Tomás Alfaro Drake
Temás: Liderazgo, dirección de empresas, gestión, verdad, bondad, belleza.
El directivo integral
La empresa es hoy en día, junto con la familia, uno de los tejidos más importantes de la sociedad actual. De la misma forma que la mayor parte de las personas vive integrada en una familia, también una mayoría de ellas dedica una parte de su vida a trabajar en una empresa. Por eso, cómo sea la empresa tendrá una enorme influencia en lo que sea la sociedad. De la misma manera que la forma de ser de una familia está impregnada de los valores de los padres, lo que ha venido en llamarse cultura empresarial, estará también impregnada de la escala de valores de sus directivos. Me atrevería a decir que la mayor parte de los directivos consideran a sus empleados como pequeñas palancas que, bien organizadas, pueden llegar a hacer que la capacidad de ganar dinero de la empresa se maximice. Creo sin embargo que esto es un inmenso error desde dos puntos de vista: El de la ética y el de la eficacia.
Actualmente se habla mucho de la ética empresarial. Sin embargo, en la práctica, las empresas no suelen ir más allá de un conjunto de normas negativas, de la enumeración de los comportamientos que no son tolerados por la misma. No obstante, la ética empresarial debe ir mucho más allá, ahondando en el concepto mismo de persona. Los empleados no son simples mecanismos que se organizan de la mejor manera para ganar dinero, sino que son seres humanos con su proyecto de vida, que la empresa debe potenciar en la medida de lo posible. Y este respeto a los seres humanos se basa en tres reglas de oro que ya Aristóteles y los antiguos griegos descubrieron en sus mismas raíces. La verdad, la belleza y la bondad.
La verdad está en la base de la información. Sin aquella, ésta se degrada en desinformación. Muchas veces se oye decir que vivimos en la era de la información. Es cierto si por información entendemos avalancha de datos, pero me temo que en lo que vivimos es en la era de la desinformación. Pero la información veraz es para la empresa lo que la sangre oxigenada para un organismo. Sin ella muere inexorablemente. Muchos directivos retienen la información como si de un tesoro se tratase o la distribuyen distorsionada. Generalmente, detrás de esta actitud está el miedo. Y con miedo no se puede ser un directivo integral ni, mucho menos, un líder.
El hambre de belleza es otro de los elementos que subyacen en la raíz del ser humano. Sin embargo muchas empresas parece que se empeñan en fragmentar de tal forma el trabajo de sus empleados de forma que sea imposible percibir ningún tipo de belleza en el trabajo que están realizando para la organización. Es como si se pidiese a un grupo de pintores que cada uno pintase un trozo de un cuadro sin saber qué van a pintar los demás en su parte correspondiente. Probablemente se negarían. Un directivo integral, un líder, tiene que ser capaz de organizar el trabajo de las personas a las que dirige y motivarlas de forma que vean su participación en el conjunto y que se sientan como el Beckenbauer o el Pelé de su trabajo. Se cuenta de un rey del siglo XIII que fue a observar la construcción de una catedral, preguntando a cada uno lo que hacía. Había quien le decía que tallaba gárgolas o colocaba los arbotantes. A un pobre hombre que llevaba una enorme y pesada le dijo: “Duro trabajo el de acarrear piedras”. El hombre, que no era tan pobre, se le quedó mirando con perplejidad y le dijo: “Se equivoca majestad, yo no llevo piedras, yo construyo catedrales y me gusta”. Esa es la labor de un directivo integral o de un líder: Hacer que las personas que trabajan para él, hagan lo que hagan, consideren que hacen catedrales y que les gusta.
La bondad es algo que parece desterrado de la empresa. El tiburón es el que medra, el que va de bueno es un pardillo que no llega a nada. Me parece una visión miope. El tiburón sólo consigue que las personas que trabajan para él lo hagan en los mínimos necesarios para no ser devorados. Si estos mínimos son altos y se cumplen por miedo, no serán mantenibles a largo plazo. Pero además, él mismo suele acabar devorado por otro tiburón más grande. Generalmente, detrás de cada tiburón hay un miedoso que sólo sabe utilizar ese mismo mal para “motivar” a las personas. En cambio, la bondad, generalmente, y a largo plazo, genera una respuesta positiva. Subrayo generalmente y a largo plazo porque no siempre es así y nunca esta respuesta es inmediata. La respuesta a la actitud del tiburón es en cambio casi siempre total e inmediata, aunque a largo plazo pueda tener consecuencias nefastas. De ahí la tentación del tiburoneo. Para ejercer la bondad en la empresa hay que ser fuerte y paciente, virtudes, desgraciadamente, nada generalizadas. Pero a largo plazo, la bondad tiene su premio empresarial. He visto empresas en las que la gente seguiría a su jefe hasta el fin del mundo si fuese necesario y en las que cada persona daba siempre lo mejor de si mismo. He visto otras en las que la rotación de personal era enorme y la gente profesionalmente mejor se sentía como de paso en ellas. Generalmente al frente de las primeras había directivos integrales, líderes, mientras que las segundas estaban dirigidas por tiburoncillos.
Decía al principio que la visión ser humano-mecanismo me parecía un doble error ético y de eficacia. Yo creo en el ser humano y en su enorme potencial de acción cuando está motivado de verdad. También creo en su pequeñez y su miseria cuando se siente manipulado. En una sociedad cada vez más libre, más próspera, con personas más formadas, que pueden elegir, no me cabe duda que la empresa mecanicista se cargaría de pequeñas palancas ineficaces. Tampoco dudo que la empresa humanista se llenaría de personas dispuestas a dar todo lo mejor de sí mismas, con el impacto que eso conllevaría en los resultados económicos.
Quiero acabar este artículo diciendo que, en mi opinión y por desgracia, las empresas más comunes hoy en día son las que he llamado mecanicistas. Pero en mi apreciación del signo de los tiempos no está lejos el día en que estas empresas sean fagocitadas por las humanistas. Y eso, como la desaparición de los dinosaurios, puede ocurrir de la noche a la mañana. Es por tanto nuestra obligación, ética y práctica, formar al que hemos llamado directivo integral, que pueda ser también un líder transformador de la sociedad.
28 de julio de 2007
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