28 de marzo de 2012
Frases 28-III-2012
Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.
Las cosas del entero universo se hallaban desde la eternidad encerradas en la mano de Dios... La mano se abrió con la llave del amor y entonces aparecieron todas las criaturas.
Santo Tomás. Sentencias.
25 de marzo de 2012
El 11 de Marzo, inicié la publicación de una serie de 11 relatos que titulo genéricamente “Historias de otro mundos”. Este es el segundo. Son relatos con un cierto componente fantástico. Me han servido de modelo, en su barroquismo los relatos y cuentos de Oscar Wilde.
El constructor de catedrales
Cuentan, no sé si será verdad o no, que cierto día de fines de julio de 1182, Felipe II, el joven rey de Francia, fue a hacer una visita a las obras de la gran catedral de Nôtre Dame que estaba por entonces en construcción en la Isla de Francia, en el corazón de París. La agitación era inmensa. Un séquito de cortesanos acompañaba al rey y al maestro arquitecto mientras recorrían toda la obra, hablando con los principales responsables. Maestros canteros, maestros escultores, maestros carpinteros, ingenieros de trócolas y polipastos, capataces de centuria y un largo etcétera de expertos de gran importancia para la construcción y embellecimiento de la catedral. La visita había sido anunciada con antelación, por lo que la construcción marchaba a toda máquina. Ni una sola cuadrilla estaba ese día inactiva. Los días libres se habían suspendido para causar asombro al soberano con la marcha de las obras. Todo el mundo se movía febrilmente de un lado para otro. El día era uno de los más calurosos que recordaban los más viejos habitantes de París. Al mediodía el sol caía a plomo, inmisericorde, sobre todos, menos sobre el rey y sus más allegados que, naturalmente, iban cubiertos por un lujoso palio y eran abanicados con grandes abanicos de plumas de avestruz por pajes y valets de cámara. Cada maestro le explicaba al rey su participación en la obra, poniendo buen cuidado en que su majestad se diese cuenta de que su parte era la de mayor importancia en el conjunto. ¿Qué harían los diseñadores de arcos si nosotros, los canteros, no tallásemos cada piedra perfectamente adaptada a su sitio en la bóveda de crucería? ¿De qué servirían las piedras de formas cuidadosamente calculadas si nosotros, los maestros de trócolas, no diseñásemos un ingenio de poleas con el que izar cada piedra a su sitio? ¿Qué podrían hacer los ingenieros de trócolas si los carpinteros no diseñásemos andamios que sujetasen los arcos hasta que entrase en su sitio la piedra de clave y el arco pudiese mantenerse erguido por sí mismo? Así todos veían su parte como la más importante y menospreciaban las de los demás.
En el momento de más calor del día, el rey se fijó en un pobre hombre, ni débil ni fuerte, aunque más bien débil, ni viejo ni joven, aunque más bien viejo, ni torpe ni ágil, aunque más bien torpe, con el espinazo doblado bajo el peso de una enorme piedra que llevaba sobre su nuca. El monarca sintió lástima de ese casi anciano que sudaba copiosamente por el esfuerzo unido a la canícula insoportable. Saliéndose del protocolo, se paró en seco, conmocionando a todo el séquito de cortesanos y maestros que le seguían, haciendo que los de atrás se agolpasen sobre los de delante. Se dirigió hacia el hombre, casi hasta ponerse en medio de su camino. Éste, al ver que el rey se paraba a su lado y casi le cortaba el paso, se detuvo y levantó trabajosamente la cabeza para mirar, cosa impensable, a los ojos del rey. No pareció que al monarca le importase lo que podía ser considerado como un desacato, sino que con voz suave, casi paternal, a pesar de ser sólo un muchacho y de que el hombre podía ser su padre, le dijo:
- Duro trabajo ese de acarrear piedras, buen hombre.
- Se equivoca, majestad –le contestó el hombre– yo construyo catedrales, y me gusta.
La respuesta sonó como un trallazo. Más de un cortesano lanzó una exclamación de indignado asombro. ¡Se equivoca, majestad! ¿Se podía tolerar osadía semejante? Más de un cortesano había sido desterrado de la corte por no dirigirse al joven y orgulloso rey con el máximo respeto. ¡Cuánto más un miserable plebeyo! Pero el rey no pareció enfadarse. Al contrario, se asombró de la visión de conjunto, de proyecto, de futuro, que tenía el aldeano. Dicen que tras hablar con él largo rato, le asignó una renta para que pudiese disfrutar de descanso los últimos años de su vida. Y cuentan que tuvo una larga vida, llena de salud y vigor.
Pero no descansó ni dejó de construir catedrales. Siguió trabajando en Nôtre Dame y luego continuó trabajando, hasta el día de su muerte, en otras catedrales. Nunca aceptó otra tarea que la de acarrear piedras. Llegó a ser una leyenda entre los constructores de catedrales que se disputaban el que trabajase con ellos. Traía buena suerte. Las catedrales en las que trabajaba avanzaban con mayor rapidez y había menos accidentes en ellas. Pero los que estaban a su lado codo con codo sabían que no era suerte lo que traía. La gente le veía trabajar construyendo catedrales y todos se convertían, hiciesen lo que hiciesen, en constructores de catedrales. Todos sabían que estaban participando en un proyecto mucho más grande que ellos mismos para Alguien más grande que lo más grande que podían encontrar en su interior. Los canteros no perdían el tiempo discutiendo con los ingenieros de trócolas ni éstos con los carpinteros. Como contagiados por la ilusión de saberse constructores de catedrales, todos intentaban poner lo mejor de sí mismos en lo que hacían, fuese lo que fuese.
Parece ser que otro día de calor sofocante de otro mes de Julio, años más tarde, nuestro hombre se derrumbó muerto bajo el peso de una enorme piedra, como fulminado por el rayo, pero que su cara expresaba una enorme placidez. Y dicen, que cada veintiuno de Julio del primer año después de uno bisiesto, justo un mes después del solsticio de verano, al mediodía, un dorado rayo de sol que pasa por un pequeño hueco del muro sur de la catedral de Chartres, señala un lugar en el que puede verse un tosco bajorrelieve de un hombre con una enorme piedra sobre su nuca. Allí dicen que fueron puestos sus restos cuando murió. Si queréis comprobarlo, tan sólo hay que ir a la catedral de Chartres el día adecuado en el momento justo. Claro, que con la reforma gregoriana del calendario, tal vez ya no sea ese el día ni la hora. Cualquier hora o día pueden ser buenos. Y si no encontráis el bajorrelieve, sí puede ocurrir que el constructor de catedrales os encuentre a vosotros y os contagie su visión de la vida.
22 de marzo de 2012
Frases 22-III-2012
Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.
