Hace unos días The
Economist Intelligence Unit, una de las plataformas globales
líderes en inteligencia de negocios, publicó su Democracy
Index 2018, que pretende ofrecer una visión del estado de la
democracia mundial mediante el análisis comparativo de 165 países soberanos y
dos territorios. El índice se basa en cinco categorías: proceso electoral y pluralismo político;
libertades civiles; funcionamiento del gobierno; participación política, y
cultura política.
Cada una de dichas categorías se
compone de 60 indicadores, y a partir de ellos, los estados se clasifican como
“democracia plena”, “democracia imperfecta”, “régimen híbrido” y “régimen
autoritario”. Como es habitual, la publicación del índice ha originado las
consabidas polémicas entre los que perciben que el país considerado debería
estar más arriba o más abajo en ranking, o que la clasificación ignora
importantes dimensiones socioeconómicas.
En cualquier caso, estos son los 50
primeros países del Democracy
Index 2018, de los cuales a los 20 primeros se les considera
democracias plenas:
España, un año más, figura en la lista
de las democracias plenas, repitiendo la puntuación conseguida en 2017 (8,08),
situándose en el número 19 de la clasificación. La nota media de nuestro país
en los últimos 11 años es de 8,16, lo cual constituye un legítimo motivo de
orgullo, pero a la vez debe ser un acicate para mejorar en aquellos aspectos
que nos impiden progresar.
La publicación del ranking también ha
supuesto un varapalo para quienes pretenden desacreditar la democracia española
basándose en supuestas derivas totalitaristas, comportamientos represivos y
recortes brutales de los derechos y libertades civiles. No hace falta citarlos
expresamente, ya que son sobradamente conocidos por todos ustedes. Este
artículo está especialmente dedicado a ellos.
Nada es casual
A los lectores sinceramente escépticos
y descreídos de estas clasificaciones, cabe recordarles que el Democracy Index no es el único
ranking global que se publica cada año. Los hay de muy diversa naturaleza; los
más importantes resultan serios y completos, se sustentan en un ingente trabajo
de investigación y están avalados por sólidas instituciones y think tanks internacionales.
Además, son públicos, suelen venir acompañados de informes detallados y su
metodología se halla disponible para quien quiera profundizar o criticar.
Aprovechando estas características, en la entrada de hoy utilizaré algunos de
esos indicadores para ponderar
la clasificación de democracias que acabamos de compartir.
No es un ejercicio nuevo en Sintetia;
ya hicimos algo similar en 2014 y en 2016 con el Índice de
Libertad Económica elaborado por la Fundación
Heritage, uno de los referentes del liberalismo global. Aquel
sencillo divertimento analítico, destinado a la reflexión y al intercambio,
vino a confirmar de manera no académica lo que la intuición nos venía advirtiendo:
la verdadera libertad económica
es aquella en la que no sólo las transacciones económicas están libres de
trabas y aseguradas jurídicamente, sino donde el resto de las libertades
civiles disfrutan de un elevado grado de madurez en su ejercicio, materializándose
todo ello en una ciudadanía próspera, longeva, saludable y bien educada.
El top 25 del índice ponderado de
libertad económica quedó entonces como sigue:
Antes de realizar un ejercicio de
ponderación similar con el Democracy
Index, de nuevo la intuición me sugiere que figurar en el ranking
de las mejores democracias globales no es casual, y que dicha alta valoración
debe venir acompañada necesariamente de buenas calificaciones en otras
dimensiones políticas, sociales y económicas. Comprobémoslo.
Construyendo el índice.
El ejercicio efectuado es simple e,
insisto, nada académico, aunque suficiente para el objetivo pretendido. Me
propongo contrastar los 50 primeros países del Democracy Index con el Índice de Desarrollo Humano
de la ONU y otros ocho indicadores adicionales en su edición de 2018 (2017 en
el caso del índice de corrupción).
Se construye así un sencillo
índice sintético constituido por la suma de los 10 respectivos rankings de cada
nación en las dimensiones consideradas, ordenando después los países de menor a
mayor puntuación promedio (cuanto menor, mejor).
Los rankings incluidos en este
artículo han sido los siguientes:
§ El Índice de Desarrollo Humano de la ONU,
toda una referencia global en su área.
§ El índice Freedom of the Word de Freedom House, que
sirve de excelente contraste con el Democracy Index, al centrarse en los
derechos políticos y libertades civiles de los países analizados.
§ El World Press Freedom Index de Reporteros Sin
Fronteras, que estudia un pilar tan esencial en cualquier
democracia como es la libertad de prensa.
§ El Global Peace Index del Institute
for Economics and Peace, que clasifica a los países según tres
dimensiones: la seguridad interna y protección de la sociedad; su nivel de
conflictos interiores y exteriores, y su grado de militarización.
§ El mencionado Índice de Libertad Económica de Heritage.
§ El ya clásico Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia
Internacional.
§ El Índice de Compromiso en Reducción de la Desigualdad,
una muy interesante comparativa de Oxfam que pretende reflejar el esfuerzo de
cada país en aquellos elementos considerados clave para la lucha contra la
desigualdad.
§ El Índice de Competitividad Global del Foro Económico
Mundial, que profundiza en los indicadores fundamentales que
determinan el crecimiento y la productividad de una nación en el siglo XXI.
§ Finalmente, el Índice Doing Business, la publicación
insignia del Grupo
Banco Mundial, que analiza indicadores cuantitativos sobre las
regulaciones empresariales y la protección de los derechos de propiedad privada
que son comparables en 190 economías, en el convencimiento de que la salud y
dinamismo del tejido empresarial son pilares para la prosperidad de cualquier
democracia avanzada.
Se han elegido aquellos indicadores
disponibles que pudieran complementar adecuadamente al Democracy Index. Podrían
haberse incluido otros, pero o bien en ellos no figuraban todos los 50 países
del índice principal, o no estaban convenientemente actualizados. Soy
consciente de que algunos de los rankings son a su vez compuestos y pueden
contemplar algunas dimensiones ya analizadas en otros indicadores. Al
igual que en 2014 y en 2016, he renunciado también a ponderar los diferentes
elementos, con el fin de no introducir más subjetividad que la de la propia elección
de ranking. Dicho esto, y salvo error u omisión en el tratamiento de los
datos por mi parte, la clasificación
completa con el resultado ponderado de las 48 primeras
democracias en 2018 pueden consultarlo haciendo clic en este enlace
(no están incluidos ni Taiwan ni Surinam por falta de datos). Les animo a
curiosear.
La tabla resumida es la siguiente. En
ambas columnas pueden comparar la posición obtenida por las “democracias
plenas” (azul oscuro) en el ranking ponderado Sintetia 2018 (democracia,
libertad y prosperidad económica) con su posición correspondiente en el Democracy Index. El resultado
habla por sí mismo.
Sin sorpresas
La clasificación anterior corrobora lo
apuntado en ediciones anteriores de este Índice Sintetia y lo que el mero
sentido común nos venía anunciando: los 50 países mejor clasificados en el
ranking 2018 de democracias de la
Economist Intelligence Unit siguen siendo, sin variaciones
significativas, los mejor situados dentro del top 50 mundial una vez hemos
ponderado el ranking con los nueve indicadores adicionales. Estoy seguro de
que, si añadiéramos nuevas dimensiones, los resultados tampoco serían muy
diferentes.
Dicho de otra forma, muy raramente (diría que nunca) podremos
calificar a una democracia como avanzada sin que presente niveles
satisfactorios y homogéneos de desarrollo humano, libertades civiles, libertad
económica, seguridad, solidaridad, corrupción, competitividad y prosperidad
económica. Se trata de un todo virtuoso que se realimenta
positivamente y que deberíamos cuidar como un frágil tesoro.
Con respecto a España, podemos
comprobar como su lugar en ambos índices apenas sufre cambios, lo que nos habla
de la fortaleza de su
posición internacional y desmonta el argumentario apocalíptico de aquellos que
pretenden desprestigiarnos con argumentos falaces. Mentirosos
aparte, y tal como escribimos en 2016,
los españoles tendemos a ser
derrotistas y a fustigarnos en extremo. Lo hacemos además con mucho dramatismo,
sin darnos cuenta de que nuestro país resiste con robustez comparaciones
globales en muy diversas áreas. También solemos pasar del derrotismo al triunfalismo
con demasiada facilidad.
Por ello, no cabe conformarse con nuestra posición actual, cuyo
análisis desapasionado nos revela diversas áreas de mejora sobre las que
debemos ponernos a trabajar sin dilación. En palabras de Harry Stack Sullivan,
psiquiatra y psicoanalista estadounidense, “la autocomplacencia es el narcótico
de los hombres débiles”. Tal reflexión sirve tanto para el individuo como para
el país en su conjunto. No lo olvidemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario