31 de marzo de 2021

La oración de todas las cosas 19. Un huerto cerrado

 XIX. HORTUS CONCLUSUS

 Un huerto cerrado 

Pierre Charles S.J. 

Para designar la morada eterna de los elegidos hemos tomado una vieja palabra persa, adoptada ya por los griegos, y decimos el Paraíso. El Paraíso de los antiguos sátrapas del Irán es un jardín plantado de árboles y clausurado contra todas las invasiones indiscretas, un jardín de sombra y de flores, de sol y de surtidores. Yo quisiera hoy, Señor, pasearme contigo por ese jardín. Me parece que podríamos aprender aquí muchas cosas útiles, aunque no fuera más que un paseo lento y dejándonos invadir por el silencio pacífico.

¿Por qué tan a menudo he dejado fuera de mi piedad todas esas emociones profundas que, mejor que sermones laboriosos, serían capaces de hacerme un alma cristiana? ¡Un jardín! Lo he considerado como algo profano, olvidando el jardín de Getsemaní, y el de los orígenes del hombre, y el del Cantar de cantares con los lánguidos perfumes que allí dispersa el viento del Sur. Hay toda una invitación discreta que emana de este mundo de flores, de árboles, de pájaros o de hojas muertas; jardín de otoño o de primavera, jardín todo bañado de sol o goteante bajo la lluvia, el jardín de los niños y el de los Cartujos y el de los viejos que vienen aquí a sentarse en silencio.

En las calles, en los caminos, me siento zarandeado; pero allí, detrás del vallado o la muralla, a lo largo de los senderos solitarios, muchos de mis cuidados obsesivos llegan a disolverse en la paz. Los viejos paganos habían poblado los jardines de divinidades y de genios. Nosotros los hemos suprimido. Sólo sobreviven en los mármoles, en rincones de céspedes, en tazas de fuentes. Pero hay una idea verdadera en todos esos errores antiguos, y nosotros la hemos tal vez sacrificado indebidamente. ¿Tu Espíritu, Señor, no vive en la frescura de los bosques –in aestu temperies– y no se ocupa de nutrir los pájaros que, bajo la enramada, claman a su Creador? Y en el silencio de los grandes jardines, ¿no puedo oír tu llamada como el primer hombre?

Porque en los jardines, los caminos no acaban en ninguna parte. Se cruzan y serpentean, pero vuelven todos al punto de partida, a la puerta de la morada. Como mi vida, Señor, como mi vida, de la cual Tú eres el alfa y omega, que ha comenzado por Ti y que debe acabar para Ti. Cualesquiera que sean los rodeos de mis obras y los meandros de mis caprichos. (No puedo por menos que insertar aquí el link a mi libro, en papel o kindle, “El largo y tortuoso camino”: https://www.amazon.es/El-largo-y-tortuoso-camino/dp/1980475806 ) En este jardín, donde continúo mi paseo solitario, me siento invadido por emociones tiernas y fuertes que me guardan o me rehacen la salud espiritual. El hombre que en todas las partes de la tierra ha saqueado tanto tu obra, aquí, al menos, se ha limitado a cultivarla. La ha tratado con dulzura y respeto, y ella ha respondido como responden tus criaturas cuando no se las violenta. La respuesta encantada de los vergeles en primavera, y la respuesta grave  madura de los vergeles en otoño; y la respuesta del humilde huerto de legumbres que se trabaja día y noche para que dé cebollas, y berzas, lechugas y perejil; y las respuestas de los arriates de flores, que no se cuidan de ser miradas y cuya belleza sencilla ignora la coquetería, y basta la respuesta de esta vegetación espontánea que llamamos la mala hierba, porque no nos ha pedido permiso para crecer y de la que sólo Tú fuiste su jardinero; la respuesta de la madreselva en el bosque y de la margarita obstinada en el césped.

Tú mismo te apareciste, la mañana de la resurrección, a Magdalena bajo las apariencias de un jardinero, y los viejos Padres de la Iglesia sostuvieron, en el siglo II, contra todos los herejes de entonces que querían hacer de tu cuerpo sólo una apariencia, que tus disfraces no eran de engañifa, y puesto que habías escogido mostrarte como jardinero en este encuentro solemne, lo eras verdaderamente: horticultor paciente que debe contar con el suelo, la lluvia, los pájaros, los insectos y los merodeadores; horticultor ingenioso que hace rendir el ciento por uno a todos los granos que caen de su mano en el surco de las almas generosas; horticultor glorioso, ufano de sus cosechas y que no desdeña ni siquiera las grandes paletadas de estiércol al pie de las higueras estériles.

Porque nada hay más exigente que el cultivo de un jardín, ya que todo vuelve a sus formas salvajes desde el momento en que el jardinero le deja a él solo. Un poco como yo, Señor, un poco como todos nosotros, aún los más graves y los más dignos, prontos a caer otra vez en el egoísmo espontáneo desde el momento en que tu gracia nos abandonara a nuestra pereza nativa y a nuestras pequeñas astucias mediocres. Es nuestra suerte, a la vez muy difícil y muy noble; es nuestro terrible y magnífico quehacer de hombres y de cristianos, crecer y perfeccionarnos, no siguiendo nuestros sueños, sino la línea, muy recta, de nuestra naturaleza: esta naturaleza que nos conviene no menospreciar ni odiar, sino respetar como el gran don divino. Tú dijiste que solamente los necios van a buscar racimos en las zarzas y a recoger higos en los cardos; y en las primeras páginas del Génesis vemos que cada planta recibió la orden muda de producir frutos según su especie –in genere suo. Tú no quieres de mi, Tú, el sabio horticultor, otra cosa sino que sea un hombre; Tú no Te extrañarás si el fruto de mis obras lleva la marca de mis tanteos, de mis incertidumbres, de mis miedos y de mis torpezas. No soy una flor de invernadero; me has dejado crecer a pleno viento, al choque de todas las pruebas, y batido por todos los contratiempos, por las decepciones, por las angustias, como una pobre planta que debe florecer luchando y que nunca está segura del mañana. Señor, ten piedad de nosotros todos, porque es una gran paradoja estar enraizados en la tierra y tener que subir hacia el cielo; es un problema arduo, cuando uno mismo es para sí casi un extranjero, preparar correctamente unas obras que corresponden a lo que somos, y cuando uno mismo no sabe si es vid o zarza, higuera o cardo, hacer madurar los frutos que el jardinero da por descontados y espera... Pero no estamos solos y Tú estás con nosotros y nos ayudas a crecer –incrementum dat–, y mi gran reposo consiste en saber que Tú nos conoces  -nescio, Deus scit–  y que, en la sencillez de la conformidad, bajo el gesto del horticultor, podemos encontrar cómo realizar nuestro ser y nuestro deseo.



Añadido mío:

 

Al leer esta lección del Papa, asociaciones de ideas incontrolables me han hecho echar mano de tres poemas de autor desconocido (al menos para mí) que, con mi manía de ser urraca, copié hace años. Los dos primeros podrían llamarse “Oración ante un jardín” el tercero, algo así como “¡Qué difícil es ser hombre!” Ahí van: 

I

Veo a través de la ventana

al castaño, al ciprés y al abedul mecerse.

El ciprés, parsimonioso y grave,

se cimbrea batiendo con su tronco el tiempo,

bajo continuo marcando ritmos poderosos.

Cada rama del abedul posee un movimiento propio

de batuta diestramente dirigida.

Horizontales compases se mezclan con otros verticales

en aparente caos asíncrono nunca repetido,

señalando entradas, tuttis, pianos,

síncopas extrañas que se unen y confunden

sin resolverse nunca entre ellas mismas.

El castaño, mientras tanto, hace temblar sus hojas

en un trémolo de cuerdas anhelantes

que anuncian sucesos ineludibles, inmediatos.

Un pájaro vuela de una rama a otra

con un batir de alas certero, preciso, acompasado,

como si supiera exactamente lo que hace.

Yo, absorto Beethoven sordo en el silencio,

oigo la muda sinfonía en mi cabeza.

Sé que el viento la produce y la sustenta

y sé que cada átomo del aire

obedece al Director Supremo.

Algo como un éxtasis me envuelve

y arranca de mí la oración como un fluido.

“Director de átomos de aire

que sostienen pájaros seguros,

que mueven céfiros pensantes,

que mecen ramas de árboles que suenan en silencio

–el castaño, el ciprés, el abedul sonoros–,

que crean música cósmica e inexpresable.

Sé Tú, Director sabio y bondadoso

quien dirija los acordes de mi vida.

Dame las entradas y salidas,

los ritmos, los timbres, las alturas.

Para mí, para mi orquesta, para siempre.

 

II

Fuiste tú, Cortázar, Julio, lo recuerdo,

entre famas, cronopios, manueles y rayuelas,

el que me hiciste ver la música en el viento.

En un texto tuyo, escondido donde no recuerdo,

el viento movía hojas de armonías silenciosas.

Estoy ante el mismo cristal de una ventana

donde hace meses, cuando el otoño se moría de cansancio,

me extasié en oración contemplativa

con pájaros, ramas, árboles, sonidos mudos.

Ha pasado el invierno, aquí está la primavera.

El ciprés ha aguantado inexpugnable

fríos, heladas, vendavales turbulentos.

Sigue igualmente serio, no ha cambiado.

Del abedul no sabría que decirte

pero el castaño estalla en solemnes pirámides floridas.

Y las ramas, troncos y pájaros de todos

hoy también, como entonces ocurriera,

se mueven en céfiros pensantes misteriosos.

No me enseñaste tú, Julio Cortázar,

a rezar al que crea la música que tú también oíste.

No me enseñaste tú, Él fue mi solícito maestro.

Pero tú me pusiste en el camino y yo, te lo agradezco.

 

III

Lunes Santo. Cuenca. Desde lo alto de la ciudad contemplando la hoz del Huécar con Cuenca abajo, a la derecha.

 

¡Qué envidia me dan los pájaros

cantando a la luz de la mañana!

Con tan sólo cantar, ya Te dan gloria.

Envidio también la lagartija,

que calienta su cuerpo al sol

mientras Te alaba,

porque Tú hiciste frías

su sangre y sus entrañas.

Se me escapa el alma cuando veo

a la trucha cimbreándose en el río.

Para nadar nació

y nadando Te bendice.

¿Y yo? ¿Yo?

¿Cómo, con qué debo alabarte?

¿Cómo Te cantaré?

¿De qué aires, soles, aguas

deberá beber mi lengua para saber

ensalzarte con mi vida?

¿Tal vez me basta con sólo

contemplar y darte gracias?

¿Tal vez es suficiente remontarme

desde el pájaro a tu Nombre?

¿Basta con eso o hace falta

la laboriosa acción transformadora?

Duda, la duda siempre lacerante.

¿Dónde está la sencillez perdida?

¿Se apagan con la muerte las preguntas?

¡Oh Capitán! ¡Mi Capitán! ¡Dios mío...!

 

 

24 de marzo de 2021

Travesía de la Biblia 3

 Al empezar esta travesía alguien podría desanimarse diciendo: “Si la Biblia tiene 74 libros y este tío va a dedicar una etapa de la travesía a cada libro, este viaje es demasiado largo para mí, así que no me embarco en la aventura”. Puedo garantizar una cosa: No es esa mi intención. Dentro de la falta de planificación del viaje por mi parte, mi idea la de pasar bastantes libros juntos de un plumazo, en un solo salto de este cabotaje. Pero… aunque… sin embargo… no obstante… habrá libros a los que les tenga que dedicar, no un salto del cabotaje, sino varios o, tal vez, muchos. Y ese es el caso de los primeros libros de la Biblia, el Pentateuco y, muy en particular, el Génesis. Porque son libros fundacionales y, además, más que innovadores, revolucionarios y que, por lo tanto, merecen ser visitados en varias etapas. Dicho esto, ahí voy con el Génesis.

Estamos demasiado acostumbrados al Génesis para darnos cuenta de las imponentes revoluciones que hay en él. Empecemos por el principio, por la creación. Todas las religiones y mitologías tienen sus relatos de la creación del mundo, sus cosmogénesis. Podría por tanto pensarse que el relato del Génesis de la creación es, simplemente, uno más. Sería una idea errónea. Todas las cosmogénesis anteriores al Génesis parten de tres principios que, en cierta medida, se derivan unos de otros:


-        El mundo material fue creado a partir de una materia preexistente. En muchos casos, esa materia preexistente eran los despojos de un dios malvado, vencido y muerto por un dios benéfico. También hay cosmogonías –si se les puede llamar así– que afirman que el mundo material no existe, sino que es una ilusión de los sentidos.

-        Ese mundo material es malo. Y si es una ilusión de nuestros sentido, es falso. En cualquier caso, se trata de liberarse de él.

-        El mal es, por tanto, inherente, consustancial con el mundo material o con el sueño de nuestra mente, por lo que es inseparable del bien, aunque éste, a pesar de ser el mundo material malo, pueda, tal vez, introducirse y habitar en él subrepticiamente. El mal y el bien, según estas cosmogonías, formarían una amalgama inseparable que en algunas culturas se llama el Ying y el Yang.

 

Y aquí viene la triple revolución del Génesis. Por primera vez en la historia se dice que el mundo ha sido creado de la nada, que el mundo material es bueno y que el mal no está inextricablemente unido al Bien, sino que es tan sólo una negación del mismo que será vencido y expulsado del mundo. ¡¡¡!!!

 

Efectivamente, las primeras palabras del Génesis dicen lacónicamente: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra”. Luego nos dice que “la tierra –creada por Dios al principio– era una soledad caótica…” y nos cuenta cómo Dios, mediante su Espíritu, que aleteaba sobre ella, la fue perfeccionándola en el tiempo con distintos actos de creación, esta vez no a partir de la nada sino del cielo y la tierra creados primigeniamente. Lo de los seis días de creación es, por supuesto, simbólico. Hay mucha gente que pretende buscar la irreconciliabilidad o la conciliación del relato Bíblico con los descubrimientos de la ciencia moderna. Tanto una cosa como la otra están fuera de lugar al leer el Génesis (aunque es cierto que el descubrimiento científico del Big-Bang parece, hoy por hoy, más bien apoyar esa conciliación que la irreconciliabilidad[1]). Pero eso carece de importancia, porque el Génesis no es un libro de ciencia.

 

Es cierto que el Génesis no dice explícitamente que el mundo fuese creado de la nada. Pero así parece darlo a entender implícitamente. Sólo en el 2º Libro de los Macabeos, no reconocido como canónico por los judíos[2], pero que forma parte de la Septuaginta (ver capítulo 2), se dice explícitamente esto: “Te pido, hijo mío, que mires el cielo y la tierra y lo que hay en ella; que sepas que Dios hizo todo esto de la nada…”. Aunque los libros de los Macabeos no formen parte del canon judío, sin embargo, los judíos siempre, en su inmensa mayoría, han creído en la creación del mundo ex nihilo. 

Por otro lado, tras cada acto de creación, el Génesis nos dice. “Y vio Dios que era bueno”. Y cuando acaba la creación dice: “Vio entonces Dios todo lo que había hecho, y todo era muy bueno”. En el relato de la creación del hombre ya se empieza a ver la superposición de textos de distintos autores, porque hay dos relatos de la creación del ser humano. Los expertos en la biblia detectan en el Pentateuco al menos cuatro redacciones superpuestas. La yahvista, la elohista, la sacerdotal y la deuteronómica[3]. La tradición yahvista es más poética, crea relatos evocadores y presenta un Dios más antropomórfico. La elohista, por el contrario es más escueta, más sobria y esquemática. El primer relato de la creación del hombre es elohista (aunque viene precedido por el relato, yahvista, de la creación en seis días). Dice escuetamente: “Y creó Dios a los hombres a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y mujer los creó”. El segundo, típicamente yahvista, nos cuenta cómo lo modeló del polvo de la tierra, cómo le situó en el jardín del Edén, como creó para él los animales, cómo al ver que se sentía sólo, creó a la mujer de una de sus costillas tras sumirle en un profundo sueño, cómo el hombre, al ver a la mujer, exclamó:

“Ahora sí;

esta es hueso de mis huesos

y carne de mi carne”.

Y lo dice, además, en verso, siendo, con seguridad, el primer poema de amor de la historia. Sigue el texto, ya en prosa, del Génesis: “Por esa razón dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Estaban ambos desnudos, el hombre y la mujer, pero no sentían vergüenza el uno del otro”. Así pues, el mundo material creado por Dios, es bueno, muy bueno. Como lo es la sexualidad rectamente utilizada. Pero, nada más creados, los seres humanos –hombre y mujer, porque esto aparece en el relato elohista, en el que son creados al mismo tiempo– reciben un primer mandato: “Creced y multiplicaos, llenad la tierra y ‘pastoreadla’[4].

Entonces, si el mundo fue creado bueno por Dios, ¿de dónde viene la evidencia del mal, el dolor, la enfermedad, la muerte? También el Génesis es revolucionario en esto. El mal, tanto en su faceta de mal uso de la libertad por parte del hombre, como la del desequilibrio de las fuerzas de la naturaleza que causa la enfermedad, los desastres naturales y, en última instancia, la muerte, entra en el mundo por la pretensión del hombre de suplantar a Dios. El salmo 8, dice (en verso):

“¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él,

el ser humano para que de él te cuides?

Lo hiciste poco inferior a un dios,

coronándolo de gloria y esplendor;

le diste el dominio de sobre la obra de tus manos”.

Yo interpreto, aunque no puedo asegurar que mi interpretación sea correcta, que estos versos del salmo 8 se refieren al poder del ser humano antes de la aparición del mal. Creo que el hombre, con el poder delegado por Dios, podía controlar las fuerzas de la naturaleza, incluido el deterioro de cada célula que la lleva a multiplicarse descontroladamente, o el curso de una riada o cualquier otra enfermedad o catástrofe. Los teólogos llaman a esto los dones praeternaturales. Pero, animado por su poder y tentado por el demonio, el hombre decidió, como el aprendiz de brujo de Goethe, ejercer este dominio en su propio nombre, sin contar con Dios, despreciando su ayuda[5]. Y todo el equilibrio cósmico, físico y espiritual, que le permitía hacerlo se derrumbó. Y así entraron en el mundo las desgracias, la enfermedad, la muerte, las injusticias y todas las maldades imaginables. El demonio aparece en el Antiguo Testamento, bajo distintos nombres, si mi conteo no es erróneo, en doce pasajes[6], algunos de ellos contundentes, e innumerables veces, muchas en boca de Cristo, en el Nuevo Testamento. Pero su primera aparición la hace en el capítulo 3 del Génesis, bajo la forma de la serpiente que tienta al ser humano con el “seréis como dioses”. El origen de Satanás como un ángel magnífico que también quiso ser como Dios está en el libro del profeta Ezequiel (18, 12-15). Y, así, al usar el hombre mal su libertad, se rompió el equilibrio del plan de amor –que no el amor– que Dios tenía para él en el jardín del Edén. Terrible don el de la libertad, necesario, sin embargo, para responder con amor a amor de Dios y parte inseparable del ser creados a imagen de Dios, como acabamos de ver que dice el Génesis. Los filósofos afirman que el mal no tiene ser, que es la ausencia del bien. Efectivamente, es imposible pensar en un mal si no es en referencia a un bien del que nos priva. La muerte es un mal porque nos priva de algo que sí tiene ser, la vida. El robo es un mal porque nos priva de un bien que sí tiene ser. La enfermedad es un mal porque nos priva de un bien que es la salud. El mal es sólo un restando un vacío, un agujero en algo que es. Ocurre lo mismo, dicen los científicos, con el frío. El frío no tiene entidad, es la ausencia de calor. Una nevera, no crea frío, expulsa el calor fuera de su recinto. Por supuesto que hay neveras del mal, que expulsan el bien de su entorno. Pero el mal no es inherente a este mundo, ni está inextricablemente unido al bien. Por eso un día será vencido. Esa es la tercera gran diferencia revolucionaria entre el Génesis y todos los mitos de la creación de otras religiones. La respuesta se llama el pecado original y es la mayor esperanza que pueda tener la humanidad a diferencia con las otras cosmogonías y explicaciones del mal anteriores a la Biblia que en definitiva, nos vienen a decir: “Si no te gusta el mal, date por jodido”. Así pues, es seguro que en la creación del mundo hay parte del ropaje que viene prestado de determinadas mitologías anteriores a la Biblia, pero eso no hace del relato bíblico un mito. Porque lo que tiene de mensaje es muy real y absolutamente revolucionario, diferente a lo que puedan decir mitologías más antiguas.

Hasta aquí las tres novedades revolucionarias del Génesis. Pero ahora aparecen los dos primeros binomios a los que hacía alusión en el capítulo anterior: El de la rebelión y el perdón por un lado, y el de la promesa universal y el salvador por otro. Nada más ser expulsados del Edén, que ese es el símbolo de la ruptura de ese equilibrio cósmico y espiritual del que hablaba más arriba, aparecen frases muy duras tanto para el hombre como para la mujer. Al hombre le dice:

“… maldita sea la tierra por tu culpa.

Con fatiga comerás sus frutos

todos los días de tu vida.

Ella te dará espinas y cardos,

y comerás la hierba de los campos.

Con el sudor de tu frente

comerás el pan,

hasta que vuelvas a la tierra,

de la que fuiste formado,

porque eres polvo

y al polvo volverás”.

Y a la mujer:

“Multiplicaré los dolores de tu preñez,

parirás a tus hijos con dolor:

desearás a tu marido, y él te dominará”.

Sorprendentemente, estas duras palabras, como la primera declaración de amor del hombre a la mujer, son también en verso. Pero, justo antes de estas duras palabras, como quien pone la venda antes que la herida, el Génesis maldice al demonio, bajo la forma de serpiente.

“Entonces el Señor Dios dijo a la serpiente: Por haber hecho eso, serás maldita entre todas las bestias del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú sólo herirás su talón”.

Este párrafo se conoce como el protoevangelio. Porque, efectivamente, anuncia que de la estirpe de la mujer saldrá un salvador que vencerá el mal. El arco temporal de esta promesa va desde ese momento hasta el fin de los tiempos en el que se producirá la victoria definitiva de ese salvador. Salvador que no saldrá indemne de la lucha con el demonio, sino que será herido por éste. No es difícil establecer paralelismos entre este texto y la encarnación, muerte y resurrección de Cristo. Y en esas estamos. Dios vendrá a salvarnos a través de la historia. No lo hará con un chasquido de sus dedos todopoderosos. Eso no respetaría nuestra libertad como imágenes de Dios. Lo haremos nosotros a través de él, como debió haber sido desde el Edén. Nosotros estaremos el día de la victoria, orgullosos, no como espectadores, sino como vencedores a las órdenes de Dios. Y nos levantaremos las mangas para enseñar nuestras cicatrices y diremos: “Yo estuve allí, luchando en la batalla, codo con codo con mi Dios”. Y cantaremos las palabras del salmo 115 (113B) que dice (naturalmente, en verso):

“¡No a nosotros, Señor, no a nosotros,

sólo a tu nombre la gloria, por tu amor, por tu fidelidad[7].

Hay una cosa que creo importante aclarar antes de acabar este capítulo. Aunque las duras frases dichas al hombre y a la mujer suenan a castigo, Dios no castiga. Nunca. El ropaje de las palabras del Antiguo Testamento, adaptado a la cultura de los que lo escribieron, habla a menudo de castigo. Pero si se sigue el principio interpretativo señalado en el capítulo anterior, y se separa el ropaje del mensaje, a la luz del Nuevo Testamento, no hay castigo. Es el desorden ético del proceder humano causado por el pecado y no el castigo de Dios, lo que hace que al hombre le vaya mal al apartarse de Él. Incluso en el Antiguo Testamento, en muchos pasajes aparece el profundo anhelo de Dios de que el ser humano se vuelva hacia Él, se convierta, para poder abrazarle, perdonarle y restaurarle en su felicidad. Adelantémonos varios siglos para oír a Isaías, también en verso:

“Han abandonado al Señor,

han despreciado al Santo de Israel,

le han vuelto la espalda.

[…]

La cabeza es pura llaga,

el corazón está agotado.

Desde la planta del pie hasta la cabeza

no queda nada sano:

todo son heridas, golpes,

llagas en carne viva

que no han sido curadas ni vendadas,

ni aliviadas con aceite.

Vuestro país está arrasado,

vuestras ciudades incendiadas,

vuestras tierras las devoran extranjeros

ante vuestros propios ojos;

todo es desolación,

[…]

Sión ha quedado como cabaña en viña,

como choza en melonar,

como ciudad sitiada”.

Y, entonces el ruego de Dios al hombre para poder ofrecerle el perdón y la promesa:

“Lavaos, purificaos; apartad de mi vista

vuestras malas acciones.

Dejad de hacer el mal,

“aprended a hacer el bien.

Buscad el derecho,

proteged al oprimido,

socorred al huérfano,

defended a la viuda.

Luego venid y hablemos

–dice el Señor–.

Aunque vuestros pecados

sean como escarlata,

blanquearán como la nieve;

aunque sean rojos como la púrpura,

quedarán como lana.

Si obedecéis y hacéis el bien,

comeréis los frutos de la tierra;

si os resistís y sois rebeldes,

os devorará la espada.

Lo ha dicho el Señor”. (Isaías, 1, 4-8; 16-20).

Ni siquiera el infierno que por supuesto, existe, es un castigo. Es una autoexclusión, un no querer entrar ni a rastras en el cielo. Quien vaya al infierno, será porque desprecia el abrazo del Padre. Es ilustrativo leer el relato que Jean Guitton hace, en su “Testamento filosófico” de su conversación –real y atestiguada ante mí por la secretaria personal de Guitton que estaba delante– con François Mitterrand, en el que aquél intenta convencer a éste, ante una pregunta, de que el infierno es una muestra del amor de Dios y que puede leerse en mi blog tadurraca en el siguiente link:

https://www.blogger.com/u/1/blog/post/edit/4896069513485192750/2856459143827893951

Aquí podría terminar el Antiguo Testamento y enlazar directamente con el Nuevo. Los aficionados al bridge (yo no he jugado jamás a ese juego) saben que lo más importante del juego es la subasta. El carteo es pura mecánica. Parece que hay un dicho de la rancia aristocracia británica que dice que los lords deben hacer la subasta y, luego, el carteo, lo pueden hacer los mayordomos. Pero Dios ha querido hacerse mayordomo y jugar también el carteo. Por eso este largo puente desde la expulsión del Edén hasta el fin de los tiempos, es un puente con muchos ojos. El Antiguo Testamento irá describiendo, a lo largo de sus páginas, miles de esos ojos y, cada uno de ellos será una mini réplica de este inmenso arco que cruza el mar de un extremo al otro. Por eso, muchos siglos más tarde, el autor de la Epístola a los Hebreos podrá decir: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros antepasados por medio de los profetas”. Conviene tener esto muy presente al leer el resto de lo que venga. Y si alguien quiere, puede ya dar por terminada la lectura aquí con la perspectiva del puente completo, antes de ir a inspeccionar cada ojo del mismo.

Ilustración hecha a pluma estilográfica por mi padre en un cuento que les escribió a mis hermanas mayores Merche y Asun con el título de “Jaime, el hijo del leñador”.

No obstante, para quien quiera seguirme en esta travesía, seguiré mi Odisea a través de todos los ojos del puente.



[1] No sólo la creación, sino también la teoría de la evolución está, de alguna manera presente en el Génesis cuando dice, en el sexto “día”. Produzca la tierra seres vivientes por especies: ganados, reptiles, bestias salvajes por especies. Y cuando forma el cuerpo del hombre (el alma se la insufla Dios directamente), lo hace también a partir de la tierra, como al resto de las especies: “Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz un hálito de vida y el hombre se convirtió en un ser viviente”.

[2] Que un libro no esté incluido en el canon judío no significa que éstos no lo consideren digno de respeto e, incluso, de veneración. En cualquier caso, también conviene recordar que, para los judíos de la máxima ortodoxia, sólo el Pentateuco es canónico.

[3] No hay unanimidad entre los biblistas cerca de la realidad de estas cuatro redacciones, superpuestas, pero si una gran coincidencia en este asunto.

[4] La traducción de mi Biblia dice “sometedla”. Sin embargo, siempre que hablo de este pasaje tomo la palabra de un amigo mío, erudito de lenguas antiguas, que me asegura que pastoreadla es una traducción posible y más acorde con el espíritu de la biblia y con la mentalidad de una sociedad nómada que depende de sus ganados.

[5] Este poema del aprendiz de brujo de Goethe, fue puesto en música por Paul Dukas y su música escenificada en la inolvidable película Fantasía de Walt Disney, https://www.youtube.com/watch?v=2DX2yVucz24

[6] Génesis 3, 1-6, Levítico 16, 8-26 y 17, 7, Deuteronomio 32, 17, 1 Crónicas 21, 1, 2 Crónicas 11, 15, Isaías 13, 21 y 34,14, Ezequiel 18, 12-15, Zacarías 3,1-2, Salmos 106 (105), 37 y Job1, 1- 3,15.  

[7] Para entender esta frase recomiendo la lectura de la arenga del rey inglés Enrique V el día de san Crispín, justo antes de la batalla de Agincourt, según la cuenta Shakespeare en su obra “La vida del rey Enrique V”, acto IV escena III. No es mala lectura. O, si se prefiere, puede verse en la escena en la película “Enrique V”, fiel al drama de Shakespeare https://www.youtube.com/watch?v=5X_2WD0RnPo y escuchar el canto de acción de gracias de después de la batalla de la misma película, https://www.youtube.com/watch?v=_AFPghilIG basado en el salmo 115 (113B).

19 de marzo de 2021

Aritmética electoral y algo más

Ahí van mis reflexiones electorales

Aritmética electoral

1º Habiendo en la Asamblea de Madrid 132 escaños, la dispersión de voto no es importante, ya que la ley de Hont, con ese número de Escaños es exactamente proporcional. No es como en las elecciones generales en las que hay provincias con entre 2 y 7u8 escaños, la proporcionalidad de Hont es muy deficiente y castiga a los partidos con menos votos, aunque tengan un % significativo.

2º En la ley electoral de Madrid, los partidos con menos de un 5% de los votos (Equivalente a 6 diputados), se quedan automáticamente fuera y sus votos se tiran a la basura.

Ante esto hay varias conclusiones.

  1. Por el primer punto, en principio, sólo en principio, da igual votar al PP o VOX, ya que no se pierden escaños por la dispersión y el enemigo a batir son los sociocomunistas. No meto en ese saco a C’s porque ya se ha visto que es una caña quebrada que hiere la mano de quien se apoya en ella.
  2. Como es muy poco probable (ojo, no imposible, siendo Ayuso la candidata del PP) que VOX baje del 5%, no entraña excesivo riesgo aritmético votarle (ojo, algo sí, allá cada uno con este riesgo). En cambio con C’s (y con independencia de lo dicho en a)) lo más probable es que, visto lo visto, no llegue ni de coña al 5%. Por lo tanto, TODO VOTO QUE SE LLEVE SARÁ VOTO TIRADO A LA BASURA).
  3. Si se perdiesen, digamos, un 2% de C’s (Muy probable) y un 4,9% de VOX (poco probable pero posible) con un 6,9% de voto de centro derecha eliminado, le estaríamos poniendo en bandeja a los sociocomunistas que se hagan con Madrid. Y esto sería una tragedia pare todos los que vivimos en Madrid (incluidos sus votantes), porque el empobrecimiento está garantizado, para todos, para engorde de los gerifaltes sociocomunistas y para el pago de la hipoteca de la humilde mansión del líder comunista.

Así que, a la vista de esto, quien de verdad crea que lo más importante es frenar a esta panda, que actue en conciencia, con las matemáticas y la razón, no con las tripas. Las tripas no son la conciencia.

Cuestiones más estratégicas (tácticas)

Espero, sin confiar demasiado en ello, que en la campaña electoral PP y VOX no se dediquen a echarse mierda entre ellos para regocijo de los sociocomunistas. Que hagan una campaña unidireccional (y si fuese pactada, mejor) contra los que son realmente el enemigo. Me temo que no veremos eso y lo podemos pagar muy caro.

Buen puente y felicidades a los Josés, Pepes, josefinas, Pepas y a los pades (no soy sexista, hos es el día sólo de los padres, el de las madres será otro día)

Concierto

Hoy os quiero recordar el concierto virtual que Musicalthinkers organiza para el Hospital Laguna, uno de los hospitales que más hizo para luchar contra el covid y más lucha por la vida, desde su concepción hasta la muerte natural, con cuidados paliativos, por supuesto. Creo que hoy tan sólo unos días después de que se aprobase la inicua ley de la Eutanasia,  es importante que, además de indignarnos y rasgarnos las vestiduras, apoyemos a quienes están en la primera línea de la lucha por la vida. Os mando i¡una comunicación de Pedro Alfaro, fundador de Musicalthinkers con unos links, explicativo uno y para comprar entradas y fila 0 el segundo:

 ¡Hola! Con este concierto quiero devolver un poco de lo que los sanitarios nos dieron este año.

¿Te sumas?

 Algunos hospitales como el Hospital Laguna pusieron camas a disposición de la emergencia sanitaria. Un año después arrastran un déficit económico muy importante. Pero más allá del apoyo económico a través de este concierto, merece la pena el detalle de agradecimiento y el apoyo a su increíble labor.

Aquí te lo cuento mejor:

https://youtu.be/68RjVzsl_-s

Apunta: sábado 20 a las 18:30h. Concierto en familia por el día del padre y desde casa gracias a la tecnología Live On-line de MusicalThinkers.

Entradas y fila 0 aquí:

 https://entradium.com/es/events/concierto-benefico-laguna


16 de marzo de 2021

La Oración de todas las cosas 18. Como una paloma

 XVIII. SICUT COLUMBA 

Como una paloma

Pierre Charles S.J.

Santo Tomás de Aquino nos asegura, Señor, en la Suma Teológica, que la paloma, bajo cuya forma se apareció el Espíritu Santo en tu bautismo no era apariencia, sino una verdadera paloma viva. El Espíritu de verdad, nos dice él, no podía, en el momento en que acreditaba tu misión divina, recurrir a prestidigitaciones ni a falsas apariencias. Añade que esta paloma no era el Espíritu Santo mismo, y, aunque no se trata aquí de una manera de encarnación era, en fin, un ave y, acabado su cometido se disolvería volviendo a la materia de donde había salido. Son estas consideraciones muy apreciables, y sólo los espíritus fuertes, es decir, muy pobres, pueden encontrarlas ridículas. Pero yo no quiero llenar mi plegaria de todos esos problemas sutiles. Retengo sólo una cosa. La Santísima Trinidad ha pensado en la paloma. La ha escogido para una misión muy santa y muy misteriosa. Ya no puedo yo considerarla como los naturalistas y decir solamente de ella que forma parte del orden de las columbinas, muy cercanas a las gallináceas. Debe entrar en mi piedad y formar parte de aquel tesoro confuso que yo llamo mi vida religiosa. Tiene el derecho de figurar en mi plegaria ya que está pintada o esculpida encima del altar en multitud de iglesias. Está llena de recuerdos sagrados, desde la singular paloma del arca que entró por la ventana con un ramo verde en el pico, hasta los dos palominos ofrecidos por la Virgen el día de la Purificación y hasta la voz de las tórtolas del Cantar de Cantares. Se polemizó mucho un tiempo sobre estas cosas, Señor. Se han atribuido, no sin fantasía, a la paloma propiedades maravillosas y se le han visto símbolos que era necesario descifrar. La paloma no tiene hiel, se pensaba; era una lección para todos los rencorosos. Se echaba en el agua para esquivar al milano o al buitre, modelo pues de la virtud de la prudencia. Su canto es un gemido y nos predica el arrepentimiento... ¿Será necesario mezclar toda esta ciencia apócrifa a mi oración? Una paloma que se zambulle en el fondo del agua, ya no vuelve; y los zureos nunca me parecieron maneras de gemir, como no me lo pareció tampoco la llamada de las torcaces en el bosque. Yo prefiero tu palabra: sed sencillos como las palomas[1]. Esto es inmediato. Ningún doctor debe interponerse entre mí y estas palomas que miro. No tengo que razonar, ni siquiera reflexionar. Quedo preso con las aves en la misma red. Y vamos juntos como la barca y sus marineros. Para enseñarme la sencillez, es tal vez contradictorio complicar el método, hacer como estos oradores que explican largamente que su discurso será muy breve. La sencillez me es difícil porque estoy lleno de estorbos. ¡Que no me añadan más a este bagaje; que se me libere más bien! Yo no puedo buscar la sabiduría en los libros; deseo entenderme bien con las cosas. El final es siempre sencillo. Los itinerarios son embrollados. Y me pierdo de tal manera en los itinerarios que jamás llego a ninguna parte. 

¿No podría entenderme contigo, Dios mío, en la sencillez total? Nos tomaremos el uno y el otro tales cuales somos, sin ceremonias, sin maniobras y sin astucias. Est, est; non, non. No buscaré arreglarme a mis ojos. Suprimiré todo lo postizo, aun en mis deseos. Si la oración misma me fatiga, no intentaré hacerme creer que no me cansa, sino que buenamente te ofreceré mi oración deslavazada, de la misma manera que oigo sermones enojosos sin forzarme por encontrarlos sublimes. 

No obedeceré a mis superiores porque son genios. ¿Un genio? No se sabrá hasta dentro de cien años, cuando la historia haya nivelado todos los montículos de topo que tomamos por montañas. Por otro lado, no tengo ningún deseo de obedecer a los genios. No sé por qué tendrían que mezclarse a darme órdenes. Si yo encontrase a Euclides o a Newton, no les encomendaría en absoluto el cuidado de dictarme la conducta. Y además, los genios están ya muy ocupados en sus propios quehaceres. 

Tampoco obedeceré a mis superiores porque son santos. ¿Santos? Sólo Tú lo sabes. Sería impertinente hacerme juez de la eminente virtud de los que tienen derecho sobre mí, y de dosificar mi sumisión en proporción de su mérito. Mi obediencia no puede esperar el resultado de tales exámenes quiméricos. Obedeceré a mis superiores sencillamente porque son mis superiores, sin preocuparme de más[2]. 

Tú eres mi Creador y mi Redentor. No puedo nada sin Ti, ni siquiera levantarme o sentarme. Esto basta. Y yo me entrego sin inventario previo. Porque sé que tienes necesidad de mí y que pides mi servicio. Quedarse contigo es cosa muy sencilla; como para una paloma quedarse en el palomar. Y volver a Ti cuando se Te ha dejado, es aún más sencillo. Se vuelve como las palomas mensajeras, estas navegantes admirables del aire, que se remontan en largas espirales, dan dos o tres vueltas en el horizonte y, orientadas no sabemos cómo, enfilan en línea recta, sin preocuparse de fronteras ni de escalas, y vuelven a casa como si no hubieran hecho nada extraordinario. 

Lo que estorba a menudo nuestra virtud, es la conciencia refleja que de ella nos formamos. Somos como estos nadadores tan ocupados en darse cuenta de todos sus movimientos que acaban por ir a pique. No creemos ya en la espontaneidad. Nos parece una forma silvestre, cuando es la perfección, porque es simple y sin vuelta, como tu túnica, Señor, que no tenía costura: de super contexta per totum. 

La sencillez nos parece un poco bobalicona, y llamamos idiotas a los simples de espíritu. Hemos alargado sin medida la zona de nuestros desprecios. Ha alcanzado al candor mismo. Creemos que las gentes maliciosas son aquellas que reflexionan mucho, que ensortijan sus frases y que ergotizan sobre los de los otros. Pero la reflexión, que no remata en una visión muy sencilla, es una reflexión que aborta. 

El amor es prodigiosamente simple. Todo queda abolido por él, o mejor, lo absorbe todo. El universo cabe en un “¡te amo!”. Aquí no es cuestión de verificación, de papeleo, de hacer desfilar testigos; de pesar el pro y el contra. Confieso, Señor, no haber entendido jamás lo que era hacer progresos en tu amor. En su ejercicio, en sus manifestaciones, en sus obras, sea. Pero amar un poco más hoy que ayer, esto me parece tomar el cálculo por amor, y la satisfacción de sí por el don de otro.

Y porque el amor es muy sencillo, la paloma retorna a mi vocabulario. Veni, columba mea. Detesto los artilugios de la coquetería y las ñoñeces, y con todo, Señor, a esta paloma allá en lo alto, en las grietas del viejo muro –in caverna maceriae–, yo la encuentro tan rica de verdad como todos los tratados abrumados de doctrina.



[1] La frase completa es: “Os envío como corderos en medio de lobos. Sed, pues, astutos como serpientes y sencillos como palomas” (Mateo 10-17). ¡Qué mandato más difícil el de compatibilizar la astucia con la sencillez! Imposible sin la Gracia. Pero es un mandato. La palabra astucia tiene connotaciones negativas. Pero no puede ser algo negativo si es un mandato evangélico. Significa, creo, usar de la inteligencia, que es un don de Dios para juzgar las situaciones y buscar el bien y evitar el mal. Es, por lo tanto, la virtud de la prudencia.

[2] No estoy del todo de acuerdo con las dos últimas frases o, por lo menos, necesito hacer una puntualización. Aunque no soy religioso, siempre me he preguntado por los límites del voto religioso de obediencia. Creo que los tiene. No creo que sea una obediencia ciega e incondicional. Si un superior religioso manda a otro, sometido al voto de obediencia hacia él, algo que su inteligencia le dice que es injusto, malvado o perverso, no creo que el que debe obediencia esté obligado a obedecer en este caso. Sería contravenir el mandato de ser astutos como serpientes, en el sentido de la nota anterior. En cambio, si se trata de una divergencia de criterios, sin que haya maldad o injusticia en lo ordenado, sí creo que el sujeto al voto debe obedecer. Y debe hacerlo aunque sea más inteligente o más santo que el superior. Porque la mayor inteligencia humana es muy limitada. ¿Quién puede saber si su inteligencia no se está equivocando? El ejercicio del voto de obediencia en este caso –cuando lo ordenado no se ve como malo– es un acto de humildad y, por tanto, supone la sencillez de la paloma. ¿Quién sabe si la orden del superior está dictada por Dios, que supera toda inteligencia humana? Y en cuanto a santidad, ¿quién puede decir quién es más santo que quién? Sin embargo, aún en el caso de que se produzca una simple divergencia y no haya un acuerdo, y prevalezca la orden del superior, me parece que ambas inteligencias deben intentar, en un abierto, sincero y caritativo diálogo, buscar lo mejor. Pero el mandato evangélico es doble: Astutos como serpientes Y sencillos como palomas. Por tanto, creo que el voto de obediencia no exime al que recibe la orden de pensar con sencillez, ni al que la da de buscar astutamente –en el sentido positivo de la palabra, es decir, también con sencillez– un encuentro de las inteligencias. Eso creo que es el voto de obediencia, sin ser ni religioso, ni teólogo, ni canonista. Otra cosa sería despotismo por un lado y dejación de la obligación de pensar por el otro. Por supuesto, admito puntualizaciones a esta forma mía de ver el voto de obediencia.

12 de marzo de 2021

Travsía de la Biblia 2

La Biblia cristiana es un conjunto de setenta y cuatro libros –cuarenta y siete del Antiguo Testamento y veintisiete del Nuevo Testamento– inspirados por Dios. Pero es muy importante aclarar qué significado dar a la palabra inspirados y lo voy a hacer por contraste con el Corán. El Corán es un libro que, según Mahoma, le fue dictado directa y literalmente por Alá. Es más, aseguraba que el Corán estaba escrito en el cielo desde toda la eternidad. Esto hace que el Corán no sea interpretable, ya que las palabras dictadas literalmente por Alá son las que son. Lo cual ha llevado al Islam a un problema insoluble, porque al haber contradicciones en él sobre asuntos vitales, cuando éstas le fueron señaladas a Mahoma, sólo pudo solventarlas diciendo que Alá podía decir hoy que estaba bien lo que ayer dijo que estaba mal y que, por tanto, lo que tenía validez era lo último dicho por Alá y que la última sentencia abrogaba las anteriores. Lo que ha llevado al irresoluble problema llamado del abrogado y el abrogante, porque no se sabe el orden en que Alá, supuestamente, dictó las suras a Mahoma. 

La inspiración de la Biblia es radicalmente diferente. Dios no dictó la Biblia y, desde luego, no lo hizo a una sola persona. Su escritura es un proceso histórico en el que Dios ha puesto en la cabeza de cientos de personas inspiraciones que les llevaban a ponerlas por escrito. Y en cada época, el lenguaje y la cultura eran los propios del autor, que era un ser humano de su momento histórico. Por eso san Agustín (magnífico san Agustín) nos dice: Para descubrir la intención de los autores sagrados, es preciso tener en cuenta las condiciones de su tiempo y de su cultura, los géneros literarios usados en aquella época, las maneras de sentir, de hablar y de narrar de aquel tiempo. Pues la verdad se presenta y enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos o en otros géneros literarios”. Hay una clara progresividad en la evolución de los textos bíblicos, desde culturas más primitivas a otras más evolucionadas. Muchos de los libros del Antiguo Testamento han sido escritos, el mismo libro, por distintas personas en distintas épocas. San Ireneo habla de que el hombre se tiene que acostumbrar a Dios y Dios se tiene que acostumbrar al hombre para encarnarse. ¡Qué grande! Muchos autores escribían sobre textos escritos siglos antes por otros. Esta superposición es perfectamente detectable por los estudiosos de la Biblia. Lo notable de esto es que los que reescribían sobre lo ya escrito solían ser tremendamente respetuosos con lo que habían escrito otros, aunque contradigan lo que aquellos escribieron. Y lo eran por dos motivos: por respeto a los anteriores autores y porque esos libros ya formaban parte del patrimonio cultural del pueblo judío que no admitía nada que se pareciese al “borrón y cuenta nueva”. Así se refleja en la frase de Kafka citada en el capítulo anterior:

“Es la voz del pueblo judío, que no es una cosa histórica, perteneciente al pasado, sino algo que pertenece totalmente al presente. Ahora bien, en su drama, usted usa la Biblia como si fuese un hecho histórico y momificado, lo cual es falso. […] El pueblo de la Biblia es una unión de individuos a través de una ley”.

La mayoría de los autores son anónimos, aunque a menudo se atribuyan los libros a un determinado personaje. No está claro –o al menos yo no lo tengo claro– el grado de consciencia que los autores de la Biblia tenían de estar siguiendo la inspiración divina. Mi opinión, no suficientemente fundada, es que, en general, no tenían esa consciencia o, si la tenían, era muy tenue. Creo que ellos pensaban que estaban escribiendo una cosa, sin ser muy –o nada– conscientes del valor atemporal de muchas de las cosas que escribían. La mayor parte de los libros del Antiguo Testamento recibieron su redacción definitiva en el siglo VI a. de C., entre los años 587 y 539 a. de C., cuando los judíos estaban deportados en Babilonia. Algunos fueron terminados de compilar después de esa fecha, y otros, escritos con posterioridad, no forman parte de lo que se conoce como el canon judío, aunque son venerados por ellos, pero sí entran en el canon cristiano. Incluso entre los judíos no hay acuerdo de cuáles son realmente los libros inspirados por Dios. Para la secta de los saduceos, únicamente los cinco primeros libros, Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, los que forman el Pentateuco, son admitidos como canónicos y forman la Torah, la Ley. Por otro lado, los fariseos y otras sectas, como los esenios, admiten casi todos o todos los textos, aunque no todos coincidan en cuáles.

Con todo esto, la Biblia es un libro de libros enormemente complejo que no solamente puede, sino que debe y tiene que ser interpretado. Por supuesto, hay en ella multitud de contradicciones que deben ser resueltas, no recurriendo a un Dios arbitrario que cambia lo que es malo por bueno y viceversa a su antojo, sino interpretando las contradicciones a la luz de los principios de mayor altura moral, según una ley natural accesible a la razón. Una ley natural inscrita en la naturaleza del ser humano y que puede ser descubierta, en su mayor parte, por la razón rectamente usada. Esto, naturalmente es una tarea hercúlea que ha hecho, desde hace muchos siglos, que grandes mentes se dediquen al estudio de las Escrituras para interpretarlas correctamente de acuerdo con el principio enunciado más arriba. Se trataría, poniendo un símil de desnudar el auténtico mensaje que Dios quiere darnos en la Biblia del ropaje que lo envuelve y que, a menudo lo oculta. Pero es una delicadísima labor puesto que es posible que, en algunos pasajes, el ropaje esté tan pegado al mensaje que al quitar uno, dañemos el otro. Por supuesto, hay todo tipo de interpretaciones de la Biblia, muchas de ellas delirantes. Para esta interpretación, para esta separación de mensaje y ropaje, es muy válido el principio enunciado por san Agustín (el gran Agustín): En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad”. Según el dogma católico, el Espíritu Santo guía a la Iglesia en la interpretación de lo esencial. Pero no son muchos los pasajes de interpretación de unidad señalados por la Iglesia. Es inmensamente mayor el terreno de la liberad, siempre que no contradiga abiertamente el terreno de la unidad. Y, por eso, miles de teólogos y escrituristas, investigan dentro de ese terreno de libertad para buscar interpretaciones sensatas y acordes con lo unitario.

Así pues, la riqueza y grandiosidad de la Biblia es prácticamente inabarcable. Es como un inmenso fresco, del que la capilla Sixtina de Miguel Ángel no sería sino un pálido reflejo, en el que están representadas de forma múltiple todas las formas de relación entre Dios, el hombre y la historia. Porque los judíos, a través de la Biblia, fueron los “inventores” de la historia lineal. Los griegos, tenían una concepción circular de la historia, condenada a repetirse una y otra vez en un eterno y monótono bucle sin sentido. Los judíos abrieron la historia como una línea trazada por Dios entre el Aleph y la Tau –que es también el símbolo de la cruz–, principio y fin de la historia. Atenas acababa de ser fundada cuando el rey David ya reinaba en Jerusalén. Roma ni siquiera soñaba con existir. Así, la Biblia es como un grandioso fresco siempre abierto al futuro, para ser contemplado con admiración, descubriendo cada vez nuevas figuras, de acuerdo con las frases de Marc Chagall citada en el capítulo anterior:

“Tuve acceso al gran libro universal, la Biblia. Desde mi infancia me ha llamado con visiones sobre el destino del mundo y ha sido para mí una fuente de inspiración en mi trabajo. En los momentos de duda, su elevada grandiosidad poética y su sabiduría me han confortado como una madre. Desde mi primera juventud quedé cautivado por la Biblia. Siempre me pareció, y sigue pareciéndome, la mayor fuente de poesía de todos los tiempos. Desde entonces, he buscado ese reflejo en la vida y en el arte. La Biblia es como una resonancia de la naturaleza y yo he tratado de transmitir ese secreto”.

Y es en ese fresco chagalliano y Buonarrotiano en el que me voy a zambullir, con toda la humildad de que sea capaz, contando con la ayuda del Espíritu Santo y teniendo en cuenta otra frase citada en el capítulo anterior, de Georges Anzou:

“Sin la Eucaristía, tenemos en la Biblia la palabra de un ausente. Sin la Biblia, tenemos en la Eucaristía una presencia muda”.

Creo que es también importante comentar cuál es la relación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Otra vez san Agustín nos da la clave en una frase:

“Novum Testamentum in Vetere latet, Vetus in Novo patet” “El Nuevo Testamento late en el Antiguo, el Antiguo se clarifica en el Nuevo”.

Para mí, esto queda más claro con una imagen. Veo el Antiguo Testamento como una pirámide truncada inmersa en la penumbra, de la que, de la plataforma superior, sobresalen unas vigas que apuntan a un punto, que estaría situado en el vértice de la pirámide. Parece estar pidiendo un vértice. El Nuevo Testamento sería la cúspide de la pirámide, transparente, y en cuyo vértice hay una luz, Cristo, que ilumina la parte de abajo. Sin la parte de abajo, la cúspide de la pirámide no se sustentaría, sin la de arriba, la de abajo estaría en la penumbra, difícilmente observable. Así, Cristo, ha sido anunciado en el Antiguo Testamento desde muchos siglos antes de su nacimiento. Sin ese anuncio hubiese sido un personaje salido de la nada y autoproclamado Mesías, Salvador e Hijo de Dios. Mahoma sabía lo importante que era no haber salido de la nada, haber sido anunciado, y por eso, en la sura 61, aleya 6, pone en boca de Alá:

“Isa (Jesús), hijo de Miriam, decía a su pueblo: ¡Oh, hijos de Israel!, yo soy el apóstol, de Dios, enviado hacia vosotros para confirmar el Pentateuco que os ha sido dado antes de mí, y para anunciaros la venida de un apóstol después de mí, cuyo nombre será Ahmed”.

El nombre más usado del que nosotros conocemos como Mahoma es Mohamed, que significa “el glorificado”. Pero otro de sus nombres del Profeta, con la misma raíz que éste, es Ahmed, que significa “el glorioso”. Al decir que Jesús había anunciado su venida, Mahoma se refiere al anuncio por parte de Jesús, de acuerdo con el Evangelio de san Juan, del envío de un paráclito, un defensor, un consolador. La trasposición de la palabra griega “perínclito” (περίκλυτος) –glorioso, Ahmed– por “paráclito” (παράκλητος) –defensor, consolador– es, según Mahoma, una falsedad de la mala fe de los cristianos[1].

Así pues, Jesús había sido anunciado innumerables veces y de muchas maneras en el Antiguo Testamento, creado en el pueblo de Israel el anhelo de su venida. Pero, a su vez, el Nuevo Testamento da la clave de altura moral con la que interpretar, definitivamente, el Antiguo. Dentro del Antiguo Testamento, la mayor altura moral se encuentra en los libros proféticos y de ellos se valían los judíos para interpretar su revelación. Pero incluso el libro de Isaías, el de mayor altura moral del Antiguo Testamento, se queda pequeño frente a la iluminación del código moral de Jesús. En el sermón de la montaña, narrado de forma muy pormenorizada por san Mateo en su Evangelio, Jesús señala en relación con distintos pasajes de la Ley mosaica: “Habéis oído decir… pero yo os digo…”, dejando clara la nueva altura de la Ley llevada a su extremo complimiento por él.

A lo largo de mis muchas lecturas de la Biblia, poco a poco, se ha ido destilando como un licor que podría ser el extracto concentrado de la misma, reducido a cinco palabras, dos tándem de dos y una resultante final. Estas palabras se pueden disponer en forma de pentágono, al que yo llamo el pentágono de la Biblia. En la figura siguiente pueden verse las cinco palabras dispuestas en el pentágono:

 

                                                                           Conversión

                                       Rebelión (Pecado)   (Volverse al Señor) Perdón

 

 

                               Promesa (Universal)                                      Mesías salvador

 

                                                                          AMOR

 

Para ilustrar el primer tándem de palabras, la Biblia narra hasta la saciedad, machaconamente, disfrazado de mil maneras distintas, a lo largo de toda ella, el ciclo del hombre –la humanidad, representada en el pueblo de Israel– diciéndole a Dios que no quiere saber nada de Él, que es una molestia para él, que le deje en paz. Como al hacer esto está yendo contra su naturaleza, le sobrevienen todo tipo de desgracias. Pero en un momento dado, estas desgracias le hacen darse cuenta de que necesita a Dios, se vuelve hacia Él –se convierte– y Dios, que siempre ha estado esperando ese momento, le abraza con amor… para que el ciclo se repita de nuevo. Setenta veces siete.

También desde el principio de la Biblia, Dios le hace una promesa al hombre. Su historia, que el propio hombre ha retorcido hasta destruirla, acabará bien. Él mismo enviará un personaje, un salvador, un redentor, que a lo largo de la historia irá tomando el nombre de Mesías, que en griego se dice Cristo y en español Ungido. Ese personaje será Dios mismo. Nos lo dice en verso el profeta Isaías:

Se alegrarán el desierto y el yermo,

la estepa se regocijará y flotrecerá;

florecerá como el narciso,

se regocijará y dará gritos de alegría;

[…]

y verán la gloria del Señor,

el esplendor de nuestro Dios.

Fortaleced las manos débiles,

afianzad las rodillas vacilantes,

decid a los cobardes:

‘¡Ánimo, no temáis!;

mirad a vuestro Dios:

trae la venganza y el desquite;

viene en persona a salvaros’ ” (Isaías 35, 1-4)

Así, esta figura del Mesías, el Ungido, el Cristo, ira tomando forma en la mente del pueblo de Israel, convirtiéndose en un profundo anhelo. Y no siempre la idea de la materialización de ese anhelo será como Dios lo había prometido haciendo una lectura de la Biblia según el principio –establecido más arriba– de los más altos niveles morales, es decir, de sus profetas. La pedagogía de Dios eligió un pueblo para que fuese el trasmisor de ese perdón y de esa promesa para toda la humanidad. Otra vez, no siempre el pueblo de Israel se percibió a sí mismo como una correa de transmisión, sino que a menudo se vio a sí mismo –una vez más, sin hacer caso de la visión universalista de los profetas– como el exclusivo beneficiario de ese perdón y esa promesa.

Los profetas, que alertaron al pueblo de Israel de su verdadero papel en la historia y de la verdadera naturaleza del Mesías, siempre mantuvieron un duro pulso con el judaísmo exclusivista. Pulso del que, normalmente, salieron trasquilados, cuando no martirizados. La Epístola a los Hebreos, ya en el Nuevo Testamento, nos dice de ellos:

“¿Qué más diré? Me faltaría tiempo para hablar de […] los profetas. Unos perecieron bajo torturas, rechazando la liberación con la esperanza de una resurrección mejor; otros soportaron burlas y azotes, cadenas y prisiones; fueron apedreados, torturados, aserrados, pasados a cuchillo; llevaron una vida errante, cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, desprovistos de todo, perseguidos, maltratados. Aquellos hombres, de los que el mundo no era digno, andaban errantes por los desiertos, por los montes, por las cuevas y cavernas de la tierra”.

Para terminar este capítulo, me gustaría enumerar, simplemente enumerar, los setenta y cuatro libros de la Biblia, en el orden en el que vamos a ir pasando por ellos a vuelo de pájaro, y agrupados por tipos de libros:

Estructura de la Biblia

·  Antiguo Testamento.

-  Libros históricos.

*  Génesis.                                     {                                    

*  Éxodo.                                       {        Pentateuco.

*  Levítico                                     {   (Los cinco libros que forman

*  Números                                    {     la Ley o la Torah)

*  Deuteronomio (Segunda Ley).  {

*  Josué.

*  Jueces.

*  1º y 2º de Samuel.

*  1º y 2º de los Reyes.

*  1º y 2º de las Crónicas.

*  Esdras.

*  Nehemías.

*  1 y 2 de los Macabeos.

   -  Varias historias[2].

*  Rut.

*  Tobías.

*  Judit.

*  Ester.

-   Libros Proféticos[3].

+  Profetas mayores

*  Isaías.

*  Jeremías.

*  Baruc (Discípulo de Jeremías).

* Carta de Jeremías.

*  Ezequiel.

*  Daniel.

+  Profetas menores

*  Oseas.

*  Joel.

*  Amós.

*  Abdías.

*  Jonás.

*  Miqueas.

*  Nahúm.

*  Habacuc.

*  Sofonías.

*  Ageo.

*  Zacarías

*  Malaquías.

- Libros Poéticos

*  Salmos.

*  Cantar de los Cantares.

*  Lamentaciones

-  Libros Sapienciales

* Job

*  Proverbios.

*  Eclesiastés o Cohélet.

*  Sabiduría.

*  Eclesiástico o Sirácida.

·  Nuevo Testamento.

-  Evangelios.

*  San Mateo.  }

*  San Marcos.}     Sinópticos

*  San Lucas.   }

*  San Juan.

-   Hechos de los Apóstoles.

-   Epístolas apostólicas.

* 14 de san Pablo.

* 1 de Santiago.

* 2 de san Pedro.

* 3 de san Juan.

* 1 de san Judas Tadeo

-  Apocalipsis.

El Antiguo Testamento judío, con excepción de algunos textos aceptados sólo por los cristianos, está escrita en hebreo y algunos pasajes en arameo. Una parte de los libros de la Biblia, como los Salmos y el Cantar de los Cantares, están escritos íntegramente en verso y en bastantes otros hay largas secciones en verso. El texto hebreo original no tenía vocales. A partir del siglo II y hasta el siglo X, unos eruditos bíblicos judíos, conocidos como los masoretas, fueron vocalizando el texto original y añadiendo cometarios al margen o al final de cada libro. No siempre ha habido acuerdo en la vocalización. Esto ha dado lugar a lo que se conoce con el nombre de texto masorético. Sin embargo, en Qumrán[4] han aparecido textos de la Biblia con vocales, lo que indica que, al menos algunos textos masoréticos son anteriores a Cristo. Aunque hay varias versiones de este texto, todas son muy parecidas y en general, aceptadas por todos los rabinos judíos.

Entre los siglos III y el I a. de C., debido a que muchos judíos de la diáspora habían dejado de hablar hebreo y arameo, el Antiguo Testamento fue traduciéndose al griego antiguo común, la koiné. Hoy en día, la versión griega generalmente aceptada por judíos y por cristianos recibe el nombre de la Septuaginta o la Biblia de los LXX. Esta denominación se debe a una leyenda que dice esa traducción fue hecha por 72 eruditos en 72 días y que, trabajando cada uno independientemente, las 72 traducciones eran idénticas. Aunque esto es una leyenda, hay una cierta parte de verdad en esto, porque, efectivamente, en Alejandría, bajo el reinado de Ptolomeo II Filadelfo, en los años 285-245 a. de C., se reunieron un gran número de sabios judíos que tradujeron el Pentateuco para que pasase a formar parte de la famosa Biblioteca de Alejandría. En los dos siglos posteriores, se completó la traducción de todos los libros sagrados. Sea como fuere, en el siglo I a. de C., el pueblo judío –todos los judíos de la diáspora y la mayoría de los de Israel–, el más celoso guardián de sus libros sagrados, aceptaba al Septuaginta como la versión fiel de los mismos. Es cierto, no obstante, que los más celosos de los judíos rechazaban como una profanación el hecho de que sus libros sagrados hubiesen sido traducidos a la lengua de los goyim, los gentiles, sin entrar en la mayor o menor exactitud de la traducción.

En el siglo IV, san Jerónimo, por encargo del Papa Dámaso I, tradujo la Biblia entera al latín vulgar, no al clásico, que san Jerónimo dominaba, para hacerla más asequible a la gente. San Jerónimo uso la Septuaginta como base para la traducción del Antiguo Testamento del griego al latín, y tradujo el Nuevo Testamento desde el original griego en el que están escritos todos sus libros.

Normalmente se atribuye a Lutero el haber hecho la primera traducción de la Biblia a lenguas vernáculas, concretamente al alemán, en 1534. Pero eso no es cierto. Ya en 1456 se había traducido la Biblia al alemán. La primera versión italiana data de 1471 y en español, la Biblia Políglota Complutense, fue traducida al español en 1520 por orden del Cardenal Cisneros. Pero, curiosamente, ya desde principios del siglo XVI el Nuevo Testamento y algunas partes del Antiguo, fueron traducidas al Quetchua y otras lenguas autóctonas de Sud y Centroamérica para su evangelización.

Pido disculpas por esta falsa erudición, que confieso abiertamente, para mi vergüenza, ser de Wikipedia.

Pero quizá la más curiosa traducción de algunos pasajes evangélicos a lenguas vernáculas –y esto no es de Wikipedia– fuese la genialidad del jesuita Gaspar de Loarte en Japón en el siglo XVI. Loarte trataba de conseguir que un sacerdote sin el más mínimo conocimiento del japonés –él sí que conocía el japonés a la perfección– pudiese predicar en esa lengua. Para eso inventó una manera de escribir japonés con caracteres occidentales, de forma que al leerlos como si se leyese en español, la fonética y el sentido fuesen un discurso inteligible para los japoneses. Por poner un ejemplo, es como si yo fuese a evangelizar a Inglaterra, sin saber ni papa de inglés y, para que pudiese hacer entender a los ingleses la parábola del hijo pródigo, alguien que supiese este idioma hubiese escrito para mí:

den ji sed: “e man jad tu sons, an de yaunger son sed tu jis fader; ‘fader, giv mi de seir of yaur steit dat sud com tu mi’. Sou, de fader divaided de propti bituin dem. [...]”.

Ingenioso, ¿no?

Así pues, con la nave equipada con estas ideas, en el próximo capítulo, iniciaremos la singladura. Ojalá sea capaz de encontrar las palabras adecuadas. Jesús explicó las Escrituras a los dos discípulos de Emaús e inflamó sus corazones: “No ardían nuestros corazones cuando nos explicaba las Escrituras”, se decían entre sí. Tal vez me pueda prestar alguna que otra de sus palabras.



[1] Leído en una nota a pie de página de el Corán, traducido por Joaquín García Bravo para Edicomunicación S. A. 1991.

[2] Normalmente aparecen como históricos, aunque no lo son en modo alguno. Los libros de los macabeos, que sí pueden considerarse históricos, suelen ir detrás de estos. Yo los pongo por delante, entre los históricos.

[3] No aparecen por el orden cronológico de los profetas, sino de mayor a menor extensión. De la misma manera, la clasificación en mayores o menores, no es por su importancia, sino porque los de Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel son los más extensos. Pero las profecías de los profetas menores no son menos importantes que las de los mayores. El libro de Daniel no debería clasificarse entre los proféticos, ya que es un libro que no recoge las enseñanzas de un profeta con ese nombre, sino que está escrito ad hoc en el siglo II a. de C., muchos siglos más tarde de la época que podría llamarse profética que se sitúa entre los siglos VIII y VI a. de C. No aparecen como libros proféticos, ya que no dejaron un testimonio escrito, los hechos de los profetas Elías y Eliseo que vivieron en el siglo IX a. de C. Estos hechos se narran en el 2º libro de los Reyes.

[4] Las cuevas de Qumrán son unas cavernas excavadas en los acantilados occidentales del mar muerto. En ellas vivían los esenios, una secta purista judía que, entre otras cosas, almacenaba textos de todo tipo de la antigüedad intentando buscar en ellos indicios del fin de los tiempos. Las cuevas fueron abandonadas en el siglo I, durante la guerra de los judíos contra Roma, y cayeron en el olvido. En el siglo XX unos pastores palestinos las descubrieron y salió a la luz un tesoro de textos antiguos y bíblicos que está siendo estudiado por muchísimos investigadores de la antigüedad y de la Biblia, aportando una inmensa riqueza de información histórica y bíblica.