29 de abril de 2008

Respuesta a una entrada a otra entrada a "¿Creacionismo o evolución?

Tomás Alfaro Drake

Ludovico ben Cidehamete ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Respuesta a un comentario a la entrada ¿Creacionis...":

Hola amigos:El lector a quien se responde, dice:

hay algunas evidencias incuestionables que apuntan a la veracidad de la Teoria de la Evolución como, por ejemplo, el que todas las diversas especies existentes utilicen un único lenguaje molecular, un mismo lenguaje. La información genética está siempre cifrada en el ADN, el cual, en todos los seres vivos, está compuesto por secuencias variables de los mismos 4 nucleótidos; la clave que regula la traducción de la información cifrada en el ADN para la fabricación de proteinas es siempre la misma, etc, etc. No hay otra manera racional de explicar esta uniformidad molecular que la existencia de ancestros comunes, procedentes, todos ellos de una sóla forma de vida, en el origen. ...Los católicos sabemos de la necesidad de la hermeneútica, de la Tradición de la Iglesia, para comprender las Escrituras. No las interpretamos literalmente, como los protestantes.

Me permito decir al interrogador que aquí y allí se despeñan algunos errores de lógica y de doctrina. Veamos:

1) Que toda la creación, o al menos los llamados seres vivos (todos los seres son vivos, en realidad) tengan un "mismo patrón molecular", de ninguna forma autoriza a pensar que "existan ancestros comunes"; la premisa mayor no autoriza el juicio, la conclusión. Si autoriza a afirmar, únicamente, que existe una "regla común" a toda la creación, es decir, que su existencia está sujeta a un patrón semejante en el orden de la materia. ¿Supone esto alguna forma de evolución? Al revés, la niega con bastante elocuencia.

Darwin habla de la "evolución" específica (de las especies) en un sentido que sugiere (solo sugiere: no conocía nada de biología molecular) mutación de lo viviente hacia formas más perfectas, sólo hacia formas más perfectas. Las Sagradas Escrituras, en realidad, nos dicen lo contrario: el pecado original "involucionó" al hombre (no a sus moléculas) y de consiguiente a toda la creación, hacia formas menos perfectas, haciendo necesaria la Salvación por Jesucristo. ¿cómo se concilia esto y aquello?

Lo de Darwin era chapucería, por que si recién ahora el conocimiento molecular y genético ha avanzado lo suficiente como para tantear una explicación (aún insatisfactoria por otra parte) como la evolución, en sus días (y era contemporáneo de Juan Manuel de Rosas) no era posible hacer estas afirmaciones sin un cachito de maldad. O caradurismo, que es lo mesmo en el caso.En cuanto a nuestro amigo Pedro MR, me parece que debe revisar la lógica formal de su conclusión: la existencia de una ley universal, lo único que predica es la existencia de una inteligencia universal, por que la ley es orden, y el orden, únicamente un producto del intelecto. "Es propio del intelecto el regir las cosas" dice Aristóteles. Por lo tanto, la conclusión suya, donde Ud. pone "ancestro" común, debería poner "legislador común". Y por consiguiente, en nada prueba esto la evolución. Como ve, el silogismo debe hacerse correctamente para llegar a una conclusión razonable.

2) El catolicismo es la única religión que, como veradera que es, afirma categóricamente que las Sagradas Escrituras deben interpretarse en sentido literal, siempre que sea posible. Pero esta posibilidad no se refiere al orden físico (por ejemplo, creer en la Resurrección de N. Señor, que por ahora nos parece físicamente imposible) sino al orden lógico. Por ejemplo, cuando es evidente que se está utilizando un lenguaje metafórico (frases que comienzan "es como aquel que ..."). Lea la encíclina "Divino Afflante Spiritu" de Pio XII y lo comprenderá mejor que todas las tontudeces que dice este humilde servidor.

Por otra parte, como deben creerse con Fe católica (Dz 2113/2114) las decisiones de la Comisión Bíblica (hasta 1925 más o menos, en que se modificó su estructura y funciones), y la comisión estableció que: a) El Génesis debe interpretarse en sentido estricto literal, Dz 2121; b) No se pude poner en duda su carácter "literal histórico", en particular, en lo que atañe a la Creación del mundo, las cosas y la "peculiar creación del hombre; la formación de la primera mujer del primer hombre; la unidad del linaje humano; la felicidad original de los primeros padres en estado de justicia, integridad e inmortalidad; etc" (Dz 2123). c) Por eso: "presupuesto el sentido literal e histórico, puede sabia y útilmente emplearse la interpretación alegórica y profética de algunos pasajes de los mismos capítulos, siguiendo el brillante ejemplo de los Santos Padres y de la misma Iglesia.", Dz 2126.

En la convicción que estos argumentos le serán de grande utilidad, los saluda, en el dia de San Marcos Evangelista.L. b.C

Leo atentamente lo que Ludovico ben Cidehamete envía a Pedro MR y a mí.

Contesto:

a) aspectos científicos.

Lo primero, como dije en la entrada correspondiente, la teoría de la evolución no es una teoría científicamente probada ni, probablemente, lo sea nunca. Pero que una teoría no esté científicamente probada, no quiere decir que no pueda ser cierta y, la de la evolución tiene todos los visos de serlo. Lo que voy a decir a continuación no pretende, por tanto demostrar nada sino presentar criterios de plausibilidad.

Tiene razón Ludovico que de la unidad de lenguaje de la traducción de ADN a proteinas no demuestra por un silogismo irrefutable que haya un ancestro común, pero tampoco que no lo haya. Es una posibilidad altamente plausible, como lo es la del legislador único. Sin embargo hay otras cosas a considerar que comento en esa entrada. Con el registro fósil que se ha descubierto hasta ahora, (seguramente una ínfima parte del existente) debidamente datados (sé que hay algunas críticas al sistema estratigráfico de datación de fósiles, pero creo que no se tienen de pie), se trazan EN EL TIEMPO caminos que indican casi sin lugar a dudas (casi) que hubo especies morfológicamente emparentadas con otras posteriores, que se ramificaron en otras nuevas y que se extinguieron y que el conjunto forma un arbusto que, con lagunas, llega hasta nosotros. Cierto que eso no prueba la evolución, pero si el legislador único se dedicó a hacer eso, todo parece indicar que quería dejar pistas falsas para confundir nuestra inteligencia, la misma que Él nos dio para buscarle en la naturaleza. No me gustaría un legislador así. Pero no es sólo el registro fósil. De la misma manera que con los fósiles se pueden seguir las ramas por las mutaciones genéticas acumuladas. Y curiosamente, los dos dibujos del arbusto, el trazado por el registro fósil y el trazado por las mutaciones en el ADN, coinciden con mucha exactitud (aunque no perfectamente) Lo que nos lleva otra vez a las intenciones del legislador hacia nuestra inteligencia si nos quiso engañar con su diseño.

Respecto a Darwin. Nunca dijo que la evolución iba de lo menos perfecto a lo más. Es cierto que el sistema de evolución engendra complejidad, pero no perfección. En su momento hablaré de la “perfección” del cuerpo humano, en estos momentos creo que es prematuro. En cualquier caso, mezclar esto con la imperfección que introdujo el pecado original no me parece razonable. Es mezclar aspectos puramente morfológicos y materiales con otros espirituales. También me gustaría defender a Darwin en cuanto a lo de chapucerismo, maldad y caradurismo. Me parece que no era ninguna de las tres cosas. Buscaba la verdad con las herramientas que tenía. Uno puede estar o no de acuerdo con sus conclusiones, pero yo creo que era un hombre de buena voluntad. Claro que no se había descubierto todavía la genética, pero con el estado de conocimientos de que disponía llegó a unas conclusiones muy plausibles, tan plausibles que me parece que son ciertas. Si posteriormente nuevos conocimientos han apoyado sus conclusiones, eso no le hace ni chapucero ni cara dura. Y en cuanto a la maldad, creo que demostró bastante paciencia respondiendo a críticas bastante poco documentadas de un obispo anglicano del que no recuerdo el nombre. Cierto que perdió la fe, pero a lo mejor, con un poco más de comprensión hacia sus puntos de vista, se estuviera o no de acuerdo con ellos, no la hubiera perdido.

b) Aspectos doctrinales:

En una entrada de este blog, creo que la primera, pegué un escrito demasiado largo llamado carta a un católico antievolucionista (creo que se llamaba así) en el que decía al respecto algunas cosas que extracto ahora.

Pontificia Comisión Bíblica:

Efectivamente, san Pío X, a través de la Comisión Bíblica de 30 de Junio de 1909, nos enseña que todo cristiano debe respetar el sentido literal de la Escritura. Lo hace a través de la respuesta a siete dudas. Sería largo citarte aquí todas. No obstante, a la respuesta de la duda III, que habla de la interpretación literal, para poner todo en su contexto hay que añadir las respuestas a las dudas IV, V y VI que te transcribo.

“Duda IV: Si en la interpretación de aquellos lugares de estos capítulos que los Padres y Doctores entendieron de modo diverso, sin enseñar nada cierto y definido, sea lícito a cada uno seguir y defender la sentencia que prudentemente aprobare, salvo juicio de la Iglesia y guardada la analogía de la fe”.
“Resp.: Afirmativamente.

“Duda V: Si todas y cada una de las cosas, es decir, las palabras y frases que ocurren en los capítulos predichos (se refiere a los tres primeros capítulos del Génesis) han de tomarse siempre y necesariamente en sentido propio, de suerte que no sea lícito apartarse nunca de él, aun cuando las locuciones mismas aparezcan como usadas impropiamente, o sea, metafórica o antropomórficamente, y la razón prohiba mantener o la necesidad obligue a dejar el sentido propio”.
“Resp.: Negativamente”.


“Duda VI: Si, presupuesto el sentido literal e histórico, puede sabia y útilmente emplearse la interpretación alegórica y profética de algunos pasajes de los mismos capítulos, siguiendo el brillante ejemplo de los Santos Padres y de la misma Iglesia”.
“Resp.: Afirmativamente
.

Parece claro que para la Comisión Bíblica, respetar el sentido literal de la escritura no quiere decir tomarla al pie de la letra. Esta afirmación, se apoya también en santo Tomás de Aquino cuando dice:

“El sentido que se propone el autor [de las Escrituras) es el literal. Como quiera que el autor de las Sagradas Escrituras es Dios, que tiene conocimiento de todo al mismo tiempo, no hay inconveniente en que el sentido literal de un texto de la Escritura tenga varios sentidos [...) Este último significado corresponde al sentido espiritual, que supone el literal, y en él se fundamenta”( Santo Tomás de Aquino. Suma de Teología. Cuestión 1, Artículo 10, Solución.).

“Por ejemplo, cuando la escritura habla del brazo de Dios, el sentido literal no está diciendo que Dios tenga brazo, en cuanto a elemento corporal, sino en cuanto fuerza para obrar, que es lo que el brazo significa”(Santo Tomás de Aquino. Suma de Teología. Cuestión 1, Artículo 10, Respuesta a la 3ª objeción.).

No me puede caber la más mínima duda que san Pío X tenía presente este pasaje de la Suma Teológica cuando refrendó con su autoridad la respuesta de la Comisión Bíblica. Confieso no poder decir exactamente donde está la línea divisoria entre el sentido literal y el pie de la letra. Pero me parece evidente, al leer el texto de la Comisión Bíblica alentada por san Pío X, que en el espíritu de la misma está salir al paso de los que dicen que el relato del génesis es un relato mitológico acerca de la cosmogénesis del universo. Todas las culturas tienen mitos para esa cosmogénesis y san Pío X quiere dejar claro que el texto del Génesis no es uno más. Dios realmente creó el universo, y lo creó bueno, y lo creó en el tiempo, y lo creó secuencialmente, es decir unas cosas a partir de otras, y puso al ser humano en la cúspide de su creación tras infundirle personalmente el alma, y les dio el estado de inocencia y el don de la inmortalidad, y les puso un mandamiento, y por su desobediencia, a instigaciones del diablo, perdieron la inocencia y la inmortalidad. Hasta aquí la literalidad, punto a punto expresada en la cuestión III. Pero no lo tomemos al pie de la letra. No modeló el cuerpo del hombre con sus manos, puesto que Dios no tiene manos. Lo creo del polvo de la tierra que, en definitiva, es lo que son las distintas especies de animales. Lo modeló con su Voluntad Todopoderosa, fue su Causa Primera. Pero usó, como para casi todo lo que hace, causas intermedias, que bien pueden ser las leyes de la evolución, diseñadas y supervisadas por Él. Le insufló el alma, aunque no lo hiciese soplándole en las narices. Este es el sentido literal que quiere dejar claro la Comisión Bíblica de san Pío X. Y de ninguna manera la teoría de la evolución vulnera el sentido literal así entendido. Así lo acepta hoy día desde la Congregación para la Doctrina de la Fe hasta el actual Papa, que nunca han condenado esta teoría.

En el camino entre san Pío X y Benedicto XVI, nos encontramos a Pío XII.

En su alocución de inauguración del curso de la Pontificia Academia de las Ciencias en 1941, dice:

“El hombre, dotado de alma espiritual, fue colocado por Dios en la cima de la escala de los vivientes, como partícipe y soberano del mudo animal.
Las múltiples investigaciones, tanto de la paleontología como de la biología y morfología, sobre estos problemas tocantes a los orígenes del hombre, no han aportado hasta ahora nada de positivamente claro y cierto. No queda, por tanto, sino dejar al porvenir la respuesta a la pregunta de si un día la ciencia, iluminada y guiada por la revelación, podrá ofrecer resultados seguros y definitivos sobre punto tan importante”
.

Por otra parte, en la encíclica “Humani generis”, se lee:

“Por eso, el magisterio de la Iglesia no prohibe que, según el estado actual de las ciencias humanas y de la sagrada teología, se trate en las investigaciones y disputas de los entendidos en uno y otro campo, de la doctrina del <> en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva y preexistente –pues las almas nos manda la fe católica sostener que son creadas inmediatamente por Dios– ; pero de manera que con la debida gravedad, moderación y templanza se sopesen y examinen las razones de una y otra opinión, es decir, de los que admiten y los que niegan la evolución, y con tal de que todos estén dispuestos a obedecer el juicio de la Iglesia, a quien Cristo encomendó el cargo de interpretar auténticamente las Sagradas Escrituras y defender los dogmas de la fe (Cf. Romanos 5, 12-19; Concilio de Trento sesión V, 1-4. Esta nota figura en la encíclica). Algunos, empero, con temerario atrevimiento, traspasan esta libertad de discusión al proceder como si el mismo origen del cuerpo humano de una materia viva preexistente fuera cosa absolutamente cierta y demostrada por los indicios hasta ahora encontrados y por los razonamientos de ellos deducidos, y como si, en las fuentes de la revelación divina, nada hubiera que exija en esta materia máxima moderación y cautela”.

Me parece exquisito el tacto y la prudencia con las que Pío XII trata el tema. La evolución no es cosa cierta y demostrada, pero cada vez hay más argumentos que la hacen enormemente más plausible que el creacionismo. Yo desde luego, estoy dispuesto a obedecer el juicio de la Iglesia. Si un día dice que la teoría de la evolución en cuanto al origen del cuerpo del hombre, es contraria a la fe, lo aceptaré. Pero todavía no lo ha dicho y, a decir verdad, dada su prudencia y sabiduría, no creo que lo diga nunca. Por supuesto que acepto que el alma no viene por la evolución, pero nadie en su sano juicio podrá decir nunca que es científico decir que el alma viene por evolución. Así que, tranquilo.

c) Una cuestión de fondo.

¿Por qué encresparse ante la teoría de la evolución y ser más papistas que el Papa? A mí me parece, y en eso coincido plenamente con Pedro MR que la teoría de la evolución, lejos de suponer una mancha para la inteligencia de Dios es un canto a su sabiduría y a su capacidad de crear belleza. No sé si en la entrada anterior cité el final de “El origen de las especies”, pero si lo hice, lo vuelvo a hacer ahora, aunque me repita:

“De esta manera, el objeto más impresionante que somos capaces de concebir, o sea, la producción de animales superiores, es resultado directo de la guerra de la naturaleza, del hambre y de la muerte. Existe grandeza en esta concepción de que la vida, con sus distintas facultades, fue originalmente alentada por el Creador en una o varias formas, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un comienzo tan simple, infinidad de formas cada vez más hermosas e impresionantes”.

Creo que hay muchas cosas en las que los católicos debemos librar una ardua batalla en contra del ateismo y el secularismo. Le va en ello mucho a la humanidad. Por eso hay que librar las batallas necesarias y con los argumentos correctos. Y ni la lucha contra el evolucionismo es una batalla que haya que librar, ni los argumentos para librarla pueden ser los correctos, puesto que van contra la lógica y el sentido común. En el libro “Un siglo, una vida” de Jean Guitton hay una frase que Guitton leyó en el diario de su madre, que me ha llamado mucho la atención. Dice: “Es necesario que se restablezca la armonía entre los modernos sin fe y los creyentes sin modernidad. Hace falta que los primeros se reencuentren con Dios. Pero hace también falta que los segundos caminen hacia delante sobre la tierra”.

Creo que, como católicos, es nuestra obligación, para el bien de la Iglesia de Cristo y, por tanto, de la humanidad adoptar la segunda actitud descrita por la madre de Guitton. Lo cual no significa hacer ni una sola concesión en lo fundamental. Cito de memoria y seguramente mal una frase de san Agustín ¿o era de otro?:

“En lo cierto, unidad. En lo abierto, libertad y en todo, caridad”.

Si no es exactamente así o si no es de san Agustín, que me perdonen.
Un abrazo a los dos Pedro MR y Ludovico b. C. por tan estimulante discusión.

Tomás

27 de abril de 2008

El camino hacia la posmodernidad y el nuevo renacimiento 7

Tomás Alfaro Drake

Introducción

El 6 de Enero, en una entrada de este blog dedicada a Simone de Beauvoir, me comprometí a hacer un análisis de cómo el pensamiento occidental ha derivado hacia la posmodernidad. Luego, pensé que no me bastaba con ese análisis. Necesitaba ver qué reacción estaba habiendo en este pensamiento contra esa decadencia. No me gusta la palabra reacción ni contra. Lo que se está produciendo no es una reacción contra nada, sino un reavivamiento del pensamiento sano que hizo posible Occidente y de cuyas rentas ha venido viviendo nuestra cultura dilapidando una preciosa herencia. Por eso he llamado a esta “reacción” “nuevo renacimiento”. No sé exactamente a dónde me llevará este intento, pero se dice que el que no se arriesga, no cruza el mar. Así que empiezo hoy una serie de escritos que espero sirvan para algo y que no sean demasiado densos ni demasiado largos. Pero no sé cómo me saldrá el intento. Este párrafo iniciará cada una de las “entregas”, para recordar para qué los escribo. No recomiendo empezar la lectura de esta serie por cualquier sitio. Si alguien está interesado en ella, creo que es mejor remontarse al primero, publicado el 20 de Enero del 2008.

La difusión

Hace poco oí una frase que decía que no hay un solo hecho en la historia que no haya sido antes una idea. Mientras las ideas anteriores y sus consecuencias se limitaban a pequeños cenáculos de intelectuales elucubrantes, las cosas no pasaban a mayores. Pero poco a poco fueron permeando la sociedad. Los primeros que se adueñaron de ellas –concretamente, del Estado Leviatán– fueron los estadistas. El Estado Leviatán florece por toda Europa bajo sus distintas formas. Desde el Leviatán incontrolado de la Alemania constituida como nación en el siglo XIX, hasta el Leviatán amordazado de la democracia inglesa con sus poderes divididos. Naturalmente que un Leviatán controlado es mejor que uno incontrolado, pero no deja de ser un Leviatán. Por otro lado aparece el convulso estado francés, de inspiración más Rouseauniana, con sus revoluciones, repúblicas, restauraciones, comunas, etc. Tan sólo el naciente estado americano parece mantener un principio precario de que el Estado es algo que existe para la felicidad del hombre, creado por él, para él y no para que la persona se someta al Estado Leviatán, sea este controlado o incontrolado. No es por casualidad que la Constitución de los Estados Unidos sea la única Constitución moderna en la que se menciona a Dios.

