Hoy hago un post de algo que no
es de mi cosecha, pero que me parece extraordinariamente interesante. Es una
conferencia dada en 2015 por Fernando del Pino en el advisory board del fondo
de inversión Magallanes Value Fund, en el que, lejos de hablar de temas
estrictamente financieros, habla de los grandes peligros que afronta la
civilización occidental. Se puede estarmás o menos de acuerdo con lo que dice o
no estar de acuerdo en absoluto, pero de lo que no cabe duda es de que es una
reflexión inteligente que hace pensar fuera de la caja sobre cosas de la máxima
importancia. Espero que os resulte tan interesante como a mí. La conferencia y
el texto que la recoge están en inglés, pero me he tomado la libertad de traducirla
y, sobre esa realidad, de trufarla con algunas notas a pie de página de mi
cosecha. Os mando las dos versiones.
***
Los cinco experimentos. Por Fernando del Pino
Cuando
fui graciosamente invitado por nuestro fundador para hacer una presentación en
nuestra primera reunión, pensé que sería interesante reflexionar sobre una
visión global de lo que creo es un declive multigeneracional de la civilización
Occidental, más que hablar sobre el interesante, pero mucho más estrecho campo
de la inversión. Debo empezar con dos descargos: El primero es que no soy
historiador y no pretendo, por lo tanto, que mis datos sean completamente
exactos o exhaustivos (aunque heya hecho lo mejor que podía en este sentido).
En segundo lugar, usare mi derecho al libre discurso para ser muy políticamente
incorrecto: algunos datos pueden sorprenderles, de la misma manera que me
sorprendieron a mí cuando los descubrí.
Mi
conferencia se titula “Los cinco experimentos”. De acuerdo con el diccionario
Webster, un experimento es “algo que se hace a modo de prueba, algo que se hace
para ver cómo funciona de bien o de mal”. También es “una prueba científica en
la que se llevan a cabo una serie de acciones y se observan cuidadosamente sus
efectos para aprender sobre algo”. Las sociedades de <occidente están
llevando a cabo cinco experimentos –aunque no seamos conscientes de que son
eso: experimentos–. Todos ellos son bastante recientes y jamás probados en la
historia de la humanidad, con el problema de que están siendo tomados como
definitivos, como si no fueran experimentos, sino una realidad inmutable, una
verdad axiomática que no puede cambiarse. Son experimentos, aunque no estemos observando
sus efectos cuidadosamente para aprender y no estemos juzgando cuan bien o mal
funcionan. Todavía peor: todos ellos se ven como avances innegables de la
civilización y protegidos por el puño de hierro y la fuerte presión de la
tiranía de lo políticamente correcto. Como dijo Churchill, “por muy bonita que
sea la estrategia, se deberían mirar a menudo sus resultados”. Eso es
precisamente lo que intento hacer.
El
primer experimento es el sufragio universal y la democracia sin límites,
entendida como un sistema en el que una simple mayoría de gente, admitida a
votar sobre la única base de una edad mínima (muy baja, por cierto) puede
decidir sobre prácticamente todo –incluidos, en gran medida, sobre los derechos
de la minoría–. Esto es un invento muy reciente que en la mayoría de los casos se
ha iniciado entre hace 50 y 75 años. Sabemos que el objetivo de todo sistema
político debería ser la libertad, el orden y la justicia, bajo un marco ético
que promueva la virtud. La democracia es tan solo un instrumento que se supone
es mucho mejor que cualquier otro para lograr esos fines, pero que no debería
considerarse como un objetivo en sí misma. En el mundo de hoy, sin embargo, la
democracia se considera confusamente como sinónimo de libertad, dando la falsa
impresión de que lo único que importa es la libertad política, sin tener en cuenta
el nivel del concepto mucho más amplio, valioso y precioso de la libertad
personal. De hecho, una democracia puede ser pervertida hasta el límite de que
llegue a ser enemiga de la libertad y el orden y su corta historia ha
proporcionado ya algunos tristes ejemplos de ello. Hitler fue elevado al poder
muy democráticamente por el pueblo alemán en las elecciones de 1933 a pesar del
hecho de que no ocultó en absoluto sus ideas. La democracia tiránica de
Venezuela es otro ejemplo reciente.
La
mayor parte de la historia el hombre ha vivido bajo el gobierno de reyes. Por
supuesto, incluso bajo regímenes absolutistas, el rey no estaba solo en el
ejercicio del poder. Como dice el historiador de Oxford Ronald Syme en su libro
“La revolución romana”: en cualquier tiempo, cualquiera que fuese el nombre del
gobierno, monarquía, república o democracia, una oligarquía se oculta detrás de
la fachada…”. De hecho los reyes estaban sujetos a muchas limitaciones la
principal de las cuales era su creencia religiosa en un poder superior a ellos
mismos y ante el que ineludiblemente deberían responder a su debido tiempo. En
segundo lugar, estaban sujetos a unas leyes que era más o menos inmutable,
basadas en le religión y las costumbres, al contrario que las legislaciones
actuales muy a menudo y únicamente responden al albur de los vaivenes de los estados
de ánimo de la mayoría. Los reyes dependían de los nobles para los ingresos y
las tropas debido al hecho de que tenían un acceso limitado a los ingresos de
impuestos y muy poco control efectivo a la creación de nuevos impuestos
mientras que no existían las levas de tropas (fue la revolución francesa, en
1789 la que trajo la posibilidad de esas levas). Laa levas militares, que damos
como un hecho en nuestros días, a pesar de ser una incuestionable merma en las
libertades personales, fue un desarrollo importante. Antes de estas levas.
Antes de ellas, los soldados eran mucho más caros y, por lo tanto, los
ejércitos más pequeños. Las guerras totales eran inconcebibles, la vida normal
no se veía afectada por lo que pasaba en un frente que era bastante estrecho
por definición y las líneas entre los gobernantes y los gobernados no eran tan
imprecisas como llegaron a ser más tarde –con la nefasta consecuencia de hacer
posible el odio entre pueblos enteros mediante el uso intensivo de propaganda.
Entro
los siglos VI y III A. de C. la Grecia antigua es conocida por haber costituido
la primera democracia en la historia, pero ésta nada tenía que ver con el
impensable concepto de sufragio universal. Más delante contaré por qué esto
acabó trágicamente, de acuerdo con un gran especialista americano en civilizaciones
antiguas. La república de Roma duró cinco siglos y solamente tuvo un vago aroma
democrático. Sin embargo, una vez más, ni Grecia ni Roma tuvieron sufragio
universal e, incluso, las dos coexistieron con la institución de la esclavitud.
Solo con un par de excepciones, tales como, tal vez, la república de Venecia o
Suiza, desde el fin de la democracia griega y la república romana y durante los
siguientes 1.800 años, la democracia, incluso en su forma más limitada de un pequeño
grupo de gente admitida al voto sobre unos pocos asuntos, no existió
como sistema político prácticamente en ningún sitio en el mundo. A principios
del siglo XIX, sólo una pequeña parte de la población tenía derecho a voto en
los pocos países en los que había algunos tímidos rasgos de sistema
democrático. El sólo pensamiento de equiparar el valor del voto de un joven
inexperto con el de un experimentado y sabio adulto, o el de una persona letrada
y culta con el de una persona sin
formación, o el del que paga impuestos para financiar subsidios con el que los
recibe, era considerado absurdo, por decirlo suavemente.En el Reino Unido, por
ejemplo, hasta 1815 solamente el 4% de la población de más de 20 años tenía
derecho a voto (en 1832 era aproximadamente el 7%) y sólo el 10% de los
alemanes tenía el derecho a voto tan tarde como en 1871. Y en otros países era
similar. Por supuesto, el sufragio universal no fue admitido hasta el siglo XX,
entre 1813 y 1828 en el caso del reino Unido, Suecia, Noruega, Dinamarca,
Austria, Alemania y Holanda, la mayoría de ellos después de la Primera Guerra
Mundial. Teniendo en cuenta que ciertos grupos de la población general no
tuvieron derecho a voto hasta mucho más tarde (mujeres y minorías étnicas o
religiosas), no podemos hablar de sufragio universal en otros países hasta la
segunda mitad del siglo XX: Italia (1945) Canadá (1960), Australia (1962),
Estados Unidos (1955), Suiza (1971), Portugal (1976) o Liechtenstein (1984). Es Brasil, los
analfabetos tenían prohibido el voto hasta 1988 y en Suecia, los católicos, que
no tuvieron derecho a voto hasta 1871, tuvieron que esperar hasta 1950 para
poder ser miembros del gobierno (por cierto, sólo en 2013 se permitió a los
miembros de la casa real británica casarse con un católico romano sin perder
los derechos de sucesión).
Posiblemente,
uno de los mejores experimentos de libertad en la historia de la humanidad sea
la Constitución de los estados Unidos de 1788. Sin embargo, podría sorprender
al lector (como me sorprendió a mí) que a alguno de los Padres Fundadores no
les gustaba mucho la democracia. Tendían a definir el sistema democrático como
“dos lobos y una oveja votando sobre qué hacer de cena” y estaban
extremadamente preocupados de que semejante sistema político se convirtiese
pronto en “el gobierno de la masa”, en el que la mayoría llegase a ser el nuevo
tirano y abusase de la minoría –definida por religión, raza o riqueza (los más o
los más ricos). Se pueden reexaminar muchos asuntos comunes a la luz del abuso
de la mayoría en democracia: impuestos progresivos (la mayoría decide que la
minoría más rica tiene que pagar más que proporcionalmente), una legislación
laboral rígida, que hace más difícil el despido e incrementa el salario mínimo
(protegiendo aparentemente a la mayoría con empleo mientras destruye las
posibilidades de encontrar trabajo a la minoría desempleada) e, incluso,
el aborto (la mayoría ya nacida a la
minoría sin voz e indefensa que está aún en el seno materno de su derecho a existir).
Por esto los Padres Fundadores crearon una Constitución dificultando el
sobregobierno de cualquier mayoría, estableciendo claramente que los derechos
inalienables de la gente no fuesen decididos o votados por sus semejantes
humanos, sino que fuesen determinados por un Ser Superior: Dios. Esta
Constitución se esperaba que fuese la fortaleza inexpugnable que defendiese
siempre a las minorías contra los caprichos de las mayorías. Más aún, se
constituyeron numerosos controles y contrapesos. A lo ancho de todo el mundo,
las constituciones son protegidas para prevenir cambios fáciles. De hecho, es
para los políticos un fastidio tan grande cambiar legalmente las constituciones
en su obsesiva búsqueda del poder arbitrario, que han encontrado un atajo más
corto como el control del Tribunal originalmente establecido para interpretar
la Constitución. Como consecuencia, las constituciones han sido lentamente retorcidas
en todas partes para permitir un amplio abanico de legislaciones que con toda
probabilidad hubiesen sido consideradas por sus autores originales como
profundamente anticonstitucionales.
Así,
la gente considera hoy, correctamente, el derecho divino de los reyes como
absurdo, pero, extrañamente, acepta feliz el derecho divino de las mayorías
(que es, cuanto menos, tan absurda) como la cosa más natural del mundo. De
hecho, los gobiernos de hoy día, elegidos por mayorías, tienen tal poder que
los reyes absolutistas palidecerían de envidia. En la mayoría de los países de
Occidente (no en todos) la gente no tiene miedo de la llegada de una mayoría
hostil, pero en muchos países alrededor del mundo en los que hay una población
heterogénea o donde hay serias tensiones entre mayorías y minorías, los
resultados electorales son a menudo contemplados con ansiedad por los probables
perdedores, en la medida en que diferentes resultados traerían escenarios
totalmente diferentes que podrían incluso disparar un exilio temporal para
preservar la propia salud, libertad o vida.
Hasta
aquí el primer experimento: nunca antes en la Historia, la democracia ha sido
usada en semejante escala masiva, y nunca las mayorías han tenido tan
irrestricto poder.
El
segundo experimento que es Gran Gobierno y Estado del Bienestar,
data también de hace unas pocas décadas (tal vez también 50-75 años) y está
absolutamente ligado al primero. En los sistemas democráticos, los políticos
necesitan seducir a las masas y usualmente lo hacen prometiendo dinero público
a cambio de votos. Los impuestos son la otra cara de las promesas, su
consecuencia natural: Primero se promete; después se cobran impuestos. Así, con
la creación de la democracia sin límites, los políticos empezaron a hacer
promesas a un ritmo creciente y los impuestos tenían que tenían que venir a
continuación (a pesar de eso, en uno de esos notables fenómenos sociales, la
mayoría de los votantes cree todavía en las promesas, la mayoría de los
votantes creen todavía que las promesas no llevan aparejado coste).
Hasta
finales del siglo XIX, aproximadamente el 50% del gasto público era militar. En
los tiempos antiguos, el gasto público de las monarquías se estimaba en un
rango de entre el 5 y el 7% del PIB. Incluso en 1970, el gasto público de los
países de Occidente se situaba alrededor del 10% del PIB; antes de la Primera
Guerra Mundial estaba todavía por debajo del 13% del PIB. Por dar algunos
ejemplos completos, el gasto público sobre el PIB era, del 7% en EEUU y del 12%
en Reino Unido por esas fechas. En los países nórdicos, actualmente conocidos
por ser el paradigma del Estado del Bienestar, el gasto público era del cerca
del 6% del PIB en 1870 y estaba por debajo del 10% en 1913 (parece que llegaron
a ser ricos y prósperos con gobiernos limitados y luego decidieron despilfarrar
todo tan pronto como olvidarosn el verdadero origen de su riqueza). Estas eran
las cifras de hace sólo 100 años cuando nuestros abuelos eran ya adultos. Hoy,
el gasto público en la UE está cerca del 50% del PIB.
La
deuda pública era prácticamente inexistente a principios del siglo XX (en
cualquier caso estaba por debajo del 10% del PIB) y los presupuestos
equilibrados se consideraban la norma salvo en tiempos de guerra. Los empleos
públicos como porcentaje del total de la fuerza laboral era minúsculo, entre el
3 y el 5% en 1900. En España, tan tarde como 1975 la deuda pública estaba
alrededor del PIB y el gasto público se mantenía alrededor del 20% del PIB. Sidney
Homer nos recuerda, en su trabajo “Historia de los tipos de interés” que en el
siglo XIV, por ejemplo, los prestamistas exigían a los reyes (gobiernos) pagar
intereses más altos que a los prestatarios comerciales corrientes porque les
consideraban menos dignos de confianza. En sólo 100 años, la deuda pública se
ha disparado desde el 10% del PIB hasta el actual 90-100% en muchos países de
Occidente y que, gracias a los Bancos Centrales muchos Estados cobran a sus
acreedores por el privilegio de prestar a sus gobiernos prácticamente en
bancarrota. Me pregunto si la sabiduría social a aumentado o disminuido desde el
siglo XIV.
Los
impuestos permanentes –la principal fuente de fondeo o capacidad extractiva de
los estados– es otra invención reciente (como puede verse, no todos los
inventos suponen un progreso para la humanidad). El primer impuesto permanente
se aplicó en Gran Bretaña en 1842, seguido por Austria, Italia y Japón en la segunda
mitad del siglo XIX. Alrededor de 1.900 Holanda y la mayoría de los países
nórdicos europeos (Noruega, Suecia y Dinamarca) siguieron el ejemplo. Entre
1913 (poco antes del inicio de la Primera Guerra Mundial) y 1925 EEUU, Francia,
Alemania, Australia, Canadá, Finlandia y Bélgica, se unieron al grupo. Suiza no
decretó el primer impuesto sobre la renta permanente a nivel federal hasta 1939
(con el estallido de la Segunda Guerra Mundial). Debe resaltarse que al
principio, los tipos impositivos aplicados solían estar en la parte baja de un
dígito, situándose entre el 1% y el 7% de la renta anual (hoy en día no es
extraño encontrar tipos impositivos máximos de entre el 40 y el 50%).
después
de esto, los siempre astutos políticos han encontrado muchas formas de aumentar
los impuestos. Los impuestos progresivos que eran tenidos por
inconstitucionales en los EEUU hasta 1913, ese año infausto en el que se creó
la FED (el hecho de que ambos eventos se produjesen en el mismo año, 1913, bien
podría ser el origen de la mala reputación del número 13), fueron en seguida
adoptados. Ciertamente, a través de los impuestos progresivos los políticos
disfrazan y endulzan el inevitable disgusto de los votantes causado por el
aumento de los impuestos, usando el siempre poderoso sentimiento de envidia
como el principal edulcorante: “los ricos pagarán todavía más”, dicen. ¡Oh!, me
siento mejor” responde el votante. “Póngame impuestos, por favor”. De hecho,
los impuestos progresivos deberían verse como el destructor, a largo plazo, del
principio de propiedad privada. Si el sistema político permite a la mayoría
decidir sin restricciones sobre la riqueza de la minoría, parece lógico pensar
que, de forma abusiva, los altos tipos impositivos llevarán al impuesto sobre
el patrimonio y, después, hacia la expropiación legal (adornada por bellas
palabras como “justicia social”, por ejemplo) y, finalmente, hacia la
confiscación, arbitraria e ilegal, antes de que todo el sistema explote en el
caos total.
Otro
truco usado por los políticos es llamar “Seguridad Social” a lo que simplemente
es otro enorme impuesto más. Seguridad Social suena mejor, por supuesto:incluso
suena como a un contrato de pensiones, salvo por el pequeño detalle de que no
hay ningún contrato (sólo la promesa de un político, que yo no calificaría como
AAA). Aún otro truco más es el pago a cuenta de los impuestos, que divide el
pago de los impuestos a lo largo del año con el objetivo de reducir el dolor de
un único pago en una fecha determinada. Por último, los políticos han inventado
una miríada de pequeños impuestos de forma que el abusivo nivel final de
imposición pase desapercibido, y también el gran furtivo concepto de los
impuestos indirectos. El Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA), inventado por
un burócrata francés tan tarde como en 1954
es la madre de todos los impuestos indirectos. Por supuesto, todos los
impuestos transitorios, se mantienen para siempre, y la gente parece aceptar borreguilmente
cualquier otra forma de imposición creada, con independencia de cuan excéntrica
y ultrajante pueda haber sido vista hace tan sólo una generación –y no digamos
hace dos.
En
cualquier democracia ilimitada un Estado del Bienestar es simplemente el
síntoma de envejecimiento. Cuanto más sano sea un sistema democrático tanto más
tiempo le llevará degenerar en un Estado del Bienestar. En este sentido, les
está llevando mucho más tiempo a los países anglosajones que a los de la Europa
continental. En un Estado del Bienestar, los políticos prometen a Pedro que
será subsidiado a expensas de Pablo y entonces corren a convencer a todos y
cada uno de los votantes que ellos son todos Pedro (excepto las obvias minorías
que, en cualquier caso, no cuentan). El principio de los políticos es simple:
tú ganas, yo redistribuyo. Coge con una mano y lo vuelve a dar con la otra (con
algunas desafortunadas pérdidas por el camino). Desde mi punto de vista,
cualquier sociedad que aspire a llamarse a sí misma civilizada tiene el deber
moral de cuidar de los más débiles, de los que no pueden cuidarse a sí mismos,
temporal o permanentemente. El Estado debería tener únicamente un papel
subsidiario, mientras que la familia (actualmente bajo el más vicioso ataque) representa
el soporte principal de estos más débiles, seguida por el voluntariado de otros
seres humanos a través de la caridad. Sin embargo, los más débiles, por
definición, son minoría, y las minorías son de escaso interés para el Estado
del Bienestar, que es un concepto político. Esta es la razón por la que el
Estado del Bienestar ha fallado en proveer protección a aquellos a los que
debería, mientras despoja (y controla) a los que no debería.
Los
políticos prometen una inexistente, fraudulenta, completamente imaginaria seguridad
a cambio de un precioso y muy preciado valor llamado libertad y la gente acaba
sin ninguna de las dos cosas. Esta fue la trampa del comunismo, pero la
posibilidad de aceptar este trato venenoso es tan viejo como el ser humano. En
la Biblia podemos ver cómo el pueblo judío protesta amargamente contra Moisés por
todas las adversidades que sufren en el desierto, sólo semanas después de haber
sido salvado por él de la esclavitud: “Por qué no nos dejaste morir a manos de
Yavé en Egipto, donde comíamos hasta saciarnos alrededor del caldero de carne”.
Cambiarían felizmente su recién recuperada libertad, naturalmente, llena de
incertidumbres, por la “seguridad” de un estómago lleno. Definitivamente, no
podemos dar por asegurado el valor que el hombre medio da a su propia libertad,
ya que ésta conlleva responsabilidad, esfuerzo, tomar las decisiones correctas,
errores y caídas, y ponerse en pie otra vez después de cada caída. En realidad,
la verdadera libertad puede ser aterradora. Por eso, un comediante español de
los años 70 y 80 decía: ¡Seremos libres! Y a los que no quieran ser libres,
¡les obligaremos a ser libres!”
Los
Estados del Bienestar crean la impresión de que el dinero crece en los árboles:
autopistas e infraestructuras de trenes alta velocidad “gratis”, sistema
sanitario “gratis”, sistema de educación pública gratis. Extraños derechos
empiezan a crecer como setas en un bosque húmedo –derechos sin deberes–. Por
otro lado, se mata la responsabilidad personal en el altar de los derechos
universales y del poder político: el Estado proveerá, sin importar qué, por lo
tanto, no hay necesidad de ahorrar, no hay necesidad de tener niños para que te
apoyen en la vejez, no hay necesidad de buscar trabajo, no hay necesidad de
mantenerse sano. Esto es Europa: una ciudadanía totalmente dependiente del
Estado (por supuesto, un ciudadano libre e independiente ha sido siempre una
molestia para cualquier poder yonqui. La Seguridad Social, disfrazada de un
sistema de ahorro esponsorizado por el Estado, se convierte en un esquema de
pirámide Ponzi. Los votantes son sobornados abiertamente con cada vez más
subsidios y un conjunto de absurdas, tiránicas y abrumadoras regulaciones parecen
traer el totalitarismo por la puerta de atrás. Nos distraen con la libertad
política, mientras nos roban progresivamente la libertad personal a pasos
acelerados. El inmenso peligro está en que podemos acabar viviendo en una
sociedad totalitaria disfrazada de democracia donde la gente solamente puede
elegir cuidadosamente el siguiente tirano para los siguientes pocos años, sin
importar quién pueda ser.
