineludiblemente. Posteriormente, en esas pechinas pueden pintarse todo tipo de escenas alegóricas, pero es evidente que las pechinas no aparecen para eso. Sólo después de que aparezcan por imperativo geométrico, se puede decidir decorarlas como parezca mejor. Gould propone el brillante ejemplo de la basílica de san Marcos en Venecia. El ejemplo es tan brillante, que no me resisto a citarlo literalmente:

“En mi ‘holotipo’ de la cúpula central de la catedral de san Marcos en Venecia, en la que todo el espacio interior ha sido decorado con magníficos mosaicos, las cuatro pechinas de la cúpula central han sido ornamentadas de una forma compleja, asombrosamente bien “adaptada” (“fit”, entre comillas en el original inglés), tanto al espacio que ocupan, como al significado simbólico, demandado por el diseño de los mosaicos de la cúpula y del resto de la catedral. Los cuatro evangelistas (incluido san Marcos, el patrón de la catedral y el más célebre de los personajes enterrados allí) ocupan la parte más ancha de la zona alta de las pechinas, bajo un texto en Latín que reza: Sic actus Christi describuunt quatuor ipsi –así describieron estos cuatro los actos de Cristo. Debajo de los evangelistas en el cada vez más estrecho espacio triangular, las personificaciones de los cuatro ríos del Edén (Ver Génesis 2) (Los cuatro ríos del Edén son, en realidad, cuatro ramificaciones de un mismo río, según el Génesis: el Pisón, el Guijón, el Tigris y el Éufrates) sostienen sobre sus hombros ánforas, cada una vertiendo su agua sobre una única flor encajada en el espacio, estrecho y alargado de la base de cada pechina.

El diseño –bello, complejo y particularmente apropiado tanto a la representación simbólica cristiana como al espacio circundante– destila utilidad. Pero nadie cometería el error de argumentar que las pechinas existen para alojar a los evangelistas. Las pechinas se originaron como una consecuencia colateral, no adaptativa, de una decisión arquitectónica previa. Estos espacios, originariamente no adaptativo, fueron después cooptados (varios siglos después, en este caso) como “lienzos”para diseños maravillosamente apropiados. En términos biológicos, los diseños de los mosaicos de las pechinas son adaptaciones secundarias, y las propias pechinas fueron exaptaciones que permitieron la ubicación de esos diseños”.

Llegados aquí, Gould establece una relación interesante entre sus puntualizaciones a dos de las patas del trípode vistas hasta ahora, los spandrels y la evolución jerárquica en varios niveles. Afirma Gould, y documenta con ejemplos, que, en muchas ocasiones, la evolución adaptativa que da lugar a la aparición de un spandrel como efecto secundario colateral tiene la peculiaridad de que la estructura original se da en un nivel jerárquico evolutivo, por ejemplo, en los individuos-organismo, mientras que el spandrel aparece en otro nivel como, por ejemplo, individuo-especie. Por ejemplo, la evolución a nivel organismo puede producir como un spandrel una menor variabilidad genética en la especie. Indudablemente, esa menor variabilidad genética no es algo que opere a nivel organismo, porque cada organismo tiene los genes que tiene, pero es un spandrel que actúa a nivel especie y puede ser muy negativa para la selección natural a ese nivel. Es decir, sería como si la cúpula de san Marcos estuviese en una dimensión y las pechinas en otra. Indudablemente, esta es otra puntualización más a ambas patas del trípode del darwinismo ortodoxo, ya que si se considerase la evolución en un solo nivel jerárquico, el spandrel aparecería en su nivel como surgido de la nada. El ejemplo de la disminución de la variabilidad genética que aparece como spandrel a nivel especie, aunque se origine a nivel organismos, es un spandrel negativo. Pero lo mismo pasa con las mutaciones genéticas, que se producen a nivel gen, pero se manifiestan a nivel organismo. De hecho, Gould considera esto como un caso particular de spandrel que nuestra visión provinciana (parochial), como organismos que somos, nos hace ver como algo exclusivo. La mayoría de las mutaciones genéticas son negativas para el organismo, pero algunas resultan positivas a nivel organismo y son la fuente de la evolución en este nivel. Podríamos expresarlo en forma de una regla de tres: Las mutaciones genéticas son a las variaciones anatómicas en los organismos como éstas son a las variaciones en las características de las especies.

A estos tres tipos de exaptaciones, no aparecidas por selección natural y que pueden permanecer latentes e inactivas hasta que son cooptadas, Gould las llama miltons, en un paralelismo poético que es un alarde de ingenio. Se basa en los tres últimos versos de un soneto, famosísimo en la cultura anglosajona, de John Milton que compara los méritos de cara a los planes de Dios de la vida activa y la quietista. Dicen así:

[..................................................................]
Él (se refiere a Dios) es Rey; miles de seres, a sus órdenes, rápidos
las llevan sin descanso sobre tierras y océanos;
mas también le sirven los que sólo aguantan y esperan”.

Los que sólo aguantan y esperan son los tres últimos tipos de exaptaciones que no provienen de la selección natural y que están latentes y aparentemente inactivas durante mucho tiempo, pero que también sirven, y mucho –como se verá más adelante–, a la evolución. Por eso Gould les llama miltons.

[1] Al llegar a este punto, Gould introduce otra de sus ingeniosas disgresiones, esta vez lingüistica. Para referirse a la “basura” (rubbish) genética, distingue entre dos tipos de basura, en inglés: “junk” y “garbage”. La primera, “junk”, es, dice, basura de la que no nos deshacemos. Son ese montón de cachivaches inútiles que hay en toda casa, de los que, sin embargo, no nos deshacemos. (((En el mundo finaciero existen los llamados “junk bonds” o “bonos basura”, de alto riesgo, pero de los que uno no se desprende porque, si tiene suerte, le darán una alta rentabilidad))). Sin embargo, la segunda, “garbage” es la basura que se tira al cubo de la basura y de ahí acaba en el basurero. En ese sentido, afirma que la basura, “rubbish” genética es, en realidad, “junk”, no “garbage”. No creo que en español haya palabras que distingan tan claramente entre esas dos clases de basura.

10 de julio de 2011

La estructura de la teoría de la evolución 3

Tomás Alfaro Drake


Acabo de terminar de leer la que, con toda seguridad, es la opera magna de Stephen Jay Gould. Me refiero a “The structure of the evolitionary theory”. Soy un profundo admirador de Charles Darwin. Hasta ayer me definía como católico darwinista. De hecho, los cinco primeros posts de este blog, de julio del 2007, versan sobre este tema. Ahora sigo siendo ambas cosas –católico y darwinista–, pero gracias a Gould, soy darwinista de una forma mucho más rica. Y ese enriquecimiento de mi darwinismo me ha hecho ser, si no más católico, sí tener aún más admiración por la inteligencia con que este Dios, en el que creo y al que adoro, ha creado el cosmos y le ha dado las leyes para que se desarrolle. El libro de Gould, “The structure of the evolitionary theory”, ha operado este enriquecimiento. Por eso me siento obligado a llevar a cabo este somero, casi ridículo, compendio (32 páginas de 1443) de su opera magna. Lo publico en 7 partes de la que esta es la tercera. Como en las entradas anteriores, las cosas que son añadidos míos al pensamiento de Gould, las pongo entre triple paréntesis.

Puntualizaciones a la 2ª pata del trípode del darwinismo: La selección natural como causa principal de la evolución. (1ª parte)

Esta pata del trípode es la que más modificaciones sufre el la crítica de Gould, de ahí que la divida en tres partes.