El hereje es un hombre que ama su verdad más que la verdad misma. [...] Siempre se comete el mismo error fundamental: se supone que el hombre en cuestión ha descubierto una nueva idea pero, en realidad, lo nuevo no es la idea, sino la separación de la idea [de un todo coherente]. Es muy posible que la idea misma se encuentre repartida en todos los grandes libros de carácter más clásico e imparcial, desde Homero y Virgilio, hasta Flelding y Dickens. Se pueden encontrar todas las nuevas ideas en los libros viejos, sólo que allí se las encontrará equilibradas, en el lugar que les corresponde [dentro de ese todo]. [Toda herejía es una moda]. [...] Los grandes escritores no dejaban de lado una moda porque no hubiesen pensado en ella, sino porque habían pensado también en todas las respuestas. [...] Shakespeare ya había pensado lo que Nietzsche sobre el Jefe de la Moralidad; pero le dio su propio valor y lo colocó en el lugar que le corresponde. Este lugar es la boca de un jorobado medio loco en vísperas de su derrota, [en el último acto de Ricardo III].
G. K. Chesterton. Recopilación “El Hombre común”. Los textos entre corchetes son interpolaciones mías.
20 de marzo de 2012
10 principios sobre el libre mercado de Greg Mankiw comentados por mí
Hace unos meses, leímos en el periódico que un grupo de alumnos de 1º de Economía de la Universidad de Harvard habían abandonado la clase del famoso profesor Greg Mankiw por considerar que era sectario en su presentación de la economía, sesgándola hacia principios liberales que no gustaban a ese gripo de alumnos. Ignoro cual es le forma de dirigir las clases del Prof Mankiw pero, a bote pronto, me parece que el mes de octubre del primer año es muy pronto para saber si el profesor es sectario o no. No obstante, movido por la curiosidad, me adentré en la página web del Prof. Mankiw y me encontré con lo que el define como los diez principios clave de la economía. A medida que los leía, me sentía identificado con ellos. No al 100% y sin matizaciones, por supuesto, pero sí de una forma general. La verdad es que me siento más Friedmaniano (no creo que exista este término, pero nos entendemos) que Keynesiano. Sentirme más cerca de Friedman que de Keynes tampoco quiere decir que suscriba todo el pensamiento económico de Milton Friedman, que, por otra parte, tampoco conozco en su totalidad. También quiero señalar que si Keynes levantase la cabeza, creo que se quedaría espantado de ver que, usando su nombre, pretenden justificarse endeudamientos de los Estados superiores al 100% del PIB, y déficits escalofriantes. Pero, quien abre una puerta no puede extrañarse de que alguien se meta hasta la cocina. Por otro lado, tampoco los liberalistas a ultranza pueden decir que Milton Friedman niega toda regulación estatal. Por último, y para acabar con esta introducción, quiero puntualizar algo:
Creo que el liberalismo es al libre mercado como el racionalismo es a la razón. Me explico. Nadie sensato duda de que la razón es buena. Naturalmente, si alguien piensa que la única forma de conocimiento de la realidad es a través del pensamiento silogístico de la razón, cae en el error del racionalismo. Pero el racionalismo no hace mala la razón. De la misma manera, creo, el libre mercado es algo bueno. Pero si alguien piensa que sólo el libre mercado es total y absolutamente autosuficiente para regular la economía, cae en el liberalismo. Pero tampoco el error del liberalismo hace malo al libre mercado.
Lo que pretendo a continuación es, precisamente, esa matización personal de los diez puntos de Mankiw. Ahí voy.
Ten Key Principles in Economics
Everything has a cost. There is no free lunch. There is always a trade-off. (Todo tiene un costo. No hay comida gratis. Siempre hay un compromiso).
No puedo estar más de acuerdo. Olvidar esto lleva a que el ciudadano medio piense que la sanidad pública es gratis, que la educación pública es gratis, que las carreteras son gratis, etc., lo que es un gravísimo error. Desde luego, financiar hasta cierto punto esos servicios es una función inherente del Estado. No obstante, la sociedad tiene que buscar un compromiso entre las demandas de la justicia, que implican que ciertos servicios se presten sin una contraprestación directa (o con una contraprestación simbólica) por parte del usuario del servicio, y el deterioro que eso cause en la economía. Porque, en general (en general no es siempre), cuando un Estado detrae de los ingresos de los ciudadanos una cierta cantidad de dinero para financiar determinados servicios básicos a los que la gente más desfavorecida no tendría acceso, puede que incremente la justicia y, con ella el bien común (también puede que no, que sólo favorezca a sus amigos o que haga algo que el partido en el gobierno crea que le va a dar votos o que apoye una ideología, por no hablar de la corrupción, etc) pero, casi siempre, empeora la eficiencia. El trade-off es, por tanto: ¿Hasta dónde está una sociedad dispuesta a sacrificar la eficiencia por la justicia? Difícil pregunta porque si se sacrifica demasiado la eficiencia se comete la máxima injusticia, a saber: ser muy justos administrando la miseria.
Este-trade off es el que justifica, hasta un cierto punto, los impuestos progresivos y los servicios básicos financiados por el Estado sin contraprestación (o con contraprestación simbólica). Siempre me ha gustado la frase de “La venganza de don Mendo” en la que, refiriéndose al juego de las siete y media dice: “Y el no llegar da dolor, pues indica que mal tasas/y eres del otro deudor./Mas, ¡ay de ti si te pasas!/Si te pasas es peor”.
Cost is what you give up to get something. In particular, opportunity cost is cost of the tradeoff. (El coste es lo que sacrificas para conseguir algo. En particular, el coste de oportunidad es coste del compromiso).
Totalmente de acuerdo, con una puntualización. La palabra coste (como la de ingreso), a mi entender, hay que entenderla de una forma amplia. No es sólo monetario. Tener que sacrificar la calidad de mi vida familiar, es un coste. Crear una sociedad flagrantemente injusta, es un coste. Uno de los grandes errores de Adam Smith (Me siento bastante Friedmaniano, pero muy poco Smithiano (otro término inexistente)) es creer que los únicos inputs en la función de utilidad son los monetarios. Eso le ocurre al homo economicus, pero el homo economicus no existe. Se puede renunciar a trabajar en una empresa en la que pagan mejor, porque es ecológicamente irresponsable o porque no deja espacio a la vida familiar o porque el trato es inaguantable.
El coste de oportunidad es el ingreso (ambos, costes e ingresos, en un sentido amplio) que dejamos de obtener por elegir hacer lo que hacemos. Por definición es el coste del compromiso
One More. Rational people make decisions on the basis of the cost of one more unit (of consumption, of investment, of labor hour, etc.).(Una más. La gente racional toma decisiones sobre la base del coste de una unidad más (de consumo, de inversión, de hora de trabajo, etc.)).
