Tomás Alfaro Drake
Sé que responder de la segunda forma a la pregunta que da título a estas líneas es polémico, provocador, escandaloso y políticamente incorrecto, pero creo que tiene a su favor una cosa: que es verdad. Procuraré en las siguientes líneas ser capaz de convencer de lo que digo a quien las lea.
Sé que responder de la segunda forma a la pregunta que da título a estas líneas es polémico, provocador, escandaloso y políticamente incorrecto, pero creo que tiene a su favor una cosa: que es verdad. Procuraré en las siguientes líneas ser capaz de convencer de lo que digo a quien las lea.
En
el ideario popular, el especulador es un ser sin escrúpulos que, con tal de
ganar él dinero es capaz de recurrir a los métodos más bajos, aunque eso
conlleve la ruina de miles de personas. Por eso, en este artículo opondré a la
palabra especulador, únicamente a efectos de etiquetado, la de inversor
honesto. El inversor honesto podría ser, a modo de ejemplo, un dentista que,
durante toda una vida de trabajo duro ha ido invirtiendo sus ahorros en
acciones, bonos, obligaciones, letras o cualquier otro tipo de activo
financiero para tener, lícitamente, la mayor cantidad de dinero el día que se
jubile. No creo que nadie ponga en cuestión que este inversor es honesto. Pues
bien, intentaré mostrar como el llamado especulador presta un gran servicio a
este honrado inversor.
Vamos
a olvidarnos de momento del especulador para centrarnos en algunos aspectos que
interesan al inversor honesto.
Al
inversor honesto le aterra que los valores en los que invierte sufran grandes
fluctuaciones, aunque la tendencia de conjunto sea creciente. Preferiría que ese
crecimiento fuese paulatino y equilibrado, como una línea recta ascendente, en
vez de cómo una sierra con picos y valles. La razón es tan obvia que casi no
perece ser explicada pero, a pesar de todo lo haré, y de ello sacaré algunas
conclusiones tal vez no tan obvias. Nuestro inversor honesto piensa que la
tendencia de ciertos valores puede ser ascendente, pero si tiene la mala suerte
de comprarlos en un momento del pico de la sierra y tiene que venderlos en un
valle de la misma, la tendencia creciente se verá amortiguada o, incluso,
invertida y hasta puede que tenga pérdidas donde esperaba obtener ganancias.
Como no sabe leer la coyuntura del mercado y tal vez no pueda elegir el momento
en que los tenga que vender, teme que si hay fluctuaciones le pase eso.
Evidentemente, cuanto más a largo plazo invierta, esas fluctuaciones tendrán
menor importancia. Supongamos un valor cuyas fluctuaciones supongan, por
ejemplo, un ±30% (estas fluctuaciones reciben el nombre de volatilidad) y se
espere que crezca, como tendencia, un 10% anual. Si el inversor honesto compra
el valor hoy, lo vende dentro de un año y se encuentra en la situación descrita
más arriba, habrá perdido un 50%[1].
Mientras que si mantiene su inversión durante 10 años, aún en esa situación
totalmente adversa, habrá ganado un 40% en esos 10 años, es decir, un 4% anual[2].
Ciertamente, si la situación es favorable en vez de desfavorable, en su inversión
a un año podría ganar un 70% y en su inversión a 10 años un 160% en los 10
años, o sea, un 16% anual[3].
Esto nos lleva a una primera conclusión importante. Invertir a corto plazo en un valor tiene más riesgo que invertir a
largo. Efectivamente, invirtiendo a un año, la horquilla de rentabilidades
entre el peor y el mejor resultado sería de -50% a 70%, mientras que si se
invierte a 10 años, la horquilla se mueve entre 4% y 16% anual[4].
Pensemos
ahora en otra disyuntiva en la que se puede encontrar el inversor honesto.
