26 de octubre de 2008

¿Dónde estaba Dios en Auschwitz?

Tomás Alfaro Drake

El otro día, un amigo, me hizo esta pregunta. Una pregunta lícita que todos nos hemos hecho alguna vez con escándalo. Somos seres humanos y, como tales, cuando vemos en el mundo tanta injusticia, tanta maldad, tanto dolor gratuito, no podemos dejar de preguntarnos: ¿Dónde está Dios? ¿Dónde está ese Dios que nos han pintado como bueno y amante de sus criaturas? Si no nos hiciésemos estas preguntas seríamos piedras o peces, pero no hombres. Si tomamos Auschwitz como paradigma del horror, nos tendremos que preguntar, como lo hizo Benedicto XVI en su visita a este horrible lugar: “¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué toleraste todo esto?”[1] Ahora bien, si hay algo que hace al hombre hombre es buscar respuestas racionales a sus preguntas. Pero también respuestas que hablen al corazón, que nos reconforten cuando las encontramos, que nos llenen, que no nos dejen en el vacío. Necesitamos ese tipo de respuestas para todos nuestros interrogantes, desde los más triviales hasta los más existenciales. Y la cuestión sobre el mal y el sufrimiento es, probablemente, la más existencial, porque no hay un sólo ser humano en el mundo que no haya sentido en sus carnes, en mayor o menor medida, la maldad y del dolor.

Hoy en día, desgraciadamente, la respuesta más frecuente a esta cuestión es, simple y llanamente, la negación de Dios, la muerte de Dios. Dios no existe y si alguna vez ha existido, está muerto, y si no está muerto, nosotros, estos pobres seres sujetos al dolor, a la maldad y a la muerte, le importamos tres pimientos o, tal vez incluso le divierta vernos sufrir.

Es una respuesta, no cabe duda, pero, ¿es racional? Y, sobre todo, ¿nos satisface, llena nuestra necesidad de consuelo, de plenitud? ¿Llena nuestra ansia de bondad, de felicidad? Esa respuesta se puede dar cuando uno piensa, en abstracto, desde la lejanía del tiempo y del espacio. Se puede decir, ante el horror del campo de concentración de Auschwitz, Dios no existe, y después cerrar capítulo y seguir con nuestra vida. Intelectualmente es tan “elegante” como superficial. Se puede decir, como Teodoro Adorno: “Después de Auschwitz no puede haber poesía” y, dando un paso más allá, afirmar: Después de Auschwitz no puede haber Dios. Y se puede, incluso, después de esa respuesta, sentirse satisfecho con ella. Pero si nos enfrentamos a una tragedia personal, a nuestro propio Auschwitz, pequeño, pero nuestro, a la muerte de un hijo, por ejemplo, entonces es seguro que esa respuesta no nos satisface. Puede que llevados por nuestro dolor y nuestra frustración la demos, pero pasados los años, cuando el dolor, si no menor, sí sea más frío, esa respuesta seguirá sin darnos la más mínima paz.

¿Hay otras respuestas? Sí, las hay. A la frase de Teodoro Adorno, Imre Kertesz, premio nobel de literatura y superviviente de Auschwitz y Buchenwald, replica: “Después de Auschwitz sólo queda la poesía, sólo queda resistir con palabras ciertas”. ¿Existen palabras ciertas? ¿Cuáles son esas palabras ciertas con las que resistir? Es cierto que, si somos capaces de mirar al mundo por encima de nuestro dolor personal, hondo, existencial –y no digo por encima de la indignación de las grandes tragedias que no nos han tocado– veremos que hay también en el mundo, mezclada con la maldad, humilde pero no anónima, pequeña pero no despreciable, sencilla pero no estúpida, mucha bondad, cantidades ingentes de bondad. Crece junto con la maldad como el trigo entre la cizaña, pero no muere ahogada por ésta. Negar este hecho es cerrar los ojos a la realidad. Y es, al menos, tan lícito como preguntarse el por qué de la maldad del mundo, intentar saber de donde viene esa bondad. Es más, creo que es imposible responder a una de las dos cuestiones sin responder a la otra, ya que maldad y bondad, dolor y alegría son dos caras de una misma moneda. La ausencia del bien nos habla del bien como el vacío de una huella nos habla del objeto que la ha impreso.

Quiero hablar de dos películas y un libro. Las películas son “Magnolia” y “Babel”, la primera muy poco conocida, pero no tanto que no se pueda encontrar en cualquier video club y la segunda un éxito de taquilla de Brad Pitt y Kate Blanchet. El libro es un clásico. Me refiero a “El fondo del problema” (“The Herat of de matter”) de Graham Greene. El común denominador que me hace traer estas tres obras juntas es que en las tres se respira una ausencia casi total de bien. “Magnolia” es una película despiadada, donde se cruzan muchas pequeñas historias personales en las que todos los personajes parecen peleles de un mundo implacable que atropella a los seres humanos como una apisonadora. En “Babel”, tres historias, la de un matrimonio americano, una familia marroquí y un padre y una hija japonesas, van formando un tejido que aprisiona a todos los personajes en una trágica tela de araña. En la novela de Greene, el personaje central, Scobie, llevado de un concepto erróneo de la misericordia que le induce a intentar hacer el bien transigiendo con el mal, se ve inexorablemente acorralando por las consecuencias de sus acciones en un mundo perverso y despiadado, hasta llegar al suicidio. En todas ellas, el alma se va encogiendo frente al vacío que se abre ante ella, hasta llegar a un estado de añoranza de algo que nos libere de tanta opresión. “Es lo que hay –podría decirnos un cínico– la nada, el vacío”, pero esa repuesta no nos vale, añoramos algo, una luz en tanta oscuridad. Y en las tres obras está esa luz, en forma de un personaje en una película, tres en la otra y una acción de Scobie perdida en las tinieblas de la novela.