Es bastante evidente. Yo estoy dispuesto a trabajar una hora más al día por una cierta cantidad de dinero. Pero cada hora de más tiene para mí un coste marginal mayor. Probablemente la quinta hora adicional al día tenga para mí un coste familiar altísimo. Es evidente que, por la misma cantidad de dinero que me pagan por cada una de las cuatro primeras, no trabajaré la quinta. Pero es evidente que si para las cuatro primeras la función de utilidad es positiva, (lo que me pagan es más que el coste familiar), las seguiré trabajando, aunque renuncie a la quinta. Evidentemente el coste familiar de cada uno es distinto. Una vez más, como se ve en el ejemplo, las palabras coste e ingreso, hay que tomarlas en un sentido amplio, no exclusivamente monetario.
iNcentives work. People respond to incentives. (Los incentivos funcionan. La gente responde a los incentivos).
Clarísimo. Y a los desincentivos, añadiría. Si me pueden despedir por baja productividad, me pondré las pilas. Si nadie me puede despedir aunque me toque las narices todo el día, me las tocaré. Sin embargo, hay excepciones. Hay gente que tiene reacciones nulas (e incluso contrarias) ante los incentivos o desincentivos. Los héroes y los santos hacen lo que tienen que hacer, y lo hacen bien, aún sin recompensa, pero, por desgracia, son escasos. Los rebeldes, inconformistas, etc. pueden hacer lo contrario de lo que pretende el incentivo por aquello de “de qué se trata que me opongo”, pero, afortunadamente, este tipo de inconformistas también son pocos. Suelen ser “indignados”.
Open for trade. Trade can make all parties better off. (Abierto al intercambio. El intercambio hace que todas las partes mejoren).
No cabe la menor duda. Si yo tuviese que autoabastecerme de todo lo que necesito para vivir, me moriría de hambre. Me limito a dar clases, me pagan por ello, compro la carne en la carnicería y vivo mucho mejor. Y a mis alumnos, a la universidad y al carnicero les pasa lo mismo que a mí. Cuando el intercambio es libre (de verdad) y transparente (también de verdad), es casi siempre un ganar-ganar. En otro punto aclararé lo de los paréntesis (de verdad). Pero puede haber situaciones en las que no todos ganen. Por ejemplo, cuando se producen deseconomías externas (o que todos ganen más si se producen economías externas). Ejemplo de deseconomía externa: Yo te compro a muy buen precio un producto que me resulta muy útil y que contamina mucho, tú ganas dinero con ello. Los dos estamos contentos y… el mundo se contamina. Las deseconomías externas deberían incorporarse al coste del producto, aunque no sean un coste directo para la empresa fabricante. Ejemplo, los bonos de emisiones de carbono. Ejemplo de economía externa: Yo hago un medicamento que tú compras y mejora tu salud, con lo que disminuyen los gastos de sanidad del Estado. Es difícil que está economía externa se repercuta como mejora de la cuenta de resultados de la empresa farmacéutica. Asimetrías de la vida.
Markets Rock! Usually, markets are the best way to allocate scarce resources between producers and consumers. (Mécete en el mercado. Usualmente, los mercados son la mejor forma de distribuir recursos escasos entre productores y consumidores).
Muy, pero que muy usualmente. Aunque no siempre, casi, casi siempre. Siempre que el mercado sea libre (realmente libre) y transparente (realmente transparente). Estos paréntesis ya aparecieron antes y dije que lo aclararía. Ahí va: Hay veces que determinados agentes del mercado impiden que el mercado funcione como tal, trucándolo para que trabaje defectuosamente a su favor. Hay varios tipos de situaciones en las que se puede producir esto:
A) Una de las partes no es realmente libre, porque no tiene opción de hacer otra cosa que lo que le impone la otra.
B) Alguien crea escasez artificial en el mercado, haciendo que suba el precio y así beneficiarse.
C) Alguien tiene una ventaja de información sobre otros partícipes del mercado, no por ser más diligente, sino por motivo de su cargo, por el que ya gana un sueldo justo. (Información privilegiada).
D) Alguien tiene una ventaja de información sobre la contraparte, porque ésta es incapaz de entender el producto que compra por no haber tenido igualdad de oportunidades (ojo, mucha gente se vuelve picarescamente “tonta” cuando lo que compra sale mal, habiendo demostrado ser “lista” cuando lo contrató).
E) Etc.
Estas situaciones exigen que el mercado sea regulado para que estos abusos no existan, pudiendo ser constitutivo de delito específico algunos de estos abusos. (Ya lo son algunos: Información privilegiada, conspiración para alterar el precio de las cosas, que yo sepa). El problema es que, muy a menudo, quien regula un mercado puede hacerlo mal por falta de capacidad, lo que puede hacer al remedio peor que la enfermedad o, lo que es peor, por actuar en su propio provecho o en el de un amigo, o en el de un partido o en el de quien le pague, lo que es gravísimo. Los reguladores son seres humanos, que pueden ser ignorantes, corruptos o ambas cosas a la vez.
En otro orden de cosas, a veces no es posible establecer un mercado. Algunos casos. Bienes no excluibles por un precio. Ej. La policía. Si la función de la policía estuviese sujeta a mercado, ésta me tendría que preguntar, antes de actuar para protegerme, si he pagado. Pero para entonces ya me han atracado. Imposible. En algunos casos esto da lugar a la aparición de gorrones (free riders en inglés). Se han dado casos en urbanizaciones privadas, con vigilancia también privada, de casas que no pagaban (y no tenían la identificación pertinente) y, al ser asaltadas, la vigilancia les ha defendido. Y se han dado casos en los que, cuando la vigilancia se ha negado, los gorrones han demandado a la empresa y ésta ha sido condenada. Si no es posible que un mercado funcione, la premisa de este punto se cae por su propio peso.
Intervention in free markets is sometimes needed. (But watch out for the law of unintended effects!) (A veces es necesaria la intervención en los mercados libres. (Pero ojo con los efectos indeseados))
Creo que hay que distinguir entre regulación e intervención. Lo primero, se ha visto lo que es: trata de respetar el funcionamiento correcto del mercado, defendiéndolo de quienes lo quieren alterar a su favor. Lo segundo es que el Estado actúe como agente en el propio mercado, ya sea participando en él o mediante subvenciones u otros medios. En la medida en la que el Estado cobre impuestos y realice un gasto público del tipo que sea, ya está interviniendo de la primera manera. Anteriormente se ha dicho que este papel del Estado, con la debida mesura, es inherente a su propia existencia. Sin embargo, la segunda manera de intervención (o el abuso de la primera), vía subvenciones, conlleva casi siempre serias distorsiones del mercado que inducen a decisiones económicas erróneas con consecuencias negativas. Por ejemplo. La subvención que se ha dado a las energías alternativas ha contribuido a la creación de parques eólicos y huertos solares insostenibles sin la ayuda pública, además de encarecer el coste de la energía para los usuarios (esto nos llevaría a hablar del déficit de tarifa de las compañías eléctricas, pero sería demasiado largo). Cuando el déficit del Estado ha hecho que tampoco se pudiesen subvencionar estas energías, ya se había creado toda una industria, con empresas cotizadas en bolsa que participaban en ella y que ha llevado a los ahorradores a invertir en ellas su dinero. Al suspenderse las subvenciones, éstos sufren un deterioro de sus ahorros.