Podría invertir en un valor A (de Arriesgado), con una expectativa de
crecimiento del 10% anual y una volatilidad del 30% o en otro M (de Moderado), con
una crecimiento del 5% y una volatilidad del 10% o en un tercero S (de Seguro), con una
rentabilidad del 2% y una volatilidad del 1%.
Veamos
ahora, haciendo cálculos parecidos a los anteriores que horquilla podría
esperar invirtiendo en uno u otro valor a uno, 5 o 10 años.
Valor
|
1 año
|
5 años
|
10 años
|
Arriesgado
|
-50%/70% Prom. 10%
|
-2%/22% Prom. 10%
|
4%/16% Prom. 10%
|
Moderado
|
-15%/25% Prom. 5%
|
1%/9% Prom. 5%
|
3%/7% Prom. 5%
|
Seguro
|
0%/4% Prom. 2%
|
1,6%/2,4% Prom. 2%
|
1,8%/2,2% Prom. 2%
|
Alguien
podría pensar que los ejemplos anteriores los he puesto así a huevo, para que
el cuadro me saliese bonito. Y es así, pero es que el mercado hace que esto
ocurra. Si alguna empresa o Estado intentase atraer a inversores con un activo
financiero que diese la rentabilidad de M con la volatilidad de A, no
conseguiría colocar esos activos entre los inversores honestos. A sensu
contrario, si una empresa o Estado con una volatilidad de M ofreciese una
rentabilidad de A, estaría haciendo el tonto y el mercado acaba eliminando a
los tontos. Si una empresa tuviera una volatilidad de A, no tendía más remedio
que dar una alta rentabilidad para conseguir vender esos activos financieros.
Así pues, el mercado estructura la realidad para que ocurra algo similar a lo
que se ve en el cuadro anterior.
Entra
dentro de lo factible que nuestro inversor honesto tenga dudas al elegir entre
invertir en uno u otro valor, porque, si bien el S le da menor rentabilidad,
tiene “asegurado”[5] no
perder dinero a cualquier plazo, lo que no ocurre con el valor M o el A. Por
otro lado, si nuestro inversor honesto invierte en el valor M, obtiene una
rentabilidad intermedia y, si es capaz de mantenerlo en cartera durante 5 años,
también se “asegura” no perder dinero. Por último, con el valor A, puede
obtener una máxima rentabilidad, pero para “asegurarse” de no perder dinero
tiene que ser capaz de mantener su inversión durante 10 años.
Una
decisión razonable podría ser invertir en S el dinero que pueda necesitar en
cualquier momento, en M el que pueda necesitar en un plazo de 5 años y en A, el
que no vaya a necesitar antes de los diez años. Por tanto, nuestro inversor
honesto obtendría una estrategia muy razonable de inversión si invirtiese de
acuerdo con las respuestas que se diese a las siguientes preguntas. ¿Cuanto
dinero puedo necesitar de forma inmediata en caso de una urgencia o en el de
que me vayan mal las cosas (paro, bajada de ingresos, etc.) durante un tiempo?
Ese dinero debería invertirlo en S. En las mismas condiciones, ¿cuanto dinero
podría necesitar en el plazo de 5 años? Ese dinero debería invertirlo en M. De
la misma forma, ¿cuánto dinero es previsible que no necesite antes de los 10
años? Ese dinero, y sólo ese, es el que debería invertir en A.
Lamentablemente,
en épocas de bonanza, esta elemental regla de inversión ha sido ignorada por
todo el mundo. Nadie quería conformarse con que una parte más o menos
importante de su patrimonio le diese una baja rentabilidad, cuando era vox
populi que sólo los idiotas se conformaban con ello y cuando casi todo el mundo
jugaba a ser un gran financiero. O cuando las agencias de rating concedían una
calificación AAA a inversiones que daban una alta rentabilidad. Pero hay una
lección que convendría que todo inversor honesto se grabase a fuego en sus
neuronas. Lo diga quien lo diga, toda inversión que promete una alta
rentabilidad, con liquidez y sin riesgo a cualquier plazo, es un timo. Aunque
tenga la AAA de todas las agencias de rating del mundo.
