Me hubiese gustado haber podido leer toda la homilía de Mons. Reig e incluirla al final de este escrito, pero, lamentablemente, no la he encontrado íntegra en ningún sitio, por lo que me tengo que basar en retazos de la misma, leídos en distintos medios.
Me gustaría empezar por poner en contexto la homilía, aunque para ello tenga que decir algunas obviedades para los creyentes.
Estamos en Viernes Santo. Los católicos creemos que, en ese día, hace poco menos de 2.000 años, el Dios encarnado que es Jesucristo, murió para redimirnos del pecado. Unos treinta y tres años antes, se había encarnado para compartir nuestra condición de hombres, padeciendo con nosotros todas las penalidades de ser un ser limitado, sujeto al dolor, al sufrimiento y a la muerte. Y lo hizo con el designio de morir en la cruz, para que nadie pudiese decir que Dios no sabía lo que es el sufrimiento de los hombres.
Naturalmente, los no creyentes no tienen por qué creer esto, ni los creyentes se lo exigimos, ni me voy ahora a poner a hacer apologética sobre si es o no razonable creerlo. Pero, lo que es indudable, es que los creyentes tenemos exactamente el mismo derecho a creerlo que los no creyentes a no creerlo. ¿O no?
Es en ese contexto de fe y de libertad de expresión en el que se produce la homilía de Mons. Reig. En ella, ante Cristo crucificado, dice el Obispo, hablando simplemente del pecado, sin entrar en ningún tipo de casuística: “el mal se nos presenta bajo la apariencia del bien” para tentarnos y nos lleva al pecado, que es “un engaño” y “una injusticia” y además “nos destruye”… “El pecado es verdaderamente una ingratitud ante el amor más hermoso. Es una verdadera injusticia… Hemos pagado el bien que Dios nos ha hecho llevándole a la cruz”… “El pecado lleva como paga la destrucción de la persona”.
Estoy seguro de que, aunque no hubiese dicho nada más, esto ya hubiese bastado para desatar la polémica. Porque la sola mención de la palabra pecado, ya espanta a todos los partidarios del pensamiento débil (pero violento, como se verá) relativista. ¿Pecado? ¿Qué es eso de pecado? Recuerdo que un día, hablando con un buen amigo mío que piensa así, me dijo: “La palabra pecado me jode”. Nuestra amistad, antigua y bien fundada, nos permite hablarnos con claridad, sin ofendernos. Por eso le contesté algo así como: “Pues si la palabra pecado te jode, ponle otro nombre. Te sugiero, por ejemplo ‘astufidia’. Pero de alguna manera habrá que llamar a las conductas humanas que hacen daño a las personas y a la humanidad. Si las nombramos de una en una podríamos llamarlas robo, asesinato, insultos, adulterio, abusos sexuales, esclavización o de miles de maneras distintas. Pero el lenguaje es poner un nombre que englobe bajo un mismo paraguas a muchas cosas que tienen un denominador común. Si para hablar de la humanidad tuviésemos que decir el nombre de los varios miles de millones que la forman o, tan solo una definición de humanidad, e hiciésemos lo propio cuando hablamos de los animales o las plantas, no podríamos hablar. Así que, por favor, dime cómo quieres que le llame al pecado, con una sola palabra y, a partir de ese momento, le llamamos así, pero, sin que el concepto varíe por cambiar el nombre. Desde luego me parecería absurdo inventarnos otro nombre para algo que la humanidad ha llamado desde ‘siempre’ pecado, sin, péché o de tantas formas como idiomas. No hay un solo idioma que no tenga un término para la palabra pecado, pero si prefieres que usemos la del esperanto, que se dice ‘peko’(1) , pues la usamos”.
Los cristianos creemos que el pecado, con el nombre que se le quiera dar, destruye a la persona. No creemos que algo sea pecado porque lo dice la ley de Dios. Creemos que algo es pecado porque es corrosivo para la naturaleza humana. Lo que ocurre es que creemos que Dios, que nos ha creado, conoce nuestra naturaleza mucho mejor que nosotros y nos lo enseña. Pero la razón también puede llegar a la misma conclusión. De las dos primeras acepciones que la Real Academia de la Lengua Española da de pecado, a saber: “Transgresión voluntaria de preceptos religiosos” y; “cosa que se aparta de lo recto y justo, o que falta a lo que es debido”, me quedo con la segunda. Y hay muchos no creyentes que, sin creer en los mandamientos divinos, comparten en gran medida el código ético cristiano. Pero, se comparta o no, ningún no cristiano puede insultar a un cristiano por tenerlo o por exponerlo. Pues eso es exactamente lo que ha pasado.
