Lo
que más me sorprende o, mejor, me interpela, de esta entrevista, no es la
interpretación que muchos medios de comunicación, desde una óptica alejada de
la Iglesia, hayan podido dar a determinadas frases sueltas de esta entrevista,
sino el profundo dolor y desconcierto que ha creado en determinados católicos
que están en la primera línea del combate por el progreso ético de la sociedad
en cuestiones de familia o derecho a la vida. Alguna persona, luchadora en
primera línea del combate pro vida, me ha dicho que esta entrevista le ha
producido desesperanza. No sé muy bien por dónde empezar. Me he decantado por
entresacar algunos párrafos de la entrevista y, sobre ellos, desgranar algún
comentario, tanto en el frente del tratamiento de los medios, como de la
lectura negativa hecha por algunos católicos, como, simplemente, porque me
parezcan textos especialmente luminosos. ¡Qué el Espíritu Santo me ilumine al
escribir esos comentarios y a quien los lea! Para distinguir quién habla,
pondré las preguntas del P. Antonio Spadaro en letra normal, las del Papa en
negrita y las mías en cursiva. Vamos a ello. Dios me asista.
El Papa, poco
antes de la audiencia que concedió a los jesuitas de La Civiltà Cattolica, me
había mencionado su gran renuencia a conceder entrevistas. Me había confesado
que prefiere pensarse las cosas más que improvisar respuestas sobre la marcha
en una entrevista. Siente que las respuestas precisas le surgen cuando ya ha
contestado en primera instancia.
Esta
es una primera clave para entender la entrevista. Al Papa no le gustan las
entrevistas, porque nunca se puede tener la precisión de un texto debidamente
madurado. Pero si hay algo que no parece hacer este Papa, es achantarse ante
los retos y las dificultades. No obstante, si esto fuese una encíclica o un
motu proprio o cualquier otro documento del Magisterio, seguro que habría mucha
más precisión y muchas matizaciones.
“Soy
un pecador en quien el Señor ha puesto los ojos. […] Soy alguien que ha sido mirado
por el Señor. Mi lema, ‘miserando, atque eligendo’, es algo que, en mi caso, he
sentido siempre muy verdadero”. […].
El Papa
Francisco ha tomado este lema de las homilías de san Beda el Venerable que,
comentando el pasaje evangélico de de la vocación de san Mateo, escribe: “Jesús
vio un publicano y, mirándole a los ojos con amor y eligiéndolo le dijo: ‘Sígueme’
”. Añade:
“El gerundio latino ‘miserando’ me parece
intraducible, tanto en italiano como en español. A mí me gusta traducirlo con
otro gerundio que no existe: ‘misericordiando’. […]. Cuando venía a Roma me
acercaba con frecuencia a visitar la iglesia de san Luis de los Franceses y a
contemplar el cuadro de la vocación de san Mateo de Caravaggio”.
Empiezo a intuir
qué me quiere decir el Papa.
“Ese
dedo de Jesús, apuntando así… a Mateo. Así estoy yo. Así me siento, como Mateo”
Un
pecador rescatado gratuitamente por la gracia (perdonad la redundancia
voluntaria). Así se siente el Papa. Así debemos sentirnos todos los que nos
consideramos, como decía Antonio Machado, “en el buen sentido de la palabra,
buenos”. Ojo, hemos sido rescatados gratuitamente por la gracia. Podríamos
estar entre aquellos a quienes, un poco “farisaicamente”, llamamos pecadores. Y
si hoy creemos no estarlo, lo podemos estar mañana. Lo contrario sería la oración
del fariseo. Debemos hacer la oración del publicano rescatado. La de Zaqueo o
la de Mateo.
¿Qué significa
para un Jesuita haber sido elegido Papa? ¿Qué aspecto de la espiritualidad
ignaciana le ayuda más a vivir su ministerio?
“El
discernimiento. […]. Para él (para san Ignacio) es un instrumento de lucha para
conocer mejor al Señor y seguirlo más de cerca. Me ha impresionado una máxima
con la que suele describirse la visión de Ignacio: ‘No tener límite para lo
grande, pero concentrarse en lo pequeño’. Esta virtud de lo grande y lo pequeño
se llama magnanimidad y, a cada uno desde la posición que ocupa, hace que
pongamos siempre la vista en el horizonte. Es hacer siempre las cosas de cada
día con el corazón grande y abierto a Dios y a los otros. Es dar su valor a las
cosas pequeñas en el marco de los grandes horizontes, los del Reino de Dios.