Pero
dejemos aparte los sistemas sensatos de inversión, que no son el objeto de
estas líneas y hagámonos una pregunta: ¿Sería una buena cosa algo hiciese que
un activo financiero mantuviese su rentabilidad pero aplanase su volatilidad?
Si se ha entendido lo anterior, la respuesta es un rotundo SÍ. Pues exactamente
eso es lo que hacen los especuladores. Veamos cómo.
Los
especuladores no crean el precio de mercado, ya que son una parte muy
minoritaria de él. Analizan el mismo y juzgan, con o sin razón, si los precios
van a subir o bajar. Cuanta más información tengan, con mayor inteligencia la
interpreten y con mayor sangre fría ejecuten lo que decidan, mayor será la
probabilidad de que tengan éxito. Keynes, que era un magnífico especulador,
decía algo parecido a esto: “Si tienes la información de un primer ministro, la
vista de un águila y la sangre fría de un pez, entonces tienes la sombra de una
posibilidad”. Naturalmente, el especulador busca ganar dinero y, para ello,
procura comprar hoy los valores que cree que van a subir y, si acierta,
venderlos poco después a un mayor precio. O si es un especulador bajista
procura vender hoy valores que cree que van a bajar y que previamente ha tomado
prestados, para, si acierta, recomprarlos más baratos por un precio menor,
devolver los valores que tomó prestados y ganar la diferencia (esto es lo que
se llama tomar una posición corta). Ahora bien, si no acierta, pierde dinero.
Ahora fijémonos en una operación especulativa a un plazo de, digamos tres meses
(vale exactamente igual para un plazo de tres días o tres años). El “perverso”
especulador echa el ojo a un valor que vale, digamos, 10€. Cree que su
volatilidad puede hacer que dentro de tres meses valga, pongamos, 8€. Pide
prestados, pagando por ellos un alquiler, diez millones de títulos de ese valor
y los vende. Pero, al venderlos, está influyendo en la oferta y la demanda, por
lo que, no consigue venderlos por 10€, sino por, digamos 9,5€. Considérese que
cuantos más títulos venda y compre, más baratos los podrá vender y más caros
los tendrá que comprar. Efectivamente, pasados tres meses, el valor llega a 8€
(los 0,5€ que bajó hace tres meses cuando los vendió, son agua pasada, que no
mueve molino). Pero al comprarlos, hace que suban, por lo que sólo puede
comprarlos a 8,5€. Evidentemente, ha ganado dinero, pero no 2€ por título, como
pensaba, sino tan sólo 1€ (menos lo que haya tenido que pagar por el alquiler
de los títulos que tomó prestados). Pero, debido a su especulación, la
volatilidad del valor en esos meses se ha reducido a la mitad. Es decir, ha
alisado esta volatilidad, lo que, como hemos visto, es una cosa buena. Es
evidente que de la misma manera puede razonarse para un valor que va a subir.
Es decir, que cuando el especulador acierta, gana dinero y, además, hace algo
que beneficia al inversor honrado[6].
Un ejemplo, la
prima de riesgo actual.
Conviene,
antes de nada, decir unas palabras sobre cómo se forma la prima de riesgo.
Todos sabemos lo que es la prima de riesgo. Es la diferencia entre la
rentabilidad que da el bono español y la que da el bono alemán, que es el que
se toma de referencia por ser el más estable. Pero tal vez para algunos no sea tan
evidente por qué se produce esto. En este momento, en el mercado, hay millones
de bonos emitidos por el Estado español con vencimientos a lo largo de los
próximos 10 años. Cada bono tiene lo que se llama un cupón, es decir un tipo de
interés fijo que es el que pagará el emisor del bono, en este caso el Estado, al
que lo tenga. Pongamos que un inversor honesto tiene un bono que vence dentro
de 4 años y que fue emitido hace 6 años con un cupón del 4%. Cuando compró ese
bono por un precio de, digamos, 100€, hace 6 años, le parecía que esto era una
inversión razonable. Pero de entonces aquí, la fiabilidad del Estado español
para pagar sus deudas se ha deteriorado. Es decir, ha aumentado su riesgo.