En “Magnolia” hay un pobre policía, al que todo le sale mal, torpe, “maladroit”, pero que siente una auténtica compasión ante la miseria que ve por todas partes. En “Babel”, también un policía japonés, siente una ternura pura y sincera hacia una pobre adolescente que tiene de todo, menos amor. Una pobre mujer, chicana, al cuidado de los hijos del matrimonio americano que comete un error, sufre la expulsión ignominiosa de USA, pero sigue queriendo a los niños ricos americanos de sus empleadores a los que ha cuidado durante años. Un marroquí de un pueblo del Atlas, atiende con solicitud amorosa a la mujer americana gravemente herida por una bala perdida disparada, en un juego tan inocente como insensato, por un niño pastor. En “El fondo del problema”, entre tanta obra de misericordia mal entendida de Scobie, que en el fondo son tan sólo intentos de librarse del malestar que le causa a él mismo el sufrimiento ajeno y que deshacen con la otra mano el bien hecho con la primera, hay una acción aislada de compasión gratuita, de ternura sin segunda lectura. Una niña de seis años moribunda de un naufragio causado por el torpedo de un submarino, en la confusión de la agonía, confunde a Scobie con su padre, muerto en el naufragio. Scobie, horrorizado, recuerda a su propia hija muerta. Su niña murió cuando él estaba lejos. Siempre había pensado que Dios le había liberado de presenciar su muerte. Pero ahora se detiene junto a esta niña agonizante y produce con sus manos la sombra de un conejito en la almohada de la niña mientras le habla con dulzura, como hacía con su propia hija para que se durmiese. La niña muere con una sonrisa creyéndose consolada por su padre.

A pesar del vacío que inunda estas obras, para mí, esos personajes y esa acción valen más que todo ese vacío y al final, mezclada con la amargura del conjunto, queda una brasa de ternura que me hace esbozar una sonrisa de simpatía en el sentido etimológico de la palabra. Hace tiempo oí llamar a este tipo de personajes, ángeles de misericordia[2]. Y me parece que es un nombre bien puesto, porque son ángeles de luz que iluminan lo que tocan. Y no se me diga que esto son cosas del cine o la novela. ¿Quién no ha tenido al menos una vez en su vida la experiencia de encontrarse con un ángel de misericordia, aunque sea en una situación aparentemente trivial? Más aún, ¿quién no ha sido, al menos en un momento fugaz de su vida, un pequeño ángel de misericordia? ¿Quién no ha sentido en esos momentos una sensación de alegría, endulzando otra, mucho más fuerte, de impotencia por lo que no ha podido hacer? ¿No ha habido en Auschwitz ángeles de misericordia? A buen seguro, quien ha pasado por la experiencia de ese infierno, los ha conocido. Así nos lo cuenta Víctor Frankl en su obra autobiográfica, que no de ficción, “El hombre en busca de sentido”. Así lo atestiguan las muertes de Edith Stein y el Padre Maximilian Kolbe. Estoy convencido que en algún momento de la vida de el monstruo más aberrante de la historia –y me atrevo a poner nombres; Hitler, Stalin, Pol Pot, por citar algunos– ha habido algún momento fugaz en el que han sido ángeles de misericordia. Tal vez esos actos y esas personas puedan ser como agujas en un pajar, pero existen, y son esas agujas las que dan valor al pajar. Y también es cierto que siempre han existido personas que son ángeles de misericordia a tiempo completo. También me atrevo a citar algún nombre –Teresa de Calcuta, san Francisco de Asís, Mahatma Gandhi y un largo etcétera de hombres y mujeres, ángeles de misericordia anónimos, que gastan su vida entera en ser esa luz. Estas personas, estos momentos fugaces, son las palabras ciertas de que nos habla Imre Kertesz. Y creo que, antes de negar a Dios o su bondad como respuesta a Auschwitz, conviene que nos adentremos en las profundidades de estas palabras ciertas.

Ante un fenómeno así, ante el hecho de vidas que están en primera línea de la lucha contra la maldad, contra la pobreza, contra el sufrimiento, sólo caben tres posturas.

La primera es ignorarlos. Dejar que sus palabras se pierdan entre lo mediocre de la vida como quien ha oído llover. Tal vez después de un momento de respeto, pensamos en otra cosa. Tal actitud no es la de una persona que realmente busca saber dónde estaba Dios cuando ocurría la barbarie de Auschwitz. A la persona que tenga esa actitud tanto le da la respuesta de Adorno como la de Kertesz. En el fondo, a una persona así no le importa Auschwitz y si dice sentir horror ante el holocausto, es más bien por una actitud social. Esa persona no se ha parado a reflexionar nunca seriamente ni a imaginarse lo que esa barbarie debió representar para los que la sufrieron. Probablemente nunca ha sentido la verdadera empatía de quien, al menos, haya tenido la imposible actitud de intentar ponerse en la piel de las víctimas.

La segunda postura es pensar que la vida de estos ángeles de misericordia a tiempo completo es un completo error. Pueden estar equivocados o ser unos locos o, incluso, estar mintiendo, pero todas sus vidas son un absurdo espejismo. Esto sería, seguramente, lo que diría Freud. Creo que pensar eso es de una ceguera escandalosa y, generalmente, voluntaria. Sobre todo por parte de quien no ha ejercido en su vida, o lo ha hecho sólo esporádicamente, de ángel de misericordia. No se me entienda mal. Ya he dicho que una sola acción de ángel de misericordia en la vida, como la de Scobie, puede rescatar una vida. Pero eso no da derecho a juzgar frívolamente, desde esa vida que tal vez sea un día rescatada por esa acción, a quien ejerce ese “oficio” en el día a día. Esa actitud va contra la razón más elemental y suele estar causada por una cerrazón visceral para aceptar la tercera actitud.

Esta tercera actitud es preguntarse honestamente: ¿Qué impulsa a esas personas a dedicar su vida completa al “oficio” de ángeles de misericordia? O, ¿de dónde surge ese acto aislado que convierte a un ser mediocre, incluso cruel, durante unos minutos, en un ángel de misericordia? Y me parece que lo primero y lo más normal es preguntárselo a ellos. Antes he citado tres nombres de ángeles de misericordia a tiempo completo sobradamente conocidos por el mundo, pero a los que yo no he tenido el honor de conocer personalmente y por lo tanto no se lo he podido preguntar. Sin embargo, lo han dejado en sus escritos. Pero creo que puedo permitirme citar a algunos, anónimos para el mundo, pero a los que conozco personalmente. Tengo el honor de conocer a un grupo de sacerdotes españoles que gastan su vida en Kenia, junto al lago Turkana, llevando algo de luz y ayuda. Por otro lado, mi mujer, que estudió en el colegio de la Asunción, se reencontró, tras casi cuarenta años de acabar el colegio, con motivo de la canonización reciente de su fundadora, con algunas de las monjas que la educaron. Preguntándole a una de ellas dónde había estado a lo largo de su vida, le dijo varios sitios y, entre ellos, citó Ronda. Como quiera que Ronda parecía un poco fuera de lugar en la lista de sitios citados, mi mujer le pregunto extrañada: “¿Ronda?”. “No, Ronda no –le respondió la vieja monjita–, Ruanda”. Unos días antes habíamos visto en televisión la película de “Hotel Ruanda” –que también podría haber añadido a la lista de este escrito–. “¿Estuvo usted en la época de las matanzas entre hutus y tutsies?” –le preguntó–. “Sí –respondió con una naturalidad como a quién han preguntado si estuvo ayer en el cine– mataron también a cinco hermanas de la comunidad”. Bueno, pues a estos y a otros muchos ángeles de misericordia que no cito pero a los que conozco, les pregunto siempre, por qué lo hacen. La respuesta es siempre, invariablemente, la misma y coincide con los escritos de muchos de los ángeles de misericordia famosos: “Lo hacemos por Cristo, porque en las personas que sufren vemos a Cristo, porque la mayor riqueza que les podemos llevar es el amor de Dios, manifestado en Cristo”. Y después les pregunto de dónde sacan la fuerza. Su respuesta es, invariablemente: “De Cristo, de la Eucaristía, de los sacramentos que cada día me acerca esa Iglesia santa y pecadora fundada por el mismo Cristo”. No digo que todos los ángeles de misericordia sean católicos. Antes he citado a Gandhi entre los mundialmente reconocidos. Más adelante diré dos palabras sobre estos. Ahora hablo de los que conozco con cara y ojos.