Además de distorsionar el mercado, las subvenciones, y cualquier tipo de intervención en general, tienen un efecto llamada a otras intervenciones, de forma que, normalmente, se entra en un proceso perverso que al final teje una tela de araña que perjudica seriamente a la economía. No digo que el Estado no deba nunca intervenir en el mercado, sino que toda prudencia y sentido de la excepcionalidad es poca cuando lo hace.
Lo de los efectos indeseados es muy corriente en economía. Un Estado hace algo con su mejor intención para conseguir algo muy loable y lo que consigue es lo contrario. La protección excesiva del empleo con la intención de conseguir el pleno empleo, lo que logra es desempleo crónico. En la película “Million dollar baby”, Cuando Clint Eastwood está enseñando a boxear a la chica le dice algo así como: “En boxeo, si lo que quieres es avanzar, tienes que empezar por retroceder y si lo que quieres es ir a la derecha, tienes que amagar que te vas a la izquierda”. Creo que en Economía pasa lo mismo.
Concentrate on productivity. A country’s standard of living depends on how productive its economy is. (Hay que concentrarse en la productividad. El nivel de vida de un país depende de cómo de competitiva es su economía)
Creo que esta afirmación es incuestionable. Cuando un país tiene su propia moneda, la falta de competitividad se suple con devaluaciones. Naturalmente que esto empobrece al país porque va encerrando paulatinamente en sus fronteras a sus ciudadanos que no pueden salir fuera de él porque el tipo de cambio lo hace inasequible. Pero cuando un país pierde su propia moneda y se engloba en una unión monetaria más amplia, su falta de competitividad hace que su tejido empresarial se empobrezca y sus ciudadanos, empezando por sus mejores talentos, tengan que emigrar, lo que hace que el país entre en un círculo vicioso de empobrecimiento. Este gap de productividad entre países es, a largo plazo, el principal peligro de ruptura de las uniones monetarias. Ojo con Europa, que aunque llegue a corregir sus desequilibrios fiscales, si no llega a cerrar el gap de productividad entre distintos países, se desgarrará tarde o temprano.
Sloshing in money leads to higher prices. Inflation is caused by excessive money supply. (Crear dinero lleva a precios más altos. La inflación está causada por un suministro excesivo de dinero)
Muy cierto. Pero la creación excesiva de dinero no sólo lleva a la inflación, sino al dinero excesivamente barato, al exceso de oferta y demanda de crédito, al apalancamiento monstruoso de empresas y familias, al diseño de productos de inversión “creativos” para engañar con promesas de altas rentabilidades a bajo riesgo a los inversores, al endeudamiento salvaje de los estados y a la aparición de burbujas si la subida de precios crónica se focaliza en un solo bien o en unos pocos. Lleva, en definitiva, a la aparición de una economía financiera totalmente desvinculada de la economía real. Esto es exactamente lo que ha pasado en la gestación de esta crisis. Pero hay un único culpable en la creación excesiva de dinero: Las autoridades monetarias (BCE, FED, etc.). Porque a través del mecanismo de inyección o drenaje de dinero del sistema, éstas pueden controlar al céntimo la masa monetaria. Una vez que la cantidad de dinero se desboca hay, por supuesto, otros culpables del crédito irresponsable, del apalancamiento excesivo, de la inversión alocada en la burbuja, de la aparición de productos de inversión “creativa”, de los déficits brutales, etc. Pero aquellas aguas trajeron estos lodos. Una buena lección a extraer de esta crisis es que se limite rigurosamente el aumento de la masa monetaria al crecimiento de la economía real. Si es necesario, que sea por una ley constitucional, como se quiere hacer y se ha hecho en algunos países con el déficit.
!! Caution: In the short run, falling prices may lead to unemployment, and rising employment may lead to inflation. (¡¡Cuidado!!: En el corto plazo, la deflación puede llevar a desempleo y, el crecimiento del empleo puede llevar a la inflación)
La verdad es que este punto me parece un poco traído por los pelos para que sean 10. En la primera parte del mismo –y lo digo sin total convencimiento– creo que la relación causa efecto es al revés. El desempleo, al disminuir la demanda puede llevar a la deflación y no viceversa. La deflación es mala porque es el síntoma, no la causa, de que algo va mal. La segunda parte es, a mi modo de ver, correcta por la misma razón que la primera. El crecimiento del empleo aumenta la demanda y, por tanto, puede crear inflación.
14 de marzo de 2012
Frases 14-III-2012
Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.
Los seres humanos creen infinitamente más de lo que se figuran e incluso de lo que saben que creen.
Charles du Bos
11 de marzo de 2012
Historias de otros mundos 1. La deificación de Odín
Tomás Alfaro Drake
Inicio hoy, 11 de Marzo, una serie de 11 relatos que titulo genéricamente “Historias de otro mundos”. Son relatos con un cierto componente fantástico. Me han servido de modelo, en su barroquismo los relatos y cuentos de Oscar Wilde.
La deificación de Odín
Creo, aunque la mitología nórdica vive para mí envuelta en las brumas de la ignorancia, que fue Odín el hombre del norte elevado al panteón de los dioses. Y me han contado, no sé si será verdad o leyenda, que para conseguirlo hubo de fracasar en tres pruebas iniciáticas. Sí, fracasar. Porque el fracaso en las pruebas reservadas a los dioses, hace a los hombres humildes y grandes.
Cuentan que Odín, al no encontrar en el valle un sentido a su existencia, subió, no sin grandísimos trabajos, hasta la montaña en la que habitan los dioses con la pretensión de ser uno de ellos. Constituidos en tribunal, decidieron someterle a tres pruebas para concederle la riqueza, la sabiduría y la inmortalidad, dones de la condición divina. Le pidieron, como primera prueba, que bebiese de un solo trago un cuerno de hidromiel y cogiese de su fondo un diamante que allí brillaba. Casi desdeñosamente el hombre del norte cogió el cuerno entre sus manos y empezó a beber. Pero, ante su asombro, el cuerno parecía no tener fondo, de forma que cuanto más bebía, más hidromiel parecía haber en su interior. Bebía y bebía. Poco a poco los efectos del brebaje le iban embotando los sentidos, hasta que las piernas le flaquearon y cayó al suelo estrepitosamente. El sueño le vencía, pero él luchó para no sucumbir a sus efectos. La tentación era grande, pues el sopor le alejaría de la dolorosa sensación de su fracaso. Pero resistió.
Cuando los efectos del poderoso licor se disiparon, sus ojos se fijaron en la ceñuda mirada de los dioses. Pensó en abandonar sus aspiraciones a la divinidad y volverse al valle a vivir sin sentido en el amargo recuerdo de su derrota. Pero no lo hizo. Su orgullo herido le impedía coger el diamante que, al caerse el cuerno, había salido de él y yacía en el suelo al alcance de su mano. Los dioses le pidieron que lo recogiese y lo guardase como un don. Él pensó que era el señor de los bosques y no necesitaba para nada la piedra brillante. No se humillaría agachándose. No obstante, venció su orgullo y, sin saber por qué, obedeciendo a los dioses, cogió del suelo la joya que no quería, que no había ganado con su esfuerzo y que los inmortales le ofrecían como una limosna.
Oyó entonces a sus jueces enunciar la segunda prueba. Debía, con su martillo, partir una enorme roca de un solo golpe y coger una esmeralda que había debajo. Cientos de veces había hecho algo semejante sin ningún esfuerzo. Cada vez que caminando por los frondosos bosques de Escandinavia, encontraba una roca en su camino, la partía sin apartarse un codo a derecha o izquierda. Con aplomo, pero con cierta prevención, tomó su poderosa maza. Haciendo acopio de toda su fuerza, con la ira y la frustración del anterior fracaso tensándole los músculos, descargó el más fulminante golpe que nunca hubiera asestado. Con el terrible impacto saltaron de la piedra inmensas chispas que le cegaron. Cayó a tierra como fulminado. Cuando el fuego y el humo del golpe se disiparon, entreabrió un ojo y para su desconsuelo, vio que tan sólo había sido capaz de hacer saltar una pequeña lasca de la enorme piedra. Pensó en hacerse el muerto. Tal vez así, con su fingida muerte, pudiese evitar oír la sentencia de su fracaso. Cuando los dioses se dispersasen se levantaría y vagaría sin sentido, hasta su auténtica muerte, ocultándose de sus miradas en el reino de las sombras, en las profundidades de la tierra, junto a los despreciables nibelungos. Es posible que pudiese llegar a ser su rey.
Pero inmediatamente desechó tan ruin pensamiento. De un salto se puso en pie y miró fijamente a los ojos de los númenes. Durante un momento mantuvo la mirada, pero al fin tuvo que bajarla. Entonces se dio cuenta de que la enorme roca había rodado una escasa pulgada, lo justo para dejar al descubierto una parte de la esmeralda. Los dioses se la ofrecieron como un regalo inmerecido. Se agachó y laboriosamente, pues la gema estaba aún sujeta por la roca, ayudándose de un pequeño tallo, pudo extraer la esmeralda de debajo de la peña y la cogió. Le quemaba las manos, pues pensaba que no se la había ganado.
Llegó entonces a sus oídos la tercera prueba. Debía vencer en singular combate a un endeble anciano doblado por el peso de los años, inmovilizarle y arrancarle un mechón de su larga barba. Por un momento pensó en acercarse al pobre viejo, y rodeándole en un abrazo de oso, sujetarle para arrancarle la barba entera. Pero sus experiencias anteriores le pusieron en guardia frente a su soberbia. Por eso, pensándolo mejor, se puso su pesada armadura y tomó su enorme espada entre sus manos. Su plan era matar al anciano y, ya definitivamente inmóvil, arrancarle un pelo de la barba. Se lanzó, con un grito feroz, a asestar el golpe mortal. En ese momento el viejo dio un traspiés, al borde de perder el equilibrio y caer al suelo por sí mismo. No llegó a caer, pero Odín falló el golpe y su espada fue a clavarse en un árbol de donde fue incapaz de sacarla. Mientras lo intentaba con todas sus fuerzas, su broncínea armadura empezó a oxidarse. Su brillo desapareció y, tras ponerse verde, empezaron a aparecer agujeros en ella, hasta que acabó por desaparecer, disuelta en óxido verde y polvoriento. Mientras tanto, notaba cómo sus miembros se hacían cada vez más pesados y sus piernas apenas podían aguantar su peso. Dejó la espada clavada en el árbol y volvió otra vez su atención hacia el viejo. Muchas veces intentó acometer al anciano, que parecía mirarle con una mueca de burla. Pero cada vez que lo intentaba el viejo lo esquivaba con lo que aparentaba ser un tropiezo causado por la torpeza de la vejez. No supo muy bien cuántas veces repitió su ataque, pero cada vez le costaba más iniciarlo. Por fin, tras un esfuerzo sobrehumano para empezar una acometida, cayó por tierra. Pero en la caída, en un desesperado intento por evitarla agarrándose a lo que fuera, fue capaz de tomar entre sus manos un solo pelo de la barba del anciano. Esta vez no tendría que fingir estar derrotado. Estaba realmente hundido, al borde de la muerte por agotamiento. Además, él mismo se había convertido en un anciano, más decrépito que su supuesta víctima. Sólo tendría que dejarse morir de verdad para no oír la ineludible sentencia de fracaso de los dioses. Pero en un titánico esfuerzo fue capaz de incorporarse para afrontar con dignidad, aunque encorvado por la vejez, su derrota. Sus jueces le permitieron quedarse con la cana del anciano y él pensó con rabia en romperla en mil pedazos y dispersarlos al viento. Pero un impulso de su voluntad hizo que la apretase entre sus manos como si fuese un precioso don. Cuando estuvo de pie, miró entre sus dedos la hebra de la barba del anciano que, lejos de ser el fruto de su triunfo, era un amargo recuerdo de su derrota. Vio entonces que el pelo no tenía principio ni fin. Se extendía hasta el infinito en ambos sentidos. Se dio cuenta de que lo que parecía una larga cana era en realidad una hebra de una plata más dura que el más duro bronce que nunca hubiera existido. Y vio a los dioses intentando cortarla sin conseguirlo.
Entonces oyó el veredicto.
“Odín –dijo el heraldo de los dioses– eres admitido en nuestra asamblea como uno de los nuestros”.
No lo creyó.
“¿Por qué me admitís –preguntó– si he fracasado en todo?”
“No has fracasado –respondió el porta–. Lo que creías un cuerno de hidromiel no lo era, era en realidad el océano. Y ¿qué hombre puede beberse el océano? Pero gracias a tu intento, conseguiste rebajar su nivel en unos metros. Dos ciudades que se hallaban separadas por el mar vieron secarse el brazo de océano que las separaba y pudieron iniciar una fructífera relación comercial que las enriqueció. Mucha miseria ha sido remediada por ello y por eso te concedemos el diamante de la riqueza”.
“Lo que creías que era una simple roca no era una roca, era el mundo. Y ¿qué hombre puede partir en dos el mundo con su maza? Pero gracias a tu fuerza abriste un enorme hueco en una inmensa cordillera. Dos pueblos que estaban separados pudieron compartir su sabiduría y encontrar respuestas a preguntas que les angustiaban. Muchos males podrán evitarse con esas respuestas y por eso te concedemos la esmeralda de la esperanza. Además, cada vez que golpees las nubes con tu martillo, harás que el rayo baje del cielo a la tierra para encender el fuego que los hombres tanto necesitan”.