Ahora, su bono español al 4%, dado el mayor riesgo de impago, no le gusta nada.
Naturalmente, si quiere vender a alguien ese bono, ningún otro inversor honesto
se lo comprará por los 100€ que él pagó, para sacarle sólo un 4%, con el riesgo
que ahora tiene. Además, habrá otros muchos inversores honestos que quieran
venderlo. Por tanto, si quiere que alguien le compre su bono, tendrá que
venderlo a un precio más barato de 100€. Pongamos que el mercado (es decir, el
resto de los inversores honestos, pero no tontos, y de los especuladores)
decide que su precio es de 52€. Y nuestro inversor honesto lo vende perdiendo
48€. El que lo compra a 52€ seguirá recibiendo un 4% sobre su valor de emisión,
es decir, aquél por el que lo vendió el Estado español. Pero un 4% de 100 es un
7,69% de 52[7], que
es lo que le ha costado al nuevo inversor honesto, que no lo es menos que el
primero. Si el bono del Estado alemán está comprándose y vendiéndose a un
precio que da una rentabilidad del 1,2%, la prima de riesgo será de 6,49%.
Pero, para quitar decimales se ha decidido expresarla en puntos básicos, es
decir en unidades del 0,01% es decir, 649 puntos básicos. Pero, entonces, ¿quién
tiene la culpa de que el primer inversor honesto haya perdido dinero? ¿El
segundo inversor honesto? ¿Algún especulador desalmado? De ninguna manera. La
culpa la tienen los administradores del Estado español que se las han apañado
para que la gente perciba más riesgo en prestarle su dinero. Tal vez esto se
pueda deber a que en esos 6 años, los administradores del Estado español se han
dedicado a gastar más de lo que ingresaban y a pedir, para poder hacer esta
proeza, más dinero prestado. Algo que a ninguna sensata ama de casa se le ocurriría
hacer, pero que ellos han hecho orgullosamente durante años cacareando el
nombre de un tal Keynes, diciendo que ellos eran keynesianos, lo que quedaba
muy bien. Además, decían que lo hacían para que los españoles viviésemos mejor,
cosa que era verdad, pero sólo a medias, porque se olvidan dos cosas. La
primera que es para que los españoles vivamos mejor… por encima de lo que
podemos. La segunda, que una parte importante de ese dinero se va en prebendas y
despilfarros de todo tipo. Por cierto, que hace 6 años lo vendieron con una
campañita de publicidad en la que se afirmaba categóricamente con una
cancioncilla pegadiza que nada más seguro que las obligaciones del Tesoro de
España. Así, la deuda del Estado se va acumulando a medida que año tras año sus
administradores hacen que gaste más de lo que gana, generando déficit. Mientras
la deuda se mantiene en niveles razonables las cosas no pasan a mayores. Sin
embargo, una vez que los administradores del Estado han lanzado el bólido del
déficit, en el sacrosanto nombre del Estado del Bienestar, ese bólido es muy
difícil de parar. Rebajar el déficit supone aumentar impuestos o reducir gastos
o ambas cosas a la vez, lo cual es enormemente molesto para los ciudadanos.
Conviene
saber que los mercados son un poco esquizofrénicos. Tienen una doble
personalidad. Una analítica, fría, calculadora, ¿perversa? Lo veremos. Otra
histérica, asustadiza, pronta a entrar en pánico. Porque al inversor honesto,
la mera posibilidad de que los ahorros de toda su vida se puedan esfumar, le
produce pánico. Y es totalmente lógico que se lo produzca. Veamos cómo se
produce este pánico, porque es importante ver que éste se produce con retraso de los acontecimientos, pero cuando empieza es
prácticamente imparable.
A
medida que el bólido del déficit se va tragando los kilómetros, la deuda
aumenta y aumenta y, poco a poco, empieza a tomar proporciones preocupantes.