[…]. Es posible tener proyectos grandes y llevarlos a la práctica actuando
sobre cosas mínimas. Podemos usar medios débiles que resultan más eficaces que
los fuertes, como dice san Pablo en la primera carta a los corintios[1]”.
[…] Un discernimiento de este tipo requiere tiempo. Son muchos, por poner un
ejemplo, los que creen que los cambios y las reformas pueden llegar en un
tiempo breve. Yo soy de la opinión de que se necesita tiempo para poner las
bases de un cambio verdadero y eficaz. Se trata del tiempo del discernimiento.
Y, a veces, por el contrario, el discernimiento nos empuja a hacer ya lo que
inicialmente pensábamos dejar para más adelante. Es lo que me ha sucedido a mí
en estos meses”.
“Eso
hizo que yo fuera provincial aún muy joven. Tenía 36 años: una locura. Había
que tomar decisiones difíciles y yo tomaba mis decisiones de manera brusca y
personalista. […] Pero […] al final, la gente se cansa del autoritarismo. Mi
forma autoritaria y rápida de tomar decisiones me ha llevado a tener problemas
serios y a ser acusado de ultraconservador. Tuve un momento de gran crisis
interior estando en Córdoba. No habré sido, ciertamente, como la beata Imelda[2],
pero jamás he sido de derechas. Fue mi forma autoritaria de tomar decisiones la
que me creó problemas”.
Esta
es una de las frases que ha sido distorsionada por los medios. “El Papa es de
izquierdas” y cosas así, se han podido leer. Es evidente, para quien lea la
frase en su contexto, que el Papa no se está refiriendo a las derechas o
izquierdas en términos de modelos económicos, sino en cuanto a la forma de
ejercer la autoridad y de tomar decisiones. No obstante, no entiendo muy bien
la identificación de la derecha con el autoritarismo. Ciertamente ha habido
dictadores de derechas, como Pinochet o Videla, por centrarme en personajes
contemporáneos e hispanoamericanos, pero un Castro o un Chavez no se quedan detrás
de los primeros en autoritarismo. En fin, por favor, mirad mi primer comentario
sobre la precisión de las entrevistas. Pero lo que es evidente es que el Papa
no está hablando de derechas ni de izquierdas económicas, ni de capitalismo ni
de socialismo.
“Veo
con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy, es una
capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía,
proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué
inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay
que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar
heridas… y hay que empezar por lo más elemental”.
“La
Iglesia a veces se ha dejado envolver en pequeñas cosas, en pequeños preceptos.
Cuando lo más importante es el anuncio primero: ‘¡Jesucristo te ha salvado!’ Y
los ministros de la Iglesia deben ser, ante todo, ministros de misericordia.
Por ejemplo, el confesor corre siempre el riesgo de ser demasiado rigorista o
demasiado laxo. Ninguno de los dos es misericordioso, porque ninguno de los dos
se hace de verdad cargo de la persona. El rigorista se lava las manos y lo
remite a lo que está mandado. El laxo se lava las manos diciendo simplemente
‘esto no es pecado’ o algo semejante. A las personas hay que acompañarlas, las
heridas necesitan curación”.
Francisco
retoma el tema principal. El anuncio cristiano tiene que empezar por lo que
hace que el cristianismo sea cristianismo y no una ideología más: Hemos sido
salvados gratis por Jesucristo, sin ningún mérito por nuestra parte. Esto no es
protestantismo. Tras haber sido salvados, nuestras obras humildemente
agradecidas por este regalo, pueden agradar a Dios, pero no son ellas las que
nos alcanzan la salvación. Esto es cristianismo y, lo contrario, pelagianismo o
árida moral kantiana.
“¿Cómo
estamos tratando al pueblo de Dios? Yo sueño con una Iglesia Madre y Pastora.
Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de
las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y
consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el
pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir,
vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes. Los ministros
del Evangelio deben ser personas capaces de caldear el corazón de las personas,
de caminar con ellas en la noche, de saber dialogar e incluso descender a su
noche y su oscuridad sin perderse. El pueblo de Dios necesita pastores y no funcionarios
‘clérigos de despacho’. Los obispos, especialmente, han de ser hombres capaces
de apoyar con paciencia los pasos de Dios en su pueblo, de modo que nadie quede
atrás, así como de acompañar al rebaño, con su olfato, para encontrar nuevas
veredas”.
Los
ministros de la Iglesia y, por supuesto, todos los católicos, tenemos que ser,
lo primero, misericordiosos. Usando el gerundio inventado por el Papa, tenemos
que pasar por el mundo “misericordiando”, como Dios ha “misericordiado” con
nosotros. Como el buen samaritano. Evangelio puro. Si primero no
misericordiamos, nos convertimos en moralistas de vía estrecha con la viga en
el ojo. Si no tenemos confianza en que Dios es más fuerte que el pecado y que
es él quien cambia el corazón, nos convertimos, hagamos lo que hagamos, en
campanas rajadas o címbalos que retiñen, en palabras de san Pablo.
“En
lugar de ser solamente una Iglesia que acoge y recibe, manteniendo sus puertas
abiertas, busquemos más bien ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos,
capaz de salir de sí misma yendo hacia el que no la frecuenta, hacia el que se
marchó de ella, hacia el indiferente. El que abandonó la Iglesia a veces lo
hizo por razones que, si se entienden y valoran bien, pueden ser el inicio de
un retorno. Pero es necesario tener audacia y valor”.
Esto
sólo ocurrirá si misericordiamos.
[…]
“Tenemos
que anunciar el Evangelio en todas partes, predicando la buena noticia del
reino y curando, también con nuestra predicación, todo tipo de herida y
cualquier enfermedad. En Buenos Aires recibía cartas de personas homosexuales
que son verdaderos ‘heridos sociales’ porque me dicen que la Iglesia siempre
les ha condenado. Pero la Iglesia no quiere hacer eso. Durante el vuelo en que
regresaba de Río de Janeiro dije que si una persona homosexual tiene buena
voluntad y busca a Dios, yo no soy quien para juzgarla. Al decir esto, he dicho
lo que dice el Catecismo. La religión tiene derecho a expresar sus propias
opiniones al servicio de las personas, pero Dios, en su creación, nos ha hecho libres:
no es posible una injerencia espiritual en la vida personal. Una vez, una
persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo
entonces le respondí con otra pregunta: ‘Dime, Dios cuando mira a una persona
homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?’ Hay
que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el misterio del
ser humano. En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro deber
acompañarlas a partir de su condición. Hay que acompañar con misericordia.
Cuando sucede así, el Espíritu Santo inspira al sacerdote la palabra oportuna”.
La
persona en el centro, misericordiando (perdonadme que me ponga pesado con esta
palabra, pero es que tiene la precisión y la luz del lenguaje de la santidad),
no los defectos, problemas, imperfecciones, pecados o enfermedades de las
personas. Las personas, amadas todas por Dios, en el centro. San Lucas nos dice
en su Evangelio que Cristo echó siete demonios de María Magdalena. No creo que
antes de echar a sus demonios le diese una moralina. Y luego fue María
Magdalena, nada menos. San Juan nos dice que Jesús, primero salvó a la mujer
adúltera de la lapidación y, sólo después, con una ternura inmensa le dice: “¿Dónde
están? Ninguno de ellos se ha atrevido a condenarte? Ella le contestó: Ninguno,
Señor. Entonces Jesús contestó: Tampoco yo te condeno. Puedes irte y no vuelvas
a pecar”. Jesús no dice que el pecado esté bien, pero no por el pecado deja de
amar al pecador. Le salva con su misericordia.
“Esta
es la grandeza de la confesión: que se evalúa caso a caso, que se puede
discernir qué es lo mejor para una persona que busca a Dios y su gracia. La
confesión no es una sala de tortura, sino el lugar de misericordia en el que el
Señor nos empuja a hacer lo mejor que podamos. Estoy pensando en la situación
de una mujer que tiene a sus espaldas el fracaso de un matrimonio en el que se
dio también un aborto. Después de aquello esta mujer se ha vuelto a casar y
ahora vive en paz con cinco hijos. El aborto le pesa enormemente y está
sinceramente arrepentida. Le encantaría retomar la vía cristiana. ¿Qué hace el
confesor?”
