El Antiguo Testamento es el gran
desconocido de la inmensa mayoría de los católicos. Incluso hay muchos que lo
consideran como algo ajeno y hasta contrario al mensaje evangélico, como si
Yavé fuese un Dios distinto al Dios de Amor encarnado en Jesucristo. Nada más
lejos de la realidad. La figura de Jesucristo no podría entenderse sin el
Antiguo Testamento, así como es cierta la recíproca; que el Antiguo no puede
leerse correctamente si no es desde el Nuevo. Como decía santo Tomás: “Nova in vetera latet, vetera in nova patet”,
es decir, “las cosas nuevas están
latentes en las antiguas, las antiguas se hacen patentes en las nuevas”. El
Antiguo Testamento es como una pirámide truncada a la que le falta la
cúspide. De la plataforma superior
sobresalen “vigas” que apuntan hacia un vértice. Cuando sobre esa plataforma
superior se coloca la cúspide del Nuevo Testamento, encaja como un guante en
una mano y, además, desde el vértice de esa cúspide, al que apuntan las vigas,
surge una luz para interpretar lo de abajo. Hay, pues, una espléndida sinergia
entre ambos Testamentos. Tal vez por eso sea recomendable, tras conocer el
Nuevo, y en especial los Evangelios, hacer una lectura imbricada de ambos. Es
sin duda por eso por lo que la Iglesia, en su liturgia de la misa, propone cada
día varias lecturas, relacionadas entre sí, del Antiguo y Nuevo Testamentos, de
forma que cada tres años se dé una vuelta completa al Nuevo y al núcleo más
importante del Antiguo. Sería altamente recomendable hacer de esta manera la
lectura completa de los tres ciclos litúrgicos. Pero, además de esta forma de
leer la Biblia es bueno también leer de forma secuencial el Antiguo y nuevo
Testamentos. La música polifónica barroca también admite estos dos tipos de
atención al escucharla. Está compuesta por varias melodías que se entrelazan
entre sí, formando como si fueran hebras de ADN, triples o cuádruples,
entrelazadas. Uno puede concentrarse en oír cada melodía, intentando con la
atención “separar” cada una de las demás. Pero también puede concentrarse en la
armonía que existe en cada instante entre las notas simultáneas de cada
melodía. No es fácil esto, pero cuando uno tiene entrenado el oído, es un
proceso casi automático. Y el premio de este entrenamiento es un disfrute
inmensamente mayor de la música. Por otro lado, ocurre con la Biblia lo que con
esas figuras del altiplano peruano. Si uno lo ve a ras de suelo, no ve nada.
Pero si uno se eleva sobre el terreno, las inmensas figuras empiezan a tomar
forma y a asombrarnos con su perfección y grandiosidad. Esta elevación supone
leer la Biblia como lo que es, como una oración. Naturalmente, se puede leer la
Biblia sin esta actitud, pero entonces, muy probablemente, se pierda su último
e íntimo sentido. También se puede pensar que ese esfuerzo no merece la pena.
Bueno, cada uno es libre de decir lo que le merece la pena y lo que no, pero si
uno no quiere hacer esto y no entiende la Biblia, el problema es suyo, no de la
Biblia. Él se lo pierde. Pero creo que un cristiano que quiera conocer su fe
con madurez, no puede permitirse esta actitud. Sin gran exhaustividad, intentaré
en las próximas líneas arrojar alguna luz sobre el Antiguo Testamento.
El Antiguo Testamento no es un
libro, es una colección de libros. Los cristianos creemos que todos ellos son inspirados
por Dios, que responden a la intención de Dios de ir guiando a la humanidad
hacia Él, al tiempo que le van descubriendo las cosas más importantes de su
esencia y de su plan de salvación para con la humanidad. Pero la palabra
“inspirado” requiere una puntualización. Inspirado no es, ni remotamente,
equivalente a dictado. De una forma misteriosa, Dios ponía ideas en la mente de
algunos hombres, que éstos escribían mezclándolas con las suyas propias y con
su mentalidad y la de su época. Cada uno de los libros que lo forman fue
escrito en distinta época histórica, con distinta finalidad y está dirigido, en
primera instancia, a personas que vivían ese momento. Más aún, cada uno de
ellos, internamente, no es de un solo autor, sino que es el resultado de un
proceso de reescritura e interpolaciones continuas a lo largo de la historia.