Ante estas respuestas, la actitud honesta es, cuanto menos, preguntarse con respeto. ¿Y si fuera cierto? ¿Y si ese fuera realmente el sentido profundo de las palabras ciertas de Kertesz con las que podemos resistir el horror de la maldad y el sufrimiento? No digo, ni remotamente, que la honestidad intelectual nos obligue a creerlo a pies juntillas. Es muy difícil creer semejante cosa de forma inmediata. Incluso muchos de los que decimos creerlo, está por ver que lo creamos más allá de nuestras palabras. Pero lo maduro, lo racional, lo honesto, si nos tomamos Auschwitz en serio y si respetamos a esas personas, sería preguntarse eso. Y si pensamos que eso podría, tal vez, ser verdad, dudo que haya algo más importante en la vida que descubrir si lo es.

Hay una piedra de toque para investigar si esas respuestas son ciertas. Nos lo dice san Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe carece de sentido […] Si nuestra esperanza en Cristo no va más allá de esta vida, somos los más miserables de los hombres”[3]. Este es el formidable reto que formula san Pablo. Pero san Pablo no deja la pregunta abierta, sino que responde inmediatamente: “Pero no, Cristo ha resucitado de entre los muertos…”[4]. Es evidente que supera ampliamente el objeto y la extensión admisible de este escrito argumentar sobre la veracidad, por otra parte indemostrable, de la pretensión de san Pablo. Es una pretensión inaudita y escandalosa, además de indemostrable. Pero no es una pretensión sobre la que no se pueda investigar. ¿Existió realmente Jesús de Nazaret? ¿Se presentó a sí mismo como Dios encarnado? ¿Realmente murió en Jerusalén bajo el poder de Poncio Pilato? ¿Hay escritos no cristianos que nos puedan ayudar a contestar a esto? ¿Son documentos fiables los evangelios o son un invento posterior de los seguidores de ese Jesús? ¿Era ese Jesús un demente que buscó su propia muerte? ¿Hay una respuesta verosímil alternativa a la resurrección? En las siguientes líneas voy a dar por supuesto, sólo como hipótesis de trabajo, que la respuesta afirmativa de san Pablo es cierta y voy a intentar ver si, en ese caso, esas palabras “ciertas” podrían ser las que nos permitiesen resistir el horror de la maldad y el sufrimiento. Sólo trabajaré sobre esa hipótesis, porque la otra, la de que sean falsas, nos convierten a los que creemos en ellas en “los más miserables de los hombres”. El que después de leer estas líneas crea que no merece la pena investigar sobre la veracidad de mi hipótesis, ya sabe cómo considerarme. El que, a pesar de lo inaudito de la afirmación de san Pablo, crea que merece la pena indagar con la mente abierta que lo haga y que vea a dónde le lleva su búsqueda. No le va a llevar, téngalo por seguro a una certidumbre positivista, pero puede, sólo puede, que le lleve a un encuentro tan real como espiritual con ese hombre resucitado que afirmaba ser Dios. Así les ha ocurrido a millones de personas en el mundo que han atestiguado haber tenido ese encuentro y que ese encuentro les ha convertido en personas que intentan con todas sus fuerzas y limitaciones ser ángeles de misericordia a tiempo completo.

Lo primero que ocurre si esas palabras son ciertas es que tenemos la respuesta inmediata a la pregunta de dónde estaba Dios mientras ocurría la barbarie de Auschwitz: En las filas de los que iban a la cámara de gas. Era ese niño que lloraba, esa mujer que gritaba el nombre de su hijo, ese hombre escuálido de los ojos espantados llenos de terror. Porque ese hombre resucitado que decía ser el mismo Dios, estando entre nosotros dijo: Os aseguro que lo que hicisteis [o dejásteis de hacer] con uno de éstos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis[5]. Y estas palabras las dijo en el contexto de un juicio durísimo para los que se comportaban mal con él, encarnado en cada uno de ésos, sus hermanos pequeños. Si esas palabras son veraces, Dios no dice únicamente de boquilla aquello de que lo que le hacemos a uno de ésos, sus hermanos pequeños, a él se lo hacemos, porque él mismo ha padecido horrores, sufrimientos, vejaciones y sufrimientos de tanta o más envergadura como el que más los haya sufrido, en Auschwitz o en cualquier otro momento de la trágica historia humana. Porque, dejando su condición de Dios, se encarnó para morir por nosotros, y una muerte de cruz[6] precedida de toda suerte de vejaciones. Paro no es sólo eso. Cristo, Dios-hombre, no sólo ha sufrido más que cualquier ser humano. Ha sufrido con cada uno de nosotros, en sus carnes y en su espíritu, nuestros mismos sufrimientos. Él ha sufrido en Auschwitz lo mismo que sufrían ese niño, esa mujer y ese hombre. El ha sufrido con nosotros todos nuestros Auschwitz’s personales.