Ya antes que Darwin, otros evolucionistas como Lamarck, reconocían la existencia de la selección natural como una fuerza externa modeladora de la evolución. Pero la consideraban una fuerza secundaria. Postulaban como principal motor de la evolución una fuerza interna que operaba en una dirección determinada que marcaba una flecha de la evolución. De ahí que a las teorías del tipo de la de Lamarck se las llame internalistas. Sobre esta fuerza principal interna operaba la selección natural imprimiendo a la evolución desviaciones menores –creían los internalistas– sobre esa dirección por adaptación a un medio cambiante. Darwin negó de plano la existencia de un tal principio director de la evolución, dando preponderancia total a la selección natural que otros entendían como secundaria. La crítica a la preponderancia dada por el darwinismo a la selección natural ha surgido reiteradamente después de Darwin. Gould no niega que el principal motor de la evolución sea la selección natural, pero aprecia, apoyándose en su experiencia como paleontólogo, que todo parece indicar que hay dos grandes puntualizaciones que hacer a esta pata del trípode del darwinismo. La primera la veremos a continuación, la segunda la dejaremos para la segunda parte. En la tercera parte hablaremos de una paradoja que se le presenta al darwinismo puro y que sólo encuentra su resolución con la expansión de la primera y la segunda patas.

La primera gran cuestión se refiere a la aleatoriedad de las mutaciones (variaciones en la terminología de Darwin, anterior al descubrimiento de las mutaciones genéticas). Ya hemos visto que el propio Darwin admitía la aleatoriedad en sentido débil de las mismas ya que reconocía desconocer cuáles pudieran ser las causas. Lo que sí afirmaba era que las mutaciones nunca anticipaban futuras necesidades evolutivas del organismo –ya que, de ser así, el efecto sería anterior a la causa– y que estas estaban SIEMPRE bajo el escrutinio de la selección natural.

La “síntesis moderna”, al conocer la genética, asumió que ya conocía todas las causas de las mutaciones, y elevó esta aleatoriedad débil de las mutaciones a la categoría de aleatoriedad en sentido fuerte. Esto tiene bastante de presunción provinciana (parochial), porque, aunque es verdad que podemos llegar a conocer todo el código genético, las causas de las mutaciones son tan amplias y heterogéneas que es imposible conocerlas todas. Por tanto, la “síntesis moderna”, reconociendo que el mundo mundial es muy grande debería mantenerse en la aleatoriedad débil. Como consecuencia de esta asunción de la aleatoriedad fuerte, estableció una premisa dogmática. En efecto –decía– dado que las mutaciones son todas al azar, ninguna estructura genética será la misma en dos especies suficientemente separadas en el árbol de la evolución. Es posible que tres especies como el pulpo, la mosca y el caballo, alejadísimas evolutivamente, tengan las tres ojos, pero los genes que hacen que los tres organismos tengan ojos tienen que ser –siempre según la “síntesis moderna”– totalmente distintos. Al hecho de que haya órganos parecidos en especies muy distanciadas evolutivamente, se le conoce como evolución convergente. De manera independiente, pero con genes distintos, distintos organismos, para cumplir con una función extremadamente útil –la visión, por ejemplo– adquieren órganos similares. Por si este argumento no pareciese contundente, la “síntesis moderna” esgrimía el hecho de que la anatomía de los ojos de pulpos, moscas o caballos, era completamente distinta, así como las sustancias orgánicas que utilizaban.

Así las cosas, cuál no sería la sorpresa cuando, al avanzar en el conocimiento del código genético, se descubrieron unos genes, organizados en bloques estancos, como cajas, que, siendo pocos eran, sin embargo, responsables de organizar el plan de desarrollo de los ojos –y de otros muchos órganos– que son similares en pulpos, moscas y caballos, aunque no definiesen las sustancias orgánicas que los forman. A estos conjuntos de genes se les dio el nombre de homeobox o genes HOX. (((Serían como el planigrama de ejecución de una obra, pero que no especificase si para hacer los tabiques habría que utilizar pladur o ladrillo))).