Sin embargo, y a pesar de esta heterogeneidad, todos esos libros forman un todo
coherente y no un todo monolítico. Hay entre muchos pasajes del Antiguo
Testamento profundas contradicciones aparentes. Como en una sinfonía, las
aparentes disonancias, se resuelven en una armonía superior. Buscar esa armonía
superior es lo que hace interpretable el contenido del Antiguo Testamento. Y
eso es también lo que hace de la Biblia un libro de sabiduría válido para todos
los seres humanos de todo tiempo, con independencia de quienes fueran los
destinatarios originales. Los libros que contienen sabiduría admiten un gran número de lecturas que se van
descubriendo cada vez que se repasan. Tomarlos al pie de la letra es un peligro
que hay que evitar. Pero igualmente peligroso es desbocarse en su lectura
queriendo ver cualquier disparate. La Biblia hay que interpretarla en su
conjunto, como un todo. No es lícito agarrarse por los pelos a un pasaje y
retorcerlo hasta hacer que diga lo que nosotros queremos oír. Con esta visión
global, se acaban detectando las armonías básicas profundas que subyacen como
una pulsación continua por debajo de los relatos de cada pasaje bíblico. Y es a
la luz de esas ideas básicas, destiladas de su lectura, como hay que
interpretar el conjunto. Intentaré a continuación desgranar algunas
insuficientes reflexiones sobre esto.
La Biblia nos dice, desde sus
primeras líneas, que el mundo tiene su origen en Dios, pero que es distinto de
Dios. Dios creó el mundo. No hay que hacer caso a los detalles de en cuanto
tiempo lo creó ni qué creó antes y qué después. El hecho es que él es la causa
del universo. Muchas mitologías cosmológicas anteriores o posteriores a la
Biblia, hablan de que el mundo fue creado a partir de una materia preexistente,
a menudo de los despojos de un dios malo vencido por otro bueno. Eso hacía, en
esas mitologías, del mundo material así aparecido, algo malo. Otras hacían del
mundo parte de Dios, consustancial con él. Por lo tanto, si ese Dios era bueno,
el mundo tenía que ser bueno y, viceversa, si el mundo era malo, era porque ese
Dios era malo. Todas estas mitologías
hacen fatídica e irresoluble la constatación empírica del problema del
mal. Efectivamente, si el mal era consustancial a la materia, no tenía
solución, era algo fatídico de lo que no había posibilidad de liberarse. Si el
mundo era consustancial con Dios, ambos corrían la misma suerte y, por lo
tanto, el bien y el mal eran las dos caras de la misma moneda y había que
resignarse para siempre a la coexistencia con el mal.
Los primeros capítulos del libro
del Génesis, al margen de las anécdotas de tiempos y métodos de creación, son
algo totalmente novedoso. De una forma repetitiva, en el relato de la creación,
tras cada acto de creación, el Génesis se encarga de decirnos que el producto
de ese acto creador es bueno, como el Dios que lo había creado. También nos
dice, en otras muchas partes de la Biblia, que la creación fue un acto de amor,
que Dios creó al hombre por amor. Uno de los libros más deliciosos de la Biblia
es “El Cantar de los Cantares” que no es otra cosa que un poema de amor, lleno
de atrevidas imágenes, de Dios por la humanidad. Pero toda la Biblia está
“mechada” de pasajes que declaran el amor eterno y fiel de Dios por el hombre.