En segundo lugar, si esas palabras son ciertas, todas esas víctimas, todas esas personas atropelladas, ultrajadas, pisoteadas, torturadas y, finalmente asesinadas, no han terminado su vida en la muerte. Si Cristo ha resucitado, todos ellos están con él. En los corchetes que aparecen en la cita que he hecho más arriba de la primera carta de san Pablo a los corintios, dice: “Y, por supuesto [si Cristo no ha resucitado] también habremos de dar por perdidos a los que han muerto en Cristo”[7]. Y después de su tajante afirmación, también citada, de que Cristo sí ha resucitado de entre los muertos, añade: “…, como anticipo de quienes duermen el sueño de la muere”[8]. Ya en el Antiguo Testamento, que no es sino una crónica de una muerte y resurrección anunciadas, habla de la suerte de los muertos:

“Pero las almas de los justos están en las manos de Dios y ningún tormento los alcanzará. Los insensatos piensan que están muertos, su tránsito les parece una desgracia y su salida entre nosotros un desastre, pero ellos están en paz. Aunque a juicio de los hombres han sufrido un castigo, su esperanza estaba llena de inmortalidad y por una leve corrección recibirán grandes bienes. Porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de él. Los probó como oro en el crisol y los aceptó como un holocausto[9].

Si esas palabras son veraces, esos millones de judíos descansan, como el pobre Lázaro de la parábola de Epulón, para toda la eternidad, en el seno de Abraham. El humo de su cremación ha llegado hasta Dios como una ofrenda, como un holocausto y él los tiene en sus brazos.

Si, pero, ¿dónde está la justicia? Nos preguntamos. Si las palabras anteriores no son veraces sólo hay una respuesta: En ningún sitio. No hay justicia, nadie, nunca, hará justicia a esas víctimas ni a ninguna víctima de ninguno de los atropellos que el hombre ha infligido al hombre a lo largo de su sangrienta historia. Y es que hay algo muy profundamente anclado en nosotros que clama justicia, que la pide a gritos. Nadie de este mundo admitiría que no tiene sed de justicia. Einstein, es una buena ilustración de esto. “No puedo concebir un Dios que premia y castiga a sus criaturas”, decía. “Estoy más cerca de Spinoza que de los profetas. Por eso no creo en el pecado”, continuaba. Pero tras los horrores del holocausto proclamaba: “los alemanes, todo ese pueblo entero, son responsables de esos crímenes en masa y deben ser castigados si hay justicia en el mundo”. Porque es fácil la postura intelectual de un mundo sin justicia, hasta que se le ve la cara a la maldad. Pero si esas palabras, las de la resurrección de Cristo, no las de Einstein, no son ciertas, para saciar esa sed de justicia sólo queda la venganza, con su dosis de violencia que engendra nueva violencia en una espiral demasiado conocida e inmensamente trágica que tan bien recorremos los humanos. Sin embargo, Dios nos dice, por boca de san Pablo, que a su vez recita la Torah: “No os toméis la justicia por vuestra mano, queridos míos, sino dejad que Dios castigue, pues dice la escritura: ‘a mí me corresponde hacer justicia; yo daré su merecido a cada uno’[10]. Esto es lo que dice el Señor. Por tanto, ‘si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Actuando así, harás que enrojezca de vergüenza’[11]. No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence el mal en el bien”[12]. Así pues, sólo si esas palabras son veraces podemos tener una esperanza de justicia, y sólo con esa esperanza la Historia, con mayúscula, tiene sentido. Esas palabras vendrían a rescatar, no sólo a las víctimas de los holocaustos de la historia, sino a la propia Historia. Porque ese es el juicio que esperamos del hombre que resucitó, según esas palabras ciertas.

