4 de enero de 2014

Optimismo empírico y riesgos catastróficos

En la carta abierta al Papa Francisco que publiqué en este blog el 22 de Diciembre, decía: “Si uno toma tranchas de tiempo de 50 en 50 años, por decir un intervalo, creo que el mundo va a mejor en casi todos los aspectos”. Pretendo ahora justificar esta creencia con una visión empírica del mundo.

Soy optimista respecto a la marcha del mundo. Pero no soy un optimista ideológico. Soy un optimista empírico. Mi optimismo parte de la observación de la realidad. Tampoco soy un optimista ciego. Veo grandes peligros en el futuro, tal vez mayores de los que haya habido nunca, potencialmente catastróficos. Pero, por otro lado, la humanidad tiene también más medios que nunca para combatir estos riesgos. En las siguientes líneas intentaré, por un lado, describir por qué mi observación de la realidad me lleva al optimismo, contra la corriente de pesimismo imperante y, por el otro, comentar los peligros catastróficos que veo que, en cambio parecen pasar desapercibidos para la inmensa mayoría.

Cuando miro el mundo, veo muchas cosas que no me gustan. ¿Qué es lo que no me gusta? Sin pretender ser exhaustivo ni seguir un orden de mayor a menor disgusto, diría que no me gusta la pobreza, no me gusta la desigualdad, no me gusta la discriminación de la mujer, no me gusta el racismo, no me gusta la falta de acceso a la educación o a la sanidad, no me gustan la guerra y la violencia, no me gusta el aborto, no me gusta la corrupción, no me gusta el trabajo esclavo y podría seguir con una larga lista de cosas que no me gustan, es más, que me duelen, y que existen en el mundo. Pero si comparo el presente con cualquier otra época de la historia, veo que, prácticamente en todos los aspectos, el mundo ha mejorado. Esto no me lleva al conformismo. Ser optimista no es ser conformista. Queda mucho por hacer para erradicar esas cosas que no me gustan. Pero no es lo mismo actuar desde el optimismo empírico y la mirada positiva que desde el pesimismo y la desesperanza. Desde la primera postura se trabaja mucho mejor y se aplican los medios adecuados porque el diagnóstico es el adecuado. Desde la segunda, se trabaja desde el hastío y es fácil usar medios erróneos, porque se parte de un diagnóstico erróneo.

El diagnóstico erróneo que lleva al pesimismo y a la desesperanza nace, a mi modo de ver, de la falta de perspectiva histórica, de la miopía histórica, si se me permite usar el término sin el más mínimo carácter peyorativo. Parte de dar más peso a lo que no gusta que a su evolución positiva en el tiempo. Parte de una visión estática que sólo mira el presente o el pasado inmediato. Para combatir esta falta de perspectiva, propongo el experimento mental de las tranchas de 50 años.

Consiste en mirar el mundo hacia el pasado en tranchas de 50 años. He elegido ese periodo de tiempo primero porque es fácil de calcular y, segundo, porque mi visión desde los 62 años que tengo, me permite establecer comparaciones personales sobre la primera trancha. Mi visión de la evolución del mundo en esa primera trancha que he vivido es radicalmente positiva. Que cada uno piense, en la medida que lo conoce, a qué época del pasado se trasladaría para instalarse. No para pasar un rato curioseando desde la barrera, no. Para quedarse y estar en la arena. Y quedarse sin pertenecer a una casta privilegiada de la época, sino para ser un individuo del montón, uno más. Creo que nadie en su sano juicio que haga el experimento con honestidad se trasladaría a ninguna época pasada. Y si algún insensato lo hiciese, creo que pediría a gritos que le trajeran de vuelta a la casa del presente de la que nunca debió salir. Este experimento es lo contrario de la comparación psicológica que normalmente se hace y que consiste en comparar las cosas que no nos gustan ahora con un pasado idealizado, con un futuro inexistente o con un presente utópico.

Tomemos las cosas que no me gustan:

A)    La pobreza y la desigualdad. De los estudios de la OCDE y del Banco mundial a los que se puede acceder en los links de más abajo se extrae que hacia el 2030, cerca de 5.000 millones de personas –casi dos tercios de la población global– podrían ser clase media. O que aunque 1.200 millones de personas todavía viven con menos de 1,25$ diarios en 2010, se ha producido un descenso de 100 millones desde el 2008 . O que el porcentaje de personas en extrema pobreza cae al 20,6% (2010), menos de la mitad que en 1990, que eran el 43,1%”


En los años 60 del siglo pasado, morían por causas relacionadas con la pobreza, unos veinte millones de niños al año. En el 2011 esta cifra era de poco más de ocho millones. Teniendo en cuenta que la población mundial casi se ha duplicado en este lapso de tiempo, el porcentaje de esas muertes sobre la población mundial se ha dividido por cinco en la última trancha de 50 años.


Por supuesto, me duelen esos 8 millones de niños que mueren por pobreza y los 1.200 millones de personas que en 2010 aún vivían con menos de 1,25$ al día (que hoy en 2013 pueden ser 150 millones menos) y que el porcentaje de extrema pobreza sea aún del 20,6%, pero debemos reconocer que la tendencia es positiva y que el hecho de que dentro de 17 años dos tercios de la población mundial sea clase media es una buena expectativa. Pero, parece que no es sólo a mí al que le duelen la pobreza y la desigualdad, porque nunca, en la historia de la humanidad ha habido más ONG’s, fundaciones, organizaciones sin ánimo de lucro, etc., destinadas a paliar esa lacra y sustentadas por donativos de millones de personas y nunca, tampoco, la gente ha destinado tanto dinero de su bolsillo para ello. Pero esto, a su vez, ha sido posible porque mucha gente puede ver la vida desde una cierta holgura económica, que hace 50 o 100 años no tenía.

B) La discriminación de la mujer. No creo que pueda caberle a nadie duda de que la situación de la mujer en el mundo desarrollado es ahora mucho mejor que hace cincuenta años. Ciertamente, hay aspectos de ese avance que no me gustan, pero el progreso es absolutamente evidente. Podría, no obstante, pensarse que ese avance se ha limitado únicamente a los países desarrollados, pero que no pasa lo mismo en el resto del mundo. Pero en el estudio del Banco Mundial antes citado se lee que puede ver que en 1990, el porcentaje de niñas escolarizadas en enseñanza primaria en los países en vías de desarrollo era sólo el 86% del de niños. En 2011, es el 97%”. Es decir, que en enseñanza primaria, se ha logrado prácticamente la paridad entre niños y niñas en los países en vías de desarrollo. Por supuesto que no basta que sea así sólo en la enseñanza primaria y que estoy seguro, aunque no tengo datos, de que no ocurre lo mismo en la enseñanza secundaria y en la universitaria, pero la tendencia está clara.

C)  El racismo. Tendríamos que estar ciegos para no ver el retroceso del racismo en el mundo blanco. La sangre de personas como Martin Luther King o la grandeza de otras como Nelson Mandela, han puesto en claro retroceso al racismo. Tengo en la retina imágenes de razias contra negros llevadas a cabo por el Ku Kux Klan y recuerdo cuando en los estados del sur de EEUU los negros no podían ir a las mismas escuelas que los blancos. En temas mucho más triviales, recuerdo una olimpiada en la que los atletas negros americanos formaban un movimiento, los Black Panters, y cómo, cuando subían al podio, alzaban su puño en el que llevaban un guante negro. También me acuerdo de cuando a Laurie Cunninham, el primer jugador negro del Real Madrid, le llamaban negro despectivamente desde las gradas. Ahora los ídolos populares de la NBA son negros en su mayoría y en el Madrid se aplaudía hace poco a Clarence Seedorf de piel azul oscura y se aplaude hoy a Marcelo, color café con leche. Otro mundo.

