Este 11 de Octubre han tenido lugar dos actos que creo importantes
para la Iglesia, el mundo y la humanidad. Son dos actos que arrancan de una
intención común del Papa Benedicto XVI.
Me refiero en primer lugar al comienzo del año de la fe, anunciado
por Benedicto XVI con un año de antelación, el 11 de Octubre del 2011 en un
documento con el nombre de Porta Fide, para empezar el 11 de Octubre del 2012.
En segundo lugar, ese mismo día se ha iniciado el Sínodo general
de los obispos sobre el tema de la nueva evangelización. El Papa lo ha
inaugurado con una Misa celebrada por él mismo.
Dos hechos distintos íntimamente relacionados. Quiero reproducir
aquí extractos de Porta Fide y de la homilía de la Misa inaugural del sínodo.
Por supuesto, si alguien quiere uno o los dos documentos completos, no tiene
más que enviarme un comentario con su mail, comentario que no publicaré para no
hacer público su mail, pero al que le mandaré lo que me pida.
Extracto
del motu proprio “Porta fidei” con el que Benedicto XVI convoca el año de la
fe.
La renovación de la Iglesia pasa
también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su
misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a
hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó.
[…]
En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los
afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y
transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en
esta vida. La «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo
criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2;Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Co 5, 17).
Es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa
a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para
proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae
hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia
y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por
eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de
una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a
encontrar el entusiasmo de comunicar la fe.
[…]
Así, la fe sólo crece y se
fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la
propia vida que abandonarse, en un in
crescendo continuo, en las
manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su
origen en Dios.
[…]
Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez
más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y
rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso
que todo creyente debe de hacer propio
[…]
El conocimiento de los contenidos que se han de creer no es
suficiente si después el corazón, auténtico sagrario de la persona, no está
abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y
comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios.
Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un
testimonio y un compromiso público.
[…]
Es el don del Espíritu Santo el
que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y
valeroso.
[…]
Como se puede ver, el conocimiento
de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento,
es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que
propone la Iglesia.
[…]
Por otra parte, no podemos olvidar
que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos
el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva
de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la
fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios.
[…]
Para acceder a un conocimiento
sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de
la Iglesia Católica una ayuda preciosa e indispensable. […] Lo declaro como
regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al
servicio de la comunión eclesial.
Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime
para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados
sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica.
A través de sus páginas se
descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con
una Persona que vive en la Iglesia.
[…]
En efecto, la fe está sometida más que en el pasado a una serie de
interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy,
reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y
tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe
y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque
por caminos distintos, tienden a la verdad.
A lo largo de este Año,
será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el
misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo
primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han
ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del
testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y
constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del
Padre que sale al encuentro de todos.
[…]
La alegría del amor, la respuesta
al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa
recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su
cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su
compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de
su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan
plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de
nuestra historia de salvación.
[…]
Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están
escritos en el libro de la vida (cf.Ap 7,
9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor
Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la
familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y
ministerios que se les confiaban.
También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo
del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia.
[…]
Gracias a la fe podemos reconocer
en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo
hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40): estas palabras suyas son una
advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese
amor con el que él cuida de nosotros. Es la fe la que nos permite reconocer a
Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace
nuestro prójimo en el camino de la vida. Sostenidos por la fe, miramos con
esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando «unos cielos nuevos y
una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1).
[…]
Escuchemos esta invitación como
dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se vuelva perezoso en la fe.
Ella es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos
las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de
los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en
un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo
necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados
en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el
corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que
no tiene fin.
[…]
«La autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que,
aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en
la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo
todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante,
alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 P1,
6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el
sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son
probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran
escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten
comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo
(cf.Col 1, 24), son
preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy
débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12,
10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y
la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre
nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad
visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación
definitiva con el Padre.
Confiemos a la Madre de Dios, proclamada «bienaventurada porque ha
creído» (Lc 1, 45), este
tiempo de gracia.
Extractos de la
homilía de Benedicto XVI en la misa de inauguración del sínodo de los obispos
sobre la nueva evangelización.
Quisiera ahora reflexionar brevemente
sobre la «nueva evangelización», relacionándola con la evangelización ordinaria
y con la misión ad gentes. La Iglesia existe para evangelizar.
[…]
En determinados periodos
históricos, la divina Providencia ha suscitado un renovado dinamismo de la
actividad evangelizadora de la Iglesia. […] También en nuestro tiempo el
Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia un nuevo impulso para anunciar la
Buena Noticia, un dinamismo espiritual y pastoral que ha encontrado su
expresión más universal y su impulso más autorizado en el Concilio Ecuménico
Vaticano II. […] la nueva evangelización, orientada principalmente a
las personas que, aun estando bautizadas, se han alejado de la Iglesia, y viven
sin tener en cuenta la praxis cristiana. la nueva
evangelización, orientada principalmente a las personas que, aun
estando bautizadas, se han alejado de la Iglesia, y viven sin tener en cuenta
la praxis cristiana. La Asamblea sinodal que hoy se abre esta dedicada a esta
nueva evangelización, para favorecer en estas personas un nuevo encuentro con
el Señor, el único que llena de significado profundo y de paz nuestra
existencia; para favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de gracia que
trae alegría y esperanza a la vida personal, familiar y social.
[…]
Pienso
que nos invita a ser más conscientes de una realidad ya conocida pero tal vez
no del todo valorizada: que el matrimonio constituye en sí mismo un evangelio,
una Buena Noticia para el mundo actual, en particular para el mundo
secularizado. La unión del hombre y la mujer, su ser «una sola carne» en la
caridad, en el amor fecundo e indisoluble, es un signo que habla de Dios con
fuerza, con una elocuencia que en nuestros días llega a ser mayor, porque,
lamentablemente y por varias causas, el matrimonio, precisamente en las
regiones de antigua evangelización, atraviesa una profunda crisis. Y no es
casual. El matrimonio está unido a la fe, no en un sentido genérico. El
matrimonio, como unión de amor fiel e indisoluble, se funda en la gracia que
viene de Dios Uno y Trino, que en Cristo nos ha amado con un amor fiel hasta la
cruz. Hoy podemos percibir toda la verdad de esta afirmación, contrastándola
con la dolorosa realidad de tantos matrimonios que desgraciadamente terminan
mal. Hay una evidente correspondencia entre la crisis de la fe y la crisis del
matrimonio. Y, como la Iglesia afirma y testimonia desde hace tiempo, el
matrimonio está llamado a ser no sólo objeto, sino sujeto de la nueva
evangelización. Esto se realiza ya en muchas experiencias, vinculadas a comunidades
y movimientos, pero se está realizando cada vez más también en el tejido de las
diócesis y de las parroquias, como ha demostrado el reciente Encuentro Mundial
de las Familias.
[…]
Una de las ideas clave del
renovado impulso que el Concilio Vaticano II ha dado a la evangelización es la
de la llamada universal a la santidad, que como tal concierne a todos los
cristianos (cf. Const. Lumen gentium, 39-42). Los santos son los
verdaderos protagonistas de la evangelización en todas sus expresiones. Ellos
son, también de forma particular, los pioneros y los que impulsan la nueva
evangelización: con su intercesión y el ejemplo de sus vidas, abierta a la
fantasía del Espíritu Santo, muestran la belleza del Evangelio y de la comunión
con Cristo a las personas indiferentes o incluso hostiles, e invitan a los
creyentes tibios, por decirlo así, a que con alegría vivan de fe, esperanza y
caridad, a que descubran el «gusto» por la Palabra de Dios y los sacramentos,
en particular por el pan de vida, la eucaristía. […] La santidad no conoce
barreras culturales, sociales, políticas, religiosas. Su lenguaje – el del amor
y la verdad – es comprensible a todos los hombres de buena voluntad y los
acerca a Jesucristo, fuente inagotable de vida nueva.
[…]
La mirada sobre el ideal de la
vida cristiana, expresado en la llamada a la santidad, nos impulsa a mirar con
humildad la fragilidad de tantos cristianos, más aun, su pecado, personal y
comunitario, que representa un gran obstáculo para la evangelización, y a
reconocer la fuerza de Dios que, en la fe, viene al encuentro de la debilidad
humana. Por tanto, no se puede hablar de la nueva evangelización sin una
disposición sincera de conversión. Dejarse reconciliar con Dios y con el
prójimo (cf. 2 Cor 5,20) es la vía maestra de la nueva evangelización.
Unicamente purificados, los cristianos podrán encontrar el legítimo orgullo de
su dignidad de hijos de Dios, creados a su imagen y redimidos con la sangre
preciosa de Jesucristo, y experimentar su alegría para compartirla con todos,
con los de cerca y los de lejos.
[…]
[…] invocando la particular
intercesión de los grandes evangelizadores, entre los cuales queremos contar
con gran afecto al beato Papa Juan Pablo II, cuyo largo pontificado ha sido
también ejemplo de nueva evangelización. Nos ponemos bajo la protección de la
bienaventurada Virgen María, Estrella de la nueva evangelización. Con ella
invocamos una especial efusión del Espíritu Santo.
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