Pero ¿sería entonces este juicio a la Historia hecho por el resucitado una venganza al más puro estilo humano? ¿Sería la respuesta a la justicia del holocausto otro holocausto? Si es cierto que es un escándalo que la Historia se quede sin justicia, ¿no lo sería aún mayor que la justicia sea más sangrienta que los hechos que la hacen necesaria? ¿Qué Dios sería ese? ¿Dónde estaría la misericordia de ese Dios en el que creemos los que damos esas palabras por ciertas? Pero ese supuesto Dios veraz no puede desdecirse de la libertad y de la responsabilidad aparejada que nos dio al crearnos. En ese imposible filo de la navaja se tienen que mover la justicia y la misericordia de ese Dios de las palabras supuestamente veraces. Pero ese filo de la navaja tiene un nombre, Jesucristo. Él es, en uno, los dos chivos expiatorios de los que nos habla el libro del Levítico: “… tomará dos chivos, los presentará delante del Señor a la entrada de la tienda del encuentro y echará sobre ellos las suertes; uno será para el Señor y el otro será para Azazel. Aarón tomará el chivo que le haya caído en suerte al Señor y lo ofrecerá en sacrificio de expiación. En cuanto al chivo que haya caído en suerte a Azazel, lo presentará vivo delante del Señor para hacer sobre él el rito de expiación y enviarlo al desierto para Azazel”[13], para ser devorado por las fieras. Su sangre es la del cordero con la que untaron los dinteles de sus puertas los judíos el día de la primera Pascua, la de la salida de Egipto, para que el ángel exterminador respetase sus vidas. Él es aquél de quien Isaías, en su poema del Siervo Sufriente de Yavé, dice: “Sin embargo, él llevaba nuestros dolores, soportaba nuestros sufrimientos. […] Sufrió el castigo para nuestro bien y en sus llagas hemos sido curados [..] El Señor cargó sobre él todas nuestras culpas. […] Por haberse entregado en lugar de los pecadores, tendrá descendencia, prolongará sus días y por medio de él tendrán éxito los planes del Señor. […] Mi siervo traerá a muchos la salvación cargando con sus culpas. […] Pues él cargó con los pecados de muchos e intercedió por los pecadores”[14]. De alguna manera, no sólo el sufrimiento de los hombres causado por el pecado de otros hombres ha caído sobre ese Siervo Sufriente, sino también la maldad de la venganza que solemos necesitar los hombres para sentir que se ha hecho justicia, ha caído sobre él. Las bofetadas, las torturas, los horrores que los que han padecido eso mismo quisieran hacer caer sobre sus verdugos, han caído sobre él siglos antes –o siglos después, según a qué holocausto nos refiramos–, porque su holocausto personal está más allá del tiempo y el espacio. Hitler ya ha sido vengado en Cristo. ¿Podrá haber sido también perdonado? Veremos, porque algo en nuestro interior nos dice que la justicia no es completa si no paga el que tiene que pagar y si no hay arrepentimiento sincero. ¿Qué nos dicen las palabras ciertas de ese “chivo expiatorio”, de esa sangre protectora, de ese Siervo Sufriente? En la misma escena del juicio en la que unas líneas arriba nos decía que lo que hiciésemos a uno de ésos, sus hermanos menores, se lo hacíamos a él, nos hablaba del fuego eterno preparado para los que viéndole hambriento, sediento, desnudo o prisionero, no le socorrieron. Y ahí está ese fuego. Pero antes habrá otro fuego: “El día del Señor […] despuntará con fuego”[15], nos dice san Pablo. Antes del fuego rojo del ocaso, vendrá el fuego límpido del amanecer. No el fuego del castigo, sino el fuego de la purificación, el fuego del crisol, el fuego que, después de abrasar la paja del pajar de cada uno haga brillar, como una obra maestra, nuestra aguja de oro, esa pequeña y olvidada obra nuestra de ángel de misericordia. Porque a lo largo de nuestra vida hemos acumulado paja y oro, cizaña y trigo dentro de nosotros mismos, hemos construido con materiales buenos o malos. La anterior cita completa de san Pablo dice: “… pero que cada uno mire cómo construye. Desde luego, nadie puede poner un cimiento distinto del que ya está puesto, y este cimiento es Jesucristo. Sin embargo se puede construir sobre él con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, heno o paja. El día del Señor pondrá de manifiesto la obra de cada cual, porque ese día despuntará con fuego y el fuego pondrá a prueba la calidad de la construcción de cada uno. Aquel, cuyo edificio, construido sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa, mientras que aquel cuyo edificio sucumba bajo las llamas, sufrirá daño. Sin embargo, él se salvará, pero como quien ha pasado a través del fuego”[16]. Si ante el fuego purificador de la mirada de amor del insultado, del ultrajado, del torturado, del asesinado y del finalmente resucitado, tenemos una sola pequeña obra de ángel de misericordia, una única sombra chinesca hecha a uno de nuestros hermanos para arrancarle una sonrisa, si por esa obra, que la mirada de Cristo rescatará del olvido, le decimos humildemente que olvide todas las demás, nos salvaremos, como quien ha pasado a través del fuego. Sólo si no hay una sola de esas obras en nuestra vida –en qué vida no la hay– y sólo si en el uso de nuestra libertad, que Dios no nos quitará ni siquiera en ese momento, renunciamos a presentar a Cristo esa obra como humilde ofrenda expiatoria, sólo si bajo el fuego de esa mirada, que no admite la doblez, nos negamos a un auténtico dolor por el mal causado a nuestros hermanos y, a través de ellos, a ese Siervo Sufriente, sólo entonces el otro fuego, el del castigo, cerrará sobre nosotros sus fauces. Y esa mirada de misericordia la necesitamos todos, las víctimas para perdonar y verdugos para ser perdonados. Porque, lo mismo que –estoy convencido de ello– en toda vida humana hay una obra de ángel de misericordia que puede servir para nuestro perdón, hay también muchas de verdugos que necesitan ser perdonadas. “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”[17], dijo el único que, si hay palabras veraces para rescatar el mal del mundo, las ha podido decir. ¿Es esto justicia suficiente? ¿Es esto venganza? ¿Es esto misericordia? ¿Pasa Cristo por la puerta estrecha, por el filo imposible de la navaja entre la justicia y la misericordia? ¿Tiene ese filo el nombre de Jesucristo? Por eso, si estas palabras son verdaderas, todo ángel de misericordia, por pequeño que sea, aunque no lo sepa, aunque no sea cristiano, aunque no proclame con sus labios la divinidad de Cristo, está poniendo su cimiento en él. Porque sólo él, sólo su Espíritu, nos capacita para ser, aunque sea en un instante de nuestra vida, ángeles de misericordia. Si no fuese de él, ¿de dónde podrían venir esos momentos?

Pero además, si esas palabras son veraces, después de ese juicio, aparecerán un nuevo cielo y una nueva tierra. El espacio-tiempo volverá a desplegarse ante nosotros, la Historia será reescrita con nuevos renglones, esta vez todos derechos, y nuestra memoria será purificada de esa vieja y macabra Historia y quedará inundada de la nueva. Jesucristo “enjugará las lágrimas de todo ojo y no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo viejo se ha desvanecido” cuando el que está sentado en el trono dijo: “He aquí que hago nuevas todas las cosas”[18].

Vuelvo a la gran cuestión: ¿Son realmente verdaderas estas palabras? Si lo son, son las únicas que de verdad nos pueden permitir resistir al mal. Si no lo son, estamos perdidos. Ni la Historia, ni la vida, ni, por supuesto, la poesía, tienen el más mínimo sentido después del primer Auschwitz de la historia humana, después de todos los Auschwitz’s de cada ser humano, enfermedad, muerte, pobreza, soledad, etc. Entonces Adorno tiene razón frente a Kertesz. Y no son palabras fáciles de creer. Son “escándalo para los judíos y necedad para los paganos”[19]. Escándalo y necedad para nosotros, judeo-paganos. ¿Cómo? ¿Que el Señor de los Ejércitos, Yavé, el innombrable, el Dios terrible de la Torah, es un hombre maldito que muere en la infamia de la cruz? “Maldito el que cuelga de un madero”[20], les dice la escritura a los judíos. Escándalo, desgarro de vestiduras. Sí, pero ese hombre maldito e indefenso le dice a Caifás, cuando está a su merced, recordando el anuncio del profeta Daniel: “veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Todopoderoso, y que viene sobre las nubes del cielo”[21]. ¿Qué el cielo será para los pobres, los humildes, los misericordiosos? ¡Qué estupidez! Bueno, mientras nos dejen la tierra para los poderosos. Sí, pero ese “ecce homo” destruido le dice a Pilato, estando también a su merced. “No tendrías ningún poder sobre mí si no te lo hubieran dado de lo alto”[22]. Sí, son palabras difíciles de creer. Pero, precisamente por eso, ¿quién podría haberse inventado una doctrina tan disparatada y tan llena de poesía al mismo tiempo? Y, ¿quién se hubiese dejado matar por una mentira así?

