En esta huelga hay dos vertientes. La primera es la igualdad
entre los hombres y las mujeres. La segunda es la de la violencia contra las
mujeres.
Por supuesto, como cualquier persona normal, creo que se
debe aspirar a la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Y estoy
convencido de que esa igualdad no existe. Aunque en muchas empresas, sobre todo
grandes empresas cotizadas, si no existe la igualdad total de oportunidades sí
hay algo que se le parece muchísimo, no me cabe duda de que en otras empresas
sí que existe una desigualdad de oportunidades. Y contra eso hay que luchar. Lo
que me pregunto es si la mejor manera de luchar contra eso son las
manifestaciones callejeras claramente manipuladas por el neomarxismo. Porque no
hay la más mínima duda de que la realidad ha derrotado al marxismo y matado su
caballo de batalla, la lucha de clases. Pero el neomarxismo busca caballos de
batalla sustitutivos de esa lucha de clases. Y uno de esos sustitutivos es la
instrumentalización del enfrentamiento entre hombres y mujeres. Y ese es el
leitmotiv de la mano que mece la cuna de esta huelga: Crear un enfrentamiento
basado en el odio. Mal sistema para lograr la deseable igualdad de
oportunidades. Conozco mujeres, y he oído las voces de otras a las que no
conozco, que luchan por esa igualdad a base de esfuerzo para avanzar en su vida
profesional y, desde las posiciones que consigan, a la altura que sea y en los
campos que sea, se convierten en ejemplo para otras mujeres y tratan, y
consiguen en gran medida, remover los obstáculos injustos que pueda haber en su
camino. Mi aplauso y admiración por esas mujeres.
Por otro lado, y ahora, voy a decir algo que es
absolutamente incorrecto políticamente, hay muchas mujeres que realizan, desde
la libertad, una opción que es diferente de la del acceso a la cúspide
profesional. Por supuesto, siguen trabajando y teniendo una vida profesional,
pero sus objetivos principales son otros, como su familia. Ciertamente que los
hombres deben ser partícipes también de esos objetivos familiares, faltaría
más. Es más, puede haber hombres, y de hecho los hay, que den prioridad a su
opción familiar. Pero decir que esa mayor preferencia de la mujer hacia la
familia es una imposición heteropatriarcal, es usar un lenguaje torticero que
desvela lo que realmente hay detrás, y una ceguera ideológica sobre la
naturaleza humana. Así pues, dejemos a quien quiera, hombres o mujeres, que expresen
libremente, a través de sus acciones, el peso que quieran dar a esas dos
facetas, vida profesional y vida familiar. Y respetemos cualquier opción. Por
supuesto, intentemos facilitar al máximo la conciliación entre ambas, tanto
para hombres como para mujeres. Pero la realidad es tozuda y la conciliación
absoluta es imposible.
La otra vertiente es la de la llamada violencia doméstica o
de género. Indudablemente que existe esa violencia y que hay que hacer todo lo
posible para erradicarla. Pero lo que no se puede hacer es cegarse
ideológicamente ante la realidad. En primer lugar, esa violencia, aunque sea
predominante la de los hombres sobre las mujeres, existe en los dos sentidos.
La ceguera ideológica neomarxista pretende que sólo existe en una dirección. En
segundo lugar, para intentar minimizarla, lo que no se puede hacer es eliminar
la seguridad jurídica y la presunción de inocencia del 50% de la población. Lo
que se pretende es que todo hombre sea culpable mientras no se demuestre lo
contrario. Y eso es una barbaridad que traerá consecuencias. Por supuesto, creo
que, en general, la violencia ejercida de los más fuertes sobre los más débiles
tiene una mayor gravedad que la ejercida en sentido contrario. Por eso creo
que, respetando escrupulosamente la seguridad jurídica y la presunción de
inocencia, la violencia del hombre hacia la mujer, si sólo se ejerce mediante
la fuerza natural, sin armas, debe ser un agravante. Porque con el uso de
armas, la debilidad de la mujer desaparece. Pero eso ya lo dicen las leyes
españolas desde el siglo XIX. Lo llamaban, genéricamente, desprecio de sexo y
siempre se ha considerado un agravante.
Para terminar, me pregunto si España es un país donde la
desigualdad sea especialmente grave o donde la violencia del hombre sobre la
mujer cobre tintes más dramáticos que en otros países. Y me respondo que no.
¿Por qué no se utilizan todas esas energías para denunciar y actuar contra la
violencia sobre la mujer en otras culturas, como la islámica, en las que esa
violencia y esa negación de derechos es flagrante? No tengo respuesta para
esto. Al revés, veo que desde la progresía que manipula estas manifestaciones
feministas, se mira sin verla la violencia y negación de derechos en esas
culturas.
No creo que manifestaciones como la de hoy, claramente
ideologizadas, aporten nada al noble objetivo de avanzar en la igualdad de
oportunidades de las mujeres y de la erradicación de la violencia doméstica en
cualquiera de sus manifestaciones. Las femen vociferantes que se desnudan en
público, no aportan absolutamente nada a esta causa. Al revés, la envenenan y
la perjudican.
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