Efectivamente, dentro de exactamente nueve meses será
Navidad. Por eso hoy es el día de la Encarnación de Jesús. Un día de inmensa
importancia aunque a menudo pase desapercibido. Pretendo que hoy no pase eso y,
para ello, os copio un texto de Jean Paul Sartre –sí, Jean paul Sartre– sobre
la encarnación, sacado de su auto de navidad Barioná, escrito en 1940 en el
campo de prisioneros nazi en el que estuvo internado como soldado francés que
era. Dice así:
“Mis buenos señores, he aquí
el prólogo. Soy ciego por accidente, pero antes de perder la vista he mirado
más de mil veces las imágenes que vais a contemplar y las conozco de memoria
porque mi padre era pregonero de imágenes como yo y me ha dejado éstas en
herencia. Ésta que veis detrás de mí y que señalo con el bastón, sé que
representa a María de Nazaret. Un ángel acaba de anunciarle que tendrá un hijo
y que ese hijo será Jesús, Nuestro Señor.
El ángel es inmenso, con dos
alas como dos arcos iris. Ustedes pueden verlo, yo no, pero lo veo aún en mi
cabeza. Ha penetrado como una inundación en la humilde casa de María llenándola
con su cuerpo fluido y sagrado y con su gran vestido flotante. Si miráis
atentamente el cuadro, os daréis cuenta que se pueden ver los muebles de la
habitación a través del cuerpo del ángel. Se ha querido remarcar así su transparencia
angélica. Está delante de María, que apenas le mira. María reflexiona. El ángel
no tiene necesidad de hacer oír su voz, similar a la del huracán. No ha
hablado; ella le presentía ya en su carne. En este momento el ángel está
delante de María y María es innombrable y misteriosa como un bosque por la
noche y la buena noticia se ha adentrado en ella como un viajero se pierde en
los bosques. Y María está llena de pájaros y de largos murmullos de hojas. Y
mil pensamientos sin palabras se despiertan en ella, pesados pensamientos de
madres que sienten dolor. Y mirad, el ángel parece no poder penetrar en esos
pensamientos demasiado humanos: siente ser ángel, porque los ángeles no pueden
nacer ni sufrir. Y esta mañana de Encarnación, ante de los ojos sorprendidos de
un ángel, es la fiesta de los hombres porque es el momento en el que el hombre
va a ser sacralizado. Mirad bien la imagen, mis buenos señores, y suene la
música; el prólogo ha terminado; la historia va a comenzar nueve meses más
tarde, el 24 de Diciembre, el las altas montañas de Judea”.
¿No es maravilloso?
Y quiero enlazar está magnífica “fiesta
de los hombres” con la que fuimos “sacralizados” con la
manifestación pro vida de ayer.
En esa misma obra de Barioná, se
pueden leer pasajes que desembocan en un canto a la vida. Ahí van:
1º El juramento de Barioná
Barioná
Entonces, mis compañeros, no
debemos resignarnos a la caída, porque la resignación es indigna del hombre.
Por eso os digo: tenemos que acostumbrar con resolución nuestras almas a la
desesperanza. Cuando descendí del monte Sarón mi corazón estaba cerrado como un
puño sobre mi dolor, lo apretaba fuerte y duramente, como un ciego aprieta su
bastón con su mano. Mis compañeros, cerrad vuestros corazones sobre vuestra
pena, apretad fuerte, apretad duro porque la dignidad del hombre está en su
desesperanza. Esta es mi decisión: no nos rebelaremos –a un viejo perro tiñoso
se le manda a su perrera de una patada. Pagaremos el impuesto para que nuestras
mujeres no sufran. Pero el pueblo va a amortajarse con sus propias manos. No
haremos más niños. ¡He dicho!
1º Anciano
¿Qué? ¿No más niños?