Más tarde, las ideas anteriores han ido llegando al conjunto de los ciudadanos a través de la democratización de la educación. Éste proceso de democratización de la educación es magnífico y sin precedentes en la historia de la humanidad. Pero es un proceso que está todavía a medio camino. Ha creado enormes masas de personas semieducadas, con suficiente formación para leer periódicos y otros medios de comunicación que pregonan a los cuatro vientos la ideología posmoderna, pero sin la necesaria para someter a crítica lo que leen. Y lo que es más grave, con el peligro de ser formadas por un estado que pretenda condicionar el pensamiento de sus ciudadanos. De esta forma el magma del pensamiento posmoderno ha llegado más o menos conscientemente, pero de forma acrítica, al pensamiento del hombre medio. Y no está claro que a los estados actuales les interese completar ese proceso de educación. Los sistemas educativos actuales, casi sin excepción, priman el conocimiento técnico, estrictamente pragmático, orientado únicamente al desarrollo económico personal. No es que esto esté mal, salvo por el únicamente. Y últimamente, parece que también el adoctrinamiento ideológico forma parte del plan educativo de estados y movimientos nacionalistas. Tal es el caso de España y su “Educación para la ‘ciudadanía’”. Pero creo que me estoy adelantando. Retomo el hilo.

En el siglo XIX, los Leviatán de Europa querían a toda costa fortalecerse para un eventual enfrentamiento entre sí. Se repartían el mundo para conseguir materias primas para su industria, utilizaban la tecnología para crear armas lo más destructivas posible e instauraban un equilibrio de la destrucción con crecimiento exponencial. Pero cuando en ese cocktail entraron la ideas de Hegel sobrevino la catástrofe.

Karl Marx (1818-1883) y Alfred Rosenberg (1893-1946)

Al hablar de Marx y Rosenberg juntos, tengo que puntualizar que entre ellos median, además de un abismo ideológico que les haría espantarse de aparecer juntos aquí, tres cuartos de siglo de diferencia, lo que hace que sus vidas ni siquiera se solapen,. Entre ambos aparece la figura de Nietzsche, ligeramente posterior a Marx, aunque contemporáneo suyo, pero anterior a Rosenberg, sobre el que tendría una influencia enorme. Me cuesta catalogar a Marx y a Rosenberg como filósofos. Para transformar las ideas en hechos históricos son necesarias un tipo de personas que no son ni filósosfos ni hombres de acción. Son los ideólogos. Marx y Rosenberg pertenecen a este tipo de personas. Marx es el ideólogo del marxismo y Rosenberg del nazismo. Pero, a pesar de su abismo ideológico, ambos tienen como padres intelectuales a Hegel y Hobbes. La Idea-Historia apisonadora de Hegel les vino como anillo al dedo a ambos. Pero no estaban de acuerdo Marx y Rosenberg en la dirección que seguía la apisonadora de la Historia. Para el primero el fin de la Historia era el dominio mundial del proletariado. Para el otro, el de la raza aria. El Estado Leviatán y todopoderoso de Hobbes era también una brillante idea que ambos se apresuraron a desempolvar en su versión omnipotente. El que se opusiese a la macha ineludible de la Historia, fuese en la dirección del dominio proletario o del dominio ario, sentiría su peso. Como avisa el libro de Job en la frase sobre el Leviatán citada en un artículo anterior: Atrévete contra él, te acordarás y no volverás a hacerlo. Y los que utilizaban el Estado Leviatán como un arma letal se sentían éticamente respaldados porque lo hacían en nombre del siempre benéfico dios Progreso de Comte. Millones de personas pagaron su oposición a ese dios con la muerte. Rosenberg necesitó, además, de la inseminación de Nietzsche para parir su monstruosa ideología. Ambos ideólogos encontraron los hombres de acción y de Estado para llevar a la práctica sus engendros ideológicos. Marx fue padre ideológico de Lenin y tuvo posteriormente un nieto: Stalin. Rosenberg, engendró a Hitler. Si entre sus ideologías medió un abismo, aunque no entre sus fuentes, tampoco las consecuencias de ambas difieren mucho en cuanto a desolación, depravación y muerte se refiere. Ambas han dejado el mundo sembrado de monstruosidades, aunque la posmodernidad no las haya juzgado a las dos con el mismo rasero.

La catástrofe y la posmodernidad

La dinamita estaba lista. La mecha también estaba cebada. Los estados Leviatán de Europa se habían preparado a conciencia para enfrentarse entre ellos. Devoraban el mundo colonizando distintas partes del globo para hacer músculo que les diese la victoria. También reivindicaban posesiones territoriales en la vieja Europa. Alemania y Francia se enzarzaron en una feroz guerra por Alsacia y Lorena. Ganó Alemania y humilló a Francia. Como reflejo del homo hominis lupus nació el Estado lobo para el Estado. Francia no olvidó. Rusia y el Imperio Austro-húngaro, tenían también sus esferas de influencia en los Balcanes. Estalló la 1ª Guerra Mundial. En ese río revuelto, Lenin encontró el camino para engendrar la Unión Soviética. Los estados Leviatán cerraron en falso esta guerra con un tratado de Versalles humillante para el vencido. Esa humillación dio a Hitler la oportunidad de incubar al Leviatán del nazismo que provocó guerra, destrucción, millones de muertos, entre opositores, judíos y combatientes. El Leviatán nazi fue destruido. No así el Leviatán marxista que tuvo hijos. Stalin, Mao, Pol Pot, Ceaucescu, Castro, etc. Y junto con la catástrofe llegaron el desánimo, el desencanto y la fragmentación de las ideas.

El mito del progreso continuo quedó pulverizado, pero subconscientemente seguimos actuando como si creyésemos en él. Toda idea de moral cayó en el desprestigio. La moral kantiana basada en el deber ha caído en el vacío y, contagiando a muchos cristianos, ha arrastrado con ella a la moral basada en el amor a Dios. ¿Por qué debemos hacer el bien? ¿Simplemente por deber? Queda en el fondo un rescoldo, a veces poderoso, de moral natural, la ley natural inscrita por Dios en la razón de todos los hombres, pero se la ha vaciado de todo prestigio intelectual. Queda casi sola la moral del sentimiento de corte Roussoniano. El “yo soy así” es justificante de casi cualquier conducta. Estamos intelectualmente desarmados y vivimos en la tiranía de un pensamiento débil y una moral sentimental que nos dirige caprichosamente en función de sentimientos colectivos fácilmente inducidos y manipulados. La tolerancia del todo esta bien y todo vale lo mismo lo llena todo.

Para el pensamiento políticamente correcto actual, esa tolerancia de pensamiento débil basada en la desilusión, la desvalorización y relativización de todas las creencias, en vez de en las virtudes de la fe, esperanza y caridad es uno de los mayores “logros” de la civilización Occidental. Esto no fue grave mientras estuvo limitado a capas muy minoritarias de la sociedad. Pero, con el advenimiento de la sociedad de masas semieducadas de la que hemos hablado anteriormente, los “sagaces vendedores, agencias de noticias, grupos de presión, partidos políticos y gobiernos”, han tomado este pensamiento débil como herramienta de manipulación. “La única esperanza está en la posibilidad de que estos explotadores de un público semieducado no puedan condicionar a sus víctimas hasta el punto de impedirles que continúen su educación de modo que llegaran a hacerse inmunes a tal explotación”[1]. Pero parece que el hecho de que sea el estado el que controle la educación es también un signo de “progreso” para el pensamiento débil posmoderno. Ahora sí que es el lugar de la “Educación para la ‘ciudadanía’” de la que hablé antes.

Tenemos medios económicos –sólo en la burbuja de Occidente– para tranquilizar nuestras conciencias haciendo un bien instintivo y subconsciente que no nos hace felices. El utilitarismo llena todos los resquicios. Las ideas se valoran sólo por su utilidad práctica inmediata. No nos interesan porque nos expliquen cómo es una realidad en la que, por otra parte, no creemos o no nos importa. Podemos creer en una cosa y en la contraria al mismo tiempo. Vemos masas enormes de gente dominadas por el desencanto y el sinsentido, sin saber por qué o para qué merece la pena vivir o morir. Es el caos de la posmodernidad en el que se reúnen de forma inorgánica, superpuesta, inconsciente y contradictoria corrientes tan variadas como el racionalismo, el idealismo psicológico, el kantiano y hegeliano, la ética del sentimiento de Roussseau, con su recurso fácil al “yo soy así” que todo lo justifica, los orientalismos hinduistas y budistas, el positivismo, el cientifismo, el panteísmo, el culto dionisíaco al placer, el Estado Leviatán, idolatrado en su vertiente democrática y del bienestar, la estética del sufrimiento inútil despojado de todo carácter redentor, la moral del superhombre, junto a la superación aparente del racismo, la moral de la mediocridad, el desencanto de las ideas y la falta de sentido y esperanza. No es que esas corrientes coexistan en la sociedad, no. Es que coexisten al mismo tiempo y de forma vaga, en la cabeza de la mayoría de las personas que forman la sociedad posmoderna. Todo con el mismo valor, sin que nada sea ni verdad ni mentira. O peor aún, siendo todo verdad y mentira al mismo tiempo en la cabeza de cada uno, sacrificada la verdad a una indiferencia y apatía disfrazadas de libertad y tolerancia. No es extraño, en este escenario, que muchas personas hayan hecho un pacto con la mediocridad. Es difícil no dejarse llevar por ella cuando nada vale más que nada. Y la clase política, en busca del voto, también ha hecho el mismo pacto.

Por último, la posmodernidad acaba por relegar a Dios a la nada o, mejor dicho, a intentar sustituirlo por el Dios YO. Es lógico. Si Dios es el creador de la realidad, si la realidad es su huella, que nos habla de él, negar esta realidad es cerrar el camino hacia Dios. Sustituirla por una idea inmanente es crear un Dios inmanente. Sustituirla por una idea creada por uno mismo, es deificarse a sí mismo. Pero ese error del final de un camino que desde el principio llevaba a este abismo, es un error que se paga con el vacío y la náusea. Como decía Zubiri: “Solo, pues, sin mundo y sin Dios, el espíritu humano comienza a sentirse inseguro en el universo”[2]. Si me atreviese, quitaría la palabra “comienza” de la cita anterior.

Lo único que no se le ocurre al pensamiento único, débil y fragmentario de la posmodernidad es preguntarse: ¿En qué momento nos equivocamos? ¿Dónde nos perdimos? ¿Podemos desandar el camino de las ideas equivocadas, no de la historia, y volver a coger la corriente en una dirección que no nos lleve a aguas estancadas y putrefactas? No. Son preguntas tabúes. Simplemente hay que seguir hacia delante, aunque no sepamos hacia dónde, con un estoicismo estúpido que nos dice: es lo que hay, ten la valentía de aceptarlo.

Sin embargo, no quiero acabar este artículo con esta, casi apocalíptica, visión. Afortunadamente sigue subsistiendo un pensamiento realista sólido, que también ha evolucionado, no de forma aberrante ni por simple reacción ente el vacío, sino que se ha replanteado las cosas, no para a copiar el pensamiento precartesiano, sino para encontrar salida al laberinto de la posmodernidad volviendo a impulsarse en la sólida base de la realidad. En los siguientes capítulos intentaré describir algo de estas líneas de pensamiento.
[1] Arnold J. Toynbee, “El estudio de la hostoria”. Compendio de D.C. Somervell, Alianza Editorial 1981, Tomo III, pag. 262-263
[2] Leído en la “Historia de la filosofía” de Julián Marías.

20 de abril de 2008

¿Darwin o Lamarck?

Tomás Alfaro Drake

Este es el 16º artículo de una serie sobre el tema Dios y la ciencia iniciada el 6 de Agosto del 2007.

Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”, “Como pudo aparecer la vida? III”, “La Vía Láctea, nuestro inmenso y extraordinario castillo”, “La Tierra, nuestro pequeño gran nido” y “¿Creacionismo o evolución?”


Tanto Darwin como Lamarck estaban convencidos de que los organismos vivos actuales procedían de formas más primitivas que habían ido evolucionando. Pero diferían en cuanto a los mecanismos de esa evolución. Para Lamarck esa evolución estaba motivada por los “hábitos” convenientes para la supervivencia adquiridos por los individuos de una especie. Supongamos que para una especie fuese bueno estirar el cuello para alcanzar las ramas más altas de los árboles y no tener competencia con otros animales para conseguir alimento. A fuerza de estirarlo, cada individuo acababa alargando su cuello, como un deportista aumenta su masa muscular al hacer ejercicio. Ese cuello más largo, adquirido por hábito, se transmitía a la descendencia y, al cabo de muchas generaciones, acababan por ser las jirafas que ahora conocemos. Tal vez otro grupo de la misma especie usase otro hábito para asegurarse el alimento, como por ejemplo, comer hierba del suelo y tragársela muy deprisa para luego regurgitarla y masticarla con calma. Con el tiempo llegaron a ser búfalos. Una especie se había ramificado en otras dos. Este “voluntarismo”, que puede parecer plausible en las jirafas y los búfalos, parece mucho más extraño para mejillones y lapas o para protozoos y bacterias.

Por su parte, Darwin y Wallace opinaban que en cada especie había individuos que, por casualidad, tenían el cuello más largo, como entre nosotros existen personas más altas o más bajas. Eso les permitía comer ramas más altas sin competencia, por lo que se reproducían más y la población de cuellos largos se hacía mayor. Por otro lado, otros individuos de la misma especie, también por casualidad, tenían un estómago más grande de lo normal y podían almacenar mucha comida tragada casi sin masticar. También esto les daba una ventaja competitiva que les hacía sobrevivir y reproducirse mejor. El resultado eran también jirafas y búfalos, pero el mecanismo para llegar a la aparición de estas dos especies era distinto. La mayor parte de las variaciones –así las llamaba Darwin– aleatorias eran perjudiciales para la especie y desaparecían. Sólo las pocas que resultaban beneficiosas eran premiadas con el éxito de la adaptación. Sobrevivían aquellos a los que la ruleta de las variaciones les daba una que se adaptase mejor al medio. Tanto para Lamarck como para Darwin / Wallace, era necesario que se produjese, para que no se diluyesen las diferencias, un aislamiento reproductor entre las variantes de una especie que con el tiempo generarían dos nuevas.

El mecanismo lamarckiano parece más eficaz en el uso del tiempo que una continua prueba y error. Pero cuando el monje agustino Gregor Mendel descubrió las leyes de la genética, quedó claro que los caracteres adquiridos no se transmitían a la descendencia. Por mucho que un aspirante a jirafa consiguiese alargar su cuello a base de estirarlo, su descendencia no tendría por ello el cuello ni un milímetro más largo. Este descubrimiento acabó con el lamarckismo. Al mismo tiempo se iba descubriendo que los tiempos geológicos se medían en miles de millones de años y que las mutaciones genéticas –las variaciones de Darwin– eran extraordinariamente frecuentes. Por lo tanto, había mutaciones y tiempo suficiente para que de esta forma se seleccionasen los organismos que mejor se adaptasen al medio. El descubrimiento del ADN no ha hecho más que confirmar estos datos. El mecanismo de Darwin es compatible con los nuevos conocimientos genéticos y el de Lamarck no. Y Lamarck quedó, con razón, preterido.

Pero quiero hacer justicia a Alfred Russell Wallace, que habiendo llegado por separado a los mismos descubrimientos que Darwin, ha sido casi olvidado por la historia. La vida puede ser tan injusta con la fama de las personas, como con la lotería del éxito de la adaptación de las especies.

16 de abril de 2008

Respuesta a DOS post sobre mi entrada "El camino hacia la posmodernidad... 6"

Tomás Alfaro Drake

Nicolás, ha dejado un comentario


Hola Tomas. te saluda Nicolás desde buenos aires.

Si bien no he podido aun leer todas las entradas de tu secuencia de posts "El camino hacia la posmodernidad y el nuevo renacimiento" ya desde el titulo hubo algo que me sedujo. Desde el punto de vista del que yo puedo encarar los problemas intelectuales de nuestra época (soy músico y artista plástico) siempre he tenido la reacción, mas bien intuitiva, de relacionar nuestra era posmoderna con algunos aspectos del renacimiento o el humanismo de los siglos XV y XVII.

Te escribo este post por que no se si lo que vos llamas "nuevo renacimiento" tenga algo que ver con esto o no.Si construyo algún tipo de explicación autobiográfica de la formulación de esta relación entre posmodernidad y renacimiento creo que tendría que apelar a la sensación de desapego total que algunos artistas de esta contemporaneidad sabemos sentir frente a los ideales modernistas de la primer mitad del siglo XX. Personalmente frente a esta ausencia de origen que a veces se lee en algún tipo de posmodernidad supe ir en búsqueda de modelos mas antiguos.

Me gusta pensar que la estrecha relación entre la filosofía deleuziana y el pensamiento panteísta de Spinoza (quien creo, por cierto, que merecía mucha mas dedicación en tu paso por los pensadores occidentales), o el regreso a vocabularios modales en la música de arvo part, o algún tipo de espiritualidad que puedo percibir en la música de morton feldman no son casuales sino que hablan un poco de esta identificación, todavía caprichosa en su formulación, entre la era contemporánea y los orígenes del humanismo.

Me gustaría saber que piensas al respecto de este posible "nuevo renacimiento" y a que te referís mas exactamente con eso.

muchas gracias por tu tiempoy que sigas escribiendo.
un saludo

Nicolás

Le contesto

Querido Nicolás:

Lo primero, es un placer saber que mi blog de urraca se sigue desde Buenos Aires. Verdaderamente, la red hace el mundo más pañuelo todavía.

Paso a los asuntos de que me hablas.

Con la serie de post de título “El camino hacia la posmodernidad…” quiero ilustrar, en un esbozo, lo que, a mi entender, ha sido el hundimiento de un pensamiento basado en una realidad externa al hombre y con la que éste debía contar a otro basado en una “realidad” que era “creada” por el hombre en su mente. También me parece que las consecuencias de ese cambio han sido nefastas. Por el nuevo renacimiento, me refiero a corrientes de pensamiento que empiezan a aparecer al comenzar a fundirse la nieve del invierno y que pueden restaurar la salud intelectual. Como es un simple esbozo (y como además soy una urraca, no un filósofo profesional) no me puedo meter muy a fondo con ningún pensador como Spinoza u otros, sino sólo dar alguna pincelada.

No soy artista, aunque tengo grandes inquietudes en este campo y no me atreveré a entrar demasiado en ese campo. Pero me parece que el arte es un reflejo de las ideas imperantes en cada época. Por eso creo que, aunque todas las generalizaciones son simplificaciones, el arte ha sufrido también las consecuencias. De una manera de traer la belleza trascendente al mundo de lo inmanente o de poner de manifiesto la trascendencia en la belleza de lo inmanente ha pasado a ser una especie de juego de originalidad vacía. El otro día estuve en una exposición de objetos surrealistas y había una definición de la belleza de no me acuerdo quién que decía que la belleza era la coincidencia de una máquina de coser y un sombrero encima de una mesa de disección de cadáveres. Pues que bien. Más bien, pues qué mal. A pesar de todo, en el arte más vacuo, el artista no puede dejar de transparentar casi siempre la Belleza, porque es algo de lo que todo hombre tiene sed. Pero…

No estoy en contra, ni de lejos, del arte contemporáneo, sería una persona anacrónica, estoy en contra de ese intento, la mayoría de las veces fallido, de asfixiar la Belleza en el que han entrado muchos artistas, aunque ni siquiera ellos mismos puedan asfixiarla. Hay manifestaciones de arte contemporáneo, en todos los campos que me emocionan profundamente.

Algo de esto le debió escocer al mismísimo Picasso cuando escribió en 1963 una amarga confesión, como él mismo la llama, que apareció en un revista de arte. (No incluyo aquí esta confesión de Picasso, porque puede verse en este Blog en una entrada del 13 de Septiembre del 2007). Qué diferencia con la concepción del arte de los pintores simbolistas franceses Paul Elie Ranson o Maurice Denis. (Puedes ver una carta de mi libro “Al sueño de la muerte hablo despierto” que publiqué en este Blog recientemente, el 17 de Marzo del 2008 y que a lo mejor te gusta. Tal vez< ahí esté el nuevo renacimiento de la idea del arte). En música, qué comparación entre un Olivier Messiaen y un John Cage.

Y, ¿qué tiene que ver esto, siempre en mi modesta opinión, con el Renacimiento del cuatrocento italiano? Ese renacimiento fue una explosión maravillosa, pero ya estaba en él, aunque remotamente, el germen des desplome. El hombre es la medida de todas las cosas creadas, pero es, también él, una criatura creada. Cuando olvida esto y se empieza a creer creador de la “realidad”, empieza a alejarse de la Belleza, aunque la marea parezca estar subiendo. Y eso empezó, en un germen todavía inidentificable, en el renacimiento de principios de la edad moderna.

No sé hasta qué punto estarás de acuerdo o no con esto que digo, pero te agradezco que me hayas hecho reflexionar y compartir estos pensamientos de urraca contigo y con quien los quiera leer.

Me gustaría acabar esta reflexión con una cita del mensaje a los artistas del concilio Vaticano II. Dice:

“Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, pone alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste a la usura del tiempo, que une a las generaciones y las hace comunicarse en la admiración”.

Mensaje a los artistas. Concilio Vaticano II. 8-XII-1965


Un abrazo.

Tomás.


Juan Luis, ya conocido en este Blog, ha dejado un post sobre la misma entrada.

Hola Tomás! Magnífico artículo. Demasiadas citas para mi gusto, pero tienes razón: si no las hubieses puesto, yo mismo te habría juzgado como un exagerado...¡cómo va el mundo! Hace poco también me comentaron que habría que olvidarse de los últimos libros de Nietzsche, que ya se le había ido la cabeza aunque no lo hubieran ingresado...¿donde poner el límite?Tú has propuesto tu triada de los filósofos más influyentes en la modernidad: Rousseau, Kant y Nietzsche. Paul Ricoeur nombró a Marx, Freud y Nietzsche los "maestros de la sospecha" y me ha hecho gracia este fin de semana haber leído la propuesta del "trio diabólico": así define E. F. Schumacher a Marx, Freud ¡y Einstein!. Acusa a Einstein bajo el cargo de que "socavó la fé en lo absoluto con su insistencia en la relatividad de todas las cosas. La aplicación de este relativismo aen el campo de la moral llevaba necesariamente al rechazo de toda moralidad", según leo en "Escritores Conversos", el magnífico libro de J. Pearce.

A raíz de la lectura del libro de Pearce, en confluencia con esta serie tuya de posts, ardo en deseos de conocer cuál es el "nuevo renacimiento", dónde están esos líderes intelectuales que ofrezcan oposición al "pensamiento único".

Un abrazo!


Contesto:

Querido Juan luis:

Sí, demasiadas citas, pero creo que necesarias. ¡Pobre Nietzsche! ¿No es responsable de lo que escribió porque se le fue la cabeza o se le fue la cabeza por pensar como pensaba? La verdad es que se le fue la cabeza por la sífilis. Pero cuando uno lee sus obras, no da la impresión de alguien que no tenga lucidez. A pesar de las cosas abominables, a mi modo de ver, que escribió, sus textos respiran lucidez. Así es que a mi modo de ver sí es responsable. ¿O debemos decir que Hitler no fue responsable de lo que hizo porque al pobre se le fue la cabeza? Me parece evidente que sí lo fue.

De Marx hablaré en un próximo artículo. No lo he puesto entre los filósofos más influyentes no porque no haya sido influyente, que lo ha sido hasta límites inimaginables, sino porque a mi modo de ver no es un filósofo, sino más bien un ideólogo que ha transformado en ideología las ideas de otros, como veremos.

Lo del trío diabólico, me parece que no es sensato demonizar a nadie, aunque sea simplemente una forma de hablar. Y desde luego, me sorprende hasta el infinito que en ese trío esté Einstein. He leído algún libro de Pearce y me parece un extraordinario escritor y muy sano en sus planteamientos, pero me parece, a menos por el comentario que me haces que no ha entendido nada de la relatividad de Einstein. La teoría de la relatividad no relativiza las cosas no el absoluto ni, por supuesto, la moral. Es una teoría matemática, después demostrada empíricamente en muchos de sus puntos que dice que el espacio y el tiempo no “miden” lo mismo con independencia de la situación del observador. Si un observador está en movimiento o si está cerca de una masa, “medirá” el espacio y el tiempo de distinta manera que si está en reposo o si está fuera de cualquier campo gravitatorio. Punto. Y, además, es así, por lo que eso en ninguna forma socaba ninguna fe en el absoluto. Más aún, las frases más impresionantes y reverentes que haya leído nunca sobre el misterio del absoluto se las he leído a Einstein. Ciertamente, Einstein era pamteísta, en el sentido de Spinoza y, por tanto tenía un concepto del bien y el mal y de la responsabilidad moral cuestionables. Pero eso nada tiene que ver con la teoría de la relatividad. En mi libro “Al sueño de la muerte hablo despierto” le escribo una carta a Einstein y otros científicos. Espero publicarla en el blog la semana que viene para “reivindicar” su imagen. Últimamente estoy hablando mucho de ese, mi último libro. Alguien puede pensar que es para ver si vendo. Pues bien, si alguien piensa eso, tiene toda la razón. Y para que no quepa duda, ahí van los datos. “Al sueño de la muerte hablo despierto; cartas a poetas muertos” Biblioteca de Autores Cristianos (BAC). Es difícil de encontrar porque la distribución no es muy buena, pero si se pide con insistencia en una librería, se consigue, y mejor aún por internet.

Para ver lo del nuevo renacimiento, paciencia, dentro de unos artículos estoy en ello.

Gracias por tu post.

Un abrazo.

Tomás

13 de abril de 2008

El camino hacia la posmodernidad y el nuevo renacimiento 6

Tomás Alfaro Drake

Introducción

El 6 de Enero, en una entrada de este blog dedicada a Simone de Beauvoir, me comprometí a hacer un análisis de cómo el pensamiento occidental ha derivado hacia la posmodernidad. Luego, pensé que no me bastaba con ese análisis. Necesitaba ver qué reacción estaba habiendo en este pensamiento contra esa decadencia. No me gusta la palabra reacción ni contra. Lo que se está produciendo no es una reacción contra nada, sino un reavivamiento del pensamiento sano que hizo posible Occidente y de cuyas rentas ha venido viviendo nuestra cultura dilapidando una preciosa herencia. Por eso he llamado a esta “reacción” “nuevo renacimiento”. No sé exactamente a dónde me llevará este intento, pero se dice que el que no se arriesga, no cruza el mar. Así que empiezo hoy una serie de escritos que espero sirvan para algo y que no sean demasiado densos ni demasiado largos. Pero no sé cómo me saldrá el intento. Este párrafo iniciará cada una de las “entregas”, para recordar para qué los escribo. No recomiendo empezar la lectura de esta serie por cualquier sitio. Si alguien está interesado en ella, creo que es mejor remontarse al primero, publicado el 20 de Enero del 2008.

Friedrich Nietzsche (1844-1900)

Nietzsche es el tercero, en orden estrictamente cronológico, del triunvirato de filósofos con más influencia en el pensamiento posmoderno. O, al menos, así me lo parece. Fue un filósofo muy especial y de difícil catalogación. A los veinte años cayó en sus manos, por casualidad, un ejemplar de la obra de Schopenhauer “El mundo como voluntad y representación”. Supuso para él como una revelación y quedó cautivado por su filosofía. Pero once años más tarde, una rica mecenas de artistas y pensadores, Malwida von Meysenburg, le invitó a pasar una temporada, junto con otros amigos, en su villa de Sorrento. Allí, Nietzsche descubrió que, ¡qué demonios!, también había cosas maravillosas en el mundo. Descubrió la belleza, especialmente la de la naturaleza. Lo que ocurría, pensó, era que para ser capaz de disfrutar la belleza, había que sufrir. Cuanto más se sufriese por un lado, más se disfrutaría por otro. Por lo tanto, merecía la pena ser un sufridor. Su fe en Schopenhauer se derrumbó. Eliminar el sufrimiento era eliminar la belleza y eso era una cobardía. Se trataba de una especie de polaridad. Y Nietzsche vivió esa polaridad. Siempre fue sumamente desgraciado en el amor –al que daba una importancia vital–, siendo rechazado una y otra vez por todas las mujeres que amaba. Al mismo tiempo, era un apasionado de la naturaleza y solía pasar largas temporadas en la montaña entregado a agotadoras actividades de alpinismo de a pie. Nietzsche sintió también una gran atracción por el mundo griego, del que se forjó una visión muy diferente de la tradicional. También en este mundo había una polaridad. Existía la mentalidad apolínea, es decir, referente a Apolo. Ésta era luminosa, serena, mesurada y racional. Pero por otro lado existía en la Grecia clásica, la mentalidad dionisíaca de Dionisos. Ésta era oscura, impulsiva, desmesurada, desbordante, promiscua y orgiástica. Dionisos era un hijo de Zeus y una mortal, Semele. Cada año moría, era descuartizado, sus restos se enterraban, pero renacía para una breve vida de orgías sensuales. Le parecía a Nietzsche que lo dionisíaco era más acorde con la voluntad de vivir heredada de Schopenhauer y polarizada por él en el sufrimiento y el placer. Así como para Schopenhauer, al no existir más que el sufrimiento, se trataba de acabar con la voluntad de vivir y entrar en el “nirvana” de la cesación del dolor, para Nietzsche, este binomio dolor-placer, merecía la pena y no convenía que se acabase. Al contrario, la voluntad de vivir debía perpetuarse eternamente en su bipolaridad y, a ser posible, cada momento de la vida, bueno o malo, debía ser vivido eternamente. Pero como no creía en la inmortalidad del alma, creencia griega apolínea, se adhirió a una idea del filósofo presocrático Heráclito. El mito del eterno retorno. El universo infinito y eterno realizaría en sí mismo todas las combinaciones posibles en todas partes y, acabadas éstas, todo el ciclo volvería a repetirse eternamente. Así se perpetuaba la voluntad de vivir. Todo lo que ha sido, será. Para Nietzsche, el mundo se dividía en dos tipos de personas. Unos, los menos, eran los que aceptaban el sufrimiento para así, trabajosamente, alcanzar la belleza y vivir en ella. Estos eran los superhombres, la raza de los señores por naturaleza. Nietzsche la identifica con la raza aria. Los otros, los más, eran los que vivían aferrados a un vivir en el que se minimizase el sufrimiento, cerrándose a sí mismos las puertas de la belleza. Eran los esclavos, mezquinos y rencorosos, de tez y pelo oscuro, que vivían eternamente resentidos contra los superhombres y habían construido unas leyes y una moral miserables.