Tras hablar del pecado en general, Mons. Reig pasa a hablar de algunos de ellos en concreto, como el adulterio, el aborto, las relaciones homosexuales, los empresarios que se aprovechan de los trabajadores, los trabajadores que sabotean a los empresarios, los jóvenes destruidos por el alcohol y las drogas y también, para que no se diga que sólo ve la paja en el ojo ajeno, la viga en el propio de la Iglesia de los sacerdotes de “doble vida, corrompiendo las realidades sagradas que han recibido”.
Veamos lo que dice de algunos de ellos, los que han despertado las iras del colectivo LGTB (Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales, ahí es ná):
- Adulterio: “Es el engaño, porque no es su mujer, no es su marido. Es una injusticia, porque ha prometido fidelidad, y ha dado su persona a su mujer o a su marido. Destruye el matrimonio y destruye a su propia persona, y si se tienen hijos es un sufrimiento enorme para los hijos que se destruya un matrimonio”.
- Aborto: “Cuando [una mujer] va a abortar a una clínica sale destruida, porque ha destruido una vida inocente y se ha destruido a sí misma. Años y años, mujeres que han ido a abortar llevan el sufrimiento en su corazón”.
- Relaciones homosexuales: “No se pueden corromper las personas. Ni siquiera con mensajes falsos. Quisiera decir una palabra a aquellas personas que hoy, llevadas por tantas ideologías que acaban por no orientar bien sobre la lo que es la sexualidad humana, piensan ya desde niños que tienen atracción hacia las personas de su mismo mismo sexo, y a veces para comprobarlo se corrompen y se prostituyen, o van a clubs de hombres nocturnos. Os aseguro que encuentran el infierno. ¿Vosotros pensáis que Dios es indiferente ante el sufrimiento de todos estos niños?”.
Pero, aparte de que Mons. Reig, como cualquier ciudadano pueda expresar libremente esta opinión, parece difícil negar la verdad de esas afirmaciones.
Que el adulterio es un engaño, lo dice el lenguaje popular: “ese engaña a su mujer”. Que destruye matrimonios, hay que estar ciego para no verlo. Que la destrucción del matrimonio es destructivo para los hijos, sólo hay que preguntárselo a los jóvenes que lo han sufrido. Que es injusto para quien lo padece, cae por su propio peso y que hace daño a uno de los dos cónyuges de forma inmediata y al otro de forma indirecta, tampoco creo que sea extraño. Afortunadamente, todavía no hay asociaciones de cónyuges adúlteros para protestar especialmente por estas palabras del Obispo. Pero, tal vez, si le damos tiempo al tiempo...
Múltiples estudios clínicos afirman rotundamente que las mujeres que abortan sufren tremendos traumas. Entre este colectivo se multiplica por varias veces el índice de depresiones, de neurosis e, incluso, de suicidios. La sociedad actual prefiere mirar para otro lado y negar esta evidencia, pero así es. Y, ¿alguien puede negar que el feto es inocente?
Sobre la homosexualidad conviene empezar por decir que ni la Iglesia ni, por supuesto, Mons. Reig, dicen que el hecho de tener tendencias homosexuales sea en sí mismo pecado. Hay muchos hombres y mujeres que tienen esas tendencias sin ningún tipo de culpabilidad por su parte. Nadie dice que eso sea pecado. Pero la Iglesia sí afirma que la práctica de la homosexualidad es pecado. Sin embargo, la corriente imperante afirma que la homosexualidad es una opción. Es decir, algo que se elige, como uno puede elegir ser del Real Madrid o del Barça. Y esto es radicalmente falso. No creo que haya un sólo homosexual que lo haya elegido como una opción y que no hubiese preferido ser heterosexual. Otra cosa es aquellos que llegan a la homosexualidad, que también hay de estos, tras un largo recorrido por una moral sexual de promiscuidad que, aburrida del sexo heterosexual vacío de contenido por su mal uso, se desvía, en búsqueda de nuevas experiencias, hacia la homosexualidad. Todos los que estudian el desarrollo de la sexualidad humana afirman que hay momentos, en muchos adolescentes, en los que la sexualidad, en su despertar, está un poco perpleja y como a la expectativa. En la inmensa mayoría de estos casos, si se deja que la sexualidad se desarrolle con normalidad, se acabará decantando hacia la heterosexualidad, que, no hay más que analizar la anatomía de los seres humanos, es lo natural. Pues bien, engañar a esos adolescentes diciéndoles que la homosexualidad es una simple opción y que, para ver hacia donde orientarse hay que experimentar las relaciones sexuales de ambos tipos, es, me parece evidente, una aberración. Dudo que ningún padre sanamente formado y con un mínimo de sensibilidad hacia la felicidad de su hijo le de este consejo. Y esta corrupción es la que señala Mons. Reig. Porque, indudablemente, es un engaño y hace infeliz al ser humano. Y, desde luego, Dios no es indiferente al sufrimiento de esos niños. Por eso los católicos celebramos el Viernes Santo
