Otras víctimas de Auschwitz
Tomás Alfaro Drake
Escribí este artículo en el 2005, unos días después de la celebración del 60º aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz, bajo la impresión de un reportaje de TV sobre esa atrocidad histórica. Por suouesto, en el reportaje, ni una sola palabra sobre Edith Stein. Ahora, en la novena (un poco anticipada) del 66º aniversario de su muerte, siguiendo lo que empecé la semana pasada, lo publico en el blog. La semana que viene, el día 9 de Agosto, publicaré la homilía de Juan Pablo II el día que la canonizó. Servirá como despedida del blog hasta Septiembre.
***
Holanda, 1942. Empiezan las deportaciones de judíos. Luteranos, calvinistas y católicos acuerdan leer, el mismo día, en sus servicios religiosos, un texto conjunto de protesta contra esa barbarie. La Gestapo está alerta. Recuerda la lectura, el día de Pascua de 1939, en todos los púlpitos de Alemania, de la encíclica de Pío XI “Con profunda preocupación”. La más dura condena del nazismo, proclamada en cada rincón de Alemania, cuando todavía Francia e Inglaterra coqueteaban con Hitler. Muchos sacerdotes y católicos comprometidos pagaron muy cara la osadía. Para evitar que eso se repita la Gestapo avisa a todas las autoridades cristianas de Holanda. Si hacen algún movimiento, la orden de deportación se extenderá a los judíos conversos a sus credos. Calvinistas y luteranos dan marcha atrás, pero Pío XII se mantiene firme y el texto de condena se lee en todas las iglesias católicas de Holanda. Unos días más tarde, las SS entran en el convento del Carmelo de Echt y se llevan a dos hermanas Stein, Edith y Rosa, judías conversas. Edith se ha hecho carmelita hace unos años, en el carmelo de Colonia tomando el nombre de Benedicta de la Cruz. Al iniciarse la persecución de los judíos en Alemania, las carmelitas deciden trasladar a sor Benedicta de la Cruz al convento de Echt, en Holanda, donde piensan que estará más segura. Su hermana Rosa se va con ella y se refugia en el mismo convento. Las últimas palabras que sor Benedicta de la Cruz dice a su hermana en presencia de todas sus otras hermanas de religión son: “Ven, vamos a sacrificarnos por nuestro pueblo”. En 1933, nueve años antes, recién ingresada en el Carmelo, dejó escrito: “Me dirigí al Redentor y le dije que sabía muy bien qué clase de Cruz pesaba sobre el pueblo judío. [...] quienes tenían la gracia de entenderlo, deberían aceptar esa Cruz con plenitud, en nombre de todos. Me daba cuenta de que estaba dispuesta y pedía al Señor que me hiciera ver cómo debía realizarlo. [...] tuve la íntima certeza de haber sido escuchada, aunque no supiera en qué consistía aquella Cruz que me imponía”. Una semana más tarde de la detención, el domingo 9 de Agosto de 1942, sor Benedicta de la Cruz y su hermana Rosa morían gaseadas en Auschwitz. Sólo en Holanda, en ese día y en la misma ruta seguida por Edith, fueron trescientos los católicos judíos llevados a la muerte. La mayoría religiosos.
Los escasos testimonios de quienes compartieron esos días son coincidentes. Sor Benedicta de la Cruz fue fuente de alegría y serenidad para todos los que estaban con ella. En una escala entre tren y tren en Amerstorf, todavía en Holanda, un agente holandés, enviado por sus hermanas carmelitas se ofreció a gestionar su liberación. Ella se negó diciendo: “¿Por qué voy a ser yo la excepción. Si no puedo compartir la suerte de los demás consideraría inútil mi vida”. La siguiente estación fue Auschwitz.