Esto le sugiere a Gould que debe haber algo que mantenga los genes HOX a lo largo de los cientos de millones de años que hace que divergieron la línea de los pulpos, la de las moscas y la de los caballos, en vez de disolverlos para volver a construir los ojos de estas especies de otra manera distinta cientos de millones de años más tarde, como asume la “síntesis moderna”. Además Gould se plante si realmente la visión es algo tan vital como para que se tenga que reeditarse en especies muy distantes una y otra vez. Al fin y al cabo, los murciélagos han renunciado a la vista y se manejan bastante bien y son muchos los organismos que, teniendo vista, esta juega para ellos un papel secundario. Esto le hace postular a Gould lo que él llama constraints –que pudiéramos traducir por constricciones– que hacen que la evolución avance por channels –canales– privilegiados. Gould no niega su papel a la selección natural en la evolución, pero postula un peso muy importante para estos mecanismos de constricciones que generan canales. Es decir que sí parece que pueda haber un cierto tipo de internalismo en la evolución. Un internalismo que no postula una fuerza desconocida que la impulse, pero sí un condicionamiento genético, que tiende a repetir estructuras una y otra vez. Parece, por tanto, que el funcionalismo a ultranza del darwinismo, debe dejar un espacio importante, aunque no total, a un cierto formalismo o estructuralismo que parece privilegiar a determinados diseños. Gould diferencia la idea de evolución convergente de la de evolución paralela. La evolución convergente, fenómeno ampliamente documentado, explica que delfines y tiburones, siendo mamíferos y peces respectivamente, tengan formas anatómicas y aletas parecidas, incluso en los materiales que lo forman. La evolución paralela, en cambio, es la causa de que órganos como los ojos se produzcan de manera tan distinta en especies enormemente distantes con genes HOX similares. Esta evolución paralela parece apelar a un formalismo o estructuralismo.

Darwin veía en la evolución una tendencia hacia la perfección, como veremos en una sección posterior, pero no creía, de ninguna manera, que la evolución tuviese una finalidad, es decir, no cree en la ortogénesis de la misma. La aparición de esa tendencia a la perfección se explicaba –según él– mediante el recurso único a la selección natural. La postura de Goul a este respecto es más compleja, menos provinciana (parochial). Como Darwin, no cree en una finalidad de la evolución, pero, a diferencia de éste, tampoco cree en esa tendencia a la perfección en la que sí creía Darwin. No obstante, lo que sí percibe Gould, analizando la perspectiva de la evolución que nos da el registro fósil, es la existencia de macroconstricciones que crean un largo y profundo canal que surca la historia evolutiva de principio a fin. Ese profundo canal seguiría la siguiente línea: 1º simetría lateral: organismos con un plano de simetría longitudinal; 2º cordados: organismos dotados de un sistema nervioso longitudinal antero-posterior;3º organismos segmentados: formados por segmentos con pares de patas asociadas a cada segmento, como artrópodos: insectos 3 pares, arácnidos 4 pares, crustáceos 5 pares, miriápodos muchos pares y; 4º tetrápodos o vertebrados: organismos con dos pares de extremidades no ligados a segmentos (vértebras), como reptiles, aves, peces y mamíferos.

Por supuesto, en el árbol de la evolución hay corrientes que se salen de este canal, como bacterias, celentéreos (esponjas, medusas o corales), equinodermos (estrellas de mar o erizos), etc, y que subsisten hasta nuestros días con éxito. No es que no se subdividan en especies, pero su diseño básico no ha evolucionado. Parece como si la evolución se hubiese detenido en ellos. Gould utiliza el término alemán bauplan, palabra alemana que significa plan de construcción, para designar estas distintas arquitecturas corporales, tanto las que forman cada paso del gran canal principal, como los estancamientos laterales. Lo verdaderamente sorprendente es que los bauplans del canal principal, tan distintos como el de una lombriz o un ser humano, también están controlados por genes HOX parecidos. Es decir, los genes HOX no sólo explican la aparición de órganos similares en especies lejanas en el árbol evolutivo, sino que también subyacen en todos los bauplans del gran canal principal de la evolución y sólo en ellos, no en las desviaciones de es canal. Esos genes HOX están formados por una serie de secciones que se repiten varias veces, aunque con pequeñas variaciones que, manteniendo la misma estructura básica varían en número del bauplan una fase de la gran corriente de la evolución al de otra. Pero lo más llamativo es que, a lo largo de esa gran corriente, el número de secciones repetidas de los genes HOX no aumenta, sino que disminuye. Es decir, es como si, en vez de irse construyendo un plan añadiéndole cosas, el plan general ya estuviese determinado desde el principio en esos genes y, a medida que el gran canal avanza en su desarrollo fuesen desapareciendo las secciones superfluas de los genes HOX.