Caso
a caso. Frente al aborto, no es lo mismo una chica inmigrante, sola, que se
queda esperando y su entorno, empezando por el padre de ese niño, la empuja al
aborto que, en el otro extremo, el caso del Dr. Morín con su macabra clínica de
abortos al por mayor triturados y echados por el desagüe. Pero, incluso con éste,
hay que misericordiar, porque Dios misericordia con él y con nosotros.
Misericordiar no es transigir. No es decir que todo está bien. Ni dejar de
presionar para que la justicia humana condene esos horribles crímenes.
Misericordiar es rezar por él, verle como un pobre, aunque terrible, hombre,
cerrado a la gracia de Dios, viviendo en la negrura. Misericordiar es ser
capaces de, en medio de la lucha, rezar por él, para que la gracia de Dios pueda
penetrar en su alma. Más terrible que el Dr. Morín fue el Dr. Nathanson, que
llegó a practicar más de 5.000 abortos personalmente y unos 25.000 en su
clínica en USA. El Dr. Nathanson se dio cuenta de la barbarie que suponían esas
prácticas y, primero se transformó en activista pro vida y, años más tarde se
bautizó. No me resisto a copiaros, aunque esto se haga largo una muestra de lo
que lograron los que misericordiaron por él. Nos cuenta un testigo de su
bautismo:
Esta
semana he experimentado con una evidencia poderosa y fresca que el
Salvador que nació hace 2000 años en un establo, continúa transformando el mundo.
El pasado lunes fui invitado a un bautismo. Al igual que en el primer siglo...
un judío converso caminando en las catacumbas para encontrar a Cristo. Y su madrina era Joan Andrews. Las ironías
abundan. Joan es una de las más sobresalientes y conocidas defensoras del
movimiento pro vida... La escena me quemaba por dentro, porque justo encima del
Cardenal O´Connor había una Cruz... Miré hacia la Cruz y me di cuenta de nuevo
de que lo que el Evangelio enseña es la verdad: la victoria está en Cristo.
Y él mismo, dice:
No
puedo decir lo agradecido que estoy ni la deuda tan impagable que tengo con
todos aquellos que han rezado por mí durante todos los años en los que me
proclamaba públicamente ateo. Han rezado tozuda y amorosamente por mí. Estoy
totalmente convencido de que sus oraciones han sido escuchadas. Lograron
lágrimas para mis ojos.
Creo que estos
pueden ser los frutos de misericordiar. El Dr Nathanson no era mejor que el Dr.
Morín, pero gracias a las personas que le misericordiaron, el amor de Dios le
salvó. Me parece que era Gabriel Marcel el que decía, refiriéndose a los
pecadores: “Espero en Dios para ti” Hay que fiarse de Dios. Hay que creer que
Él es más fuerte que el pecado. Creo que eso es lo que el Papa quiere decir con
lo de descender a su noche y su
oscuridad sin perderse.
“No
podemos insistir sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio
homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible. Yo no he hablado mucho de
estas cuestiones y he recibido reproches por ello. Pero cuando se habla de
estas cosas hay que hacerlo en un contexto. Por lo demás, ya conocemos la
opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario estar
hablando de estas cosas sin cesar”.
Este
es el párrafo que más ha herido a personas que se dejan la vida en la primera
línea del combate por el matrimonio y la familia o por la vida. Y lo entiendo.
Empiezo por reconocer que yo no estoy en esa frontera y, por tanto, resulta más
fácil para mí, leer estas frases y comprenderlas. Pero el Papa sabe que, muchas
veces, el estar en la raya, puede hacer perder de vista el fin último por lo
que se hace lo que se hace. De ahí este toque de clarín, ¡Tararíííííí!, para
que esto no les pase. ¿Es un poco rudo? Puede ser. El propio Francisco se
reconoce autoritario, aunque no sea de derechas. Pero estoy seguro de que el
Papa no quiere herir a nadie ni, micho menos, decir que la magnífica labor que
hacen estas personas no sea inmensamente valiosa. ¿Poco prudente, como me han
dicho algunas personas? Tal vez, pero conviene recordar que la prudencia no
tiene por qué ser más callada que estrepitosa. Es la virtud de encontrar el
punto adecuado entre “estar callado y tocar la trompeta”. Y los equilibrios
siempre son difíciles y nunca se encuentran en el mismo sitio para cada persona.
