Tomás Alfaro Drake
El
otro día leí en el cultural de “El Mundo” del día 11 de Octubre del 2012 la
reseña de un libro escrito por Steven Pinker, catedrático de psicología de la
Universidad de Harvard, que lleva por título “Los ángeles que llevamos dentro”.
El libro, de más de mil páginas, defiende la tesis de que nunca en la historia
de la humanidad ha habido un siglo más pacífico que el último, a pesar de las
dos grandes guerras mundiales. Como es ésta una tesis que va contra las
creencias más firmemente arraigadas en el imaginario colectivo, el autor dedica
628 páginas de las más de mil que he dicho que tiene el libro a darnos todo
tipo de datos, estadísticas y gráficos que refuerzan su tesis. En la reseña
sólo se citan algunos de éstos. Por ejemplo, los datos arqueológicos
disponibles indican que el 15% de los humanos prehistóricos de las sociedades
de cazadores-recolectores murieron de muerte violenta. Si estas cifras las
extrapolásemos a los cerca de 10.000 millones de individuos que han formado las
tres generaciones del siglo XX, supondría que, para igualar en violencia a las
épocas prehistóricas, deberían haber muerto en el mundo 1.500 millones de
humanos por la violencia, cifra que no se alcanza ni remotamente. En las
sociedades preestatales en las que hubo horticultura, parece que esta tasa fue
aún mayor. Sin embargo, a partir de la aparición de las primeras sociedades
estatales, estas tasas bajaron drásticamente. La más violenta parece haber sido
la azteca mexicana, en la que los muertos de muerte violenta no superaban el 5%.
En Europa, en los periodos más violentos del siglo XVII y del siglo XX, esta
tasa rondó el 3%.
Estas
evidencias estadísticas le llevan al autor a formular en una teoría coherente lo
que él llama las seis tendencias humanas, las cinco fuerzas históricas, los
cinco demonios y nuestros cuatro mejores ángeles. La reseña sólo enumera las
cinco tendencias históricas, que son, por orden de importancia:
1º
El Estado
2º
El comercio
3º
El cosmopolitismo
4º
La feminización
5º
El desarrollo de la razón
El
Estado penaliza la agresión y hace, por tanto, que disminuya la violencia. Soy
bastante antiestatalista, pero debo reconocer que esta fuerza me parece muy
cierta. No tenemos más que mirar a lo que ocurre en Somalia, país sin Estado,
para darnos cuenta de que esto es así. Otra cosa es que en occidente hayamos
llegado a crear unos Estados intervencionistas, que invaden la intimidad y la
libertad de los humanos mucho más allá de lo que sería sano, intentando regular
aspectos de la conducta humana que deberían ser reducto de la libertad de cada
ser humano e interviniendo en la economía hasta el punto de distorsionarla y
crear graves disfunciones que la entorpecen enormemente. Comparo al Estado con
el perro que un hombre se ha comprado para tenerlo en el jardín de su casa y
evitar que, en una sociedad violenta, su casa se vea continuamente asaltada. Es
una buena cosa. Pero puede llegar el momento en que el perro se haga el dueño
del jardín y de los alrededores, atacando a todo lo que pasa por los
alrededores de la casa y recluyendo a su dueño en ella, por miedo al animal.
Que en muchos países hayamos hecho Estados que sobrepasan enormemente los
límites de lo razonable no invalida la conclusión del autor sobre el efecto
pacificador de la corriente histórica que ha hecho nacer el Estado.
Del
comercio dice el autor, de una forma un tanto descarnada, que hace que otras personas
sean más valiosas vivas que muertas. Puede que el comentario pueda parecer un
poco cínico, pero me parece certero y veraz. Si una tribu aniquila a otra para
quedarse con sus bienes, puede hacerlo una sola vez y, seguramente, a un alto
coste en vidas humanas para la tribu vencedora. Si ambas se entienden para
intercambiar lo que una tiene en abundancia y de lo que otra tiene escasez, se
crea una corriente sostenible de bienestar sin costes de vidas humanas.