Los
políticos primero prometen, después crean impuestos. Cuando se exceden sobre
los ingresos por impuestos, piden prestado. Un gigantesco endeudamiento es el
tercer experimento. La tendencia merece especial atención en los últimos 35
años. Hablando históricamente, los gobiernos sólo se endeudaban fuertemente en
tiempos de guerra, y los particulares recelaban mucho del endeudamiento
excesivo. Hoy, los niveles de deuda, públicos como los pública como privada
están en records históricos en la mayoría de las regiones del mundo. Parece
como si las sociedades de hoy hubiesen perdido el respeto que el endeudamiento
merece. Etimológicamente la deuda es tener sin tener, es decir, pan para hoy y
hambre para mañana. Como normalmente permite vivir más allá de las
posibilidades, conlleva cierta medida de pérdida del sentido de la realidad. La
deuda no aumenta la riqueza y resulta peligrosa porque nuestros activos cambian
de valor, como nuestros ingresos, pero la deuda se mantiene inmisericordemente
constante sin tener en cuenta lo que los activos o los ingresos puedan hacer. Como
dijo un día un sabio hombre de negocios español: “La deuda es lo único real”.
En
los viejos buenos tiempos, la deuda tenía dos aspectos disuasorios: Los tipos
de interés y la obligación de repago. Los tipos de interés han sido suprimidos
por los Grandes Timoneles (bancos Centrales) y la renegociación del vencimiento
de la deuda se ha convertido en norma en la medida en la que los
sobreapalancados prestamistas no quieren darse cuenta de cuan podrida está realmente
su cartera de deuda y siguen dando patadas a seguir, en la esperanza de que vendrán
tiempos mejores para salvarles del desastre. Aparentar es el nombre del juego. El
problema con estas insensatas políticas es que el mundo se ha hecho adicto a la
deuda y ya ha consumido hoy la riqueza de mañana. Como toda adicción la cura
estriba en pasar por el dolor de la abstinencia, pero en nuestras adolescentes,
consentidas y egocéntricas sociedades, el dolor ha dejado de ser aceptable (y
puede llegar a ser ilegal). Antes o después, el día del ajuste de cuentas finalmente
llegará, y cuanto más lo pospongamos, más vicioso será el colapso final.
Por
último, el sistema de reserva fraccionaria, basado en la confianza, es muy
peligroso. Si tenemos enormes deudas
y una falsa seguridad a través del “seguro” de los depósitos (¿quién asegura al
asegurador?) que garantiza hasta una cierta cantidad de los depósitos (¿quién
garantiza al garante?) se quita de los hombros de la gente la responsabilidad d
elegir que entidad es suficientemente segura para salvaguardar sus duramente
conseguidos ahorros. El sistema de reserva fraccionaria conlleva el miedo a una
fuga de depósitos bancarios. Si los depósitos fuesen reales (o, por lo menos,
más reales), la quiebra de un banco sería como la quiebra de cualquier otra quiebra,
con sus accionistas y otros acreedores soportando la carga del error humano. No
habrái nada parecido a un riesgo sistémico y ambos, directivos y depositantes se
tendrían que comportar más responsablemente (¿Cómo adultos?). Lo que se ve por
todas partes es un abuso de confianza en el que se ha permitido al sistema
hacerse muy frágil. La fragilidad es un concepto traicionero: durante mucho
tiempo parece que no pasa nada y la prudencia parece estupidez hasta que, de
repente, aparentemente a partir de un cielo azul y si nubes, se desatan todos
los fuegos del infierno.
El
cuarto experimento tiene que ver con banqueros centrales locos y dinero fiat,
y se remonta a1971 cuando el presidente Nixon canceló unilateralmente la
convertibilidad del dólar americano en oro. Nixon dijo, literalmente: “He
ordenado al Secretario Connally suspender temporalmente la convertibilidad del
dólar en oro”. Por favor, tómese nota del “temporalmente” y véase 44 años
más tarde.
Como
se ha visto, la historia del dinero fiat: los que tienen el poder primero
prometen, luego crean impuestos; llega un momento en el que hay más promesas
que dinero (la exacta definición del Estado del Bienestar actual) y entonces
los que tienen el poder no tienen otra opción que endeudarse. Entonces, cuando
ningún prestamista en su sano juicio le prestaría un solo céntimo, los que
tienen el poder imprimen. Es fácil y por un momento parece inofensivo. Podemos
encontrar ejemplos en China, tan antiguamente como en el siglo X o en el
Imperio Romano, antes de su caída. El final es predecible: la destrucción del
dinero. El dinero tiene una demanda limitada, finita. Si se crea una oferta
infinita, su valor cae a cero. Por supuesto, las divisas fiat tienen sus pros y
sus contras. El problema con los pros es que dependen demasiado del sentido
común, buen juicio y correcta moral de los que tienen el poder, cerrando los
ojos a la omnipresente patología del poder que, con muy contadas excepciones,
aparece cada vez que los que tienen el poder empiezan a creer que son Dios
–olvidando que, desafortunadamente, les faltan sus otros atributos–. Extremo
poder sin extrema virtud no es una buena idea.
Sujetos
a un falso sentido de seguridad que es tan solo una ilusión de control, los
banqueros centrales han tratado de eliminar los ciclos económicos, que ocurren
de forma natural al menos desde los tiempos de la Biblia, con sus siete años de
abundancia seguidos de otros siete años de hambre. Sin embargo, los ciclos son
indispensables, ya que recompensan la visión, la inteligencia y el
comportamiento correcto (y la suerte, por supuesto) al tiempo que castigan la
imprudencia, la avaricia excesiva, el cortoplacismo o la estupidez. Los ciclos
traen dolor y el dolor trae los cambios necesarios. Así es como funciona la
naturaleza humana: porque, a causa de la naturaleza caída del hombre, los
incentivos son fundamentales para rectificar lo equivocado en el largo plazo.
La represión financiera de la planificación central de los tipos de interés 0 (ZIRP
por sus siglas en inglés) , se verá en el futuro con consternación
como otro ejemplo más de la soberbia humana. Se destruyen los mecanismos de
precio, se distorsiona el valor de los activos; hemos huído de la realidad,
creando una fantasía donde no se corrigen los errores, no se sanan las
adicciones y no se resuelven los problemas. Al contrario, los problemas se
extienden y amplifican. Las víctimas inocentes del ZIRP han sido ignoradas
hasta ahora por la opinión pública: Jubilados, compañías de seguros, fondos de
pensiones, fideicomisos, etc. Todos estos se han visto obligados a trepar desesperadamente
por la escalera del riesgo tratando de recuperar las rentabilidades anteriores.
Desafortunadamente, pagaremos el precio, tan seguro como que la noche sigue al
día –a pesar de que los banqueros centrales se retirarán confortablemente, encontrarán
un chivo expiatorio para el inminente colapso y saldrán del escenario de
puntillas sin asumir ninguna responsabilidad.
Si
piensa que he sido demasiado duro con los banqueros centrales y todavía cree
que son un puñado de sabios, hombres benignos sentados alrededor de una bola de
cristal, equipados con una inteligencia sobrenatural y especialmente dotados y
predestinados desde su nacimiento a dirigir el mundo, déjeme darle un ejemplo
reciente para que pueda juzgar por sí mismo. Haruhiko Kuroda, gobernador del
banco de Japón dijo el 4 de Junio de 2015: “Confío en que muchos de ustedes
están familiarizados con el cuento de Peter Pan, en el que se dice que en el
momento en el que dudas que puedes volar, dejas de ser capaz de ello para
siempre. Sí, lo que necesitamos es convicción y una actitud positiva”. Uau, eso
es lo que todos nosotros necesitamos.
