28 de abril de 2013

Sobre los escraches y D. Gonzalo Moliner, Presidente del Tribunal Supremo


Tomás Alfaro Drake

No tengo más conocimientos de derecho que los que se me han ido pegando a lo largo de los años por experiencia y los que me dicta mi sentido común. Por tanto, debo saber mucho menos que D. Gonzalo Moliner, Presidente del Tribunal Supremo. Sin embargo, tras leer sus declaraciones sobre los escraches llevados a cabo contra políticos del PP y sus familias para presionarles físicamente en su actuación legislativa, me parece como si supiera más que él. Y no creo que sea así. Más bien creo que su ideología le ciega. Hay mucha gente que sabe mucho de muchas cosas y que hace las mayores barbaridades cuando actúa según su ideología en vez de según su razón.

D. Gonzalo Moliner, Presidente del Tribunal Supremo, se ha descolgado con unas declaraciones públicas, que nadie le ha pedido, en las que dice que los escraches son un ejemplo del ejercicio de la libertad de manifestación, eso sí, siempre que no sean violentos, afirmando, a renglón seguido que no lo son.

Lo primero que debería aclarar el señor Moliner es que entiende él por violencia. Tal vez opine que para que una manifestación sea violenta, es necesario que se produzca una agresión física con lesiones. Pero mi sentido común me dice que el hecho de que se reúnan en tu portal varias decenas de personas –que son las mismas a las que se ve rompiendo salvajemente mobiliario en otras manifestaciones ilegales– para insultarte a ti y a tu familia, sí es violencia. Y creo que si un día, esos mismos manifestantes se reuniesen en el portal del señor Moliner para presionarle con insultos, sí pensaría que es un ejercicio de violencia.

Por supuesto, creo en el derecho de manifestación. Creo que los ciudadanos tienen derecho a reunirse para expresar su opinión en contra o a favor de cualquier ley existente o que se vaya a hacer o ante cualquier medida del gobierno. Tal vez eso pueda hacer que los legisladores o gobernantes recapaciten al ver en los medios de comunicación la envergadura de la manifestación y decidan rectificar o no sus actitudes. Pero este derecho, como todos, debe estar regulado, porque el ejercicio de un derecho por parte de unos puede ir en detrimento de los derechos de otros y, en consecuencia, debe regularse qué derecho es más importante. Por tanto, antes de hacer una manifestación debe pedirse autorización, decir dónde se va a hacer, que recorrido va a tener y cuánto va a durar. Un matiz que puede parecer trivial, pero no lo es, es que el derecho de manifestación puede –y generalmente lo hace– atentar contra el derecho de utilización normal de la vía pública por el resto de los ciudadanos para sus obligaciones cotidianas. Por eso creo que no deberían permitirse grandes manifestaciones en la vía pública. Estas deberían hacerse en “manifestódromos”, eso sí, con la máxima cobertura mediática. Menos aún creo que deba permitirse la ocupación permanente de plazas o calles.

Pero al margen de los formalismos de convocatoria, los escraches son una burla contra la democracia. Es utilizarla contra su propia esencia. Todo muy gramsciano y muy instrumentalizado (los que hayan leído mis post anteriores saben a qué me refiero). En todas las legislaciones existe una figura que se llama “fraude de ley”. Consiste en utilizar la letra de la ley para vulnerar su espíritu. Y un buen juez debe estar atento a evitar el fraude de ley. Pues bien, aunque todos los requisitos formales para los escraches se cumpliesen, estos serían un flagrante fraude de ley. Porque la intimidación por la fuerza y la violencia –y diga lo que diga el señor Moliner, los escraches sí son violentos– es y será siempre contraria al más elemental espíritu de la democracia. Es decir, no cumplen ni con la letra de la ley ni con su espíritu.