En ese tan característico estilo de Gould de plantear símiles arquitectónicos, nos habla del estilo corintio y de los ladrillos. Efectivamente, los egipcios, según cuenta la biblia, ya construían con ladrillos. Pero si vemos que un edificio de Nueva York o de París se construye con ladrillos, no se nos ocurre decir que lo han copiado de un modelo creado por los egipcios. Sin embargo, si vemos en el Metropolitan Museum o en la Asamblea Francesa un frontón triangular, con unas columnas estriadas coronadas por unas hojas de acanto, aunque esté construido con mucho cristal y acero decimos sin dudar: “¡ajá!, estilo corintio, copiado de los griegos”. Incluso si los frontones tienen forma de luneta y las columnas son simples franjas estriadas adosadas al muro sin función alguna, descubrimos en ellas a los griegos sin dudarlo un instante, aunque estén disfrazados de barroco. Sabemos que hay un modelo detrás, unas formas previamente definidas que han subsistido a través de los siglos, de la geografía y de los estilos. Indudablemente. Los genes HOX indican para Gould la existencia de un estilo corintio en el plan evolutivo, dentro de la gran corriente principal.

Este mantenimiento de un bauplan progresivo, de una gran corriente evolutiva que discurre por una gran macroconstricción interna de genes HOX, dejando a uno y otro lado bauplans estancados en grandes bolsas, ha dado lugar a un nuevo enfoque evolutivo conocido por el nombre de “evolutionary developmental biology” o “biología del desarrollo evolutivo” (como he leído el libro directamente en inglés y no conozco literatura especializada de este tema en español, ignoro si la traducción es correcta o sólo literal), mucho más mencionado por su nombre abreviado de evo-devo. Esta visión es anatema para los darwinistas a ultranza de la “síntesis moderna, pero no parece que les sea fácil de explicar con el darwinismo a ultranza.

(((Este gran canal principal es como si un inmenso río, el Amazonas, por ejemplo, fuese la gran corriente de la evolución. Pero a su alrededor se forman enormes bolsas de agua empantanada que no fluye. Puede que en esas zonas pantanosas haya una inmensa cantidad de agua, pero este agua nunca llegará al mar. Otra imagen, negada vehementemente por muchos evolucionistas, como veremos en unas líneas, pero fiel a lo descubierto por Gould, sería la de un abeto. Un abeto tiene un tronco central que se eleva recto. Hacia los lados aparecen numerosas ramas, tanto más grandes y con más hojas cuanto más abajo están. Pero es indudable que el abeto tiene una direccionalidad (aclaro que este símil del Amazonas es mío y no de Gould, por lo que, si está demasiado traído por los pelos es achacable a mí. El del abeto, como veremos en unas líneas está planteado negativamente, despertando animadversión en muchos evolucionistas).)))

(((¿Por qué existe ese gran canal en la evolución? Gould no lo aclara o, al menos, si lo aclara, yo no he sabido verlo. Pero se me antoja que es difícil explicar la existencia de ese gran canal sin la admisión de la ortogénesis, es decir de la dirección de la evolución de acuerdo con un meta-bauplan[1]. Pero ese meta-bauplan exige, me parece a mí, un diseñador. No me estoy refiriendo, desde luego al diseñador al que apelan los creacionistas para justificar que el mundo se creó ya desde el principio con las especies que hay hoy en día. Me refiero a un diseñador enormemente más sutil, que diseña unas complejísimas leyes evolutivas para que lleven a un fin, la aparición del cuerpo y, sobre todo, del cerebro del hombre, como hardware que sea capaz de soportar la inteligencia, potencia del alma, donada por ese diseñador a ese ser que es la causa final de la creación. Este meta-bauplan, visto por Gould, me hace replantearme una visión mía particular de la evolución. Me explico. Muchos evolucionistas afirman, como he dicho hace unas líneas, que el árbol de la evolución no es como un abeto con una cúspide, sino más bien como un caótico arbusto en el que no se aprecia una tendencia definida. Generalmente lo hacen para negar que en la cúspide de ese abeto pudiera estar el hombre y que la evolución pudiese estar orientada a su aparición.)))