Empieza a verse que en otros países, como Grecia, Portugal o Irlanda, el bólido
choca con estrépito. Entonces se empieza a aplicar lo de “cuando las barbas de
tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar”. Hace dos años, casi nadie
hablaba de Grecia, pero de repente, se empieza a poner de moda. La calle
empieza entonces a saber qué es eso del déficit, la deuda soberana, la prima de
riesgo y estos nuevos actores empiezan a ocupar las primeras planas de los
periódicos. La gente, que se había acostumbrado a vivir en la ciudad alegre y
confiada del Estado del Bienestar, se da cuenta, de repente, de que esa vaca
sagrada, tiene sus problemas. Pero le ha cogido cariño al animalito y se
resiste a afrontar esos problemas. Al contrario, le da al problema la patada a
seguir. Y esto anima a los administradores del Estado a seguir apretando el
acelerador del bólido, mirando hacia otro lado. Hasta que un día, se dan de
bruces con la realidad. Hay que disminuir el déficit y hay que hacerlo con una
frenada que nos da de narices con el parabrisas. Pero, por un lado, eso es más
fácil de decir que de hacer y, por otro, disminuir el déficit no es disminuir
la deuda, sino tan sólo disminuir el ritmo de su crecimiento. Pero ésta sigue
aumentando. Y los esfuerzos de frenar el déficit, que siempre tienen efectos
desagradables, empiezan a producir malestar callejero, que se traslada a las
portadas de los periódicos. Y los inversores honestos alemanes, suecos,
franceses, y hasta americanos, se hacen conscientes de que en España hay unas
cosas que se llaman comunidades autónomas que no hacen ni pito de caso al
gobierno y que gastan a lo loco para ser simpáticos y ganar votos. El alemán,
el sueco, el francés y el americano no entienden nada y deciden que lo mejor es
vender los bonos que tienen de ese país. Y la prima sigue creciendo. El
inversor honesto español también se asusta y... empieza el pánico. De repente
nos convencemos de que España y Grecia son lo mismo, aunque no tengan nada que
ver, y de que vamos a acabar como los griegos. No hay razonamiento que valga.
Los administradores del Estado intentan atajar el déficit, los gobiernos del
resto de los países del euro no se creen que lo puedan hacer nos ponen
condiciones que, cuando se cumplen tampoco son suficientes para parar el pánico
desencadenado. Además, desatan todavía más las iras populares que salen en las
portadas de los periódicos y la prima... sigue subiendo o, lo que es lo mismo,
el bono español sigue bajando. Todo el espectáculo se convierte en mediático y
si alguien dice que es posible que no sea necesario el rescate, le miran como a
un pobre e ingenuo gilipollas. Y los inversores honestos de todos los países,
España incluida, por supuesto, venden más bonos españoles cada vez más baratos.
En fin, ni más ni menos que lo que estamos viendo cada día. Y cada vez caemos
más en la profecía autocumplida. Se ve cómo el pánico viene con bastante retraso respecto a la causa que lo produce.
Pero hay que buscar en algún sitio chivos expiatorios que desvíen la mirada del
despilfarro de las últimas décadas. Y en los periódicos y la calle empiezan a
hablar de los pérfidos mercados.