Esta actitud “progre” a favor de los escraches contrasta con la que se tiene con las personas, voluntarios de movimientos pro vida, que van a las clínicas abortistas a hacer lo que llaman “rescates”. Varios voluntarios se colocan enfrente de esas clínicas en una actitud absolutamente silenciosa y pacífica. Toda su violencia consiste en poner en el suelo varios cirios. A veces cantan canciones  o baladas suaves. Conozco que es así porque un hijo mío, que es violonchelista, va a menudo a tocar el violonchelo en esas “agresivas” manifestaciones. No se cantan canciones insultantes con un violonchelo. Uno no va a agredir a nadie con un violonchelo. Cuando una mujer, sola o acompañada, va a entrar en la clínica, uno de los voluntarios, sólo uno, se acerca a ella, armada con unos patucos, y trata de decirle, simplemente, que hay alternativas. Únicamente si la mujer que va a la clínica quiere, se le informa de cuáles son esas alternativas y de cuáles los riesgos físicos psicológicos de abortar. Jamás insultan, jamás violentan, no cortan el tráfico, no gritan consignas, pero a menudo son insultadas por alguno de los acompañantes de la mujer que está pensando abortar, o por algunas personas que trabajan en la clínica. Lo más suave que se les llama es fascistas –insulto acuñado por la izquierda para descalificar a todo aquél que no piense como ella en lo que sea. Si el personal de la clínica llama a la policía, ésta llega y les invita a irse, a pesar de su actitud totalmente pacífica. Muy a menudo los policías expresa su malestar por tener que actuar así, pues conocen la actitud de los voluntarios. Pero tienen que hacerlo así, pues así se les ordena. Muy a menudo son denunciados por la clínica –muy rara vez por sus pacientes– y sufren juicios de faltas en los que, en base a testimonios falsos, se les condena a multas. Creo que hay una injusta asimetría entre la actitud pacífica de estos voluntarios y sus condenas por un lado, y la actitud violenta y agresiva de los escrachadores y su inmediata puesta en libertad cuando llegan a los juzgados, aunque hayan sido denunciados, por otra.

Ignoro la actitud del señor Moliner ante estas situaciones. Pero sí sé –porque él se ha encargado de hacerla pública de forma gratuita– la que tiene frente a los escraches. Y sé que esta actitud pasará factura a la sociedad. De momento, los escrachadores, crecidos, han decidido, en reunión restringida  mantenida en un conocido centro okupa de Madrid, no sólo seguir escrachando a los políticos, sino ampliar esta actividad a jueces –para dejarles clarito cuál es su obligación– y banqueros. Según el diario “El Mundo”, los que fueron a esa reunión, eran de una “‘comisión de organización de los escraches’, un grupo que no estaría integrado en la Plataforma de Afectados por la Hipoteca PAH. Entre los asistentes no estaba ninguno de los representantes de esta plataforma, ninguna de las figuras públicas conocidas. Algunos procedían de movimientos sociales vinculados al 15-M. Pero estas fuentes aclaran que en muchas ocasiones estos asistentes militan en varios movimientos, que son ‘multimilitantes’” (“El Mundo” edición papel, jueves 25 de Abril del 2013, pags. 4 y 5). Es decir, la más pura estrategia gramsciana.

Yo confío en que otros jueces actúen con más sentido común y valor que el de Torrelavega, que ha sobreseído la causa de escrache contra el Alcalde y su familia. Que mantengan los cargos contra los autores de estas tropelías. Confío en que los fiscales actúen de oficio contra estas agresiones de los escrachadores. Confío también en que si algunas de ellas llegan hasta el Tribunal Supremo, el resto de sus miembros muestren más sentido común y menos carga ideológica que su Presidente, D. Gonzalo Moliner. Menos confío, prácticamente nada, en que el Presidente del Tribunal Supremo reflexione sobre sus palabras y rectifique. Si no es así, España se convertirá en un lugar de experimentos gramscianos. Ya lo somos en bastante medida debido a la falsa “progresía” que nos devora. No me imagino un movimiento radical inglés ocupando Piccadilly Circus durante meses. Cosas veredes amigo Sancho. Pero todavía me queda un rescoldo de confianza en el poder judicial. El tiempo lo dirá.

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