12 de junio de 2021

Antropología cristiana e irracionalidad de la fe

 El martes de la semana pasada, o sea, el 1 de Junio, di, como os anuncié, la charla sobre el origen del hombre en Santa María de Caná. A raíz de esa charla, un muy buen amigo mío, me hizo algunos comentarios que dieron lugar a otros míos. Como creo que el intercambio fue interesante, le he pedido permiso para que me deje reproducirlo tal cual, anónimamente, claro, y me lo ha dado. Por eso el post de hoy va de eso. Os mando el link a mi charla, por si alguno la quiere ver, y el intercambio de comentarios.

 https://youtu.be/WIY1j_X8n7U


El comentario de mi amigo

Querido Tomás

He visto tu excelente charla.

Como siempre explicas claro y bien didáctico, querido Profesor. 

Si entendemos la Antropología como la CIENCIA que estudia los aspectos físicos y las manifestaciones sociales y culturales de las comunidades humanas, el concepto “Antropología Cristiana” sería una contradicción entre sus términos.

Entiendo que al introducir el concepto de creencia irracional que implica la Fé, no estás hablando de ciencia basada en el desarrollo del método científico con su evidencia objetiva (y sus evidentes limitaciones).

Más bien estarías hablando de una hipótesis evolutiva basada en una creencia o convicción irracional que se origina en el concepto “cristiano” con toda su carga doctrinal, expresado en un Templo Católico (por cierto con la insistente presencia en segundo plano del sacerdote que parecía estar allí para controlarte y vigilarte) Debo decir, y  esto es una aclaración añadida que no figura en nuestro cambio de impresiones, que el que aparece detrás de mí no es ningún sacerdote, sino mi amigo Chemi Medina, el organizador del ciclo de conferencias que estaba sentado detrás de mí oyendo estoicamente mi charla. No había ni un solo sacerdote en la sala (y si lo hubiera habido no estaría ahí para controlarme ni  vigilarme) y, por si queda alguna dida sobre esa vigilancia, diré que nadie me pidió que diese por adelantado una copia, ni siquiera un guión de lo que iba a decir.

“Creo en Dios Padre todopoderoso  ...”

Obviamente, frente a la creencia honesta, basada en una Fe sincera , no hay argumentación racional o lógica que oponer sino la comprensión y el respeto.  Bendita sea.

Un abrazo

 


Mi respuesta

Querido XXXX:

1ª El concepto antropología es un concepto binario:

a)     Lo que dices se llama antropología cultural

b)     Existe la antropología filosófica que de lo que se ocupa es preguntarse qué es el hombre, cómo está constituido, cuál es su origen y finalidad, si la tiene, en qué se diferencia del resto de los seres vivos, qué forma de actuar le es propia, y otras cuestiones por el estilo. En este segundo sentido hay una antropología materialista, una antropología griega, una antropología budista, una antropología musulmana, una antropología judeo-cristiana, etc., etc., etc. Según las respuestas que se den a esas preguntas.

2ª La fe no es irracional, aunque puede serlo. Lo irracional es lo que va contra la razón. La fe sería irracional si, por ejemplo, negase la ley de la gravedad o cualquier otra cosa fehacientemente demostrada por la ciencia o la razón. Cuando las contradice, se transforma en irracional. La fe ES transracional en el sentido de que, sin negar, la razón, se ocupa de esferas de la REALIDAD que no son accesibles a la razón y, menos aún, a la ciencia. La ciencia empírica, que es una construcción maravillosa, sólo se ocupa de la parte de realidad que se puede, tocar, contar, medir, etc. Pero hay infinidad de cosas REALES que no se pueden tocar, contar o medir y de las que la ciencia no tiene nada que decir. Por ejemplo, la pregunta de ¿Existe Dios? ¿Qué había antes de que empezase el universo o qué hay fuera de él?  ¿Pará qué vivimos? ¿Qué debo hacer con mi vida? ¿Cómo sé que mis hijos me quieren? ¿Para qué debe la humanidad usar o no usar la ingeniería genética? ¿Cómo puedo vivir una buena vida?, etc, etc, etc. Diría que las preguntas existencialmente más importantes no pueden ser respondidas por la ciencia. La razón es algo mucho más amplio que la ciencia. La ciencia ha hecho un trade off entre limitar el ámbito de las cosas de las que puede hablar, a favor de que en aquello de lo que habla tenga un grado de certeza muy, muy, muy grande. Ojo, no total. Por ejemplo, hasta hace unos 20 años se creía que el universo estaba en una expansión que se frenaba. Ahora se sabe que no se frena, sino que se acelera. Los cambios de paradigma en la ciencia son una parte de su realidad. Por eso existe una disciplina que se llama filosofía de la ciencia. Un filósofo de la ciencia muy interesante en esto de la provisionalidad de las verdades científicas es Karl Popper (aclaro que es una persona agnótica).

