Hace tres semanas, el 7 de Octubre, publiqué una entrada con el título de "La parábola del coche de gasolina". Este viernes se la he enviado a un numeroso grupo de amigos a los que envío directamente por mail más o menos las mismas cosas que publico en el blog. Inmediatamente recibí respuesta de varios que, o me pedían mi explicación de la parábola o me daban la suya. Curiosamente, ya que a mi me parecía que su interpretación era evidente, las había de distinto pelaje entre las que me llegaban (mi grupo de amigos es muy heterogéneo). Por eso decidí escribir mi propia explicación, la que tenía en la cabeza cuando la escribí. Desde luego, las ideas de quien escribe dejan de ser de su entera propiedad cuando las publica y pasan a ser propiedad común. Por eso, mi interpretación no es la interpretación, sino una más. Tiene, eso sí, la ventaja de que no es, hablando con propiedad, una interpretación, ya que mi idea de fondo es anterior a la parábola. Pero, bueno, sea como sea, ahí va mi explicación, la intención con la que la escribí.
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El
Ferrari somos nosotros, que estamos hechos de una determinada manera que no nos
hemos dado a nosotros mismos. Somos un cochazo de gasolina, pero nuestra
existencia es un don de Dios, que es el que nos regala el Ferrari y la
gasolina. La gasolina es la gracia, necesaria para que el cochazo ande. Los
coches parados en la cuneta son toda esa gente que ha creído que podía decidir
qué era lo que le hacía andar en la vida, de qué era su coche, y han buscado
soluciones falsas más fáciles y baratas, como el gas oil. Nosotros también
hemos caído en ello. Las timbas de naipes en los capós de los coches son las
mil absurdas distracciones que nos apartan del sentido de nuestra vida. El
taller es la Iglesia, donde podemos recibir el sacramento del perdón y obtener
nueva gasolina a través de la Eucaristía. El GPS del coche es la providencia,
que si la hacemos caso, nos va marcando la ruta. La contemplación del mar es la
contemplación de Dios en nuestra vida. La vuelta desde mar al anuncio del mismo
lejos de Él es el profetismo en el mundo, con los balnearios que son, por un
lado, la misa, en la que momentáneamente participamos de la liturgia del cielo
en la que ángeles y santos alaban a Dios, pero también son esos momentos brillantes
en los que vemos todo claro y sentimos muy nítidamente la presencia de Dios en
nuestra vida. Momentos de los que Walt Whitman decía:
¿Nunca has tenido una hora,
un súbito destello divino que ha
precipitado y hecho estallar todas estas burbujas,
[modas, riqueza?
¿Estos
ansiosos proyectos comerciales – estos libros, política, arte, amores?
¿Una
hora de total aniquilamiento?
En fin, el barco de cinco mástiles
es el viaje al más allá en el que iremos, como decía Antonio Machado, “ligeros de equipaje, casi desnudos, como
los hijos de la mar”, y en el que Cristo hará la travesía con nosotros
cuando llegue el momento.
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