Tomás Alfaro Drake
Un lector anónimo deja un comentario a mi post ¿Excusas? pero que creo se refiera a la entrada acerca de la libertad humana y la omnisciencia de Dios. Me dice:
Muchas gracias, Tomás. Aprovecho para comentar públicamente una duda, que quizá tenga más gente.Quiero pensar que Dios no juega con nosotros (intuyo que no es así), para lo cual me viene bien saber la justificación de la existencia del demonio.De siempre me han contado que estar en presencia de Dios, en el Paraíso, es suficiente para que vivamos toda la eternidad felices. Obviamente esto debe ser con el demonio lejos, en su infierno, porque en un momento dado el demonio se "coló" en el Paraíso, y tentó a Adán y Eva, alejándoles de Dios, aunque ellos estuvieran en su presencia. Asimismo, uno de sus ángeles se alejó de Él, haciendo uso de su libertad. ¿Cómo pudo alejarse de Él, que es bondad y luz infinitas? Parece entonces que el mal no tiene que ver con el demonio, sino que es ausencia de Dios, ya que el mal, personalizado en el demonio, debe ser simultáneo a su aparición. ¿Cómo puede "haber" ausencia de Dios estando delante de Él? Según esto, aunque estemos en el Paraíso, seguimos teniendo libertad, y en cualquier momento podemos renunciar a Dios. Siendo tan poca cosa como somos, dudo de que podamos sustraernos a la belleza infinita de Dios en algún momento. Pero el demonio debía ser tremendamente fuerte y grande, para poder ser capaz de alejarse de Él. Pero, ¿cómo Dios lo pudo permitir?Por otra parte, Dios no ha podido evitar crearnos, puesto que al ser Amor, necesita darlo. ¿Tanta necesidad tiene, que nos crea, a pesar de lo que nos vamos a encontrar en la tierra, e incluso la posibilidad de condenarnos?La verdad es que siento que son unas preguntas tremendamente simplonas, y que en cierto modo me alejan de la aceptación tácita y sin contemplaciones del verdadero Amor, que está en nosotros, y que seguro que es así. Pero me suelen asaltar ciertas dudas, y creo que es conveniente pensar más sobre Dios.Un fuerte abrazo
Le contesto:
Querido amigo, de preguntas simplonas nada. Son aguas profundas y dudo que pueda darte una respuesta convincente. Sí puedo hacer unas reflexiones sobre un tema acerca del que he pensado mucho, aunque sin llegar nunca a una repuesta total porque nos adentramos en el misterio. El misterio no es oscuridad, sino exceso de luz, es más luz de la que nuestro intelecto puede percibir sin cegarse. Sin embargo, el misterio no es el absurdo, por lo que nuestra razón, aunque limitada, puede acercarse a su borde y, si no resolverlo, porque los misterios no se resuelven, sí contemplarlo. Y la contemplación humilde del misterio es contemplar la belleza, que en sí misma es misteriosa. Así, con estas limitaciones, me lanzo a las profundidades que planteas.
Primero, el mal y el demonio. El mal, filosóficamente hablando, no existe. Cada vez que digo esto, me tengo que disculpar porque me parece esquivar de muy mala manera el problema del dolor. Y cuando se habla del dolor, hay que descalzarse, porque podemos faltar miserablemente al respeto a quien lo padece en sus carnes. El mal es la privación de un bien que nos es debido. Si yo robo a alguien o le quito la vida, le quito un bien al que tiene derecho. No hay ningún mal que pueda entenderse sin referencia a un bien. Es lo mismo que curre físicamente con el frío. El frío no existe, es sólo la ausencia de calor. Pero hay neveras que bajan enormemente la temperatura, echando el calor fuera. De la misma manera, existen neveras del bien, que lo expulsan lejos de ellas, haciendo aparecer la maldad y el dolor. El demonio es una poderosísima nevera de desalojo del bien. Cada uno de nosotros podemos también serlo, en mayor o menor medida. También podemos hacer el bien, por supuesto.