La razón también tiene sus limitaciones. Nuestra razón tiene como base física nuestro cerebro. Y nuestro cerebro es un “aparato” que está limitado a las tres dimensiones espaciales y el tiempo. Pero, ¿por qué habría de haber sólo 4 dimensiones?  Creo que sería irracional (En el original había una errata y ponía racional, errata que he corregido aquí) afirmar categóricamente que hay sólo 4 dimensiones. Y, si hay miles de millones de dimensiones o, incluso, infinitas dimensiones (cosa mucho más probable de que sólo haya 4), ¿que nos puede decir nuestra razón de esas otras dimensiones? Y si hay esas infinitas dimensiones (o 4.519.298), ¿por qué las cadenas de causas y efectos que nos afectan tienen que desarrollarse sólo en 4 dimensiones de una REALIDAD mucho más amplia? ¿Cómo puede la razón seguir esa cadena en las dimensiones superiores a las 4? Por eso, la razón también es limitada y deja infinidad de campos abiertos para la transracionalidad, que no irracionalidad.

Permíteme copiarte una frase maravillosa de Arnold J. Toynbee (otro no creyente).

Pensar constituye un intento de aprehender la realidad en una red conceptual: y una red suele servir para su fin en virtud de estar hecha de manera tal que deja espacios abiertos entre las mallas. Es ese tejido abierto el que da a una red su elasticidad, su libertad de acción. Si la red estuviera hecha, no de una trama abierta, sino de un género tupidamente tejido, el material sería demasiado compacto para permitir que la red hecha con él fuera efectivamente extensible. Pero el precio de estar hecha con un tejido que hace posible atrapar algo entre las mallas de la red es el hecho inevitable de que otras cosas se escapen a través de los espacios abiertos.

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Y Dios sabe lo que puede o no puede escaparse a través de las aberturas que presentan las mallas de la inteligibilidad. En suma, que hay más cosas en el cielo y en la tierra que las que sueña la filosofía[1] del racionalista, y el racionalista no puede estar seguro de que la ráfaga que pasa a través de las aberturas de su sistema no sea el viento importuno que sopla de donde quiere[2] y que, aunque pueda ser invisible a los ojos del racionalista, produce para los oídos del creyente un son que llena el mundo.

Arnold J. Toynbee. El estudio de la historia. Tomo XIV, 1ª parte, EMECÉ. Buenos Aires, 1965, pag.104, 105.

Llegados a este punto, te recomiendo la lectura de la encíclica de Juan Pablo II, “Fe y Razón”, a la que me referí al principio de mi charla.

Y ahora, perdóname un rollo sobre lógica.

La racionalidad pura se basa en la construcción de un modelo lógico formal. Un modelo lógico formal se basa en un conjunto de axiomas indemostrables y una serie de reglas de inferencia que se empiezan a aplicar a partir de esos axiomas. Por ejemplo, toda la geometría Euclídea, parte de un axioma, indemostrable, llamado “postulado de Euclides” que dice que desde un punto exterior a una recta sólo puede trazar una perpendicular a la misma. Evidente, pero no demostrable. A partir de ahí, el sistema de inferencias –basado en la construcción formalmente correcta de silogismos, descrita por Aristóteles) le llevó a demostrar todos los teoremas de la geometría plana. Pero ese axioma no es cierto para una geometría esférica, o sobre una superficie hiperbólica, etc. En el siglo XIX, los matemáticos Riemann y Lobachevsky desarrollaron otras geometrías, basadas en superficies en las que el “postulado de Euclides” no era válido. ¿Alguno era irracional? Cada uno de ellos era perfectamente racional en su sistema lógico formal. Por si esto fuera poco, en el siglo XX, el matemático Kurt Godel demostró de forma absoluta lo que se conoce como teorema de la incompletitud, que dice: “En todo sistema lógico formal, existen proposiciones que no pueden ser demostradas como verdaderas o falsas, dentro del propio sistema”. No dice que no sean verdaderas o falsas. Dice que no pueden ser demostradas como tales dentro del mismo sistema, sino que hay que salirse de él. Esto quiere decir que ningún sistema lógico es completo[3]. Así pues, para la fe hay dos espacios en los que puede actuar fuera del sistema lógico sin ser por eso, irracional. Primero en sus axiomas y, segundo, en la parte a la que el sistema no puede llegar. El axioma del sistema lógico formal de la fe es, dicho con excesiva simplicidad: “existe un Dios bueno y creador del mundo”. Sobre ese sistema se construye una fe que no tiene por qué entrar en contradicción con la ciencia empírica ni con la razón. En modo alguno es irracional, en el sentido de que vaya contra la razón. Y esa fe acepta como ciertas unas proposiciones hechas por la revelación que están más allá de los límites de la completitud del sistema.