D) La falta de acceso a la educación y la sanidad. Ya hemos visto que las mujeres se van equiparando poco a poco a los hombres en educación en los países en vías de desarrollo. Pero, además, el número de personas que acceden en el mundo a la educación terciaria (universitaria), según el Instituto de Estadística de la UNESCO, creció de 70 millones en 1991 a 130 millones en 2004. Si bien esto supone sólo el 2% de la población mundial, el progreso es evidente. Si hablamos de acceso a la salud y tomamos como un botón de muestra los datos que da  la División de Población de acciones Naciones Unidas en su World population prospects de 2008 vemos que mientras que en los países desarrollados la mortandad infantil bajó de 60 a 2 niños muertos antes del año por cada 1000 entre 1950 y 2008, en el resto del mundo lo hizo desde 175 hasta 50. Por supuesto, esto no me deja satisfecho, pero hay que reconocer que el progreso es espectacular. Creo que el acceso a internet es un indicador de la evolución de la oportunidad de acceso a información, formación e innovación. Pues bien, EEUU, que es el país con mayor porcentaje de la población con acceso a internet, sólo está en 10º lugar, detrás de China, India, Indonesia, Irán, Rusia, Nigeria, Filipinas, Turquía y México en porcentaje de personas con nuevo acceso. Es decir, el gap se achica.

E)  La guerra y la violencia. Si afirmase que el siglo XX, con sus dos terribles guerras mundiales, amén de los cientos de guerras locales que la humanidad ha padecido en él, ha sido el siglo más pacífico de la historia, podría parecer un  loco. Y sin embargo, parece ser así. Datos arqueológicos disponibles indican que el 15% de los humanos prehistóricos de las sociedades de cazadores-recolectores murieron de muerte violenta. En el siglo XX hemos vivido tres generaciones que, en conjunto, superamos los 10.000 millones de personas. Si le aplicásemos ese 15% a este número de personas, deberían haber muerto de muerte violenta 1.500 millones de seres humanos para igualar el salvajismo de nuestros antepasados prehistóricos. En las sociedades preestatales esta tasa fue aún mayor. Sin embargo, a partir de la aparición de las primeras sociedades estatales, estos porcentajes bajaron drásticamente. La sociedad estatal más violenta parece haber sido la azteca mexicana, en la que los muertos de muerte violenta no superaban el 5%. En Europa, en los periodos más violentos del siglo XVII esta tasa rondó el 3%[1]. Si entre las dos guerras mundiales más todas las locales suponemos, a ojo y por exceso, 100 millones de muertes violentas[2], la tasa, sobre 10.000 millones de personas, sería del 1%.

Pero me voy a permitir dos comparaciones mías personales y empíricas, referidas a los últimos decenios y que pueden parecer triviales e insignificantes, pero que creo que no lo son. Recuerdo perfectamente cuando ser cajero o director de una oficina bancaria era una profesión de alto riesgo. A un amigo mío, que era lo segundo, en unos años le pusieron tres veces una pistola en la sien y las oficinas bancarias parecían bunkers en los que los cajeros vivían encerrados. Por otro lado, los estadios de fútbol eran jaulas en las que los espectadores se agolpaban detrás de unas altísimas vallas de contención. Cuando voy al fútbol ahora, me asombro al recordar a la turba intentando trepar por las vallas para asaltar al árbitro o a los jugadores contrarios.

F)   El aborto. El aborto me parece una de los peores genocidios. Y las leyes que hacen del aborto un supuesto derecho me parecen una aberración. Y es cierto que nuestra época es la única que ha visto unas leyes así. Y en esto no puedo decir que vayamos a mejor. Sin embargo siempre ha habido abortos y puede que en porcentajes mucho mayores que ahora, sin que esto sea, ni mucho menos un consuelo ante la muerte de tantos inocentes. Sin embargo, nunca ha habido tantos abortos de fetos en tan avanzada etapa de gestación o de embriones como ahora. Pero si eso es así, no es porque la conciencia ética sea ahora peor que antes, sino porque antes no se podían obtener embriones y los abortos tenían un alto grado de riesgo, tanto mayor cuanto más avanzada estaba la gestación. Quiero pensar que dentro de una o dos tranchas de 50 años hacia el futuro, la humanidad, sabiendo con la inteligencia y viendo con los ojos lo que hace cuando produce un aborto, se espantará del genocidio que estamos perpetrando. Espero con toda el alma que así sea.

G) La corrupción. Vivimos en España, y en el mundo en general, unos años en los que cada día nos abruman casos de terrible corrupción. Y nos llevamos las manos a la cabeza escandalizados. Y es verdad, es terrible. Pero lo que estamos viendo es la afloración, por una sociedad cada vez más transparente, de corrupciones que han existido siempre y, me atrevería a asegurar que en mayores proporciones. Así visto, esta proliferación de noticias, es una buena noticia. Porque el primer paso para que desaparezca la corrupción es que todos los casos salgan a la luz en vez mantenerse en la oscuridad. El “ojos que no ven, corazón que no siente”, es una mala receta contra la corrupción. Vemos, sentimos y nos duele, pero ese es el camino para su cura. En los países en los que no hay democracia ni transparencia ni libertad informativa, la corrupción alcanza cotas inmensamente mayores. Cierto que a menudo los periodistas caen en demagogia barata. Pero es un coste admisible, aunque, al menos yo, lo paguemos con un gesto torcido.

H) El trabajo esclavo. El trabajo esclavo ha sido norma durante toda la historia de la humanidad y sólo desde hace poco más de 150 años –tres tranchas de 50 años–  ha sido abolido en el mundo occidental. Por supuesto, sigue siendo una realidad en una gran parte del mundo. Pero no me cabe duda de que está en retroceso y de que en unas pocas tranchas más, con la retirada paulatina de la pobreza, el aumento de la educación y la disminución de la discriminación a la mujer –víctima a menudo de esclavitud sexual– irá retrocediendo hasta desaparecer. Algunas empresas occidentales –muchas menos de las que el imaginario popular quiere creer– utilizan mano de obra en condiciones cercanas a la esclavitud en determinados países en vías de desarrollo, pero la sociedad está desarrollando tal rechazo frente a esas prácticas que es muy dudoso que puedan durar mucho. En cualquier caso, la peor práctica de la peor empresa occidental en esos países es infinitamente mejor que la que realizan las empresas autóctonas. Desde luego que esto no es un consuelo, pero es la verdad. En cualquier caso, a medida que se produzca ese desarrollo de la clase media y ese retroceso de la pobreza extrema de las que he hablado antes, semejantes prácticas tenderán a la desaparición.

Hasta aquí mi optimismo empírico. Pero antes de cerrar la referencia  a este optimismo quiero decir que éste no me lleva a la tranquilidad de pensar que nos basta con dejar pasar el tiempo para ver cómo se van arreglando estas lacras. Nada de eso. Estas lacras son tan terribles que debemos hacer todo lo que esté en nuestras manos para pisar el acelerador de la historia y que su desaparición o paliación sean lo más rápidas posible. Pero, ¡ojo!, no vaya a ocurrir que por un mal diagnóstico apliquemos medidas que gripen el motor de la historia en vez de acelerarlo. Lo que ha hecho posible estos avances, su motor, ha sido, siempre, la economía de libre mercado, que es casi tan antigua como la humanidad y, desde hace 150 años, el capitalismo, que es la forma que toma la economía de libre mercado tras la revolución industrial. Ambos, dentro de la matriz de la cultura cristiana. Si se toman medidas contra estos motores o contra su matriz, el proceso se puede detener e incluso revertirse.

Paso ahora a describir, sin ánimo de ser exhaustivo, los peligros que acechan a este proceso. Son varios y de diversa índole. Unos atentan directamente contra esos motores de creación de riqueza y contra esa matriz de cristianismo. Otros nacen de dos efectos colaterales negativos del capitalismo-libre mercado.

Empiezo por los ataques a los motores y la matriz. Contra los tres se están levantando, desde hace varias tranchas, movimientos que intentan anularlos o condicionarlos. Con la excusa de hacer que el motor del capitalismo-libre mercado funcione mejor, se están haciendo cosas que pueden bajar su rendimiento. Y, a veces, hasta es necesario hacerlas. Una prudente y sensata política fiscal para la redistribución de la renta y la protección de los más débiles y vulnerables es deseable, conveniente y necesaria. Se trata de un sensato trade off entre eficiencia del sistema y anticipación de resultados de disminución de las diferencias. El mecanismo es suficientemente resistente como para soportar un sensato trade off entre esas dos cosas. Pero ocurre que a veces, la demagogia degenera en populismo y el populismo opta por llevar ese trade off a un claro desequilibrio y hace peor el remedio que la enfermedad. Peor aún, el populismo acaba por negar la bondad de la maquinaria y pretende sustituirla por engendros que sólo generan pobreza y miseria. A veces, esa corriente se produce, no por la demagogia, sino por una especie de buenismo desinformado y hasta manipulado que acaba en el mismo efecto. A veces –y esto me duele especialmente–, ese buenismo nace de las filas de cierto cristianismo desorientado. El marxismo, que ha sido derrotado en toda la línea en su vertiente real, sigue muy vivo creando confusión en muchas mentes de buena voluntad que afirman rechazarlo.

Por el lado de la matriz del cristianismo no hace falta que diga nada de cómo se la está atacando en los países en los que surgió. Esos países gozan, aún sin saberlo, de una cultura que está impregnada de los valores del cristianismo. Y, a pesar de los ataques a la religión que los hizo nacer, esos principios siguen siendo el alma de su civilización. Pero es un proceso peligroso, porque si se eliminan las columnas en las que se sustentan esos valores, el edificio acabará por derrumbarse. En otra cosa que escribí hace años mostraba cómo sólo en esta matriz pudieron nacer la ciencia, base de la tecnología, y el capitalismo. Pero el capitalismo sin esos valores puede ser como un afilado cuchillo de cocina manejado por un asesino. De hecho esos valores tienen un reto importante y difícil de conseguir, a saber: Conseguir que el capitalismo trasplantado a otras culturas no sea un capitalismo inhumano. Y eso sólo se consigue trasplantando también los valores cristianos a esas otras culturas. Pero si mantener sin cristianismo los valores cristianos en una civilización nacida de él, es algo muy difícil, trasplantarlos a otras culturas sin su base de cristianismo, se me antoja punto menos que imposible. Por eso es vital la evangelización, tanto hacia dentro de la civilización occidental como hacia fuera.

Entre los ataques a esa matriz no quiero dejar de citar uno de enorme incorrección política. Se trata de las consecuencias que han traído al mundo las distintas formas de contracepción. No voy a desarrollar este tema ahora porque su explicación es larga y prolija, pero intentaré poner mis argumentos en negro sobre blanco y publicarlos.

Por último, describiré los peligros que nacen de los dos efectos colaterales indeseados del capitalismo-libre mercado. El primero es el relajamiento de ilusiones, valores y criterios morales, que produce la opulencia creada en los países desarrollados por la extraordinaria eficiencia del sistema para crear riqueza. Efectivamente, los hombres de la civilización occidental, en medio de una sociedad rica, tendemos, por un lado, a creernos dueños absolutos de nuestros destinos y, por el otro, a pensar que no es necesario el esfuerzo y el sacrificio para mantener esa máquina funcionando. Y esto puede ser deletéreo. Una de las manifestaciones de ese relajamiento, relacionado con lo que he comentado en el párrafo anterior, es la disminución de la natalidad hasta el punto de hacer sociedades de crecimiento negativo. Las consecuencias de esto son múltiples y no es el propósito de estas líneas describirlos. Pero no es difícil ver que el envejecimiento de la población y la inversión de la pirámide de la población son peligros importantes. Alguien ha dado a este fenómeno el acertado nombre de “invierno demográfico”, en clara referencia al “invierno nuclear” que se produciría tras una hipotética guerra nuclear.

El segundo efecto colateral es el deterioro del medio ambiente. En efecto, la industrialización, más aún si, como es deseable, llega a extenderse a todos los países de la tierra, es fuente de muchas causas de deterioro irrecuperable del medio ambiente. Sería una tragedia terrible llegar a esquilmar este planeta hasta hacerlo inhabitable para las generaciones futuras. Sin embargo, también soy optimista a este respecto, aunque este optimismo no puede considerarse empírico sino, más bien, teológico. La humanidad se ha visto siempre inmersa en ese tipo de problemas. Cualquier solución dada a un problema es la causa de nuevos problemas, inexistentes anteriormente, y que, a su vez, hay que resolver. Lo expresa magníficamente Walt Whitman: “Está en la naturaleza de las cosas que de todo fruto del éxito, cualquiera que sea, surgirá algo para hacer necesaria una lucha mayor”. Esta es también la idea central de la filosofía de la historia desarrollada por Arnold J. Toynbee. Él llama incitación a todo reto que una civilización se plantea. El éxito o derrumbe de esa civilización estriba en saber encontrar una respuesta para esa incitación, pero, tan pronto como la encuentra, esa misma respuesta, inicia una nueva incitación a la que la civilización debe responder, y así indefinidamente. El fallo para dar una respuesta puede llevar –y la historia así lo atestigua– al colapso de una civilización. Digo que soy optimista teológico porque creo que Dios, Señor de la Historia y creador del hombre, ha dotado al ser humano de una inteligencia y de una conciencia capaces de hallar esas respuestas de una forma u otra. Algunas incitaciones son eterealizadas –en la terminología de Toynbee– mientras que otras son más materiales. A las primeras, entre las que está ese relajamiento moral del que he hablado, hay que dar una respuesta también eterealizada, ética y espiritual. A las materiales, como el problema medioambiental, una respuesta material. Y esa respuesta material se llama tecnología. Sin los avances tecnológicos, hace mucho que la agorera predicción de Malthus se hubiese hecho realidad. Pero, afortunadamente, la inteligencia del hombre, dada por Dios, es capaz de encontrar las respuestas adecuadas, eterealizadas o tecnológicas, a cualquier incitación. Al menos, en ello quiero confiar.




[1] Estos datos están sacados del libro “Los ángeles que llevamos dentro” de Steven Pinker, catedrático de psicología de la Universidad de Harvard. El libro dedica unas seiscientas de sus de más de mil páginas a abrumarnos con estadísticas que defienden la tesis expuesta más arriba. Aunque estoy en profundo desacuerdo con el autor en algunas de las causas de este descenso de la violencia, me parece que los datos que expone son incontrovertibles.
[2] Puede que en esta escalofriante cifra quepan también los genocidios causados por las dictaduras soviética, Nazi y China, pero eso es otra historia.

5 comentarios:

  1. Me has recordado de golpe a Max Weber, y por eso me ha incitado raudo a contestar.
    El precapitalismo era quizá la bandera del catolicismo, el trabajo doméstico, los oficios, los gremios, se entendía el trabajo para cubrir las necesidades de la vida y un poco más, sin la voracidad de acumular capital. Esto evolucionó hacia el capitalismo, idea mucho más protestante, perfeccionada por Calvino, que es cuando ya se decide trabajar para enriquecerse -con aplicación de nuevos métodos-; O sea, el enriquecerse, se convierte en profesión, y por ende, los demás, a la larga, están obligados a hacer lo mismo (acumular) dentro de sus posibilidades.
    Para mi, es importante por tanto, distinguir en este aspecto, catolicismo de protestantismo. Claro que el marxismo es aún peor, sostiene los mismos niveles de corrupción del capitalismo, y encima aliena al trabajador, persigue a la religión y anula cualquier clase de libertad.
    Echo en falta en las estadísticas que se citan de la evolución social de la religiosidad, porque desde que se sucumbió a las tentaciones del capitalismo, se ha ido dejando la religión.
    La "veneración" al trabajo por el mero hecho de ganar dinero, sentaron las bases del actual hombre moderno, cómodo y ateo en la práctica. Como mucho la mayoría católica silenciosa, se queda en el cumplimiento de la "norma" como los judíos que criticaba Jesús.
    Hemos perdido en lo importante.
    Abrazos
    Juan

    ResponderEliminar
  2. Hola Juan, soy Tomás:

    Tu visión utópica del sistema gremial me parece que tiene sólo una base romántica totalmente falsa. Ese sistema suponía una restricción de la libertad de emprender. Creaba cotos cerrados para privilegiados. Sigue latente en lo que se podría llamar hoy día el capitalismo de compinches, que es el que hay en los países populistas. Su perpetuación, por otra parte imposible por la dinámica de la historia, no hubiese traído más que hambre, miseria y, por supuesto, más corrupción. En cuanto al descenso de la religión, creo que debes releer la segunda parte de la entrada, la de los riesgos catastróficos. No obstante, el capitalismo no es la causa directa de esta retroceso de la religión. La causa es el bienestar. Pero no se puede desear que haya miseria para que haya religiosidad. Es una aberración. Si el bienestar conlleva un descenso de la religiosidad, es algo que debemos superar por arriba, no dando marcha atrás al bienestar. Sería como aplicar el principio de "muerto el perro, se acabó la rabia".

    Un abrazo, querido Juan.

    Tomás

    ResponderEliminar
  3. Querido Juan:

    No puedo dejar de enviarte q través de este comentario un párrafo de Henri Bergson en su obra “Las dos fuentes de la moral y de la religión”, cuando habla del misticismo cristiano:

    “El hombre debe ganar el pan con el sudor de su frente: [...]; su inteligencia, precisamente, está hecha para proporcionarle armas y útiles para esta lucha y este trabajo. ¿Cómo, en estas condiciones, la humanidad habría de volver hacia el cielo una atención esencialmente dirigida hacia la tierra? Si tal cosa es posible, sólo lo será en virtud del empleo simultáneo o sucesivo de dos métodos muy distintos. El primero consistirá en intensificar hasta tal punto el trabajo intelectual, en llevar la inteligencia tan lejos [...], que el simple instrumento dé paso a un inmenso sistema de maquinas capaz de liberar la actividad humana, siendo esta liberación, por otra parte, consolidada por una organización política y social que asegure al maquinismo su verdadero destino. Medio éste peligroso, porque la mecánica, al desarrollarse, podrá volverse contra la mística: incluso es de este modo, como aparente reacción contra ésta, como la mecánica se desarrollará más completamente. Pero existen riesgos que hay que correr: una actividad de orden superior, que tiene necesidad de una actividad más baja, deberá suscitarla o, en todo caso, dejarla actuar, dispuesta a defenderse si es preciso; la experiencia muestra que, si de dos tendencias contrarias pero complementarias, una ha crecido hasta el punto de pretender ocupar todo el espacio, la otra se encontrara bien situada por poco que haya sabido conservarse: al llegar su turno, se beneficiará de todo lo que se ha hecho sin ella, de lo que incluso no ha sido llevado vigorosamente más que contra ella [...]”.


    Un abrazo.

    Tomás

    ResponderEliminar
  4. Tomas:
    Por supuesto mi admiración hacia Bergson, uno siempre está aprendiendo de los que tienen algo que enseñar.
    Me resulta muy interesante a propósito lo que dice Weber, en "La ética protestante y el espíritu del capitalismo", creo que hay muchas cosas en su sociología que deberíamos tener en cuenta.
    Por contra, estaba hoy precisamente echando un vistazo en google book, al libro de Contreras "Liberalismo, Catolicismo y ley Natural" que coincide más con tu tesis, por lo que he podido leer por encima.
    No niego que sea lo menos malo, (el capitalismo) pero que ya no me satisface.
    Aunque tarde, me he dado cuenta que se ha ido "arrinconando" la Palabra, por el tener, por el dinero y eso ha operado en mi una "metanoia" que estoy digiriendo personalmente con cierto regocijo, pero apesadumbrado por no haberme dado cuenta antes y haber caído, por no querer salir precisamente de la zona de confort, en las redes de este sistema perverso, que tanto defendía, del cual ahora es complicado salir.
    Abrazos
    Juan

    ResponderEliminar
  5. Hola!
    genial entrada.
    Quería recomendarte un libro, que al ser escrito por gente de mi área (la informática), es poco conocido, pero que toca temas que mencionas, y que se mencionaron en los comentarios anteriores.

    El libro, 'The Hacker Ethic: A radical approach to the philosophy of business' (encontre esta versión en PDF, en español: http://eprints.rclis.org/12851/1/pekka.pdf ) de Pekka Himanen, con prologo de Linus Torvalds.

    Toca temas como la cuestion de la etica protestante del trabajo que se vive actualmente en la sociedad, y la tendencia a una etica diferente abanderada por los llamados Hackers (que no son, ni mucho menos, los criminales esos que irrumpen en sistemas informaticos o causan que las paginas web de sitios con los que polemizan se caigan, un hacker es otra cosa, y el libro mismo lo explica en su prefacio).

    Echale una mirada! me encantaría comentar contigo tus impresiones de esto... tienes mi correo? Alguna vez me enviaste algo, quizá lo tengas aún...

    ResponderEliminar