Sin embargo, también nos dice el Génesis que Dios, al crear al hombre dio
entrada en el mundo a la libertad. El hombre era libre para poder amar o no
amar a su creador, porque no hay amor sin libertad. Pero además, ese hombre,
estaba dotado de unos poderes cósmicos extraordinarios. Esto viene expresado
también en el Génesis, pero, además, el salmo 8 nos da una pista sobre ello: “Al ver el cielo, obra de tus dedos, la luna
y las estrellas que has creado; ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él,
el ser humano para que de él te cuides? Lo hiciste poco inferior a un dios,
coronándolo de gloria y esplendor; le diste el dominio sobre la obra de tus
manos, todo lo pusiste bajo sus pies”. Con estos mimbres, la Biblia teje la
respuesta más esperanzadora al problema del mal. El Dios bueno creó al mundo
bueno, lo creó por amor al hombre al que hizo libre para que pudiese amarle. Se
tomó tan en serio esa necesaria libertad, que sacrificó parte de su
omnipotencia para respetarla. Pero el hombre hizo mal uso de su libertad y
destruyó ese equilibrio, perdió ese poder interno y externo, dando entrada al
mal y al dolor en el mundo. Sin embargo, ese mal no es consustancial al mundo
ni a Dios. Es un desequilibrio temporal, que puede ser resuelto con la ayuda de
Dios. Es más, que Dios está empeñado en resolverlo poniendo en juego todo lo
que haya que poner y que, por lo tanto, será resuelto. El pecado original se ha
interpretado por mucha gente como algo negativo, pesimista, pero es exactamente
lo contrario. Es un mensaje de optimismo. Es la única respuesta esperanzada al
problema del mal y del dolor. El Génesis, justo después de la caída del hombre
ya da la primera promesa de compromiso de Dios con esa restauración. Dice Dios a
la serpiente, agente causante del mal: “Pondré
enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te aplastará la
cabeza, pero tú sólo herirás la planta de su pie”. Este pasaje es el
llamado protoevangelio, porque es ya, desde el principio, la buena noticia de
la promesa de Dios de que el mal y el dolor serán vencidos.
A partir de ahí, toda la Biblia
es un larguísimo relato de la forma que tendrá esa promesa de Dios. Y Dios
eligió a un pueblo, Israel, para que fuese la imagen de toda la humanidad. La
segunda parte del Génesis es una descripción simbólico-histórica de la
formación de ese pueblo. Israel es la representación de todo el género humano. Cada
vez que la Biblia dice algo de Israel, de Jerusalén o de Sión, lo dice de toda
la humanidad, ya que Israel, Jerusalén o Sión son símbolos de la humanidad. Pero
de ninguna manera y en ninguna parte la Biblia dice que la salvación sea sólo
para Israel, sino para todos los hombres. La mayoría de las promesas mesiánicas
de los profetas tienen un carácter universal. Toda la historia de Israel es un
símbolo de la historia de la humanidad y de la de cada ser humano.
Y esa historia es, de una forma
repetitiva y machacona, la historia de un amor constante, fiel y misericordioso
de Dios a los hombres que, una y otra vez, de mil maneras, le dicen que les
deje en paz, que no quieren nada con Él, que no quieren su plan de
restauración, que les gusta más su pecado, aunque sea la causa del dolor y del
mal. Y, tantas veces como la humanidad, representada por Israel, rechaza el
plan de Dios, tantas veces el Señor sigue llamando a la puerta, también de mil
maneras, hasta que el hombre le abre un resquicio para que entre con el perdón
y la misericordia. Sería prácticamente imposible reflejar las innumerables
formas que toma este ciclo de deserción-misericordia-perdón-retorno.
Otra lección de fondo de la
Biblia es la fidelidad de Dios a sus promesas. Dios cumple siempre lo que
promete. Pero este cumplimiento no suele ser cuando y como quiere el que las
recibe. Y, además, el cumplimiento de las promesas suele ir acompañado de una
prueba. Dios prometió a Abraham, poco después del nacimiento de Isaac, que a
través, expresamente, de ese hijo le hará padre de un pueblo innumerable.