Por supuesto, ese axioma no se puede demostrar. Pero que no se pueda demostrar no quiere decir que sea falso. Y ese axioma no es ni siquiera sólo judeo-cristiano. Tiene una base griega. Ese axioma se apoya en la filosofía de Aristóteles. Pero que una cosa no sea demostrable no quiere decir que no se pueda hablar sobre la plausibilidad de que lo sea. Y el orden del universo, hace, a mi parecer, mucho más plausible que sea cierto que que no lo sea. No puedo mostrar aquí con detalle por qué creo esto, pero lo muestro –que no lo demuestro, ni lo pretendo– en mi libro “Más allá de la ciencia”. Por supuesto, tengo un inmenso respeto, aunque crea que su axioma es menos plausible que el mío, por los que parten de un axioma materialista, pero tendría que argumentármelo.

Tengo que decir unas palabras cobre la idea de certeza. En la mente de la gente está firmemente grabado que la única certeza válida es a la que se llega tras un argumento silogístico, al final del cual se pueda decir “quod erat demostrandum”. Es lo que se llama una demostración apodíptica. Un tipo paradigmático de esta demostración es la certeza matemática. La proposición de que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos se puede demostrar de esta forma. Pero no es verdad. Lo es casi, casi, casi si estoy midiendo un triángulo rectángulo que cabe en un papel o en un campo. Pero si estoy en un triángulo rectángulo que tenga sus vértices en América, Europa y África, es totalmente falso. Por supuesto, hay cosas que sí admiten una demostración apodíptica completamente válida para todas las situaciones. Pero ojo, muchas menos de las que se piensa. Luego está la certeza científica, basada en observaciones empíricas. Ya he dicho antes que las verdades científicas, por el propio método científico, sólo pueden referirse al ámbito de lo que se puede tocar, contar y medir. También he dicho antes que la ciencia ha estado sujeta a lo largo de su historia, y seguirá estando, a cambios de paradigmas. La teoría de la relatividad, la física cuántica, la expansión del universo, la materia y energía oscuras, etc., etc., etc. son algunas muestras recientes de ello. Podría citar muchas más. Pero en nuestra vida cotidiana, la inmensa mayoría de las decisiones que tomamos, incluso las decisiones más importantes de nuestra vida, no están basadas en ninguna de esas dos certezas, sino en otra certeza que podríamos llamar existencial. ¿Me caso con esta mujer o no? ¿Me hago ingeniero o médico? ¿Emigro a Alemania para encontrar trabajo o no? ¿Dejo a mi bebé con una baby sitter que me manda una empresa de servicios para ir con mi mujer a celebrar nuestro aniversario, o me quedo en casa? Etc., etc., etc. Todos los días tomamos cientos y cientos de este tipo de decisiones sin tener, ni de lejos, una certeza apodíptica, ni empírica. Y, al hacerlo así no somos de ninguna manera irracionales. Al revés, si para tomar estas decisiones necesitásemos una certeza apodíptica o empírica, seríamos unos enfermos mentales. De una manera más o menos consciente, evaluamos la “probabilidad” de que salga la cosa bien o mal y después, si no soy un neurótico, me voy con mi mujer a celebrar nuestro aniversario. Pues este tipo de certeza es en la que se basa la fe. Quien tiene fe cree con esa certeza, ni apodíptica ni empírica, que hay un Dios bueno. Por supuesto que hay mucha gente que tiene esa fe por costumbre, educación o cualquier otra cuestión, Pero mucha gente la tiene por una madura y racional reflexión. ¿Puede estar equivocada? Puede. Pero todos los días se planteo si ese axioma en el que cree es razonable y racional. Y todos los días se contesta que sí. Cero irracionalidad.

