Tomás Alfaro Drake
No tengo más conocimientos de derecho que los que se me han ido pegando
a lo largo de los años por experiencia y los que me dicta mi sentido común. Por
tanto, debo saber mucho menos que D. Gonzalo Moliner, Presidente del Tribunal
Supremo. Sin embargo, tras leer sus declaraciones sobre los escraches llevados
a cabo contra políticos del PP y sus familias para presionarles físicamente en
su actuación legislativa, me parece como si supiera más que él. Y no creo que
sea así. Más bien creo que su ideología le ciega. Hay mucha gente que sabe
mucho de muchas cosas y que hace las mayores barbaridades cuando actúa según su
ideología en vez de según su razón.
D. Gonzalo Moliner, Presidente del Tribunal Supremo, se ha descolgado
con unas declaraciones públicas, que nadie le ha pedido, en las que dice que
los escraches son un ejemplo del ejercicio de la libertad de manifestación, eso
sí, siempre que no sean violentos, afirmando, a renglón seguido que no lo son.
Lo primero que debería aclarar el señor Moliner es que entiende él por
violencia. Tal vez opine que para que una manifestación sea violenta, es
necesario que se produzca una agresión física con lesiones. Pero mi sentido
común me dice que el hecho de que se reúnan en tu portal varias decenas de
personas –que son las mismas a las que se ve rompiendo salvajemente mobiliario
en otras manifestaciones ilegales– para insultarte a ti y a tu familia, sí es
violencia. Y creo que si un día, esos mismos manifestantes se reuniesen en el
portal del señor Moliner para presionarle con insultos, sí pensaría que es un
ejercicio de violencia.
Por supuesto, creo en el derecho de manifestación. Creo que los
ciudadanos tienen derecho a reunirse para expresar su opinión en contra o a
favor de cualquier ley existente o que se vaya a hacer o ante cualquier medida
del gobierno. Tal vez eso pueda hacer que los legisladores o gobernantes
recapaciten al ver en los medios de comunicación la envergadura de la manifestación
y decidan rectificar o no sus actitudes. Pero este derecho, como todos, debe
estar regulado, porque el ejercicio de un derecho por parte de unos puede ir en
detrimento de los derechos de otros y, en consecuencia, debe regularse qué
derecho es más importante. Por tanto, antes de hacer una manifestación debe
pedirse autorización, decir dónde se va a hacer, que recorrido va a tener y
cuánto va a durar. Un matiz que puede parecer trivial, pero no lo es, es que el
derecho de manifestación puede –y generalmente lo hace– atentar contra el
derecho de utilización normal de la vía pública por el resto de los ciudadanos
para sus obligaciones cotidianas. Por eso creo que no deberían permitirse
grandes manifestaciones en la vía pública. Estas deberían hacerse en “manifestódromos”,
eso sí, con la máxima cobertura mediática. Menos aún creo que deba permitirse
la ocupación permanente de plazas o calles.
Pero al margen de los formalismos de convocatoria, los escraches son
una burla contra la democracia. Es utilizarla contra su propia esencia. Todo
muy gramsciano y muy instrumentalizado (los que hayan leído mis post anteriores
saben a qué me refiero). En todas las legislaciones existe una figura que se
llama “fraude de ley”. Consiste en utilizar la letra de la ley para vulnerar su
espíritu. Y un buen juez debe estar atento a evitar el fraude de ley. Pues
bien, aunque todos los requisitos formales para los escraches se cumpliesen,
estos serían un flagrante fraude de ley. Porque la intimidación por la fuerza y
la violencia –y diga lo que diga el señor Moliner, los escraches sí son
violentos– es y será siempre contraria al más elemental espíritu de la
democracia. Es decir, no cumplen ni con la letra de la ley ni con su espíritu.
Esta actitud “progre” a favor de los escraches contrasta con la que se
tiene con las personas, voluntarios de movimientos pro vida, que van a las
clínicas abortistas a hacer lo que llaman “rescates”. Varios voluntarios se
colocan enfrente de esas clínicas en una actitud absolutamente silenciosa y
pacífica. Toda su violencia consiste en poner en el suelo varios cirios. A
veces cantan canciones o baladas suaves.
Conozco que es así porque un hijo mío, que es violonchelista, va a menudo a
tocar el violonchelo en esas “agresivas” manifestaciones. No se cantan
canciones insultantes con un violonchelo. Uno no va a agredir a nadie con un
violonchelo. Cuando una mujer, sola o acompañada, va a entrar en la clínica,
uno de los voluntarios, sólo uno, se acerca a ella, armada con unos patucos, y
trata de decirle, simplemente, que hay alternativas. Únicamente si la mujer que
va a la clínica quiere, se le informa de cuáles son esas alternativas y de
cuáles los riesgos físicos psicológicos de abortar. Jamás insultan, jamás
violentan, no cortan el tráfico, no gritan consignas, pero a menudo son
insultadas por alguno de los acompañantes de la mujer que está pensando
abortar, o por algunas personas que trabajan en la clínica. Lo más suave que se
les llama es fascistas –insulto acuñado
por la izquierda para descalificar a todo aquél que no piense como ella en lo
que sea. Si el personal de la clínica llama a la policía, ésta
llega y les invita a irse, a pesar de su actitud totalmente pacífica. Muy a
menudo los policías expresa su malestar por tener que actuar así, pues conocen
la actitud de los voluntarios. Pero tienen que hacerlo así, pues así se les
ordena. Muy a menudo son denunciados por la clínica –muy rara vez por sus
pacientes– y sufren juicios de faltas en los que, en base a testimonios falsos,
se les condena a multas. Creo que hay una injusta asimetría entre la actitud
pacífica de estos voluntarios y sus condenas por un lado, y la actitud violenta
y agresiva de los escrachadores y su inmediata puesta en libertad cuando llegan
a los juzgados, aunque hayan sido denunciados, por otra.
Ignoro la actitud del señor Moliner ante estas situaciones. Pero sí sé
–porque él se ha encargado de hacerla pública de forma gratuita– la que tiene
frente a los escraches. Y sé que esta actitud pasará factura a la sociedad. De
momento, los escrachadores, crecidos, han decidido, en reunión restringida mantenida en un conocido centro okupa de Madrid,
no sólo seguir escrachando a los políticos, sino ampliar esta actividad a
jueces –para dejarles clarito cuál es su obligación– y banqueros. Según el
diario “El Mundo”, los que fueron a esa reunión, eran de una “‘comisión de
organización de los escraches’, un grupo que no estaría integrado en la
Plataforma de Afectados por la Hipoteca PAH. Entre los asistentes no estaba
ninguno de los representantes de esta plataforma, ninguna de las figuras
públicas conocidas. Algunos procedían de movimientos sociales vinculados al
15-M. Pero estas fuentes aclaran que en muchas ocasiones estos asistentes
militan en varios movimientos, que son ‘multimilitantes’” (“El Mundo” edición
papel, jueves 25 de Abril del 2013, pags. 4 y 5). Es decir, la más pura
estrategia gramsciana.
Yo confío en que otros jueces actúen con más sentido común y valor que
el de Torrelavega, que ha sobreseído la causa de escrache contra el Alcalde y
su familia. Que mantengan los cargos contra los autores de estas tropelías. Confío
en que los fiscales actúen de oficio contra estas agresiones de los
escrachadores. Confío también en que si algunas de ellas llegan hasta el
Tribunal Supremo, el resto de sus miembros muestren más sentido común y menos
carga ideológica que su Presidente, D. Gonzalo Moliner. Menos confío,
prácticamente nada, en que el Presidente del Tribunal Supremo reflexione sobre
sus palabras y rectifique. Si no es así, España se convertirá en un lugar de
experimentos gramscianos. Ya lo somos en bastante medida debido a la falsa
“progresía” que nos devora. No me imagino un movimiento radical inglés ocupando
Piccadilly Circus durante meses. Cosas veredes amigo Sancho. Pero todavía me
queda un rescoldo de confianza en el poder judicial. El tiempo lo dirá.