“En el término latino malus podría estar caracterizado el hombre vulgar de tez oscura, sobre todo el de cabellos oscuros (<>), como el habitante preario del suelo italiano (anteriores a los romanos, que para Nietzsche eran arios [nota mía]) cuyo color constituía el contraste más visible con la rubia raza de los conquistadores que había tomado el poder, es decir, la raza aria. [...] ... el término distintivo de la nobleza y que finalmente designa al bueno, al noble, al puro, significaba originariamente el de cabeza rubia, por contraposición al aborigen de tez oscura y cabello negro. [...] ... en lo esencial, la raza sometida ha acabado por recuperar la primacía en el color, el tamaño pequeño del cráneo, quizá incluso en los instintos intelectuales y sociales: ¿quién nos asegura que la moderna democracia, el aun más moderno anarquismo y [...] esa propensión a la <>, a la forma social más primitiva en que hoy coinciden todos los socialistas de Europa, no indica fundamentalmente un atavismo colosal, y que la raza de conquistadores y señores, la raza de los arios no ha sucumbido a él incluso fisiológicamente?”[1].

En los superhombres, la voluntad de vivir se transformaba en voluntad de poder. Voluntad del poder al que estaban destinados y que debían ejercer sobre los mediocres. Compadecerse de ellos, la compasión en general, era la mayor de las aberraciones. Lo que había que hacer era acabar con sus miserables leyes de la democracia, de la moral y de la compasión e instaurar las leyes de los señores, de los superhombres, basada en el sufrimiento, para alcanzar la belleza. Si para ello había que hacer sufrir, ¿qué importaba? Más aún, hacer sufrir a los mediocres era algo necesario. No me gusta atiborrar un escrito de citas, pero a veces es inevitable para apoyar un punto de vista, y esta es una de esas veces. Si no lo hiciese, alguien podría tacharme de exagerado en mi juicio crítico de Nietzsche.

“... su imperiosa necesidad de crueldad aparece como algo muy ingenuo, muy inocente... precisamente la “maldad desinteresada”... es una propiedad normal del hombre... yo he señalado, con prudente dedo, las siempre crecientes espiritualización y “deificación” de la crueldad que surcan toda la historia de la cultura superior (y la constituyen tomadas en un sentido importante). Además, no hace tanto tiempo en que no se sabía idear bodas de príncipes o fiestas populares de envergadura en que no tuviesen lugar ejecuciones, torturas, o, por ejemplo, un auto de fe, ni tampoco una casa nobiliaria en la que no hubiera seres sobre los que descargar sin escrúpulos la propia maldad y las burlas crueles. Ver sufrir produce placer; el hacer sufrir, aún más placer –se trata de una tesis dura, pero es un axioma antiguo, poderoso, humano– demasiado humano, que, por otra parte, quizá ya llegaron a suscribir los monos... Sin crueldad no hay fiesta: así lo enseña la más antigua, la más larga historia del hombre...”[2].

“Establecer un código al estilo de Manú implica otorgar en lo sucesivo a un pueblo el derecho a llegar a ser maestro, a llegar a ser perfecto –a ambicionar el arte supremo de la vida. Para ello hay que hacerlo inconsciente [...]. El orden de castas, que es la ley suprema, dominante, constituye sólo el reconocimiento de un orden natural, de una legalidad natural de primer orden, contra la que nada puede ningún antojo, ninguna “idea moderna”... Es la naturaleza, no Manú, la que establece separaciones entre los predominantemente espirituales, los predominantemente fuertes en lo que a músculos y genio se refiere, y los terceros, los que no sobresalen en ninguna de las dos cosas, los mediocres. Estos últimos son la inmensa mayoría, y los primeros, lo selecto. La casta superior –yo la denomino los menos– tiene también, por ser la perfecta, los privilegios de los menos: entre los mismos se cuenta el de representar en la tierra la felicidad, la belleza, la bondad. La belleza, lo bello sólo les está permitido a los hombres más espirituales: sólo en ellos la bondad no es debilidad... El orden de castas, la jerarquía, se limita a formular la ley suprema de la vida misma, la separación de los tres tipos es necesaria para la conservación de la sociedad, para la posibilitación de tipos superiores y supremos –la desigualdad de derechos es la condición primera para que llegue a haber derechos... ¿A quién es a quien yo más odio, entre la morralla de hoy? A la morralla de los socialistas, a los apóstoles de los chandalas, que con su diminuto ser arruinan el instinto, el placer, el sentimiento de satisfacción del obrero... La injusticia no está nunca en los derechos desiguales, sino en exigir derechos “iguales”... El anarquista y el cristiano son de una misma procedencia...”[3].

Naturalmente, este planteamiento vital chocaba frontalmente con el cristianismo. De ahí el odio atroz de Nietzsche contra él. Consideraba a los cristianos los más resentidos de todos, los más peligrosos contra los superhombres, con su doctrina de la misericordia. Pensaba que su doctrina, al encontrar un sentido al sufrimiento, era una anestesia contra él, una cobardía que privaba al ser humano de la posibilidad de alcanzar la belleza. No deja de ser paradójico que mientras unos consideran a los cristianos poco menos que masoquistas, otros crean que su doctrina es una cobarde anestesia contra el sufrimiento. ¡Lo que es no querer entender ni una palabra! Parecen fariseos a los que Cristo compara con unos niños tercos cuando dice “Os hemos tocado la flauta y no habéis danzado. Hemos entonado lamentos y no habéis hecho duelo”[4]. Pero sigamos con algunas “perlas cultivadas” Nietzschenianas:

“No hace justicia ciertamente a las dotes religiosas, por no decir al gusto, de las fuertes razas de la Europa nórdica el que no hayan rechazado al Dios cristiano hasta la fecha. Tendrían que acabar con semejante engendro de la décadence, enfermizo y decrépito. Sin embargo, como no han acabado con él, pesa sobre ellas una maldición”[5].

“¿Qué se sigue de esto? Que uno hace bien al ponerse los guantes cuando lee el Nuevo Testamento. La proximidad de tanta mugre casi obliga a hacerlo. De la misma manera que no elegiríamos como amigos a unos judíos polacos, tampoco elegiríamos a unos “primeros cristianos”. Ni siquiera es necesario presentar una objeción contra ellos... Ni los unos ni los otros huelen bien”[6].

Más aún, consideraba el cristianismo como una estrategia maquiavélica de los judíos para llevar a cabo sus perversos planes contra la raza de los señores.

“Ese Jesús de Nazaret, evangelio vivo del amor, ese “redentor” que trae la bienaventuranza y la victoria a los pobres, a los enfermos, a los pecadores –¿acaso no era precisamente la seducción de la manera más inquietante e irresistible, la seducción y el extravío hacia aquellos valores judíos y hacia aquellas innovaciones judías del ideal? ¿No ha alcanzado Israel el último objetivo de su deseo sublime de venganza, precisamente en virtud del rodeo de ese “redentor”, de ese enemigo y liquidador aparente de Israel? ¿No forma parte de la escondida magia negra de una política auténticamente grande de la venganza, de una venganza de altos vuelos, clandestina, de progreso pausado, calculada, el que Israel mismo negara y clavara en la cruz ante todo el mundo, como si fuera su enemigo mortal, al verdadero instrumento de su venganza, a fin de que “todo el mundo”, o sea, todos los enemigos de Israel, mordieran el cebo sin sospecharlo?”[7].

Desde luego, esta filosofía, esta manera de ver la vida conducía a una moral radicalmente opuesta a la cristiana. Nietzsche mismo se veía como un revolucionario de la moral.

“Hasta ahora no se ha experimentado la más mínima duda o vacilación al establecer que lo bueno tiene un valor superior a lo malo. ¿Y si fuera lo contrario?” [8].

“Durante demasiado tiempo el hombre ha contemplado con malos ojos sus inclinaciones naturales, de modo que han acabado con asociarse con la mala conciencia. Habría que intentar lo contrario es decir, asociar con la mala conciencia las inclinaciones no naturales, todas esas aspiraciones al más allá, a lo contrario a los sentidos, a lo contrario a los instintos, a lo contrario a lo animal”[9].

“Mi nombre estará un día ligado al recuerdo de una crisis como jamás hubo sobre la tierra, al más hondo conflicto de conciencia, a una voluntad que se proclama contraria a todo lo que hasta ahora se había creído, pedido y consagrado. No soy un hombre. Soy una carga de dinamita”.

Las dos obras en las que he basado las citas anteriores, “La genealogía de la moral” y “Anticristo” están escritas en 1887 y 1889, respectivamente. En este último año, Nietzsche perdió la razón y pasó los últimos años de su vida, hasta su muerte en el 1900 en varios manicomios. Parece que paseando por la calle en Turín vio a un caballo de carga agotado que se derrumbó ante los golpes que le propinaba el arriero. Se abrazó al cuello del animal y empezó a llorar. No debe ser fácil aceptar realmente la moral del superhombre.

Recientemente, he leído que se han llevado a cabo estudios que pretenden demostrar que los escritos de Nietzsche han sido manipulados para atribuirles una significación racista y afín al totalitarismo. Parece que el manuscrito de “El anticristo” y de otras obras suyas editadas póstumamente –entre las que no está “La genealogía de la moral”–, fueron, efectivamente, manipuladas por su hermana Elisabeth, todavía más antisemita, racista y totalitaria que el propio Friederich. Pero las citas anteriores de “El anticristo” están sacadas de la edición crítica de esta obra, expurgada de las manipulaciones de su hermana. En cualquier caso, esas citas no hay que buscarlas con lupa en la obra de Nietzsche, están distribuidas por toda ella de forma que, abra uno la obra que abra y lo haga por la página que lo haga, es difícil no encontrar “perlas” como las citadas. El racismo antisemita es explícito en lo anterior, pero si hace falta algún ingrediente más de otros racismos, ahí va.