“Lo que creías que era un anciano decrépito a punto de caer, era el tiempo. Y ¿qué hombre puede vencer al tiempo? Pero tú conseguiste retrasar un poco su inexorable avance. Gracias a ello, dos imperios que estaban a punto de entrar en guerra, tuvieron un momento más de reflexión y se pudo evitar una contienda que hubiese supuesto el fin de ambos y una terrible secuela de muerte, hambre y peste. Por eso te hemos concedido la vida eterna en la paz de los dioses. Serás eternamente joven y el hilo de tu vida no podrá ser jamás cortado”.
Así me lo han contado. Que ocurriese de verdad no lo sé, pero me gusta. Porque lo que nos hace grandes no es el éxito que tengamos en las misiones que Dios nos encomienda, sino el esfuerzo con que las abordemos, la forma en que encajemos los aparentes fracasos y la humildad con que admitamos sus dones gratuitos inmerecidos.
7 de marzo de 2012
Frases 7-II-2012
Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.
Es necesario que se restablezca la armonía entre los modernos sin fe y los creyentes sin modernidad. Hace falta que los primeros se reencuentren con Dios. Pero hace también falta que los segundos caminen hacia delante sobre la tierra.
Frase citada por Jean Guitton en su libro “Un siglo, una vida” como anotada en el cuaderno malva de su madre y atribuida a Mme. Swetchine, de la que no dá ninguna referencia.
4 de marzo de 2012
El 19 de febrero publiqué en mi blog, con gran dolor, una respuesta a Juan Manuel de Prada acerca de un artículo suyo en el que arremetía, a mi modo de ver sin la más mínima seriedad intelectual, contra el capitalismo y la economía de mercado. El dolor provenía de la admiración que tengo por Juan Manuel de Prada como penador agudo. Pues bien, me temo que de Prada se ha embarcado en una cruzada sin causa y errónea contra estas dos, para él, bestias negras. Y no puedo resistirme a contestarle otra vez. Esta vez no publicaré sus artículos, en el ABC y en Alfa y Omega, con sus peregrinas ideas. Seguro que quien esté interesado puede encontrar ambos artículos. Me limito a contestarle intentando ser lo menos agresivo posible en mi respuesta a la que prefiero dar un tono jocoso.
No soy filósofo. Soy una persona sencilla que se hace preguntas sencillas. Por eso, mis razonamientos serán pedestres. No me elevaré a los universales, sino que hablaré de la prosaica vida cotidiana.
Hoy, a las 8,30h, ha sonado el despertador. Bueno, no era exactamente el despertador. Era la BlackBerry que la Universidad en la que trabajo ha puesto a mi disposición para hacerme más cómodo mi trabajo. Me ha parecido bueno y le he dado gracias a Dios de que muchas personas hayan colaborado para que yo pueda tener ese chisme. Pero me ha costado bastante levantarme de la cama. Se estaba tan bien en un colchón blandito y duro a la vez, tapado con unas mantas calentitas y unas sábanas suaves. Todo me ha parecido bueno y otra vez le he dado gracias a Dios de que muchas personas hayan colaborado para que yo duerma cómodo y calentito. Me he arrastrado como he podido hacia el cuarto de baño y con un sencillo giro de muñeca he conseguido el milagro de que salga agua y, por si fuera poco, caliente. Me ha parecido buena y le he dado gracias a Dios. ¡Cuántas personas han tenido que colaborar para que yo pueda darme una ducha caliente! He ido al armario y he elegido un traje, una camisa, una corbata. El traje era muy poco original, gris. Pero la camisa era de rayas azules y rosas sobre fondo blanco. Cuando me la compré, la elegí entre decenas de diseños. ¿Y la corbata? Preciosa. Azul con unas especies de diminutos lazos de pajarita también rosa. Me encantan. Y le he dado, una vez más, gracias Dios de que tanta gente haya podido colaborar para que yo vaya vestido a mi gusto, que es distinto del de quien lea estas líneas, al que mi traje, mi camisa y mi corbata le pueden parecer horribles, pero que, por suerte para él, no tiene por qué comprarse unos iguales. He bajado a desayunar... pero ¡ah! perdón, se me ha olvidado decir que vivo en una casa y que me la he podido comprar porque un banco me ha dado un préstamo para que la pague en los próximos veinticinco años... Hecho este inciso, continúo: el desayuno. Tostaditas recién hechas en una tostadora eléctrica. Porque hasta mi casa, desde Dios sabe dónde, llegan unos cablecitos con electricidad. Y por toda la gente que ha colaborado para que yo pueda tener eso, le he dado, por enésima vez, gracias a Dios. Ni que decir tiene que podría seguir con este rollo durante páginas y páginas. Pero por auténtica misericordia hacia quien pueda leer estas líneas, no lo haré. Que sea él quien haga un pequeño esfuerzo para imaginarse la cantidad de gente que ha colaborado para su bienestar. Y, si quiere, que le de gracias a Dios por ello.
En mi coche, un sencillo pero buen Hyundai, he ido a mi trabajo en la Universidad. Me gusta mi trabajo. Hombre, me gustaría que me pagasen más, pero... no está mal. Y, además, mi trabajo, con sus marrones de turno y todo, me enriquece como persona. Y también por esto le he dado gracias a Dios. Mi memoria se ha remontado a los varios trabajos que he tenido. Y en todos, con sus más y sus menos, he crecido profesionalmente y, trabajando en ellos, he mantenido a mi familia desde hace 39 años que me casé. Y también le he dado gracias a Dios. Me he acordado de mi amigo Luis. Tras 20 años de trabajar en una empresa, ésta ha empezado a ir mal y le han tenido que despedir. Lo está pasando mal, pero como el país funciona (evidentemente, no me refiero a España, pero con la reforma laboral y el ahorro del déficit, tal vez un día funcione) sabe que no tarará en encontrar trabajo, porque surgirán otras empresas. Guarda buen recuerdo de esos veinte años. Con sus marrones, claro, y algún que otro jefe capullo. Le da gracias a Dios por esos veinte años y le pide que encuentre trabajo pronto.