Ciertamente, de lo que no me cabe duda es de que este Papa (lo dice él más
arriba) dedica mucha oración al discernimiento ante Dios. En cualquier caso, ya
nos avisó desde el principio de su pontificado de que prefiere equivocarse por
acción que por omisión. Prefiere una Iglesia accidentada por salir a las
periferias que una enferma por estar encerrada en las actitudes “de siempre”,
que, por supuesto, no son las que tenía Jesucristo. Y, sobre todo, ¡es el Papa!
Tiene no sólo el derecho, sino el deber, de actuar según su discernimiento. Me
atrevería a pedir, con vergüenza, porque, como he dicho antes, no estoy, ni
mucho menos, en la frontera de la lucha por el matrimonio, por la familia o por
la vida, a los que sí están en esa raya, que no vean en las palabras de
Francisco una crítica a su magnífica labor, sino un toque de clarín para
decirnos a todos qué es primero y qué es segundo. El Papa no dice que el pecado
no sea pecado. Sabe que la práctica de la homosexualidad es pecado (no la
homosexualidad en sí). Sabe que el adulterio es pecado. Sabe que el matrimonio
es la unión indisoluble ante Dios, de un hombre y una mujer. Sabe que la
anticoncepción va contra el don de la vida. Sabe que el aborto, en cualquier
caso, es pecado. Soy hijo de la Iglesia, dice para decir que lo sabe. Soy hijo
de la Iglesia, dice. ¡No dice soy el Papa! ¡Vaya lección de humildad! Pero dice
que lo primero es el amor de Dios, el anuncio de ese amor y que todo lo demás,
vendrá después, misericordiando. Puro Evangelio.
“Las
enseñanzas de la Iglesia, sean dogmáticas o morales, no son todas equivalentes.
Una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado
un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente. El anuncio misionero
se concentra en lo esencial, en lo necesario que, por otra parte, es lo que más
apasiona y atrae, es lo que hace arder el corazón, como a los discípulos de
Emaús”.
“Tenemos,
por tanto, que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera, el
edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes,
de perder la frescura y el perfume del Evangelio. La propuesta evangélica debe
ser más sencilla, más profunda e irradiante. Sólo de esta propuesta salen luego
las consecuencias morales”.
“Digo
esto pensando también en nuestra predicación y en los contenidos de nuestra
predicación. Una buena homilía, una verdadera homilía, debe comenzar con el
primer anuncio, con el anuncio de la salvación. No hay nada más sólido,
profundo y seguro que este anuncio. Después vendrá una catequesis. Después se
podrá extraer una consecuencia moral. Pero el anuncio del amor salvífico de
Dios es previo a la obligación moral y religiosa. Hoy parece a veces que
prevalece el orden inverso. La homilía es la piedra de toque si se quiere medir
la capacidad de encuentro de un pastor con su pueblo, porque el que predica
tiene que reconocer el corazón de su comunidad para buscar dónde permanece vivo
y ardiente el deseo de Dios. Por eso el mensaje evangélico no puede quedar
reducido a algunos aspectos que, aún siendo importantes, no manifiestan ellos
solos el corazón de la enseñanza de Jesús”.
Remata
el Papa. Primero, anuncio de la salvación gratuita por Cristo, luego
catequesis, por último, consecuencias morales. Esta ordenación no significa que
no haya que llegar a lo tercero, pero si se empieza por ahí, no arderán muchos
corazones en el amor a Jesucristo.
El Papa
Francisco es el primer Pontífice que proviene de una orden religiosa después
del camandulense Gregorio XVI, elegido en 1831. […]. Así pues, le pregunto:
¿Qué puesto específico tienen hoy en la Iglesia los religiosos y las
religiosas?
“Los
religiosos son profetas. Son los que eligieron un modo de seguir a Jesús que
imita su vida con la obediencia al Padre, la pobreza, la vida de comunidad y la
castidad. En este sentido, los votos no pueden acabar convirtiéndose en
caricaturas, porque cuando sucede así, por ejemplo, la vida de comunidad se
vuelve un infierno y la castidad una vida de solterones. El voto de castidad
debe ser un voto de fecundidad. En la Iglesia los religiosos son llamados
especialmente a ser profetas que dan testimonio de cómo se vive a Jesús en este
mundo, y que anuncian cómo será el Reino de Dios cuando llegue a su perfección.
Un religioso no debe jamás renunciar a la profecía. […] Ser profeta implica, a
veces, hacer ruido, no sé cómo decir… la profecía crea alboroto, estruendo,
alguno diría que crea ‘gran confusión’. Pero en realidad su carisma es ser
levadura: la profecía anuncia el espíritu del Evangelio”.
Este
párrafo lo pongo por la satisfacción de tener una hija religiosa contemplativa
en Iesu Communio y un hijo que, sin ser religioso, es sacerdote. Me encanta
tener unos hijos que sean profetas que dan
testimonio de cómo se vive a Jesús en este mundo, y
que anuncian cómo será el Reino de Dios cuando llegue a su perfección. Pero, una vez puesto por eso, vuelvo a una
idea de la que he hablado antes: la
profecía crea alboroto, estruendo, alguno diría que crea ‘gran confusión’. Pero
en realidad su carisma es ser levadura: la profecía anuncia el espíritu del
Evangelio.
¿Cuál debe ser
el papel de la mujer en la Iglesia? ¿Qué hacer hoy para darle mayor
visibilidad?
“Es
necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la
Iglesia. Temo la solución del ‘machismo con faldas’, porque la mujer tiene una
estructura diferente a la del varón. Pero los discursos que oigo sobre el rol
de la mujer a menudo se inspiran en una ideología machista. Las mujeres están
formulando cuestiones profundas que debemos afrontar. La Iglesia no puede ser
ella misma sin la mujer y el papel que desempeña. La mujer es imprescindible
para la Iglesia. María, una mujer, es más importante que los obispos. Digo esto
porque hay que profundizar en la función de la dignidad. Es preciso, por tanto,
profundizar más en el papel de la mujer en la Iglesia. Hay que trabajar más
hasta elaborar una teología profunda de la mujer. Sólo tras haberlo hecho
podremos reflexionar mejor sobre su función dentro de la Iglesia. En los
lugares donde se toman las decisiones importantes, es necesario el genio
femenino. Afrontamos hoy este desafío: reflexionar sobre el puesto específico
incluso allí dónde se ejercita la autoridad en los varios ámbitos de la
Iglesia”.
Esto
no ha gustado demasiado a los medios, porque no hay por dónde sacar el tema del
sacerdocio femenino y, además, lo del machismo con faldas pone demasiado el
dedo en la llaga de lo que es, en gran medida, el feminismo actual. Sin
embargo, me encanta lo del “genio femenino” y, claro, creo que ese genio
femenino tiene mucho que aportar a la Iglesia en los lugares donde se toman las decisiones importantes. Pero, a cada uno lo suyo. Lo del genio
femenino no es original de Francisco (ni falta que hace que lo sea). Es del
beato (y pronto santo) Juan Pablo II en su carta apostólica “Mulieris
dignitatem”, publicada hace 25 años y cuya lectura recomiendo encarecidamente
(Si alguien la quiere, no tiene más que pedírmela en un comentario con su mail
que no publicaré, pero se la enviaré).
De
aquí hasta el final, las razones por las que pego los fragmentos que pego no
responden a ningún comentario, sino, simplemente, a que me parecen luminosas.
Le pregunto al
Papa; Santidad, ¿cómo se hace para buscar y encontrar a Dios en todas las
cosas?
“Lo
que dije en Río tiene un valor temporal. Es verdad que tenemos la tentación de
buscar a Dios en el pasado o en lo que creemos que puede darse en el futuro.
Dios está ciertamente en el pasado porque está en las huellas que ha ido
dejando. Y también está en el futuro como promesa. Pero el Dios concreto, por
decirlo así, es HOY. Por eso las lamentaciones jamás nos ayudan a encontrar a
Dios. Las lamentaciones que se oyen hoy sobre cómo va este mundo ‘bárbaro’
acaban generando en la Iglesia deseos de orden, entendidos como pura
conservación, como defensa. No: hay que encontrar a Dios en nuestro hoy”.
