Tomás Alfaro Drake
Introducción
El 6 de Enero, en una entrada de este blog dedicada a Simone de Beauvoir, me comprometí a hacer un análisis de cómo el pensamiento occidental ha derivado hacia la posmodernidad. Luego, pensé que no me bastaba con ese análisis. Necesitaba ver qué reacción estaba habiendo en este pensamiento contra esa decadencia. No me gusta la palabra reacción ni contra. Lo que se está produciendo no es una reacción contra nada, sino un reavivamiento del pensamiento sano que hizo posible Occidente y de cuyas rentas ha venido viviendo nuestra cultura dilapidando una preciosa herencia. Por eso he llamado a esta “reacción” “nuevo renacimiento”. No sé exactamente a dónde me llevará este intento, pero se dice que el que no se arriesga, no cruza el mar. Así que empiezo hoy una serie de escritos que espero sirvan para algo y que no sean demasiado densos ni demasiado largos. Pero no sé cómo me saldrá el intento. Este párrafo iniciará cada una de las “entregas”, para recordar para qué los escribo. No recomiendo empezar la lectura de esta serie por cualquier sitio. Si alguien está interesado en ella, creo que es mejor remontarse al primero, publicado el 20 de Enero del 2008.
Auguste Comte (1789-1857) y el positivismo
La dialéctica hegeliana, unida al importante avance de la ciencia histórica en los siglos anteriores cuajó en el siglo XIX en la figura de Comte, padre del positivismo. El positivismo tiene dos vertientes. Una sobre el juicio de la realidad y otra sobre la Historia. Para Comte, la esencia de la realidad es incognoscible. Lo que sean las cosas en sí, si es que son algo, no se puede conocer por la mente humana, ni –por otro lado– importa. Lo único interesante es formular leyes que permitan hacer previsiones sobre cómo de unos fenómenos se siguen otros. Y esto se logra sólo mediante la observación. Todo intento de conocer la esencia de las cosas es inútil y estéril. Lo único que podemos saber es cómo funciona el mundo que, por otra parte, es lo único interesante para dominarlo. Toda otra fuente de conocimiento –la metafísica en particular– es irrelevante. Históricamente, Comte formula la ley de los tres estados. La historia ha pasado por tres estados preparatorios de la situación actual. El primero era el estado teológico, que debiera llamarse, con más propiedad mítico. En él, el hombre busca explicaciones míticas a las cosas y a los fenómenos. El segundo estado es el metafísico, en el que el hombre, ingenua e inútilmente, busca conocer la esencia de las cosas. Pero, por fin, se ha dado cuenta que lo único que puede hacer es observar los fenómenos y, sin preguntarse lo que éstos sean, deducir de esa observación sus reglas de funcionamiento y dominar, de esta forma, el mundo. La humanidad ha entrado en el estado definitivo, el positivo. El que la realidad sea incognoscible es una afirmación empobrecedora que hunde sus raíces en el idealismo kantiano. La idea de que sólo importa conocer la relación entre los fenómenos y las leyes que los rigen nace del deslumbramiento ante los logros prácticos de la ciencia y de una mala comprensión de los mismos. De esta concepción de la historia se desprende el mito del progreso continuo. La ciencia, unida al espíritu positivista, generará cada vez una mayor riqueza, bienestar y conocimiento práctico que se traducirá, automáticamente, en un continuo progreso de la humanidad hacia cotas siempre mejores. “Hoy se puede asegurar –decía Comte– que la doctrina que haya explicado suficientemente el pasado obtendrá inexorablemente, por consecuencia de esta única prueba, la presidencia mental del porvenir”. El pasado es, por definición, siempre peor que el futuro porque el progreso es una ley inmutable. Comte, persona bastante desequilibrada en su vida personal, está seguro de no hablar en su propio nombre, sino que es la voz de la Historia la que habla a través de él. Llega a instaurar la religión de la Humanidad, con su Iglesia, sus sacramentos, sacerdotes, calendario de fiestas y santos de la Humanidad. Lo único que le falta es Dios. O, más bien, instaura un dios inventado en el que hace un acto de fe gratuito; el dios Progreso.
Ciencia y cientifismo
A partir del siglo XVII en un complejo proceso lleno de zig-zags y tanteos, empieza a nacer la idea de ciencia empírica. Se suele tomar como punto de arranque de la misma al empirismo inglés –y más concretamente a Francis Bacon–, por el peso que se da en ella a la comprobación empírica de los resultados de la inducción, único modo de conocimiento admitido por Bacon. Pero se suele olvidar que la importancia del método experimental en la búsqueda de la verdad, arranca de varios siglos atrás, en el XIII, con otro inglés, también de apellido Bacon, el franciscano Roger Bacon (c.1212-c.1293). En el siglo XVII, personas como Brahe, Galileo, Kepler o Newton, empiezan a desarrollar la llamada filosofía de la naturaleza. Es difícil darles el nombre de filósofos. Ellos mismos no se consideraban como tales. No buscaban el conocimiento de las verdades abstractas, sino comprender por qué los fenómenos físicos ocurrían de determinada manera y no de otra. Poco a poco fueron definiendo un método que, andando el tiempo, dio en llamarse método científico. Es un método que parte de la observación y medición de los fenómenos de la naturaleza. En base a ellos, por el método inductivo, se establecen leyes que, remontándose hacia atrás en el proceso de causalidad, explican las causas de los efectos observados. Estas leyes, cuantificadas, se someten a tratamiento matemático y de esta forma se pueden hacer predicciones precisas en el sentido directo, de la causa hacia el efecto, de lo que tendría que ocurrir como consecuencia de determinados acontecimientos. No deja de ser paradójico que la matemática sea el máximo exponente del método deductivo, no aceptado por Bacon. Por lo tanto, Bacon debería escandalizarse de esta supuesta hija suya, la ciencia, híbrida de experimentación, inducción, deducción e intuición. El método, que empieza con la observación acaba con la observación. Se comprueba, si es posible experimentalmente, que siempre, de las causas definidas se siguen los efectos predichos por las leyes establecidas. He puesto en negrita la palabra experimentalmente y siempre. Efectivamente, si es posible, el método científico debe procurar que el conjunto causas-efectos objeto de determinada ley se pueda reproducir mediante el diseño de experimentos que puedan repetirse por cualquier científico en cualquier parte del mundo para comprobar la veracidad de la relación causa efecto de los fenómenos. Desde luego, esto no es siempre posible. Jamás se podrá diseñar un experimento repetible para reproducir el tránsito de Marte por delante de Júpiter o la explosión de una supernova, por citar dos ejemplos. La otra palabra en negrita es siempre. Efectivamente, basta que una sola vez, en un experimento diseñado o en la realidad espontánea, no se cumpla la relación causa efecto esperada por la ley, para que ésta deba ser desechada. Se dice que todas las leyes científicas deben ser falsables, es decir, se deben poder establecer a priori observaciones que, de producirse, harían falsa la ley definida. Es decir, toda ley científica tiene una validez provisional, en tanto en cuanto no se produzcan observaciones que la hagan falsa. Evidentemente, cuanto más tiempo pase, cuantos más experimentos se realicen en diferentes circunstancias, cuantas más observaciones espontáneas corroboren la ley, más certidumbre irá adquiriendo, aunque sin perder nunca su carácter de provisionalidad. Tuvieron que observarse a finales del siglo XIX pequeñas variaciones en la órbita de Mercurio para que se declarase incompleta la ley de la gravitación universal de Newton enunciada en el siglo XVII. Esto abrió la puerta a la teoría de la relatividad, que explicaba este fenómeno con mayor precisión. Usando el método científico de forma reiterada, la ciencia va construyendo un edificio de leyes y teorías que explican la realidad con precisión matemática.
Esta exactitud contrastaba con el variado abanico de opiniones contradictorias en las que parecía enfangarse la filosofía a partir de Descartes. Naturalmente, la ciencia, tenía una gran precisión porque únicamente hablaba de aquello que podía tocarse, medirse, traducirse a números y tratarse matemáticamente. Pero ello era a costa de dejar fuera de su ámbito una inmensa cantidad de cuestiones que eran, además, las más importantes. ¿Cuál es la esencia de las cosas? ¿Qué es el ser humano? ¿Cuál es la finalidad del hombre y de la realidad en la que está inmerso? ¿Cuáles son los límites de esa realidad? ¿Qué es la felicidad y cómo se llega a ella? ¿Cuál es el sentido de la vida? Sobre todo esto, la ciencia y su precisión sólo podían callar.
Pero fue la filosofía la que se dio la puntilla a sí misma en este tema. En efecto, el árbol genealógico de filósofos que empiezan en Descartes y Bacon y culminan, de momento en Comte, acaba por decir que las preguntas anteriores, las preguntas filosóficas por antonomasia, las verdaderamente importantes, las que caen fuera de las fronteras de la ciencia, ni siquiera tienen sentido. Las cosas, el hombre entre ellas no tienen ninguna finalidad. La pregunta de para qué existe el universo o el hombre no tiene el menor sentido. Tampoco tienen esencia o, si la tienen, es incognoscible, como toda la realidad externa. La única verdad es la que responde a cuestiones medibles, cuantificables y matematizables. Lo demás cae fuera del área de conocimiento posible e incluso deseable y el mero hecho de preguntárselo es un absurdo. La ciencia, que en un principio no era sino un método para conocer una parte pequeña de la realidad, se convierte así, como un dogma de fe promulgado no se sabe por quién, en la única fuente de conocimiento de la envoltura de una realidad cercenada hasta dejarla reducida lo estrictamente material. Y aún de esa realidad, sólo importa el “disfraz”, no su esencia. Pero eso ya no es ciencia, es cientifismo. Así, la ciencia, un magnífico método para conocer una parte de la realidad, al excluir la metafísica –otra vez el principio de Chesterton, otra vez la esquizofrenia del conocimiento–, se convierte en cientifismo. El dogma cientifista afirma que virtudes como el amor, la abnegación, la generosidad, etc, si merecen ser explicadas, lo serán en términos de química, electrones o fuerzas electromagnéticas. Y un día –afirman categóricamente– todo se explicará así. Naturalmente, no se aporta la menor prueba que apoye semejante reduccionismo simplista y estúpido. Simplemente, tiene que ser así. Urge volver a encontrar el diálogo entre la ciencia y la metafísica, dos formas de conocimiento de la verdad que, de la mano, pueden enriquecer enormemente nuestro conocimiento de la Realidad, con mayúsculas. Un científico inteligente dijo que ciencia y metafísica “se oponen en el mismo sentido en que el pulgar y los otros dedos de mi mano se oponen entre sí. Una oposición por medio de la cual se pueden coger firmemente muchas cosas”. Pero si nos amputamos el pulgar...
30 de marzo de 2008
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Hola Tomás! Feliz Pascua!
ResponderEliminarComo siempre, un artículo fantástico.
Hace algunos años, durante la carrera, escribí un trabajo que me gustó mucho acerca de la ciencia en el medievo y el renacimiento. Mi clase de Historia y Filosofía de la ciencia (eramos cuatro o cinco) se dividió la historia y me tocó justamente el periodo de formación del método científico. Siempre me hizo gracia, como dices, que Roger Bacon fuera aclamado como padre de la ciencia, cuando rechazaba la matemática. En ese trabajo establecía como, durante el Renacimiento, se puede hablar de una ciencia "racional-matemática" (Tartaglia, Cardano, Copérnico y seguidores, culminando en Kepler) y una ciencia "racional-experimental" que, siguiendo los pasos de Grosseteste, san Alberto Magno y Roger Bacon, artistas ingenieros como Leonardo, Agrícola y Gilbert, culminando en Francis Bacon. Galileo sintetizó ambas "ciencias", dando a luz al método científico... ¿Cómo ves esa sucinta exposición? Quizá debiera enviarte ese trabajo...
Por otro lado, vuelves a hacer alusión al "principio de Chesterton". Las promesas se cumplen, así que busqué el texto al que hice alusión cuando sugerí ese nombre. Es un breve artículo llamado "Sobre la Lectura", que yo tengo incluido en una recopilación de artículos y ensayos breves llamada por el primero de ellos: "El hombre común". En el ensayo que nos interesa, GKC tiene párrafos como estos:
" (...) Siempre se comete el mismo error fundamental: se supone que el hombre en cuestión ha descubierto una nueva idea. Pero, en realidad, lo nuevo no es la idea sino la separación de la idea. Es mu probable que la idea misma se encuentre repartida en todos los grandes libros de un carácter más clásico e imparcial, desde Homero y Virgilio a Fielding y Dickens. Se pueden encontrar todas las nuevas ideas en los libros viejos, sólo que allí se las encontrará equilibradas, en el lugar que les corresponde y a veces con otras ideas mejores que las contradicen y las superan. Los grandes escritores no dejaban de lado una moda porque no habían pensado en ellos, sino porque habían pensado también en todas las respuestas."
Tras algún ejemplo comparando a Nietsche con Ricardo III, de Shakespeare, y a B. Shaw con Thackeray, concluye:
"Lo que llamamos ideas nuevas son, generalmente, fragmentos de las viejas ideas. No es que una idea particular no se le ocurriera a Shakespeare. Es que, simplemente, encontró muchas otras aguardando para quitarle toda la tontería".
Podrás comprobar que mi resumen no estaba muy desencaminado, jejejee:
"Creo que fue a Chesterton a quien leí un análisis sobre algo similar: venía a decir que si los grandes pensadores hubieran leído más los clásicos, se habrían dado cuenta de qeu su "gran idea" no era más que una "pequeña idea" que ya había sido considerada y enmarcada en un contexto adecuado por los autores clásicos." (http://tadurraca.blogspot.com/2008/02/comentario-mi-entrada-el-camino-hacia.html)
Un abrazo.
jajajajaja...al revisar, te ruego que disculpes el daño que hace a los ojos leer ese "mu probable"...jajaja...
ResponderEliminardebían ser las prisas al copiar el texto del libro, jajajaja...
abrazo!
tomas sera que hoy se habla de idealismo posmoderno?
ResponderEliminartu articulo es muy bueno y a los curioso como yo nos gusta la filosofia. chao
Hola Anónimo, soy Tomás:
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado mi artículo. Ya somos dos los curiosos que nos gusta la filosofía. ¿Te has dado un paseíto por mi blog? ¿Qué te parece?
Un saludo.
Tomás
I inclination not concur on it. I over polite post. Particularly the designation attracted me to review the sound story.
ResponderEliminarDear Anónimo, I´m Tomás: Or my english is very bad or your text in ununderestandable (¿Does this word exists?), but any way, I don´t underestand and so, I can´t answer. But any way, many thanks for visiting my blog.
ResponderEliminarTomás
Nice dispatch and this fill someone in on helped me alot in my college assignement. Gratefulness you for your information.
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