El
evangelio de ayer, jueves 17 de Diciembre, era la genealogía de Cristo del
Evangelio de san Mateo (1-1, 17). Dice:
David engendró de la mujer de Urías, a Salomón, Salomón a Roboam, Roboam a
Abiá, Abiá a Asaf, Asaf a Josafat, Josafat a Jorán, Jorán a Ozías, Ozías a
Joatán, Joatán a Acaz, Acaz a Ezequías, Ezequías a Manasés, Manasés a Amón,
Amón a Josías, Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, durante el
destierro en Babilonia.
Después del destierro en Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel a
Zorobabel,
Zorobabel a Abiud, Abiud a Eliaquín, Eliaquín a Azor, Azor a Sadoc, Sadoc a
Aquín, Aquín a Eliud, Eliud a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob, y Jacob
engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo”.
Es el típico evangelio que, cuando lo oímos en Misa, nos invita a desconectar ante la avalancha de nombres que, para la gente en general, son desconocidos y no tienen ningún significado. Nada más lejos de la realidad. Este evangelio está lleno de un profundo significado que intentaré desentrañar en las siguientes líneas.
En primer lugar, diré que hay otra genealogía de Jesús, la que nos cuenta san Lucas en su Evangelio. Ambas genealogías son distintas, porque la de san Mateo es la de José, mientras que la de san Lucas es la de María. Es muy significativa esta diferencia. Mateo pretende demostrar que Jesús, a través de su padre putativo, José, es el descendiente directo, por vía de primogenitura, del rey David. Efectivamente, aparecen en esa genealogía todos los reyes de Judá hasta la caída de la dinastía davídica y, después, continua hasta José. Es decir, si esa dinastía no se hubiese interrumpido, Jesús sería legalmente el rey legítimo de Judá. Los judíos eran muy celosos de su genealogía que se registraba meticulosamente para poder sacarla a relucir cuando se quisiese. Era algo así como lo que hoy es el registro de la propiedad, en el que todo el mundo puede ver por qué manos ha pasado la propiedad de una casa. Por eso José tuvo que ir a empadronarse a Belén, el pueblo de su antepasado David. Por eso Herodes se alarmó tanto ante la visita de los Sabios Magos. Ese rey al que venían a visitar no era un pelagatos cualquiera, no. Era el legítimo rey de Judá. Por eso ese empeño en matarle a costa de la mayor crueldad imaginable: la matanza de los inocentes. La genealogía de María que cuenta san Lucas es también importante, ya que, además de ser la genealogía de sangre, nos dice que María también descendía, aunque no por línea directa, del rey David. Es decir, en Jesús coincidían el origen de sangre de David y sus derechos reales.
Pero esto no es más que la punta del iceberg. En la genealogía legal de san Mateo aparecen cuatro mujeres, aparte de María. Y no son cuatro mujeres puestas al azar. Son cuatro mujeres con un enorme significado en la Biblia. Son Tamar, Rajab, Rut y Betsabé. Hagamos un breve repaso de las cuatro y de su significado.
Tamar, la primera mujer que aparece en la genealogía, era la nuera de Judá, uno de los doce hijos de Jacob, de cuya línea los profetas habían anunciado que nacería el Mesías. En el libro del Génesis, Jacob, en su lecho de muerte, bendice a sus hijos, y de Judá dice:
“A ti, Judá, te alabarán tus hermanos, someterás a tus enemigos, los hijos de tu padre se inclinarán ante ti. […] No se apartará de Judá el cetro, ni el bastón de mando de entre sus muslos hasta que venga aquél a quien pertenece y a quien los pueblos obedecerán. Él ata a la vid su pollino y las crías de su asna a la cepa. Él lava en vino su vestido, en sangre de uvas su manto. […]”
No es difícil ver en este breve párrafo alusiones a la redención por la sangre, a la Eucaristía y reminiscencias de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén el Domingo de ramos, “montado en un pollino, hijo de asna”, anunciado también por el profeta Zacarías:
“Alégrate sobremanera, hija de Sión; da gritos de júbilo, hija de Jerusalén: he aquí que tu Rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna”.
Mesías es la palabra hebrea para Ungido en español o Christo en griego. Era a los reyes de Judá a los que, desde el rey David, se ungía para coronarlos. Costumbre que, por cierto, sigue ocurriendo en la actualidad en la monarquía británica. Tamar se casó con el hijo mayor de Judá, Er. Pero éste, al poco tiempo de la boda, murió. La ley del levirato, establecida por Moisés, prescribía que, para que un hombre no quedase sin descendencia si moría sin hijos, su hermano debía casarse con la viuda y engendrar en ella un hijo que sería legalmente del hermano muerto. Por tanto, Judá hizo que su segundo hijo, Onán, se casara con Tamar. Pero Onán no quería dar descendencia a su hermano, así que, al acostarse con Tamar, practicaba el coitus interruptus cada vez que tenía contacto con ella. Ese comportamiento para con su hermano desagradó a Dios y Onán murió. A Judá le quedaba otro hijo, Selá. Pero, temeroso de que también Selá muriese si lo casaba con Tamar, no quiso arreglar este tercer matrimonio y mandó a Tamar a casa de su padre. Esto, aparte de hacer que su hijo mayor no tuviese descendencia legal, era un oprobio para Tamar. De forma que ésta, ni corta ni perezosa, se disfrazó de prostituta, se puso en el camino por el que sabía que iba a pasar su suegro, le sedujo y se acostó con él, velada, teniendo buen cuidado de estar en sus días fértiles. Judá le prometió a Tamar que le pagaría con un cabrito de su rebaño. Pero Tamar le dijo que le dejase en prenda su bastón y el ceñidor de su túnica, dos cosas muy importantes para la dignidad de un hombre. Así lo hizo Judá y cuando, al día siguiente fue a buscar a la prostituta al sitio en el que habían quedado para darle el cabrito, Tamar no apareció. Para Judá esto era una tragedia. Había una meretriz por ahí jactándose de tener su bastón y su ceñidor. ¡Qué horror! Buscó desesperadamente a la prostituta sin éxito. Pasado un tiempo, los conocidos de Judá le fueron a decir que su nuera Tamar había sido adúltera y estaba embarazada. Judá, ni corto ni perezoso, dijo que la lapidaran. Pero entonces Tamar se presentó ante su suegro con el bastón, el ceñidor y la tripa. Entonces Judá reconoció que Tamar era inocente y él culpable. No se sabe si al final Tamar se casó con Selá o no, pero sí que de ese incesto nació Farés o Perés, que está en la línea genealógica de Jesús.
La segunda mujer que aparece en la genealogía de Jesús es Rajab. Rajab era una prostituta de Jericó, ésta auténtica, no disfrazada. Cuando los israelitas salieron de Egipto, tras los cuarenta años de éxodo, planearon, bajo el mando de Josué, cruzar el Jordán y conquistar la inexpugnable ciudad de Jericó. Yavé les había dicho que el Jordán se pararía para que pudiesen pasar por su cauce seco y que las murallas de Jericó se derrumbarían al son de las trompetas de Israel. Pero para preparar el golpe, los israelitas mandaron a unos espías para reconocer el terreno. Uno de ellos se llamaba Salmón. Fueron descubiertos y, cuando estaban a punto de ser capturados, Rajab les acogió en su casa, les ocultó y, en un momento dado, les descolgó con una soga desde su ventana, que daba a las murallas de la ciudad. No sin antes hacerles jurar que cuando conquistasen la ciudad, de lo que estaba segura puesto que creía firmemente que su poderoso Dios estaba con ellos, respetarían su vida y la de su familia. Así se lo juraron los espías indicando a Rajab qué señal tendría que poner para que no la matasen a ella y a su familia. Y, efectivamente, cuando la ciudad cayó en poder de los israelitas, éstos respetaron la vida de Rajab y su familia. Más aún, uno de los espías, Salmón, se casó con ella, y ella y su descendencia está en los orígenes de Jesús.
La tercera mujer que aparece en la genealogía de Jesús es Rut. La historia de Rut es una de las más enternecedoras de la Biblia, pero antes de señalarla debo decir que Rut era una moabita. El pueblo de Moab asqueaba a los israelitas. La razón se remonta a mucho tiempo atrás, a la época en la que Lot, el sobrino de Abraham, huyó de Sodoma antes de que Yavé destruyera esa ciudad. Lot escapó de Sodoma con su mujer y sus dos hijas. Su mujer, añorando la depravación que dejaba atrás, en la huida, volvió la vista atrás y quedó convertida en estatua de sal. Pero sus hijas, al verse en el monte sin sus novios, que habían muerto en Sodoma, emborracharon a su padre y se acostaron con él. Cada una de ellas tuvo un hijo, que llevaron por nombre Moab y Amón. De esos hijos salieron dos pueblos, los moabitas y los amonitas, que eran repugnantes para los israelitas.
Pues bien, siglos más tarde, durante una hambruna que hubo en Israel, un israelita de Belén, llamado Elimélec, con su mujer Noemí y sus dos hijos, Kilión y Majlón, no tuvo más remedio que emigrar a Moab. Allí, sus hijos crecieron y se casaron con dos moabitas llamadas Orfá y Rut. Murieron Elimélec y sus dos hijos y Noemí, viuda, sola y extranjera en Moab, que respondía a Israel con un sentimiento recíproco, supo que no tenía más remedio que volver a Israel. Les dijo a sus dos nueras que se quedasen en su tierra y que rehiciesen ahí su vida. Todos sabían que tenía pocas probabilidades de no morir de hambre. Orfá, efectivamente, se quedó en Moab, como le decía su suegra. Entonces tuvo lugar entre las otras dos mujeres, Noemí y Rut, este breve y emotivo diálogo.
- Mira –le dijo Noemí a Rut–,
tu cuñada se vuelve a su pueblo y a su dios. Ve tú también con ella.
-
Ese hombre eres tú –le dijo valerosamente el profeta Natán, pues David, en su furia,
podría hacerle matar.
e hizo penitencia y el Señor le perdonó. La Biblia no dice nada del grado de conocimiento y responsabilidad que le cupo a Betsabé en todo este terriblemente cruel y sucio asunto, pero caben pocas dudas de que, si no los detalles, sí que sabía los aspectos generales del tema. Pues bien, de esta mujer nació el rey Salomón y ella está en la genealogía de Jesús.
No es casualidad que san Mateo nos hable de estas cuatro mujeres. Tamar fue una mujer pecaminosamente astuta. Rajab era una prostituta. Betsabé era una interesada sanguinaria que con tal de obtener poder no dudó en hacerse la vista gorda ante el asesinato de su marido. Y Rut, que era una mujer maravillosa, era moabita, lacra terrible para un judío debido al incesto de Lot con sus hijas. Sin duda alguna, san Mateo nos cuenta esto para indicarnos que Jesús toma sobre sí todo pecado y toda bajeza humanos. Es un hombre de carne y hueso, que tiene detrás una genealogía de pecado que asume y santifica si nos unimos a él. Porque si esa es la historia de las cuatro mujeres, ¿qué no se podría decir de la historia que la Biblia nos cuenta sobre los reyes de Judá descendientes de David? Entre ellos hubo asesinos, traidores, cobardes, idólatras que sacrificaban a sus hijos quemándolos en la Gehena[1] en honor del dios Moloch, etc., etc., etc. En la lista de reyes de Judá se puede descubrir casi cualquier bajeza humana.
Y todas esas bajezas, sin excepción, están asumidas por Jesús y redimidas. No puedo por menos, para acabar estas páginas, citar el cuarto poema del Siervo de Yavé del profeta Isaías, escalofriante retrato del juicio y la muerte de Jesús, escrito ochocientos años antes. Dice:
“Mi siervo va a prosperar, crecerá y llegará muy alto. Lo mismo que muchos se horrorizaban al verlo, porque estaba tan desfigurado que no parecía hombre ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos. Los reyes se quedarán sin palabras al ver algo que no les habían contado y comprender algo que no habían oído.
¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Sobre quién se ha manifestado el brazo de Yavé?
Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, pero sin ningún atractivo para que le deseemos.
Despreciado, rechazado por los hombres, abrumado de dolores y familiarizado con el sufrimiento; como alguien a quien no se quiere mirar, lo despreciamos y tuvimos en nada.
Sin embargo, el llevaba nuestros dolores, soportaba nuestros sufrimientos.
Aunque nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado, eran nuestras rebeliones las que lo traspasaban y nuestras culpas las que lo trituraban. Sufrió el castigo para nuestro bien y en sus llagas hemos sido curados.
Andábamos todos errantes, como ovejas sin pastor, cada cual por su camino, y el Señor cargó sobre él todas nuestras culpas.
Cuando era maltratado, se sometía y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.
Sin defensa ni justicia se lo llevaron y nadie se preocupó de su suerte. Lo arrancaron de la tierra de los vivos, lo hirieron por los pecados de mi pueblo; lo enterraron con los malhechores, lo sepultaron con los malvados. Aunque no cometió crimen alguno, ni hubo engaño en su boca, el Señor lo quebrantó con sufrimientos.
Por haberse entregado en lugar de los pecadores, tendrá decendencia, prolongará sus días, y por medio de él tendrán éxito los planes del Señor.
Después de una vida de aflicción comprenderá que no ha sufrido en vano. Mi siervo traerá a muchos la salvación cargando con sus culpas. Por haberse entregado a la muerte y haber compartido la suerte de los pecadores, le daré un puesto de honor, un lugar entre los elegidos. Pues él cargó con los pecados de muchos e intercedió por los pecadores”. Isaías 52, 13-15, 53.
Espero que la próxima vez que se lea este evangelio en Misa, no os deje indiferentes a los que hayáis leído esta historia.
[1] La Gehena es un valle que se
encuentra al sudoeste de Jerusalén en la que los reyes de Judá, según cuenta la
Biblia, sacrificaban a sus hijos. Por eso ese valle se convirtió en maldito y
Jesús habla de él como del infierno. En tiempos de Jesús era el basurero de
Jerusalén, en donde se quemaba la basura de la ciudad. Era un lugar hediondo. Allí,
los romanos, quemaban también los cadáveres de los crucificados. Allí hubiese
acabado, quemado entre las basuras, el cuerpo de Jesús si José de Arimatea, a
riesgo de su vida, no le hubiese pedido a Pilato su cuerpo para enterrarlo en
un sepulcro de su propiedad. Si alguno está interesado en esta historia, la
tengo escrita y se la mandaré a quien me la pida.
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