El
3 de Octubre ha visto la luz una nueva encíclica del Papa Francisco: “Fratelli
tutti”. No la he leído todavía, pero sí que he leído algunos comentarios sobre
ella de personas que me merecen respeto por su recta adhesión a los principios
de la fe y la moral católicas.
He
meditado mucho antes de dar luz a estas líneas sobre esa encíclica. Son la traducción
al español, hecha por mí, de un texto editado por el Instituto Acton –trufado
de notas a pie de página mías– y unas reflexiones personales mías. Este Instituto
es una asociación creada por católicos que, como he dicho antes, tienen una recta
adhesión a los principios de la fe y la moral católicas y qué, además, son
firmes partidarios y defensores de la economía de libre mercado. No formo parte
de ese Instituto Acton, pero sí de una pequeña asociación española, con los
mismos principios, que lleva el nombre del escolástico español Diego de
Covarrubias, integrante de la llamada Escuela de Salamanca. Y he tenido que
meditar mucho antes de lanzarme a difundir esto, porque desde el principio de
su pontificado he sido un entusiasta de Francisco con su insistencia en salir
de misión a las periferias, con su énfasis en el perdón y en la vuelta a hacer
que el amor de Dios sea la guía de nuestro proceder y de nuestro amor al
prójimo. Quien bucee en mi blog tadurraca encontrará pruebas de ello. Pero al
mismo tiempo, me ha exasperado su sesgo cognitivo hacia sectores claramente de
izquierdas en lo que a temas económicos se refiere. Por supuesto, en un Papa,
pesa mucho más lo primero que lo segundo. Porque lo primero forma parte de lo
que se llama el magisterio petrino, mientras que lo segundo es dudoso que lo
haga o, si lo hace, lo hace desde su borde más externo con el que un buen
católico puede estar en abierto desacuerdo. Pero parece que Francisco una y
otra vez, en sus documentos pontificios, mezcla ambas cosas. Y me hace
preguntarme si ese popurrí que acaba haciendo de todos sus documentos no daña a
ese magisterio. Y, con gran dolor, me respondo que sí, que creo sinceramente
que sí lo daña. De ahí que, me anime, también con pena, a publicar esto. Lo
hago con el sentimiento de amor y respeto filial con el que un hijo corrige a
un padre que cree que se está equivocando y al que no puede hablar directamente,
a pesar de haberlo intentado. Como padre, creo que esta corrección filial es
buena y ma hace reflexionar. Creo que es incorrecto pero ilustrativo decir que
en todas las encíclicas de Francisco se puede ver el magisterio petrino,
representado por Francisco, sucesor de Pedro, mezclado con la ideología de
Jorge Bergoglio, forjada en ambientes que jamás han sabido, más que a través de
ejemplos incorrectos y prejuicios regionales, qué es la economía de libre
mercado. En esta incorrecta pero ilustrativa separación, rezo por ambos,
Francisco y Bergoglio. Creo que es Francisco el que, abrumado por el peso del
pontificado dice a menudo: “Os pido que recéis y hagáis rezar por mí”. Pues
bien, en obediencia filial rezo por él y os pido que vosotros también lo
hagáis. En fin, ahí van el artículo y mis reflexiones.
El
artículo.
Fratelli
Tutti es una mezcla ya familiar de afirmaciones dudosas, argumentos
desenfocados e introspecciones auténticas.
Dr. Samuel Gregg es Director de Investigación del
Instituto Acton. Ha escrito y hablado extensamente sobre cuestiones de política
económica, historia económica, ética en las finanzas y teoría de la ley
natural. Es autor de 15 libros, incluyendo Becoming Europe:
Economic Decline, Culture, and How America Can Avoid a European Future (2013) y Reason, Faith, and
the Struggle for Western Civilization (2019).
https://www.catholicworldreport.com/2020/10/05/fratelli-tutti-is-a-mixture-of-dubious-claims-strawmen-genuine-insights/
Este es el link en el que se puede ver el artículo original en inglés.
La encíclica del Papa Francisco refleja el amplio
espectro de los comentarios que han caracterizado su pontificado.
Una de las primeras cosas que llamarán la atención de
Fratelli Tutti, la nueva encíclica social de Papa Francisco es su enorme
extensión. Aproximadamente 43.000 palabras en inglés (incluidas notas a pie de
página), es decir, más que el libro del Génesis (32.046) y tres veces el tamaño
del Evangelio de san Juan (15.630).
