30 de junio de 2011

Frases 30-VI-2011

Tomás Alfaro Drake

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

La belleza seduce a la carne para obtener el permiso de pasar hasta el alma.

Simone Weil, La pesanteur et la grâce.

27 de junio de 2011

La estructura de la teoría de la evolución 1

Tomás Alfaro Drake

Acabo de terminar de leer la que, con toda seguridad, es la opera magna de Stephen Jay Gould. Me refiero a “The structure of the evolitionary theory”. Soy un profundo admirador de Charles Darwin. Hasta ayer me definía como católico darwinista. De hecho, los cinco primeros posts de este blog, de julio del 2007, versan sobre este tema. Ahora sigo siendo ambas cosas –católico y darwinista–, pero gracias a Gould, soy darwinista de una forma mucho más rica. Y ese enriquecimiento de mi darwinismo me ha hecho ser, si no más católico, si tener aún más admiración por la inteligencia con que este Dios, en el que creo y al que adoro, ha creado el cosmos y le ha dado las leyes para que se desarrolle. El libro de Gould, “The structure of the evolitionary theory”, ha operado este enriquecimiento. Por eso me siento obligado a llevar a cabo este somero, casi ridículo, compendio (32 páginas de 1443) de su opera magna. Lo publico en 7 partes de la que esta es la primera. Siento que puedan ser excesivamente densas, pero…

Stephen Jay Gould (1941-2002) ha sido un paleontólogo y biólogo evolutivo que ha tenido una enorme influencia en la divulgación científica del siglo XX. Pero no era un simple divulgador. Era un científico de primerísima categoría. Suyas son las propuestas, tan atrevidas como esclarecedoras de mecanismos evolutivos como el equilibrio puntuado o las exaptaciones. Convencido darwinista no aceptó sin crítica la visión simplista y unidireccional del desarrollo darwinista del siglo XX conocido como la “síntesis moderna[1] ”. Muy al contrario, desde la aceptación de los principios básicos de la teoría darwinista de la evolución, la ha enriquecido, abriéndola a nuevas perspectivas. Siempre ha considerado, críticamente, pero con respeto, sin desprecio, las aportaciones de otras visiones evolucionistas radicalmente distintas del darwinismo, como son de el internalismo de Lamarck, el saltacionismo de Galton, el ortogenismo de Hyatt o Agassiz, entre otros. Ha sabido encontrar en estas otras visiones maneras diversas de ver la evolución. Aún no estando de acuerdo con estas visiones siempre sabía ver en ellas aspectos que, con apertura de mente, indicaban líneas enriquecedoras de pensamiento. Estas nuevas orientaciones le han servido, en varias ocasiones, de acicate para encontrar mecanismos evolutivos complementarios a los puramente darwinistas que, lejos de ser insignificantes, tenían una importancia grande, si no preponderante, en la evolución.

Judío por origen familiar, aunque agnóstico, y hombre de inmensa cultura humanista, ha sabido enriquecer los textos de un científico profesional con imágenes de campos muy diversos. Para designar sus hallazgos ha encontrado siempre términos creados por él mismo para aplicarlos a esos conceptos, o traídos de otros campos del conocimiento. Así pues habla de exaptaciones, estasis (sic, con s y sin acento en la e, de estable, estabilidad), pechinas (spandrels en inglés), etc. Esto hace de sus escritos, no textos áridos, sino páginas de agradable lectura teñidos de fina e inteligente ironía y desbordantes imaginación y honestidad intelectual. Por eso ha destacado también, aunque no principalmente, como divulgador científico de altísimo nivel y rigor. Ha combatido, en el plano divulgativo, a las sectas fundamentalistas protestantes que apoyan el creacionismo [2] en contra de la evolución. Considera que ciencia y religión son dos formas de conocimiento que no se contradicen, sino que cada una tiene su propio ámbito de actuación en lo que él dio en llamar the no overlaping magisteria.

Su extensa obra “The structure of the evolutionary theory” es su obra cumbre, en la que ha vertido todas sus aportaciones científicas, explicando exhaustivamente su génesis, las ideas seminales de otros que le han abierto la mente, las controversias que han suscitado sus atrevidas y originales teorías y sus razones, generalmente muy sólidas, para considerarlas científicamente plausibles. Posiblemente por este deseo suyo de rendir homenaje a tantos personajes que le han iluminado, aún con ideas contradictorias a las suyas, y de hacer justicia tanto a sus críticos como a sus partidarios, el libro es demasiado prolijo y largo. Nada menos que 1433 páginas. Por eso me ha parecido que podía ser positivo hacer un epítome, lo más breve posible, de las ideas principales de tan magna obra. No, desde luego, para científicos profesionales, que tienen la obligación de leer y analizar el libro, sino, sobre todo, para todo aquéllos que, sin ser científicos profesionales, les interese el tema de la evolución desde el darwinismo. Ese es el intento en el que me embarco. No creo que sea capaz de evitar que algunas de mis ideas se mezclen con las de Jay Gould al hacer este resumen. Cuando esta mezcla sea subconsciente –espero que en los menos de los casos– no podré separar el trigo de Jay Gould de mi paja. Pero cuando sea consciente de ello, lo haré explícitamente, escribiendo en letra más pequeña, para que el lector sea también consciente de que son interpolaciones mías.

***

Introducción

Gould empieza por preguntarse si tras las aportaciones de la última parte del siglo XX a la teoría darwinista de la evolución, muchas de ellas realizadas por él mismo, esta teoría puede seguirse llamando darwinista o ha cambiado tanto que ya no se reconoce en ese nombre. Hace referencia a un cruce de caras entre Hugh Falconer y el propio Darwin. Falconer escribe en un artículo científico: “Darwin ha dado un enorme impulso, más allá que todos sus contemporáneos, a la investigación filosófica de la rama más profunda y oscura de las ciencias biológicas de nuestros días; ha puesto los cimientos de un gran edificio; pero no debería sorprenderse si, en el progreso de su construcción, la superestructura es alterada por sus sucesores, como la catedral de Milán, desde el gótico hasta un estilo diferente de arquitectura”. En una carta inmediatamente posterior, Darwin escribe a Falconer: “Volviendo a su frase final: lejos de sorprenderme, veo como absolutamente cierto que la mayor parte de El Origen demostrará ser de desecho, pero preveo y espero que el marco permanezca”. ¿Quien está más cerca de lo que ha ocurrido con el darwinismo?, se pregunta Gould. ¿Falconer que deja el darwinismo reducido a los cimientos, o Darwin que, aún pensando que muchas cosas serían desechadas, su teoría será el marco del evolucionismo?

Gould desarrolla el ejemplo de la catedral de Milán. Efectivamente, esta catedral empezó a construirse por el ábside, en el lado Este, en el siglo XIV, como un edificio del gótico tardío. Su construcción fue avanzando lentamente, de Este a Oeste. Al llegar a la construcción de los primeros dos tercios más bajos del pórtico de su fachada Oeste, en la segunda parte del siglo XVI, el estilo se había transformado en barroco, con sus frontones triangulares de suave pendiente o en forma de luneta circular. Más tarde se le añadió el tercer nivel en un estilo “retro” gótico. Por último, ya en el siglo XIX, cuando Napoleón conquistó Milán, ordenó terminar la construcción de la catedral y se le añadieron el bosque de pináculos góticos, sin ninguna función estructural, pero que dan el toque más distintivo, aunque estéticamente controvertido, a esa catedral. ¿Se puede decir que la catedral de Milán responde al diseño pensado por los arquitectos góticos que la empezaron? ¿Es una ampliación de esa idea original aunque los estilos hayan cambiado o es algo completamente nuevo que nada tiene que ver con sus inicios? Gould concluye que, más allá de sus estilos, hay un proyecto histórico que, pese a los cambios mantiene una coherencia interna que le da su esplendor. Pero, tras esa conclusión, pasa a definir los pilares que constituyen la esencia del darwinismo de Darwin, para preguntarse si se puede seguir llamando, en buena lógica, darwinismo, a la actual teoría de la evolución que él ha contribuido a expandir.

El trípode del darwinismo de Darwin

Para Gould, el darwinismo se apoya en un trípode, en tres patas que definen lo que podría ser su esencia.

1ª Los organismos individuales como únicos agentes (pacientes) de la evolución. La evolución procede a través del cambio producido, de forma casi exclusiva, sobre los organismos individuales. Los organismos que, por la causa que sea, sean capaces de dejar una mayor descendencia, desplazarán a los que tengan menos descendencia. De esta manera, son los cambios producidos en los organismos los que, al extenderse a toda la especie, que hacen que ésta evolucione. Frente a esta visión se han alzado voces que discrepan acerca de la identidad del o los agentes (pacientes) de la evolución. Desde teorías como la conocida como el “gen egoísta” defendida por Richard Dawkins, que afirman que el agente (paciente) de la evolución son únicamente los genes, hasta otras que afirman que son las especies, como entidades jerárquicamente superiores a los organismos individuales que la forman, los agentes (pacientes) de la evolución. También hay quien opina, entre los que se encuentra Gould, que la evolución opera a varios niveles o jerarquías, organismos, especies, géneros, familias y otros órdenes taxonómicos superiores [3], en lo que ha dado en llamar evolución jerárquica.

2ª La selección natural como causa principal de la evolución y la aleatoriedad de las mutaciones. La causa de que haya organismos que tienen una ventaja reproductora sobre los otros, hay que buscarla en su mejor adaptación al medio. Aquellos organismos que tengan las características físicas y/o de comportamiento instintivo (al conjunto de características físicas y de comportamiento instintivo de un individuo de una especie cualquiera, se le llama fenotipo) que les permita explotar mejor el medio en el que viven, se desarrollarán mejor, tendrán más probabilidades de supervivencia y, por tanto, de reproducirse más. Dado que la reproducción proporciona más individuos de los que el medio puede soportar, los peor adaptados acabarán por desaparecer por la presión demográfica y el fenotipo de los mejor adaptados se extenderá a toda la población. Darwin llama selección natural a este mecanismo y, para él es el mecanismo por excelencia de la evolución y, de haber otros, serían marginales. A sensu contrario, esta selección natural era considerada por los evolucionistas anteriores a Darwin como un mecanismo secundario, que efectivamente, ayudaba a los organismos a adaptarse mejor al medio, pero que de ninguna manera era el que marcaba la pauta de la evolución. Postulaban un principio activo, que impulsaba la evolución desde dentro marcando la dirección de la misma. La selección natural tan sólo producía sinuosidades dentro de esa dirección para encontrar el camino. Sería como los pequeños desniveles locales que hacen que el curso de un río forme meandros, pero que no son la causa de que el río fluya hacia el mar. Darwin desecha ese papel secundario de la selección natural y la erige en la causa principal, casi exclusiva, de la evolución. Pero la evolución si los organismos hijos fuesen siempre idénticos a los padres, la evolución se pararía cuando hubiesen desaparecido todos los organismos peor adaptados, pues entonces la selección natural dejaría de ser operativa. Para que la evolución no se pare, era necesario que se produjesen variaciones en los fenotipos de esos organismos que permitiesen a la selección natural seguir operando. Estas variaciones serían como el combustible que permitía operar a la selección natural, que sería el motor, para que la evolución avanzase. Estas variaciones deberían tener tres características.

a) Tendrían que ser numerosísimas y muy frecuentes.
b) Tendrían que ser pequeñas en sus efectos sobre los organismos
c) Tendrían que ser aleatorias en cuanto a su dirección.

Esta última característica de la aleatoriedad no la empleaba Darwin, ni debe ser interpretada, en el sentido puramente matemático de aleatoriedad, es decir, como equiprobables en cualquier dirección. Darwin era muy prudente a este respecto y, al ignorar cual era la causa de estas variaciones, evitaba afirmar con rotundidad su aleatoriedad en sentido matemático. Una frase de “El Origen de las especies” aclara el pensamiento de Darwin:

“Hasta aquí he hablado como si las variaciones (mutaciones) […], fuesen debidas a la casualidad. Es sin duda una expresión totalmente incorrecta, pero se utiliza para confesar francamente nuestra ignorancia de la causa de cada variación particular[4] ”.

Lo que sí afirmaba tajantemente Darwin es que las mutaciones no tenían ninguna dirección marcada por las necesidades adaptativas futuras. Es decir, no se anticipan a lo que el organismo pudiera necesitar en el futuro. No existe algo que pueda llamarse preadaptación o adaptación preventiva, ya que esto vulneraría el principio lógico de que la causa tiene que ser anterior al efecto. Si hay un sesgo en su direccionalidad este no es anticipativo. Llamaré aleatoriedad en sentido fuerte a la aleatoriedad matemática de equiprobabilidad estricta en todas direcciones y aleatoriedad débil a la que niega que se produzcan anticipando necesidades evolutivas futuras. (La denominación de fuerte y débil para estos dos conceptos de aleatoriedad es mía, pero los conceptos son de Darwin y de Gould). Darwin empleaba el concepto de aleatoriedad de las mutaciones en sentido débil.

Más tarde, a partir de la popularización, hacia el año 1900, de los descubrimientos de Mendel, la genética empezó a tomar carta de naturaleza. En 1953 James D. Watson y Francis H. Crick descubrieron la estructura molecular del ADN y el código genético. Las variaciones de los organismos, cuya causa ignoraba Darwin, serían alteraciones en el código genético (genotipo) que alterarían algún rasgo externo y/o componente de su conducta instintiva (fenotipo) del organismo. Apareció entonces la llamada “síntesis moderna” que retomó el darwinismo a partir de la síntesis de la biología y la genética. Fue entonces cuando se formó el dogma de fe de que las mutaciones se producían aleatoriamente en el sentido fuerte del término. Pero lo cierto es que esto sigue siendo indemostrable, sencillamente porque las causas de las mutaciones son tan numerosas que es imposible afirmar que siempre se produzcan por azar, en sentido fuerte. Lo que realmente quería significar Darwin, como se ha dicho anteriormente, era que las mutaciones eran aleatorias en el sentido débil.

Según esta pata del trípode de la evolución darwinista, la selección natural sería como una especie de policía que estaría constante e incansablemente escrutando el efecto en el fenotipo de las mutaciones que se producen en la dirección que sea, y permitiendo salvaguardando únicamente aquéllas que conferían una ventaja de supervivencia y reproducción a los organismos que tienen esa mutación. Nada escaparía al escrutinio de la selección natural y cualquier mutación, en mayor o menor medida, tendría un carácter positivo o negativo para esa selección, resultando, por tanto, privilegiada o suprimida. La evolución, por tanto, no avanzaría en una dirección determinada, sino que simplemente llenaría los huecos ecológicos del entorno. Sería como inyectar plástico fundido en un molde. La fluidez del plástico fundido en cualquier dirección no dependería de la forma del molde. Las mutaciones representan esa fluidez, mientras que el entorno sería ese molde, que adquiere su forma por multitud de razones, geológicas, climáticas, presencia de otros organismos que puedan ser presas o depredadores o parásito o simbióticas, etc.

La aceptación o no de esta pata del darwinismo divide a los evolucionistas, por un lado, en formalistas o estructuralistas y funcionalistas por otro. Para los primeros, la evolución tiende hacia unas formas predeterminadas, una especie de arquetipos, de esencias platónicas que, de alguna manera, preexisten a la evolución y que la guían, sea a través del medio o sea a través de la orientación de las mutaciones. Esta evolución, orientada a un fin, se denomina ortogénesis. Para los funcionalistas, por el contrario, la evolución no tiende hacia ninguna forma preconcebida, sino que se va moldeando a base de adaptaciones al medio sin finalidad alguna. Los formalistas o estructuralistas, sostienen algún tipo de fuerza interna que orienta las mutaciones, mientras que los funcionalistas creen que es tan sólo y únicamente el medio externo el que guía la evolución de una forma totalmente contingente.

