5 de octubre de 2008

Si no hay nada que decir, hablar es muy peligroso

Tomás Alfaro Drake

Este es el 26º artículo de una serie sobre el tema Dios y la ciencia iniciada el 6 de Agosto del 2007.

Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”, “Como pudo aparecer la vida? III”, “La Vía Láctea, nuestro inmenso y extraordinario castillo”, “La Tierra, nuestro pequeño gran nido”, “¿Creacionismo o evolución?”, “¿Darwin o Lamarck?”, “Darwin sí, pero sin ser más darwinistas que Darwin”, “Los primeros brotes del arbusto de la vida”, “La división del trabajo”, “La explosión del arbusto de la vida”, “¿Tiene Dios una inmoderada afición por los escarabajos?”, “Definamos la inteligencia”, “El linaje prehumano”, “¿Un Homo Sapiens sin inteligencia?” y “El coste de un cerebro desproporcionado”.

El cerebro no ha sido el único órgano humano que ha necesitado de “subvenciones” para su evolución. El aparato del habla, la garganta del hombre, ha sido también algo tan costoso como inútil hasta la aparición de la inteligencia.

Una cebra se acerca a una charca a beber. Sabe que va a correr un gran peligro. Los depredadores suelen acercarse a las charcas porque allí encontraran a sus presas indefensas. El instinto de la cebra le dice que tiene que beber lo más deprisa posible. Para ello, su organismo es capaz de respirar y beber al mismo tiempo. En unos breves instantes ha bebido lo necesario para no tener que volver a beber y correr riesgos hasta el día siguiente o, al menos, hasta dentro de bastantes horas. Pero por otro lado, el repertorio de sonidos que puede emitir la cebra es muy limitado. Un relincho, tal vez, en el mejor de los casos, modulando un poco el volumen y la altura tonal. Un poco más grave y suave si hay tranquilidad, un poco más agudo y potente si hay peligro. Tampoco necesita más. Así es como se las apañan todos los mamíferos y les va bastante bien. Pero el ser humano, necesita hablar para transmitir sus ideas. Y para ello requiere un complejo aparato del habla que le permita una amplísima variedad de sonidos. Y si además quiere transmitir sentimientos sutiles, necesita poder variar ampliamente el volumen y el tono. La voz de una persona normal puede modular el tono en una octava y media. Es decir el sonido más agudo que puede emitir tiene una frecuencia entre dos y tres veces mayor que el más grave. La Callas podía abarcar con su voz casi dos octavas y media. Ni el más maravilloso pájaro cantor puede cantar la sencilla melodía que cualquiera de nosotros cantamos mientras nos duchamos por la mañana. La “culpa” la tienen nuestra glotis y nuestras cuerdas bucales, auténticas maravillas de la evolución. Pero eso no es gratis. No podemos tragar y respirar al mismo tiempo. Eso no es demasiado preocupante hoy día, aunque el atragantamiento es la causa de bastantes muertes. Pero ahora no tenemos que preocuparnos por beber deprisa. Al contrario, nos enseñan desde pequeños que es de mala educación y, además, nos deleitamos en paladear lo que bebemos, mientras participamos en una interesante conversación llena de novedosas ideas. Es un lujo que nos podemos permitir gracias a nuestra inteligencia. Pero, ¿se lo podían permitir el Homo Sapiens y todos los homínidos anterioresantes que no tenían inteligencia? La respuesta es no. Como la cebra, el Homo Sapiens tiene que beber deprisa. Y, así como no es comprensible la inteligencia sin poder comunicar las ideas verbalmente, no se entiende para que pueda servir hablar, no digamos ya cantar, si no se tienen ideas que transmitir. Sin embargo, en paralelo al proceso de encefalización y de locomoción erguida que, recuérdese, estrechaba la pelvis y hacía difícil el parto, se iban produciendo las transformaciones anatómicas que permitían el habla. Hablar salva vidas cuando hay cosas que decir. Pero, como acabamos de ver, es demasiado peligroso cuando no hay nada que decir. Esa capacidad, como el cerebro desproporcionado, también necesita de unas “subvenciones” que la naturaleza no está dispuesta a dar. Los pura-sangres ingleses no sobrevivirían en las estepas eurasiáticas ni un suspiro. Pero un criador los cuida en un ambiente especial porque le gusta su velocidad. ¿Quién ha cuidado durante millones de años de la rama que lleva al Homo Sapiens, con ese cerebro y ese aparato del habla tan inútiles para la supervivencia sin inteligencia?

Hemos visto cómo los tres procesos que caracterizan la humanidad, a saber, la inteligencia, el habla y la locomoción erguida, tuenen un carácter contrario a la evolución natural. No digo que no se hayan producido por evolución, pero sí que parece que esa evolución ha sido “subvencionada” por alguien. Nos quedan por ver argumentos que apuntan a que esa inteligencia, ella misma, ha aparecido de una forma misteriosa. No ya por una evolución subvencionada, como el cerebro, sino como un regalo especial, no evolutivo, del Mecenas Diseñador.

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