11 de junio de 2008

La libertad humana y la omnisciencia de Dios

Tomás Alfaro Drake

Hace tres semanas edité un artículo en defensa de Einstein. Esto me llevó a unos comentarios sobre la libertad, el determinismo y la física cuéntica que edité la semana pasada. Hoy, según dije entonces, me meto en un tema muy difícil que es la compatibilidad entre la libertad humana y la omnisciencia de Dios. Reconozco que un tema filosófico-teológico tan arduo como ese me viene grande, pero no puedo dejar de preguntarme por las cosas que no entiendo e intentar buscarle respuesta. Si hay algún disparate en lo que digo, ruego a quien sepa más que me corrija. Aceptaré la corrección.

Lo que viene a continuación es un collage de cosas escritas en distintos momentos, según había nuevas cosas que me iluminaban (o me oscurecían) El texto básico está escrito el 11 de Octubre del 2004. Hay luego varios postscriptum de fechas 7 de Febrero del 2006, 5 de Mayo del 2007 y 15 de Junio del 2007. Desde entonces no he vuelto a pensar sobre el tema. Ahí va todo.

11-X-2004

Premisas:

1.- Dios ha creado al hombre libre, y lo ha creado libre por amor, porque esa es la única manera por la que el hombre puede ser feliz en la contemplación de su Creador. Eso es lo que quiere decir, entre otras cosas, que lo ha creado a su imagen y semejanza.

2.- Dios, al estar más allá de nuestras limitaciones espacio-temporales sabe el pasado, el presente y el futuro.

3.- Lo que Dios sabe, ES. Cuando yo sé una cosa, ese yo “sé” hay que ponerlo entre comillas. Yo creo saber lo que tú vas a hacer mañana por una serie de inferencias, más o menos acertadas, pero siempre sujetas a error. Yo no sé lo que tú vas a hacer mañana. Tu eres libre de mi pensamiento. Pero lo que Dios sabe ES.

Problemas:

1.- Si Dios, en su omnipotencia, pudiera obligarme a aceptarle, yo no sería libre, sería una marioneta. Por lo tanto Dios, por pura Voluntad suya, tiene que haber supeditado su omnipotencia a mi libertad, lo cual, lejos de ser una imperfección de Dios es una muestra de su infinito amor por el hombre.

2.- Si Dios, en su omnisciencia, supiese mi futuro, supiese si mañana le voy a rechazar o aceptar, mi futuro sería. Por lo tanto, yo no podría sino recorrer el camino que ya es y mi libertad, por tanto, sería tan sólo ignorancia debida a mi limitación[1].[2]

Corolario de todo lo anterior: Si Dios supiese que me voy a condenar y me crease, me crearía para la condenación, lo que haría de él un ser malvado. Esto sí que va contra la esencia de Dios.

Creo, por tanto que Dios, por amor al hombre, al crearlo libre, pudo haber renunciado voluntariamente, junto con una parte de su omnipotencia, a una parte de su omnisciencia, únicamente la que atañe a nuestra libertad. Lo cual, una vez más, lejos de ser una imperfección es otra muestra de su infinito amor al hombre que me hace asombrarme aún más y sentirme aún más amado por Él.

Esto no es más escandaloso de lo que es, para un judío ortodoxo, el decir que Dios se ha anonadado hasta el punto de encarnarse. Sin embargo, todos los cristianos sabemos que lo hizo por amor. ¿Hay mayor limitación para el Creador que hacerse criatura?

Post scriptum 7-II-2006

Leo en la encíclica Dios es amor, de Benedicto XVI:

“Un amor que perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su justicia. Dios ama tanto al hombre que, haciéndose hombre él mismo, lo acompaña incluso en la muerte y, de este modo, reconcilia la justicia y el amor”.

¿Podría sustituirse en esta frase “su amor contra su justicia” por; su amor contra su omnisciencia? ¿“Reconcilia la justicia y el amor” por; reconcilia la omnisciencia y el amor?

Quedaría:

Un amor que perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su omnisciencia. Dios ama tanto al hombre que, haciéndose hombre él mismo, lo acompaña incluso en la muerte y, de este modo, reconcilia la omnisciencia y el amor.