Pero no querría pasar por este tema sin apuntalar una cosa más que ya la he apuntado anteriormente. A saber; la Iglesia no dice, ni ha dicho nunca, que las tendencias homosexuales sean en sí mismas pecado. Pero, indudablemente son una... Con la ideología homosexual hemos topado, porque cualquier palabra que se ponga tras los puntos suspensivos, enfurecerá al colectivo LGTB (Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales). No se puede decir que es una enfermedad, ni un problema, ni una desgracia, ni un error. No. Sólo es una opción, que es, precisamente, lo que no es. Y, claro, tampoco se puede decir que se puede evitar o que se puede corregir, porque no hay nada que evitar o corregir. La Iglesia considera que un homosexual puede ser santo. Incluso, si practica la homosexualidad. Porque, aunque esta práctica sea un pecado, no hay un sólo santo que no haya sido pecador. Naturalmente, pecadores que han llegado a santos, reconocían sus pecados y la Iglesia se los perdonaba. Los pecadores que han llegado a santos, luchaban contra aquello que les empujaba al pecado, fuese éste el que fuese, reconocían que esta lucha era su cruz y llegaron a santos llevando esa cruz. Tal vez gracias a esa cruz. Y la Iglesia les ayudó siempre y en todo momento a llevar su cruz hasta la santidad, como ayuda también a los homosexuales que quieren ser ayudados espiritualmente a llevar su cruz. Pero, claro, decir que la homosexualidad es una cruz es algo por lo que el colectivo LGTB (Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales) crucificaría al que lo dijese (o sea, a mí).
Pero, y vuelvo al principio, aunque alguien pueda pensar que todo lo que digo aquí, o lo que ha dicho en su homilía Mons. Reig, no pasa de ser una colección de sandeces, eso no nos quita, ni al Obispo de Alcalá ni a mí, el derecho a decirlo. Ni da derecho a quienes no estén de acuerdo a insultarnos, porque ni leyendo lo que yo he leído de la homilía de Mons. Reig, ni releyendo estas líneas, veo ni el más mínimo insulto hacia nadie. Por tanto no es lícito insultar a quien no insulta, simplemente por que vea las cosas de otra manera. Es lícito, claro está, discutir desde la racionalidad las premisas en las que se basan mis palabras o las del Obispo de Alcalá para intentar mostrar, mediante razonamientos, que son sandeces. Pero eso es exactamente lo contrario de lo que hacen las asociaciones de LGTB (Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales) y, también el coro de los grillos que cantan a la luna. Y si alguien considera que esto último es un insulto, que lo compare con algunas perlas cultivadas de Arturo Pérez Reverte en sus twit’s de los últimos días:
“Lo del Obispo Reig es para tenerlo en cuenta. No por lo que dice, que también, sino por la impunidad y desvergüenza con que lo dice”.
“Tarados fanáticos, estúpidos y arrogantes porque creen tener a Dios sentado en el hombro, como el loro del pirata”.
“Y me pregunto... ¿Es que no hay forma legal de meter en la cárcel o echar de España a ese peligroso imbécil?”
Verdaderamente, lo anterior es un ejemplo de razonamiento inteligente, de respeto a la libertad de pensamiento y de espíritu democrático. Afortunadamente las leyes de los Estados de Derecho no las hacen gentes así. Este talante es más propio de los legisladores de dictaduras totalitarias y este lenguaje me recuerda más bien a un discurso de Chávez o de Castro que al de un ciudadano de un país democrático. Y es que vivimos en la dictadura irracional –y como todo lo irracional, violento– del pensamiento débil, ante la religión del sinsentido de lo políticamente correcto, del todo vale lo mismo. Todo menos decir que no es así. Que no toda conducta humana vale lo mismo. Que hay unas que hacen al hombre mejor y se llaman virtudes y hay otras que le hacen infeliz, que le hacen daño y que pueden llegar a destruirle y que, joda o no joda, se llama pecado, lo digamos en el idioma que lo digamos. Y a estas voces molestas, a los no creyentes de esa religión irracional, hay que taparles la boca con insultos, porque los razonamientos que defiendan semejante disparate no existen, reducirles al silencio y si se pudiese, echarles de España. Las civilizaciones decadentes han preferido siempre “matar” (a veces sin comillas) a los profetas a escucharles y lo han pagado con el desastre.