[…]
“Encontrar
a Dios en todas las cosas no es un ‘eureka empírico’. En el fondo, cuando
deseamos encontrar a Dios nos gustaría constatarlo inmediatamente por medios
empíricos. Pero así no se encuentra a Dios. Se le encuentra en la brisa ligera
de Elías[3].
Los sentidos capaces de percibir a Dios son los que Ignacio llama ‘sentidos
espirituales’. Ignacio quiere que abramos la sensibilidad espiritual y así
encontremos a Dios más allá de un contacto puramente empírico. Se necesita una
actitud contemplativa: es el sentimiento del que va por el camino bueno de la
comprensión y del afecto frente a las cosas y las situaciones. Señales de que
estamos en ese buen camino son la paz profunda, la consolación espiritual, el
amor de Dios y de todas las cosas en Dios”.
Si el encuentro
con Dios en todas las cosas no es un ‘eureka empírico’ –le digo al Papa –y si
se trata de un camino […], es posible cometer errores…
“Sí,
este buscar y encontrar a Dios en todas las cosas deja siempre un margen a la
incertidumbre. Debe dejarlo. Si una persona dice que ha encontrado a Dios con
certeza total y ni le roza un margen de incertidumbre, algo no va bien. Yo
tengo esto por una clave importante. Si uno tiene respuestas a todas las
preguntas, estamos ante una prueba de que Dios no está con él. Quiere decir que
es un falso profeta que usa la religión en bien propio. Los grandes guías del
pueblo de Dios, como Moisés, siempre han dado espacio a la duda. Tenemos que
hacer espacio al Señor, no a nuestras certezas, hemos de ser humildes. En todo
discernimiento verdadero, abierto a la confirmación de la consolación
espiritual, está presente la incertidumbre”.
“El
riesgo que existe, pues, en buscar y hallar a Dios en todas las cosas, son los
deseos de ser demasiado explícito, de decir con certeza humana y con
arrogancia: ‘Dios está aquí’. Así encontraríamos sólo a un Dios a nuestra
medida. La actitud correcta es la agustiniana: buscar a Dios para hallarlo, y
hallarlo para buscarlo siempre[4].
Y frecuentemente se busca a tientas, como leemos en la Biblia. Ésta es la
experiencia de los grandes padres de la fe, modelo nuestro. […] No se nos ha
entregado la vida como un guión en el que ya todo estuviera escrito, sino que
consiste en andar, caminar, hacer, buscar, ver… Hay que embarcarse en la
aventura de de la búsqueda del encuentro y del dejarse buscar y dejarse
encontrar por Dios”.
“Porque
Dios está primero, está siempre primero, Dios ‘primerea’. […]. De esta forma, a
Dios se le encuentra caminando, en el camino. Y al oírme alguno podría decir
que es relativismo. ¿Es relativismo? Sí, si se entiende mal, como una especie
de confuso panteísmo. No, si se entiende en sentido bíblico, según el cual,
Dios es siempre una sorpresa y jamás se sabe cómo y en donde encontrarlo,
porque no eres tú el que fija el tiempo y el lugar para encontrarte con Él. Es
preciso discernir el encuentro, y por eso el discernimiento es fundamental”.
“Un
cristiano restauracionista, legalista, que lo quiere todo claro y seguro, no va
a encontrar nada. La tradición y la memoria del pasado tienen que ayudarnos a
reunir el valor necesario para abrir espacios nuevos a Dios. Aquél que hoy
buscase siempre soluciones disciplinares, el que tienda a la ‘seguridad’
doctrinal de modo exagerado, el que busca obstinadamente recuperar el pasado
perdido, posee una visión estática e involutiva. Y así, la fe se convierte en
una ideología entre tantas otras. Por mi parte tengo una certeza dogmática: Dios
está en la vida de toda persona. Dios está en la vida de cada uno. Y aún cuando
la vida de una persona haya sido un desastre, aunque los vicios, la droga o
cualquier otra cosa la tengan destruida, Dios está en su vida. Se puede y se
debe buscar a Dios en toda vida humana. Aunque la vida de una persona sea
terreno lleno de espinas y hierbajos, alberga siempre un espacio en el que
puede crecer la buena semilla. Es necesario fiarse de Dios”.
¿Debemos ser
optimistas? ¿Qué signos de esperanza hay en el mundo actual? ¿Cómo hacemos para
ser optimistas en un mundo en crisis?