(((Hasta que leí a Gould, estaba en parte de acuerdo con ellos. Solo en parte. Aceptaba que el árbol de la vida era ese arbusto caótico, pero veía en él muchos indicios indicaban que de ese arbusto surgía una larga y fina rama que se extendía hasta muy lejos de él (véase capítulos 19-24 de mi libro “Más allá de la ciencia” Ed. Palabrala 2009 o la serie de entradas sobre Dios y la ciencia de fechas pasadas en este mismo blog). Era la rama que acaba en la especie humana. Pensaba: si uno ve de lejos un arbusto del que sale una rama así, puede estar seguro de que esa rama se sujeta en una guía, invisible desde la distancia, que alguien ha puesto ahí. Eso resulta más claro aún cuando en el extremo de esa larga rama aparece un gran racimo de un fruto, único en el arbusto, a saber: la inteligencia simbólica. Pensaba que esa guía era huella de Dios. Ahora, no sé qué pensar. Por favor, entiéndaseme. Tras leer a Gould veo más patente que antes la huella de Dios en la evolución a través de ese meta-bauplan. Mi duda estriba en si la imagen válida es la del arbusto con esa larga rama en cuyo extremo se haya el fruto de la inteligencia simbólica o si, por el contrario, es más representativa la imagen del abeto con la estrella de la inteligencia simbólica en su cúspide, aunque no les guste a muchos evolucionistas. Debo reconocer que aunque, tras leer a Gould, la imagen del abeto me parece más plausible que antes, me he encariñado con la del arbusto. Porque me permite imaginarme a Dios sonriendo entre benévolo y divertido al ver que las reglas de la evolución diseñadas por él producen millones de especies y la más maravillosa y caótica variedad de formas vivas. Mientras tanto, le veo manipulando aquí y allá una mutación de cada millón para que vaya apareciendo su verdadera su obra maestra, anatómicamente imperfecta, pero con un órgano muy peculiar, el cerebro. Ciertamente, tenemos una columna vertebral muy mal diseñada para andar de pie, pero también tenemos un cerebro desarrollado más allá de lo que la naturaleza podría soportar, que será la base, el hardware que sustente el fruto del arbusto, su software; la inteligencia simbólica.)))

(((La imagen del abeto lleva aparejada la imagen de un Dios arquitecto que lo tiene todo planificado desde el principio para llegar a un fin previa y cuidadosamente definido, con un acopio de materiales perfectamente planificado. La imagen del arbusto, en cambio, me lleva a la de un Dios cocinero que es capaz de hacer un sabrosísimo guiso, que también tiene pensado, pero con las sobras de la despensa o de la comida de ayer. Aparte de que me guste más esa segunda imagen de Dios, me parece que se ajusta más a la realidad. Porque muchos científicos afirman que si Dios es un diseñador, es un mal diseñador, un diseñador chapucero. Como acabo de decir, nuestra columna vertebral es una de las innumerables pruebas de que el diseño del cuerpo del hombre –y de cualquier otro organismo– deja mucho que desear desde el punto de vista de la perfección anatómica y funcional. Un arquitecto así sería un mal arquitecto. Pero un cocinero que usa lo que tiene a mano, cata continuamente lo que va haciendo, añade un poco de sal y pimienta aquí, un poco de salsa de tomate allí, unos trozos de carne asada allá, un poco de caldito, un chorrito de vino, unas verduritas, etc., etc., etc. y, al final obtiene el sabrosísimo plato que imaginaba en sus papilas gustativas, aunque no esté muy bien presentado, me parece un genio.)))

[1] En principio, había utilizado el término macro-bauplan, pero he preferido usar el prefijo meta, que en griego significa "más allá", porque ese meta-bauplan está más allá de la propia evolución. Es algo que no se puede explicar desde dentro, sino sólo desde fuera. Es, si empleásemos el trans latino en vez del meta griego, trascendente a la evolución.