Tampoco me alargaré en esto, pero esta es la experiencia de la mayoría de la gente. Lo sé, no soy idiota, no todo es así. Pero podría serlo. Si los jefes no fuesen capullos y los dirigentes del país fuesen competentes e hiciesen lo que hay que hacer en vez de pensar sólo en ganar las elecciones con medidas populistas, podría muy bien ser así. El sistema que permite que tanta gente trabaje para mí, en general, incluso teniendo en cuenta las crisis, funciona y se llama capitalismo. Sí, ya sé, hay empresarios demasiado avariciosos que son como arena en un mecanismo y que, junto con los políticos más populistas que competentes, hacen que, periódicamente haya crisis y que a mi amigo Luis le cueste encontrar trabajo. Hay más jefes capullos de los que debiera. Pero, a pesar de todo, funciona. Con lo poco que sé de historia, miro hacia atrás, cincuenta, cien, doscientos años y, no me cambiaría de época. Y quien diga que sí, debería quitarse las gafas de la utopía y pensarlo con objetividad. Tal vez si se diese un paseíto por esas épocas y viese a la mitad de sus hijos morir en la juventud o a su mujer morir de una infección en el parto de su tercer hijo, pidiese a gritos volver. Sí, ya sé que hay mucha gente que vive obsesionada por poseer más y más cada vez, insaciablemente. Pero la gente que veo a mi alrededor, es normal, como yo. Unos un poco más ambiciosos y otros algo menos, pero, en general, normales. Y la gente, cuando necesita un traje, se va a El Corte Inglés, loado sea Dios de que exista un sitio así, y como hay mucha gente que quiere comprarse un traje o un disco o un libro o una tele –y gracias a Dios pueden– y todos van allí, se producen aglomeraciones, sobre todo en rebajas. Y cuando llego a casa digo: “¡Qué barbaridad, vivimos en un mundo consumista, a nadie le importa más que consumir!” Pero luego lo pienso mejor y me digo: “Tomás, toda esa gente estaba allí igual que tú. Es, en general, tan consumista como tú. Unos más y otros menos, pero, en general, como tú”. A pesar de todo, lo sé, hay gente que no le basta con nada, que siempre quiere más. Pobrecitos. También hay gente que come compulsivamente y no se me ocurriría pensar que la comida es mala. Desde luego, si no hubiese comida, mi amigo Juan, que está como un turullo, estaría más delgado. Podemos echar la culpa a la comida, pero me parece que es más bien suya.
Y entonces me pregunto cómo tanta gente se pone de acuerdo para hacer tantas cosas para mí. Y veo empresas. Sitios en los que un ser humano, para ganar dinero, naturalmente, en vez de ir a ver quién le quiere contratar, se da cuenta de que hay algo en el mundo que la gente quiere y que no lo hace nadie, coge todos sus ahorros, pide dinero a un banco y pone un negociete para el que contrata a su primo y a su cuñado. Se llama Steve o Bill o, si lo que tiene es una tienda de ultramarinos, Juan (a este le pongo el apellido: Roig. A los otros que se los ponga cada uno). Y como le va bien –si le va bien, si no palma todos sus ahorros y se queda endeudado con el banco– deja en el negocio parte de lo que gana, compra una máquina nueva o abre un local nuevo y contrata a dos personas más. Y luego a diez y, más tarde a cincuenta. Y veinte años más tarde es el que hace el ordenador desde el que estoy escribiendo estas líneas y da trabajo a un huevo de gente. ¿Es la avaricia lo que le mueve? No lo creo. Quiere ganar dinero haciendo algo que me resulta muy útil y hace que otros lo ganen trabajando para su empresa. Pero, ¿es eso avaricia? Creo que no. Tiene la manía de querer hacer los mejores ordenadores del mundo. Como es un buen jefe –duro, ¡eh!, y exigente, pero justo y recto–, la gente se pirra por trabajar con él. Y él, como tiene una vista de lince contrata a los mejores y hace unos ordenadores que te cagas. El de al lado también hace ordenadores, pero no tiene esa manía y hace ordenadores psssa. Y claro, nadie quiere sus ordenadores. Además, es un capullo y la gente que vale no quiere trabajar con él. Se va con el otro. Y a uno le va bien y al otro mal. Es claro que si el otro sigue haciendo ordenadores psssa, acabará por cerrar, pero, entonces, Steve, que hará más ordenadores, contratará a más gente. Se llama competencia. ¿Es fruto de la envidia? ¿Persigue el mal ajeno el que hace buenos ordenadores y el que contrata a los mejores empleados? No lo creo.
Claro está, cuando Steve puso su empresa, hizo una sociedad anónima. Toma, claro, quería poner un limite máximo a lo que podía perder. Y si lo perdía, pues a buscar trabajo, como casi todo el mundo. Pero si no hubiese podido limitar sus pérdidas a lo que le parecía sensato, no ponía el negocio y santas pascuas, porque sería un insensato si lo pusiese. Cuando su empresa se hizo más grande, necesitó grandes cantidades de dinero –vendía ordenadores por todo el mundo y tenía decenas de miles de empleados– y decidió salir a bolsa. Resulta que había por todo el mundo gran cantidad de dentistas que tenían todos los ahorros de su vida en un calcetín. Y la empresa de Steve les parecía que les ofrecía la posibilidad de sacar a esos ahorros una rentabilidad. Al fin y al cabo, hoy día se vive mucho, con las medicinas que hay y los scaners, que a veces previenen las enfermedades antes de que aparezcan –los tiempos adelantan que es una barbaridad, ¿por qué será?–, cuantos más ahorros tengas el día en que, después de trabajar como una mula durante toda la vida, te jubilas, mejor podrás pasar los muchos –o los pocos– años que te queden de vida. Hay que ver que gente más avariciosa hay por el mundo. El buen dentista, que es francés, no como Steve, que es americano –porque la empresa de Steve es ya una multinacional ¿será por ello la hidra de las cien cabezas?–, por una elemental prudencia tiene su dinero repartido entre acciones de distintas empresas, más bonos y obligaciones, que tienen menos riesgo, aunque te den menos rentabilidad, y la mayor parte, en unos depósitos en la BNP, que le dan un 2% y va que chuta. Porque se acuerda de un colega suyo que, por querer sacar a sus ahorros un 20%, le pidió a un banco un préstamo, cinco veces sus ahorros, y, todo junto, lo metió todo en la empresa que creía que iba a ser más rentable. Y la avaricia rompió el saco, porque esa empresa quebró. A nuestro dentista esto no le va a pasar. Pero, claro, al dentista, que mete en acciones de la empresa de Steve 50.000 Francos, nadie le puede decir que si las cosas van mal, responde con todo su patrimonio. Lo máximo que puede perder es lo que ha metido. Estaría bueno, ¿no? Si alguien le dijese que podía perder todos sus ahorros, no pondría el dinero, Steve no podría hacer suficientes ordenadores y yo no podría tener el ordenador del bueno de Steve, que me hace buen apaño. Me tendría que contentar con el ordenados psssa del otro fabricante. ¿Haría esto el mundo mejor? No creo que penalizar al que hace las cosas bien a favor del que las hace mal sea hacer el mundo mejor.