Pero esto nos lleva a otra cuestión importantísima. ¿Cómo llegan a aparecer esas neveras? ¿Cómo alguien puede optar por expulsar el bien? Es decir nos encontramos ante el problema de la libertad. ¿Qué es la libertad? Libertad de los ángeles, libertad de los hombres antes de la caída, libertad de los hombres actuales y libertad del hombre salvado y, ¿por qué no?, libertad de Dios. Empiezo por los hombres actuales, que es lo único de lo que puedo tener experiencia directa. Pero antes de analizar que pueda ser la libertad y de ver qué forma toma para cada uno de estos seres, me gustaría reflexionar sobre la razón de ser de la libertad. ¿Por qué la libertad? Creo que sin ella no puede haber felicidad. Dios nos hizo libres porque era una condición sine qua non para la felicidad en su contemplación. Pero la libertad tiene el riesgo terrible, como bien sabemos, de ser mal usada. Sin embargo, creo importante aclarar que la esencia de la libertad no es poder elegir el mal, sino poder hacer el bien. Usaré un símil. La ventaja de tener manos prensiles es que podemos agarrar las cosas. Por supuesto que podemos agarrar una brasa, pero esa no es la esencia de la prensibildad. Es una estupidez que podemos hacer por tener manos prensiles, pero si nuestra inteligencia nos dice que no hagamos semejante idiotez y nunca lo hacemos, nuestras manos no son por ello ni un poco menos prensiles. De la misma manera, la libertad nos posibilita para hacer el bien, aunque ambién podamos con ella optar por el mal. Pero si tuviésemos claro el bien lo haríamos siempre, sin que por eso fuésemos ni un ápice menos libres. Detrás de esta afirmación hay una hipótesis implícita: no somos libres para elegir el mal. Si lo elegimos es porque, equivocadamente, lo tomamos por bien. Y este mal juicio puede ser por error de la inteligencia, por falta de capacidad, por falta de información o por estar obnubilada por las pasiones. Pero si, equivocándonos, podemos elegir el mal, no por eso somos más libres, sino menos.
Dije antes que iba a empezar a hablar de la libertad de los hombres actuales. Pero según escribía me he dado cuenta de que debo empezar por la libertad de Dios. Dios es total y absolutamente libre, porque es puro bien, inteligencia absoluta y ausencia de pasiones. Por lo tanto, Dios es absolutamente libre, aunque no puede hacer el mal, porque su esencia es el Bien. Por tanto, Dios nos creó con absoluta libertad. Si no nos hubiese creado, no nos hubiese quitado un bien debido, puesto que no nos debía nada. Ni tampoco nos necesitaba, puesto que ya tenía Amor en la Trinidad de Personas. Si nos creo fue porque ese Amor, que no necesitaba nada, quiso, en uso de esa perfecta libertad, dar a algunas de sus criaturas el bien de existir y ser capaces de amar. Nosotros no somos libres para elegir el mal porque tenemos una aspiración hacia nuestro Creador, que es el Bien. Nos hizo a imagen y semajanza suya. Ahora bien, nosotros, los hombres actuales podemos elegir el mal por cualquiera de las razones dichas anteriormente. Sólo la misericordia de Dios sabe en que grado somos responsables de ese error de elección. Por eso los hombres no podemos juzgar a nuestros semejantes. Nos ha sido dicho: “No juzguéis y no seréis juzgados”. Podemos juzgar las acciones, pero no a las personas que las hacen. Cuando estemos salvados, tendremos la visión total de Dios, es decir, del Bien y, siendo plenamente libres, no podremos optar por el mal. Por algún motivo, el hombre, antes de la caída, no tenía toda la información o toda la capacidad intelectiva necesaria para no caer en el error de elegir el mal. ¿Cuál pudo ser ese motivo? Amor con amor se paga, dice el refrán. Teníamos la promesa de Dios de que Él y sólo Él era nuestra felicidad. Teníamos que confiar en Él por amor. Pero cabía una duda intelectual. Por esa rendija y por falta de confianza, entró el demonio en el mundo. Aunque habrá que hablar de la libertad de los ángeles para explicar la existencia del demonio, creo que es conveniente hacer alguna reflexión sobre el pecado original.