El
cosmopolitismo anima a la gente a empatizar con otras culturas. No me cabe duda
de que el catetismo que desprecia lo que ignora y no ha conocido nunca otras
costumbres, tiene en sí un germen de violencia. Los nacionalismos, seguramente
se curarían con un poco de cosmopolitismo. Ya Michel de Montaigne, en el siglo
XVI, en sus Ensayos, comentaba lo miope que podía ser quien criticaba las costumbres
de otros países que no conocía. No se puede amar lo que no se conoce y no se
pueden conocer otras culturas si no se viaja a los países que las han creado.
Es cierto que, hoy en día, con los medios de comunicación, es mucho más fácil
conocer y llegar a amar otras culturas sin salir de casa.
“La
feminización devalúa el machismo y las culturas basadas en el honor”, dice
Pinker. Ciertamente, una dosis de feminización no viene mal a un mundo
demasiado regido a veces por la testosterona. Pero no conviene confundir la
feminización con el feminismo. El feminismo es más bien una corriente de
machificación de las mujeres, impulsada por ellas mismas, en un intento de
ganar la igualdad por el camino equivocado. No se trata de hacer de las mujeres
hombrecitos castrados. Se trata de exaltar las auténticas virtudes femeninas y
de darles en la sociedad el sitio que les corresponde. Pienso que vivimos en un
mundo intoxicado de la exaltación de las virtudes del macho. No defiendo la
sociedad de mujercitas condenadas a la inutilidad que había impregnado la
Europa moderna, y que arranca desde el redescubrimiento de la cultura romana en
el Renacimiento. Tal vez la denostada Edad Media y antes, la Antigüedad
cristiana, hayan sido la época en la que la feminidad fuerte ha tenido más
espacio. En efecto, en el derecho romano, la mujer era poco más que otra
propiedad del paterfamilia. Una de las razones del éxito del cristianismo en
Roma y Grecia, fue el papel de igualdad de dignidad que éste concedía a las
mujeres. No vendría nada mal un poco más de feminidad en el comportamiento
masculino (no en el sentido sexual, naturalmente) en el espacio dejado a la
intuición, a la sensibilidad, a la búsqueda de la belleza (no del preciosismo
blandengue), a la capacidad de ternura y a otras características consideradas
como típicamente femeninas. Se puede ser (y a menudo se es) más hombre, dejando
cierto espacio a esos aspectos femeninos en el comportamiento masculino. Sin
embargo, digo lo contrario sobre dejar más espacio a la masculinidad en el
comportamiento femenino, porque, como he dicho antes, creo que nuestra sociedad
se ha pasado varios pueblos en este camino, llevando a la machificación de la
mujer mucho más allá de lo deseable. Pero tampoco abogo por que se desande
totalmente ese camino. Tan sólo por un reequilibrio. Creo que la encíclica
“Mulieris dignitatem” de Juan Pablo II, publicada el 15 de Agosto de 1988, y la
carta de este mismo Papa a las mujeres del 29 de Junio de 1995, son una
magnífica orientación sobre este tema. Sobre las palabras de Pinker acerca de
las culturas basadas en el honor, quiero hacer una puntualización. Nada más
noble que el honor bien entendido. Pero cuando bajo el nombre de “honor” se
camufla en realidad la soberbia, el afán de dominio y el ansia desordenada de
poder, estamos hablando de otra cosa. Mientras que el honor es patrimonio
igualitario de hombres y mujeres, ninguno de estos tres vicios que intentan
pasarse por él forma parte de la feminidad.
La
última de las cinco tendencias históricas citadas por Pinker, es la expansión
de la razón. Evidentemente que creo que la expansión de la razón, rectamente
entendida, es una tendencia histórica que hace disminuir la violencia. Lo que
no estoy de acuerdo es en que sea la última. Más bien creo que subyace en algunas
de las otras cuatro, al menos, en las dos primeras, y las posibilita. ¿Qué son
el Estado y el comercio sino frutos de la razón?
Estoy
convencido de que lo que Pinker afirma sobre la mejoría del mundo en lo que se
refiere a la violencia, ocurre también en otros muchos campos. En particular,
ocurre en la economía. Es evidente que la humanidad nunca ha gozado de mayor
bienestar económico del que goza hoy, a pesar de la crisis. Evidentemente,
ahora tenemos menos bienestar económico que hace 5 años, pero me refiero, como
hace Pinker con la violencia, a una tendencia secular en la que hay, desde
luego altibajos y crisis. Muy a menudo me encuentro con personas con una
actitud más o menos despectiva hacia el progreso material, insinuando, de una
manera más o menos abierta, que ese progreso material es causa de un supuesto
deterioro moral. Pero, ni ese deterioro moral es cierto, ni el aumento del bienestar
sería su causa si fuese cierto. Desde luego que el aumento del bienestar tiene
sus riesgos que pueden tener efectos negativos en el progreso moral, pero de
ninguna manera es su causa. Y, además, no conozco a nadie que se rasgue las
vestiduras ante el aumento del bienestar y que no use de él. En cambio, conozco
a gente que hace voto de pobreza y, sin embargo, no abomina del aumento del
bienestar, sino que ve en él un bien para la humanidad.
Pero
es que, además, se percibe una tendencia secular del progreso moral de la
humanidad, una de cuyas manifestaciones es la disminución de la violencia
evidenciada por Pinker. Desde luego que en esta línea de progreso moral hay también
altibajos y marchas atrás y es verdad que actualmente nos encontramos en uno de
los bajos en alguno de los muchos aspectos de la moral. Podría citar varios,
pero cito solo uno: el aborto. No hay que cegarse para no ver la mejora
secular, pero tampoco para cerrar los ojos ante muchos y graves retrocesos coyunturales.
Y si tengo que decir cuál es la causa profunda de esa corriente profunda de progreso
moral, no me cabe la menor duda. Se llama cristianismo. Es imposible exagerar
el efecto benéfico que el cristianismo ha tenido en la humanidad. Ciertamente,
los cristianos hemos tenido conductas en la historia indignas de nuestra
religión. Pero a lo largo de esa historia, poco a poco, con visión secular, el
cristianismo ha ido modelando al ser humano en occidente. Y, todavía más
lentamente, a través del contacto con la cultura cristiana, a otras culturas.
Aunque uno de los signos de nuestro tiempo en occidente sea el rechazo
explícito del cristianismo por amplios sectores, no es menos cierto que
subyaciendo a esa línea secular del progreso económico, moral y político, está se
reconozca o no explícitamente, el cristianismo. El cristianismo aparece como la
causa profunda, a menudo no evidente, de la disminución de la violencia, del declive
del racismo, del respeto a la vida y la dignidad humanas (de hecho hoy en día
es el cristianismo lo que sostiene en occidente la lucha contra el aborto, cuya
superación será vista un día como equiparable a la desaparición de la
esclavitud), de la declaración de derechos humanos o de la democracia.
Los
seres humanos deberíamos entrenarnos en usar el zoom de nuestra percepción para
alejarnos del día a día y ver con perspectiva secular. Nuestra tendencia
natural es la contraria. Tendemos a dejarnos arrastrar por el día a día,
exagerando lo malo y olvidando lo bueno. Una buena muestra de esa tendencia la
dan los periódicos. Debemos leerlos y saber lo que está pasando en el mundo,
pero después de hacerlo, no sería mal ejercicio relativizar su información ,usar
el zoom y ver el mundo con 10, 50, 100, 500, 1000 y 5000 años de perspectiva
hacia atrás, sin falsos romanticismos arcaizantes. Y, luego, preguntarnos qué
puedo hacer yo hoy para que dentro de 10 o 20 años se haya producido un
progreso (o se haya frenado un retroceso) en alguno de los campos de actividad
de la humanidad. Porque los autores del progreso o el retroceso de la humanidad
somos tú y yo, no ninguna corriente o fuerza impersonal y extraña. Me parece
que sería una buena actitud frente al pesimismo y el pasotismo.
Creo
que, a pesar de las 1000 páginas (mil páginas de lo que sea es algo muy duro de
leer) y de los 42€ que vale el libro de Pinker, lo voy a leer. Máxime cuando si
a esas 1000 páginas se les quitan las 628 de tablas, datos, gráficos y
estadísticas, que seguro basta con hojear, quedan “sólo” 372 páginas de texto
en el que se desarrolla una tesis que me parece sumamente sugerente de leer,
tanto para estar de acuerdo con ella como para discrepar. En cualquier caso,
creo que serán unas páginas para poner la mente y las formas de ver la vida en
ebullición. A mí ya me han hecho ebullir, sólo a través de una reseña del
periódico. Cuando lo lea, escribiré sobre la ebullición que me produzca.
Pinker, cierto es, está de moda, tiene un gran arte para la escritura, tiene poder de convencimiento. En algunos aspectos estoy de acuerdo, aunque a veces, constato lo contario, pero hay una cuestión importante en la que discrepo y me condiciona su lectura. Como ateo militante que es, piensa que estamos ya marcados desde inicio por la naturaleza humana, que no existe el libre albedrío y que por tanto, son nuestros genomas los que nos determinan y, algunas teorías suyas pareciera que las escribe sólo para converger ahí y justificarse continuamente en este aspecto.
ResponderEliminarYo tampoco, y aquí si estamos de acuerdo, que la expansión de la razón sea la última tendencia para disminuir la violencia. Esto no es nuevo, es de hace unos siglos, ya en la Ilustración, se decía lo mismo que dice Pinker. El orden racional fue de los paradigmas importantes, la explicación por la razón, del hombre, de la Naturaleza, de Dios,…. Pero todo ello no funcionó, al contrario, desembocó en una severa crisis, la llamada crisis de la Modernidad que ha llegado hasta nosotros, pasando, entre otras, por la dura violencia de dos guerras mundiales y de la barbarie comunista.
Esto es lo que constato, a pesar de las cifras de Pinker.
Abrazos
Juan
Querido Juan, soy Tomás:
ResponderEliminarNo conozco las creencias de Pinker, pero lo cierto es que no opina que estemos marcados por la naturaleza sin que haya libre albedrío. En la entrevista de "El cultural" de "El mundo", cuando le preguntan si la evolución y la genética son los principales responsables de nuestra conducta, responde: "No es cierto, "la tabla rasa" no afirmaba que la cultura fuese irrelevante, sino que el error estribaba en considerar que la cultura y la naturaleza humana son alternativas". Una cosa es lo que alguien dice y otra lo que otros dicen que dice. Debo decir que aunque sea ateo, estoy de acuerdo con él en esto. Aunque tenemos libre albedrío, no cabe la menor duda de que, en parte, estamos condicionados por nuestros genes.
Por otro lado, es cierto que la modernidad es una crisis, pero, como comentaba en una reciente entrada sobre el paralelismo entre la historia y la vida de un hombre, es una crisis de crecimiento que hay que encauzar, no reprimir. No creo que la solución de Pío IX, al que venero como santo, al emitir la encíclica "Cuanta cura" y el "Syllabus", hayan sido lo mejor para tratar con esa crisis de crecimiento que es la modernidad. Este Papa propone, más bien, el "atrio de los gentiles" como un lugar de encuentro entre los ateos de buena voluntad que, por descontado, los hay y los creyentes, que a veces son menos creyentes que algunos ateos, como también ha dicho este Papa. Me gusta una frase que leí en un libro de Jean Guitton -católico a machamartillo- que éste leyó en un diario de su madre (la fecha en que esta frase se escribió debió ser en pleno aislamiento del mundo producido por Cuanta cura y Syllabus). La frase dice: "Es necesario que se restablezca la armonía entre los modernos sin fe y los creyentes sin modernidad. Hace falta que los primeros se reencuentren con Dios. Pero hace también falta que los segundos caminen hacia delante sobre la tierra". Me apunto al "atrio de los gentiles" antes que al encierro. Nadie enciende una lámpara para ponerla debajo de un celemín, ni la sal puede salar el guiso si no se mezcla con él. Leeré a Pinker y me haré una idea de primera mano de lo que piensa.
Un abrazo.
Cuando digo este Papa, me refiero al actual, Benedicto XVI.
ResponderEliminarTomás
De Pinker leí hace unos ocho o diez años, "La Tabla Rasa".
ResponderEliminarLo que mas me gustó, recuerdo, fue su facilidad de lectura, libro facilón, convincente y ameno, es desde luego, un gran virtuoso del lenguaje.
En cuanto a la crisis que nos asola, pienso, como decía en mi anterior, que procede en mucho de la "instrumentalización" de la razón.
Cuando leas a Pinker, nos cuentas si su idea en cuanto a la exaltación, dijéramos, de la "razón autónoma", se asemeja a la vieja idea de los ilustrados.
Abrazos
Juan.
Pues me llevas ventaja, Juan. Yo todavía no lo he leído. Si llego a hacerlo, publicaré mis impresiones en el blog.
ResponderEliminarEstoy totalmente de acuerdo en que la instrumentalización o totalización de la razón es una de las causas de la crisis de la modernidad.
Un abrazo.
Tomás
¿Cuentas con los miles de victimas inocentes en el seno materno?
ResponderEliminarHola anónimo, soy Tomás. Efectivamente esa es una lacra de nuestro momento histórico. Así lo digo en mi entrada. Por si te ha pasado desapercibido, copio algún párrafo de mi entrada.
ResponderEliminar"Desde luego que en esta línea de progreso moral hay también altibajos y marchas atrás y es verdad que actualmente nos encontramos en uno de los bajos en alguno de los muchos aspectos de la moral. Podría citar varios, pero cito solo uno: el aborto. No hay que cegarse para no ver la mejora secular, pero tampoco para cerrar los ojos ante muchos y graves retrocesos coyunturales".
"El cristianismo aparece como la causa profunda, a menudo no evidente, de la disminución de la violencia, del declive del racismo, del respeto a la vida y la dignidad humanas (de hecho hoy en día es el cristianismo lo que sostiene en occidente la lucha contra el aborto, cuya superación será vista un día como equiparable a la desaparición de la esclavitud), de la declaración de derechos humanos o de la democracia".
De momento colaboro, en la medida de mis posibilidades a acabar con esa lacra.
Gracias por dar tu opinión y un abrazo.
Tomás
Querido Juan:
ResponderEliminar¡Qué razón tenías respecto a Pinker! Me he comprado el libro y, lo he hojeado ampliamente. Efectivamente, es una empanada, no se si por ignorancia o por tergiversación voluntaria. Según él, prácticamente todo lo bueno de la historia empieza en la Ilustración, donde la humanidad sale del oscurantismo impuesto por los dogmas y otras irracionalidades. Siempre según él, la inteligencia humana pudo eclosionar gracias a la comunicación que supusieron la transmisión de las ideas y las ciudades, fenómenos que empezaron en el siglo XVIII. Como si las ciudades no hubiesen existido antes y no hubiesen sufrido un gran impulso en la edad media o como si las universidades, también nacidas en la edad media, no fuesen un foco de efervescencia de las ideas desde su nacimiento. Por supuesto, tampoco se plantea por que Roma, a pesar de ser una gran ciudad, no supo eliminar la injusticia y la violencia y por qué tampoco nació la razón humanizadora en otras culturas, que también tenían ciudades. No lo hacer porque esto le llevaría, como no puede ser de otra manera, al cristianismo.
En fin, que tenías razón, todo el libro es un gran lugar común del dogma de la razón autónoma, sin ver que esa razón autónoma acaba ineludiblemente en la irracionalidad.
Sería largo seguir con esto, pero a quien lea este comentario le recomendaría la lectura de una entrada de este blog que se llama "La fe salva a la razón" y a una larga serie de entradas bajo el nombre común de "El camino hacia la postmodernidad y el nuevo renacimiento".
Un abrazo y gracias Juan.
Tomás