29 de enero de 2019

Aprendamos a apreciar a España


Hace unos días The Economist Intelligence Unit, una de las plataformas globales líderes en inteligencia de negocios, publicó su Democracy Index 2018, que pretende ofrecer una visión del estado de la democracia mundial mediante el análisis comparativo de 165 países soberanos y dos territorios. El índice se basa en cinco categorías: proceso electoral y pluralismo político; libertades civiles; funcionamiento del gobierno; participación política, y cultura política.
Cada una de dichas categorías se compone de 60 indicadores, y a partir de ellos, los estados se clasifican como “democracia plena”, “democracia imperfecta”, “régimen híbrido” y “régimen autoritario”. Como es habitual, la publicación del índice ha originado las consabidas polémicas entre los que perciben que el país considerado debería estar más arriba o más abajo en ranking, o que la clasificación ignora importantes dimensiones socioeconómicas.
En cualquier caso, estos son los 50 primeros países del Democracy Index 2018, de los cuales a los 20 primeros se les considera democracias plenas:
España, un año más, figura en la lista de las democracias plenas, repitiendo la puntuación conseguida en 2017 (8,08), situándose en el número 19 de la clasificación. La nota media de nuestro país en los últimos 11 años es de 8,16, lo cual constituye un legítimo motivo de orgullo, pero a la vez debe ser un acicate para mejorar en aquellos aspectos que nos impiden progresar.
La publicación del ranking también ha supuesto un varapalo para quienes pretenden desacreditar la democracia española basándose en supuestas derivas totalitaristas, comportamientos represivos y recortes brutales de los derechos y libertades civiles. No hace falta citarlos expresamente, ya que son sobradamente conocidos por todos ustedes. Este artículo está especialmente dedicado a ellos.

Nada es casual

A los lectores sinceramente escépticos y descreídos de estas clasificaciones, cabe recordarles que el Democracy Index no es el único ranking global que se publica cada año. Los hay de muy diversa naturaleza; los más importantes resultan serios y completos, se sustentan en un ingente trabajo de investigación y están avalados por sólidas instituciones y think tanks internacionales. Además, son públicos, suelen venir acompañados de informes detallados y su metodología se halla disponible para quien quiera profundizar o criticar. Aprovechando estas características, en la entrada de hoy utilizaré algunos de esos indicadores para ponderar la clasificación de democracias que acabamos de compartir.
No es un ejercicio nuevo en Sintetia; ya hicimos algo similar en 2014 y en 2016 con el Índice de Libertad Económica elaborado por la Fundación Heritage, uno de los referentes del liberalismo global. Aquel sencillo divertimento analítico, destinado a la reflexión y al intercambio, vino a confirmar de manera no académica lo que la intuición nos venía advirtiendo:  
la verdadera libertad económica es aquella en la que no sólo las transacciones económicas están libres de trabas y aseguradas jurídicamente, sino donde el resto de las libertades civiles disfrutan de un elevado grado de madurez en su ejercicio, materializándose todo ello en una ciudadanía próspera, longeva, saludable y bien educada.
El top 25 del índice ponderado de libertad económica quedó entonces como sigue:
Antes de realizar un ejercicio de ponderación similar con el Democracy Index, de nuevo la intuición me sugiere que figurar en el ranking de las mejores democracias globales no es casual, y que dicha alta valoración debe venir acompañada necesariamente de buenas calificaciones en otras dimensiones políticas, sociales y económicas. Comprobémoslo.

Construyendo el índice.

El ejercicio efectuado es simple e, insisto, nada académico, aunque suficiente para el objetivo pretendido. Me propongo contrastar los 50 primeros países del Democracy Index con el Índice de Desarrollo Humano de la ONU y otros ocho indicadores adicionales en su edición de 2018 (2017 en el caso del índice de corrupción).
Se construye así un sencillo índice sintético constituido por la suma de los 10 respectivos rankings de cada nación en las dimensiones consideradas, ordenando después los países de menor a mayor puntuación promedio (cuanto menor, mejor).
Los rankings incluidos en este artículo han sido los siguientes:
§ El Índice de Desarrollo Humano de la ONU, toda una referencia global en su área.
§ El índice Freedom of the Word de Freedom House, que sirve de excelente contraste con el Democracy Index, al centrarse en los derechos políticos y libertades civiles de los países analizados.
§ El World Press Freedom Index de Reporteros Sin Fronteras, que estudia un pilar tan esencial en cualquier democracia como es la libertad de prensa.
§ El Global Peace Index del Institute for Economics and Peace, que clasifica a los países según tres dimensiones: la seguridad interna y protección de la sociedad; su nivel de conflictos interiores y exteriores, y su grado de militarización.
§ El mencionado Índice de Libertad Económica de Heritage.
§ El Índice de Compromiso en Reducción de la Desigualdad, una muy interesante comparativa de Oxfam que pretende reflejar el esfuerzo de cada país en aquellos elementos considerados clave para la lucha contra la desigualdad.
§ El Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial, que profundiza en los indicadores fundamentales que determinan el crecimiento y la productividad de una nación en el siglo XXI.
§ Finalmente, el Índice Doing Business, la publicación insignia del Grupo Banco Mundial, que analiza indicadores cuantitativos sobre las regulaciones empresariales y la protección de los derechos de propiedad privada que son comparables en 190 economías, en el convencimiento de que la salud y dinamismo del tejido empresarial son pilares para la prosperidad de cualquier democracia avanzada.
Se han elegido aquellos indicadores disponibles que pudieran complementar adecuadamente al Democracy Index. Podrían haberse incluido otros, pero o bien en ellos no figuraban todos los 50 países del índice principal, o no estaban convenientemente actualizados. Soy consciente de que algunos de los rankings son a su vez compuestos y pueden contemplar algunas dimensiones ya analizadas en otros indicadores. Al igual que en 2014 y en 2016, he renunciado también a ponderar los diferentes elementos, con el fin de no introducir más subjetividad que la de la propia elección de ranking. Dicho esto, y salvo error u omisión en el tratamiento de los datos por mi parte, la clasificación completa con el resultado ponderado de las 48 primeras democracias en 2018 pueden consultarlo haciendo clic en este enlace (no están incluidos ni Taiwan ni Surinam por falta de datos). Les animo a curiosear.
La tabla resumida es la siguiente. En ambas columnas pueden comparar la posición obtenida por las “democracias plenas” (azul oscuro) en el ranking ponderado Sintetia 2018 (democracia, libertad y prosperidad económica) con su posición correspondiente en el Democracy Index. El resultado habla por sí mismo.

Sin sorpresas

La clasificación anterior corrobora lo apuntado en ediciones anteriores de este Índice Sintetia y lo que el mero sentido común nos venía anunciando: los 50 países mejor clasificados en el ranking 2018 de democracias de la Economist Intelligence Unit siguen siendo, sin variaciones significativas, los mejor situados dentro del top 50 mundial una vez hemos ponderado el ranking con los nueve indicadores adicionales. Estoy seguro de que, si añadiéramos nuevas dimensiones, los resultados tampoco serían muy diferentes.
Dicho de otra forma, muy raramente (diría que nunca) podremos calificar a una democracia como avanzada sin que presente niveles satisfactorios y homogéneos de desarrollo humano, libertades civiles, libertad económica, seguridad, solidaridad, corrupción, competitividad y prosperidad económica. Se trata de un todo virtuoso que se realimenta positivamente y que deberíamos cuidar como un frágil tesoro.
Con respecto a España, podemos comprobar como su lugar en ambos índices apenas sufre cambios, lo que nos habla de la fortaleza de su posición internacional y desmonta el argumentario apocalíptico de aquellos que pretenden desprestigiarnos con argumentos falaces. Mentirosos aparte, y tal como escribimos en 2016,
los españoles tendemos a ser derrotistas y a fustigarnos en extremo. Lo hacemos además con mucho dramatismo, sin darnos cuenta de que nuestro país resiste con robustez comparaciones globales en muy diversas áreas. También solemos pasar del derrotismo al triunfalismo con demasiada facilidad.
Por ello, no cabe conformarse con nuestra posición actual, cuyo análisis desapasionado nos revela diversas áreas de mejora sobre las que debemos ponernos a trabajar sin dilación. En palabras de Harry Stack Sullivan, psiquiatra y psicoanalista estadounidense, “la autocomplacencia es el narcótico de los hombres débiles”. Tal reflexión sirve tanto para el individuo como para el país en su conjunto. No lo olvidemos.

27 de enero de 2019

Dios es un genio del collage


Casi todos los seres humanos confundimos casi siempre la santidad con la perfección. Hemos sido educados para intentar ser perfectos o, al menos, acercarnos lo más que podamos a ella. Además, nuestra experiencia nos dice que cuanto más nos acerquemos a ella, seremos más recompensados, más apreciados y más queridos. Esto es cierto a nivel humano y es natural que sea así. Y, además, es bueno que en el plano humano sea así. Si no fuese así, la mayoría de los seres humanos caeríamos en la mediocridad y el mundo no funcionaría. Sin embargo, a menudo esta necesidad de ser apreciados se convierte en una pesada carga y hay gente que se rompe bajo su peso. El único ámbito en el que, en algunos casos, no se cumple la anterior regla empírica, es en la familia. En muchas familias, en ciertas ocasiones y para determinados casos, podemos sentir que somos queridos sencillamente por ser hijo, padre, hermano... Y esto es también muy sano para la salud mental. Sentirse amado incondicionalmente es muy consolador. Es bueno que sea así, pero sin olvidar que aunque la familia deba ser una especie de refugio en el que sentirnos amados por lo que somos, también debe ser una escuela para la vida y, por lo tanto, debe haber una exigencia para que no se convierta en una fábrica de consentidos inútiles. Es muy difícil que haya este equilibrio en la familia. De hecho, no creo que haya una familia en la que este equilibrio exista de forma perfecta. La perfección no es de este mundo. Pero, sin lugar a dudas, cuanto más se acerque una familia a este imposible equilibrio, mayor será la cohesión y el amor que se respire en la misma y en ella se formarán personas completas y equilibradas.

Pero esto, que a nivel natural es así, no lo es a nivel sobrenatural. A nivel sobrenatural cambian las reglas del juego. Dios nos ama SIEMPRE incondicionalmente. Y, lo que es más, no nos ama A PESAR DE NUESTROS FALLOS, sino que nos ama EN nuestros fallos o, si llamamos a esos fallos por el nombre teológico, EN nuestros pecados. DESDE nuestros pecados. No ama nuestros pecados ni nos ama POR nuestros pecados pero sí EN ellos y DESDE ellos. Por supuesto, quiere que luchemos contra esos pecados, pero no que nos sintamos menos queridos a causa de ellos ni que intentemos luchar contra ellos con nuestras fuerzas. Sabe de qué material tan amorfo estamos hechos. Bueno, no estamos hechos de ningún material amorfo, la humanidad deterioró el material del que estaba hecho por el pecado original. Pero Dios nos ha perdonado ese pecado, aunque todavía suframos sus consecuencias. Lo ha perdonado haciéndose hombre y encarnándose y, así, prestarnos sus fuerzas para la lucha contra nuestro pecado. Porque sabe que sin ellas nosotros, con nuestro fofo material, no podemos nada. No nos da el bálsamo de fierabrás que nos haría vencer sin lucha, nos ayuda a mantener esa lucha por amor a Él, reconociéndonos pobres y necesitados, y aprendiendo a amarnos a nosotros mismos, nosotros también, no por nuestros logros, sino por nuestra condición de amados por Él. Es decir, Dios es el padre y la madre de familia perfecto.

Dios es un trapero y un artista. Trapero, porque aprovecha todo lo que encuentra. Artista porque con ese material crea belleza. Es un artista del collage. El maravilloso universo es el fondo de su lienzo. Pero el universo no es libre y no puede, por tanto, amarle. Sólo obedecer sus leyes. ¡Así, cualquiera! Por eso no basta con el lienzo, por magnífico que sea. Hace falta pegar a ese lienzo a los seres humanos. Tal y como somos. Y Dios no desprecia ningún material. Como un buen artista del collage, lo aprovecha todo. Un tapo sucio, un recorte de periódico viejo, un trozo de cartón pintarrajeado, una tabla carcomida y medio podrida… todo. Es decir, nos aprovecha a nosotros, a todo lo que somos. Sabe sacar belleza de la fealdad y ve lo que hay de maravillosos en lo feo de cada ser humano. No ve la belleza que pueda haber entre lo feo, como una pepita de oro entre el barro que se elimina para dejar sólo el oro, sino EN lo feo. Tengo en casa un pequeño librito titulado “El héroe, el genio y el santo”. Es la transcripción de una conferencia que dio Jean Guitton en Madrid en 1995 en el Paraninfo de la Universidad Complutense, cuando ya tenía más de 90 años. Por si alguien está interesado, en este envío cuelgo también esta transcripción. Es una conferencia llena de sabiduría. Al final, en el coloquio, le preguntan acerca de lo que es para él la poesía. Contesta:

“Me hace usted una pregunta notable, profunda, que me obligará a hablar de los misterios de lo que llamamos poesía. ¿Qué es la poesía? La poesía es tomar un vaso de agua, que no es nada, y dotar a ese vaso de agua de una especie de valor supremo que es el valor poético. [...] Es tomar una nada y hacer de ella un todo. Es tomar un ser banal y llevarlo al infinito a través de los versos. Eso es lo que hacen en todo momento los grandes poetas. En mi opinión, lo que hacen los poetas es la imagen de lo que deberíamos de hacer cada uno de nosotros cada día con esa vida banal que es la nuestra. [...] ...pido a todo el mundo que despierte la facultad suprema que lleva en sí, y en mi opinión esa facultad es la facultad poética”.

Hablando de Dios, tengo la tentación de corregir esa respuesta diciendo:

¿Qué es la poesía para Dios? La poesía es, para Dios, tomar un vaso de agua sucia, de olor repugnante, y dotar a ese […] agua de una especie de valor supremo que es el valor de la gracia. [...] Es tomar una cosa pútrida y hacer de ella un tesoro. Es tomar un ser pecador y llevarlo al infinito a través de la gracia. Eso es lo que ha hecho, está haciendo su Hijo en el mundo. En mi opinión, lo que está haciendo su Hijo es el modelo de lo que deberíamos de hacer cada uno de nosotros cada día con esa vida fea e insignificante que es la nuestra. [...] ...pido a todo el mundo que despierte la facultad suprema que lleva en sí, y en mi opinión esa facultad es la facultad de llevar la gracia en vasijas de barro.

Creo que sí, creo que todos podemos, debemos y tenemos que ser poetas. Poetas del amor, poetas de la gracia. Y serlo desde la aceptación de nuestros fallos, de nuestras miserias y de nuestros pecados. Desde una aceptación que no es conformismo, desde una aceptación que quiere transformarse por esa gracia que llevamos dentro y que no es nuestra, por ese amor al que nos capacita el hecho de ser libres, aún para hacer feas las cosas. Más que hacer esa transformación, dejarnos transformar sin molestar.

Recuerdo también otra obra de Jean Guitton que me llamó poderosamente la atención y cuya lectura recomiendo vivamente. Y dentro de ella un pasaje que comento de memoria. La obra es “Mi testamento filosófico” y creo que la última que escribió. En ella se imagina su agonía y su muerte y, durante la una y después de la otra, antes del Juicio, habla con filósofos de todas las épocas y personajes de actualidad. Uno de esos personajes es François Mitterrand. En la charla con Mitterrand le cuenta algo que le ocurrió en su juventud. Dice que Dios le llevó a un lugar apartado y allí le pidió: “Guitton, quiero que desaparezcas”. Su interlocutor le pregunta: “¿Cómo que desaparezca?” Y Guitton responde que él tampoco sabía en ese momento lo que Dios quería decir con eso. Mitterrand le dice que su obediencia a ese designio de Dios, lo que quisiera decir con ese desaparecer, hubiese sido una enorme pérdida para la humanidad. Hay en todo el libro un poco de sorna en comentarios como este que, en realidad hace Guitton de sí mismo. Entonces le explica a Mitterrand que sabía que en el momento que desapareciese, Dios le instalaría en su sitio, cualquiera que éste fuese, el más adecuado para su relación con Él y con la humanidad. “¿Qué hizo usted?”, pregunta Mitterrand. Y la lacónica respuesta es una de las frases más esenciales que uno puede contestar de sí mismo. “No desaparecí, y he perdido la felicidad”. Entonces me di cuenta de lo que Guitton quería decir. Desaparecer ante Dios, hacerse transparente a su voluntad, es lo más grande que puede hacer el hombre. Lo único que puede hacerle feliz, lo único que le coloca en la relación correcta con Él y con la humanidad. “Probablemente –continúa– si hubiese desaparecido, hubieses sido el mismo Guitton, académico, poeta de la filosofía (este título es de mi cosecha, el se declara sólo filósofo) y pintor, pero realmente yo, realmente feliz”. No creo que Guitton fuese desgraciado en sa vida, pero ninguno sabemos qué es ser realmente feliz, porque ninguno nos hemos hecho nunca totalmente transparentes ante la voluntad de Dios.

Entonces, si adquirimos esa transparencia, brillaremos como la luna lo hace reflejando el resplandor del sol y el collage de Dios tendrá una belleza inimaginable. El lienzo, el universo, será un soporte magnífico de algo inmensamente más precioso, fluido, móvil, libre, imprevisible en la previsibilidad de su estadio final: un espejo que refleje la Belleza de nuestro Dios, el genio del collage.

25 de enero de 2019

Cal y arena con VOX y otras cosas de la actualidad


El viernes pasado os escribí sobre el despropósito de la izquierda hacia VOX. Si aquello puede considerarse la de cal, hoy va la de arena.

1º Me parece lamentable que VOX se haya financiado con dinero del exilio iraní. Por supuesto, mejor dinero del exilio iraní que de la república islámica de Irán, con la que se ha financiado Podemos. Pero eso no es excusa. Ningún partido político español debería poder financiarse con dinero que, sea en el sentido que sea, proviene de intereses extranjeros que un día pueden volverse contra España.

2º Me parece lamentable que VOX, en la primera semana del nuevo gobierno autonómico andaluz pida la dimisión de una consejera de C’s porque hace 5 años escribió un twit en el que daba su opinión sobre las procesiones de Semana Santa. Para empezar, es una opinión que, aunque no coincido ni remotamente con ella, forma parte de la libertad de expresión de opiniones. No hay en ella ninguna blasfemia, como en otras manifestaciones, por muy desafortunadas que me puedan parecer, ni dice que crea que estas procesiones deban suprimirse, ni nada por el estilo. Para seguir, fueron escritas hace cinco años por quien no tenía ninguna responsabilidad política. ¿A dónde quiere llegar VOX? Me parecerá estupendo que se oponga a aquellas actuaciones del gobierno o de la cámara, andaluzas. Hasta es posible que en algunas de las cosas a las que se oponga esté de acuerdo con VOX. Pero esto es esperpéntico. Y ese es, a mi juicio, uno de los peligros que acechan a este partido: Convertirse en un esperpento caricaturesco de lo que defiende. Y si deriva hacia ahí, se hará un flaco favor a sí mismo y, lo peor, hará un flaco favor a España.

Tampoco puedo dejar de comentar una perla cultivada que ha dejado caer en Davos el ocupa de la Moncloa. Ha dicho que, para frenar a los populismos, lo mejor es implantar el salario universal por no hacer nada. ¡Claro!, si se hace todo lo que piden los populistas de izquierdas, puede que desaparezcan esos partidos o que retrocedan, pero a costa de hacer lo que el populismo quiere, es decir de que el PSOE sea más aun lo que ya es, un partido populista. Hasta los militantes y dirigentes históricos del PSOE lo dicen.

Por último, quiero comentaren en estas líneas de actualidad, la cara dura y el cinismo del ministro de Fomento Ávalos respecto al asunto de los taxistas. Dice, con toda la cara, que el gobierno no puede hacer nada porque la legislación vigente dice que eso lo tienen que regular las Comunidades Autónomas. Lo que no dice el muy geta es que ha sido él el que ha transferido esa responsabilidad a esas Comunidades, lavándose las manos y haciendo el problema irresoluble. Ahora los taxistas de Madrid piden que la hora de antelación para contratar un Uber que han aprobado en Cataluña, se implante también aquí. Las VTC se acabarán yendo, para triunfo de los taxistas, desgracia de los usuarios y retroceso en el avance tecnológico y del progreso económico. Pues nada.

19 de enero de 2019

El despropósito contra VOX


Sabéis, por opiniones mías expresadas hace un mes, que no voy a votar a VOX. Sin embargo, esta determinación mía está perdiendo fuerza. Hasta las elecciones andaluzas, y ligeramente después, afirmaba que no votaría nunca a este partido, aunque no manifestase las causas de esta rotunda negativa. Ahora tampoco las voy a manifestar, pero sí quiero decir que estoy reconsiderando ese “nunca”. Las causas que me impedían votar a VOX siguen existiendo, pero otras cuestiones me hacen matizar ese “nunca”. Y sobre estas cuestiones sí que voy a hablar.

La primera es la campaña populista de desprestigio demagógico que la izquierda está llevando contra VOX. Una auténtica caza de brujas orquestada por Podemos y el PSOE y secundada, en distinta medida, por muchos medios de comunicación. Tengo una inveterada tendencia a identificarme con aquellos que son atacados injustamente. Las razones del PSOE y las de Podemos para impulsar esta caza de brujas son muy distintas. La del PSOE es una pataleta cuando vio que era muy posible –ya es un hecho– que perdiese su cortijo clientelar andaluz. Ha sido una ridícula pataleta para intentar evitarlo. Ridícula, sí, pero ha surtido cierto efecto con el partido jugador a varias bandas en que se ha convertido C’s. Y seguro que seguirá con esa pataleta, convertida en hábito, durante los próximos meses/años. De momento, durante el debate de investidura, ya se ha visto el lamentable espectáculo, protagonizado por Podemos y lanzado por el PSOE de Susana Díaz, con afluencia de autobuses, en el más puro estilo de “democracia” callejera, escraches contra personas de VOX y contra el ejercicio de la democracia parlamentaria. ¡Ejemplo vivo de aceptación democrática de la derrota en las urnas! ¿Quién pensó en algún momento que Susana Díaz, puesta a dedo por Griñán, podía ser una mujer de Estado?

Las razones de Podemos son muy diferentes y mucho más graves. Es un frente más que abre para avanzar en su propósito estratégico de desestabilizar la democracia. Porque Podemos, que se permite acusar de fascista y antidemocrático a VOX es un partido que no cree en la democracia y la usa desde dentro para acabar con ella, cosa que no pretende VOX ni por asomo. Esto no es una suposición gratuita mía, sólo hay que ver los muchos vídeos que circulan por ahí con las declaraciones de Pablo Iglesias cuando se mostraba como era, antes de que siquiera pudiera siquiera soñar con alcanzar o influir en el poder. Quien quiera, que las busque.

Pero vayamos a las acusaciones vertidas contra VOX.

1ª Dicen que es un partido fascista. Realmente, ya no sé que significa ese vocablo en boca de los de Podemos o de determinada izquierda. Siempre que lo oigo me parece que los que lo usan indebidamente son unos casposos a los que cada vez se les ve más esa caspa. Yo no veo a la gente de VOX tomando las calles para hacer valer, mediante la violencia, la democracia callejera, como hacían los camisas negras de Mussolini o los camisas pardas de Hitler. Sí veo y oigo, en cambio, a Podemos decir que hay que parar a VOX en la calle –ya que no lo han podido hacer con los votos– y promover manifestaciones en las que se dice que Cádiz o Málaga serán la tumba del fascismo. Y también hay vídeos fácilmente accesibles en los que se puede ver a Pablo Iglesias incitando la acción violenta contra las fuerzas de orden público. ¡Muy democrático!

Hasta donde alcanzo, me parece que Podemos aplica la palabra fascista a todos los que defienden la vida, los que no comulgan con la ideología de género, los que no creen que se deba permitir una inmigración tumultuaria que acabe vagando sin encontrar trabajo por las calles de las ciudades españolas o los que piensen que el estado de las autonomías es una ruina. En una palabra, los que piensan distinto que él. Por supuesto que VOX está en su derecho de defender esas ideas en los parlamentos regionales o estatales en los que tenga representación y procurar que las leyes que regulan esos cambios se parezcan a las que ellos ven como mejores, si llegan a tener una mayoría suficiente.

Meter a VOX en el mismo saco que al partido NPD en Alemania, Amanecer Dorado en Grecia o el Movimiento por una Hungría Mejor, todos ellos de corte violento y paramilitar, es una mezcla torticera que, por desgracia, es coreada por muchos medios de comunicación.

2ª Dicen que es de ultraderecha. Es evidente que VOX es, en un sentido literal, la extrema derecha, porque es el partido con representación parlamentaria más a la derecha. Pero alguien tiene que ser el que está más a la derecha o más a la izquierda y eso, en sí mismo, no es ni bueno ni malo. Lo de ultraderecha ya es otra historia, por el prefijo ultra. Literalmente significa que está más allá de la derecha. ¿Qué significa estar más allá de la derecha? Imagino que los que sitúan a VOX en la “ultraderecha” quieren significar que está más allá de la derecha democrática. Y eso es una tontería como la copa de un pino. No hay absolutamente nada en VOX que pueda hacer pensar que no acepta el juego democrático. No puede decirse lo mismo de Podemos. Y no es que yo lo diga, sino que es lo que se deduce de las declaraciones abiertas de sus líderes cuando no soñaban entrar en la política. Ya lo he dicho un poco más arriba, no hay que buscar mucho en internet para encontrar elogios a dictadores como Chávez y Maduro o ver lo que decían de las fuerzas de orden público hace muy poco.

3ª Dicen que es xenófobo. Hasta donde yo sé, en VOX no hay rechazo hacia nadie por motivos de raza o de religión. Lo que sí hay, es una idea clara de que no es posible abrir las fronteras indiscriminadamente a quien quiera venir y que hay que tener una capacidad de controlar la cantidad y objetivos de personas que vienen. También hay una idea clara en VOX de que no es económicamente viable una sanidad universal e indiscriminada para todos los inmigrantes, cuando estamos preguntándonos si el sistema de pensiones español –y el estado del bienestar en general– son o no sostenibles. Por no hablar de privilegios que tienen los inmigrantes por el hecho de serlo, de los que carecen muchos españoles. Por supuesto, esta sanidad universal es tanto más imposible cuanto más se abra la mano a la inmigración de extranjeros que vienen a España sin ningún medio de subsistencia, para convertirse en vagabundos o manteros. Conviene recordar que la culpa de la pobreza extrema de los países de los que procede esa inmigración masiva no es ni de España, ni de ningún país desarrollado. La culpa la tienen los tiranos de sus propios países que niegan el más mínimo nivel de seguridad jurídica que permita a sus países atraer la inversión privada y a sus habitantes desarrollar pequeños negocios que puedan crear riqueza.

Lo que sí dice VOX es que a aquellos inmigrantes que no respeten nuestras leyes y cometan delitos graves, hay que devolverlos a su país de origen y negarles el que puedan volver a España. Lo que sí dicen es que no se debe tolerar a los que no respeten nuestras leyes o nuestro sistema de derechos y libertades. Hasta donde sé, VOX no está en contra de que vengan a España inmigrantes que tengan un trabajo. Dado el bajo índice de natalidad que tenemos en España, nos harán falta estos inmigrantes y, ningún partido en su sano juicio está en contra de una inmigración necesaria, ni creo que VOX lo esté.

Contra lo que sí está VOX es contra que vengan, masivamente y de forma indiscriminada, inmigrantes cuya visión religiosa –y me refiero únicamente al Islam– hace que su integración y aceptación de los principios democráticos elementales sea extremadamente complicada, salvo honrosas excepciones. No es una discriminación impuesta por nosotros a su religión, sino una discriminación de su religión para aceptar los principios básicos que les permitan integrarse.

4ª Dicen que es machista. No he sido capaz de observar semejante conducta en VOX. A menos que se considere machismo tratar de impedir que, para proteger a la mujer, haya que restringir las garantías jurídicas y la presunción de inocencia a los hombres. La protección de la mujer debe imponer penas durísimas a los que ejerzan la violencia doméstica, sin hacer distinciones en cuanto a seguridad jurídica según la dirección en que se produzca esa violencia. Por supuesto, como todo delito, puede haber agravantes. La violencia ejercida por el hombre sobre la mujer debería ser un agravante, por motivo de la relación de fuerza y debilidad que, en principio, se da entre hombres y mujeres. Pero una cosa es esa condición de agravante y otra la privación o menoscabo de la seguridad jurídica. Me permito recordar –la edad es a veces una ventaja– que en las leyes de Franco existía un agravante, vigente en el código penal desde 1848, para los delitos de violencia, en general, que tenía la tipificación de “desprecio de sexo” cuando la violencia se producía de un hombre hacia una mujer. Así que la pólvora ya estaba inventada hace más de 170 años. Lo que ahora se está inventando no es la pólvora, sino la inseguridad jurídica para el 50% de la población.

Una hija mía, que ya ha pasado la treintena, dice que, a la aversión ya existente al compromiso –matrimonial y de cualquier tipo– de los jóvenes por culpa de esa cultura que hemos implantado en la que el héroe es “Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como”, viene a sumarse el miedo a esa inseguridad jurídica a la hora de establecer vínculos estables entre un hombre y una mujer. Así que la falsa pólvora que se ha inventado agravará la situación, ya alarmante, de bajada de la natalidad.

Por otro lado, tampoco me parece de recibo que la inmensa mayoría de las dotaciones económicas para luchar contra la violencia doméstica, acabe llegando a los bolsillos de organizaciones feministas para la promoción de la más burda ideología de género, como ha mostrado recientemente el periodista de investigación Javier Negre. Con una incontestable investigación ha visto cómo, de los 42,8 millones de € del presupuesto del Instituto Andaluz de la Mujer, sólo 1,2 millones, es decir el 2,8%, fue destinado realmente a la atención directa de mujeres maltratadas. El resto fue a diferentes actividades de adoctrinamiento, al pago a paniaguados y a otras mamandurrias. Quien quiera enterarse, le propongo el siguiente link.


Así que, no veo que intentar poner este asunto en su sitio, sacándolo del desmadre jurídico y económico al que se ha llevado, pueda tacharse de machismo.

5ª Dicen que es anticonstitucional. Esta absurda acusación nace de que en el programa de VOX propone acabar con el Estado de las Autonomías. Es cierto que esta organización del Estado está en la Constitución y, además, forma parte del núcleo de la misma que es más complicado de modificar. Pero el hecho de no estar de acuerdo con determinados aspectos de la Constitución no hace a ningún partido anticonstitucional. Lo que lo puede hacer tal, es intentar vulnerar la Carta Magna por la fuerza y no a través de los cauces que esta Ley prevé. Es alarmante ver cómo, en su pataleta, el PSOE considera inconstitucional a un partido que quiere cambiar la Constitución para desmantelar el Estado de las Autonomías, pero no se lo parecen otros –Podemos y muchos de sus propios militantes– que quiere acabar con la Monarquía Parlamentaria. Más alarmante aún es que, en esa pataleta, al PSOE le parezca que está mal pactar con VOX, pero no le parezca mal dar todo tipo de prebendas económicas y políticas a partidos separatistas –delincuentemente anticonstitucionales– para conseguir que le apoyen en una moción de censura y para comprarles y puedan así aprobar el Presupuesto de 2019 y, con su ayuda, mantenerse en el poder.

6ª Dicen que es antieuropeísta. Puede que lo sea. Este es uno de los puntos en los que me encuentro más lejos de VOX. Soy partidario de la pertenencia de España a la UE. Pero hay muchas cosas que no me gustan de esa Europa. Creo que está caminando, a pasos agigantados, hacia convertirse en una institución con un lastre burocrático, intervencionista de lo políticamente correcto, inoperante y enormemente oneroso que cada vez es más difícil de soportar. Puede que determinados toques de atención de algunos países puedan ser un freno a esa tendencia.

Vuelvo a repetir que sigo sin considerar votar a VOX, a pesar de estar de acuerdo con muchas de sus propuestas. Pero la casposidad de la izquierda me hace que reconsidere el “nunca” que asumía hace un mes. ¿Cuándo le votaré? No lo sé. Tal vez nunca. Pero ese nunca no será un “nunca” apriorístico. En cambio, si alguna vez consideré la remota posibilidad de dar mi voto a C’s, esa posibilidad se ha hecho en este mes todavía más remota. No me resultará fácil olvidar que los últimos años del cortijo andaluz del PSOE fue gracias a C’s ni su actitud de desmarque vergonzante de VOX, asumiendo la casposa expresión de “cordón sanitario” acuñada por la propaganda de la izquierda. Actitud que ha podido llevar a que se repitiesen elecciones en Andalucía, para regocijo del PSOE y el resto de sus socios. Si no llega a ser porque las encuestas públicas decían que la inmensa mayoría de sus votantes quería que se sacase al PSOE del gobierno de Andalucía, ¡vaya si lo hubieran hecho! Confío en que muchas abstenciones al PP por votantes suyos desencantados, vuelvan a votar a este partido, al que yo seguiré votando. Pero creo que es una buena cosa para España que parte de ese voto pueda dirigirse a VOX. Ha sido bueno para Andalucía y creo que ha inaugurado una nueva tendencia que mejorará el panorama político español.

11 de enero de 2019

Hombre viejo, hombre nuevo


Recuerdo una exitosa serie de televisión de los años 70, protagonizada por Peter Strauss y Nick Knolte. Se llamaba “Hombre rico, hombre pobre” y estaba basada en una novela del mismo título de Irwin Shaw. Contaba la historia de dos hermanos, Rudolph y Thomas (Rudy, Peter Strauss, y Tom, Nick Knolte) Jordache desde 1945 hasta 1968. Hijos de un emigrante alemán, un amargado panadero de los barrios más pobres de Nueva York, Rudy perseguía el éxito sin escrúpulos y consiguió fama, dinero y poder. Tom, en cambio, era un hombre impulsivo y violento que pretendió hacerse boxeador y acabó en la delincuencia y en el desastre. Sin embargo, respondiendo al tópico de los ricos malos –sobre todo si son hombres de negocios– y los pobres buenos, Tom era de una gran humanidad mientras que Rudy era frío, calculador y cruel. No recuerdo cómo acababa la serie. Pero, en cualquier caso, no es de esa serie de lo que quiero hablar. El recuerdo de la misma me ha llevado a pensar en el hombre viejo y el hombre nuevo de los que nos habla san Pablo en su epístola a los colosenses:

“… despojaos del hombre viejo y de sus acciones y revestíos del hombre nuevo que, en busca de un conocimiento cada vez más profundo, se va renovando a imagen de su creador”.

Todos tenemos dentro de nosotros, coexistiendo en lucha, un hombre viejo y un hombre nuevo, y es nuestra misión en la vida ir transformando al viejo en nuevo. Seguro que hay cientos de interpretaciones y exégesis de estos dos personajes internos. El propio san Pablo nos dice algo de cada uno de ellos. Del nuevo, está escrito más arriba que tiene que irse renovando a imagen de su creador. Y, un poco más abajo, san Pablo nos dice en qué consiste esa renovación:

“Sois elegidos de Dios, pueblo suyo y objeto de su amor; revestíos, pues, de sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia. Soportaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga motivos de queja contra otro. Del mismo modo que el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo, revestíos del amor que es el vínculo de la perfección. Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones; a ella os ha llamado Dios para formar un solo cuerpo. Y sed agradecidos. Que la palabra de Cristo habite en vosotros con toda riqueza; enseñaos y exhortaos unos a otros con toda sabiduría, y cantad a Dios con un corazón agradecido salmos, himnos y cánticos inspirados. Y cuanto hagáis o digáis, hacedlo en nombre de Jesús, el Señor, dando gracias a Dios Padre por medio de él”.

También nos habla san Pablo, unas líneas más arriba, de lo que son las acciones del hombre viejo de las que debemos huir:

“¡Lejos de vosotros todo lo que signifique ira, indignación, malicia, injurias o palabras groseras! No os engañéis unos a otros; despojaos del hombre viejo…”.

Con todo esto, he urdido una idea propia de lo que son el hombre viejo y el nuevo que llevamos dentro. Puede que no coincida con lo que otros muchos más doctos que yo hayan podido decir o que sea una repetición de lo ya dicho por éstos. No lo sé. Pero, no obstante, me atrevo a hacer mi propia reflexión.

El hombre viejo cree que se le debe algo. Se lo deben los demás, el mundo o, incluso, si cree en Dios, se lo debe Dios. Muchos han dejado de creer en Dios porque piensan que no les ha dado eso que se les debe y que, en última instancia, Dios debía darles en el momento en el que ellos lo pidiesen. ¿A qué se cree que tiene derecho el hombre viejo? Generalmente a tener los bienes, sean del tipo que sean, que está acostumbrado a tener o que desea. Ha olvidado que eso que cree tener en propiedad le ha sido dado, que no tiene nada que no le haya sido dado, aunque él haya puesto también un esfuerzo para conseguirlo. Precisamente por esto, lo considera suyo y, si lo pierde o lo ve en peligro, le sobreviene la ira, la indignación, contra Dios, el mundo o los demás. Y entonces puede caer en la malicia y el engaño para conseguirlo o en las injurias y palabras groseras para insultar o despreciar a quien cree que no le da lo que le es debido o mira por encima del hombro con desprecio o palabras groseras a quien cree que tiene menos bienes que él.

El hombre viejo, además, odia sus límites. Le desaniman, le enfurecen, le deprimen, le vuelven envidioso con aquellos que cree que no tienen esos límites que él siente. El que es más rico o más feliz que él. Su voracidad para alejar esos límites puede crecer desmesuradamente. Y si cree en Dios, piensa que Él tiene la obligación de quitarle esos límites. En última instancia, le gustaría carecer de límites. En una palabra, ser Dios. Y el no conseguirlo, le encoleriza o le deprime. El hombre viejo, aunque pueda ser pobre, es, en el sentido evangélico de la palabra, “rico”. De los que es más difícil que se salven que que un camello pase por el ojo de una aguja. ¿Quién no tiene un hombre viejo así dentro, más o menos desarrollado?

El hombre nuevo, en cambio, sabe que todo es gracia. Que todo le ha sido dado. Que incluso la capacidad del esfuerzo para conseguir lo que ha conseguido, ha sido un don, un préstamo, y que no tiene derecho a exigir que nada sea suyo. Cada día hace un acto de desapropiación de lo que tiene. Renuncia a ello y, después, le pide a Dios que, si es su voluntad, le restituya todo o parte de lo que le ha entregado. Es pobre, en el sentido evangélico. Cada día “vende” todo lo que tiene, se lo da a los pobres y sigue a Jesús. Y si algo le es restituido, da gracias por eso y olvida lo que no le ha sido devuelto. ¡Ufffff! ¡Qué difícil! ¡Imposible! Sí, totalmente imposible sin la gracia de Dios. Por eso está siempre en busca de un conocimiento cada vez más profundo, se va renovando a imagen de su creador, en un proceso de toda una vida con avances y retrocesos contínuos. Y sabe que esa renovación no puede hacerla él solo. Necesita la gracia de Dios y la mendiga cada día en la oración. El hombre nuevo, sea rico o pobre, es pobre en el sentido evangélico.

La oración del hombre nuevo y evangélicamente pobre, tiene que consistir en pedirle a Dios que le enseñe a amar sus límites en vez de detestarlos. A amarlos y sobrellevarlos como la cruz de Cristo, a la que tiene que amar. Tiene que pedirle a Dios que crucifique al hombre viejo en esos límites que detesta y que, al mismo tiempo, haga que el hombre nuevo resucite con Él. Esto se dice o se piensa muy fácilmente cuando no nos sentimos estrujados contra nuestros límites. ¡Pero qué difícil cuando nos aprietan y nos rozan, como un zapato pequeño y malo para un peregrino! Por eso, como en todo, conviene entrenarse en las pequeñas presiones contra nuestros límites para ser capaz de rezar así cuando la presión alcance límites insoportables.

Hay innumerables tipos de límites, pero me atrevería a agruparlos en cuatro tipos: los primeros serían los límites de tipo material y económico. Los segundos los de tipo intelectual y fisiológico; escasa inteligencia, errores de juicio, pérdida de prestigio, enfermedad, vejez, decrepitud, física y mental, muerte, etc. Los terceros serían todos aquellos que nos impiden hacer que la gente a la que queremos o de la que dependemos se comporte como nos gustaría. Los cuartos son de tipo moral; ser incapaces, aun deseándolo con toda el alma, de la perfección moral de obrar siempre de la forma correcta por falta de voluntad.

No creo necesario describir más los primeros. Ahí están todas las cosas que nos gustaría tener y no podemos, todos los esfuerzos y angustias para llegar a fin de mes, el paro, etc. Todos queremos tener trabajo, que nos paguen más, que nos toque la lotería, etc., para poder libarnos de esos límites. Y está bien quererlo. Pero la mayoría de las veces las cosas no son en este sentido como nos gustarían y nos podemos sentir agobiados. Pero el hombre nuevo tiene que llegar, no sólo a aceptar esos límites con fair play, sino a amarlos. ¿Amarlos? Imposible. Totalmente para nosotros, pero no para Dios obrando en nosotros. Y esa tiene que ser la oración del hombre nuevo, sin que, por supuesto, eso le lleve a la renuncia de poner todos sus medios humanos para alejar esos límites en la medida de lo posible. Pero amándolos, porque son ellos los que nos llevan a buscar a Dios y a acercarnos a Él. Sólo con la ayuda de Dios podremos.

El hombre nuevo tiene también que amar el segundo tipo de límites. Los del cuerpo o la mente. El filósofo francés Emmanuel Mounier en su libro, “El personalismo”, dice:

“No puedo pensar sin ser, ni ser sin mi cuerpo; […], por su envejecimiento me enseña la duración, por su muerte me enfrenta con la eternidad. Hace sentir el peso de la esclavitud, pero al mismo tiempo está en la raíz de toda consciencia y de toda vida espiritual. Es el mediador omnipresente de la vida del espíritu”.

San Juan Pablo II es un maestro de aprender a amar este tipo de límites. En 1985, cuando cumplió 65 años, en plenas capacidades físicas y mentales, escribió la siguiente oración:

“Señor, hace ya sesenta y cinco años que me diste el don inestimable de la vida y, después de mi nacimiento, no has cesado de llenarme de tu gracia y de tu amor infinito. A lo largo de estos años se han entretejido grandes alegrías, pruebas, éxitos, fracasos, enfermedades, duelos… como le ocurre a todo el mundo. Ayudado por tu gracia y tu auxilio, he podido triunfar de estos obstáculos y avanzar hacia ti. Hoy me siento rico en mi experiencia y en el gran consuelo de haber sido colmado de tu amor. Mi alma te canta su reconocimiento.

Pero cada día veo a mi alrededor ancianos a los que envías fuertes pruebas: sufren parálisis, incapacitación, senilidad, y a menudo no tienen fuerza para rezarte. Otros han perdido el uso de sus facultades mentales y no pueden alcanzarte a través de su mundo irreal. Veo la vida de esas personas y me digo: «¿y si fuese yo?» Entonces, Señor, hoy mismo, mientras estoy todavía en posesión de todas mis facultades motrices y mentales, te ofrezco por anticipado mi aceptación de tu santa voluntad, y desde ahora quiero que si una u otra de esas pruebas me llegan, pueda servir para tu gloria y para la salvación de las almas. También desde ahora te pido que sostengas con tu gracia a las personas que tengan la ingrata tarea de prestarme su ayuda.

Si un día, la enfermedad invadiese mi cerebro y aniquilase su lucidez, desde ahora, Señor, mi sumisión está delante de ti y se seguirá de una silenciosa adoración. Si un día, un estado de inconsciencia prolongada tuviera que destruirme, yo quisiera que cada una de esas horas que tenga que vivir sea una serie ininterrumpida de acciones de gracias y que mi último suspiro sea también un suspiro de amor. Mi alma, guiada en ese instante por la mano de María, se presentará ante ti para cantar eternamente tus alabanzas. Amen”.

Esa es la actitud del hombre nuevo. Crucificado en esos límites, acercarse a la cruz de Cristo y a su resurrección. ¡Qué difícil! ¡Imposible sin la gracia! Por eso hay que pedirla en oración. Con la gracia, esos límites, a menudo terribles, pueden ser el camino hacia Dios. Ese fue el camino que nos enseñó san Juan Pablo II.

Pero también se encuentra en este tipo de límites todas aquellas cosas que nos impidan tener el prestigio y/o respeto que creemos merecernos. Todos somos dignos de respeto, pero me estoy refiriendo al respeto de sentirnos demasiado importantes o, incluso, envidiados. Aspirar a más prestigio o respeto del que merecemos. Es muy ilustrativo de estos límites el salmo 131 (130) que dice:

“Señor, mi corazón no es altanero, ni mis ojos engreídos. Nunca perseguí grandezas […] que me superan, sino que aplaco y modero mis deseos; estoy como un niño en brazos de su madre. ¡Espera, Israel, en tu Señor, ahora y siempre!”

¿Y el tercer tipo de límites? ¡Cuántos padres sufren terriblemente por el comportamiento de sus hijos! Ven, sin poder hacer prácticamente nada, cómo se adentran en caminos sin salida o que les van a acarrear enormes dificultades en la vida. Y piensan: “He hecho todo lo que he sabido y estaba en mi mano para educarles en el bien y la cosa acaba en esto. ¿Qué he hecho mal, en qué me he equivocado?” Y hasta pueden aumentar su sufrimiento con esta angustia. Puede ser también que queramos ayudar a una persona a la que queremos y que seamos impotentes para hacerlo. Y esto, claro, crea sufrimiento. O tal vez ese límite lo encontramos en esa persona a la que hemos ayudado innumerables veces y que, cuando somos nosotros los que necesitamos su ayuda, nos dejan en la estacada. Tal vez estos puedan ser también los hijos. O ese jefe que nos hace la vida a cuadros. Amar estos límites es, si cabe, todavía más difícil. Por eso hay que pedirlos más.

Están, por último, los límites de tipo moral. Querer hacer el bien y que no podamos, que hagamos aquello que no queremos, que sabemos que está mal. Otro santo, esta vez san Pablo, nos indican el camino a seguir para amar estos límites.

“Pero yo soy un hombre acosado por apetitos desordenados […] y no acabo de comprender mi conducta, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. […] Y bien se yo que no hay en mí […] cosa buena. En efecto, querer el bien está a mi alcance, pero hacerlo no. Pues no hago el bien que quiero, sino el mal que aborrezco. […] ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que es portador de muerte? ¡Tendré que agradecérselo a Dios, por medio de Jesucristo, nuestro Señor!” (Romanos 7, 14-25)

“Precisamente para que no me sobreestime, tengo un aguijón clavado en mi carne, un agente de Satanás encargado de abofetearme para que no me enorgullezca. He rogado tres veces al Señor para que apartase esto de mí, y otras tantas me ha dicho: ‘Te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad’. Gustosamente, pues, seguiré presumiendo de mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Y me complazco en soportar flaquezas, oprobios, necesidades, persecuciones y angustias, porque cuando me siento débil, entonces es cuando soy fuerte”. (2 Corientios 12, 7-10)

Probablemente sean estos límites morales los que más duelan a nuestra conciencia. Al fin y al cabo, los otros límites no son, en general culpa nuestra, no nos son directamente achacables, pero los morales… nos dejan la conciencia herida. Pero, ¿es la conciencia o nuestro amor propio el que queda herido? Hace años leí, no recuero dónde una oración que decía:

“Líbrame, Señor, de la perfección que yo quiero darme y ábreme a la santidad que Tú quieras concederme”.

Porque la santidad, el bien moral, no es algo que se logre a base de puños, sino que es algo que nos es dado. Dice el salmo 51:

“Crea en mí, ¡oh Dios!, un corazón limpio, renueva dentro de mí un espíritu firme”.

El corazón limpio de las bienaventuranzas, el que nos hará ver a Dios, es un regalo que hay que buscar en el sitio adecuado. Y, ¿cuál es ese sitio? Lo expresa maravillosamente una conversación entre san Francisco de Asís y el hermano León, que se reproduce en el libro “Sabiduría de un pobre” de Éloi Lecrerc. Dicen:

“-¡Hermana agua! –gritó Francisco acercándose al torrente–. Tu pureza canta la inocencia de Dios.

Saltando de una roca a otra, León atravesó el torrente. Francisco le siguió. Tardó más tiempo. León, que le esperaba de pie en la otra orilla, miraba cómo corría el agua limpia con rapidez, sobre la arena dorada, entre las masas grises de las rocas. Cuando Francisco se le juntó, él siguió con su actitud contemplativa. Parecía no poder desatarse de ese espectáculo. Francisco le miró y vio tristeza en su rostro.

-Tienes aire soñador –le dijo simplemente Francisco.
-¡Ay, si pudiéramos tener un poco de esta pureza –respondió León–, también nosotros conoceríamos la alegría loca y desbordante de nuestra hermana agua y su impulso irresistible!

Había en sus palabras una profunda nostalgia, y León miraba melancólicamente el torrente, que no cesaba de huir en su pureza inaprensible.

-Ven –le dijo Francisco, tomándole del brazo.

Empezaron los dos otra vez a andar. Después de un momento de silencio, Francisco preguntó a León:

-¿Sabes tú, hermano, lo que es la pureza de corazón?
-Es no tener ninguna falta que reprocharse –contestó León sin dudarlo.
-Entonces comprendo tu tristeza –dijo Francisco–, porque siempre hay algo que reprocharse.
-Sí –dijo León–, y eso es, precisamente, lo que me hace desesperar de llegar algún día a la pureza de corazón.
-¡Ah!, hermano León; créeme –contestó Francisco–, no te preocupes tanto de la pureza de tu alma. Vuelve tu mirada hacia Dios. Admírale. Alégrate de lo que Él es. Él, todo santidad. Dale gracias por Él mismo. Es eso, hermanito, tener puro el corazón. Y cuando te hayas vuelto así hacia Dios, no vuelvas más sobre ti mismo. No te preguntes en dónde estás respecto a Dios. La tristeza de no ser perfecto y de encontrarse pecador es un sentimiento todavía humano, demasiado humano. Es preciso elevar tu mirada más alto, mucho más alto. Dios, la inmensidad de Dios y su inalterable esplendor. El corazón puro es el que no cesa de adorar al Señor vivo y verdadero. Toma un interés profundo en la vida misma de Dios y es capaz, en medio de todas sus miserias, de vibrar con la eterna inocencia y la eterna alegría de Dios. Un corazón así está a la vez despojado y colmado. Le basta que Dios sea Dios. En eso mismo encuentra toda su paz, toda su alegría y Dios mismo es entonces su santidad.
-Sin embargo, Dios reclama nuestro esfuerzo y nuestra fidelidad –observó León.
-Es verdad –respondió Francisco–. Pero la santidad no es un cumplimiento de sí mismo, ni una plenitud que se da. Es, ante todo, un vacío que se descubre, y que se acepta, y que Dios viene a llenar en la medida en que uno se abre a su plenitud. Mira, nuestra nada, si se acepta, se hace el espacio libre en que Dios puede crear todavía. El Señor no se deja arrebatar su gloria por nadie. Él es el Señor, el Único, el Solo Santo. Pero toma al pobre por la mano, le saca de su barro y le hace sentar sobre los príncipes de su pueblo para que vea su gloria. Dios se hace entonces el azul de su alma. Contemplar la gloria de Dios, hermano León, descubrir que Dios es Dios, eternamente Dios, más allá de lo que somos o podemos llegar a ser, gozarse eternamente de lo que Él es. Extasiarse delante de su eterna juventud y darle gracias por Sí mismo, a causa de su misericordia indefectible, es la exigencia más profunda del amor que el Espíritu del Señor no cesa de derramar en nuestros corazones, y eso es tener un corazón puro, pero esta pureza no se obtiene a fuerza de puños ni poniéndose en tensión.
-¿Y cómo hay que hacer? –preguntó León.
-Es preciso, simplemente, no guardar nada de sí mismo. Barrerlo todo, aún esa percepción aguda de nuestra miseria; dejar sitio libre; aceptar ser pobre; renunciar a todo lo que pesa, aún al peso de nuestras faltas; no ver más que la gloria del Señor y dejarse irradiar por ella. Dios es, eso basta. El corazón se hace entonces ligero, no se siente ya él mismo, como la alondra embriagada de espacio y de azul. Ha abandonado todo cuidado, toda inquietud. Su deseo de perfección se ha cambiado en un simple y puro querer de Dios.

León escuchaba gravemente, mientras andaba delante de su padre. Pero, a medida que avanzaba, sentía que su corazón se hacía ligero y que le invadía una gran paz”.

***

Como decía santa Teresa de Lisieux (los santos son ejemplos de muchas cosas pero tal vez de la que más sea la forma de amar sus límites):

“Lo que le agrada a Dios de mi pequeña alma es que ame su pequeñez y su pobreza, que tenga una infinita confianza en su misericordia”.

Ahí está la clave para superar todos los límites. En el reconocimiento humilde de nuestra incapacidad, de nuestra insignificancia, de nuestra pobreza y poner estas debilidades delante del Señor para que Él sea fuerte en nosotros. En pedirle que nos baste su gracia. Pedirlo sin descanso, como la viuda pedía justicia al juez inicuo (Cfr. Lucas 18, 1-8) o como el hombre que pedía dos panes al amigo a horas intempestivas (Cfr. Lucas 11, 5-10). Hay que rezar a tiempo y a destiempo pidiendo esas cosas. El amor a esos límites. El Espíritu Santo. “¿Quién, si un hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más, vuestro Padre dará el Espíritu Santo a quien se lo pida?”. (Lucas 11, 11-13). Normalmente, Dios no nos quitará los límites. Ni nos lo ha prometido ni sería bueno para nosotros. En cambio, si se lo pedimos, nos convertirá en hombres nuevos y  transformará nuestros límites en caminos hacia Él. Nos pasará lo que dice el salmo 84:

“… dichoso el que encuentra en ti su fuerza y peregrina hacia ti de buena gana. Al pasar por el valle del llanto lo convierte en manantiales, la lluvia de otoño lo cubre de bendiciones. Camina animoso para ver al Señor en Sión”.

No puedo por menos que terminar esto con un refrán muy típico español que ha popularizado recientemente Mariano Rajoy en el Parlamento: “¡Consejos tengo que para mí no tengo!” En fin, habrá que entrenarse.