Una última cosa, para acabar enlazando con lo de la antropología filosófica del principio. Un filósofo matemático materialista, Betrad Russell, estimaba que los seres humanos somos “una colocación accidental de los átomos”[4]. Es decir, su antropología era materialista. Al mismo tiempo decía: Tres pasiones simples pero irresistibles han gobernado mi vida: El ansia de amor, la búsqueda de conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad”. La primera afirmación es un axioma totalmente respetable, pero indemostrable, y la segunda, le honra como ser humano. Sin embargo, entre las dos frases hay una “contradictio in terminis”. Porque si realmente el hombre es una colocación accidental de los átomos, ¿por qué, si mi colocación accidental me hace más fuerte que la de otro, no voy a poder someterle? Bajo esta concepción antropológica Hitler no era ni bueno ni malo. Creía que la colocación accidental de los átomos arios era mejor que la de los judíos y una colocación accidental de los átomos no tiene por qué respetar a otra. Simplemente, se equivocó en sus cálculos y le pararon los pies. Evidentemente, a Bertrand Russell, esto le produciría escalofríos. De ahí su segunda frase. ¿Por qué esta contradictio in terminis? Porque muy arraigada en todo ser humano sano, hay una idea de que todos los seres humanos son dignos de respeto. ¿Y en qué se puede basarse ese respeto mutuo? Puede que no sea la única antropología que sea coherente con ese respeto. Seguro que no es la única. Pero desde luego, la antropología judeo-cristiana, que parte del axiona de que hay un Dios bueno, creador y padre de todos los seres humanos, a los que ha creado iguales en dignidad por amor, es perfectamente compatible con la segunda afirmación de Russell.

Añadido posterior: Dicho lo anterior, apelo a algo que podría llamarse “razón abierta”. Abierta a una Realidad infinitamente mayor de la que podemos captar con nuestro pequeño cerebro limitad a 4 dimensiones. La razón abierta nos enriquece. En cambio, el racionalismo, que no se debe confundir con la racionalidad, es una razón cerrada que afirma que sólo tiene realidad aquello a lo lo que podemos llegar con nuestros razonamientos silogísticos. El padre de ese racionalismo es Descartes que se llenó de felicidad el día en que su mente se iluminó con un axioma que él creyó absolutamente evidente y que no necesitaba demostración. Es el famosísimo “cogito ergo sum” “pienso, luego existo”. No entro en decir si ese axioma es falso i verdadero, aunque no creo que esta discusión se pueda zanjar a la ligera dando por evidente su verdad.. Pero sí digo que es terriblemente incompleto. Porque, me parece que es, si cabe más evidentemente veraz el decir, “me palpo, me duele cuando me pinchan, me mato si me caigo de un quinto piso, luego existo”. Descartes negó ese axioma sobre la existencia y creó un racionalismo de razón cerrada, abriendo una puerta al idealismo, a Hegel (padre del marxismo y del nacionalismo), a la negación de la existencia de una realidad ahí fuera y, por tanto, a la posverdad y al relativismo. Así, el sueño de la razón cerrada a una Realidad más amplia, produce monstruos. Si sólo somos la colocación accidental de los átomos, Hitler tenía razón.



[1] William Shakespeare: Hamlet

[2] Juan 3, 8. Nota al pie en el original.

[3] Un ejemplo de esto es la llamada conjetura de Goldbach, plantada en el siglo XVIII por este matmático Christian Goldbach. Dice: “Cualquier número par puede ser expresado como la suma de dos números primos”. Desde que la formuló, las mejores mentes matemáticas la hen intentado demostrar. Desde que se inventaron las computadoras, se ha comprobado –no demostrado– que se cumple para números pares inmensos. Pero su demostración no se ha encontrado y la inmensa mayoría de los matemáticos creen que es uno de los ejemplos del teorema de incompletitud de Godel. Recomiendo la lectura de una deliciosa novela de Apostolós Doxiadis que tiene por título “El tío Petros y la conjetura de Goldbach”.

[4] El hombre es el producto de unas causas que no habían previsto los fines que están logrando; es decir, que su crecimiento, sus esperanzas y temores, sus amores y sus creencias no son otra cosa que el resultado de la colocación accidental de los átomos; que no hay fuego ni heroísmo, ni intensidad de pensamiento o sentimiento, que puedan conservar la vida individual más allá de la tumba; que todos los esfuerzos de todas las edades, toda la devoción, toda la inspiración y el brillo meridiano del genio humano, están destinados a la extinción en las grandes profundidades del sistema solar, y que todo el templo del logro de los hombres terminará inevitablemente enterrado bajo los restos del universo en ruinas. Todo esto, si no está más allá de cualquier discusión, está sin embargo tan cerca de ser cierto que ninguna filosofía que lo rechace podrá sobrevivir. Sólo con los andamios de estas verdades, sólo con los cimientos firmes del desespero inconmovible, podrá construirse de manera segura el habitáculo del alma. (Negritas y cursiva mía).

 

Obsérvese que en la frase en cursiva está diciendo que su axioma no es demostrable. Pero para decir que está muy cerca de ser cierto, tendrá que argumentarlo mucho.

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