“Tal vez entonces [en el pasado] el dolor no hiciera tanto daño como ahora; por lo menos podrá llegar a esa conclusión un médico que haya tratado a negros –(tomando a éstos como representantes del hombre prehistórico)– algunos casos de graves inflamaciones internas abocan hasta las puertas de la desesperación al mejor constituido de los europeos; pero a los negros no los abocan”[10].

Me pregunto qué pasaría si cualquier filósofo hubiese escrito esto en su juventud. Sin duda alguna sería despellejado, y con razón. ¿Qué y cuánto hubiese tenido que escribir el resto de su vida en sentido contrario para hacérselo perdonar? ¿Será acaso el furibundo anticristianismo de Nietzsche lo que hace que, a pesar de esas ideas, sea idolatrado por la cultura posmoderna y esas frases suyas sean consideradas indulgentemente como simples “pecadillos”, malos entendidos o manipulaciones ajenas?

Sin embargo, en los escritos de su primera juventud puede leerse la siguiente frase: “Una vez más, antes de partir y dirigir mi mirada hacia lo alto, al quedarme solo, elevo mis manos a Ti, en quien me refugio, a quien desde lo profundo del corazón he consagrado altares, para que cada hora tu voz me vuelva a llamar… Quiero conocerte, a Ti, el Desconocido, que penetres hasta el fondo del alma y que, como tempestad, sacudas mi vida, ¡Tú que eres inalcanzable y sin embargo semejante a mí! Quiero conocerte y también servirte”[11]. Y me pregunto –sin poder responderme, naturalmente– cómo sería el mundo si Nietzsche se hubiese mantenido fiel a esta fe de su primera juventud en vez de tomar los caminos a los que le llevó la “revelación” de Schopenhauer. ¡Qué pena!
[1] La genealogía de la moral (1, 5)
[2] La genealogía de la moral (2, 6).
[3] Anticristo (57)
[4] Mateo, 11, 17
[5] Anticristo (19)
[6] Anticristo (46)
[7] La genealogía de la moral. (1,8).
[8] La genealogía de la moral (Prólogo, 6)
[9] La genealogís de la moral (2, 24)
[10] La genealogía de la moral (2,7).
[11] («Scritti giovanili», «Escritos Juveniles» I, 1, Milán 1998, 388)

9 de abril de 2008

Respuesta a un comentario a la entrada ¿Creacionismo o evolución?

Tomás Alfaro Drake

Recibo un comentario a mi entrada Creacionismo o evolución, firmada por Pedro MR. Dice así:

Francisco J. Ayala, profesor de Ciencia Biológicas y de Filosofía en la Universidad de California, escribió un serio y riguroso libro titulado "La teoria de la Evolución". Es muy recomendable.Tras los avances de la biología molecular, hay algunas evidencias incuestionables que apuntan a la veracidad de la Teoria de la Evolución como, por ejemplo, el que todas las diversas especies existentes utilicen un único lenguaje molecular, un mismo lenguaje. La información genética está siempre cifrada en el ADN, el cual, en todos los seres vivos, está compuesto por secuencias variables de los mismos 4 nucleótidos; la clave que regula la traducción de la información cifrada en el ADN para la fabricación de proteinas es siempre la misma, etc, etc.No hay otra manera racional de explicar esta uniformidad molecular que la existencia de ancestros comunes, procedentes, todos ellos de una sóla forma de vida, en el origen.Por mi parte, católico en mi fe y en mi cultura, no veo el más mínimo inconveniente, más bien al contrario. Todo remite a un creador que, en su creación, inserta sus leyes, leyes que nosotros vamos desvelando poco a poco, y que nos son contrarias a ley principal: la libertad. Sólo quien ama verdaderamente puede dejar libre.Los católicos sabemos de la necesidad de la hermeneútica, de la Tradición de la Iglesia, para comprender las Escrituras. No las interpretamos literalmente, como los protestantes. Sabemos que no son un libro de Ciencias Naturales, sino que hablan del ser humano y de su existencia. Personalmente, ni siquiera necesito "discontinuidades" que salven la acción de Dios. La veo en la creación, en las leyes inscritas en ella y en la libertad de la naturaleza y de los seres humanos ¡¡Eso si que es amar!!Un fuerte abrazo.Pedro MR.

Le contesto:

Muchas gracias Pedro, por tu comentario. No he leído nada de Francisco J. Ayala, pero sé que, además del libro que tu dices ha escrito otro sobre el tema que se titula; “Darwin y el diseño inteligente. Creacionismo, cristianismo y evolución” editado por Alianza. Espero leerlo pronto.

Estoy de acuerdo contigo. La evolución, no sólo no me aleja de la fe, sino que me hace maravillarme de la sabiduría y bondad de un Dios que crea un universo con unas leyes tan inteligentes como para que aparezcamos nosotros. De hecho, lo mismo le pasaba a Darwin. Al final de “El origen de las especies” dice:

“De esta manera, el objeto más impresionante que somos capaces de concebir, o sea, la producción de animales superiores, es resultado directo de la guerra de la naturaleza, del hambre y de la muerte. Existe grandeza en esta concepción de que la vida, con sus distintas facultades, fue originalmente alentada por el Creador en una o varias formas, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un comienzo tan simple, infinidad de formas cada vez más hermosas e impresionantes”.

Creo que Darwin perdió la fe, pero tal vez parte de la culpa la tuvieran los ataques que le hicieron desde el campo protestante fundamentalmente. La Iglesia católica jamás ha condenado la teoría de la evolución. Sólo hay dos principios que deben ser salvados para aceptar esa teoría desde la óptica cristiana. La evolución no se produce sólo por azar y el alma no sale de la evolución, sino que ha sido dada directamente por Dios a cada hombre. De lo primero, el propio Darwin dice:

“Hasta aquí he hablado como si las variaciones (mutaciones) tan comunes en los seres orgánicos en domesticidad, y en grado más pequeño en los que viven en estado natural, fuesen debidas a la casualidad. Es sin duda una expresión totalmente incorrecta, pero se utiliza para confesar francamente nuestra ignorancia de la causa de cada variación particular. [...] Consideraciones de este tipo me inclinan a atribuir menos peso a la acción directa de las condiciones ambientes, que a una tendencia a variar debida a causas que ignoramos por completo[1].

De lo segundo, el alma, la ciencia no tiene nada que decir. En próximos artículos de esta serie, mostraré que el ser humano es una rama muy especial del arbusto de la vida y que la inteligencia (que no es lo mismo que el alma, pero que es una de sus potencias) no parece haber surgido por evolución. Lo dejo para más adelante.

Sin embargo, aunque la evolución es la única explicación sensata de lo que vemos, la ciencia necesita más que explicaciones sensatas para aceptar algo como científico. Necesita comprobaciones empíricas y, de momento, no se ha visto empíricamente cómo una especie se deriva de otra. Pero que una cosa no se haya comprobado empíricamente y no esté, por tanto, científicamente validada, no quiere decir que no pueda ser verdad. Tal es el caso, a mi entender, de la evolución.

Respecto a las “discontinuidades” que salven la acción de Dios, te hago alguna reflexión, espero que no demasiado prolija.

Estaría de acuerdo contigo precisamente hasta la aparición del hombre con su libertad. La libertad es uno de las mayores muestras de amor que Dios ha dado al hombre, porque supone que Él mismo limita, voluntariamente y por amor, su omnipotencia y su omnisciencia (esto que digo es muy cuestionable y tal vez demasiado atrevido desde el punto de vista teológico, pero creo que no es contrario a la fe y Benedicto XVI, cuando era sólo Joseph Ratzinger, en su libro Introducción al Cristianismo da unas ideas que pueden apuntar en esa dirección). Pero la libertad hace que Dios tenga que hacer horas extras con nosotros para ayudarnos a arreglar los desaguisados que liamos.

El párrafo anterior empieza con un condicional; “estaría de acuerdo…” Lo estaría si en el horizonte de la ciencia no hubiese aparecido la física cuántica. Antes de la física cuántica, el universo era un mecanismo determinista. Dios podría, por tanto, haber establecido unas “condiciones iniciales” y unas “ecuaciones diferenciales” (perdón por los términos) que hubiesen hecho que el mundo físico evolucionase sólo con eso, sin su intervención, hasta la aparición de la libertad. Pero entonces, la libertad misma sería físicamente inexplicable porque NADA NO FÍSICO podría cambiar el curso de los acontecimientos y TODO LO FÍSICO estaría sometido al determinismo. Entonces tendría razón Laplace cuando, en el siglo XIX, dijo:

“... hemos de considerar el estado actual del universo como el efecto de su estado anterior y como la causa del que ha de seguirle. Una inteligencia que en un momento dado conociera todas las fuerzas que animan la naturaleza, así como la situación respectiva de los seres que la componen, si además fuera lo suficientemente vasta como para someter a análisis tales datos, podría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del átomo más ligero; nada le resultaría incierto y tanto el pasado como el presente estarían presentes ante sus ojos”.

Esa inteligencia sería un ordenador, no Dios, y nosotros no seríamos libres. Pero la física cuántica ha venido a dar la puntilla a unas leyes de la física deterministas. Todo son “discontinuidades” y, algunas, por excepción si quieres, requieren la intervención de Dios para guiar el no determinismo hacia un fin en vez de que sea el ciego azar el que lo guíe.

Creo que me he puesto demasiado pedante y pesado. Pero, a pesar de ello, en algún artículo de esta serie tendré que hablar de esto, aunque sea pesado.

Para acabar; suscribo totalmente tu última frase, con exclamaciones y todo. ¡¡Eso si que es amar!! VAYA DIOS TENEMOS.

Un abrazo.

Tomás
[1] El origen de las especies, Capítulo V, Leyes de la variación. Efectos del cambio de condiciones.

6 de abril de 2008

¿Creacionismo o evolución?

Tomás Alfaro Drake

Este es el 15º artículo de una serie sobre el tema Dios y la ciencia iniciada el 6 de Agosto del 2007.

Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”, “Como pudo aparecer la vida? III”, “La Vía Láctea, nuestro inmenso y extraordinario castillo” y “La Tierra, nuestro pequeño gran nido”.