En el párrafo anterior me he expresado en primera persona del plural para hablar. “Teníamos que confiar en Él por amor”, decía, como si yo estuviese allí. Pero es que creo qué, de alguna forma misteriosa, estaba. Estábamos todos. ¿Cómo, si no habíamos sido creados todavía? Pero, ¿qué es el tiempo? ¿Acaso no es una limitación de este universo en el que existimos? Cuando queremos pensar en categorías que superan el tiempo, nuestra mente se queda pequeña. Hay exceso de luz para ella. Hablamos del misterio. Pero, acerquémonos con nuestra limitada inteligencia lo más que podamos al borde del misterio para poder contemplarlo mejor. Creo que allí estábamos todos desconfiando. Y creo que ese pecado original de todos nosotros, no fue sólo un pequeño acto humano como los que podemos hacer los seres humanos de ahora. Éramos los guardianes de un poderoso equilibrio cósmico que se desmoronó. Otro símil. Supongamos al mejor arquitecto del mundo que ha diseñado una cúpula cien veces mayor que la de san Pedro. Está terminada a falta de la piedra de clave. Está tan bien diseñada que se puede mantener intacta sujetándola con un solo dedo. El arquitecto pone a su ayudante con un dedo a sujetarla un rato hasta que vuelva con la piedra de clave. En el intervalo aparece un extraño que le empieza a decir: “¿Tú eres tonto? ¿De verdad crees que el arquitecto va a volver? Te ha dejado aquí como un idiota y se ha ido a buscar el premio mundial de arquitectura, mientras tú estás aquí como un imbécil. La cúpula no se va a caer. ¿Crees que si fuese así podrías sujetarla con un dedo? ¿Por qué no te adelantas y te llevas tú el premio de arquitectura?”. Y el estúpido ayudante deja de sujetar la cúpula y se va. Soberbia, negación de la humildad. Es fácil explicar el mal y el dolor del mundo causado por el mal uso de la libertad. Pero, ¿y el mal ciego causado por la ciega naturaleza? Esto es algo que siempre me ha causado escándalo. ¿No es Dios el responsable? No. El causante de ese mal es ese desequilibrio cósmico. Pero, ¿quién es el culpable, el arquitecto o el ayudante? Cuando el arquitecto vuelve con la piedra de clave y se encuentra con los escombros, ¿deja al ayudante abandonado? De ninguna manera, le da los planos de reconstrucción de la cúpula. Además de dirigir la obra, se convierte en un trabajador más, que suda y padece como todos, inicia la reconstrucción y hasta muere en ella. Y cuando la cúpula esté acabada, él mismo la sujetará. No es difícil deducir que el arquitecto es Dios y el trabajador y la piedra de clave, Cristo. Y también esto lo hace por puro amor en uso de su perfecta libertad. Y nosotros, en medio de tanto mal y dolor, causado por el hombre o por la ciega naturaleza, tenemos que seguir confiando en nuestro Creador, trabajador, salvador y piedra angular. Nos ha dado buenas razones para ello si queremos ver. Esta caída le ha dado la oportunidad a Dios de demostrar aún más su amor por el hombre. Si no hubiese habido caída, Cristo no hubiese pasado por una vida de duros trabajos culminada por la pasión, muerte y resurrección. Tal vez se hubiese encarnado, pero plácidamente. Pero a causa de ella y libremente, Dios nos ha querido hacer ver en Cristo, hasta que punto está involucrado en el dolor del hombre y comprometido en su salvación. La liturgia del domingo de Resurrección nos dice: “O feliz culpa, que hizo posible semejante redención”. Y nos ha prometido, como dijo san Pablo, que, en los que aman a Dios todo –dolor, sufrimiento, penalidades y alegrías– absolutamente todo, coopera para el bien. Lo veremos cuando le veamos a Él cara a cara. Al ver todo lo que nos ha acontecido en nuestra vida diremos: “¡Ah! ¡Mira! ¡Tenía que ser así! Todo tiene un sentido más allá de lo que yo podía entender, en el misterio”. Pero mientras tanto tenemos que confiar en Él por amor, aún sin comprender.
¿Y el demonio? Para hablar del demonio, hay que hablar de ángeles. Pero ¿qué es eso de los ángeles? Me ofrezco una respuesta ingenua y que no pretende ir más allá de una elucubración razonable sobre un misterio. Vivimos en un mundo de tres dimensiones más el tiempo[1]. A buen seguro Dios habita en infinitas dimensiones. ¿Qué tienen de mágico tres dimensiones? ¿Qué hay en la dimensión 2742? ¿Tienen que estar vacías? ¿Qué razón habría para ello? ¿No sería razonable esperar que hubiera otros seres? ¿Podrían ser ángeles? Pues bien, esos ángeles, en principio mucho más grandiosos que nosotros, con un conocimiento más perfecto, libres también, pudieron tener también su momento de decisión en la incompletitud de su capacidad de conocer. Sin embargo, su conocimiento previo debió ser tan casi perfecto, que su caída estaba más allá de la posibilidad de redención. El resto de la historia ya la sabemos. Otra vez la soberbia, la falta de humildad, el “non serviam” –no serviré. Algunos teólogos, elucubrando todavía más que yo –no tenemos que creer lo que dicen, no es ningún dogma– afirman que fue la envidia de que Dios se encarnase en Cristo –hubiese sido la piedra angular incluso sin caída– y encumbrase de esta manera a la más baja de las criaturas espirituales, la que hizo rebelarse a la más perfecta. Los últimos serán los primeros no sólo entre los hombres, sino a nivel cósmico.
Acabo como empecé. He hablado del misterio y lo que digo no me parece que vaya contra la razón, aunque sí contra parte de nuestra limitada experiencia cotidiana. Pero, ¿es que vamos a ser tan soberbios como para creer que en nuestra experiencia cotidiana se encierra la raón de ser del cosmos? He hablado del misterio y, por tanto, de algo que ignoro. Witgestein decía que de lo que no se puede hablar, hay que callar. Pero Guitton afirmaba que no debemos guardar silencio sobre lo esencial. Y estas cosas, anónimo que me has lanzado a ellas, son las esenciales. Las que nos pueden ayudar a contestar a las auténticas preguntas. ¿Qué somos? ¿Para qué estamos aquí? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Qué va a ser de nosotros? Si por hablar de lo esencial y misterioso, he dicho tonterías, estoy dispuesto a desdecirme ante quien sepa más que yo o pueda interpretar mejor la Revelación de nuestro Creador. Te agradezco, anónimo, que me hayas puesto en el disparadero. Pero no te creas mis repuestas. Busca con humildad las tuyas en el misterio y, si te acercas a él por tu camino, extásiate en la contemplación de su Belleza.
Serviam –serviré. Fiat –hágase tu voluntad.
Un abrazo.
Tomás.
[1] La ciencia de hoy en día cree que nuestro universo es de 11 dimensiones no temporales, pero que 8 de ellas están “enrolladas” sobre si mismas en rollos tan finos que son imperceptibles para cualquier aparato d medida. Noablaré de estas dimensiones extras.
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Gracias, Anónimo, por "forzar" a Tomás a escribir un texto tan bueno... Tomás, gracias por tu símil del arquitecto. Es lo más claro que he leído nunca sobre este punto, pues yo tb llevo mucho tiempo dandole vueltas a la respuesta acerca del mal "ciego" de la naturaleza...
ResponderEliminarespero que hayas disfrutado en Roma, con tu hijo..
Abrazo!