Pero,
¿dónde está la parte racional del mercado? Esta parte racional es el
especulador. El perverso especulador. Éste lee el mercado y se da cuenta del
pánico desencadenado y no le cabe duda de que los próximos tres meses (o tres
días, o tres años) el pánico va a seguir haciendo que el bono baje y, por
tanto, la prima suba. Por supuesto que él no ha creado ni la causa del pánico
ni el pánico en sí mismo. Pero quiere sacar partido de ello y toma posiciones
cortas contra el bono español. Es decir, vende hoy para recomprar más barato
dentro de tres meses (o tres días o tres años). Pero, al hacer esto, si
acierta, como se ha visto anteriormente, suaviza el ciclo. O sea, gana dinero
cuando hace algo beneficioso. Pero, como la gente empieza a ver que el mercado
no es tan perverso, sino un testigo fiel, aunque un poco histérico, de lo que
se ha hecho mal, hay que buscar un nuevo villano. ¿Quiénes? Naturalmente, los
especuladores. Y, para hacer un gesto inútil pero que puede ser aplaudido por
la galería, se prohíben las posiciones cortas. Claro, que a estas alturas, la
galería ya no aplaude nada de nada. Si no se hubiesen prohibido las posiciones
cortas, ¿cuándo dejarín los especuladores de tomar esas posiciones? Cuando crean
que las aguas del pánico se están encauzando y, por tanto, que el bono español
puede empezar a subir. Entonces tomarán posiciones largas, es decir comprarán
hoy para vender dentro de tres meses (o días o años), con lo que volverán a
suavizar la volatilidad en sentido contrario. Y ¿cuándo ocurrirá esto? Ya vimos que el pánico llega con bastante
retraso. Pues lo mismo pasa con la calma. No llegará porque se tomen
medidas que intenten atajar el problema. Al contrario, esas medidas necesarias
son las que lo desencadenaron. La calma llegará cuando esas medidas den claro
fruto. Pero no un poco, no. Muy, muy, muy claro. No brotes verdes, de los que
estamos curados de espanto, sino cosechas de espigas. Y eso lleva tiempo.
Mientras tanto, tenemos que ver con indignación cómo habla en el Congreso el
ex-gobernador del banco de España. El mismo que asistió impávido al deterioro
de las Cajas de Ahorro, permitió la salida a bolsa de Bankia y hasta dijo, en
fecha tan reciente como este 18 de Abril, que esta entidad estaba sanísima como
para seguir en solitario sin ayudas. Y dice que antes de que llegara el PP, el
rescate estaba más lejos. Efectivamente, hubo quien sembró vientos y otros
recogen las tempestades.
Pero
no quiero acabar sin hablar de otros dos villanos populares, injustamente
tratados como tales. El BCE y Ángela Merkel. Claro está que si alguien,
desinteresadamente, se lanzase a comprar bonos del Estado español en cantidades
suficientes, estos podrían subir y, por tanto, bajar la prima. Y, ¿quién podría
ser ese primo? Pues el BCE. Pero eso es dar otra patada a seguir al problema.
Porque el BCE hace eso con dinero público. Además, no basta con que lo haga un día,
no. Lo tiene que hacer continuamente. ¿Hasta cuándo? Hasta que el problema se
arregle a base de atajar el déficit. Pero el ciudadano no quiere eso. Quiere
que el BCE, a base de comprar, haga que la prima de riesgo baje sin tener que
soportar las incómodas consecuencias de bajar el déficit. Pero esa no es la
función para la que se creó en su día el BCE. Sin embargo, basta que hoy, 26 de
Julio, el Presidente del BCE, Mario Deaghi, haya dicho una frase tan ambigua
como que el BCE hará lo que sea necesario para salvar el Euro, para que la
prima de riesgo haya bajado 50 puntos y el IBEX haya subido un 6%. Pero no
conviene echar las campanas al vuelo. Ojalá me equivoque, pero me temo que la
prima volverá a subir y el IBEX a bajar. Porque sólo nosotros podemos salvarnos
a nosotros mismos. Por otro lado, si el BCE se lanza de verdad a la compra de
bonos españoles a precios muy bajos, si un día el déficit y la deuda de España
se arregla, ganará mucho dinero con eso. Si no, lo perderá. Es decir, el BCE es
un especulador al alza y, como tal, si gana dinero, también alisará la
volatilidad, porque lo mismo que al comprar hace subir el bono, cuando venda,
lo hará bajar algo. Vayamos con Ángela Merkel. Las compras de bonos españoles,
como se ha dicho antes, hay que hacerlas con dinero público. Y, cuando se habla
de Europa, ¿de dónde viene principalmente el dinero público? Pues de Alemania.
