29 de octubre de 2021

Una lamentable interpretación del Papa Francisco del milagro de la multiplicación de los panes y los peces

Desde que Jorge Mario Bergoglio fuese elegido Papa Francisco, le he defendido con toda mi alma en todo lo que se refería a sus enseñanzas sobre el dogma y la moral, incluso contra gente que le atacaba en su aspecto doctrinal por supuestos atentados a ese dogma y esa moral en alguna de sus encíclicas, más en concreto, en la “Amoris laetitia”. Por otro lado, también desde el principio, me ha irritado cómo, desde una manifiesta ignorancia de economía y un sesgo populista-peronista decía cosas absurdas acerca del sistema económico que mata y cosas por el estilo, naturalmente, aplaudidas por todos los populistas del mundo, podemitas incluidos. Cierto que en ningún momento ha dicho textualmente que ese sistema que mata es el capitalismo, pero “a buen entendedor pocas palabras bastan”. Pero este pasado 25 de Julio de 2021, ha sido el colmo. Una vez más, desgraciadamente, el Papa Francisco enseña por debajo de la puerta su visión empobrecedora de la economía con tintes marxistas. Y lo hace a través de una lamentable exégesis del milagro de Jesús de la multiplicación de los panes y los peces.

La lógica marxista es la del del reparto de la pobreza. Han conseguido, mediante su máquina de propaganda, inculcar en la cabeza de la gente que la economía –y la vida en general– es un juego suma 0. Es decir, si uno gana más, necesariamente es a costa de que otro gane menos. Esto convierte inmediatamente a los ricos en ladrones y es la puerta a la lucha de clases. La lógica marxista odia la creación de riqueza –de cualquier tipo–, sencillamente, porque jamás ha sido capaz de crearla. Aplica a la economía –y a la vida– la idea del reparto de lo que hay y, claro, acaba en el reparto de la miseria. Esto no es una teoría, es un hecho empíricamente comprobable.

Pues bien, en las palabras que el Papa Francisco lanzó urbi et orbe desde el balcón del Vaticano tras el rezo del Ángelus del 25 de Julio de 2021, se hace eco de esta forma marxista de ver la vida, reinterpretando el milagro de Jesús de la multiplicación de los panes y los peces. No sé desde cuándo, en todos cometarios, notas y títulos sobre el Evangelio, se da a este pasaje el nombre de “multiplicación de los panes y los peces”, pero yo siempre lo he oído llamar de esa manera, desde los tiempos ya lejanos en que era niño y me enseñaban religión en el colegio. Pues ahora resulta que no. Que el milagro, en realidad, se debería llamar, según Francisco, el del “reparto de los panes y los peces” o, peor todavía, “división de los panes y los peces”. Oigamos, ya que fue un discurso.

“Nosotros tratamos de acumular y aumentar lo que tenemos; Jesús, en cambio, pide dar, disminuir. Nos encanta añadir, nos gustan las adiciones; a Jesús le gustan las sustracciones, quitar algo para dárselo a los demás. Queremos multiplicar para nosotros; Jesús aprecia cuando dividimos con los demás, cuando compartimos. Es curioso que en los relatos de la multiplicación de los panes  presentes en los Evangelios no aparezca nunca el verbo ‘multiplicar’. Es más, los verbos utilizados son de signo opuesto: ‘partir’, ‘dar’, ‘distribuir’ (cf. v. 11; Mt 14,19; Mc 6,41; Lc 9,16). Pero no se usa el verbo ‘multiplicar’. El verdadero milagro, dice Jesús, no es la multiplicación que produce orgullo y poder, sino la división, el compartir, que aumenta el amor y permite que Dios haga prodigios (por más que leo y releo los pasajes, repetido seis veces en los cuatro evangelios, no leo en ninguno de ellos que Jesús diga eso). Probemos a compartir más, probemos a seguir este camino que nos enseña Jesús”.