Sigmund Freud, uno de los llamados filósofos de la sospecha, argumentaba que una mentira así nace, precisamente, de nuestro anhelo de que la vida, el mundo, nuestra relación con nuestros semejantes y la Historia tengan un sentido. Afirma que Dios es una invención del hombre. Asegura que no fue un Dios inexistente el que creó al hombre, sino que fue el hombre el que creó a un Dios inexistente. Puede, pero entonces, ¿de dónde nos viene ese anhelo que nos hace inventarnos semejante “ridícula” historia?, ¿con qué otro ser de la naturaleza compartimos semejante añoranza?, ¿cómo se produjo semejante salto cualitativo en un universo biológico donde toda evolución es lenta y paulatina? Algo no cuadra en la sospecha de Freud, que, por otra parte, no es otra cosa que una opinión indemostrada. Y por otro lado, ¿de dónde ha salido este cosmos inmenso y lleno de un orden que ha asombrado a las mentes que mejor han llegado a conocerlo? ¿No es inmensamente razonable pensar que una inteligencia superior y todopoderosa lo ha creado? Y, ¿por qué lo hizo? ¿Pudo ser por amor? Y, ¿si ese ser infinitamente inteligente y todopoderoso lo creó por amor, no pudo idear un plan de rescate para nuestros pecados? ¿No sería lógico que nos revelase su plan? ¿No pudo ser él mismo parte de ese plan y entrar a formar parte de la creación y enseñarnos con su sufrimiento que nos quería a pesar de su aparente silencio? Ese mismo Dios encarnado sintió ese espantoso silencio: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado"[23], gritó a ese terrible silencio desde la cruz. Pero, si resucitó, encontró la respuesta. Así, “la cruz es el testigo mudo del sufrimiento de los hombres”[24].

Demasiadas preguntas a las que no voy a responder. Ya lo he hecho para mí mismo, pero mis respuestas no valen más que para mí. En este tema, cada uno tiene que contestarse a sí mismo. Pero si somos maduros, si nos tomamos Auschwitz en serio y no como un simple ejercicio intelectual, nos va la vida en encontrar respuestas. Sugiero para buscarlas una lectura de los evangelios, el Nuevo Testamento y toda la Biblia en clave de estas preguntas y con la mente abierta (de aquí que haya puesto en todas las citas su ubicación en la Biblia).

Incluso los que decimos creer en las palabras veraces esbozadas en estas líneas, me parece que hemos aprendido a creerlas por rutina, como algo que nos ha sido contado desde pequeños y nos suena a algo tópico. También para nosotros deberían estas palabras golpearnos con su escándalo y necedad en una primera instancia. También nosotros deberíamos hacernos cada día, asombrados, estas preguntas y reconocer que nos superan, que son más grandes que lo más grande que hay en nosotros, pero que nacen de un lugar más íntimo que lo más íntimo que hay en nosotros y que necesitamos entender esas palabras ciertas para responder a esas preguntas. Palabras que no pueden provenir de nosotros mismos. Palabras que nos conviertan cada día. Palabras que nos hagan un poco más ángeles de misericordia para traer un poco de luz a este viejo mundo enfermo. Palabras que nos permitan ver en ellas a “un Cristo que es fuerza y sabiduría de Dios. Pues lo que en Dios parece locura, es más sabio que los hombres; y lo que en Dios parece debilidad, es más fuerte que los hombres”[25].
[1] Discurso de Benedicto XVI en Auschwitz el domingo 18 de Junio del 2006.
[2] “Literatura del siglo XX y cristianismo” de Charles Moeller, en el capítulo dedicado a Graham Greene cuya lectura, como la de toda la obra (son siete tomos) recomiendo encarecidamente.
[3] 1ª carta de san Pablo a los corintios 15, 17-19.
[4] 1ª carta de san Pablo a los corintios 15, 20.
[5] Cfr. Evangelio según Mateo, 25, 31-46.
[6] Cfr. Carta a los filipenses 2, 6-8
[7] 1ª carta de san Pablo a los corintios 15, 18.
[8] 1ª carta de san Pablo a los corintios 15, 20.
[9] Libro de la Sabiduría 3, 1-6
[10] Deuteronomio 32, 35
[11] Proverbios 25, 21-22
[12] Carta de san Pablo a los romanos 12, 19-21
[13] Levítico 16, 7-10.
[14] Cfr. Isaías, 53, 1-12. Cuarto poema del Siervo de Yavé.
[15] Cfr. 1ª carta a los corintios 3, 13
[16] 1ª carta a los corintios 3, 12-15
[17] Evangelio según san Juan 8, 7.
[18] Libro del Apocalipsis 21, 4-5
[19] 1ª carta de san Pablo a los corintios, 1, 23.
[20] Libro del Deuteronomio 21, 23.
[21] Evangelio según san Mateo, 26, 64.
[22] Evangelio según san Juan 19, 11.
[23] Evangelio según san Marcos, 15, 35.
[24] Benedicto XVI París 12 de septiembre del 2008, Discurso del Papa a los jóvenes en los alrededores de Nôtre Dame.
[25] 1ª carta de san Pablo a los corintios, 1, 24-25.

23 de octubre de 2008

Respuesta a un comentario de Fernando A.

Fernando A. ha dejado un nuevo comentario en mi entrada "¿Tenían razón Hitler y Stalin?":

Hola.

Esto no está relacionado con este mensaje, pero no veo otra manera de contactarle directamente con mi petición.Me gustaría ver si podría hacer usted un comentario a este texto:

http://www.arbil.org/AlvaroDors.pdf

Me interesa mucho saber qué piensa al respecto.

Gracias.

Fernando A.


Le contesto:

No importa que no esté relacionado con el mensaje, es un tema interesante y te contesto. Este es el segundo escrito que hago, pues el primero me salió, creo, excesivamente duro y tuve que suavizarlo.

Creo que hay pocas cosas en el mundo con las que pueda estar menos de acuerdo que con ese artículo. Me parece simple y falaz a partes iguales y entremezcladas.

Me explico:

Decir que el fracaso del comunismo se limita a que “… los comunistas visten peor, no tienen tantos bares, no tienen discotecas, no tienen lujo…”, es cerrar los ojos a lo esencial. El sistema comunista ha fracasado porque ha dejado detrás una secuela inmensa y terrible de muertes, miseria y degradación de la dignidad humana.

Decir que no ha fracasado porque ha durado el largísimo periodo histórico de 70, años, sin decir, además, que esa “longevidad” la ha conseguido a base de fuerza y opresión, y comparar ese engendro con el Imperio Romano, no me parece serio.

Comparar el sistema comunista con el mito sesentero del “comunismo cristiano”. No se tiene de pie. Es cierto que los hechos de los apóstoles (2, 44-45) dice “todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según las necesidades de cada uno”. Y más adelante, en el terrible incidente de Ananías y su mujer, Safira (Hechos 4, 32-5, 11), se comienza diciendo: “El grupo de los creyentes sentían y pensaban lo mismo, y nadie consideraba como propio nada de lo que poseía, sino que tenían en común todas las cosas”. Pero tan solo unas líneas más abajo, Pedro le dice a Ananías: “¿Por qué has permitido que Satanás te convenciera para engañar al Espíritu Santo, quedándote con parte del precio del campo? ¿Acaso no era tuyo antes de venderlo y no seguía siéndolo después?”. El supuesto “comunismo” de los primeros cristianos era fruto del amor, no de la abolición de la propiedad privada. Es decir, de la virtud, no de la imposición.

Si el autor quiere beber en las fuentes cristianas, que vaya a la Doctrina Social de la Iglesia y vea cuántas veces y con qué contundencia se condena el comunismo como intrínsecamente perverso y se defiende la propiedad privada como un derecho, sujeto a límites, naturalmente, de la naturaleza humana.

Identificar sistema capitalista con avaricia o consumismo me parece confundir las churras con las merinas. El sistema capitalista, conviene ver las cosas con perspectiva, ha sido capaz de generar una cantidad de riqueza y de bienestar impresionante e increíble. Criticar el bienestar desde dentro y no tener esta perspectiva de siglos me parece grave. Una cosa es el sistema, que es una de las creaciones humanas más provechosas y eficientes –con imperfecciones, desde luego– y otra que los seres humanos en vez de practicar las virtudes, practiquemos más frecuentemente los vicios. No hay sistema económico blindado contra la avaricia, la insensatez y la locura. ¿Qué el sistema debe ser perfeccionado? Sin duda. ¿Suprimido? Disparate. Ahora bien, perfeccionado, ¿por quién? Porque si el que tiene que perfeccionarlo es el Estado, apaga y vámonos. No quiero ni pensar que el Estado “perfeccione” el sistema económico como lo hace con la justicia, la policía o las cajas de ahorros. Y es que el comunismo no es un sistema. Es un capitalismo de Estado. Y si es cierto que hay malos empresarios, la historia ha demostrado que el peor de todos es el Estado. Y también hay buenos, muy buenos empresarios, aunque como siempre, se hable más de los malos que de los buenos. Empresarios de pequeñas, medianas, grandes y enormes empresas que con el buen hacer diario y la ética personal, profesional y social, crean riqueza que beneficia a millones de personas, empleados, pequeños y grandes accionistas, clientes, sociedad, etc. Empresarios que trabajan por un futuro mejor para las personas.

La doctrina social de la Iglesia, a la que aludía anteriormente, no condena en ningún momento el capitalismo, aunque sí las conductas abusivas que lo pueden hacer inhumano. Y yo estoy de acuerdo con ambas posturas.

Si volvemos a la perspectiva histórica y nos liberamos de la demagogia, me atrevo a afirmar que el capitalismo está todavía en du pubertad. Tiene grandes contradicciones que tiene que pulir, comete errores, pero si madura correctamente –lo que equivale a decir si la humanidad camina por la senda de la virtud– , será la vía por la que la pobreza desaparezca.

Pero para que la humanidad camine por la senda de la virtud, no es necesario –al contrario, sería contraproducente– la supresión del capitalismo, sino la educación de las futuras generaciones en la virtud. Tarea esta larga, de construcción, no de destrucción. Mucho puede ayudar en esto la educación en valores evangélicos, algo en lo que el Estado tampoco parece ir por buen camino.

Sólo hay una cosa en la que, por desgracia, el marxismo a triunfado. En dejar en la cabeza de mucha gente unos a prioris absurdos y contraproducentes que producen una indiscriminada conciencia de culpa ante palabras como capitalismo, libre mercado, etc. Ya es hora de limpiarse de esa intoxicación.

A fuer de ser sincero, debo decir que no he terminado de leer el escrito que me mandas, porque cuando llegué a lo que el autor llama medidas profilácticas pensé que con semejante diagnóstico no merecía la pena seguir.

No sé si este punto de vista te satisface, pero me pides mi opinión y aquí está. Habría mil cosas más que matizar, pero haría demasiado larga mi respuesta, que vuelta a escribir, tampoco me ha salido blanda.

Un saludo.

Tomás Alfaro Drake.

19 de octubre de 2008

El regalo de la inteligencia

Este es el 27º artículo de una serie sobre el tema Dios y la ciencia iniciada el 6 de Agosto del 2007.

Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”, “Como pudo aparecer la vida? III”, “La Vía Láctea, nuestro inmenso y extraordinario castillo”, “La Tierra, nuestro pequeño gran nido”, “¿Creacionismo o evolución?”, “¿Darwin o Lamarck?”, “Darwin sí, pero sin ser más darwinistas que Darwin”, “Los primeros brotes del arbusto de la vida”, “La división del trabajo”, “La explosión del arbusto de la vida”, “¿Tiene Dios una inmoderada afición por los escarabajos?”, “Definamos la inteligencia”, “El linaje prehumano”, “¿Un Homo Sapiens sin inteligencia?”, “El coste de un cerebro desproporcionado” y “Si no hay nada que decir, hablar es muy peligroso”.


La evolución, “subvencionada” por el Diseñador, puede haber hecho que surja el desproporcionado cerebro humano. Pero una vez que ha surgido, ¿es la inteligencia una consecuencia natural de ello? Creo que no. Veamos varios argumentos.
1º Cuando observamos la vida, de forma inmediata nos llama la atención un hecho. La naturaleza ha hecho que toda característica que confiere a un organismo una ventaja competitiva, aparezca exuberantemente en muchas especies por muchos caminos. Por ejemplo: tener apéndices punzantes es una ventaja para la supervivencia. Los toros tienen cuernos de hueso, los rinocerontes los tienen hechos de pelos duros, en los elefantes, son unos dientes los que han evolucionado para ello, en las rosas o espinos, el parénquima vegetal ha tomado la forma necesaria. Pero la inteligencia, el arma de supervivencia más poderosa que pueda haber sólo ha surgido una vez. ¿Por qué?
2º Si hay algo que la naturaleza no hace es permitir que una característica se desarrolle más allá de lo estrictamente necesario para la supervivencia de la especie que la posee. Por ejemplo: La especie antepasada de los topos, que vivía en la superficie, tenía ojos. Cuando una de sus especies hijas, el topo, se adaptó a vivir bajo tierra, los perdió porque no le resultaban necesarios ¿De qué nos sirve para la supervivencia que nuestra inteligencia haya podido llegar a saber de qué están hechas las estrellas o tener esa sed de búsqueda de verdades abstractas? La inteligencia humana está claramente sobredimensionada para las necesidades de supervivencia. Es un derroche que jamás haría la naturaleza.
3º Si la inteligencia fuese un fenómeno únicamente anatómico, salido de la evolución de la materia, cabría esperar que la información necesaria para codificar genéticamente esa impresionante capacidad fuese enorme. Eso debería hacer que el hombre tuviese muchos más genes que cualquier otra especie. Pues no es así. Antes de la decodificación del genoma humano se esperaba que el hombre tuviese entre 80.000 y 100.000 genes. Pero sólo tenemos unos 31.000, poco más del doble que una lombriz y tan sólo unos 300 más que un ratón. Juan Carlos Argüelles en la revista Investigación y Ciencia de Marzo del 2002 nos dice: “Es evidente que la configuración única del ser humano como especie biológica reside en sus genes, pero también lo es que el reducido número de genes ahora identificado no basta para explicar nuestra complejidad singular”.