He querido dejar pasar unos días de respetuoso silencio desde el recuerdo de la liberación de Auschwitz. En estos días, mi oración se ha elevado por todos los que fueron llevados al sacrificio por una maldad innombrable. Pero en el anuncio del escalofriante documental realizado por TVE, siempre aparecía el mismo flash. Dios no estaba en Auschwitz. Entiendo perfectamente que un prisionero sintiera eso. No entiendo que ése sea el reclamo sistemáticamente utilizado para conseguir audiencia. Dios sí estaba en Auschwitz. Estaba en sor Benedicta de la Cruz. Estaba en todos los hombres mujeres y niños que hacían cola para ser gaseados. Y estaba llorando. ¿Por qué no hacía nada? Porque Él mismo ha sacrificado su omnipotencia por el más maravilloso, terrible y misterioso don que ha hecho al hombre: la libertad. ¿Debería revocarlo? Al misterio insondable del sufrimiento y la maldad Dios responde con la entrega voluntaria de su Hijo, Jesucristo, en la cruz.
Termino con una oración de la propia Edith Stein, Benedicta de la Cruz, escrita pocos años antes de morir, cuando sufría por los horrores de la guerra que s acababa de desencadenar:
“Los brazos del crucificado están extendidos para arrastrarte hasta su corazón. Él quiere tu vida para regalarte la suya.
El mundo está en llamas. Pero en lo alto, por encima de todas las llamas se eleva la Cruz para extender la Resurrección. El mundo está en llamas. ¿Deseas apagarlas? Abrázate a Cristo crucificado. Desde el corazón abierto brota la Sangre del Redentor. Ella apaga las llamas de todo infierno.
Deja libre tu corazón a Dios; en él se derramará el Amor redentor hasta inundar y hacer fecundos todos los rincones de la tierra.
Oyes el gemir de los heridos, oyes la llamada agónica de los moribundos... oyes el gemir de cada hombre en el corazón de Cristo. Te conmueve el dolor de la humanidad y deseas aliviar, abrazar y curar sus heridas más hondas.
Abraza al Crucificado. Si estás esponsalmente unida a Él, en ti está su Sangre. Unida a Él estás omnipresente como Él.
En el poder de la Cruz puedes estar en todos los frentes, en todos los lugares de aflicción y esperanza. A todas partes llevas su amor misericordioso, en todas partes derramas su preciosísima Sangre que alivia, redime, santifica y salva.
¿Quieres sellar para siempre esta alianza con Él?
¿Cuál es tu respuesta?
Señor, ¿a quién vamos a seguir? Sólo Tú tienes palabras de Vida Eterna”.
El 11 de Octubre 1998, Juan Pablo II canonizó a santa Edith, Benedicta de la Cruz, Stein. Posteriormente fue proclamada co-patrona de Europa. Que ella ilumine el camino de este desencantado continente.
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Holanda, 1942. Empiezan las deportaciones de judíos. Luteranos, calvinistas y católicos acuerdan leer, el mismo día, en sus servicios religiosos, un texto conjunto de protesta contra esa barbarie. La Gestapo está alerta. Recuerda la lectura, el día de Pascua de 1939, en todos los púlpitos de Alemania, de la encíclica de Pío XI “Con profunda preocupación”. La más dura condena del nazismo, proclamada en cada rincón de Alemania, cuando todavía Francia e Inglaterra coqueteaban con Hitler. Muchos sacerdotes y católicos comprometidos pagaron muy cara la osadía. Para evitar que eso se repita la Gestapo avisa a todas las autoridades cristianas de Holanda. Si hacen algún movimiento, la orden de deportación se extenderá a los judíos conversos a sus credos. Calvinistas y luteranos dan marcha atrás, pero Pío XII se mantiene firme y el texto de condena se lee en todas las iglesias católicas de Holanda. Unos días más tarde, las SS entran en el convento del Carmelo de Echt y se llevan a dos hermanas Stein, Edith y Rosa, judías conversas. Edith se ha hecho carmelita hace unos años, en el carmelo de Colonia tomando el nombre de Benedicta de la Cruz. Al iniciarse la persecución de los judíos en Alemania, las carmelitas deciden trasladar a sor Benedicta de la Cruz al convento de Echt, en Holanda, donde piensan que estará más segura. Su hermana Rosa se va con ella y se refugia en el mismo convento. Las últimas palabras que sor Benedicta de la Cruz dice a su hermana en presencia de todas sus otras hermanas de religión son: “Ven, vamos a sacrificarnos por nuestro pueblo”. En 1933, nueve años antes, recién ingresada en el Carmelo, dejó escrito: “Me dirigí al Redentor y le dije que sabía muy bien qué clase de Cruz pesaba sobre el pueblo judío. [...] quienes tenían la gracia de entenderlo, deberían aceptar esa Cruz con plenitud, en nombre de todos. Me daba cuenta de que estaba dispuesta y pedía al Señor que me hiciera ver cómo debía realizarlo. [...] tuve la íntima certeza de haber sido escuchada, aunque no supiera en qué consistía aquella Cruz que me imponía”. Una semana más tarde de la detención, el domingo 9 de Agosto de 1942, sor Benedicta de la Cruz y su hermana Rosa morían gaseadas en Auschwitz. Sólo en Holanda, en ese día y en la misma ruta seguida por Edith, fueron trescientos los católicos judíos llevados a la muerte. La mayoría religiosos.