Dieciseis años más tarde, le pide el sacrificio de su hijo Isaac. Abraham se
fía de la antigua promesa y lleva el sacrificio hasta el último instante, en el
que Dios, siempre fiel a su palabra, le detiene. También le promete que le dará
en posesión, para él y su descendencia, la Tierra Prometida, pero él no posee
más que un pequeño trozo de tierra que compra a sus vecinos cananeos, que la
habitan. No será hasta siete siglos más tarde cuando Israel tome realmente
posesión de ella. Pero, en la medida en que la historia de Israel es el símbolo
de la vida de cada hombre, lo que nos dice es que las promesas de Dios se
cumplen a lo largo del cumplimiento de la vida y de la historia, no cuando se
le exigen a Dios.
A lo largo del Antiguo testamento
va formándose el anhelo de un salvador definitivo. Ese anhelo se desarrolla en
paralelo con la historia de Israel. Durante la esclavitud en Egipto –que
representa la esclavitud del pecado–, se va formando un anhelo de liberación,
que se materializa en Moisés, uno de tantos personajes que son prefiguración de
Cristo. Moisés y Josué obtienen, por fin, el cumplimiento de la promesa de la
Tierra Prometida. Pero la ansiada libertad no es del todo liberadora del
pecado, y el pueblo de Israel cae, por su deserción, una y otra vez bajo la
esclavitud de los pueblos circundantes. El rey David parece que va a poner fin
a esa dependencia y llega a crear un mini imperio, pero el espejismo se
disuelve y Judá no para de decaer, siempre bajo la dinastía davídica, hasta que
el reino es destruido y el pueblo judío enviado a una nueva deportación, como
la de Egipto, esta vez a Babilonia. Pero durante la decadencia del reino y tras
su posterior deportación, la figura de un rey libertador, descendiente de
David, ungido, como todos los reyes de la dinastía davídica, va tomando
proporciones sobrehumanas. Ungido, en hebreo se dice Mesías y en griego,
Cristo. Y, de esta forma, la esperanza mesiánica va acrecentándose y
agigantándose en la mente del pueblo judío, hasta convertirse en un acuciante
anhelo. Anhelo que toma diferentes formas.
a) Como Rey descendiente de David.
b) Como Juez supremo lleno de gloria y
majestad.
c) Como Siervo sufriente que toma sobre si
el pecado de los hombres.
d) Como Hijo de Dios.
Comento a continuación cada uno
de estos aspectos.
a) Jesucristo, Rey, Mesías.
Primero,
como Rey, heredero de David, que liberará al pueblo de Judá de la opresión de
otros pueblos y restaurará la dinastía davídica por los siglos de los siglos.
Este Rey libertador, Ungido de Dios, se presenta unas veces como un guerrero
conquistador[1], otras como un
rey justo que deshará las injusticias de los hombres[2] y otras, como
un rey humilde, mensajero de la paz[3].
b) Jesucristo, Juez Supremo.
El
anuncio del Redentor como Juez Supremo está patente en numerosos pasajes como el
siguiente:
"Seguía yo
mirando la visión nocturna y vi venir sobre las nubes del cielo a un como hijo
de hombre que se llegó al anciano de muchos días y fue presentado ante éste.
Fuele dado el señorío, la gloria y el imperio y todos los pueblos, naciones y
lenguas le sirvieron y su dominio es dominio eterno y no acabará, y su imperio,
imperio que nunca desaparecerá".
"[...]
hasta que vino el anciano de muchos días y se hizo justicia a los santos del
Altísimo y llegó el tiempo en que los santos se apoderaron del reino".
(Daniel 7,13-22).
Debido
a este texto, este aspecto bajo el que se anuncia al Redentor, es conocido como
el Hijo del Hombre. El propio Jesús, que nunca en los Evangelios se refiere en
público a sí mismo como el Mesías, usa este título de Hijo del Hombre. Pero
este Juez Supremo también sabrá ser manso y misericordioso en su juicio.
