8 de diciembre de 2020

La inmaculada concepción de María y la anunciación/encarnación

En el año 1998 publiqué mi primer libro, “El Señor del azar”, desgraciadamente ya agotado en editorial (pero al que esté interesado le mandaré una copia en Word). Respondió a un reto que me hizo cinco años antes un amigo mío diciéndome que no entendía cómo podía tener fe y, al mismo tiempo, tener una visión del mundo acorde con la ciencia actual. Le dije que no sólo una cosa no me impedía la otra sino que me parecía una doble visión enriquecedora, como podría ser oír una sinfonía de Beethoven en stereo (si le hubiese contestado hoy me hubiese referido a la visión esteereoscópica que nos permite ver una película en 3D) y que se lo iba a explicar escribiendo algo al respecto. Esperaba que ese “algo” me llevase unas semanas, pero me fui adentrando en muchas cosas y esas semanas se transformaron en cinco años. Es uno de los trabajos de los que me siento más orgulloso en la vida.

Dado que hoy los católicos celebramos la Inmaculada Concepción de María, envío lo que escribí en ese libro al respecto. El texto no habla de la Inmaculada Concepción más que en su primer párrafo, pero esa Inmaculada Concepción fue el disparo de salida de la Anunciación/Encarnación, del nacimiento de Jesús y de la historia de la salvación. No me resisto a enviarla hoy, en el día que celebramos el arranque de todo. 

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Así pues, llegado el momento adecuado de la historia, fue concebida una niña en un pequeño rincón del mundo y le fue asignada una de las dos almas libres de pecado original. La niña creció, se hizo mujer, y llegó el momento de plantearle la gran cuestión. ¿Querría participar en el Plan de Dios y concebir milagrosamente al Salvador anunciado por el Antiguo Testamento? Desde luego, María, como buena judía que era, debía conocer de memoria, por imperativos de su propia religión, todos los libros de la Ley judía, que son, salvo algunas excepciones, que los que forman lo que llamamos el Antiguo Testamento. Por lo tanto, cuando le fue planteada la cuestión, ella sabía lo que se le estaba proponiendo. El Evangelio de san Lucas nos dice que fue el Arcángel Gabriel el que se la planteó. Veinte siglos de repetición de la historia, de arte y de sensiblería, nos ocultan la crudeza del tema. Imagínese el lector a una pobre jovencita aldeana, que ha decidido llevar una vida sencilla dedicada a la contemplación y a la oración, desposada, pero todavía no casada, con un hombre con el que había llegado al acuerdo de no tener ninguna relación sexual. En un instante, una aparición que no debía tener nada de tranquilizadora le pregunta, de un solo golpe, si quiere ser madre del Rey Mesías, del Hijo del Hombre, del Siervo Sufriente y del mismo Dios. Todos los profetas del Antiguo Testamento, Moisés, Jeremías o Jonás, por poner algunos ejemplos, aceptan su elección como una pesada carga de la que en repetidas ocasiones se lamentan amargamente. Y debían ser hombres curtidos. Qué losa debió caer sobre esa pobre muchacha. Y sin embargo, a ella solo se le ocurre una pregunta. "¿Cómo ha de ser eso si no conozco varón?" A lo que se le responde que no es necesario, que su desposado, y cualquier otro hombre, será ajeno a todo. Supongo que por mucha que fuese la ingenuidad de esa pobre chica, no se le ocultarían los enormes problemas que podría tener. Aunque la lapidación de las adúlteras era una ley que había caído en desuso hacía tiempo, el panorama no debía ser nada tranquilizador. Y sin embargo, sin preguntar más, con una sencillez que causa más asombro cuanto más se reflexiona, ella no responde nada más ni nada menos que: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra". Compárese esta sencilla respuesta con la opinión que le merece a Jeremías la responsabilidad de haber sido elegido por Yavé como su heraldo. "Maldito el día en que nací; el día en que mi madre me parió no sea bendito. Maldito el hombre que alegre anunció a mi padre: << Te ha nacido un hijo varón>>, llenandole de gozo. Sea ese hombre como las ciudades que Yavé destruyó sin compasión, donde por la mañana se oyen gritos, y al mediodía alaridos. ¿Por qué no me mató en el seno materno, y hubiera sido mi madre mi sepulcro, y yo preñez eterna de sus entrañas? ¿Por qué salí del seno materno para no ver sino trabajo y dolor y acabar mis días en la afrenta?" Jeremías(20, 14-18).

¿Pudo haberse negado María? A mí no me cabe la menor duda. Dios necesita de nuestra libertad para nuestra salvación. Imagino a todos los seres conscientes de la Creación, que conocían el Plan de Dios y deseaban la restauración de Humanidad, con la respiración contenida, esperando la respuesta. Imagino a la propia Humanidad, si fuese consciente de su suerte, esperando, como un reo sometido a juicio, la lectura de su veredicto de condena a muerte o de amnistía. Puedo oír el suspiro de alivio y hasta el sollozo de alegría, después de la tensión contenida, de todos los seres creados. "Hagase en mí según tu palabra". Luz verde, vía libre, adelante. Una pequeña mujer ha abierto el camino de la Salvación. "¡Bendita tú entre las mujeres!" le dirá inspirada por Dios su prima Isabel. "Una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones" le dirá, también inspirado por Dios, el anciano Simeón anticipando la visión del Siervo Sufriente. Por su parte, Jesús sancionó todas estas alabanzas cuando en medio de la muchedumbre, alguien gritó: "Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron", a lo que Él respondió: "Más bien dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan", frase que, lejos de disminuir el mérito de María, lo traslada de una razón biológica a otra espiritual. 

La concepción virginal de Jesús en María requiere, creo yo, un comentario. Si yo tuviese la difícil responsabilidad de ser Dios, la carga genética del organismo humano al que debía unirme, no sería algo en lo que no interviniese. Toda la carga génetica de Jesús estaba pensada por Dios en el mismo momento en que, antes del Big-Bang, el Hijo diseñó el Plan de Recuperación de Humanidad, por si ésta fallaba en la prueba de la libertad. Vimos en la primera parte que la carga genética de cada uno de nosotros es fruto del azar actuando de dos maneras. Primero, a traves de mutaciones que, muy de cuando en cuando, alteran los genes y, en segundo lugar, por el proceso de recombinación genética que tiene lugar cada vez que se forma una célula sexual o gameto. Me parece razonable pensar que ambos caminos fueron utilizados por Dios a lo largo de toda la historia del universo, para que en el seno de María se produjese, de forma natural, el óvulo que llevaba la mitad de los genes adecuados para el anunciado Salvador. Producir uno o mil millones de celulas idénticas entre si, llamadas espermatozoides, que aportasen la otra mitad de los genes necesarios para formar la célula embrionaria a partir de la que se desarrollase el cuerpo de Jesús, no es un problema cuando se puede vulnerar libremente la ley de la entropía. Que la formación de estos espermatozoides se produjera directamente dentro de la matriz de María, es algo que, llegados a este punto, no causa más estupor que lo dicho anteriormente, ya que toda la materia prima, bases de ADN, ARN, aminoácidos y todas las demás substancias orgánicas necesarias, ya se encontraban allí, en el cuerpo de María. Sólo hacía falta que se recombinasen adecuadamente. Y para bien de la humanidad así lo hizo el Señor del Azar.

Por otro lado, siempre según el Evangelio de San Lucas, el Arcángel Gabriel anuncia directamente a María algo que, como hemos visto anteriormente, estaba ya anunciado en el Antiguo Testamento: Que el así engendrado será el Hijo de Dios. Así pues, en Jesús coexisten, unidas de una manera que yo desde luego no alcanzo a saber, una naturaleza divina y una naturaleza humana. Y la segunda, la humana, es la de un hombre completo. Con un cuerpo de hombre genéticamente diseñado desde antes del Big-Bang y un alma, igualmente humana, que es un trozo de Humanidad de los dos que no habían sido envenenados por el aliento de Satán ni dispersados por la explosión de entropía moral. Y este hombre-Dios, Jesucristo, irrumpe en la historia para darle el empujón definitivo que llevará a la humanidad a su reconstrucción. El Hijo hizo honor a su compromiso. Si Humanidad no superaba la prueba de la libertad, Él mismo vendría a rescatar con su Amor a sus criaturas. Y con ellas, mejor dicho, a través de ellas, con el telón levantado, a todo el universo que el Padre le había confiado. A lo largo y ancho de toda su vida entre nosotros, Jesús se esfuerza, mediante palabras y actos, en decirnos que Él es el Salvador anunciado por el Antiguo Testamento, según el Plan trazado desde antes de la creación del mundo.

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