Traigo
a la memoria otro personaje de la misma película: El Cocodrilo. Creo que lo que
el Cocodrilo se había comido esas políticas monetarias arrogantes e imprudentes,
es decir: la bomba de relojería de los banqueros centrales. La longitud de la
mecha es desconocida, pero puede estar seguro de una cosa: es finita.
El
quinto y último experimento es el más profundo y tiene las más
hondas y duraderas consecuencias. Es el experimento de vivir sin Dios, principalmente
en los países desarrollados, originariamente países del Occidente Cristiano, y
es realmente reciente, alrededor de dos o tres décadas en la mayoría de los
casos. Es un tema inmenso: por primera vez desde hace dos milenios, los países
de Occidente viven como si Dios no existiese. Ya no existen los Diez
Mandamientos, ni la ley natural, ni derechos inalienables, ni lo recto o
torcido. Las normas y los derechos se deciden, casi sin excepción, por los
seres humanos, por una mayoría deificada, que no tiene que dar cuentas a nadie,
no sujeta a ningún límite. Cuando expulsas a Dios, expulsas la dignidad humana.
Ya no somos hijos de Dios, con nuestros derechos indestructibles. Si los seres
humanos deciden cuáles son nuestros derechos, ya no hay derechos, porque un
derecho no puede depender de la opinión de otros. El relativismo, una de las
más peligrosas corrientes filosóficas que hayan existido nunca, afirma que la
verdad absoluta no existe (excepto en esta frase, por supuesto). Bajo la ideología
relativista, todo depende de los puntos de vista subjetivos, de la última moda
o de los siempre cambiantes caprichos de la mayoría. Hemos olvidado algo
extremadamente importante: cuando el poder no está sujeto a una norma superior,
los que están en el poder se convierten en dioses, aunque no santo, infinitamente
misericordioso, como los buenos dioses, sino sombríos tiranos expectantes. De
la misma manera, cuando echamos a Dios de nuestras vidas, algo tiene que ocupar
el espacio vacío. Por lo tanto, los que creen haber matado a Dios, están
equivocados: simplemente, han sustituido a Dios por otros dioses como el poder,
el sexo, el dinero, la popularidad, la madre Tierra, dioses que son inferiores
a nosotros en vez de enormemente superiores, dioses que nos esclavizan en vez
de tener la capacidad de hacernos libres. Peor aún, nos hacemos esclavos que
han olvidado su estado de esclavitud.
Me
preocupa que podamos estar participando ciegamente en el declive de nuestra
propia civilización en nombre del progreso, que podamos estar perdiendo nuestra
libertad en nombre de la propia libertad. Nuestras democracias deificadas, están
degenerando, en una carrera en la que las mayorías votan a su favor con
largueza, siempre incrementando los derechos y siempre disminuyendo las
obligaciones. La libertad sin responsabilidad y sin límites morales, no es
libertad, sino barbarie. Verdaderamente, una vez que los principios morales se
han corrompido lo suficiente por la anestesia de las conciencias y el paso del
tiempo, las masas soberanas, sin restricciones de ninguna regla en absoluto,
habiendo ya secuestrado la verdad y redefinido lo recto y lo torcido, se
convertirán en despiadados tiranos arbitrarios. Este momento está apareciendo
en el horizonte.
Mencioné
al principio que la Antigua Grecia fue pionera de la democracia hace 2.500 años
y la primera sociedad en que una parte significativa de la población podían
llamarse a sí mismos ciudadanos libres. ¿Cómo llegó a su fin la democracia
griega? Una de las mayores autoridades en este periodo de la Historia, la
última Edith Hamilton explica claramente la rezón del declive de Grecia en su
magnífico libro “El eco de Grecia” (1957). Esta cita corresponde al capítulo titulado
“El derrumbamiento de Atenas”:
“Lo que la gente quería
era un gobierno que les proveyese de una vida agradable para ellos, y con esto
como objetivo más importante, las ideas de libertad y de autoconfianza y
servicio a la comunidad, se eclipsaron, hasta el punto de desaparecer. Atenas
se veía cada vez más como un negocio cooperativo, poseedor de una gran riqueza
que todos los ciudadanos tenían derecho de compartir. Los cada vez mayores
fondos hicieron necesaria la creación de impuestos cada vez más pesados, pero
que causaban problemas sólo a los ricos, siempre una minoría, y nadie dedicó un
pensamiento de que la fuente pudiera agotarse por esos impuestos. Los políticos
estaban estrechamente conecatados con el dinero, tanto como con el voto. Por
supuesto, una cosa llevaba a la otra. Los votos estaban a la venta, así como
los cargos.
Platón tenía claro el
proceso completo. Atenas había alcanzado el punto del rechazo de la
independencia y la única libertad que querían era la libertad de
responsabilidades. Sólo podía haber un resultado. ‘El exceso de libertad en
estados o individuos’, decía, ‘parece transformarse en exceso de esclavitud’.
Si los hombres insistían en verse libres de la carga de una vida que fuese
auto-dependiente y también responsable del bien común, dejarán de ser libres en
absoluto. La responsabilidad es el precio que cada hombre debe pagar por la
libertad. No puede ser de otra manera. […]
Pero, en ese momento,
Atenas había alcanzado el final de la libertad y nunca más la recuperaría’ ”.
He
dicho lo que tenía que decir. Muchas gracias.
When I was kindly invited by our founder to make a presentation in our first meeting, I
thought it would be interesting to bring out some global views on what I believe is a multigenerational
decline of the Western civilization rather than talking about the very interesting
but narrower field of investment. I must start with two disclaimers: the first is that I am not a
historian, so I do not pretend all my data to be utterly accurate or exhaustive (although I have
done my best). Secondly, I will use my right of freedom of speech to be completely politically
incorrect: some data may surprise you the same way they surprised me when I came upon
them.
My speech is titled “The Five Experiments”. According to the Webster dictionary an
experiment is “something that is done as a test: something that you do to see how well or how
badly it works “. It is also “a scientific test in which you perform a series of actions and
carefully observe their effects in order to learn about something”. Western societies are
undergoing five experiments – yet we are not aware that they are just that: experiments. All of
them are fairly new and untested in the history of mankind, with the problem being that they
are now taken for granted as if they were not experiments but an immutable reality, an
axiomatic truth that cannot be changed. They are experiments – yet we are not carefully
observing their effects in order to learn, we are not judging how well or how badly they work.
Worse yet: they are all thought to be undeniable advances in civilization, protected by the iron
fist, the tight grip of the tyranny of political correctness. Churchill said that “however beautiful
the strategy, you should occasionally look at the results.” That is precisely what I intend to do.
The first experiment is universal suffrage and unlimited democracy, understood as a
system where a simple majority of people, qualified to vote on a minimum age basis alone
(pretty young, by the way), can decide on mostly anything – including to a large extent the
rights of the minority. This is a pretty recent invention, which in most cases has taken place in
the last 50 to 75 years.