A pesar de su extensión, hay pocas cosas que no hayamos
oído decir a Francisco con anterioridad de una u otra forma. Pero, tanto si
trata del asunto del castigo eterno o su tema del encuentro, esta encíclica
condensa en un solo documento los énfasis particulares, las preocupaciones
específicas y la esperanza general de Francisco sobre la Iglesia y el mundo.
Esto incluye lo mejor de Francisco, pero también lo que yo veo como ciertos
puntos ciegos persistentes.
Como la mayoría de las encíclicas sociales, Fratelli Tutti
aborda un popurrí de temas que van desde el análisis detallado del populismo
contemporáneo hasta la exploración de los significados de la bondad, reciprocidad
y gratuidad. Discutiendo estos y otros asuntos, Fratelli Tutti insiste en la
necesidad, para cristianos y no cristianos, de estar abiertos para aprender de
los demás. De hecho, la palabra “abierto” se usa no menos de 76 veces y va codo
con codo con la enfatización de la necesidad de diálogo. (repetida 49 veces).
Es en este espíritu en el que quisiera ofrecer respuesta a
dos asuntos de la encíclica que, sugiero, requieran una atención más detallada.
San Francisco y el Sultán
La figura de san Francisco de Asís ha aparecido mucho a lo
largo de este pontificado, y no es la menor de las causas de ello el hecho de
que Jorge Bergoglio, supuestamente, ha tomado ese nombre como Papa en
referencia a este santo cuando fue elegido en 2013. Fratelli Tutti empieza
invocando el famoso encuentro de san Francisco con el Sultán Malik-el Kamil en
Egipto en plena Quinta Cruzada. Afirma que el santo dijo a sus seguidores: “Cuando
estéis entre sarracenos y otros infieles, sin negar vuestra identidad, no promováis disputas ni controversias, sino estad
sometidos a toda humana criatura por amor a Dios”. Y añade el Papa Francisco: “Nos impresiona que
ochocientos años atrás Francisco invitara a evitar toda forma de agresión o
contienda y también a vivir un humilde y fraterno ‘sometimiento’, incluso ante
quienes no compartían su fe”.
Este texto, tomado de forma literal, sugiere que san
Francisco fue timorato o suave cuando se encontró con uno de los más poderosos
dirigentes musulmanes de su tiempo. Sin embargo, no fue ese el caso. La
historia completa está mejor contada por Agustine Thompson, O. P. en su libro “Francisco
de Asís, una nueva biografía” (2013). Una de las muchas fortalezas de este
libro es que derriba, mediante una atención meticulosa y un acercamiento a
fuentes primarias, varios mitos que se han creado sobre Francisco de Asís.
Thomson nos cuenta que cuando el Sultán preguntó a
Francisco y sus compañeros el propósito de su visita, el santo “fue
inmediatamente al meollo de la cuestión. Era el embajador del Señor Jesús y
había venido para la salvación del alma del sultán. Francisco expresó su
voluntad de explicar y defender el Cristianismo”.
A esto se siguió un cambio de proposiciones entre Francisco
y los consejeros religiosos del Sultán (que le dijeron que ejecutase a
Francisco por “predicar contra Mahoma y el Islam”) en la que las dos partes
expusieron respectivamente las verdaderas pretensiones del Cristianismo y el
Islam. Tras esto, Francisco se lanzó a una “larga conversación” con el Sultán
en la que “continuó expresando su fe cristiana en el Señor Crucificado y su
promesa de salvación”. Thompson deja claro que en ningún momento el santo habló
mal del Profeta Mahoma. Pero Francisco no estaba allí para un intercambio de
cumplidos diplomáticos. Quería convertir al Sultán al cristianismo mediante la
palabra y la acción.
Si señalo estos hechos acerca del encuentro de San
Francisco con el Sultán es por la importancia de saber que, dentro del hecho de
que fue un diálogo, el santo estaba convencido de la necesidad de dirigir la
cuestión hacia la verdad religiosa. No es así como Fratelli Tutti retrata
la reunión. Esto es un problema porque a no ser que conozcamos la verdad
completa sobre un acontecimiento o una persona, es fácil animar el pensamiento
basado en buenos deseos o, incluso, malinterpretar lo que alguien está tratando
de decir o de hacer en un momento dado. Bajo este punto de vista, la
representación que hace Fratelli Tutti de san Francisco es defectuosa.