Barioná
No más niños. No tendremos más
relaciones con nuestras mujeres. No queremos perpetuar la vida ni prolongar los
sufrimientos de nuestra raza. No engendraremos más, consumiremos nuestra vida
en la meditación del mal, de la injusticia y del sufrimiento. Dentro de un
cuarto de siglo, los últimos de nosotros estarán muertos. Tal vez yo parta el
último. En ese caso, cuando sienta llegar mi hora, me revestiré con mi vestido
de fiesta y me tumbaré en la plaza mayor con la cara mirando al cielo. Los
cuervos limpiaran mi carroña y el viento dispersará mis huesos. Entonces el
pueblo retornará a la tierra. El viento golpeará las puertas de las casas
vacías, nuestras murallas de tierra se derretirán como la nieve de primavera en
las laderas de las montañas, no quedará nada de nosotros sobre la tierra ni en
la memoria de los hombres.
El coro de ancianos
¿Es posible que pasemos el
resto de nuestros días sin ver la sonrisa de un niño, con el oscuro silencio
espesándose a nuestro alrededor? ¿Para quién, ¡ay!, trabajaríamos? ¿Podremos
vivir sin niños?
Barioná
¿Os lamentáis? ¿Osaríais,
entonces, crear vidas jóvenes con vuestra sangre podrida? ¿Queréis refrescar
con hombres nuevos la interminable agonía del mundo? ¿Qué destino deseáis para
vuestros futuros hijos? ¿Qué se queden aquí, como buitres en una jaula,
solitarios y desplumados? ¿O bien que bajen allí, a las ciudades, para
convertirse en esclavos de los romanos, trabajar por salarios de hambre para
acabar por morir en la cruz? Obedeceréis. Y deseo que nuestro ejemplo sea
anunciado por toda Judea y que sea el origen de una nueva religión, la religión
de la nada, y que los romanos sean los dueños de nuestras ciudades desiertas y
que nuestra sangre caiga sobre sus cabezas. Repetid conmigo el juramento que
voy a hacer: Ante el Dios de la Venganza y de la Cólera, delante de Jehová,
juro no engendrar nunca más. Y si falto a mi juramento, que mi hijo nazca
ciego, que sufra la lepra, que sea un objeto de desprecio para los demás y de
vergüenza y dolor para mí. Repetid, judíos, repetid:
El coro de ancianos
Ante el Dios de la Venganza y
de la Cólera...
Sara (la mujer de Barioná)
¡Parad!
Barioná
¿Qué quieres, Sara?
Sara
¡Parad!
Barioná
¿Qué pasa? ¡Habla!
Sara
Yo... venía a anunciarte...,
¡oh, Barioná!, me acabas de maldecir: has maldecido mi vientre y el fruto de mi
vientre.
Barioná
¿No querrás decir que...?
Sara
Sí. Estoy embarazada, Barioná.
Venía a hacértelo saber, estoy embarazada de ti.
Barioná
¡Ay!
El coro de ancianos
¡Ay!
Sara
Has entrado en mí y me has
fecundado y yo me he abierto a ti y hemos rezado juntos a Jehová para que nos
diese un hijo. Y hoy, que te lo traigo dentro de mí y que nuestra unión ha sido
por fin bendecida, me rechazas y ofreces nuestro hijo a la muerte. Barioná, me
has mentido. Me has poseído y me has hecho sangrar y he sufrido sobre tu cama y
he aceptado todo porque creía que tú querías un hijo. Pero ahora veo que me
mentías y que buscabas simplemente tu placer. Y todas las alegrías que mi
cuerpo te ha dado, todas las caricias que te he dado y he recibido, todos
nuestros besos, todos nuestros abrazos, yo, a mi vez, los maldigo.
Barioná
¡Sara! No es verdad, no te he
mentido. Quería un hijo. Pero hoy he perdido toda esperanza y toda fe. Es por
este niño que tanto he deseado y que llevas dentro de ti por lo que no quiero
que nazca. Es por él. Ve al hechicero, te dará unas hierbas y quedarás estéril.
Sara
Barioná, te lo suplico
Barioná
Sara, soy señor del pueblo y
dueño de la vida y la muerte. He decidido que mi familia se extinguirá conmigo.
Ve. Y no tengas añoranza; tu hijo hubiese sufrido, te hubiese maldecido.
Sara
Aunque tuviese la seguridad de
que me traicionaría, que moriría en la cruz como los ladrones y me maldijera,
incluso así, le traería al mundo.
Barioná
Pero, ¿por qué?, ¿por qué?
Sara
No lo sé. Acepto por él todos
los sufrimientos que va a padecer aunque sé que yo los sentiré también en mi
propia carne. No hay una espina en su camino que pueda clavarse en su pie sin
clavarse también en mi corazón. Sangraré a borbotones por sus dolores.
Barioná
¿Y crees que los aligerarás
con tu llanto? Nadie podrá padecer por él sus sufrimientos: para sufrir y para
morir se está siempre solo. Incluso si estás al pie de su cruz, estaría solo
para sufrir su agonía. Es por tu alegría por lo que le quieres dar a luz, no
por la suya. No le amas suficiente.
Sara
Le amo ya, tal y como pueda
ser. A ti, te elegí entre todos, vine a ti porque eras el más hermoso y el más
fuerte. Pero al que espero, no le he elegido y, sin embargo, le espero. Le amo
por adelantado, incluso si fuese feo, incluso si fuese ciego, incluso si tu
maldición debe cubrirle de lepra, amo por adelantado a este niño sin nombre y
sin cara, a mi niño.
Barioná
Si le amas, ten compasión de
él. Déjale dormir el sueño tranquilo de los no nacidos. ¿Quieres darle como
patria una Judea esclavizada? ¿Por morada esta roca helada y ventosa? ¿Por
cobijo este tejado desvencijado? ¿Por compañeros estos viejos amargados? ¿Y por
familia nuestra familia deshonrada?
Sara
Quiero darle también el sol y
el aire fresco y las sombras violetas de las montañas y la risa de las niñas.
Te lo ruego, deja nacer un niño, deja al mundo, una vez más, una oportunidad.
Barioná
¡Cállate! Es una trampa.
Siempre creemos que hay una oportunidad más. Cada vez que se trae a un niño al
mundo creemos que le damos una oportunidad, y no es verdad. Los naipes están
marcados de antemano. La miseria, la desesperanza, la muerte, le esperan en
cada esquina.
Sara
Barioná, estoy ante ti como
una esclava ante su Señor y te debo obediencia. Sin embargo, sé que te
equivocas y que haces mal. No conozco el arte de la oratoria y no encontraría
ni las palabras ni las razones que pudieran confundirte. Pero tengo miedo
delante de ti: ahí estás, rebosante de orgullo y de mala voluntad como un ángel
rebelde, como el Ángel de la desesperación, pero mi corazón no está contigo.
............................................................................................
Barioná
Lo sé. Sin embargo, mira
quienes son tus aliados y agacha la cabeza. Mujer, este niño que tú quieres
hacer nacer es como una nueva edición del mundo. A través de él, las nubes y el
agua y el sol y las casas y el dolor de los hombres existirán una vez más. Vas
a recrear el mundo, va a formarse como una costra espesa y negra alrededor de
una pequeña consciencia escandalizada que vivirá ahí, prisionera en el centro
de la costra, como una larva. ¿Comprendes qué enorme incongruencia, qué
monstruosa falta de sensibilidad, traer nuevos seres a este mundo fallido?
Hacer un niño es aprobar la creación en el fondo del corazón, es decirle al
Dios que nos tortura: “Señor, todo está bien y te doy gracias por haber creado
el universo”. ¿Verdaderamente quieres cantar ese himno? ¿Puedes asumir decir:
si este mundo pudiera volver a hacerse, lo reharía exactamente como es? Déjalo,
mi dulce Sara, déjalo. La existencia es una lepra vergonzosa que nos roe a
todos, y nuestros padres han sido los culpables. Mantén tus manos puras, Sara,
y que puedas decir el día de tu muerte: no dejo a nadie detrás de mí para
perpetuar el sufrimiento humano. Vamos, vosotros, jurad:
Ante el Dios de la Venganza y
de la Cólera, juro no engendrar.