Me parece muy sugerente. Cristo, como hombre no es omnisciente, pero es Dios y hombre al mismo tiempo y estaba previsto desde toda la eternidad. ¿Es posible pensar que desde toda la eternidad Dios renuncia en Cristo a esa parte de su omnisciencia que iría contra nuestra libertad, es decir contra nuestra capacidad de amarle libremente, es decir, contra su amor? Benedicto XVI cita en esta encíclica a san Agustín: “Si lo comprendes, no es Dios”.

No obstante, si la autolimitación de la omnisciencia de Dios crea problemas teológicos, propongo una variante. Dios no desconoce mi futuro. Conoce todos mis futuros potenciales. Lo que desconoce –porque quiere, por amor– es, en cada encrucijada de mi camino qué camino voy a tomar yo. Él sabe a dónde conduce cada uno de los caminos abiertos ante mí y me da toda su Gracia para instarme, con llamadas inenarrables, a que elija el que lleva a mi salvación. Si tomo el que lleva a mi perdición, me ofrece continuamente nuevas encrucijadas que, por otros caminos, me llevan a la salvación y me vuelve a dar su Gracia para que yo siga esos nuevos caminos alternativos y yo, nuevamente, puedo seguirlos o no. Con mi libertad, yo voy convirtiendo en acto –usando terminología aristotélica– lo que antes era sólo potencia. Esto no supone que Dios tenga zonas ciegas, no saber el futuro, sino que sabe todos los futuros. Es decir, no es oscuridad para Dios, es, por decirlo con el limitado lenguaje humano, exceso de Luz. El Misterio de Dios para el hombre es eso, exceso de Luz. Su realidad es más grande de lo que mi razón puede abarcar, su Luz es más fuerte de lo que mi retina mental puede captar. Estoy ante el Misterio de exceso de Luz. ¿Puede ser que yo sea para Dios, porque Él así lo ha querido, un misterio de exceso de luz? ¿Puede ser que Dios haya hecho de mí, miserable criatura humana creada por Él, un misterio para su Omnisciencia? El Misterio de que yo, por la Divina Voluntad, sea un misterio para Dios, me hace ponerme de rodillas y adorarle aún con mayor fervor y amor que antes.

Sin embargo, Cristo nos ha dicho que “las puertas del Infierno, no prevalecerán contra ella”, contra la Iglesia, nave de salvación de la humanidad. Si no sabe si yo me voy a salvar o condenar, ¿cómo sabe que la humanidad, a través de la Iglesia, se va a salvar? El sabe que el barco de la Iglesia va a llegar a buen puerto con la gente necesaria para manejarlo y con una gran cantidad de pasaje, lo que no sabe es quién irá en él. Por poner un burdo ejemplo. Al acabar un partido de fútbol en el Bernabeu, un sociólogo puede saber con exactitud qué porcentaje de personas van a salir del estadio desde diez minutos antes de que el árbitro pite el final hasta una hora después. Lo que no puede saber es cuándo va a salir Juan y cuándo Pedro. La Iglesia salvará a la Humanidad, pero ¿estaré yo en la Humanidad o me habré autoexcluido de ella? Eso no lo sabe Dios, lo dirá mi libertad.

Si debiera renunciar a esto que razono, lo haría inmediatamente, pensando, como san Agustín, que estoy intentando meter la inmensidad del mar, valiéndome de un pequeño cubo de juguete, en un hoyo cavado en la arena de la playa.

Post scriptum 15-V-2007

Hace unos meses leí en un libro[3], que según santo Tomás, hay en Dios tres tipos de ciencia: de simple inteligencia, de aprobación y de visión[4]. Se refieren, respectivamente a lo que puede hacer, lo que quiere hacer y lo que realmente hace.

“Por ejemplo, lo que quiere por la llamada por los teólogos voluntad de beneplácito, el querer que todos los hombres hagan el bien o se salven. Voluntad, que no se cumplirá por la voluntad de las criaturas.

La ciencia de inteligencia la tiene de lo que puede hacer. La ciencia de aprobación, de lo que quiere hacer, aunque no se haga. La ciencia de visión es lo que Dios realmente hace”
[5]. Aparece entonces el concepto de <>.

“Se denominan «futuribles» los futuros condicionados o incoados. Son objetos buenos queridos por la voluntad divida, pero de la llamada voluntad antecedente de Dios, que es condicionada o frustrable, porque puede cambiar por la misma voluntad de Dios que es libre, e incluso algunos son frustrados por la libertad que Dios ha dado a la criatura racional. Los futuros condicionados que nunca existirán, los que permanecerán siempre como futuribles, y nunca pasarán a futuros perfectos o absolutos, son los que reciben generalmente la denominación de futuribles.
Mientras la decisión o decreto o decisión de la voluntad divina no esté cerrado o terminado, no esté todavía presente su efecto en el tiempo, pasado, presente o futuro, no se encuentra, por tanto, coexistiendo en la eternidad. Dios encuentra, por tanto, coexistiendo en la eternidad. Dios puede todavía decretar que el efecto no tenga un ser determinado, que no exista en el tiempo. La voluntad de Dios es libre y puede todo lo que no envuelve contradicción. ”
[6].

Indudablemente, esto permite que nuestra oración cambie el curso de la historia sin contradicción por parte de la voluntad de Dios. Pero sigamos con el problema de la libertad humana y la omnisciencia de Dios.

“Estas distinciones pueden compararse a las que se pueden dar ante una puerta abierta. Un hombre puede darle un empujón para cerrarla, pero después del mismo puede también impedir o no que se cierre. Es posible, por tanto distinguir, en esta situación, tres momentos. El primero es antes que la puerta reciba el impulso, que la puede cerrar. El hombre no puede saber infaliblemente si se cerrará o no, porque es todavía libre de darle o no el empuje. Algo parecido ocurre en el conocimiento divino. En este momento no se da un conocimiento infalible ni de los futuros condicionados ni los futuros absolutos. Únicamente es infalible la posibilidad de las acciones o decretos, que Dios puede poner. En el ejemplo el brazo del hombre representará tanto el empujón como el cierre como posibles, pero no en cuanto existentes.

En cambio, en un segundo momento, se sabe infaliblemente que el empujón está dado y también de modo infalible que la puerta se cerrará, si no lo impide antes. Sin embargo, como el hombre es libre de impedido, todavía no sabe infaliblemente si lo impedirá o no. Tampoco, por tanto, si la puerta se cerrará o no. Las ideas divinas, en este momento, representan los decretos existentes y, por ello, el orden actual a sus efectos, que serán si no se impiden. Todavía, sin embargo, no representan los efectos mismos como existentes.

Finalmente, en el tercero de los tres momentos, como la puerta ya está cerrada, ni la libertad ni el poder del hombre, por muy grandes que se supongan, no puede hacer que esté abierta, naturalmente como efecto de aquel empujón. Se ve infalible y completamente que la puerta esta cerrada. Las ideas divinas representan ya los efectos mismos en cuanto futuros absolutos o presentes en el tiempo, que es nuestra medida, o en la eternidad, que es la de Dios”
[7].

Varias páginas más parecen confirmar mi tesis del no conocimiento de Dios de lo que yo voy a hacer y, por lo tanto, de la salvaguarda de mi libertad por Dios. Pero otro párrafo vuelve a hacerme dudar de si habré entendido mal, en mi ignorancia, el pensamiento de santo Tomás desarrollado por el Prof. Forment.

“No obstante, Dios tiene ciencia, aunque no necesaria, de lo futurible. Dios conoce todos los futuros contingentes. Por un lado, los que permanecerán en su futurición condicionada o como futuribles y los que serán futuros absolutos o existentes, implicando contingencia. Por otro, conoce también los futuros consumados, los que existen en alguna de las dimensiones, pasado, presente y futuro, de la duración sucesiva, o permanencia en la existencia de manera sucesiva, en que consiste el tiempo, y que para Dios es presente, porque el tiempo está en la eternidad, en la duración infinita y simultánea del ser divino. Conoce, por tanto, la contingencia de manera necesaria porque está en su eternidad. En cambio, el hombre sólo conoce necesariamente lo necesario, porque lo contingente, incluso en sí mismo lo conoce contingentemente”[8].

Las frases en negrita son las que me hacen dudar. Hablado el tema con personas mucho más doctas que yo, no he sido capaz de saber si mi tesis estaba o no avalada por santo Tomás, aunque creo que no. Me considero, por otra parte incapaz de ir directamente a las fuentes, a santo Tomás, porque reconozco mi incapacidad para entenderle directamente.