Desenfoque de la economía
También es insuficiente –y, ¡ay!, esto caracteriza el
pontificado de Francisco desde su mismo comienzo– el tratamiento que Fratelli Tutti
da a las cuestiones económicas. Parece que, con independencia de cuanta gente (de
los que no todos se caracterizan por ser fiscalmente conservadores) redacten las
caricaturas económicas que aparecen por todas partes en los documentos
pontificios de Francisco, un pontificado que se enorgullece de su compromiso
con el diálogo, sencillamente, no está interesado en una conversación seria sobre
asuntos económicos más allá de un círculo muy limitado.
La encíclica habla, por ejemplo, de que “algunos
pretendían hacernos creer que bastaba la libertad de mercado para que todo
estuviera asegurado” (33). ¿Quiénes, debo preguntar, son esos? ¿Y dónde
proclaman eso? Si tal visión existe, sugeriría que habría que buscarla entre
minorías de libertarianos radicales que caben en una
caja de zapatos y que tienen una influencia entre muy pequeña y nula en la
formación de la política económica de ningún país.
En el párrafo 168, Francisco afirma que “El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos
quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal”. Otra vez, respetuosamente pregunto: ¿Quiénes son esos
neoliberales que creen que el mercado puede resolver todos los problemas? Si
uno hace semejante declaración, debería presentar alguna evidencia que lo
respalde. El caso es que muchos de los más eminentes liberales del mundo han
estado diciendo durante décadas que si los mercados han de crear valor y
proveer a la gente de los bienes y servicios que necesitan, es necesario que
existan muchos tipos de hábitos morales, no comerciales, y de prerrequisitos institucionales
y culturales.
Este hecho parece haber sido ignorado por quienes han elaborado en borrador de
la encíclica.
Si no, consideremos esta línea: “La especulación financiera con la ganancia fácil como fin fundamental
sigue causando estragos” (168).
Quienquiera que haya escrito esta frase, sencillamente, no entiende el papel
jugado por la especulación en la estabilización de los precios la lo largo del
tiempo y en el incremento de la predictibilidad de los probables costes en el
futuro. Por supuesto, la especulación puede utilizarse de forma perversa (esto
puede ser predicado para cualquier actividad humana, incluso para la oración.
El paréntesis es mío). Pero donde se hace correctamente, la especulación
financiera, diseñada, ciertamente, para generar beneficios, ayuda a crear
eficiencias en la inversión y en el aporte de capital por individuos y empresas
que promuevan una mejor asignación de los recursos disponibles que podrían, de
otra manera, ser desperdiciados .
En otra frase, Francisco dice (citándose a sí mimo) que “sin
formas internas de solidaridad y confianza mutua, el mercado no puede llevar a
cabo completamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta
confianza ha dejado de existir” (168).
Esta es una afirmación no cualificada y me lleva a
preguntar: ¿Realmente la confianza “ha dejado de existir”? Incluso en nuestro mundo
del COVID, altamente fragmentado, millones de personas, a lo largo y ancho del
mismo, continúa entrando en intercambios de mercado cada día, con personas a
las que no ha visto nunca, y lo hace en base a promesas. Toda esta gente
confía. Si no existiese esta confianza la economía global, nacional y local,
hace mucho que hubiese dejado de existir.
Ciertamente hay sociedades –especialmente en Latinoamérica,
gran parte de Asia y muchos países en desarrollo– en los que es difícil
encontrar altos niveles de confianza fuera del círculo de la familia, en un
sentido amplio. Esto daña el funcionamiento del intercambio económico. Pero
estas circunstancias tienen poco que ver con los mercados per se y mucho
más con patrones culturales, que existen desde hace siglos, profundamente
establecidos y difíciles de cambiar.
