8 de marzo de 2019

La manifestación/huelga de hoy


En esta huelga hay dos vertientes. La primera es la igualdad entre los hombres y las mujeres. La segunda es la de la violencia contra las mujeres.

Por supuesto, como cualquier persona normal, creo que se debe aspirar a la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Y estoy convencido de que esa igualdad no existe. Aunque en muchas empresas, sobre todo grandes empresas cotizadas, si no existe la igualdad total de oportunidades sí hay algo que se le parece muchísimo, no me cabe duda de que en otras empresas sí que existe una desigualdad de oportunidades. Y contra eso hay que luchar. Lo que me pregunto es si la mejor manera de luchar contra eso son las manifestaciones callejeras claramente manipuladas por el neomarxismo. Porque no hay la más mínima duda de que la realidad ha derrotado al marxismo y matado su caballo de batalla, la lucha de clases. Pero el neomarxismo busca caballos de batalla sustitutivos de esa lucha de clases. Y uno de esos sustitutivos es la instrumentalización del enfrentamiento entre hombres y mujeres. Y ese es el leitmotiv de la mano que mece la cuna de esta huelga: Crear un enfrentamiento basado en el odio. Mal sistema para lograr la deseable igualdad de oportunidades. Conozco mujeres, y he oído las voces de otras a las que no conozco, que luchan por esa igualdad a base de esfuerzo para avanzar en su vida profesional y, desde las posiciones que consigan, a la altura que sea y en los campos que sea, se convierten en ejemplo para otras mujeres y tratan, y consiguen en gran medida, remover los obstáculos injustos que pueda haber en su camino. Mi aplauso y admiración por esas mujeres.

Por otro lado, y ahora, voy a decir algo que es absolutamente incorrecto políticamente, hay muchas mujeres que realizan, desde la libertad, una opción que es diferente de la del acceso a la cúspide profesional. Por supuesto, siguen trabajando y teniendo una vida profesional, pero sus objetivos principales son otros, como su familia. Ciertamente que los hombres deben ser partícipes también de esos objetivos familiares, faltaría más. Es más, puede haber hombres, y de hecho los hay, que den prioridad a su opción familiar. Pero decir que esa mayor preferencia de la mujer hacia la familia es una imposición heteropatriarcal, es usar un lenguaje torticero que desvela lo que realmente hay detrás, y una ceguera ideológica sobre la naturaleza humana. Así pues, dejemos a quien quiera, hombres o mujeres, que expresen libremente, a través de sus acciones, el peso que quieran dar a esas dos facetas, vida profesional y vida familiar. Y respetemos cualquier opción. Por supuesto, intentemos facilitar al máximo la conciliación entre ambas, tanto para hombres como para mujeres. Pero la realidad es tozuda y la conciliación absoluta es imposible.

La otra vertiente es la de la llamada violencia doméstica o de género. Indudablemente que existe esa violencia y que hay que hacer todo lo posible para erradicarla. Pero lo que no se puede hacer es cegarse ideológicamente ante la realidad. En primer lugar, esa violencia, aunque sea predominante la de los hombres sobre las mujeres, existe en los dos sentidos. La ceguera ideológica neomarxista pretende que sólo existe en una dirección. En segundo lugar, para intentar minimizarla, lo que no se puede hacer es eliminar la seguridad jurídica y la presunción de inocencia del 50% de la población. Lo que se pretende es que todo hombre sea culpable mientras no se demuestre lo contrario. Y eso es una barbaridad que traerá consecuencias. Por supuesto, creo que, en general, la violencia ejercida de los más fuertes sobre los más débiles tiene una mayor gravedad que la ejercida en sentido contrario. Por eso creo que, respetando escrupulosamente la seguridad jurídica y la presunción de inocencia, la violencia del hombre hacia la mujer, si sólo se ejerce mediante la fuerza natural, sin armas, debe ser un agravante. Porque con el uso de armas, la debilidad de la mujer desaparece. Pero eso ya lo dicen las leyes españolas desde el siglo XIX. Lo llamaban, genéricamente, desprecio de sexo y siempre se ha considerado un agravante.

Para terminar, me pregunto si España es un país donde la desigualdad sea especialmente grave o donde la violencia del hombre sobre la mujer cobre tintes más dramáticos que en otros países. Y me respondo que no. ¿Por qué no se utilizan todas esas energías para denunciar y actuar contra la violencia sobre la mujer en otras culturas, como la islámica, en las que esa violencia y esa negación de derechos es flagrante? No tengo respuesta para esto. Al revés, veo que desde la progresía que manipula estas manifestaciones feministas, se mira sin verla la violencia y negación de derechos en esas culturas.

No creo que manifestaciones como la de hoy, claramente ideologizadas, aporten nada al noble objetivo de avanzar en la igualdad de oportunidades de las mujeres y de la erradicación de la violencia doméstica en cualquiera de sus manifestaciones. Las femen vociferantes que se desnudan en público, no aportan absolutamente nada a esta causa. Al revés, la envenenan y la perjudican.

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