24 de junio de 2021

La oración de todas las cosas 28: Llevad agua el sediento

XXVIII. SITIENTI FERTE AQUAM

Llevad agua al sediento

Pierre Charles S.J.

Las letanías del agua están llenas de majestad. En el agua del bautismo he llegado a ser tu hijo. Era allí donde me esperaba el Espíritu Santo. Bien debo algún respeto a este elemento que escogiste para que en él renaciéramos y que sería aún el supremo adiós que me dé tu Iglesia cuando sobre mi tumba el hisopo eche, con tu bendición, las últimas gotas de agua bendita. Agua fue lo que derramaste en una amplia jofaina, la noche de la Cena, cuando, sujetándote un lienzo, inauguraste esta extraña liturgia que sublevó a san Pedro. Agua fue lo que se hizo traer Pilato delante de todo el pueblo para lavarse las manos y llamarse inocente; todo como en el Jordán, mientras Juan te bautizaba para cumplir toda justicia, cuando el Padre te proclamaba objeto de sus complacencias.

Sin duda que el agua se ha convertido en algo bien trivial desde que la civilización la ha domesticado. Las canalizaciones, las cañerías de plomo, los grifos, las duchas, las botellas, corren el riesgo de quitarle el misterio. Como todo lo que nos sirve dócilmente ha perdido a nuestros ojos su prestigio. Hasta ha cesado de ser uno de los famosos cuatro elementos después que los químicos la han descompuesto.

Es necesario vivir en los países abrasados; es necesario atravesar los desiertos aplastados por el sol para comprender lo que significa este vaso de agua fresca, del cual Tú dijiste que no quedaría sin recompensa, y para adivinar el sentido profundo de tus extrañas palabras: “El que tenga sed, venga a mí y beba”.

Porque sólo los que tienen sed, sed obsesiva y dolorosa, saben todo lo que oculta la simple respuesta del agua fresca. Para conocerla es necesario sentir su falta. Señor, ¿necesitaríamos, también, para comprenderte estar faltos de Ti? Todos estos cristianos, que ya no Te esperan porque creen tenerte, ¿no aportan a tu Iglesia, aun con sus virtudes reales, algo de la satisfacción siempre un poco crasa y burguesa de los que poseen? Se creen provistos de Ti como están provistos de sus títulos. Te poseen como poseen sus inmuebles. Formas parte de su activo, con la gracia hoy y el cielo mañana. No existe el más mínimo anhelo en su seguridad. Nadie tiene verdaderamente sed ante las ánforas llenas. Se bebe a placer cuando se desea para humedecer la boca, negligentemente y sin advertirlo. Conozco, Señor, cristianos que hacen lo mismo con tus sacramentos, tu misterio, tu Iglesia, tus promesas y hasta con tu persona. Ya no hay un tormento, ni uno solo, en su virtud. Y yo sé que el mismo peligro me acecha. No es el de la vida fácil –estos cristianos son puntuales y muy observantes–, sino el de la vida plácida. Para saber lo que eres, ¿no se precisa tener dolorosa necesidad de Ti? Sí, vuelvo a estos grandes desiertos, donde todos los itinerarios están marcados por los puntos del agua; donde se sabe que perder la pista es encontrar la muerte; y donde una fuente, que brota a la sombra de las palmeras, en el oasis de la etapa, es más magnífica que los esplendores de una corte real. Es ella la que polariza durante toda la marcha el esfuerzo de bestias y personas; antes de que se la den a uno, atrae... y, con todo, es el agua ordinaria a la que nuestra sed abrasada da un tal precio.

Tengo miedo, Señor, de que mi esperanza, que debería ser una especie de deseo infinito, no se transforme también en una simple garantía de seguridad. Tengo miedo de que mi fe, que debería ser el alba prodigiosa de un día nuevo, no se reduzca a una firma de conformidad debajo de una fórmula. Tengo miedo de que mi fidelidad consista mucho menos en acompañarte en tus extrañas aventuras de Redentor que en guardarte en mi casa plácidamente. Como quería san Pedro establecerse en morada perpetua en el Tabor. Bonum est nos hic ese –decía él–: se está muy bien aquí. No vayamos más lejos. No tenía sed de nada, en absoluto. Sólo se trataba ya de no moverse.

Has llamado a Ti a los sedientos. Sólo puedes atraer a los insatisfechos. Para los otros no eres más que un agua insípida. Beberán de ella, tal vez, porque es un rito; pero no sabrán jamás la maravilla total que contiene. Tu ausencia es una lección para todos lo que creemos no tener que comprender lo que eres. La sed que se renueva sin cesar Te da a Ti una frescura eterna. Tengo miedo de estar demasiado satisfecho de Ti, Señor, satisfecho, es decir, colmado, cerrado a todo acceso ulterior, sin apetito, sin necesidad, sin malestar; contento de lo que soy y no arriesgando nada para el porvenir ilimitado. En el fondo, el agua es siempre la misma; es mi sed eternamente renovada la que le da su juventud eterna. Viene cada día con un mensaje inédito, porque mi sed nunca es dos veces la misma. Tú Te entiendes, Tú, el Inmutable, en no ser siempre la misma verdad. Cuando he observado toda la ley, hay aún algo en mi que grita: quid adhuc mihi deest?, ¿qué me falta todavía?, porqué, más allá de mis obligaciones, tengo sed de una generosidad sin límites. Y cuando lo he dado todo, me pregunto todavía si no hay en algún rincón escondido algo que podría aún ofrendar. Bendito seas por haber guardado en nuestras almas esta sed del amplius de lo que falta todavía al don total, y de habernos conservado el malestar de lo que podría ser mejor y se ha quedado en el camino sin saber bien por qué. A tu perfección ilimitada debe corresponder en nosotros un deseo sin medida; si no, nunca llegaremos a ponernos plenamente de acuerdo. Señor, guarda en mi este perpetuo malestar, la preocupación de no haber realizado hasta el fin mi acto de caridad. Después de todo, nada grande se ha hecho en tu obra sino por aquellos que llevaron hasta las fronteras inaccesibles el empuje de su generosidad total. No querían ellos solamente observar consignas y ponerse de acuerdo con leyes. Para ellos, la ley era su sed. No se pararon en el camino. No creyeron que te poseían: Tú, que eres la pregunta infinita. No creyeron que había medio de encontrar un equilibrio definitivo entre sus deseos y tus dones, porque Tú quieres recoger más allá de tus siembras y ofreces mucho más de lo que nosotros deseamos. Haz, Señor, que tenga sed; concédeme que tenga mucho miedo a los días que se cierran sobre sí mismos. Sé que es duro vivir perpetuamente en el dolor de lo mejor que ha de venir: esperar siempre el agua viva, porque mi sed nunca es dos veces la misma y porque el agua que ayer me la apagó no puede nada contra mi sed de hoy. Quiero seguirte el rastro como el ciervo altivo que corre al agua de las fuentes; y si muero en el camino, mi deseo será tu gloria y tal vez, también, mi mérito.

Añadido mío:

Al leer lo anterior no ha podido dejar de venírseme a la memoria esta poesía de Luis Rosales:

De cómo el hombre que se pierde llega siempre a Belén…

 

De noche, cuando la sombra
de todo el mundo se junta,
de noche, cuando el camino
huele a romero y a juncia.

 

De noche iremos, de noche,
sin luna iremos, sin luna,
que para encontrar la fuente
sólo la sed nos alumbra.

 

 O esta otra:

 


Mira mi vida de vagabundo errante[;]
que busca.

Mira compasivo mi nostalgia[;]
de Ti.

De ese mundo que eres Tú[;]
y del que soy.

Mira mi caminar, mira mi marcha[;]
sin rumbo.

Sin otro rumbo que tu Rostro[;]
nunca visto.

Mira mi desorientada derrota[;]
sin norte.

Sin otro norte que mi sed inextinguible[;]
de Ti.

Sin más brújula que un ardiente deseo[;]
que busca.

Hacia Ti voy, hacia ese mundo tuyo[;]
del que soy.

Camino, corro, lloro, río, ando, anhelo[;]
sin norte.

Con sólo tu norte, en busca de algo[;]
nunca visto.

Sé Tú mi rumbo, mi norte, hacia ese mundo tuyo[;]
del que soy,

sin brújula,
sin norte,
sin rumbo,
sin tiempo.

Llévame a tu lado.



Esta sed de náufrago necesitado es la pobreza de los pobres a los que el Magnificat dice que serán colmados de bienes. Al saciado el al que dice que será despedido vacío.

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