Hay muchísimo espacio para el debate constructivo entre
católicos acerca del papel en la economía de gobiernos, leyes, bancos centrales
y otras instituciones estatales. De hecho, nunca ha sido mi impresión que
Francisco esté empecinado en un masivo incremento de la intervención estatal
para abordar cualquier cuestión económica (Desgraciadamente, no comparto
esta graciosa concesión que el autor hace al Papa Francisco. El paréntesis es
mío) Pero con las incesantes llamadas a desenfoques económicos en
documentos papales y por parte de prominentes figuras asociadas al pontificado
de Francisco, no es fácil tener ninguna confianza en que la mayoría de los que
han guiado sus reflexiones pontificias en materias económicas tengan un genuino
interés en ningún tipo real de diálogo con nadie que no encaje en el espectro
que va desde el populismo de extrema izquierda hasta el común y corriente neo
keynesianismo.
En contra de lo que muchos opinan, la izquierda no tiene el
monopolio de la preocupación por los pobres o de las buenas ideas sobre cómo
ayudarles. Pase lo que pase en este pontificado o en el siguiente, el papado y
otros líderes católicos de la Iglesia tienen una desesperada necesidad de
ampliar dramáticamente los círculos de opinión que consultan en asuntos económicos
como la riqueza o la pobreza. Si no lo hacen, me temo que seguiremos viéndoles haciendo
ampulosas y desorientadas declaraciones ciegas acerca de esas materias que
reflejan una carencia esencial de la apertura a dialogar en la que Fratelli
Tutti insiste que debemos priorizar en todas partes.
Un cajón de sastre misceláneo
Las dos preocupaciones que señalo aquí no deben ser vistas
como indicadoras de que considero Fratelli Tutti como un documento desenfocado
en su conjunto. Hay en ella muchas partes en las que creo que la encíclica pone
el dedo en la llaga.
Entre otras cosas, éstas incluyen su énfasis en el papel
destructivo creado por el relativismo moral en las sociedades contemporáneas
(206), la importancia perenne del perdón en un mundo en el que es parte de la
condición humana (236-249), y su referencia conclusiva a uno de mis santos
favoritos, el Bienaventurado Charles de Foucauld –un aristócrata disoluto, oficial
del ejército, agnóstico que se convirtió en sacerdote y ermitaño el norte de
África francés– como ejemplo de la fraternidad cristiana.
Dicho esto, la encíclica refleja el amplio espectro de los
comentarios que han caracterizado desde el principio el pontificado de
Francisco. Reflexiones genuinas que brotan directamente del Evangelio y, a
menudo, profundas meditaciones sobre las Escrituras hebreas y cristianas van
codo con codo con historias dudosas, afirmaciones generalizadas no soportadas
por la evidencia sobre asuntos que requieren la máxima prudencia y una buena
cantidad de lo que sólo podría describir como adhesión a utopías.
Sin embargo, cuanto más profundizo en Fratelli Tutti más
tengo la sensación de que esta encíclica no es sólo una larga recopilación y
elaboración del pensamiento del Papa. También me crea la impresión de que es un
tipo de discurso de despedida de su papado –uno en el que bien podría haber
dicho todo lo que tenía que decir. Esto no significa que el pontificado de
Francisco se está deslizando hacia su final. Pero Fratelli Tutti presenta todos
los signos de ser un documento de recapitulación. Y deja la viva impresión de
que la Iglesia Católica es lo que cualquiera imagine que sea.
***
No puedo por menos que complementar lo escrito por el Dr.
Samuel Gregg con unas líneas que completen los comentarios que el autor hace
sobre el párrafo 168 de la encíclica. Para ello, empiezo por transcribir íntegramente
dicho párrafo:
168. El mercado solo
no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe
neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre
las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El
neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico “derrame” o
“goteo” —sin nombrarlo— como único camino para resolver los problemas sociales.
Se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de
nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social. Por una parte, es
imperiosa una política económica activa orientada a «promover una economía que
favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial»[140], para que sea posible acrecentar los puestos de trabajo en lugar de
reducirlos. La especulación financiera con la ganancia fácil como fin
fundamental sigue causando estragos. Por otra parte, «sin formas internas de
solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su
propia función económica. Hoy, precisamente esta confianza ha dejado de existir»[141]. El fin de la historia no fue tal, y las recetas dogmáticas de la
teoría económica imperante mostraron no ser infalibles. La fragilidad de los
sistemas mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se
resuelve con la libertad de mercado y que, además de rehabilitar una sana
política que no esté sometida al dictado de las finanzas, «tenemos que volver a
llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las
estructuras sociales alternativas que necesitamos»
Se tacha al pensamiento liberal de “pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas
recetas frente a cualquier desafío que se presente”. Me parece que esta afirmación va contra
la más elemental experiencia histórica. Si hay algo que ha hecho el pensamiento
liberal es adaptar sus principios básicos que, efectivamente, no cambian, al
signo de los tiempos en cada momento histórico, oponiéndose siempre de forma
diferente a toda corriente intervencionista o estatalista de cualquier tiempo. Tachar
a los principios de recetas repetitivas es algo que no debería hacer una
encíclica, pues pasa lo mismo con los principios cristianos. No cambian en su
sustancia, aunque se apliquen de manera distinta en cada circunstancia
histórica.