Pero claro, a los alemanes no les parece bien, egoístas ellos, pagar la fiesta
de los españoles a base de los sacrificios que han hecho para mantener su
déficit y su deuda en niveles razonables. ¿Es egoísta esta postura?
Rotundamente no. Y Merkel, que representa a sus ciudadanos y tiene que defender
sus intereses, es posible que diga que nones. Seguramente acabará diciendo que
sí, pero no antes de que el niño consentido que es el Estado español y sus
autonomías, hagan los deberes. Es decir, el adulto responsable, el Estado
alemán, está educando al niño consentido, los administradores del Estado
español y sus autonomías. Ya dice un refrán que no está muy de moda hoy día,
pero que es la pura verdad: “quien bien te quiere, te hará llorar”. No digo que
Merkel lo haga porque nos quiera. Pero me da igual, hace lo que es bueno para
nosotros, que también es bueno para sus ciudadanos. Además, si el problema de
la deuda española se resuelve, por el único camino posible, por que los
administradores del Estado español disminuyan el déficit, ya hemos visto que el
BCE ganará mucho dinero. Por lo que, si el BCE se embarca realmente en un
programa de compra de bonos, Alemania tendrá renovado interés en que España
haga sus deberes. Por lo tanto, si Merkel da el visto bueno, lo que está por
ver, a un programa así, seguro que redoblará su vigilancia sobre nuestra
economía. Todo esto no me parece una villanía, sino más bien lo contrario. Sólo
gracias a Merkel tiene Rajoy la sombra de una posibilidad de ganar el pulso al
que le ha retado hoy la Generalitat. Pulso que marcará la senda por la que
pasen el resto de las autonomías despilfarradoras. Veremos.
Termino
aquí el recorrido respondiendo a la pregunta inicial que da título a estas
líneas. ¿Son los especuladores los causantes de lo que pasa? Me parece que no.
Cuándo ganan dinero, ¿hacen algo útil? Sí, suavizar la volatilidad. ¿Son por
tanto unos parásitos chupasangre? No me lo parece. Si he convencido a alguien
de esto, estaré moderadamente satisfecho, pero si, además, en estas líneas he
dado algunas ideas del más elemental sentido común para invertir, me alegraré
enormemente.
[1] Al pasar del +30% al -30%
perdería un 60% que, tras una revalorización del 10% se quedaría en una pérdida
del 50%. Por motivos aritméticos esto no es exactamente así, pero como una
aproximación es perfectamente válido.
[2] Esto es menos correcto que lo
anteriormente dicho porque tanto el 10% de crecimiento anual como el reparto
del 50% entre 10 años, deberían hacerse a interés compuesto y no a interés
simple, como lo he hecho. Pero para ilustrar el principio es también
perfectamente válido.
[3] Aplíquese lo dicho en la nota 2.
[4] Como siempre, y ya no lo
repetiré más, aplíquese la nota 2.
[5] La palabra asegurado va entre
comillas, porque los datos de partida de volatilidad y crecimiento son siempre
estimados a priori y esas estimaciones pueden, como es lógico, estar
equivicadas.
[6] Estas afirmaciones sobre la
bondad de la acción de los especuladores especuladores es falsa cuando se dan
cualquiera de los dos supuestos siguientes: 1º Que el especulador actúe con
información privilegiada, lo que, además de ser éticamente reprobable, supone
un delito, y; 2º cuando el especulador altera el precio del bien que compra
creando escasez artificial, lo que también es éticamente reprobable, además de
un delito que recibe el pomposo nombre de “conspiración para alterar el precio
de las cosas”.
[7] Esto sólo será cierto si se
trata de un bono perpetuo, es decir, sin vencimiento. Si, como ocurre, tiene un
vencimiento, la rentabilidad del bono para quien lo compra no se calcula así y
depende del tiempo que falte para su vencimiento, pero para los efectos de
estas líneas, es válido.