Como dijo Antonio Machado que, hasta donde yo sé, no era creyente, pero sí trnía ojos en la cara:
La envidia de la virtud
hizo a Caín asesino.
¡Gloria a caín!, hoy el vicio
es lo que se envidia más.
¡Ay!, si don Antonio levantase la cabeza.
Y, ¿cual ha sido la respuesta de los católicos? Varios artículos más o menos como éste que, a pesar de ser redundante no me he podido resistir a escribir y que seguramente me valdrá recibir algún insulto, a pesar de no insultar a nadie. Y, desgraciadamente, la retirada al limbo de lo inencontrable, por parte de la diócesis de Alcalá de Henares, de la homilía de su Obispo, por un miedo a herir sensibilidades ideologizadas de quienes no tienen el más mínimo respeto por las de los demás. No me gusta. Los profetas no deben callarse.
(1)Esto no lo dije entonces, lo he buscado en wikipedia, que, de paso, me ha dado la siguiente lista de la palabra pecado en muy diferentes idiomas:
Su escrito aquí: ¿Quién puede tener o no libertad de expresión?: http://wp.me/p1KPYZ-g
ResponderEliminarComentarios sobre mi bitácora son bienvenidos: vargasvidal@yahoo.com
Un fuerte abrazo,
Carlos
Panamá
Hola Carlos: Gracias por dar difusión a mi escrito.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tomás
Hola, Tomás,
ResponderEliminarGracias por tu artículo. Tengo una amiga que tiene claro que cuando se confiesa lo hace porque siente que ha ofendido a Dios, y es porque su relación con Él es cercana, sencilla y sincera. Y cuando no lo es, se confiesa. Yo creo que no soy tan consciente de esto, y es porque mi relación con Dios no es tan sencilla como la suya.
La molestia que produce la palabra pecado es porque uno no sabe a quién ofende, y en qué medida el ofendido se siente así. Es claro que si un padre te está dando la tabarra todo el día diciéndote lo que tienes que hacer, acabarás, por pura justicia, mandándole a freir monas.
Quizá la Iglesia ha dicho demasiadas veces lo mal que hacemos todo, y no tanto que Dios nos ama tal como somos, y que abandonándonos en sus brazos, encontraremos la paz y la alegría. Quizá ha hecho más hincapié en la imperfección del hombre, más que en su perfección por parecerse a Dios. Y la reacción de los que no conocen de verdad a Dios ha sido la misma: "Déjame en paz ya con tus faltas y tus pecados".
Pero ahora la Iglesia, a voz en grito, clara y contundentemente, llama a todos a unirse a Dios, a estar cerca de Él, a ser humildes y reconocer que al pecar, nos alejamos de Su amor. Y que Su amor es tierno y cercano, y que cuando lo sabemos, todo es mucho más lógico y sencillo de comprender, como cuando siendo pequeños nos abandonamos sin pensarlo en los brazos de nuestros padres.
Estoy leyendo un bonito libro de Luis de Wohl sobre Juana de Arco. Como todos los santos, su enorme creatividad y coherencia procede de su abandono en Dios, y su lucha es clara y sencilla.
Que Dios nos de a todos el regalo de la certeza de sabernos amados por Él. Seamos los que lo sabemos, más o menos, luz para los que no lo saben (del todo).
Un abrazo
Juan GM
hola Juan GM, soy Tomás:
ResponderEliminar¡Qué razón tienes! Qué mal hemos presentado tantas veces los católicos la maravilla de aquello en lo que creemos, transformando una doctrina de amor inmenso en otra de moralismo de vía estrecha. Afortunadamente, creo que esto está cambiando, pero no podemos culpar a muchos que han rechazado la religión por nuestro fariseismo.
Tiene razón tu amiga. Si creyésemos a Cristo en el Evangelio cuando dice que todos lo que hacemos a cualquier ser humano se lo hacemos a Él, cada vez que no miramos a un mendigo que nos pide cuando vamos en el coche, o cada vez que miramos a alguien creyéndonos superiores o cada vez que insultamos a alguien que nos da un corte con el coche, deberíamos ir a confesarnos. Y no por escrúpulo (no se puede ser escrupulosos con un Dios de Misericordia como el nuestro), sino por delicadeza. Porque, además, la confesión no sólo perdona los pecados, sino que nos da la gracia que necesitamos para la santidad.
Un abrazo.
Tomás