El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico
“derrame” o “goteo” —sin nombrarlo— como único camino para resolver los
problemas sociales. Con los
términos “goteo” o “derrame” habituales en las encíclicas anteriores de este Papa,
pero que jamás había oído anteriormente, el Papa debe referirse al hecho de que
la creación de riqueza que ha generado de forma ininterrumpida la economía de
libre mercado cuando, a partir de hace tres siglos, se ha podido llevar a la
práctica de forma más o menos completa, tras el fin paulatino de los estados absolutistas
generadores de monopolios injustos y arbitrarios, va derramándose o goteando a
todas las capas de la sociedad. Esto es algo de una evidencia histórica tan
incontestable, que casi no merece ser comentado. Ciertamente, no resuelve la
inequidad, pero sí hace retroceder de manera acelerada la pobreza. Ésta ha
retrocedido de forma espectacular en los últimos tres siglos, pasando de ser el
estado de la inmensa mayoría de los habitantes del mundo a que la pobreza
extrema suponga hoy en día, a nivel mundial menos de un 10%. Y si la
pobreza se resiste a desaparecer en muchas partes del mundo, no es porque la
economía de libre mercado lo impida sino, al contrario, porque los tiranos y/o
señores de la guerra de los países de pobreza crónica no crean las condiciones
de seguridad jurídica necesarias para el desarrollo del libre mercado y la
libre iniciativa, única manera de crear riqueza. Por otra parte, ningún liberal
dice que la creación y desarrollo empresarial sea el único camino para resolver
los problemas sociales. Dentro del sistema de libre mercado y posibilitado por
él, caben, y han aparecido, una inmensa cantidad, sin parangón en la historia,
de organizaciones humanitarias, ONG’s, fundaciones, etc. que existen
actualmente y que tanto bien social hacen en todo el mundo. Es difícil negar
que estas organizaciones libres hacen llegar a los más necesitados el dinero
que mucha gente da de forma inmensamente más eficaz que cualquier mecanismo de
ayuda que pueda instituir el estado.
Se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es
fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social. Esta afirmación es, para empezar, ambigua
y un tanto demagógica por varios motivos.
Para empezar, las inequidades entre distintas
regiones del planeta están disminuyendo. La diferencia entre determinados
países de Latinoamérica (No Cuba, Venezuela o Bolivia, desde luego) o de Asia y
el mundo desarrollado ha disminuido considerablemente. Otra cosa diferente son
la mayoría de los países de África, anclados en la pobreza por culpa, no de la
economía de mercado, sino de sus tiranos que, como se ha dicho en el párrafo
anterior, impiden que ésta se desarrolle. No he visto ni una sola palabra de
condena para éstos tiranos ni para las mafias que, generalmente en connivencia
con los tiranos, trafican con seres humanos en ninguna encíclica social de
Francisco. En el interior de cada país es difícil generalizar si la desigualdad
está disminuyendo o aumentando. Ocurren cosas diferentes en diferentes países sin
que sea fácil una generalización. Pero no puedo dejar de señalar la trampa de
la llamada “pobreza relativa”. Este concepto califica como pobres a aquellos
que ganan menos de un determinado porcentaje de la mediana de renta. Esto
conduce a la imposibilidad matemática de erradicar este tipo de pobreza, ya que
siempre habrá personas que estén por debajo de ese umbral, por mucho que se
desarrolle su país. Esto produce la paradoja de etiquetar de “pobres” a
personas que viven en medio de comodidades impensables hace unos decenios para
la mayoría de las personas. Está también el falso mantra que dice que “los
ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres”. No cabe
duda de que la primera parte del mantra es cierta: Los ricos son cada vez más
ricos. Pero la segunda parte es radicalmente falsa. Los pobres no son cada vez
más pobres, son cada vez menos pobres o, lo que es lo mismo, más ricos. Este
falso mantra lleva a una creencia, también falsa, de que la economía es un
juego suma 0 en el que, si alguien gana más, es a costa de que otro gane menos.