Coro de ancianos
Ante el Dios de la Venganza y
de la Cólera, juro no engendrar.
Barioná
Y si faltase a mi juramento,
que mi hijo nazca ciego, que sufra la lepra.
El coro d ancianos
Y si faltase a mi juramento,
que mi hijo nazca ciego, que sufra la lepra.
Barioná
Que sea objeto de desprecio
para los demás y para mí, de vergüenza y de dolor.
Coro de ancianos
Que sea objeto de desprecio
para los demás y para mí, de vergüenza y de dolor.
Barioná
¡Ya está! Estamos
comprometidos. Id, y sed fieles a vuestro juramento.
Sara
¿Y si, sin embargo, fuese
voluntad de Dios que engendrásemos?
Barioná
Entonces, que haga un signo a
su servidor. Pero que se dé prisa, que me envíe sus ángeles antes del alba.
Porque mi corazón está cansado de la espera y no se desprende uno fácilmente de
la desesperanza una vez que se ha probado.
2º Sara decide ir a Belén a ver al niño Jesús
Sara
Barioná, voy a seguirles.
Barioná
¡Sara! (Un silencio). Mi
pueblo está muerto, mi familia deshonrada, mis hombres me abandonan. Creía que
no podía sufrir más y me equivocaba. Sara, es de ti de donde me ha venido el
más duro golpe. Entonces, ¿no me amas?
Sara
Te amo, Barioná. Pero
compréndeme. Allí hay una mujer feliz y plena, una madre que ha dado a luz por
todas las madres y es como un permiso lo que ella me ha dado: El permiso para
traer a mi hijo al mundo. Quiero verla, verla, a esta madre feliz y sagrada.
Ella ha salvado a mi hijo. Nacerá, ahora lo sé. ¿Dónde?, poco importa. Al borde
de un camino o en un establo, como el suyo. Y sé también que Dios está conmigo.
(Tímidamente). Ven con nosotros, Barioná.
Barioná
No, haz lo que quieras.
Sara
Entonces, ¡adiós!
3º Conversión de Barioná
Baltasar
Tengo también un mensaje para
ti.
Barioná
¿Para mí?
Baltasar
Para ti. Ha venido a decirte:
deja nacer a tu hijo. Sufrirá, es verdad. Pero eso no te incumbe. No te
compadezcas de sus sufrimientos, no tienes derecho. Sólo él tendrá que tratar
con ellos y hará de ellos exactamente lo que quiera, porque es libre. Lo mismo
si es cojo, si tiene que ir a la guerra y pierde sus piernas o sus brazos,
incluso si la mujer que ama le traiciona siete veces, es libre, libre de
regocijarse eternamente de su existencia. Me decías hace un momento que Dios
nada puede contra la libertad del hombre, y es verdad. ¿Entonces? Una nueva
libertad va a lanzarse hacia el Cielo como un pilar etéreo ¿y tú tendrás la
osadía de impedirlo? El Cristo ha nacido para todos los niños del mundo,
Barioná, y cada vez que un niño va a nacer, el Cristo nacerá en él y por él,
eternamente, para ser golpeado con él por todos los dolores y para escapar en
él y por él, eternamente, de todos los dolores. Viene a decir a los ciegos, a
los parados, a los mutilados, a los prisioneros de guerra: no debéis absteneros
de hacer niños. Porque incluso para los ciegos, para los parados, para los
prisioneros de guerra y para los mutilados, existe la alegría.
Barioná
¿Es todo lo que tenías que
decirme?
Baltasar
Sí.
Barioná
Entonces, está bien. Entra en
ese establo y déjame solo, porque quiero meditar y hablar conmigo mismo.
Baltasar
¡Hasta la vista Barioná, primer discípulo del Cristo...!
Barioná
Déjame. No digas nada más. Ve.
Barioná
Libre... ¡Ah!, corazón
crispado en tu rechazo, deberías aflojar tus dedos y abrirte, deberías
aceptar... Debería entrar en ese establo y arrodillarme. Sería la primera vez
en mi vida que lo hiciese. Entrar, quedarme aparte de los demás, que me han
traicionado, de rodillas en un rincón sombrío... entonces el viento helado de
medianoche y el empíreo infinito de esta noche sagrada me pertenecerían. Sería
libre. Libre. Libre contra Dios y para Dios, contra mí mismo y para mí mismo...
(Da algunos pasos hacia la puerta del establo; coro en el establo). ¡Ah! ¡Qué
duro resulta...!
4º Oración de Sara ante el peligro de muerte del niño
Jesús y la matanza de los inocentes.
Sara
¡Mi niño, Dios mío, mi niño!
Tú, al que amaba ya como si fuese tu madre y al que adoraba como tu sierva. Tú,
al que hubiera querido dar a luz en el dolor, ¡oh, Dios!, que te has hecho mi
hijo, ¡oh hijo de todas las mujeres! Eras mío, mío, me pertenecías todavía más
que esta flor de carne que se desarrolla en mi carne. Eras mi niño y el destino
de este hijo que duerme en el fondo de mí, y he aquí que se han puesto en
marcha para matarte. Porque son siempre los machos los que desgarran al amparo
de su apetencia y los que hacen sufrir a nuestros pequeños. ¡Oh Dios Padre,
Señor que me ves!, María está en el establo, todavía feliz y llena de
bendiciones, pero no puede pedirte que salves a su hijo porque todavía no
sospecha nada. Y las madres de Belén también están felices y en sus casas, bien
calientes, sonríen a sus hijos pequeños ignorantes del peligro que avanza hacia
ellas. Pero a mí, a mí que estoy sola en el camino y que no tengo todavía a mi
hijo, mírame, ya que me has escogido en este instante para padecer la agonía de
todas las madres. ¡Oh, Señor!, me desgarro de sufrimiento y estoy destrozada
como una copa rota. Mi angustia es enorme, tan inmensa como el Océano. Señor,
yo soy todas las madres y te digo: ¡tómame, tortúrame, reviéntame los ojos,
arráncame las uñas, pero sálvale! Salva al Rey de Judea, salva a tu hijo y
salva también a nuestros pequeños.
¡¡¡¡¡¡Ufffffff!!!!!!!
Los cristianos sabemos, desde
mucho antes de que la ciencia lo confirmara, que la vida humana empieza desde
la concepción. Y lo sabemos porque cuando María, unos pocos días después de la
Encarnación de Jesús en ella fue a visitar a su prima Isabel, embarazada de San
Juan, Isabel le dice:
“Bendita tú entre las mujeres
y bendito el fruto de tu vientre. Pero, ¿cómo es posible que la madre de mi
señor venga a visitarme? Porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar
saltos de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú, que has creído, porque lo que ha
dicho el Señor, se cumplirá”.
Añado también un pasaje de mi
libro “El Señor del azar” sobre la encarnación.
“Así pues, llegado
el momento adecuado de la historia, fue concebida una niña en un pequeño rincón
del mundo y le fue asignada una de las dos almas libres de pecado original. La
niña creció, se hizo mujer, y llegó el momento de plantearle la gran cuestión.
¿Querría participar en el Plan de Dios y concebir milagrosamente al Salvador
anunciado por el Antiguo Testamento? Desde luego, María, como buena judía que
era, debía conocer de memoria, por imperativos de su propia religión, todos los
libros de la Ley judía, que son, salvo algunas excepciones, que los que forman
lo que llamamos el Antiguo Testamento. Por lo tanto, cuando le fue planteada la
cuestión, ella sabía lo que se le estaba proponiendo. El Evangelio de san Lucas
nos dice que fue el Arcángel Gabriel el que se la planteó. Veinte siglos de
repetición de la historia, de arte y de sensiblería, nos ocultan la crudeza del
tema. Imagínese el lector a una pobre jovencita aldeana, que ha decidido llevar
una vida sencilla dedicada a la contemplación y a la oración, desposada, pero
todavía no casada, con un hombre con el que había llegado al acuerdo de no
tener ninguna relación sexual. En un instante, una aparición que no debía tener
nada de tranquilizadora le pregunta, de un solo golpe, si quiere ser madre del
Rey Mesías, del Hijo del Hombre, del Siervo Sufriente y del mismo Dios. Todos
los profetas del Antiguo Testamento, Moisés, Jeremías o Jonás, por poner
algunos ejemplos, aceptan su elección como una pesada carga de la que en
repetidas ocasiones se lamentan amargamente. Y debían ser hombres curtidos. Qué
losa debió caer sobre esa pobre muchacha. Y sin embargo, a ella solo se le
ocurre una pregunta. "¿Cómo ha de ser eso si no conozco varón?"
A lo que se le responde que no es necesario, que su desposado, y cualquier otro
hombre, será ajeno a todo. Supongo que por mucha que fuese la ingenuidad de esa
pobre chica, no se le ocultarían los enormes problemas que podría tener. Aunque
la lapidación de las adúlteras era una ley que había caído en desuso hacía
tiempo, el panorama no debía ser nada tranquilizador. Y sin embargo, sin
preguntar más, con una sencillez que causa más asombro cuanto más se
reflexiona, ella no responde nada más ni nada menos que: "He aquí la
esclava del Señor; hágase en mí segun tu palabra". Compárese esta
sencilla respuesta con la opinión que le merece a Jeremías la responsabilidad
de haber sido elegido por Yavé como su heraldo. "Maldito el día en que
nací; el día en que mi madre me parió no sea bendito. Maldito el hombre que
alegre anunció a mi padre: << Te ha nacido un hijo varón>>,
llenándole de gozo. Sea ese hombre como las ciudades que Yavé destruyó sin
compasión, donde por la mañana se oyen gritos, y al mediodía alaridos. ¿Por qué
no me mató en el seno materno, y hubiera sido mi madre mi sepulcro, y yo preñez
eterna de sus entrañas? ¿Por qué salí del seno materno para no ver sino trabajo
y dolor y acabar mis días en la afrenta?" Jeremías(20, 14-18).
¿Pudo haberse
negado María? A mí no me cabe la menor duda. Dios necesita de nuestra libertad
para nuestra salvación. Imagino a todos los seres conscientes de la Creación,
que conocían el Plan de Dios y deseaban la restauración de Humanidad, con la
respiración contenida, esperando la respuesta. Imagino a la propia Humanidad,
si fuese consciente de su suerte, esperando, como un reo sometido a juicio, la
lectura de su veredicto de condena a muerte o de amnistía. Puedo oír el suspiro
de alivio y hasta el sollozo de alegría, después de la tensión contenida, de
todos los seres creados. "Hagase en mí según tu palabra". Luz
verde, vía libre, adelante. Una pequeña mujer ha abierto el camino de la
Salvación. "¡Bendita tú entre las mujeres!" le dirá inspirada
por Dios su prima Isabel. "Una espada atravesará tu alma para que se
descubran los pensamientos de muchos corazones" le dirá, también
inspirado por Dios, el anciano Simeón anticipando la visión del Siervo
Sufriente. Por su parte, Jesús sancionó todas estas alabanzas cuando en medio
de la muchedumbre, alguien gritó: "Dichoso el vientre que te llevó y
los pechos que te amamantaron", a lo que Él respondió: "Más
bien dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan", frase
que, lejos de disminuir el mérito de María, lo traslada de una razón biológica
a otra espiritual”.
Termino este envío, tal vez
demasiado largo con tres links. Los dos primeros nos envían a sendas secuencias
de la Anunciación y la Visitación de la película Jesús de Nazaret de
Zeffirelli.
El tercero es al final de la
marcha de ayer por la vida. Como cada año, mi hijo Pedro tocó al final de la
misma. Esta vez fueron dos composiciones. La primera un Ave María compuesto por
él y por Carlos Criado. La segunda, una improvisación para animar a la gente.
El link ya está situado en ese momento. Empieza con el minuto de silencio
anterior a la música,
¡¡¡¡¡¡¡¡Viva la vida!!!!!!!!!
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