Creo
que debo empezar estas líneas diciendo algo sobre quién era Gramsci. Antonio
Gramsci fue Secretario General del Partido Comunista italiano desde 1926. En
ese mismo año, es detenido por el régimen fascista de Mussolini y se pasa en la
cárcel sus restantes once años de vida. Efectivamente, es liberado en 1937 y
muere al poco tiempo en un hospital regentado por religiosas. El diario “El Mundo”,
en su número del 25 de Noviembre del 2008, publica un artículo en el que se hace
eco de las declaraciones de un sacerdote de 82 años, Luigi de Magistris, que
afirma que Antonio Gramsci recibió los sacramentos antes de morir (No se dice
en el artículo cómo lo sabe este sacerdote, que, salvo error de la cita de su
edad en “El Mundo”, en 1937 tendría 11 años). Naturalmente, el partido
comunista italiano lo niega rotundamente diciendo, simplemente, que no hay
documentos que lo prueben. Incorporo el link que lleva al artículo de “El
Mundo”.
Pero
no es de esto de lo que quiero hablar, que cada uno crea lo que quiera al
respecto. Tras tres años en prisión, Gramsci obtiene permiso para escribir.
Escribe una larga obra, de más de 2000 páginas, prácticamente imposible de
encontrar (dudo hasta de que esté publicada, pero si alguien la conoce, le
agradecería la referencia) en la que, entre otras cosas, describe su estrategia
política. Hombre de aguda inteligencia, se da cuenta de que las tesis marxistas
tradicionales para implantar el comunismo, a saber, la lucha armada y la
dictadura del proletariado, no tienen ningún futuro en la civilización
occidental. Diseña entonces una estrategia que persigue la destrucción de las
bases de la cultura occidental y de la democracia. Se trataría de tomar las riendas,
mediante infiltración cultural, no abiertamente, de los medios de comunicación,
para desde ahí, minar las raíces y los valores de occidente, en los que radica
el capitalismo. Para lograr esta infiltración cultural había que llegar a
controlar la educación. Se dio cuenta que para minar esos valores y para
hacerse con el control de la educación, tenía delante un obstáculo formidable:
la Iglesia católica. Por tanto, la Iglesia se convirtió en uno de sus
principales objetivos, en el enemigo número 1, explícitamente reconocido como
tal. Se trataba de infiltrarla para, en última instancia, destruirla. Si para
lograr esa infiltración en la educación, la Iglesia, los medios, etc., era
necesario el uso sistemático de la mentira y el engaño, estos se convertían en
medios no sólo lícitos, sino muy recomendables. También era importante, para
obtener sus fines, infiltrar cualquier movimiento ciudadano que aspirase a logros
que, en principio, pareciesen justos o humanitarios y fuesen vistos con buenos
ojos por la ciudadanía, hasta convertir ese movimiento en un instrumento para
la estrategia planteada.
Al
escribir estas líneas pienso la increíble precisión con la que está
ejecutándose la estrategia diseñada por Antonio Gramsci. El comunismo, que en
el plano económico ha sido total y absolutamente aplastado por la realidad –y
me atrevería decir que en el plano consciente también ha sido barrido de la
mente de una gran mayoría de las personas del mundo desarrollado y en vías de
estarlo–, sigue vivo en el subconsciente de mucha gente, gracias a esa
estrategia. La educación, en su gran parte, abierta o solapadamente, está en
manos de la izquierda, la mayoría de los medios de comunicación respiran esas
ideas de forma más o menos explícita o consciente, la Iglesia ha sufrido, tras
el Concilio Vaticano II un clarísimo intento de infiltración que,
afortunadamente, ha fracasado. Pero se ha cambiado la táctica. Sin cambiar la
estrategia, se ha pasado de la táctica
de la infiltración a la del desprestigio de la Iglesia. Hace años, cada vez que
había una cumbre económica internacional, los profesionales de la agitación se
daban cita en la ciudad donde tenía lugar y actuaban con un vandalismo
difícilmente exagerable. También aquí ha cambiado de táctica de unos años a
esta parte. Ahora se buscan foros menos internacionales y más locales. El
movimiento 15M, que al principio podía considerarse como un movimiento de una
ciudadanía indignada con la actuación de muchos políticos, se convirtió
inmediatamente en un movimiento antisistema. Ciertamente, no con una cara tan
violenta como la que se mostraba en las cumbres internacionales, pero sí con
una progresión desde una actitud pacífica hacia otra más beligerante, con
ocupación sistemática de lugares públicos (ver en este blog mi entrada “Democracias
real, ¡ya! del 5 de Junio del 2011). El movimiento antideshaucios o el asunto
de las acciones preferentes que, aunque de una forma desenfocada, podrían tener
una base humanitaria de protesta, se han visto infiltrados por personas que
nunca han sido deshauciadas ni han invertido un solo euro en esas acciones,
sino que buscan única y exclusivamente crear un estado de opinión de crispación
y de alarma social con fines totalmente antisistema o partidistas. Los
escraches a políticos para presionarles por el miedo, en vez de por el método
democrático de los votos, para que
legislen según sus intereses, son otro ejemplo. Las asociaciones de víctimas
del terrorismo han sufrido cismas por personas que, más que ir contra el
terrorismo, parecen perseguir fines políticos o partidistas. Creo que la lista
sería interminable, tanto en España como en cualquier país.
Por
supuesto, la estrategia gramsciana, para ser inteligente, necesita un punto de
apoyo verdadero. Una burda mentira sin el más mínimo apoyo real es difícil que
tenga éxito. Cuando se protesta contra el sistema financiero o se vitupera el capitalismo
o se vierten juicios nocivos sobre la Iglesia, no cabe duda de que algo hay de cierto
en esas protestas y juicios. Indudablemente, el sistema financiero, el
capitalismo y la Iglesia, por poner algunos casos, como cualquier otra forma de
organización compuesta por hombres, tienen fallos. El sistema financiero ha
cometido abusos (en España, por cierto, la inmensa mayoría de ellos han sido
cometidos por las cajas de ahorros, de titularidad pública). En el capitalismo
se producen comportamientos abusivos que van contra la dignidad humana. Cierta
y desgraciadamente en la Iglesia hay intrigas renacentistas y sacerdotes
pederastas. El éxito de la estrategia gramsciana estriba en que, usando como
punto de apoyo algunos casos reales de abusos del sistema financiero, de comportamientos
perversos de algunas empresas o del bochorno de algunas luchas de poder o la
vergüenza de algunos sacerdotes pederastas en la Iglesia, se generaliza que
todos los bancos son unos ladrones sin escrúpulos, el capitalismo es una
doctrina económica salvaje y la Iglesia está formada fundamentalmente por
prelados ávidos de poder y pederastas. Y se oculta sistemáticamente la enorme
cantidad de personas y empresas que se benefician de obtener y pagar créditos
sensatos, el inmenso bienestar económico creado por el capitalismo o el bien
causado por cientos de miles de sacerdotes buenos y santos que presentan cada
día a Cristo. Y con este punto de apoyo se construye una palanca que, jaleada
por los medios, enseñada en colegios y universidades y repetida como papagayos
por ciudadanos sin sentido crítico, crea un mundo ficticio, odioso y lamentable
que hay de destruir en nombre de no se sabe qué y sin saber para qué. La fuerza
que mueve la palanca es la repetición incesante, en forma de eslóganes, de las
mentiras y burdas exageraciones sobre todo. Y a esos periodistas que jurarían
no ser comunistas –y que no lo son–, a esos profesores universitarios que
explican –creyendo en ella– la economía de libre mercado, a esos millones de ciudadanos que si se les
preguntase dirían que el comunismo ha fracasado pero despotrican contra la banca
en general, desacreditan el libre mercado y el capitalismo y se avergüenzan de
decir que son católicos, el lenguaje gramsciano les llama tontos útiles o
compañeros de viaje.
Alguien
puede pensar que exagero. Pero no. Y lo sé por propia experiencia. Porque he
sido cocinero antes que fraile. He sido tonto útil –muy tonto y muy útil– y
compañero de viaje del marxismo. Pero, afortunadamente, perdí parte de mi
estupidez y me baje a tiempo del tren que llevaba a ninguna parte. No me
avergüenzo ni un ápice de mi pasado. Al contrario, creo que mi estupidez era
una forma equivocada de buena voluntad y me siento orgulloso de haberme dado
cuenta de mi error a tiempo y de haberme bajado del tren. Por eso es difícil
que me engañen y que me oculten la estrategia. Porque la he vivido. En un
próximo post contaré este proceso.
Cuando
empecé a escribir este artículo pensaba que la conclusión sería: “Si Gramsci
levantase la cabeza… se sentiría orgulloso de la que ha montado”. Pero al
empezar a escribirlo, buscando algunas fechas concretas de algunas efemérides
de la vida de Antonio Gramsci, di con la noticia de “El Mundo” de la que he
hablado al principio. Entonces mi idea dio un vuelco. Si, como asegura el
título del artículo (y yo ni afirmo ni niego), Gramsci encontró la fe, entonces
estará pensando en el disparate que puso en marcha y rezará al Padre eterno
para que nos ayude, dándonos fortaleza e inteligencia, a los que estamos
todavía en el mundo, para desfacer el entuerto en la medida que podamos. Más
aún, aunque las cosas no fueran como dice el P. Luigi de Magistris y Gramsci no
hubiese encontrado la fe, estoy seguro de que la fe, en forma de Misericordia
Divina, le encontró a él. Por tanto creo que está rezando por nosotros para lo
que he dicho hace un momento. Y yo, tal vez ayudado por sus oraciones, me di
cuenta del engaño, me tiré del tren y ahora lo cuento –en este blog y donde
puedo–, que es todo lo que puedo hacer.
Descanse
en paz Antonio Gramsci.
Otra comunista conversa, noticia de este mismo mes de abri, Dolores Ibarruri:
ResponderEliminar"El Padre Llanos confesó y dio la comunión a la Pasionaria, que murió católica", dice el jesuita y escritor Pedro Miguel Lamet en su reciente libro "Azul y rojo: biografía del jesuita que militó en las dos Españas y eligió el suburbio" (La Esfera).
La Pasionaria dejó escrito: «A ver si convertimos lo que nos resta de vida en un canto de alabanza y acción de gracias al Dios-amor, como ensayo de nuestro eterno quehacer».
Increíble pero cierto, como lo de Gramsci.
Yo también simpaticé comunista también renegué a tiempo, como reniego del otro extremo del péndulo, el capitalismo consumista.
Abrazos
Juan