Ojalá hubiese en el mundo cada vez más ricos como Jeff Bezos, Mark Zuckerberg,
Elon Musk o, a nivel de España, Amancio Ortega o Juan Roig. Porque estos ricos,
lo que hacen es crear riqueza, no sólo para las personas que trabajan, directa
o indirectamente, para ellos sino, sobre todo, para los cientos de millones de usuarios
de sus productos que resuelven muchas necesidades y crean riqueza y crean
bienestar para ellos. Lo que hagan con su riqueza, justamente ganada, estos
ricos riquísimos es algo que compete a su conciencia. Creo que es aplicable
para ellos, en grado superlativo, lo que dice Pío XI en su encíclica
“Quadragessimo Anno” y que puede leerse en la nota a pie de página nº 6 de este
escrito.
Pero, además, es evidente, por otra parte,
que las nuevas formas de violencia social no están causadas por la economía de
mercado. En los últimos 50 años, la violencia ha surgido de la pobreza, o del
Islam –personajes como Bin Laden no eran precisamente pobres–, o de las
ideologías totalitarias y totalizadoras de cualquier tipo, pero desde la
segunda guerra mundial, exclusivamente de izquierdas –ni los militantes de ETA,
las Brigadas Rojas o de Baader Meinhof eran tampoco pobres, sino más bien
vástagos de clases medias acomodadas–, pero jamás de la desigualdad. Por eso,
en los últimos decenios, nadie que tenga ojos en la cara puede dejar de ver
que, precisamente por el retroceso de la pobreza, la lucha de clases marxista
ha perdido su virulencia y su violencia, hasta el punto de casi dejar de
existir. Las nuevas formas de violencia social –escraches, manifestaciones
vandálicas politizadas como los chaquetas amarillas en Francia, los disturbios
de Chile, las manifestaciones separatistas de España etc.–, tras el fin del
terrorismo ideológico occidental, tienen su origen en los movimientos populistas-comunistas
que incitan a la envidia, al resentimiento y al odio y contra los que tampoco
he leído una sola palabra de condena por parte de las encíclicas sociales de
Francisco.
Por una parte, es imperiosa una política económica activa orientada a
«promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad
empresarial»[140], para que sea posible acrecentar los puestos de
trabajo en lugar de reducirlos.
Esta frase es, realmente, de traca. Si hay algún sistema que cuando se le ha
dejado actuar a favorecido la diversidad productiva y la
creatividad empresarial ese
sistema ha sido el de libre mercado y es también este sistema el que
históricamente ha hecho posible acrecentar los puestos de trabajo en
lugar de reducirlos. Ciertamente,
la tecnología hace que la misma cantidad de bienes se pueda hacer con menos
mano de obra. Pero es pura miopía histórica no ver que eso queda sobradamente
contrarrestado, como tendencia a largo plazo, por la creación de nuevos bienes y
servicios. Esta llamada “destrucción creativa” no ha dejado de crear puestos de
trabajo, aumentar el poder adquisitivo de los trabajadores y su tiempo de ocio,
desde hace tres siglos. Un logro que de ninguna manera puede apuntarse ningún
régimen socialista ni socialdemócrata dispuesto a ahogar en impuestos a
emprendedores y empresas para alimentar un estado gordo y despilfarrador que
utiliza de forma ineficiente los recursos que quita a los ciudadanos, que los
usarían eficientemente en lo que estimasen oportuno. La alternativa a esta
“destrucción creativa” es la defensa a ultranza de industrias y sectores obsoletos
y sus puestos de trabajo. Eso es lo que, al final, genera paro –la mayor
desigualdad– y nos puede acercar a países como Venezuela.
La fragilidad de los sistemas mundiales frente a las pandemias ha
evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado y que, además de
rehabilitar una sana política que no esté sometida al dictado de las finanzas. A raíz del COVID-19 parece que puedan ser convenientes
determinadas actuaciones públicas. Pero si estas son posibles, lo son gracias a
la riqueza previamente creada por la economía de libre mercado. Ocurre, sin
embargo, que una de las razones que dificultan esa intervención pública es,
precisamente, el engordamiento previo del estado que ha llevado al límite un
sistema impositivo asfixiante y que, además, ha hecho que la mayoría de los
gobiernos, llevados por el neo-keinesianismo, hayan llevado a sus países a unos
niveles de deuda previos a la pandemia que difícilmente pueden aumentarse. Sin
embargo, las políticas monetarias expansivas están creando la ficción de que
esto es posible. Prefiero no pensar demasiado en qué pueden acabar todas estas
intervenciones públicas construidas sobre una torre de impuestos y deuda pública
ya tambaleante. El dictado de las finanzas es como la ley de la gravedad.
Mientras se está en medio del camino de caída entre el piso 20 y el suelo,
puedes creer que has vencido a la “tiranía” de la ley de la gravitación
universal, pero pronto se dará cuenta el que está cayendo que no lo ha logrado.
Y no cabe echarle la culpa a la ley de la gravedad de estar en esa situación.
Las finanzas, públicas y privadas, no pueden liberarse de la necesidad de políticas
financieras sanas y racionales, contrarias a populismos despilfarradores.
«tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre
ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos». No tengo la menor objeción que poner a
esta frase, pero sí que me pregunto dónde está más en el centro la dignidad
humana, si en países como Estados Unidos, Alemania, Francia o Canadá, con todas las
deficiencias y lacras que estos países puedan tener, o Venezuela, Cuba, Somalia
o República Centroafricana. Creo que no cabe duda sobre cuál es la respuesta ni
sobre lo que tienen en común los países del primer grupo. Es únicamente en el
primer grupo en el que existen políticas económicas para la ayuda a los más vulnerables.
Y, una vez más, esto ha sido posible gracias a la riqueza previamente creada en
estos países por la economía de libre mercado.
Termino aquí con gusto mis
comentarios, porque la verdad es que tanto lenguaje lleno de tópicos y lugares
comunes tan falsos como demagógicos, que seguramente serían suscritos en su
mayoría por personas como Maduro o Pablo Iglesias, me estaba sacando de mis
casillas. Siento mucho que el Papa Francisco no añada a su equipo de consejeros
económicos a economistas que no vean la realidad con la deformación que
introducen los que tiene. Pero no puedo acabar sin citar una frase de otra
encíclica social de otro Papa; san Juan Pablo II. Es notable la evolución que
tuvieron las encíclicas sociales de este Papa. Evolución que culmina en la
encíclica “Centessimus Annus”, en la que puede leerse:
“Volviendo ahora a la pregunta inicial, ¿se puede
decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el
capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los países que
tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo que
es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del
verdadero progreso económico y civil?
La respuesta obviamente es compleja.
Si por «capitalismo» se entiende un sistema
económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del
mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con
los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la
economía, la respuesta ciertamente es positiva.
Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en
el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido
contexto jurídico que la ponga al servicio integral del ser humano, cuyo centro
es ético y la considere como una
particular dimensión de la misma, entonces la
respuesta es absolutamente negativa”.
Juan Pablo II; Centessimus annus Nº 42.
Ciertamente, la definición de capitalismo es la
primera y es una de las mejores definiciones que he leído nunca. Lo que los
anglosajones llama “the rule of law” o seguridad jurídica en español, es una de
las condiciones de necesidad para la existencia del libre mercado y el
capitalismo. La segunda definición pueden ser las semillas de corrupción que,
como toda institución humana, tenga el capitalismo o tan sólo la definición que
hagan de él determinadas minorías marginales de libertarianos, de los que ya he
hablado más arriba.
Creo
que me he extendido demasiado en estas líneas. Sin embargo, me quedo muy lejos
de las 43.000 palabras de la Fratelli Tutti. He utilizado algo más de 5.500
palabras. 5.837 para ser exactos. No obstante, pido perdón por mi verborrea
incorregible.
“50.
Tampoco quedan en absoluto al arbitrio del hombre los réditos libres, es decir,
aquellos que no le son necesarios para el sostenimiento decoroso y conveniente
de su vida, sino que, por el contrario, tanto la Sagrada Escritura como los
Santos Padres de la Iglesia evidencian con un lenguaje de toda claridad que los
ricos están obligados por el precepto gravísimo de practicar la limosna, la
beneficencia y la liberalidad.