La verdad, dudo mucho que, si Jesús y sus discípulos hubiesen repartido unas toneladas de panes y peces que tuvieran –no se pregunte cómo– entre cinco mil hombres, eso hubiese aparecido en el Evangelio, ni como un milagro ni de ninguna otra manera. Indudablemente, hubiese sido un arduo trabajo de los discípulos, pero, ¿milagro? Me imagino la cara de los discípulos cuando Jesús les dijo: “Dadles vosotros de comer”. Es imposible decir sin sonrojo que el milagro no fue la multiplicación. Nada tengo contra el reparto, la distribución o la división, si se quiere llamar así, de los panes y los peces. Al revés, me parece natural que se repartiese. Pero ese no fue el milagro, se mire como se mire. El milagro fue la multiplicación. Si no hay multiplicación no hay reparto. E, indudablemente, hay gente que quiere multiplicar sólo para él. Se llama avaricia y es un pecado capital. Pero, ¿todo el mundo que multiplica los bienes lo hace para sí sólo? No es eso lo que yo veo en el mundo. Cuando veo a Amancio Ortega –por citar un nombre de los cientos que podría citar y de las decenas o centenas de miles que no conozco–creando riqueza que beneficia a quienes trabajan para él y a todo el que compra en Zara, no se me viene a la cabeza la idea de avaricia ni de que multiplique sólo para él. Y cuando, tras pagar religiosamente sus impuestos –no como dicen los envidiosos podemitas–, hace donaciones importantísimas a la Seguridad Social en maquinaria para curar enfermedades –claro, no las hace en dinero para que los podemitas se lo gasten a su antojo en estupideces perversas–, menos me lo parece. De hecho, él –y todos los que podría y no podría citar– se quedan sólo con una pequeña parte de la riqueza que crean para millones de personas. Y cuando leo, escrito categóricamente, que la multiplicación produce orgullo y poder, mi asombro ante semejante afirmación no tiene límites. Me parece estar leyendo un tweet de un podemita. 

Pero si ese párrafo me genera asombro, el siguiente, ya me deja con la boca abierta y los ojos como platos:

“Tampoco hoy la multiplicación de los bienes resuelve los problemas sin una justa distribución. Me viene a la mente la tragedia del hambre, que afecta especialmente a los niños. Se ha calculado —oficialmente (¿es lícito que me pregunte que cálculos oficiales ha consultado Franciasco?)— que alrededor de siete mil niños menores de cinco años mueren a diario en el mundo por motivos de desnutrición, porque carecen de lo necesario para vivir. Ante escándalos como estos, Jesús nos dirige también a nosotros una invitación, una invitación similar a la que probablemente recibió el muchacho del Evangelio, que no tiene nombre y en el que todos podemos vernos …’ ”.

A mí, como al Papa y como a todo ser humano de buena voluntad, también me da una tristeza inmensa los niños menores de cinco años, aunque sea sólo uno, que mueren de desnutrición. Pero resulta que el Banco Mundial –no sé que fuentes oficiales utiliza el Papa– afirma que por primera vez en la historia de la humanidad la pobreza extrema ha bajado del 10% y que, si bien su ritmo de descenso ha bajado, lo que puede poner en peligro las previsiones de su disminución al 3% en 2030, no cabe duda de que en menos del tiempo de vida que les queda a mis hijos, desaparecerá totalmente. En los últimos 25 años ha bajado del 36% al 10%. (Ver al final link sobre estos datos del Banco Mundial) Esto no es un consuelo. Cuando se haya acabado con la pobreza extrema –o, más bien, mientras se acaba con ella– hay que hacer que retroceda la pobreza no tan extrema. Y tengo por seguro que está retrocediendo y que lo seguirá haciendo y de que, capa a capa, cada nivel de pobreza irá desapareciendo. Pero esto es un proceso que no se produce, como a todos nos gustaría, con un chasquido de dedos. Lo irá produciendo e capitalismo. El “I want it all and I want it now” es un infantilismo o simple mala voluntad. Porque la causa de esa disminución de la pobreza y de su eventual desaparición, sólo tiene un nombre: se llama capitalismo, mal que les pese a los populistas, el Papa incluido. Pero hablemos de dar o de compartir, o de dividir. Nunca, jamás, en la historia de la humanidad, ha habido tanta gente que haya dado tanto de lo suyo para causas de beneficencia como en estos momentos. Y la causa de que lo hagan es que en los países ricos, la riqueza creada por el capitalismo, lo permite. Ahora bien, si lo que quiere decir el Papa es que un poder ejecutivo (léase el estado) debe determinar cuál debe ser el nivel de “justa” distribución de la riqueza creada y, más aún, imponer los medios para alcanzar esa supuesta justa distribución, entonces, mi desacuerdo con el Papa se acentúa. Iría contra el concepto de justicia distributiva –dar a cada uno lo suyo–. Porque si Amancio Ortega –o cualquiera de los que podía o no podría citar– ha ganado honestamente lo que ha ganado, creando riqueza para millones de personas, la parte de esa riqueza que ha obtenido es suya y, por lo tanto, no se le puede quitar en nombre de la justicia distributiva. Si esa persona quiere dar voluntariamente parte de lo que es suyo a otros –y Amancio Ortega lo hace y es muy posible que muchos de los que podría o no podría citar, también lo hagan–, será por caridad, no por justicia. Lo dice magníficamente otro Papa, Pío XI, en su encíclica “Quadragesimo anno”:


“… los ricos están obligados por el precepto gravísimo de practicar la limosna, la beneficencia y la liberalidad.

 

51. Ahora bien, partiendo de los principios del Doctor Angélico (cf. Sum. Theol. II-II q. 134), Nos colegimos que el empleo de grandes capitales para dar más amplias facilidades al trabajo asalariado, siempre que este trabajo se destine a la producción de bienes verdaderamente útiles, debe considerarse como la obra más digna de la virtud de la liberalidad y sumamente apropiada a las necesidades de los tiempos”. 

Suscribo esta frase con toda mi alma, pero esa obligación de la que habla el Papa Pío XI es una obligación moral de cada ser humano con su conciencia, no algo que pueda ser impuesto por la virtud de la justicia.

Y tampoco estoy dispuesto a admitir –cosa que el Papa Francisco proclama aquí y allá– que la culpa de la pobreza en los países pobres la tenga el capitalismo –aunque Francisco jamás utilice la palabra capitalismo, cuando utiliza la palabra sistema, es evidente que se refiere a él–. Al contrario, según otro Papa, en este caso Juan Pablo II en su encíclica “Centesimus annus”, afirma que el capitalismo bien entendido –y Juan pablo II sí lo cita por su nombre– es la solución a la pobreza de estos países. Veamos:

“42. Volviendo ahora a la pregunta inicial, ¿se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil?

La respuesta obviamente es compleja. Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre»”.

La frase continúa: Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa”. Por supuesto, estoy totalmente de acuerdo. Pero eso sería como decir –Juan Pablo II no lo dice, utiliza el condicional: si el capitalismo fuese… – que el capitalismo es la jungla sin ley y esto es totalmente falso. Porque una condición de necesidad para que se desarrolle el capitalismo es, precisamente, el estado de Derecho, que es lo diametralmente opuesto a la jungla. Ciertamente, puede haber ordenamientos jurídicos que no respete “la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso”. Pero dónde existe un ordenamiento jurídico así, ¿se le puede achacar esto al capitalismo? ¿No sería culpa más bien de los políticos que construyen ese ordenamiento jurídico? La culpa de las muchas inicuas leyes que se están creando ahora en España, ¿la tendrá acaso Amancio Ortega? ¿O tal vez Ana Botín? ¿O cualquier otro empresario? La respuesta a estas preguntas es tan obvia que considero un insulto a la inteligencia de los lectores responderlas aquí.

Precisamente, lo que hace que los países pobres estén anclados en la pobreza, es la falta de Estado de Derecho y de la seguridad jurídica necesaria para que se desarrolle el capitalismo. Y esa inexistencia de un Estado de Derecho y de su seguridad jurídica en esos países, se debe a que sus tiranos dictadores, lo impiden. Dadles esa seguridad jurídica y muy pronto aparecerán empresas que crearán riqueza y en una generación el país entrará en la senda del capitalismo y de la creación de prosperidad.

Quiero volver a la frase de Jesús –esta sí, escrita en tres de las seis narraciones evangélicas, de este milagro– “dadles vosotros de comer” y al alivio que debieron sentir los discípulos cuando vieron el milagro de la multiplicación. Creo que esa frase, como todas las de Jesús, no iba dirigida sólo a los discípulos, sino a todos los hombres de todos los tiempos. Pero, ¿podemos esperar que Dios haga todos los días el milagro de la multiplicación? No parece que se pueda esperar semejante cosa. Al menos no ha pasado en los últimos 2.000 años. ¿Entonces? Entonces, Jesús nos pide a los hombres de todos los siglos, que somos las causas segundas a través de las que Él normalmente actúa, que hagamos ese “milagro”. No un milagro sobrenatural, no seríamos capaces de hacerlo. Pero si el milagro de usar para darles de comer cuatro dones que Dios dio al hombre cuando lo creó: La libertad, el afán de superación (creced y multiplicaos, pastoread[1] la tierra), la inteligencia, es decir el ingenio, la creatividad y la voluntad, es decir, la capacidad de orientar nuestro esfuerzo hacia los fines que nos marca la inteligencia. Y exactamente eso es el capitalismo. No es ningún sistema económico que salga de un experimento social creado por un ideólogo. El capitalismo es la etapa actual de un proceso coevolutivo de estos cuatro dones. Y sólo este proceso, que hoy se llama capitalismo, pero que nunca ha dejado de evolucionar hacia mejor y de adaptarse a las circunstancias de cada momento, no sin luchar con muchas trabas, puede cumplir con el milagro de la multiplicación que Jesús nos pide. Hace tiempo llamé al capitalismo “la increíble máquina de hacer pan”. ¡Y a fe que lo es! Este mandato, “dadles vosotros de comer”, me lleva a formular un tipo de justicia que no he leído en ningún sitio, pero que me parece razonable: La justicia “generativa”. La de generar riqueza y prosperidad para, eventualmente, dar de comer abundantemente a los siete mil millones de personas que formamos la humanidad hoy y a los que la formemos dentro de cincuenta, cien o mil años. Por supuesto, después de darnos esos dones, los cristianos creemos que vino el pecado original. Y con él vinieron de la mano todos los demás pecados, en espacial soberbia, avaricia. Los pecados capitales son siete, pero estos dos son los que más atañen a ese proceso que en su estadio actual se llama capitalismo. La inteligencia y la libertad pueden caer en la soberbia y el afán de superación puede acabar en avaricia y seguro que se pueden establecer más conexiones entre esos dones mal usados y varios pecados capitales. Y, por supuesto, esos pecados, ensucian el capitalismo. Pero, ¿hay alguna institución humana, por maravillosa que sea, que no haya resultado ensuciada por estos pecados? ¿Acaso no hay dentro de la judicatura, o de la medicina, o de la arquitectura, o de las familias, que son instituciones nobles, gente con muchos de esos pecados? Por supuesto, no hay actividad o institución en la que participemos los seres humanos, por muy noble que ésta sea, que no esté manchada por esos pecados de los hombres. Pero, ¿las hace eso malas en su esencia? Es evidente que no. Nunca he oído decir que la medicina o judicatura o la arquitectura, o la familia sean malas en su esencia. Entonces, ¿por qué se usa una vara de medir distinta para el capitalismo? Desgraciadamente, junto con el capitalismo, la Iglesia es otra de las instituciones a la que mucha gente considera mala por culpa de los pecados de unos pocos desalmados. En ambas instituciones me pasa lo mismo, aunque en diferentes grados. Aprecio profundamente a ambas –a la Iglesia– la amo– y, precisamente por eso, me enfurecen y detesto a los que las manchan. Pero de ninguna de las dos se me ocurre pensar que sean intrínseca y esencialmente malas. Pero parece que Francisco también tiene dos varas de medir diferentes para la Iglesia y el capitalismo. En cambio, parece que tiene simpatías por los Castro, los Maduro o sus compatriotas, los Kitchner. En Misa, en el momento de las preces, se oye pedir oraciones por prácticamente todos los estamentos de la sociedad, empezando por la Iglesia. Pero nunca, jamás, he oído una sola oración por los empresarios. ¿Es que no son hijos de Dios? ¿Es que no son dignos de oraciones para que desarrollen los cuatro dones sin caer el los pecados capitales que les acechan? ¿Es que no merecen que se pida para ellos sabiduría para saber usar esos cuatro dones?

En fin, ¿qué decir? Pues que, una vez más, tengo que lamentar la osada ignorancia de este Papa sobre todo lo que tenga que ver con economía y su populismo-peronismo que hace que tenga una simpatía natural por los Castro o los Maduro. ¡Qué le vamos a hacer!

https://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2021/documents/papa-francesco_angelus_20210725.html

https://www.bancomundial.org/es/news/press-release/2018/09/19/decline-of-global-extreme-poverty-continues-but-has-slowed-world-bank

 



[1] Muchas veces en muchos escritos míos he dicho que aunque en las traducciones de la Biblia siempre se utilizan expresiones como “dominad” o “someted”, un amigo mío biblista y conocedor del hebreo dice qur el témino en esa lengua puede traducirse por pastoread. 

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