“No
me gusta mucho la palabra ‘optimismo’ porque expresa una actitud psicológica.
Me gusta usar la palabra ‘esperanza’ […]. La esperanza no defrauda, como leemos
en la carta a los romanos[5]
[…]”.
“Pues
bien, la esperanza cristiana no es un fantasma y no engaña. Es una virtud
teologal y, en definitiva, un regalo de Dios que no se puede reducir a un
optimismo meramente humano. Dios no defrauda la esperanza ni puede traicionarse
a sí mismo. Dios es todo promesa”.
Y, sin embargo,
el hombre al que se dirige la Iglesia no parece ya comprender esa antropología
ni ese lenguaje (se refiere a la antropología cristiana de la tradición
multisecular de la Iglesia), ni los considera suficientes. El hombre se está
interpretando a sí mismo de modo diferente a como lo ha hecho en el pasado, con
categorías diferentes. Y esto se debe también a grandes cambios en la sociedad
y a un estudio más hondo de sí mismo.
“[…]
El hombre va a la búsqueda de sí mismo, y es natural que en esta búsqueda pueda
cometer errores. […]. En su pensamiento sobre el hombre la Iglesia debería
tender a la genialidad, no a la decadencia”.
“¿Cuándo
deja de ser válida una expresión del pensamiento? Cuando el pensamiento pierde
de vista lo humano, cuando le da miedo el hombre o cuando se deja engañar sobre
sí mismo. El pensamiento de la Iglesia debe recuperar la genialidad y entender
cada vez mejor la manera como el hombre se comprende hoy para desarrollar y
profundizar sus propias enseñanzas”.
“[…]
es la memoria de la gracia, […], la memoria de las acciones de Dios que están
en la base de la alianza entre Dios y su pueblo. Esta es la memoria que me hace
hijo y que me hace también ser padre”.
[1] El Papa se refiere, creo al
pasaje de 1 Corintios 1, 25-29: “Pues lo que en Dios parece locura, es más
sabio que los hombres y lo que en Dios parece debilidad, es más fuerte que los
hombres. Y si no, hermanos, considerad quiénes habéis sido llamados, pues no
hay entre vosotros muchos sabios según los criterios del mundo, ni muchos
poderosos, ni muchos nobles. Al contrario, Dios ha elegido lo que el mundo
considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo
considera débil para confundir a los fuertes; ha escogido lo vil, lo
despreciable, lo que es nada a los ojos del mundo para anular a los que creen
que son algo. De este modo, nadie puede presumir delante de Dios”.
Cuando leí la referencia del Papa
a la primara carta a los corintios, en mi ignorancia, creí que se refería a
otro pasaje que busqué, pero no encontré en esa carta, sino en la segunda
dirigida también a los corintios (2 Corintios, 12, 9-10). No me parece desacertada
mi equivocación: “Gustosamente, pues, seguiré presumiendo de mis debilidades,
para que habite en mí la fuerza de Cristo. Y me complazco en soportar por
Cristo flaquezas, oprobios, necesidades, persecuciones y angustias, porque
cuando me siento débil, entonces es cuando soy fuerte”.
[2] Creo que el Papa se refiere a la
beata Imelda Lambertini, una joven religiosa italiana que murió el 13 de Mayo
de 1333, a los 13 años, en un éxtasis durante su primera comunión.
[3] Se refiere al pasaje del primer
libro de los Reyes, 19, 11-13, en el que se cuenta cómo Elías, en el monte
Horeb recibe el anuncio del Señor de que va a pasar por delante de él: “El Señor le dijo: ‘Sal y quédate de pie
en la montaña, que va a pasar el Señor’. Y en ese momento el Señor pasaba.
Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas
delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento,
hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, se encendió un
fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor
de una brisa suave. Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y
se quedó de pie a la entrada de la gruta. Entonces le llegó una voz, que decía:
"¿Qué haces aquí, Elías?".
[4] Hay una maravillosa oración de
san Anselmo que acaba diciendo: “Te buscaré deseándote, te desearé buscándote;
amándote te encontraré, encontrándote te amará.
[5] Creo que el Papa se refiere a
Romanos 5, 5.: ·Una esperanza que no defrauda, porque al darnos el Espíritu
Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones.