Me
da miedo ser optimista. Y no es por el desencanto que el optimismo infundado pueda
causar si la cruda realidad lo desmiente. No, no es por eso. Ciertamente, mi
optimismo sobre la recuperación económica, si bien no está fundado en un sesudo
análisis de datos econométricos, no es, tampoco, infundado. Está fundado en el
sentido común y en los antecedentes históricos. Mi miedo al optimismo viene más
bien de mi miedo, un poco vanidoso, lo reconozco, a no estar a la altura
intelectual del pesimismo. Porque el pesimismo parece rodeado, sin ningún
motivo racional, de una aureola de perspicacia intelectual, mientras que el
optimismo suele ser tildado de ingenuidad y simpleza. Sin embargo, venciendo este
miedo, me voy a permitir ser optimista sobre la recuperación económica. En lo
que escribirá a continuación, me voy a ratificar en lo que escribí el 27 de
Marzo de este año, es decir, hace casi exactamente dos meses, aunque parezca
que hace una eternidad de esa fecha. En esa fecha publiqué en mi blog (y envié
en un envío de los viernes) un artículo con el título: “Y, con el
coronavirus, con la economía, ¿qué?”, del que pongo el link a continuación:
No
sólo me voy a ratificar en lo que entonces escribí, sino que me temo que voy a
ser repetitivo, empezando por citarme. Decía:
“La
primera guerra mundial duró 4 años y causó cerca de 30 millones de muertos
entre soldados y civiles y fue seguida por la mal llamada gripe española[1]
que causó otros 30 millones de muertos. Pues bien, poco después de acabar la
guerra empezó una rápida recuperación económica que dio lugar a los llamados
“locos años 20”. En esos años lo que se gestó fue una inmensa burbuja que acabó
en la terrible crisis del 29. Ciertamente, la curva de la economía en esos años
se pareció a una U, con una base muy ancha, es decir, a una bañera. Pero esa
bañera tuvo esa forma por la larga duración de las catástrofes encadenadas: cuatro años de
guerra y dos de pandemia[2]. Sin embargo, la subida
fue rápida y superó pronto en altura al punto anterior a la guerra”.
[…]
“Todo
esto se puede ver de una manera extraordinariamente clara en el siguiente
vídeo. Cuatro minutos sin desperdicio”.
Ahora
quiero que miréis en especial este vídeo en el minuto 1 y 20 segundos. Ahí se
ve, con perspectiva histórica, el impacto económico de la inmensa tragedia
humana de la Primera Guerra Mundial y de la pandemia de la mal llamada gripe
española. La sorpresa es mayúscula al comprobar el minúsculo efecto temporal de
esta catástrofe en la economía. La caída fue enorme, pero la recuperación se
produjo en un tiempo imperceptible. Eso dije hace un par de meses. Pero debo
reconocer que a lo largo de estos dos meses me ha dejado ganar, en algunos momentos
por el pesimismo, por los cantos de sirena de los perspicaces e inteligentes
pesimistas. Bien es verdad que la situación política por la que pasamos incita
al pesimismo. Pero luego hablaré de eso un poco. No de la situación política
sino del pesimismo que induce sobre la realidad más profunda.
A
veces un pequeño detalle o una pequeña experiencia, aparentemente
insignificante, te hacen abrir los ojos. Yo tuve esta experiencia este martes
pasado, día 26 de Mayo. Para celebrar que Madrid entraba en la fase 1, fuimos a
cenar, mi mujer y yo, con unos buenos amigos nuestros, a la terraza de un
restaurante de Pozuelo: 80º. Sucede que esa cadena de magníficos restaurantes
es del hijo de estos amigos con los que cenamos. Y este joven emprendedor vino
a charlar un momento con nosotros a nuestra mesa. Nos explicó, con un
entusiasmo contagioso, cómo en estos meses, con los restaurantes cerrados a cal
y canto, había orientado su negocio hacia la comida a domicilio –además de
hacer una magnífica labor humanitaria dando miles de comidas gratuitas para la
gente más desfavorecida, a través de la Fundación Madrina–. La terraza estaba
llena. Pero no solo esa terraza, la Avenida de Europa hervía. Todas las
terrazas estaban llenas y se respiraba un ambiente de alegría, de recuperación,
impresionante. A través de las cristaleras veía el restaurante vacío y en
penumbra. Pero el hijo de mi amigo me lo hizo ver lleno. Vibraba de ilusión.
Esperaba sacar pronto del ERTE a todos los empleados a los que tuvo que hacérselo.
Ya pensaba en abrir nuevos restaurantes y en ampliar la cocina central de la
cadena para atender a un distribuidor que envía comida de restauración de
calidad a medio mundo. Me dijo: “Tomás, para volver a arrancar esto, sólo
tengo que encender las luces. Todo está igual que el día que cerré”. Y me di
cuenta de la inmensa razón que tenía. A diferencia de la Primera Guerra
Mundial, tras la que las fábricas, los edificios y las ciudades quedaron
destruidas, en la que lo más granado de la juventud había muerto, a diferencia
de la gripe “española” que se había cebado en todo el mundo con 30 millones de
muertes en todo el mundo, sobre todo en los niños, ahora, todo está intacto. No
había más que encender la luz. Y llamar a los mismos empleados a los que hace
unos meses había hecho un ERTE. Y eso le pasa a todos los sectores. Las
fábricas de coches sólo tienen que encender la luz. Los aviones están en los
hangares, esperando a que la gente reaccione para arrancar los motores. Los
hoteles no han sido destruidos, están ahí, sólo tienen que encender las luces. Oigo
decir que están lloviendo las reservas para el mes de Julio. Las casas que
estaban construidas hace unos meses siguen ahí. Y así con tantas y tantas
cosas. Cierto que hay empresas que han quebrado. Otras nuevas abrirán, tal vez
con los mismos emprendedores, o tal vez con otros, y llenarán su hueco de las
anteriores. No quiero, ¡por Dios!, minimizar las tragedias que han ocurrido en
estos meses. 30.000 muertos en España y varios cientos de miles en todo el mundo.
No es cuestión de co¡ifras. Cada vida vale por todas las vidas del mundo, pero entre
la Primera Guerra Mundial y la gripe “española” sumaron 60 millones de muertos ¡¡¡¡Sesenta
millones!!!! Y la guerra dejó de tras sí montañas de ruinas
que había que reconstruir con sudor y lágrimas. No había luces que encender.
Todo estaba apagado y oscuro.
Sí,
lo sé, el ejemplo es un poco irreal. Pozuelo es un sitio de privilegiados.
Puede. Sí, lo sé. Hay mucha gente que ha perdido sus ingresos y, sobre la
inmensa tragedia que eso supone, es además gente que no podrá, en un primer
momento, participar en la recuperación de la economía utilizando para ello unos
ingresos de los que carece. Pero a medida que se vayan encendiendo las luces, esas
personas irán encontrando trabajo y aportando su consumo al relanzamiento y a
que se enciendan más luces, que acogerán a más personas que tendrán ingresos
para gastar y que harán que se enciendan más luces, que… ¿El cuento de la
lechera? No lo creo. Por favor, mirad ora vez el minuto 1, segundo 22 del
vídeo. No es una crisis estructural como la del 29 a la de 2008. El día antes
de la pandemia todo funcionaba con la relativa normalidad y los problemas
normales con la que las cosa funcionan cuando funcionan. No había burbujas que
reventasen, ni nada parecido. Simplemente, llegó la catástrofe.
Cuando
uno mira a un mar tempestuoso, ve inmensas y amenazadoras olas y puede llegar a
pensar que el océano está agitado en toda su extensión. Pero no. En lo profundo
está tranquilo y fuerte. En España tenemos en la superficie, siendo suave, un
pésimo y lamentable gobierno. Pero la fuerza está debajo. Una inmensa parte de
los españoles están ahí. Este gobierno nos dará miedo con las olas de
superficie. Pero España es mucho más que sus gobernantes. España es un país de
gente recia, trabajadora, fuerte, productiva. Cierto que se quiere crear, con
cierto éxito, una subespecie de ninis y perroflautas. Pero hay mucha
resiliencia en la España de verdad. En el fondo, todo español sabe que los
perroflautas y ninis son despreciables. Y creo que, por mucho esfuerzo que
hagan los podemitas y los mentirosos, no van a conseguir acabar con la España
de verdad.
Se
van a encender las luces y vamos a salir de esta mucho antes de lo que
pensamos. ¿V? ¿U? ¿L? Dentro de poco saldrán los datos del 2º trimestre. Y
serán terribles, no lo dudo. Pero son olas. Será el pico profundo de la V.
Vendrán el tercero y el cuarto. Y luego, 2021. El mar está debajo y empuja
hacia arriba. Hace poco está empezando a gestarse la imagen, que me parece magnífica
–que pena no haberla inventado yo–, de que saldremos en una V de Nike. Y, la
verdad es que la imagen me gusta, aunque no sea mía. Me gusta gráficamente y me
gusta en su sentido clásico. Cuando hoy se piensa en Nike, se pronuncia en
ingles: Naikí. Pero está mal pronunciado. Los emprendedores que lanzaron Nike
eligieron la marca por el nombre de la diosa griega de la victoria, Niké. La
victoria alada de Samotracia que va en la proa del barco. E idearon el logo
pensando en eso, en la victoria. La victoria del esfuerzo y de la
perseverancia. La única victoria que merece la pena. Por eso creo que saldremos
con V de Nike. O mejor, de Niké. Si saltáis de página, veréis a la victoria de
samotracia. ¡Con V de Niké!
¡¡¡¡Ánimo!!!!
Por
supuesto, también veo los peligros, pero prefiero no hablar de ellos ahora.
[1] La causa por la que se le llamó
gripe española parece que fue porque al estar España en paz, por no haber
entrado en la Gran Guerra, se hablaba de ella muchísimo más que en los países
que acababan de salir de ella. Pero todo parece indicar que se inició en
Haskell, Alemania
[2] La letra derecha no está en el
artículo original, pero como es mío…
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