"He aquí a
mi Siervo, a quien sostengo yo; mi elegido, en quien se complace mi alma. He
puesto mi espíritu sobre él; él dará el derecho a las naciones. No gritará, no
hablará fuerte ni hará oír su voz en las plazas. La caña quebrada no la romperá
y el pábilo vacilante no lo apagará. Expondrá fielmente el derecho, sin
cansarse ni desmayar, hasta que establezca el derecho en la tierra. Las islas
están esperando su ley". Isaías(42,1-4).
c) Jesucristo, siervo sufriente de Yavé.
El
tercer aspecto bajo el que aparece anunciado el Salvador en el Antiguo
Testamento es especialmente conmovedor. Se conoce con el nombre del Siervo
Sufriente de Yavé que acapara sobre sí todos los pecados y males del pueblo,
liberándole de ellos con su sufrimiento. Y todo ello sin un reproche ni una
lamentación. Isaías, una vez más, es el profeta que nos presenta esta figura de
una manera más patética y poética en los pasajes conocidos con el nombre de
Poemas del Siervo de Yavé.
"He aquí
que mi Siervo prosperará, será elevado, ensalzado y puesto muy alto. Como de él
se pasmaron muchos, tan desfigurado estaba su aspecto que no parecía ser de
hombre, así se admirarán muchos pueblos y los reyes cerrarán ante él su boca,
porque vieron lo que no se les había contado y comprendieron lo que no habían
oído."
"¿Quién
creerá lo que hemos oído? ¿A quién fue revelado el brazo de Yavé? Sube ante él
como un retoño, como raíz de tierra árida. No hay en él parecer, no hay
hermosura para que le miremos, ni apariencia para que en él nos complazcamos.
Despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores y familiarizado con
el sufrimiento y, como uno ante el cual se oculta el rostro, menospreciado sin
que le tengamos en cuenta".
"Pero fue
él ciertamente quien soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros
dolores, mientras que nosotros le tuvimos por castigado, herido por Dios y
abatido. Fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados.
El castigo de nuestra paz fue sobre él, y en sus llagas hemos sido curados.
Todos nosotros andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su camino, y
Yavé cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros".
"Maltratado,
mas él se sometió, no abrió la boca, como cordero llevado al matadero, como
oveja muda ante los trasquiladores. Fue arrebatado por un juicio inicuo, sin
que nadie defendiera su causa, pues fue arrancado de la tierra de los vivientes
y herido de muerte por el crimen de su pueblo. Dispuesta estaba entre los
impíos su sepultura, y fue en la muerte igualado a los malhechores, a pesar de
no haber cometido maldad ni haber mentira en su boca".
"Quiso Yavé
quebrantarle con padecimientos. Ofreciendo su vida en sacrificio por el pecado,
verá descendencia que prolongará sus días, y el deseo de Yavé prosperará en sus
manos. Por la fatiga de su alma verá y se saciara de conocimiento. El Justo, mi
Siervo, justificará a muchos y cargará con las iniquidades de ellos. Por eso yo
le daré por parte suya muchedumbres, y dividirá la presa con los poderosos por
haberse entregado a la muerte y haber sido contado entre los pecadores,
llevando sobre sí los pecados de muchos, e intercediendo por los
pecadores". (Isaías 52,13 hasta 53,12)[4].
Como
el Antiguo Testamento está lleno, no solo de símbolos, sino de símbolos de
símbolos, ya en libros más antiguos que el de Isaías aparece un anuncio de este
Siervo Sufriente. Por ejemplo, cuando Yavé liberó al pueblo de Israel de la
esclavitud de Egipto, fue la sangre de un cordero inmolado, la que, puesta como
un signo en el dintel de la puerta, preservó los hogares de los israelitas de
la plaga que exterminó a los primogénitos de todos los seres vivientes de
Egipto. Desde entonces, el pueblo judío celebra la pascua, conmemorando esa
liberación de Egipto mediante el ritual del sacrificio de un cordero.
Jesucristo viene a morir, voluntariamente, el mismo día que los judíos estaban
sacrificando el cordero de pascua.
d) Jesucristo, Hijo de Dios.
El
último aspecto bajo el que se anuncia al Salvador es como Hijo de Dios. Hoy
día, después de veinte siglos de cristianismo, el que los hombres sean llamados
hijos de Dios suena como algo normal y hasta monótono. Por desgracia, se ha
perdido en gran medida el sentido de grandeza que representa ser hijo de Dios
por adhesión de la humanidad con el Hijo como segunda persona de la Trinidad.
Pero en los tiempos en que se escribieron los distintos libros de la Biblia,
incluidos los Evangelios, decir que alguien pudiera ser hijo de Dios era algo
impensable y sacrílego. De hecho, esta afirmación fue el motivo que alegó el
Sanedrín y el Sumo Sacerdote de los judíos para condenar a Jesús a muerte por
blasfemo. Por lo tanto, no cabe pensar que este anuncio como Hijo de Dios sea
algo dicho, como pudiera decirse hoy, por la mera pertenencia del anunciado
Salvador al género humano. Antes al contrario, el Antiguo Testamento presenta
al Salvador como Hijo de Dios en un sentido neto, cuando dice:
"Tú eres mi
Hijo, yo te he engendrado hoy. Pídeme y haré de las gentes tu heredad, te daré
en posesión los confines de la tierra". (Salmos 2, 8).
Por
si pudiera quedar alguna duda, otra vez Isaías, inspirado por Dios, nos dice
que el Salvador es Dios mismo hecho hombre.
"Porque nos
ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo que tiene sobre los hombros la
soberanía, y que se llamará maravilloso Consejero, Dios fuerte, Padre
sempiterno, Príncipe de la paz, para dilatar el imperio y para una paz
ilimitada sobre el trono de David y de su reino, para afirmarlo y consolidarlo
en el derecho y en la justicia desde ahora para siempre jamás. El celo de Yavé
de los ejércitos hará esto." Isaías (9,6-7).
Este conjunto de aspectos bajo
los que se anuncia al salvador en el Antiguo Testamento es, como se ha podido
apreciar, heterogéneo y un poco confuso. Entre el pasaje del Siervo Sufriente y
el anuncio del rey guerrero y conquistador media un abismo. La esperanza de los
judíos se centró en las profecías del segundo tipo. Los siglos de dominación
extranjera no podían hacer que fuese de otra manera. Además, la naturaleza
humana es maestra en cerrar los ojos a todo aquello que no le resulta agradable.
Como consecuencia, el subconsciente colectivo del pueblo judío se formó una
imagen del Mesías claramente sesgada hacia la faceta gloriosa. Nada más humano.
Pero los planes de redención de Dios eran otros. El Mesías victorioso, el Juez
majestuoso, se manifestará al final de los tiempos. En su primera venida sería
el Rey montado en un pollino, el Juez que no apagará el pábilo vacilante, para
acabar encarnando, con una precisión escalofriante el papel del Siervo
Sufriente. Muchos judíos no pudieron, en tiempos de Jesús, aceptar esto. ¿Dios,
el Altísimo, en Innombrable, esa piltrafa humana colgada de una cruz? El
escándalo era excesivo. Y, sin embargo, así había sido anunciado. Pero esta es
la forma en que Dios cumple sus promesas. ¿Según nuestros deseos? No, según
nuestras auténticas necesidades. Un rey guerrero victorioso hubiese sido muy
deseable para el Israel del momento histórico de Cristo, pero no hubiese pasado
de ser un violento rey más para la historia de la humanidad. Cristo, no fue lo
que los judíos de su época deseaban, pero es lo que la humanidad necesita.
Hasta aquí, el “Nova in vetere latet”, “las cosas nuevas están latentes en las
antiguas”. Sin esta base de la pirámide, Jesucristo sería una persona
aparecida en el vacío, que decía cosas de sí mismo, sin ningún fundamento. Con
esta base, es alguien anunciado desde tiempos inmemoriales, esperado por el
pueblo judío para la salvación de toda la humanidad. Vamos ahora a la otra
parte de la frase de santo Tomás: “Vetera
in nova patet”, “Las cosas antiguas
se hacen patentes en las nuevas”. Al lado de pasajes bellísimos y
luminosos, el Antiguo Testamento está también plagado de cosas monstruosas.
Abraham vende a su mujer dos veces para salvar el pellejo, David hace matar a
uno de sus más valientes capitanes para quedarse con su mujer. Yavé parece a
veces ser un Dios nacionalista que ayuda a los judíos a aplastar a sus enemigos
y decreta exterminios masivos de pueblos. Muchos salmos tienen partes en las
que el salmista, junto a oraciones maravillosas, pide brutales castigos para
sus enemigos. Los correctivos que Yavé aplica a su pueblo para que se vuelva a
Él, son a veces espantosos. Y se podría citar innumerables cosas por el estilo.
Pero el antídoto contra esto no está en no leer el Antiguo Testamento, como a
veces se ha pretendido que hiciesen los católicos, sino en entenderlo
correctamente. Por supuesto, con sólo el Antiguo Testamento, interpretándolo
correctamente a la luz de principios superiores, los judíos desarrollaron un
código ético muy superior a cualquier otro pueblo de la Antigüedad. El precepto
de amarás al prójimo como a ti mismo es del libro del Levítico, aunque es cierto
que el prójimo para el judío era el propio judío. Pero cuando el Antiguo
Testamento se interpreta a la luz del nuevo, la luz de este último ilumina la
interpretación de aquél.
Efectivamente, Uno de los
primeros actos públicos de Jesús, fue el sermón de la montaña. Éste empieza con
las bienaventuranzas, un código ético sin precedentes y continua con una serie
de sentencias con la estructura: “Habéis
oído decir: ….., pero yo os digo: …..”. En esos puntos suspensivos están: la
prohibición de cualquier tipo de injuria y la reconciliación incondicional; la
pureza de las relaciones entre hombre y mujer y la protección de los derechos
de esta última; la importancia de la verdad como forma de relación entre los
hombres; la renuncia a la venganza; el amor a los enemigos y la rectitud de
intención ante toda obra buena. Y Cristo dice explícitamente que no ha venido a
abolir ni una coma de la ley, sino a llevarla a la perfección de su
cumplimiento hasta sus últimas consecuencias.
Por otra parte, quien busque en el
Nuevo Testamento una sola línea o una sola actitud de Jesús de incitación a la
violencia, buscará en vano. Y quien, en nombre del mensaje o la vida de Jesús,
incite a la violencia de un ser humano sobre otro, toma el nombre de Dios en
vano. Sin embargo, encontrará prácticamente en cada pasaje una declaración de
amor incondicional de Dios al ser humano. A esa luz es a la que “las cosas antiguas se hacen patentes en las
nuevas”. El siervo sufriente ya ha venido. El rey manso montado en un
pollino, también. El reinado de Jesucristo será un reinado de amor, ejercido
desde la cruz y desde la resurrección. Durante la historia, Cristo, antes de
venir por segunda vez, proclamará el reinado de la paz y la justicia, sin
gritar, sin vocear por las plazas, sin cascar la caña quebrada ni apagar el
pábilo vacilante, sino vendando a las ovejas heridas y yendo a buscar a las
perdidas. La segunda venida de Cristo como juez universal, que se producirá,
será también la venida de un juez que ama, que juzgará con amor y que perdonará
a todo aquél que quiera ser perdonado. Hará lo que ninguna justicia humana
podrá jamás hacer, juzgará a la historia y hará unos cielos nuevos y una tierra
nueva en la que, como ya anticipó Isaías, toda lágrima será enjugada y ya no
habrá llanto, ni luto, ni dolor, ni memoria del dolor, porque Cristo las habrá
asumido en las llagas de su muerte y transfigurado en la resurrección.
Acabo como empecé. Que nadie se
conforme con estas simples reflexiones. Termino recomendando la lectura
paralela de ambos Testamentos hecha oración, preferentemente, a través de la
liturgia de la Iglesia que los presenta imbricados en el ciclo litúrgico de
tres años, pero también de forma secuencial cada uno de ellos. Y no una, sino
muchas veces, como una corriente que va abriéndose camino en la roca hasta que
se forma un cañón. Para llegar al fondo del misterio que se esconde en la
Biblia, no basta una vida, pero nos ayuda a saborearla mejor. En otro
documento, haré un desglose de las partes que forman la Biblia para que, con
estos planos, se pueda entender mejor el territorio.
[1] "Aquel día levantaré el tugurio caído
de David, repararé sus brechas y alzaré sus ruinas y le reedificaré como en los
días antiguos, para que conquisten los restos de Edom y los de todas las
naciones sobre las que sea invocado mi nombre, dice Yavé, que cumplirá todo
esto." (Amos 9,11-12).
[2] "He aquí que vienen días –oráculo de
Yavé– en que yo suscitaré a David un vástago justo, que reinará como rey
prudente, y hará derecho y justicia en la tierra. En sus días será salvado
Judá, e Israel habitará confiadamente y el nombre con que le llamará será este:
‘Yavé es nuestra justicia’ (El nombre hebreo Jehoshua, más conocido en la
Biblia como Josué, quiere decir precisamente "Yavé es nuestra
justicia". Jehosua se transformó en Jeshua y con el contacto griego llegó
a ser Jesús)". (Jeremías 23,5-6).
[3] "Alégrate sobremanera, hija de Sión.
Grita exultante, hija de Jerusalén. He aquí que viene a tí tu rey, justo y
victorioso, humilde, montado en un asno, en un pollino hijo de asna. Extirpará
los carros de Efraim y los caballos de Jerusalen, y será roto el arco de
guerra, y promulgará a las gentes la paz, y será de mar a mar su señorío y
desde el río hasta los confines de la tierra." (Zacarías 9,9-10).
[4] En la profecía de Isaías, hay
cuatro poemas del siervo sufriente de Yavé. Esta cita es el 4º de ellos, el más
conmovedor y, también, el más largo. Los otros tres pueden leerse en Isaías 42,
1-7, el primero, 42, 1-7, el segundo y 50, 4-9 el tercero.
Muy interesante reflexión, me ha gustado, felicidades.
ResponderEliminarSolo añadir a la magnífica exposición, si se me permite, que siendo la Revelación progresiva, lo vemos en la Biblia desde el AT al NT, la mejor clave para entenderla correctamente es leerla en actitud menesterosa, como el desvalido que busca. Es esta humildad al acercarnos al libro sagrado, la que permite actuar en uno la gracia como faro, que nos muestra allá al final, la luz de Cristo. De no ser así, es fácil la mala interpretación y, en el mejor de los casos, se quedará en un código de normas.
Y muy brevemente, Jesús dice que no viene a abolir la Ley, sino a perfeccionarla, pero creo que es en este sentido, en el de la progresiva Revelación. Porque la ley mosáica va quedando completamente superada, ni Él mismo la cumple.
Llamando a Dios Padre, Abba (papá), con la candidez de un niño que se sabe dependiente, -con la misma actitud que habría que leer la Biblia-, Cristo nos muestra la verdadera revolución, la del Amor, es la gran innovación del Dios personal, “Padre mío, Padre nuestro”, que sobrepasa de golpe todas las normas de la antigua Ley.
Abrazos
Juan
Buena relflexion, sobre este tema habría horas para tratar y creo que nunca se acabria.
ResponderEliminarSaludos.
Queridos Juan y Pedro Francisco:
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestros comentarios. Totalmente de acuerdo contigo, Juan, acerca de la forma de leerlo en actitud menesterosa, de búsqueda. El Dios que da sentido al cosmos se revela a sí mismo de una forma misteriosa y nosotros, sedientos de sentido tenemos que acercarnos como necesitados que imploran una cuerda y un cubo para sacar agua de un pozo profundo.
Cierto, Pedro Francisco que el tema nunca se acabaría, porque es la Palabra de Dios y la Palabra de Dios es inagotable. Pero hay caminos que no acaban nunca y que merece la pena empezar a recorrer.
Un abrazo a los dos.
Tomás