Tomás Alfaro Drake
Ya sabéis por el nombre de mi
blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su
nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda
idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el
espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de
Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las
brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que
merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un
paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la
consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del
olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este
efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a
partir del 13 de Enero del 2010.
La
fuerza verdadera es la del hombre capaz de correr el riesgo de ser considerado
débil. la del hombre totalmente exento de autoridad en el sentido corriente del
término, el hombre cuya autoridad, esta vez auténtica, no es más que lo que
Shakespeare denomina the milk of human kindness (la leche de la delicadeza
humana), el hombre que tiene para todos, incluso para sí mismo, entrañas de
misericordia. Pero esto, más aún que todo lo demás de sí mismo, el hombre no lo
hubiera descubierto jamás por sí solo. Era necesaria la venida de Cristo, era
necesario lo que Cristo mismo inspiró a san Pablo: “Cuando me siento débil,
entonces soy fuerte”. El cristianismo ha creado el más indisoluble de todos los
vínculos entre la debilidad y la fuerza y, desde el cristianismo, una fuerza
que no tenga en sí misma, que no contenga en sí misma esta debilidad, no es
nada: es un gesto, no más; un gesto falto de contenido, exactamente igual que
la palabra que no tenga detrás de sí, consigo, en sí, al Verbo, no es nada más
que las words, words, words, de Hamlet, relevo del registro del
Eclesiastés: “Vanidad de vanidades y llenarse de viento”
Charles
du Bos
¿Por qué será que hoy esta frase me recuerda a Benedicto XVI?
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