Los escasos testimonios de quienes compartieron esos días son coincidentes. Sor Benedicta de la Cruz fue fuente de alegría y serenidad para todos los que estaban con ella. En una escala entre tren y tren en Amerstorf, todavía en Holanda, un agente holandés, enviado por sus hermanas carmelitas se ofreció a gestionar su liberación. Ella se negó diciendo: “¿Por qué voy a ser yo la excepción. Si no puedo compartir la suerte de los demás consideraría inútil mi vida”. La siguiente estación fue Auschwitz.
He querido dejar pasar unos días de respetuoso silencio desde el recuerdo de la liberación de Auschwitz. En estos días, mi oración se ha elevado por todos los que fueron llevados al sacrificio por una maldad innombrable. Pero en el anuncio del escalofriante documental realizado por TVE, siempre aparecía el mismo flash. Dios no estaba en Auschwitz. Entiendo perfectamente que un prisionero sintiera eso. No entiendo que ése sea el reclamo sistemáticamente utilizado para conseguir audiencia. Dios sí estaba en Auschwitz. Estaba en sor Benedicta de la Cruz. Estaba en todos los hombres mujeres y niños que hacían cola para ser gaseados. Y estaba llorando. ¿Por qué no hacía nada? Porque Él mismo ha sacrificado su omnipotencia por el más maravilloso, terrible y misterioso don que ha hecho al hombre: la libertad. ¿Debería revocarlo? Al misterio insondable del sufrimiento y la maldad Dios responde con la entrega voluntaria de su Hijo, Jesucristo, en la cruz.
Termino con una oración de la propia Edith Stein, Benedicta de la Cruz, escrita pocos años antes de morir, cuando sufría por los horrores de la guerra que s acababa de desencadenar:
“Los brazos del crucificado están extendidos para arrastrarte hasta su corazón. Él quiere tu vida para regalarte la suya.
El mundo está en llamas. Pero en lo alto, por encima de todas las llamas se eleva la Cruz para extender la Resurrección. El mundo está en llamas. ¿Deseas apagarlas? Abrázate a Cristo crucificado. Desde el corazón abierto brota la Sangre del Redentor. Ella apaga las llamas de todo infierno.
Deja libre tu corazón a Dios; en él se derramará el Amor redentor hasta inundar y hacer fecundos todos los rincones de la tierra.
Oyes el gemir de los heridos, oyes la llamada agónica de los moribundos... oyes el gemir de cada hombre en el corazón de Cristo. Te conmueve el dolor de la humanidad y deseas aliviar, abrazar y curar sus heridas más hondas.
Abraza al Crucificado. Si estás esponsalmente unida a Él, en ti está su Sangre. Unida a Él estás omnipresente como Él.
En el poder de la Cruz puedes estar en todos los frentes, en todos los lugares de aflicción y esperanza. A todas partes llevas su amor misericordioso, en todas partes derramas su preciosísima Sangre que alivia, redime, santifica y salva.
¿Quieres sellar para siempre esta alianza con Él?
¿Cuál es tu respuesta?
Señor, ¿a quién vamos a seguir? Sólo Tú tienes palabras de Vida Eterna”.
El 11 de Octubre 1998, Juan Pablo II canonizó a santa Edith, Benedicta de la Cruz, Stein. Posteriormente fue proclamada co-patrona de Europa. Que ella ilumine el camino de este desencantado continente.