Por otro lado, también san Agustín me hace dudar cuando, respondiendo a Cicerón concluye[9]: “Por eso, quien conoce de antemano todas las causas de los acontecimientos, no puede ignorar, en esas mismas causas, nuestras voluntades, conocidas también por Él como causas de nuestros actos”. Pero, con el debido respeto hacia san Agustín, el argumento me parece endeble, puesto que nuestras voluntades, conocidas infaliblemente por Dios como causas de nuestros actos, serían unas causas ya establecidas y condicionadas por ese conocimiento de Dios y, por lo tanto, no libres.

Pos escriptum 15-VI-2007

Tanta confusión para intentar buscar la solución a un problema planteado, me parece a mí, en términos tan sencillos, me hizo pensar que la solución, que sin duda existe, a esta aparente contradicción debía encontrarse más allá de la capacidad de razonar del ser humano, pobre criatura limitada en su percepción de la realidad por su estructura tridimensional. Creí que era más humilde decir que como hombres, no podíamos llegar a entender del todo. Pero una persona que me quiere, con un sólido bagaje filosófico y teológico a la espalda, no me dejaba esa huída. Más bien decía ser soberbia el creer que, porque yo no podía entender una respuesta –se me hacen los sesos agua intentando siquiera seguir tan abstrusos argumentos–, dijese que no la había. Parecía razonable. Además, también me “acusaba” de fideísmo. También parecía razonable. En esa duda estaba cuando leí el libro de Joseph Ratzinger: “Introducción al cristianismo”. En él leo lo siguiente.

“El jansenista Saint-Cyran dijo una vez que la fe es una serie de contrarios unidos por la gracia, una afirmación realmente profunda. Con ello formuló en teología lo que hoy en física se llama la ley del pensamiento científico-natural[10]. El físico moderno está cada vez más convencido de que no podemos expresar las realidades dadas, por ejemplo, la estructura de la luz o de la materia, en una experiencia o en un enunciado, pues cada enunciado nuestro sólo revela un único aspecto entre muchos que no podemos relacionar con los demás. Sin poder encontrar un concepto que los abarque, ambas cosas –por ejemplo, la estructura de los corpúsculos y las ondas– debemos considerarlas como anticipación del todo, un todo a cuya unidad no tenemos acceso por la limitación de nuestro horizonte visual. Lo que pasa en física a causa de nuestros límites vale con mucha más razón para las realidades espirituales y para Dios. También en este caso podemos considerar la cosa desde un punto de vista y comprender un aspecto de la misma que parece contradecir a otros, pero que junto con los otros remite a ese todo que no podemos comprender ni expresar. Sólo a base de rodeos, viendo y expresando diversos aspectos aparentemente contradictorios, podemos encaminamos hacia la verdad, que nunca se nos muestra en toda su grandeza.

La física de hoy sabe muy bien que sólo podemos hablar de la estructura de la materia desde enfoques distintos y que el resultado de la investigación de la naturaleza depende del lugar que ocupe el observador. ¿Qué nos impide entonces afirmar que en el problema de Dios no debemos proceder al estilo aristotélico, es decir, buscando un concepto último que comprenda el todo, sino que debemos entenderlo a través de una multitud de aspectos que dependen de dónde esté el observador y que nunca hemos de unirlos, sino sólo yuxtaponerlos, sin pronunciamos jamás definitivamente sobre ellos? Aquí se produce la influencia mutua y oculta entre la fe y el pensamiento moderno. Así piensa la física, superando el sistema de la lógica aristotélica, pero este planteamiento se debe también al nuevo horizonte que ha abierto la teología cristiana y a la necesidad que siente de pensar en complementariedades”
[11].

Desde luego, el cardenal Ratzinger no está hablando del problema que nos ocupa, pero creo que la cita viene como anillo al dedo[12]. Así que fideísta o no, humilde o soberbio, me apunto al pensamiento en complementariedades. En la aparente contradicción entre omnisciencia de Dios y libertad humana sólo a base de rodeos, viendo y expresando diversos aspectos aparentemente contradictorios, podemos encaminamos hacia la verdad, que nunca se nos muestra en toda su grandeza.

¿Cómo se aúnan estas aparentes contradicciones, estas complementariedades? El cardenal Ratzinger nos lo dice en palabras de Urs von Baltasar:

“<>[13].

"Dios no es prisionero de su eternidad, pues en Jesús tiene tiempo para nosotros”[14].

Creo, que esta cita tendría un sentido más claro si sustituimos la palabra tiempo por temporalidad. En Cristo, Dios ignora lo que tiene que ignorar para que podamos ser libres y para que nuestra oración pueda cambiar el mundo. En Cristo, Dios se libera de su eternidad omnisciente en lo que atañe a la conducta y la oración del hombre. Traigo aquí otra vez una frase que escribí más arriba de la encíclica “Dios es amor” de Benedicto XVI y que cobra nuevo sentido a esta luz:

“Un amor que perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su justicia. Dios ama tanto al hombre que, haciéndose hombre él mismo, lo acompaña incluso en la muerte y, de este modo, reconcilia la justicia y el amor”, el tiempo y la eternidad, la libertad humana y su omnisciencia, su misericordia y su justicia, juntos en el amor.

Pero si alguien cree que con esta idea hemos salido del misterio, que me lo explique. Lo que sí hemos hecho, creo, es encontrarnos con su belleza radical. “La experiencia más bella que podemos tener es sentir el misterio. [...]En esa emoción fundamental se han basado el verdadero arte y la verdadera ciencia [...] Esa experiencia engendró también la religión [...] percibir que tras lo que podemos experimentar se oculta algo inalcanzable a nuestro espíritu, la razón más profunda y la belleza más radical, que sólo son accesibles de modo indirecto – ese conocimiento y esa emoción es la verdadera religiosidad”, dijo Einstein. Y en esto estoy de acuerdo con él

Dejadme pues con la belleza de este misterio, que no es distinto del de Dios hecho hombre en Cristo, sin llamarme fideísta ni soberbio, porque “hay siempre un peligro latente que nos acecha cuando nos ponemos a reflexionar: el de considerar el misterio como un problema [...] Porque el misterio es más que un problema: es un hechizo. Un problema sólo necesita una solución. Después de lo cual todo se ha acabado y podemos pasar a otro ejercicio. Pero una realidad no ha dicho nunca su última palabra; y un misterio es estrictamente inagotable; una fuente de perpetua inspiración. Y para que el misterio no degenere en simple problema, es necesario que la inmensidad del misterio no sea nunca enteramente prisionera de nuestras fórmulas indigentes”[15].

Pero, como dije anteriormente: Si debiera renunciar a esto que razono, lo haría inmediatamente, pensando, como san Agustín, que estoy intentando meter la inmensidad del mar, valiéndome de un pequeño cubo de juguete, en un hoyo cavado por mí, pequeño hombre limitado, en la arena de la playa.
[1] San Agustín, el La ciudad de Dios, nos expone este argumento en boca de Cicerón. “Si los hechos futuros son todos infaliblemente (la cursiva es mía) conocidos, han de suceder según el orden de ese previo conocimiento. Si han de suceder según ese orden, ya está infaliblemente determinado tal orden para Dios, que lo conoce de antemano. Ahora bien, un orden determinado de hechos exige un orden determinado de causas, ya que no puede darse hecho alguno sin una causa eficiente anterior. Y si el orden de las causas, por las que sucede todo lo que sucede, ya está fijado, todo sucede bajo el signo de la fatalidad. San Agustín, La ciudad de Dios. BAC Madrid, 2000 p. 311-312
[2] Exactamente el mismo problema se plantea para la oración. Si Dios conoce infaliblemente el futuro que va a ser, ya ES y, por tanto, mi oración no podría cambiar los designios de Dios.
[3] Santo Tomás de Aquino; El orden del ser; Antología filosófica. Edición, introducción y notas de Eudaldo Forment. Tecnos 2003.
[4] Cfr. Opcit, pgs168-183
[5] Opcit, pag. 169
[6] Opcit, pag.169-170
[7] Op cit. Pag.172-173
[8] Op cit. Pag. 177.
[9] Ver nota al pie nº 1. Op cit, pag. 314.
[10] H. Dombois observa como Niels Bhor, Que introdujo en física el concepto de complementariedad, alude a la teología, a la complemetariedad de la justicia y la misericordia de Dios (Esta nota al pie es de la obra citada de Joseph Ratzinger).
[11] Joseph Ratzinger: Introducción al cristianismo. Ediciones Sígueme, Salamanca 1969. Pag. 148-149
[12] Sin embargo, unas páginas más adelante, en la obra citada, el cardenal Ratzinger dice, refiriéndose exactamente al tema que nos ocupa: Tampoco podemos estudiar detenidamente este tema, pues requeriría analizar profunda y críticamente los conceptos de tiempo y eternidad. Tendríamos que investigar su contenido en la antigüedad y su unión con la fe bíblica, cuya realización constituye la raíz de nuestro problema. Tendríamos que volver a plantearnos la relación entre el pensamiento técnico-naturalista y el pensamiento de la fe. Si este pensamiento técnico naturalista es equivalente al científico-natural al que alude en la cita anterior, entonces parece que Ratzinger no descarta la complemetariedad para abordar precisamente este tema. Op. cit. Pag. 262.
[13] Hans Urs von Baltasar, Teología de la historia. Guadarrama. Madrid 1959, p. 48.
[14] Card. J. Ratzinger, Op. Cit. P.264.
[15] Pierre Charles S. J. La oración de todas las cosas. Super mensam meam. (A mi mesa)