*****

En el siglo XIX, antes de que apareciesen en la escena científica Jean Baptiste de Lamarck, Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, todo el mundo pensaba que la vida en la tierra había tenido más o menos el mismo aspecto que hoy, ya se creyese que nuestro planeta hubiese sido creado o fuese eterno, como el resto del universo. Se aceptaba que los organismos se hubiesen adaptado ligeramente a las condiciones del ambiente, pero siempre habrían existido las mismas especies. Esta manera de entender la historia de la vida se llama creacionismo o fijismo. Sin embargo, los naturalistas empezaron a encontrar algunos fósiles que tenían muy poco parecido con los organismos actuales. Por otro lado, se podían dibujar “rutas” que unían fósiles parecidos entre sí, en función de su antigüedad, hasta llegar a muchas de las especies actuales, que no se encontraban en yacimientos antiguos. Esto parecía indicar, en primer lugar, que habían existido especies diferentes a las actuales, en segundo, que las actuales no habían existido siempre y, en tercero, que había una especie de árbol ramificado que unía las especies extintas con las actuales.

Por otro lado muchos naturalistas viajaban por todo el mundo estableciendo comparaciones entre la morfología de poblaciones de animales y plantas que vivían en zonas próximas pero que estaban aisladas unas de otras. Darwin dio la vuelta al mundo en el Beagle y quedó profundamente impresionado por las similitudes y diferencias entre especies de distintas islas del archipiélago de las Galápagos. A Wallace le pasó lo mismo en el archipiélago malayo, mientras que Lamarck hizo observaciones parecidas en Francia. Los tres enunciaron sendas teorías evolucionistas que afirmaban que la vida había venido cambiando, adaptándose a una historia geológica de miles de millones de años que los geólogos iban descubriendo. No estaban de acuerdo, sin embargo, sobre los mecanismos que regían esa evolución La teoría de Lamarck difería notablemente de la de Darwin y Wallace que, independientemente, llegaron a conclusiones similares.

La polémica fue, en el siglo XIX, muy virulenta. A las conclusiones de los hallazgos empíricos se oponían argumentos viscerales y religiosos. Desde quien se resistía a aceptar la frase tópica de que “el hombre desciende del mono” por considerarlo un insulto, hasta quien se oponía por creer que el evolucionismo era contrario a las Escrituras y, por lo tanto, a la fe cristiana. Esta oposición vino, sobre todo, del campo protestante. El magisterio de la Iglesia católica nunca se opuso a la teoría de la evolución, salvadas dos cuestiones de las que hablaremos en próximos artículos. Es indudable que las “pistas” dejadas por los fósiles abogan por la evidencia de la evolución, a pesar de las imprecisiones de datación y de que en el dibujo del supuesto árbol evolutivo haya grandes lagunas por falta de registro fósil. Pero cada nuevo hallazgo rellena alguno de los blancos del dibujo. Si Dios hubiese creado el mundo vivo tal y como es hoy y hubiese sembrado el mundo geológico de falsas pistas, cabría preguntarse cuál era su propósito al intentar engañarnos. Yo me adhiero a la frase de Einstein que, aunque pronunciada en otro contexto, afirma que “Dios Nuestro Señor es sutil, pero de ninguna forma, malicioso”. Realmente, es difícil que la teoría de la evolución pueda algún día ser una teoría científicamente probada, ya que no parece fácil que se pueda hacer aparecer una nueva especie, aunque tampoco es imposible, teniendo en cuenta la rapidez a la que cambian las características de una especie bajo la selección artificial. Pero, en conjunto, me parece que no es razonable negar la evolución de las especies como el camino seguido por la vida para llegar a ser tal como hoy la conocemos. En próximos artículos compararé la teoría de Darwin / Wallace con la de Lamarck y seguiré lo que parece haber sido el curso de la evolución. Posteriormente hablaré sobre la aparición del hombre y la compatibilidad de la evolución darwinista con la fe católica.

5 de abril de 2008

Martin Luther King; In memoriam

Tomás Alfaro Drake

Ayer, día 4 de Abril se cumplieron 40 años del asesinato de Martin Luther King. Poco menos de cinco años antes de su muerte, en el centenario de la firma por Abraham Lincoln de la Proclama de Emancipación, el 28 de agosto de 1963, pronunció el discurso más famoso de su vida. Un discurso que, todavía hoy emociona a los hombres de buena voluntad que lo oyen o lo leen. Él no pudo ver que las cosas cambianes en la dirección del sueño que inspiró ese discurso. Antes de cinco años después de pronunciarlo, le mataron. Pero la sangre de los mártires consigue cosas que parecen imposibles. Hoy, cuarentas años después de su muerte, su sueño aún no se ha cumplido completamente. Pero si Martin Luther saliese de su tumba, mejor aún viendo el mundo actual desde el cielo, verá que su muerte no ha sido en vano. Mucho ha avanzado el mundo en el sentido de la integración racial, en Estados Unidos y en otros muchos países. Mucho queda por recorrer. Pero, con la ayuda de Dios, ese camino se terminará de recorrer. Luther King, en su visión de eternidad, ya lo está contemplando. Reproduzco aquí, como mi modesto homenaje a este gran hombre, ese famoso discurso.



I have a dream

Washington, 28 de Agosto de 1963

Estoy orgulloso de reunirme con vosotros hoy, en la que será ante la Historia la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestro país.

Hace cien años, un gran estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la Emancipación. Este trascendental decreto significó como un rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero, cien años después, el negro, aún no es libre; cien años después, la vida del negro es aún tristemente lacerada por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el negro vive en una isla solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad material; cien años después, el negro todavía languidece en las esquinas de la sociedad estadounidense y se encuentra desterrado en su propia tierra.

Por eso, hoy hemos venido aquí para denunciar una condición vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a la capital de nuestro país a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

Es obvio hoy en día que Estados Unidos ha incumplido ese pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos negros. En lugar de honrar esta sagrada obligación, Estados Unidos ha dado a los negros un cheque sin fondos; un cheque que ha sido devuelto con el sello de “fondos insuficientes”. Pero rehusamos creer que el Banco de la Justicia haya quebrado. Rehusamos creer que no haya suficientes fondos en las grandes bóvedas de la oportunidad de este país. Por eso hemos venido a cobrar este cheque; el cheque que nos colmará de las riquezas de la libertad y de la seguridad de justicia.

También hemos venido a este lugar sagrado para recordar a los Estados Unidos de América la urgencia impetuosa de la hora. Este no es el momento de tener el lujo de enfriarse o de tomar tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el momento de hacer realidad las promesas de democracia. Ahora es el momento de salir del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el camino soleado de la justicia racial. Ahora es el momento de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios. Ahora es el momento de sacar a nuestro país de las arenas movedizas de la injusticia racial, hacia la roca sólida de la hermandad.

Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia del momento y no darle importancia a la decisión de los negros. Este verano, ardiente por el legitimo descontento de los negros, no pasará hasta que no haya un otoño vigorizante de libertad e igualdad. 1963 no es un fin, sino el principio. Y quienes tenían la esperanza de que los negros necesitaban desahogarse y ya se sentirán contentos, tendrán un rudo despertar si el país retorna a lo mismo de siempre. No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que a los negros se les garantice sus derechos de ciudadanía. Los remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los cimentos de nuestra nación hasta que surja el esplendoroso día de la justicia.

Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino elevado de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza del alma.

La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad negra, no debe conducirnos a la desconfianza de toda la gente blanca, porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí hoy, han llegado a comprender que su destino está unido al nuestro y su libertad está inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia delante. No podemos volver atrás.

Hay quienes preguntan a los partidarios de los derechos civiles: “¿Cuándo quedarán satisfechos?” Nunca podremos quedar satisfechos mientras nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles de las carreteras y en los hoteles de las ciudades. No podemos quedar satisfechos mientras los negros sólo podamos trasladarnos de un gueto pequeño a un gueto más grande. Nunca podremos quedar satisfechos, mientras un negro de Mississipi no pueda votar y un negro de Nueva York considere que no hay por qué votar. No, no; no estamos satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que “la justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente”.

Sé que algunos de vosotros han venido, habéis venido hasta aquí debido a grandes pruebas y tribulaciones. Algunos habéis llegado recién salidos de angostas celdas. Algunos de vosotros habéis llegado de sitios donde en la búsqueda de la libertad habéis sido golpeados por las tormentas de la persecución y derribados por los vientos de la brutalidad policíaca. Vosotros sois los veteranos del sufrimiento creativo. Continuad trabajando con la convicción de que el sufrimiento no es merecido, es emancipador.

Regresad a Mississipi, regresad a Alabama, regresad a Louisiana, regresad a los barrios bajos y a los guetos de nuestras ciudades del norte, sabiendo que de alguna manera esta situación puede ser y será cambiada. No nos revolquemos en el valle de la desesperanza.

Hoy os digo, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño americano.

Sueño que algún día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: “Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales”.

Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad.

Sueño que un día, incluso el estado de Mississipi, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia.

Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel sino por su personalidad.

¡Hoy tengo un sueño!

Sueño que un día, el estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposición entre las razas y anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los niños y niñas negros puedan unir sus manos con las de los niños y niñas blancos y caminar juntos, como hermanos y hermanas.

¡Hoy tengo un sueño!

Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano.

Esta es nuestra esperanza, Esta es la fe con la que con la cual regreso al sur. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos transformar el sonido discordante de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día seremos libres.

Ese será el día cuando todos los hijos de Dios podrán cantar el himno con otro significado: “Mi país es tuyo. Dulce tierra de libertad a ti te canto. Tierra de libertad donde mis antecedentes murieron, tierra orgullo de los peregrinos, de cada costado de la montaña, que repique la libertad.” Y si Estados Unidos ha de ser grande, esto tendrá que hacerse realidad.

Por eso, ¡que repique la libertad desde la cúspide de los montes prodigiosos de New Hampshire! ¡Que repique la libertad desde las poderosas montañas de Nueva York! ¡Que repique la libertad desde las Alleghenies de Pensilvania! ¡Que repique la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve en Colorado! ¡Que repique la libertad desde las sinuosas colinas de California! Pero no sólo eso: ¡Que repique la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia! ¡Que repique la libertad desde la Montaña Lookout de Tennesee! ¡Que repique la libertad desde cada pequeña colina y montaña de Mississipi! “De cada costado de la montaña, que repique la libertad”.

Cuando repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en cada caserío, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada del día en el que todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y gentiles, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: “¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios Todopoderoso, ¡somos libres al fin!”