Quiero interpolar aquí unas ideas que no son explícitas de Gould en este libro pero que sí forman parte de las ideas del darwinismo, en su versión “síntesis moderna” o en las modificaciones que puedan surgir del análisis de Gould y de otros críticos científicos. La selección natural recibe a veces el nombre de lucha por la vida. Es una terminología válida, siempre que la palabra lucha se tome en un sentido amplio. Pero las palabras pueden ser peligrosas si se usan mal y esa terminología da un paso hacia un concepto falso que tiene consecuencias gravísimas, totalmente ajenas al darwinismo. La errónea interpretación de esta terminología, válida pero equívoca, identifica la lucha por la vida con la supervivencia del más fuerte. Nada más lejos de lo que significa la selección natural para el darwinismo. Pensemos en dos conejos, uno con un olfato más fino o con un instinto de huida más fuerte. Éste huele antes al zorro y huye antes que el primero. El otro resulta cazado, pero no el primero. Pero si ese comportamiento de huída se agudiza demasiado, el “miedoso exagerado” no podrá comer, se alimentará peor y tendrá menos probabilidades de supervivencia y de reproducción. Los conejos en cuestión no han luchado entre ellos, ni uno tiene que ser más fuerte que el otro. Si en vez de conejos tomamos el caso de dos estrellas de mar, una de las cuales es capaz de soportar una salinidad mayor de los mares, y se produce algún fenómeno geológico que aumente la salinidad, es evidente que ésta sobrevivirá mejor. ¿Dónde está el enfrentamiento entre ambas? Más aún, hay casos en los que la selección natural real da lugar a comportamientos animales que pudieran parecer “humanitarios”. Determinadas especies, salvan a sus cachorros de un depredador aún a costa de su vida. Esto no lo hacen por altruismo, sino porque la especie ha desarrollado esa conducta instintiva porque los organismos que la tienen dejan más descendencia al salvar a toda la camada a costa de la vida de un sólo individuo y, por lo tanto, esa conducta instintiva se acabará extendiendo, por selección natural, a toda la población.

El problema de esta interpretación sesgada y errónea de la selección natural es que ha degenerado en lo que ha dado en llamarse darwinismo social en el que pretenden apoyarse ideologías inhumanas. Pero liberemos a Darwin de la responsabilidad del uso de su teoría, mal entendida y fuera de su ámbito de aplicación.

3ª El alcance y ritmo de la evolución. Gradualismo y extrapolación. De la microevolución a la macroevolución. Las ideas geológicas habían cambiado dramáticamente justo antes de Darwin. De una tierra a la que se atribuían tan sólo unos cuantos miles de años, se había pasado a otra con muchos millones de años a sus espaldas. Además, según describía el geólogo Charles Lydell, contemporáneo de Darwin, los cambios geológicos se producían de forma muy gradual, sin variaciones bruscas. Apoyándose en la enormidad del tiempo disponible y la lentitud de los cambios geológicos, Darwin opinaba que los organismos evolucionaban de manera muy gradual en base a muy pequeños cambios aleatorios (en sentido débil), filtrados únicamente por la selección natural (patas 1 y 2 del trípode). De esta manera, al cabo de cientos de miles de años, mediante la acumulación de millones de esos pequeños cambios, una especie dejaba de ser la que era y pasaba a ser otra. Éste es el fenómeno que se llama “especiación”. En este caso, las dos especies no serían contemporáneas, sino que estarían separadas por gran espacio de tiempo. Pero, a veces, el aislamiento reproductor de una parte de la población respecto a otra, hacía que la adaptación a los distintos medios en los que se desarrollaba cada subpoblación, unida a la aleatoriedad de las variaciones, empezase a hacerlas divergir. Con el paso de suficiente tiempo (y tiempo era lo que sobraba), estas dos subpoblaciones daban lugar a dos especies que coexistían simultáneamente y que no podían generar descendencia fértil si, en un momento dado, podían volver a cruzarse entre ellas. Así pues, en la inmensidad del tiempo, la evolución, guiada únicamente por la selección natural era capaz de explicar la microevolución, como adaptación gradual de los organismos de una especie al medio.

La macroevolución, es decir, la capacidad de producir nuevas especies, géneros, familias, y toda la inmensa diversidad de organismos vivos que existen actualmente, se producía por la simple extrapolación acumulativa de la microevolución. Darwin asumía que los organismos eran capaces de producir una descendencia mucho mayor de la que el medio podía mantener, por lo que sólo los mejores organismos sobrevivían. En base a esto admitía que había un progreso en la macroevolución, de forma que cada especie era superior a las anteriores y lo mismo ocurría con los géneros, familias y otros órdenes superiores. Este progreso no ocurría por la acción de ninguna fuerza interna que impulsase la evolución hacia esa superación, sino por la propia selección natural, que propiciaba, alimentada por las variaciones aleatorias (en sentido débil), la proliferación de los mejor adaptados. Ya he hablado antes del equívoco, no imputable al propio Darwin, de lo que la lucha por la vida significa, por lo que no voy a volver a hablar de ese equívoco.

Dos tipos de teorías evolucionistas negaban esta manera de ver la evolución en lo que a la tercera pata del trípode se refiere. Las primeras se centraban en la imposibilidad de que la sola selección natural impulsada por variaciones aleatorias (en sentido débil) pudiesen producir un progreso de la evolución hacia especies mejores. La selección natural sólo podía alterar la tendencia creada por una fuerza interna que era la que imprimía una dirección de progreso a la evolución. Ni siquiera la acumulación de innumerables cambios microscópicos podía explicar esa dirección. Algunas de estas teorías, no todas, decían que esa dirección apuntaba hacia formas preestablecidas, algo así como arquetipos preexistentes. Ya hemos hablado hace unas líneas que estas teorías son las llamadas internalistas y formalistas o estructuralistas. El segundo tipo de teorías evolucionistas que negaban esta 3ª pata del trípode darwinista, postulaban que el cambio que generaba una nueva especie se producía súbitamente, de una generación a otra, con la aparición de un mutante (the hopeful monster) que iniciaba una nueva especie, y no de una manera paulatina, ya sea bajo el impulso de la selección natural o de algún tipo de fuerza interna. Estas teorías reciben el nombre de saltacionistas.

La síntesis moderna acepta de una forma un tanto dogmática estas tres patas del darwinismo. Hasta el punto, según Gould, de cerrar los ojos a datos empíricos que matizan –a veces con algo más que matices– alguna o todas estas tres patas. Gould se mantiene crítico frente a esa cerrazón mental, avanzando en líneas de investigación que, sin llegar a negar del todo ninguna de las tres patas, sí que introduce suficientes variaciones como para plantear, de una forma bastante concluyente que era más bien Falconer que Darwin el que tenía razón en el debate ilustrado con la catedral de Milán, y que la teoría darwinista de la evolución no es sino los cimientos de la misma y no su marco.

En el resumen del libro de Gould que estoy empezando no voy a seguir el orden en el que él expone los temas, sino que voy a proceder temáticamente acerca de las puntualizaciones que Gould y otros hacen a cada una de las tres patas del trípode del darwinismo que el mismo Gould define como su esencia.

[1] Se conoce por “síntesis moderna” un movimiento compuesto por científicos darwinistas que han realizado una síntesis de la teoría darwinista de la evolución con los conocimientos genéticos. Se caracterizan por defender al pie de la letra, a veces contra su espíritu, la teoría darwinista de la evolución. Darwin, que era un hombre prudente, siempre pensaba y lo decía en sus obras, que su visión de la evolución no era el único mecanismo que impulsaba ésta, sino que era el que más peso relativo tenía con gran diferencia y era por tanto el que más y mejor la explicaba. La “síntesis moderna” lleva el darwinismo casi, casi hasta la negación de cualquier otro mecanismo.
[2] El creacionismo es una creencia anticientífica sostenida por algunas sectas protestantes fundamentalistas, casi todas en USA, que mantienen que el mundo fue creado por Dios en su estado actual, con las especies que hoy existen, incluido el hombre. Han llevado su batalla a los tribunales americanos pretendiendo que el creacionismo se enseñase en las escuelas como un hecho real.
[3] Los géneros y las familias, son agrupaciones taxonómicas de orden superior a las especies. La especie lince pertenece al género felino, a la familia carnívoro. Hay jerarquías taxonómicas mayores, pero no vienen al caso.
[4] El origen de las especies, Capítulo V, Leyes de la variación. Efectos del cambio de condiciones.

23 de junio de 2011

Frases 23-VI-2011

Tomás Alfaro Drake

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Lo bello es lo necesario, aquello que, siendo conforme a su propia ley y a ella sola, obedece al bien.

Simone Weil, La pesanteur et la grâce.

19 de junio de 2011

Sobre la Trinidad de Dios

Tomás Alfaro Drake

Este domingo es el domingo de la Trinidad. Eso de la trinidad es algo que a mucha gente, a mí también antes, les parece en primer lugar, lioso; ¿cómo es eso de ser tres y uno al mismo tiempo?, y, en segundo lugar, aparentemente irrelevante; ¿Y qué más eso del tres en uno, qié tiene que ver con mi fe? Bueno, pues ahí van mis reflexiones al respecto. Son, tal vez, un poco complicadas. Pero lo importante no son estas reflexiones, sino la maravilla del Dios Trinitario que celebramos hoy.

1º Una imagen geométrica y un descubrimiento matemático

Desde que la revelación cristiana introdujo la visión de un Dios Trinitario, los más grandes teólogos y filósofos no han dejado de darle vueltas sobre lo de que Dios fuese totalmente Uno y, al mismo tiempo, tres Personas distintas. El dogma trinitario, expresado en términos de la filosofía griega llevó a los padres de la Iglesia a distinguir en Dios una sola naturaleza en tres personas. Anteriormente, la filosofía griega consideraba que naturaleza y persona eran conceptos biunívocos. Siglos más tarde, Mahoma, incapaz de sutilezas filosóficas, inculcó en sus seguidores la falsa creencia de que los cristianos adorábamos a un Dios Trinitario constituido por Alá, Cristo y María. Con esta confusión, que no quieren deshacer, los musulmanes consideran politeístas a los cristianos.

Cuenta una historia que san Agustín se paseaba por la playa de Hipona dándole vueltas en su cabeza al misterio Trinitario. Recorría la playa una y otra vez y, en cada pasada, veía cómo un niño llevaba agua en una concha desde el mar hasta un hoyo que había hecho en la arena, cerca de la orilla. Tras una serie de pasadas, parece que se paró y le preguntó al niño qué pretendía repitiendo incesantemente esa operación.

- Quiero –le contestó el niño– meter toda el agua del mar en ese hoyo.

San Agustín le contestó, con una condescendencia indulgente, que eso era imposible, porque el mar era mucho más grande que el hoyo. Y dice la historia que el niño, mirándole fijamente, le contestó con seriedad:

- Entonces, ¿cómo es que tú pretendes meter el misterio de la Trinidad de Dios en tu pequeña cabeza?

Pero el hombre no es capaz de cejar en su empeño de intentar resolver los misterios, sin considerar lo que tan bien expresa el jesuita Pierre Charles:

“Hay siempre un peligro latente que acecha al creyente cuando se pone a reflexionar: el de considerar el misterio como un problema y el objeto de la fe como una doctrina. Porque el objeto de la fe es más que una doctrina: es una realidad, y el misterio es más que un problema: es un hechizo. Una doctrina sólo pide ser bien comprendida; un problema sólo necesita una solución. Después de lo cual todo se ha acabado y podemos pasar a otro ejercicio. Pero una realidad, una cosa, no ha dicho nunca su última palabra; y un misterio es estrictamente inagotable; una fuente de perpetua inspiración. Y para que el misterio no degenere en simple problema; para que Dios sea otra cosa que una esfinge que propone enigmas, es necesario que la inmensidad de la revelación no sea nunca enteramente prisionera de nuestras fórmulas indigentes”.

Sin intentar aprisionar el misterio en una fórmula indigente más, voy a proponer una imagen casi de mi cosecha y a comentar un descubrimiento matemático del siglo XX que muestra cómo el concepto de lo infinito desarticula nuestra lógica finita. Tal vez estas dos ideas puedan ser una pequeña fuente de inspiración.

El prisma de Möbius[1]

Con un poco de imaginación espacial, represéntese el lector un largo y fino prisma cuya sección sea un triángulo equilátero. Tome los dos extremos del prisma y únalos para formar un anillo. Pero, ¡un momento!, antes de empalmar los dos extremos, gire uno de ellos 120º y únalos. Ahora imagínese que es una ínfima hormiga, incapaz de recorrer toda la longitud del anillo ni en 1000 generaciones. Puede no obstante, recorrer en pocos segundos el prisma en sentido transversal, rodeándolo. Jurará ante todo el que quiera oírle, que la figura que ha rodeado tiene tres caras. Pero otro tipo de hormiga, enormemente rápida para andar en un plano, pero absolutamente incapaz de doblar una arista, recorrerá el anillo a toda velocidad y, tras dar tres vueltas al mismo, que a ella le parecerá una ya que no ha pasado por el mimo sitio, se encontrará en el punto de partida, sin haber doblado ni una sola arista. Esta hormiga jurará, con la misma vehemencia que la primera, que el anillo tiene una sola cara, puesto que ella ha retornado al punto de partida sin encontrarse con ninguna arista. Naturalmente, nosotros, si pudiéramos entender la acalorada discusión de las dos hormigas, sonreiríamos ante su ingenuidad porque, para deshacer el entuerto sólo hace falta ver el anillo en su conjunto. Pero eso es, precisamente, lo que no pueden hacer cada una de esas dos hormigas. El problema reside en la propia limitación de su percepción, no en lo que es el anillo. El anillo tiene, realmente, tres caras o una al mismo tiempo. August Ferdinand Möbius descubrió esta curiosidad con una cinta, y cualquiera puede hacer una cinta de Möbius en casa. Tome una tira de papel de, digamos 20x3 cm. Una sus extremos con un poco de pegamento haciendo un giro de 180º en uno de ellos antes de empalmarlos. Ya tiene una cinta de Möbius. Sólo le queda imaginarse ser una hormiga y hacer el recorrido.

Georg Cantor , la lógica de los conjuntos infinitos y los números transfinitos.

Y, ahora, un poco de “sencillas” matemáticas. Todo el mundo sabe que el conjunto de los números naturales es el formado por todos los números enteros y positivos. 1, 2, 3, ....., 11.932, ...... 42.858.290.216, ... etc. El conjunto de los números enteros es como el de los naturales, pero incluyendo también los negativos. Por tanto, si alguien nos preguntase cuál de los dos conjuntos, el de los números naturales o el de los enteros, tiene más elementos, seguro que le miraríamos con estupor y le contestaríamos pensando tal vez que nos toma el pelo y nos hace una pregunta de esas con una respuesta con truco estúpido. Con cierta cautela, por la broma que esperamos, le diríamos que, naturalmente, tiene más elementos el conjunto de los enteros. Exactamente el doble, diríamos. O, si considerásemos que el cero forma parte de ambos conjuntos le diríamos que el doble menos uno. Si lo pusiese en duda le explicaríamos, armándonos de paciencia:

- Supón que consideramos los números naturales 1, 2 y 3, además del 0. Este conjunto constaría de cuatro elementos. Si vemos el correspondiente de los enteros, tendríamos, además del 0, el 1 y el -1, el 2 y el -2 y el 3 y el -3. Siete en total. Como la más sencilla aritmética nos enseña, 4x2-1=7. Y si en vez de llegar sólo hasta el 3 llegamos hasta el 5.853.592.465.105, el resultado sería el mismo.

Si nos dijese que tomando el conjunto infinito números naturales y el de los enteros los dos conjuntos serían iguales, le diríamos que nuestra “demostración” vale para cualquier cantidad de números naturales que tomásemos, sin importar cuan grande fuera.

Sin embargo, el matemático ruso-alemán Georg Cantor se tomó muy en serio esto del tamaño de los conjuntos con un número infinito de elementos. Demostró que había distintos grados de infinitud y que los conjuntos infinitos que tenían el mismo grado de infinitud tenían el mismo número de elementos. Definió que dos conjuntos infinitos tenían el mismo número de elementos y eran, por tanto, del mismo grado de infinitud, si se podía idear un método que emparejase biunívocamente los elementos de un conjunto y otro, de forma que siempre se pudiese emparejar un elemento de uno con uno del otro, y viceversa. Aplicó esto a los números enteros y naturales.

Pensó: Supongamos que emparejamos el 1 del conjunto de los naturales con el 1 de los enteros. El 2 de los naturales con el -1 de los enteros, el 3 de los naturales con el 2 de los enteros, el 4 de los naturales con el -2 de los enteros, como indica la tabla siguiente:

Naturales Enteros
1--------------- 1
2-------------- -1
3--------------- 2
4-------------- -2
Etc...

Siempre se podría emparejar cualquier número natural con un entero y cualquier entero con un natural, luego ambos conjuntos tienen el mismo número de elementos y el mismo grado de infinitud. Esto, evidentemente, no puede hacerse con una cantidad finita de números naturales, pero, cuando se habla del infinito, la lógica cambia.

Cantor demostró que hay conjuntos con grados de infinitud 1, 2, 3, 4, y así, indefinidamente. Es decir, que el número de grados de infinitud de los conjuntos que se puedan pensar es infinito. A la numeración de los infinitos grados de infinitud les llamó números transfinitos. Los números transfinitos forman, hoy en día, una importante rama de las matemáticas.

Lo que importa de esto, para lo que aquí tratamos, no es lo de los números transfinitos, sino cómo, cosas que parece elementalmente lógicas desde una visión limitada a lo finito, no son ciertas con una visión de infinitud. Algo parecido debe pasar con lo de Dios, Uno y Trino a la vez. Necesitamos una visión de infinitud para entenderlo. Visión de la que carecemos en este mundo. La tendremos, sin duda, cuando veamos al Dios Trinitario cara a cara.

Por eso, si esto de los prismas de Möbius o los números transfinitos fueran simplemente matemáticas recreativas, no pasaría de la mera curiosidad, aunque haya una gran belleza en la matemática abstracta. Pero esto de la Trinidad no es una curiosidad. Se refiere al amor creador, al amor del Dios que nos ha redimido y salvado, al espectáculo inefable de Amor que contemplaremos cuando veamos cara a cara a nuestro Dios, a ese misterio de por qué ocurren cosas, a veces terribles, a las que nuestra inteligencia no puede encontrar respuestas razonables, de todo aquello que tenía que ser como ha sido y a lo que no podemos encontrar explicación. En el eterno presente de la contemplación de ese misterio viviremos la eternidad. Pero siempre hay que recordar que, como dijo Benedicto XVI, cualquier intento de idear en este mundo cualquier analogía en el conocimiento de Dios “llegaría tan arriba como un dedo índice extendido entre el cielo y la tierra”.

2º Y, eso de la Trinidad, ¿para qué sirve?

Muchos cristianos –yo hasta hace unos años– se preguntan: ¿merece la pena tanto lío por eso de que si Dios es sólo uno o, es también tres sin dejar de ser uno, etc? La verdad es que sí. Aristóteles, que sin ser, evidentemente ni cristiano –vivió varios siglos antes de Cristo –ni creyente en un Dios personal, sí había llegado a la necesidad de una causa primera para el cosmos –no una creación, pues creía en un cosmos eterno– pero sí en una razón causal. Así llegó a concluir que era necesario una especie de Dios impersonal, primera causa incausada, motor inmóvil, arquetipo de los trascendentales Verdad, Bondad, Belleza y Unidad, como quiera que se le llamase. Pero se devanaba los sesos pensando porque ese Ser impersonal, fuente de toda perfección se molestó en ser la causa del cosmos. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué puede llevar a un Ser perfecto a causar algo si no lo necesita? Y se devanaba los sesos sin poder responder Esta sinrazón descorazonaba a una mente como la suya. Santo Tomás nos dice: “Qué angustias no sufrieron de una y otra parte aquellos preclaros ingenios” Aristóteles se hubiese alegrado de caer en la cuenta de esa razón: El amor. Dios tiene amor. Pero si es la causa primera de todo y tiene amor, tiene que ser amor. Aristóteles, que no supo encontrar en el amor la razón de la causa primera para causar, la premisa mayor de todo silogismo, el Logos que diese sentido al universo, sí supo descubrir la Verdad, la Bondad y la Belleza como atributos trascendentes del ser. Pero Dios no podría ser amor si fuese un ser solitario, aunque sea un ser personal. El amor es relación, implica la existencia de varias personas. El amor requiere la Trinidad, el mínimo común múltiplo de dos personas y una relación personificada, sin pérdida de la Unidad, atributo trascendente del ser. Para ser Creador, Dios tiene que ser eso que alguien llamó el palpitar del flujo de las Personas y el reflujo de la Unidad en una eterna marea. Y la creación, algo así como el poso de esas mareas. Esto no lo sabemos por la filosofía sino por la Revelación, pero cuadra tan bien como un balance bien hecho. Tan bien que la filosofía cobra sentido a su luz. Tan bien que sólo esto puede ser la premisa mayor de cualquier cadena de silogismos que tengan sentido. Dios quiso crear al hombre, con su inteligencia, gratuitamente, por amor. No cabe otra solución sensata al jeroglífico. Ese es el por qué. ¿Y el para qué?

La respuesta casi cae por su peso. Para que ese ser humano, al que creó por amor, fuese feliz buscándole, encontrándole, conociéndole, amándole y uniéndose a Él por ese amor. Para esto le regaló la inteligencia que implica la capacidad de buscar la Verdad, la Bondad y la Belleza. Pero la inteligencia, sin libertad es inútil, como la libertad, sin inteligencia, es errática. Y ambas, inteligencia y libertad, sin voluntad, son impotentes. Por eso, ese Dios creó el universo por amor, para poner en él al ser humano, al que regaló la inteligencia y dotó también de libertad y voluntad. Una inteligencia mucho más potente de la necesaria para la mera supervivencia. Una inteligencia trascendente, única en la creación, capaz de asomarse fuera de los límites del universo. Una inteligencia capaz de descubrir la Verdad, hacer el Bien y contemplar la Belleza. Una inteligencia capaz, a su vez, de amar, de devolverle ese amor. Y, gracias a la Trinidad de Dios, esa contemplación, esa participación en el Amor divino, la haremos desde dentro, no desde fuera. Porque una de las Personas de esa Trinidad se ha hecho uno de nosotros, para que podamos estar dentro de ese misterio de Amor y que la corriente de Amor entre Padre e Hijo, el Espíritu Santo, pase a través de nosotros, justo por en medio de nuestro corazón. Amor con amor se paga. Aunque el pago de nuestro amor sea insignificante al lado del suyo.

Por esto creo que esto de la Trinidad de Dios no es una cuestión irrelevante, sino, muy al contrario, una gracia indescriptible.

[1] La imagen no es enteramente mía, sino que arranca de una idea que se conoce como la cinta de Moebius. August Ferdinand Möbius (1790-1868) fue un matemático alemán que descubrió las propiedades del montaje de una cinta que lleva su nombre. El dibujante y grabadista holandés, Mauritis Cornelis Escher, ha realizado innumerables representaciones de la cinta de Möbius recorrida por hormigas.

[2] Matemático ruso-alemán (1845-1918)

17 de junio de 2011

Frases 17-VI-2011

Tomás Alfaro Drake

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

La belleza es la armonía del azar y del bien.

Simone Weil, La pesanteur et la grâce.

12 de junio de 2011

Los tres hogares del ser humano

Tomás Alfaro Drake

Estas líneas nacieron con la pretensión de ser un reflejo, hasta cierto punto fiel, de la homilía de D. Alfonso López Quintás en la misa de antes de la cena de prenavideña del la Universidad Francisco de Vitoria. Lo de hasta cierto punto fiel tiene una doble razón de ser. La primera, las limitaciones de mi memoria, ya que no tomé ninguna nota de dicha homilía. La segunda, el hecho de que me sé incapaz de no introducir reflexiones personales en cualquier cosa que escribo. Por tanto, lo escrito es un popurri de lo que mi memoria retuvo de la homilía de D. Alfonso y algunas reflexiones mías. La razón por la que lo escribo es la profunda impresión que me causó. Dudo mucho que sea capaz de lograr causar esa impresión el quien lea estas líneas, pero lo que no se intenta jamás se consigue. Para los que no le conocen, diré que D. Alfonso López Quintás es, sobre todo, un magnífico sacerdote mercedario y, además, aunque tal vez sea más conocido por esto, un gran filósofo, catedrático de la universidad Complutense. Aunque la homilía de D. Alfonso tenía un tinte navideño, a mí me ha salido más de Pentecostés, por eso lo envío en esta fecha.

Cuando los astrónomos analizan sin prejuicios materialistas la posición de la Tierra en el universo, las condiciones que rigen en ella, sus extrañas peculiaridades, las del sistema solar, las de nuestra galaxia –la Vía Láctea– y las del propio universo, caben pocas dudas de que nuestro planeta presenta unas condiciones excepcionales para albergar la vida. Todo apunta a que Dios ha querido preparar en ella un hogar para la aparición y la evolución de la vida. Un hogar lleno de recursos, algo así como una gran despensa con todos los nutrientes para que se desarrolle la vida primero y, más tarde, la humanidad. Y así ha sido. La vida apareció en la Tierra hace unos 4.000 millones de años y ha ido evolucionando, en un despliegue de magnífica complejidad hasta generar el cuerpo de un insignificante animal, dotado de un cerebro capaz de aceptar la inteligencia. A ese pequeño e imperfecto animal, Dios le regaló el don del alma y, junto con ella, la inteligencia[1].

Por primera vez desde que se creara el universo, una criatura que vivía en él, pudo percibir que ese hogar, además de ser una maravillosa despensa, manifestaba una belleza impresionante que podía ser contemplada por una mente. Más tarde, Dios le reveló que ese mundo era bueno. Desde el principio, el hombre fue un ser social. Pero un ser social especial, pues su sociabilidad no tiene únicamente una base instintiva, como en la abejas o los chimpancés, sino racional y emocional. Precisamente por eso, para desarrollar el aspecto racional y emocional de esa sociabilidad, Dios le quiso regalar un segundo hogar, la familia. En ella, desde el momento de su nacimiento, el ser humano aprende, guiado por un padre y una madre y arropado por unos hermanos, los primeros rudimentos de lo que será la base de la sana sociabilidad humana, el amor, con minúscula. El amor gratuito, no por lo que vales, sino simplemente por ser. Y desde que nace hasta que muere, el ser humano necesita una familia en la que desarrollarse, en la que sentirse realmente él mismo, querido gratuitamente. Ninguna sociedad podrá ser nunca mejor que lo que sea el tejido familiar que la constituye y que nutre lo más profundo de la capacidad de amar del ser humano. Ese amor gratuito, si no se aprende por experiencia en la familia es muy difícil, por no decir imposible, que se aprenda en una sociedad mayor. Y una civilización del amor no puede tener otra base que un tejido de familias donde reine y donde se aprenda ese amor gratuito. Porque la sana gratuidad es un elemento imprescindible para todos los ámbitos de la sociedad.

Y Dios quiso santificar estos dos primeros hogares del ser humano, la Tierra y la familia. Y los santificó nada menos que encarnándose. Haciéndose un hombre verdadero, nacido de mujer, en el seno de una familia en la que aprendió las primeras letras del amor humano, Él, que era el Amor divino. Esto es un misterio inaudito. Romano Guardini llegó a tener dudas de fe preguntándose por qué el Creador se encarnó. Habló con un sacerdote amigo suyo, un jesuita sabio y éste le dijo con la máxima sencillez: “son cosas del amor”.

Pero las “cosas del Amor” de Dios a los hombres no acaban ahí. Las últimas palabras de Cristo a sus discípulos antes de ascender a los cielos fueron: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos”. Puedo imaginar la soledad que estos pobres hombres y mujeres tras la ascensión. Muchas veces he pensado la sensación de orfandad que debieron sentir. Casi como la que sintieron el sábado santo. ¡Se ha ido! Nos ha dicho que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos, pero ¡se ha ido! Una soledad comparable a la de ese viernes de unas semanas antes, en el que le vieron morir en la cruz y le sepultaron. Ahora eran las nubes, en vez de la tierra las que le sepultaron, pero el resultado era el mismo: ¡El Señor ya no estaba! Cierto que no era la sensación de derrota y muerte de la cruz, pero la soledad era la misma: una soledad radical. Cierto que en esas semanas había confirmado el primado de Pedro. Cierto que recién resucitado, apareciéndose a los apóstoles en el cenáculo, había renovado la promesa que ya hiciera, en ese mismo lugar, en la última cena, justo antes de morir: la promesa del Espíritu Santo. Y era esa promesa lo que hacía que, junto a esa soledad radical, hubiese una lejana sensación de participación en algo. En algo como un mundo espiritual inmenso. Y era esta remota sensación la que hacía que todos los días, impulsados por María, que sentía esa participación de una manera especialmente viva y se la transmitía a los discípulos, perseverasen unánimes en la oración, encerrados en el cenáculo, presas de tristeza y de un pánico que creían haber vencido para siempre tras la resurrección, pero que había renacido con más fuerza en su interior. Una oración de súplica que suspiraba por el cumplimiento de esa promesa repetida dos veces en el mismo sitio en el que estaban encerrados. ¡Ven Señor Jesús!, ¡mándanos el Espíritu!, ¡cumple tus promesas! –rezaban día tras día, perseverante y unánimemente, unidos a María. Diez días pasaron así, rezando en la oscuridad, desde la soledad, con sólo esa remota sensación de participación.

Y, de repente, ocurrió. El frío y el miedo se desvanecieron de repente. El fuego bajó sobre ellos y encendió esa leña empapada que tenían amontonada en su interior, como ocurriera cuando el profeta Elías competía con los sacerdotes del dios Baal en el Carmelo. De pronto se sintieron arrebatados por una fuerza que les abrasaba el corazón, hacia esa participación en el inmenso e ilimitado mundo espiritual que vagamente presentían. Se miraban unos a otros y todos se sentían una comunidad, con un destino común, convocados por el Espíritu Santo. Con un destino infinito, eterno. Entonces fue cuando recordaron ese momento tan especial en el que Jesús, tras bendecir a Dios Padre y partir el pan había dicho: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros”. Y luego, tomando la copa de vino: “Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en memoria mía”. Palabras enigmáticas, palabras que entonces no entendieron bien, pero que ahora, iluminados por el Espíritu Santo, adquirieron todo su significado. Porque también el Espíritu les hizo recordar y entender, junto a éstas, aquellas otras palabras, más enigmáticas todavía, que pronunciara Jesús tras multiplicar los panes y los peces y que le habían costado el abandono de gran parte de sus discípulos: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que como este pan, vivirá siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo”, y luego, remachando, ante el escándalo producido por esas palabras: “Yo os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. El Padre, que me ha enviado, posee la vida, y yo vivo por Él. Así también, el que me coma vivirá por mí. El que coma de mi pan, vivirá para siempre”. Ahora todo cobraba sentido.

Entonces celebraron la primera Eucaristía[2]. Entonces, alrededor de ella, nació la Iglesia. Ese es el tercer hogar que Dios ha regalado a los hombres. Un tercer hogar para atravesar en él las inclemencias de la historia arropados por el Amor, con mayúsculas, que se integra y se encarna definitivamente en este mundo. Un amor más gratuito y más incondicional que cualquier amor humano. Un tercer hogar en el que vive de manera muy real Él y a través del que nos comunica su vida. En el que realmente Él está con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos. Y es a través de este hogar, el último, cronológicamente hablando, desde el que se iluminan los otros dos. Desde la Iglesia sabemos que el primer hogar, la Tierra o, más ampliamente, el cosmos, será también redimido por Cristo, a través del hombre. Nos lo dice san Pablo: “La creación entera está en anhelante espera de la manifestación de los hijos de Dios. Ya que fue sometida al fracaso, no por su propia voluntad, sino por el que la sometió, con la esperanza de que será liberada de la esclavitud de la destrucción para ser admitida a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. [...] La creación entera gime y siente dolores de parto [...] y nosotros mismos gemimos, suspirando por que Dios nos haga sus hijos y libere nuestro cuerpo”.

Nuestro tercer hogar es, por tanto, una Iglesia cósmica, llamada a salvar a toda la creación. Llamada a redimir la historia humana, tan llena de atrocidades, cuando Cristo venga por segunda vez como Juez Supremo a reescribir esa historia y a enjugar todas las lágrimas vertidas por tantos seres humanos a lo largo de ella. Este tercer hogar es también trascendente. No habita sólo en este mundo, sino que tiene una parte en el más allá. Nosotros sólo vemos su parte terrenal, sin duda manchada y afeada por los hombres que luchamos en este mundo contra el mal que habita en nosotros mismos y al que a duras penas podemos vencer o no podemos vencer en absoluto sin su ayuda. Como dice bellamente Andrée Frosard. Tiene que ser un converso, alguien como Andrée Frossard, alguien que viene de muy lejos, del desierto árido sin protección, quien se dé cuenta de lo que es la Iglesia, más allá de nuestra cortedad de miras de cristianos de cuna, quien nos saque de nuestra mediocridad. Nos dice:

"Por lo general, sólo tenemos la visión de una ínfima parte de esta inmensa proa –compuesta de caras dirigidas hacia la luz, que va delante de una inmóvil salpicadura de sombra–, sumergida con nosotros en ese conjunto de cosas o ideas desordenadas o superfluas que conforman este mundo. Sólo es ese pedazo de la quilla del barco carcomida por la sal y ligeramente manchada a quien los críticos se agarran como lapas. Pero ¿y lo demás, lo que centellea por encima de las aguas?"

Lo que centellea por encima de las aguas de este mundo es la Iglesia de los salvados, de los que ya gozan de la visión total de Cristo, incluso la Iglesia de los que esperan su definitiva purificación y sanación de las heridas del mal de este mundo para poder entrar en la contemplación de la presencia de Cristo. Es la Iglesia de esa participación en un mundo espiritual inmenso, infinito, eterno.

Desde esta inmensa, bella, santa y trascendente Iglesia sabemos que la familia es una Iglesia doméstica y que, como parte que es de la cósmica y trascendente, las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Desde ella, sabemos que la Tierra, el universo, no son sólo una inmensa despensa para alimentarnos y un espectáculo para extasiarnos, sino que son nuestro hogar. El hogar en el que se representa la historia de la salvación. El hogar que nos llevaremos, redimido, cielo nuevo y Tierra nueva, a nuestra morada definitiva.

Por tanto, los dos primeros hogares tienen la promesa divina de ser salvadas por el tercer hogar, la Iglesia. Pero eso no quiere decir que los seres humanos no tengamos que cuidar nuestros tres hogares, aunque tengan la promesa de salvación de Cristo. Porque Dios ha querido hacer al hombre protagonista de la historia, y un protagonista libre. La última escena está escrita. Es el momento en el que Cristo vendrá a poner todas las cosas en su sitio, a resucitar a los muertos a una nueva vida sin llanto, en una morada definitiva: Los nuevos cielos y la nueva tierra. Pero los caminos para llegar a esta escena final pueden ser muy diferentes. Cristo, junto con los hijos de Dios, pueden llegar a liberar de la esclavitud de que habla san Pablo, a una creación y una humanidad esquilmada o a un vergel y una humanidad hermanada. Dios nos ha dado la inteligencia y nos da, si queremos, la gracia para conseguir lo segundo, pero... tenemos que hacerlo con su ayuda, porque sin Él no podemos nada. Podemos hacer un mundo de seres felices educados en familias con Cristo en el centro que se engendran a sí mismas en el amor gratuito de generación en generación, o un mundo en el que hayamos hecho fracasar a la familia, y esté, por tanto, habitado por una mayoría de seres solitarios, ariscos, odiosos los unos para los otros, por mercaderes fríos y calculadores que no entienden del don y de la gratuidad. Un mundo en el que la vida sería una tortura. Podemos llegar con una Iglesia terrenal resplandeciente en su santidad que refleje el rostro de Cristo y atraiga a toda la humanidad o con una Iglesia manchada y prostituida por los pecados de los hombres que la forman, incapaz de atraer a sí a la mayoría de los seres humanos.

Son nuestros tres hogares, y lo que hagamos en uno, repercutirá en los demás. Están unidos por una intrincada red de vasos comunicantes. ¿Sabremos cuidarlos? “¿Cuando vuelva el Hijo del hombre, encontrará fe en la tierra?” Ese es el gran reto que tenemos todos los hombres en los tres hogares que Dios nos ha regalado. ¿Estaremos a la altura?

[1] El desarrollo de este tema puede verse en la serie de entradas de este blog sobre Dios y la ciencia.
[2] No hay constancia en el Nuevo Testamento acerca de cuando se celebró la primera Eucaristía después de la última cena, pero es perfectamente posible que fuese en Pentecostés bajo la acción del Espítitu Santo.

8 de junio de 2011

Frases 8-VI-2011

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

En el instante de la belleza, lo cotidiano se interrumpe, se interrumpe la voluntad de poder y la seguridad de la técnica, de las ciencias, de la razón: todo se da y todo es inmenso, no soy yo el que toma, sino el que es tomado, la pantalla del intelecto se quiebra, todo vibra en la gracia de la fiesta en la que se refleja una especie de integridad paradisíaca. [...] Y si el bien, aislado, hace al hombre mediocre, la belleza aislada lo hace un loco. El que sabe unir bondad y belleza en la verdad es el santo. [...] Existe la santidad o la mediocridad y la locura.

Olivier Clément (La cursiva es mía)

5 de junio de 2011

Democracia real. ¡Ya!

Tomás Alfaro Drake

La verdad es que este movimiento de “Democracia real ¡Ya!” me rompe un poco los esquemas y me hace tener posiciones muy encontradas dentro de mí mismo. En primer lugar me produce un profundo rechazo. ¿Por qué? Pues básicamente por dos motivos.

El primero, porque entiendo que la libertad de cada uno acaba cuando al ejercerla se vulnera la libertad de los demás. Y eso es exactamente lo que están haciendo los que participan en este movimiento. No me refiero tan sólo, que también, a la libertad de que yo pueda pasar en taxi por la Puerta del Sol. Me refiero a la de los comerciantes, que con su esfuerzo tratan de mantener a flote sus negocios en tiempos difíciles y que están viendo como se vienen abajo por esta “folclórica” invasión. Por supuesto, cuando los manifestantes son pacíficos ciudadanos pro-vida que sólo pretenden estar unas horas ante la entrada de la clínica abortista DATOR, son inmediatamente disueltos por las fuerzas de orden público. Pero claro, no conviene confundir una honesta clínica abortista, que persigue un bien social, con esos comerciantes de Sol que sólo buscan ganar dinero.

El segundo, porque, como siempre ocurre, un movimiento que tal vez en sus principios no sea antisistema, se convierte rápidamente en eso. Los promotores de este movimiento, según parece, son gente que vive y deja vivir, aunque no estén de acuerdo con ciertas prácticas del sistema. Poco a poco, a estos se les ha ido uniendo gente que está harta de una serie de políticas que están haciendo que su situación de paro o de marginación no tenga horizontes de resolución. Hasta aquí bien. Lo malo es cuando los antisistema profesionales se hacen con el cotarro. Con la consigna, al menos de momento, de no romper, de no agredir, de parecer pacíficos, en una palabra. Me refiero a personas que están en porque nunca han tenido la más mínima intención de trabajar (y no me refiero al que buscando activamente trabajo, todavía no ha podido encontrarlo), o que viven un tipo de vida de automarginación de la sociedad, como profesionales de la protesta por todo. Cuando estos se hacen con el mando… malo. Y me temo que esto está pasando o ya ha pasado. Veremos en qué acaba esa consigna de parecer pacíficos.

Hasta aquí, mi profundo rechazo. Pero dicho esto, hay, en el fondo de este movimiento, algo que comparto. Es la añoranza por una inexistente sociedad civil en España. El sistema democrático nace como soberanía del pueblo, administrado por un poder que no ejerce el pueblo sino unos funcionarios a su servicio (porque eso son, o deberían ser, los políticos). Pero la tentación es fuerte, para estos funcionarios, de olvidarse de su condición en su propio beneficio y usar el Estado como una fuerza opresora. Para evitar esto, a lo que Hobbes llamó el Estado Leviatán, Locke y Montesquieu, entre otros fueron desarrollando la idea de la separación de poderes: Ejecutivo, legislativo y judicial. Pues bien, en España, y mucho me temo que no sólo en España, esta separación de poderes ha desaparecido o, por lo menos, está a punto de hacerlo. El poder ejecutivo nace, en muchos casos, de pactos antinatura entre fuerzas políticas que no respetan el espíritu de la soberanía popular expresado en las elecciones. Con un sistema electoral que permite que partidos son representación únicamente regional puedan ser los áebitros de la política nacional y ponerla a su servicio. Y una vez logrado ese poder, se ejerce torciendo decisiones razonables, para con ello comprar en el congreso los votos de parlamentarios de otros partidos para que apoyen otras leyes que nada tienen que ver. El poder judicial, en sus más altos estamentos, es nombrado por el ejecutivo y sigue borreguilmente las indicaciones de este poder, como se ha podido ver en el caso de la legalización de Bildu por el Tribunal Constitucional. Se procura que el ciudadano deje de serlo para convertirse solamente en votante cuando le llamen a las urnas y del que se intenta conseguir que no dé la lata con sus peticiones en el interregno entre votaciones. Mientras, los políticos se van convirtiendo de servidores de la ciudadanía en una casta de privilegiados, por encima de la ley de los comunes mortales, sin más responsabilidad que ganar las elecciones para perpetuarse. Sólo se atiende a las formas de reivindicación ciudadana que puedan ser mediáticas e influir así en la decisión de voto o, peor aún, a las que puedan llegar a ser violentas. El caso de Democracia real ¡Ya! Responde a la primera categoría y puede acabar respondiendo también a la segunda. Pero si se trata de manifestaciones pacíficas o de recogidas de firmas o de peticiones de plataformas ciudadanas, la reacción del ejecutivo se debate entre el desprecio y la ignorancia.

Por eso creo que, si queremos preservar el espíritu de la democracia, es absolutamente necesario que se cree una sociedad civil sólida y articulada. Esa sociedad civil, para que sea válida, tiene que nacer de una ciudadanía concienciada de serlo y con suficiente armamento intelectual como para ser capaz de suponer una crítica inteligente. Pero lo que se percibe en España, más que en otros países, aunque en estos también, es una tendencia que, si no es secular está a punto de serlo, de abandono de la ciudadanía en manos de un “papá” Estado al que le damos nuestro conformismo a cambio de que él nos mantenga. Y cuando la ficción de esta capacidad de “papá” Estado para mantenernos queda patente, se patalea. Pero, mientras tanto, “papá” Estado es bueno y benéfico, se piensa, y debemos, por tanto, confiarle nuestro cocido y entregarle a cambio nuestro espíritu crítico. Para esta forma de pensar, el Estado (o sus sucedáneos como Comunidades Autónomas, Ayuntamientos, etc.) sabe administrar mejor que la iniciativa privada las finanzas, la salud y la educación. Ahí está el déficit de un “papá” Estado pródigo con los hijos que le convienen y arruinando al país, repartiendo dinero y prebendas entre los simpatizantes del gobierno de turno. O el de las Cajas de Ahorro, cuyo clientelismo político les hace estar en uno de los primeros puestos de la agenda de problemas que minan la credibilidad de España ante el mundo. Esta tendencia cuasi secular, desemboca en entregarle a los poderes públicos precisamente lo que estos más desean que se les entregue: La educación. Esta entrega tiene la culpa de que actualmente, en algunas comunidades autónomas se vea a España como una potencia extranjera y opresora de la que es necesario liberarse a cualquier precio. Y ahora, esta entrega se quiere usar, esta vez a nivel estatal, para adoctrinar al cuidadano, desde la niñez, con la mal llamada educación para la ciudadanía, que sólo pretende instaurar en la mente de los votantes el experimento social zapaterista en el que estamos inmersos.

En la medida en que este movimiento de Democracia Real ¡Ya! suponga una añoranza de una sociedad civil más fuerte, me parece bien, aunque, posiblemente, no esté de acuerdo con la mayoría de sus reivindicaciones. Pero eso es irrelevante, porque ellos tampoco están de acuerdo entre sí. Pero en la medida en que ese movimiento se cree con derecho a invadir las libertades de otros ciudadanos, me produce una enorme repulsa. Y me crea una enorme desazón ver como no se ha actuado preventivamente, por motivos electoralistas, antes de la ocupación, para evitarla y ahora el gobierno se complace en su impotencia. O mucho me equivoco o este movimiento tendrá coletazos violentos antes de disolverse.

Termino estas líneas con una digresión y un augurio. Muy a menudo, las ideologías se disfrazan, pero su lenguaje las delata. La expresión “Democracia real” ya se usaba en las épocas en las que la Unión Soviética apretaba su puño sobre media Europa y parte de América, Asia y África. La democracia real era, naturalmente, la democracia del paraíso comunista, mientras que las burguesas y decadentes democracias capitalistas eran llamadas democracias formales. ¿Se les ve la patita por debajo del disfraz? Vaya esto también para decir que no estoy en contra de la democracia, de la única que conozco, de la “formal”, sino que clamo por una sociedad civil que ponga al Estado leviatán el bozal que la ficción en que se ha convertido la separación de poderes ya no le puede poner.

Ahí va el augurio, a pesar de lo arriesgada que es la profesión de augur. Creo que en esto de la política, como en casi todo, la tecnología va a cambiar muchas cosas. Evidentemente, se seguirá votando en urnas con determinada periodicidad. Pero cada vez se podrá ignorar menos la voluntad de los ciudadanos, sin que para ello tengan que tomar la calle. Ya hay plataformas ciudadanas que usan las tecnologías de la información para hacer llegar su opinión, de forma sivilizada, a gobernantes, jueces, legisladores, etc. Tal vez hoy por hoy sean un instrumento marginal, pero no pasarán muchos años antes de que un gobernante que hace cualquier barbaridad reciba varios millones de opiniones en contra. Allá él si las ignora.

1 de junio de 2011

Frases 1-VI-2011

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

La búsqueda de la verdad y de la belleza son las dos cosas en las que podemos seguir siendo niños toda la vida.

Albert Einstein