2 comentarios:

  1. intersante y complicadísimo tema, me he perdido en varias ocasiones y es, también, un tema del que podría decir, con San Agustín que "si no me lo preguntas, lo sé; pero si me lo preguntas, no lo sé" (Confesiones), jejejejeje...

    ¿Cómo justificas la premisa 3? Porque es la que más dudas me provoca y la clave del conflicto.

    Siempre me ha parecido un tema fascinante para debatir "entre amigos"...pero hoy es demasiado tarde...

    abrazo!

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  2. Fíjate qué "curioso" el fragmento que "me ha tocado" leer hoy en mi sesion matinal de lectura. Causalidad o Casualidad, estoy leyendo "Mero Cristianismo", de C. S. Lewis, y el capítulo de hoy se llama "El tiempo y más allá del tiempo". Al final del capítulo, viene la siguiente disquisición:

    ---
    Otra dificultad que tenemos si pensamos que Dios está en el tiempo es ésta: todos aquellos que creen en Dios creen que Él sabe lo que vosotros o yo vamos a hacer mañana. Pero si Él sabe lo que yo voy a hacer mañana, ¿como puedo ser yo libre de hacerlo? Pues aquí, una vez más, la dificultad viene de pensar que Dios progresa a lo largo de la línea del tiempo como nosotros, siendo la única diferencia que Él puede ver el futuro y nosotros no. Pues si eso fuera verdad, si Dios previera nuestros actos, sería muy difícil comprender cómo podríamos ser libres de no hacerlos. Pero supongamos que Dios está fuera y por encíma de la línea de tiempo. En ese caso, lo que nosotros llamamos "mañana" es visible para Él del mismo modo que aquello que nosotros llamamos "hoy". Todos los días son "ahora" para Él. Él no recuerda que hicierais nada ayer; sencillamente os ve hacerlo, porque, aunque vosotros hayáis perdido el ayer, Él no. Él no os "prevé" haciendo cosas mañana; sencillamente os ve hacerlas, porque, aunque mañana aún no ha llegado para vosotros, para Él sí. Nunca sponéis que vuestras acciones en este momento serían menos libres porque Dios lo que estáis haciendo. Pues bien, Él ve vuestras acciones de mañana del mismo modo, porque Él ya está en el mañana, sencillamente mirándoos. En un sentido, Él no ve vuestras acciones hasta que las habéis hecho; pero claro, el momento en que la habéis hecho es ya el "ahora" para Él.
    Esta idea me ha ayudado mucho. Si no os ayuda a vosotros, abandonadla. Es una "idea cristiana" en el sentido en que grandes sabios cristianos la han sostenido, y no hay nada en ella que sea contrario al cristianismo. Pero no está en la Biblia ni en ninguno de los credos. Podéis ser perfectamente buenos cristianos sin aceptarla, o incluso sin pensar en ella en absoluto.
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    Un abrazo,

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