We know that the goal of any political system should be liberty, order and justice
under an ethical framework that promotes virtue. Democracy is just an instrument that is
supposed to be the much better than others in achieving these goals, but it should not be
considered a goal itself. In today’s world, however, democracy is confusingly considered a
synonym of liberty, giving the wrong impression that all that matters is political freedom
regardless of the level of the much broader, valuable and precious concept of personal
freedom. In fact, a democracy can be perverted to the extent that it becomes an enemy of
liberty and order, and its short history already provides quite a few sad examples of that. Hitler
was very democratically raised to power by the German people in the 1933 elections, despite
the fact that he had not hidden his ideas at all. Venezuela’s democratic tyranny is another
recent example.
Most part of history man has lived under the rule of kings. Of course, even under
absolutist regimes the king was not alone in the exercise of power. As Oxford historian Ronald
Syme wrote in his book The Roman Revolution: “in all ages, whatever the form and name of
government, be it monarchy, republic, or democracy, an oligarchy lurks behind the façade
(…)”. In fact, kings were subject to many theoretical and practical restraints, the first of which
was their religious belief in a power above themselves and to whom they would unerringly
have to respond in due time. Secondly, they were subject to a rule of law that was more or less
immutable, based on religion and customs, as opposed to today’s legislation, which changes
very often and only responds to fads or the variable moods of the majority. Kings were
dependent on nobles for both revenues and troops due to the fact that they had limited access
to tax revenue and no way to effectively levy taxes, whereas conscription didn’t exist (it was
the 1789 French Revolution which brought it). Conscription, which we take for granted
nowadays despite being an unquestionable dent to personal liberty, was an important
development. Before conscription, soldiers were much more expensive and, thus, armies much
smaller. Total wars were unconceivable, normal life was not as affected by what happened in a
front that was quite narrow by definition, and the lines between the rulers and the ruled were
not as blurred as they became afterwards -with the dire consequence of making possible the
hatred between entire peoples through the extensive use of propaganda.
Between the 6th and the 3rd century BC, Ancient Greece is known for having become
the first democracy in History, but it really had little to do with the unheard-of concept of
universal suffrage. I will tell you later why it ended badly according to one great American
specialist in Ancient Civilizations. Republican Rome lasted five centuries and had only some
democratic scents. However, again, neither Greece nor Rome had universal suffrage and both
even coexisted with the institution of slavery. Well, with only a couple exceptions, such as
maybe the Republic of Venice or Switzerland, since the end of both the Greek democracy and
the Roman Republic, and for the ensuing 1800 years, democracy, even in its most limited form
of a small group of people being able to vote on a few issues, was not used as a political
system roughly anywhere in the world. In the beginning of the 19th century only a small subset
of the population was allowed to vote in those few countries where there were some timid
traits of a democratic system. The mere thought of equalizing the voting power of a rookie
youngster with that of an experienced, wise old man, or of literate and learned people with
uneducated people, or of those who paid taxes to finance subsidies with those receiving those
same subsidies, was considered weird, to say the least. In the UK, for instance, up until 1815
only 4% of the population 20 years old or older had voting rights (in 1832 it was ca 7%), and
only 10% of Germans had the right to vote as late as 1871. In other countries it was similar.
Indeed, universal suffrage was not embraced until the 20th century, between 1913 and 1928 in
the case of the UK, Norway, Sweden, Denmark, Austria, Germany or the Netherlands, most of
them after World War I. Taking into account that subsets of the general population were not
allowed to vote until much later (women and racial or religious minorities), we cannot talk
about universal suffrage in other countries until the second half of the 20th century: Italy
(1945), Canada (1960), Australia (1962), the Unites States (1965), Switzerland (1971), Portugal
(1976) or Liechtenstein (1984). Illiterates in Brazil were banned from voting until 1988 and in
Sweden, Catholics, which until 1871 were not allowed to vote, had to wait until 1950 to be
eligible as members of the cabinet (by the way, only in 2013 were the members of the British
royal family allowed to marry a Roman Catholic without losing their dynastic rights).
Arguably one of the best experiments in liberty in the History of mankind is the 1788
Constitution of the United States. However, it might surprise the reader (as it did surprise me)
that some of the Founding Fathers didn’t like democracy very much. They tended to define
democratic systems as “two wolves and a sheep voting what to have for dinner”, and were
extremely worried that such a political system would soon become “mob rule”, where the
majority would become the new tyrant and abuse the minority – defined by religion, race or
wealth (the poorest or the richest). Many common issues can be reexamined at the light of
majority abuse in democracies: progressive taxation (the majority decides that the richer
minority has to pay more than proportionally), rigid labor legislation that makes dismissal
difficult and increases minimum wages (apparently “protecting” the majority current
employed while undermining the possibilities of finding new jobs for the minority
unemployed), and even abortion (the majority already born deprives the voiceless, defenseless
minority which is still in the womb of their mothers from their right to exist). That is why these
Founding Fathers created a Constitution difficult to overrule by any majority, clearly stating
that the “inalienable” rights of the people were not decided or voted by fellow men but had
been determined by a Superior Being, namely God. This Constitution was supposed to be the
unconquerable fortress that would always defend the minorities against the whims of
majorities. Further, numerous checks and balances were put in place. Throughout the world
constitutions are indeed protected to prevent easy changes. In fact, it is so much of a hassle
for politicians to legally change constitutions in their obsessive quest for arbitrary power that
they have found an easier shortcut, which is to control the Court originally established to
interpret the Constitution. Subsequently, constitutions everywhere have been slowly twisted
to allow for a very broad range of legislation that would probably have been deemed
profoundly unconstitutional by their original authors.
Therefore, people today rightfully consider the divine right of kings something weird
but, strangely enough, happily accept the divine right of majorities (which is at least as weird)
as the most natural thing in the world. In fact, today’s governments, elected by majorities,
have such power that absolutist kings would pale in envy. In most Western countries (not all)
people do not fear the advent of a hostile majority, but in many countries around the world
where there is a heterogeneous population, or where there are serious tensions between
majorities and minorities, elections’ results are often contemplated with anxiety by the
prospective losers, as different outcomes bring vastly different scenarios that might even
trigger a temporary exile in order to preserve one’s wealth, freedom or life.
So much for the first experiment: never before in History has democracy been used on
such a massive scale and never have majorities had so much unconstrained power.
The second experiment is Big Government & Welfare State, also a few decades old
(again, maybe 50-75 years), and it is absolutely linked to the first. In democratic systems,
politicians need to seduce the masses, and they usually do so by promising public money in
exchange for votes. Taxes are the other side of promises, their natural consequence: first, you
promise; then you tax. Thus, with the creation of boundless democracy, politicians started
making promises at an increasing pace, and taxation had to follow suit (however, in one of
those remarkable social phenomena, most voters still believe that promises bear no cost).
Up until the end of the 19th century, approximately 50% of public spending was
military. In the old days, monarchies’ public spending was estimated to range between 5 and
7% of GDP. Even in 1870, public spending in Western countries was around 10% of GDP; prior
to WWI, in 1913, it was still below 13% of GDP. For the sake of giving some specific examples,
public spending over GDP was 7% in the US and 12% in the UK at the time. In the Nordic
countries, currently known for being paradigmatic Welfare State societies, public spending was
ca 6% of GDP in 1870 and below 10% in 1913 (it seems they became rich and prosperous with
limited government and then decided to squander everything as soon as they forgot the true
origins of their wealth). These were the figures only 100 years ago, when our grandparents
were already adults. Today, public spending in the EU is close to 50% of GDP.
Public debt was nearly non-existent at the beginning of the 20th century (in any case it
was below 10% of GDP), and balanced budgets were considered the rule except in times of
war. Government employment as a percentage of total labor force was miniscule, between 3
and 5% in 1900. In Spain, as late as 1975, public debt stood around 8% of GDP and public
spending remained around 20% of GDP. Sidney Homer reminds us in his work A History of
Interest Rates that back in the 14th century, for example, kings (governments) were required
by their lenders to pay higher interest rates than commercial private borrowers, as they were
considered less trustworthy. In just one hundred years, public debt has soared from 10% over
GDP to the current 90-100% in many Western countries, and thanks to central banks, many
governments actually get paid by their lenders for the privilege of lending to their nearbankrupt
governments. I wonder whether societal wisdom has increased or decreased since
the 14th century.
Permanent income taxes – the main source of funding or extractive capacity of the
State – is another recent invention (as you can see, not all inventions are a progress for
humankind). The first permanent tax took place in 1842 in Britain, followed by Austria, Italy or
Japan in the second half of that same 19th century. Around 1900, the Netherlands and most of
the European Nordic countries (Norway, Sweden and Denmark) followed suit. Between 1913
(close to the beginning of World War I) and 1925, the United States, France, Germany,
Australia, Canada, Finland or Belgium joined the group. Switzerland did not enact a permanent
income tax at the federal level until 1939 (when WWII started). It should be emphasized that
at the beginning tax rates used to be low single digit, ranging between 1 and 7% over annual
income (nowadays it is not uncommon to find top tax rates between 40% and 50%).
Afterwards, the always astute politicians have found many ways to increase taxation.
Progressive tax rates, deemed unconstitutional in the US until 1913, that unlucky year when
the Fed was created (both events taking place on the same year may well be the origin of
number 13’s bad reputation), were soon adopted. Indeed, through progressive taxation,
politicians disguise and soften the inevitable voter’s annoyance caused by tax hikes using the
always powerful feeling of envy as a masterly softener: “the rich will pay even more”, they say.
“Oh, I feel better”, the voter responds. “Tax me, please”. In fact, progressive taxation should
be seen as a long term destroyer of the principle of private property. If the political system
allows majorities to decide without restrictions regarding the wealthy tiny minority, it seems
logical to think that abusively high income taxes will be followed by wealth taxes, then by legal
expropriation (garnished by beautiful words such as “social justice”, for instance) and, finally,
by arbitrary illegal confiscation before the whole system explodes in total chaos.
Another trick used by politicians is to call “Social Security” what is merely another huge
tax. Social Security sounds better, of course: it even sounds like a pension contract, except for
the little detail that there is no contract whatsoever (just the promise of a politician, which I
wouldn’t rate AAA). Yet another trick is withholding taxes, which divide the tax payments
through the year with the goal of reducing the pain of a single payment on a certain date.
Finally, politicians have invented a myriad of little taxes, so that the overall abusive level of
taxation goes unnoticed, and also that great stealth concept called indirect taxation. The Value
Added Tax (VAT), invented by a French bureaucrat as late as 1954, is the mother of all indirect
taxes. Of course, all temporary taxes remain in place forever, and people seem to sheepishly
accept whichever new form of taxation is created regardless how eccentric and outrageous it
might have regarded just one generation ago – let alone two.
In any boundless democracy, a Welfare State is simply a symptom of aging. The
healthier the democratic system, the longer it takes for it to degenerate into a Welfare State.
In this sense, it is taking much longer in the Anglo Saxon countries than in the European
continent. In a Welfare State, politicians promise Peter that he will be subsidized at the
expense of Paul, and then they run to convince every single voter that they are all Peters
(except the obvious minorities, which don’t count anyway). The politician’s principle is simple:
you earn, I redistribute. He takes with one hand and redelivers with the other (with some
unfortunate midway loss). In my view, any society that aspires to call itself civilized has the
moral duty of taking care of the weakest, of those who cannot take care of themselves,
temporarily or permanently. The State should only have a subsidiary role, though, with the
family (currently under a most vicious attack) representing the main support of these weakest,
followed by the voluntary action of fellow men through charity. However, the weakest, by
definition, are a minority, and minorities are of little interest to the Welfare State, which is a
political concept. That’s the reason why the Welfare State has failed to provide protection to
those it should, while spoiling (controlling) those it should not.
Politicians promise a nonexistent, fraudulent, completely imaginary security in
exchange for a very real and precious value called liberty, and people end up without both.
That was the trap of Communism, but the temptation to accept such poisonous deal is as old
as man. In the Bible we can see how the Jewish people bitterly blamed Moses for all their
adversities in the desert just weeks after having been saved by him from slavery: “Why did we
not die at Yahweh's hand in Egypt, where we used to sit round the flesh pots and could eat to
our heart's content!.” They’d happily trade their recently recovered freedom, naturally full of
uncertainties, for the “security” of a full stomach. We definitely cannot take for granted the
value placed by the average man on his own freedom, because freedom bears responsibility,
effort, taking the right choices, erring and falling, and standing up again after every fall. In
reality, true freedom can be scary. That’s why a Spanish comedian of the 70s and 80s famously
said: “We will be free! And those who don’t want to be free, we will force them to become
free!”
Welfare States create the illusion that money grows in trees: “free” highways and highspeed
railway infrastructures, “free” health systems, “free” public education systems. Bizarre
“rights” start growing like mushrooms in a humid forest –rights without duties. Personal
responsibility, on the other hand, is killed on the altar of universal rights and political power:
the State will provide no matter what, so there’s no need to save, no need to have children to
support you at an old age, no need to search for a job, no need to keep healthy. This is Europe:
a citizenship completely dependent on the State (of course, a free, independent citizen has
always been a nuisance for any power junkie). Social Security, disguised as State-sponsored
savings, becomes a Ponzi scheme. Voters are openly bribed with ever more subsidies and a set
of absurd, tyrannical and overwhelming regulations seem to bring totalitarianism through the
back door. They distract us with political liberty while stealthily robbing personal liberty at an
accelerating pace. The huge danger is that we may end up living in a totalitarian society
disguised as a democracy, where people would just carelessly choose the next tyrant for the
next few years with nobody bothering who he might be.
Politicians first promise, then tax. When they run out of tax revenues, they borrow. A
gigantic indebtedness is the third experiment. The trend is particularly noteworthy in the last
35 years. Historically speaking, governments only borrowed heavily in times of war and
particulars were wary of getting too much into debt. Today, both private and public debt levels
remain at historical records in most world regions. It seems that today’s societies have lost the
due respect that debt deserves. Etymologically, debt is having without having; it means bread
today and hunger tomorrow, as we say in Spain. As it usually allows living beyond one’s means,
it also brings some sort of reality loss. Debt doesn’t add to wealth and becomes dangerous,
because our assets change in value, as does our income, but debt remains merciless constant
regardless of what assets or income may do. As a wise Spanish businessman once said, “debt is
the only thing real”.
In the good old days, debt had two natural deterrents: interest rates and the obligation
of repayment. Interest rates have been suppressed by the world’s Great Helmsmen (central
bankers), and rolling debt at maturity has become the norm, as overleveraged lenders do not
want to realize how stinky their loan book really is and keep kicking the can down the road in
the belief that better times will come along to save them from disaster. To pretend is the name
of the game. The problem with these reckless policies is that the world has become addicted
to debt and has already consumed tomorrow’s wealth - today. As with all addictions, the only
cure implies going through the pain of withdrawal, but in our teenager, spoiled, egocentric
societies, pain is no longer acceptable (it may well become illegal). Sooner or later, the day of
reckoning will come due, however, and the longer we postpone it, the more vicious the final
collapse will be.
Finally, the fractional reserve system, based on trust, is very dangerous. If we have
huge debts and a false sense of security through deposit “insurance” (who insures the
insurer?) that guarantees up to a certain amount of deposits (who guarantees the guarantor?),
we take responsibility off people’s shoulders in the moment of choosing which entity is safe
enough to keep their hard earned savings. The fractional reserve system bears with it the fear
of a bank run: if deposits were real (or at least more real), a bank failure would be like any
other bankruptcy, with its shareholders and bondholders taking the burden of human error.
There would be nothing like systemic risk, and both managers and depositors would have to
behave more prudently, more responsibly (like adults?). What we are seeing everywhere is an
abuse of trust, where the system has been allowed to become extremely fragile. Fragility is a
treacherous concept: for a long time, nothing seems to happen and prudence resembles
stupidity, until suddenly, apparently out of the blue, all hell breaks loose.
The fourth experiment has to do with crazy central bankers and fiat currencies, and it
goes back to 1971, when US President Nixon unilaterally cancelled the convertibility of the US
dollar into gold. Nixon literally stated: “I have directed Secretary Connally to suspend
temporarily the convertibility of the dollar into gold”. Please note the word “temporarily”, read
44 years later.
As we have already seen, the history of fiat currencies is quite simple: powerholders
first promise, then tax; there comes a moment when there are more promises than money
(the very definition of today`s Welfare State), so powerholders have no option but to borrow.
Then, when no lender in his right mind would lend them a single dime, powerholders just
print. It’s easy and for a while it seems harmless. We can find examples in China as far back as
in the 10th century or in the Roman Empire prior to its demise. The end is predictable: currency
destruction. Money has a limited, finite demand; if you create an infinite supply, its value will
go down to zero. Of course, fiat currencies have both pros and cons. The problem with the
pros is that they rely too much on powerholders’ common sense, good judgement and right
morals, turning a blind eye to the ever present pathology of power which, with very few
exceptions, appears every time man starts believing he is God – forgetting that he
unfortunately lacks His other attributes. Extreme power without extreme virtue is not a good
idea.
Subject to a false sense of security which is nothing but an illusion of control, central
bankers have tried to eliminate economic cycles, which naturally occur at least since the times
of the Bible, with the seven fat years followed by the seven lean years. However, cycles are
indispensable, rewarding vision, intelligence and rightful behavior (and luck, to be sure) and
punishing recklessness, excessive greed, shortsightedness or stupidity. Cycles bring pain, and
pain brings necessary change. That’s how human nature works: because of man’s fallen
nature, incentives are essential for righting the wrong in the long term. The financial
repression of centrally planned zero interest rate policies (ZIRP) will be viewed in the future
with dismay and judged as yet another example of human hubris. The price mechanism has
been destroyed, asset values distorted; we have run away from reality and created a fantasy
where mistakes are not corrected, addictions are not healed and problems are not solved. On
the contrary, problems are extended and amplified. The innocent victims of ZIRP have so far
been ignored by public opinion: retirees, insurance companies, pension funds, endowments,
etc. All these have been forced to climb the ladder of risk desperately trying to grab the yield
leftovers. Unfortunately, we will pay the price as certainly as night follows day – although
central bankers themselves will comfortably retire, find some scapegoat for the next
meltdown and quietly tiptoe out of stage without assuming any responsibility whatsoever.
If you think I’ve been too harsh on central bankers and you still believe they are a
bunch of wise, benign men sitting around crystal balls, equipped with supernatural intelligence
and specially gifted and destined to rule the world since birth, let me give you a recent
example so you can judge for yourself. Haruhiko Kuroda, governor of the Bank of Japan, said
on June 4th 2015: “I trust that many of you are familiar with the story of Peter Pan, in which it
says that the moment you doubt whether you can fly, you cease forever to be able to do it.
Yes, what we need is a positive attitude and conviction”. Wow, that’s all we need.
I recall from that same movie another character: Tick-Tock Croc. I believe that what
the crocodile had eaten were these arrogant, reckless monetary policies, that is: central
bankers’ ticking bomb. The fuse’s length is uncertain, but you can bet on one thing: it’s finite.
The fifth and final experiment is much more profound and has deeper and longer
lasting consequences. It is the experiment of living without God, particularly acute in
developed, formerly Christian Western countries, and is really recent, arguably two or three
decades old in most cases. This is a huge issue: for the first time in nearly two millennia,
Western countries live as if God didn’t exist. There are no longer Ten Commandments, no
natural law, no inalienable rights, no right or wrong. Rules and rights are decided, nearly
without exception, by fellow men, by the deified majority accountable to no one, subject to no
limits at all. When you take God out, you take human dignity out: we are no longer sons of
God, with our own indestructible rights. If fellow men can decide what our rights are, then
they are not rights, because a right cannot depend on the opinion of others. Relativism, one of
the most dangerous philosophical currents ever, asserts that absolute truth does not exist
(except this very statement, of course). Under the relativist ideology, it all depends on
subjective views, on the latest fad or on the ever changing whims of the majority. We have
forgotten something extremely important: when power is not subject to a higher rule, those in
power become gods, although not saint, infinitely merciful, just and good gods, but somber
tyrants in waiting. Also, when we take God out of our lives, something has to occupy the
empty space. Therefore those who think they have killed God are wrong: they have just
substituted Him for other gods, like power, sex, money, popularity or mother Earth, gods who
are inferior to us instead of vastly superior, gods that enslave us instead of having the ability to
set us free. In our quest for a misunderstood freedom we have become slaves. Worse yet, we
have become slaves who remain oblivious to their state of slavery.
I worry that we might be blindly participating in the decline of our own civilization in
the name of progress, that we might be losing our freedom in the very name of freedom. Our
deified democracies are degenerating into a race where majorities vote for themselves with
largesse ever increasing rights and ever decreasing duties. Freedom without responsibility and
without moral constraints is not freedom, but barbarism. Indeed, once morals are sufficiently
corrupted by the anesthesia of conscience and the passage of time, the sovereign masses,
unconstrained by any rules at all, having already kidnapped truth and redefined right and
wrong, will become ruthless arbitrary tyrants. This moment is looming on the horizon.
I mentioned at the beginning that Ancient Greece was the pioneer of democracy 2,500
years ago and the first society in which a sizable part of its people could proudly call
themselves free citizens. How did democracy in Greece come to an end? One of the foremost
authorities in this period of History, the late Edith Hamilton, clearly explained the reason of
Greece’s decline in her wonderful book The Echo of Greece (1957). This quote belongs to the
chapter called Athens’ Failure:
“What the people wanted was a government which would provide a
comfortable life for them, and with this as the foremost object, ideas of
freedom and self-reliance and service to the community were obscured to the
point of disappearing. Athens was more and more looked on as a co-operative
business possessed of great wealth in which all citizens had a right to share.
The larger and larger funds demanded made heavier and heavier taxation
necessary, but that troubled only the well-to-do, always a minority, and no one
gave a thought to the possibility that the source might be taxed out of
existence. Politics was now closely connected with money, quite as much as
with voting. Indeed, the one meant the other. Votes were for sale as well as
officials.
The whole process was clear to Plato. Athens had reached the point of
rejecting independence, and the freedom she now wanted was freedom from
responsibility. There could be only one result. “The excess of liberty in states or
individuals,” he said, “seems to pass into excess of slavery.” If men insisted on
being free from the burden of a life that was self-dependent and also
responsible for the common good, they would cease to be free at all.Responsibility was the price every man must pay for freedom. It was to be hadon no other terms. (…)
But, by the time, Athens had reached the end of freedom and was never to
have it again.”
Enough said. Thank you very much.