Steve, por su parte, tiene la conciencia tranquila. Le va bien, gana bastante dinero, mucho dinero, muchísimo dinero, da trabajo a un montón de gente. Él, que es más bien Hare Khrishna, seguramente no ha leído la encíclica “Cuadragésimo anno” de Pío XI. Pero si la hubiese leído, esa parte en la que dice “... los ricos están obligados por el precepto gravísimo de practicar la limosna, la beneficencia y la liberalidad. Ahora bien [...] colegimos que el empleo de grades capitales para dar más amplias facilidades al trabajo asalariado, siempre que este trabajo se destine a la producción de bienes verdaderamente útiles, debe considerarse como la obra más digna de virtud de la liberalidad y sumamente apropiada a las necesidades de los tiempos”, seguro que hubiese estado de acuerdo. Además, paga una barbaridad de impuestos y es posible que también de limosna en el sentido estricto de la palabra. Pero eso forma parte de su conciencia y de su relación con el Dios en el que crea. Si hubiese leído esa encíclica, y conociendo las circunstancias sociales del año 1931, cuando se escribió, pensaría que si Pío XI levantase la cabeza y viese que en las empresas mejores, como la suya, se viven principios como el empowerment y se practican técnicas como los círculos de calidad para enriquecer el trabajo de todos, desde directivos hasta el último empleado, se quedaría muy gratamente impresionado, a pesar de las sombras aún existentes. Sin embargo, no se siente responsable –ni legalmente lo es– de ser la teta nutricia vitalicia, con todo su dinero, de toda la gente que trabaja para él. ¿Es egoísmo no sentir esa responsabilidad sobre su conciencia? ¿Debería sentirla? ¿Debería obligarle la ley? Creo que, moralmente, no. Pero si le llegase a obligar jurídicamente, ya hemos visto antes que nadie pondría una empresa y yo no podría darle gracias a Dios todos los días por tantas cosas. Steve, si puede, y hará todo lo posible para ello, seguirá haciendo crecer a su empresa a base de hacer las cosas bien, y seguirá creando puestos de trabajo. Lo hace para ganar dinero, claro, pero no sólo para ganar dinero. Como es listo, se pregunta si hay una sola persona en el mundo que haga las cosas con una intención 100% pura, suponiendo que pretender ganar dinero honestamente no lo sea, cosa que duda. Su primera responsabilidad, cree, es mantener la empresa en vida. Y, para eso, tiene que ser competitivo. No va a hacer con 1000 personas lo que pueda hacer con 800. Eso sería como pagar a esas 200 por hacer hoyos y taparlos. No es bueno para la empresa y, sospecha, que tampoco para la economía en general, porque mantener recursos en esas 200 personas improductivas es quitarlos de otro lugar en el que se podrían crear 400 puestos de trabajo productivos. ¿Contabilidad de vidas humanas? No lo creo. Yo lo llamaría justicia distributiva. Si todo el sistema funciona así, las 200 que le sobran, pronto encontrarán otro trabajo. De otra manera, habrá 400 condenadas al paro crónico para que las 200 mantuviesen su privilegio de intocabilidad. Sinceramente, a Steve eso no le parece justo. Por otro lado, Steve está convencido de que si un día, tras veinte años, las cosas van mal y tiene que cerrar la empresa, la manera justa de verlo por sus empleados no es: “Qué cabrón Steve que nos deja en la estacada”, sino más bien, “Qué maravilla haber podido trabajar durante veinte años. Gracias a eso he mejorado profesionalmente”.
La empresa de Steve se ha hecho la mejor del mundo en lo suyo. Cuando Steve se muera, será recordado como alguien que cambió el mundo a mejor. En algunas cosas era un poco cabroncete, seguro. Alguna putadita ha hecho en su vida. Pero ahí está su obra y, el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Aunque en un sentido puramente material –bueno, no sólo puramente material– Steve piensa, sin creerse la mamá de Tarzán y sin mirar por encima del hombro a nadie, que un poquito de la parábola de los talentos, que conoce porque, aunque no es cristiano, se la sabe, le toca a él. Se siente razonablemente satisfecho de su vida. Y, si habiéndolo intentado, le hubiese salido mal, también estaría satisfecho.
Me cuesta mucho creer que detrás de esta historia, que es una historia real, aunque un poco simplificada por una mente sencilla que se hace preguntas sencillas, se encuentre Satanás o que sus móviles sean la envidia, la avaricia, el engaño y la mentira. Aunque, como las meigas, haberlas hailas.
Lo que me sorprende es que el marxismo, derrotado ampliamente en todos los terrenos, haya triunfado subrepticiamente en la mente de mucha gente inteligente que, por otro lado, conscientemente, lo abomina. Les ha hecho creer en la maldad intrínseca del capitalismo, convirtiendo su sola mención en una palabra tabú que concita de inmediato imágenes de explotadores y esclavistas, sinverguenzas y desaprensivos. Y, tal vez, donde más ha triunfado este engaño marxista es en las mentes de ciertos católicos, como Chesterton o Juan Manuel de Prada, a los que por otra parte admiro, pero que se han hecho más papistas que el Papa, condenando el capitalismo y hasta el dinero, cuando ni una sola línea de la Doctrina Social de la Iglesia condena intrínsecamente ni el capitalismo, ni el libre mercado, ni, por supuesto, el dinero, aunque sí los abusos que de esas cosas hace a menudo el corazón del hombre dañado por el pecado. Y muchos de estos católicos, contagiados de culpabilidad por el marxismo, buscan sistemas utópicos alternativos que, a pesar de ese corazón herido del hombre, hagan que el bien económico-social, libre de todo mal, salga por arte de biribirloque de esa utopía. A Juan Manuel de Prada parece gustarle especialmente una de ellas, el distributismo de Chesterton y Belloc, una especie de maravillosa utopía bucólica muy parecida al idílico mundo de los hobbits de Bilbo Bolsón, pero que sería incapaz de dar de comer a nadie. Y no me cabe duda de que, si esas utopías, distributismo incluido, se llevasen a la realidad, traerían hambre, miseria, violencia y muerte. Hace unos años, otros católicos de buena voluntad pero con poca visión, se aliaron directamente con la peor de las utopías, el marxismo, en un engendro llamado teología de la liberación. Tras ser condenada expresamente por más de un Papa, esta “teología” parece ya ajada. ¡Olé por la sensatez y el sentido común de los Papas y de la Doctrina Social de la Iglesia! Pero la máquina propagandística del marxismo, que no para, ha buscado una manera más sutil de reclutar a algunos católicos, pero no a éste que escribe. Así que yo doy gracias al Dios en el que creo –y en el que no creen los marxistas– porque haya dotado al hombre de la inteligencia para crear un sistema como el capitalismo y le pido que purifique nuestros corazones, los de los empresarios y los de los currantes, que también lo necesitamos, el mío el primero, para que saquemos de ese sistema mucha riqueza y bienestar limpios y justos.
Y pido disculpas a los doctos lectores de estas páginas por expresarme con una forma tan prosaica, sin tener en cuenta los universales. Pero por lo menos, si no buenas, si son breves. Y creo que llaman al pan, pan y al vino, vino.