Ian Tattersall, director del departamento de antropología del Museo Americano de Historia Natural, un científico que jamás apoyaría otra tesis, fuera de la naturaleza, como causa de la aparición de la inteligencia, dice: "[...] resulta asimismo cierto que H. Sapiens constituye el protagonista de algo insólito. [...] debemos considerar la aparición de algo totalmente inesperado [el pensamiento simbólico] gracias a una casual coincidencia. Pero podemos afirmar que nuestro linaje pasó a disfrutar de un pensamiento simbólico desde un estado precedente no simbólico. La única explicación verosímil es que, con la llegada del H. Sapiens anatómicamente moderno, las exaptaciones previas se combinaron por azar con pequeños cambios genéticos, creando un potencial sin precedentes. No podemos dar por completo este relato pues los humanos anatómicamente modernos siguieron siendo arcaicos [sin pensamiento simbólico] durante mucho tiempo antes de adquirir un comportamiento moderno. [...] No podemos afirmar con seguridad en que consistió la innovación de marras".
Tal vez sea políticamente incorrecto para un científico afirmar que la inteligencia es un regalo del Diseñador, tal vez eso arruine su carrera, pero estoy seguro que si llamamos otra vez a Occam y a su tijera, la explicación de Tattersall saldría con varios tajos. A mí me parece bastante más sencillo postular la hipótesis del Diseñador que la de esa “innovación de marras” basada en “exaptaciones combinadas por azar con pequeños cambios genéticos” para crear el fenómeno más sorprendente que podemos observar en este mundo: la inteligencia.

12 de octubre de 2008

¿Tenían razón Hitler y Stalin?

Tomás Alfaro Drake

Hace algunos años leí la siguiente afirmación de Bertrand Russell:

“El hombre es el producto de unas causas que no habían previsto los fines que están logrando; es decir, que su crecimiento, sus esperanzas y temores, sus amores y sus creencias no son otra cosa que el resultado de la colocación accidental de los átomos; que no hay fuego ni heroísmo, ni intensidad de pensamiento o sentimiento, que puedan conservar la vida individual más allá de la tumba; que todos los esfuerzos de todas las edades, toda la devoción, toda la inspiración y el brillo meridiano del genio humano, están destinados a la extinción en las grandes profundidades del sistema solar, y que todo el templo del logro de los hombres terminará inevitablemente enterrado bajo los restos del universo en ruinas. Todo esto, si no está más allá de cualquier discusión, está sin embargo tan cerca de ser cierto que ninguna filosofía que lo rechace podrá sobrevivir".

Paso por alto la incongruencia lógica de la última frase que primero concede la indemostrabilidad de lo que dice para, sin solución de continuidad constituirlo en un contundente dogma de fe nihilista. Frente a la terrible cosmovisión que hay detrás de esta frase se alza otra para la que el universo tiene una finalidad dada por un Dios que ha creado el cosmos por amor y en la que el hombre, cada hombre, objeto del amor de ese Creador, es el fin de esa creación. En esta cosmovisión todos los hombres somos hijos amados de Dios, el Creador.

Vamos a suponer por un momento que la cosmovisión de Bertrand Russell fuese cierta. En este caso, sobre esa premisa mayor, resultaría imposible construir un razonamiento lógico que me llevase a aceptar por qué debo respetar a mis semejantes. Podría acudir al imperativo categórico kantiano: “Actúa de tal forma que si todo el mundo actuase como tú, el mundo fuese mejor”. Pero, ¿por qué debo actuar así? Si yo soy una colocación accidental de los átomos, ¿por qué no voy a actuar de forma que mi colocación accidental de los átomos imponga al resto de los hombres que, al fin y al cabo, no son sino otras colocaciones accidentales de los átomos, lo que es mejor para mí aunque sea monstruoso para ellos? No hay un solo argumento que me diga por qué no debo hacer esto. ¿Qué deber ético obliga a unos átomos a respetar a otros? ¿Debe un volcán –otra colocación accidental de los átomos– cuidar de la vegetación de sus laderas?

Exploremos algunas posibles respuestas:

La primera es la imposibilidad. No debo imponer mi voluntad sobre los demás porque no puedo. Pero esto no es un deber ético, es simple impotencia. Además, tal vez haya alguien que sí pueda. ¿Le estaría permitido a éste atropellar a los demás?

La segunda viene del lado del contractualismo. No debo hacerlo aunque pueda, porque tal vez hoy yo pueda imponerme sobre los demás pero, tal vez mañana, otra colocación accidental de los átomos pueda imponerse sobre la mía. Seamos prudentes, hagamos un contrato social. Yo te respeto a ti hoy, aunque pueda imponerme sobre ti, para que tú me respetes a mí mañana si eres lo suficientemente fuerte ara imponerte sobre mi. Admito, como Hobbes –dice este argumento– que el hombre es un lobo para el hombre. Firmemos, por tanto, un contrato de no agresión mutua por pura conveniencia. Pero no cabe duda que alguien, equivocada o acertadamente, puede pensar y pensará, que mientras él viva, nadie podrá disputarle su dominio por la fuerza y, después de él, el diluvio. Si llega a esa conclusión, cosa muy probable, hará todo lo posible por imponerse sobre el resto de las colocaciones accidentales de los átomos. Tanto si lo consigue como si no, hará una considerable aportación a traer un infierno al mundo.

La siguiente respuesta, consecuencia lógica de la anterior –consecuencia que extrajo Hobbes– es la de constituir una instancia superior que garantice ese contrato social de mutua no agresión. Aparece entonces lo que Hobbes llamó el estado Leviatán, en honor al terrible monstruo bíblico. Pero no hay estado Leviatán que no pueda ser embridado por un dictador tiránico que quiera imponer su colocación accidental de los átomos. Entonces salimos de la sartén para caer en el fuego.

Sin embargo, y esta es la siguiente respuesta, siempre podremos hacer que el estado Leviatán tenga varias bridas y separar su manejo, concediendo el control de cada una a una parte diferente de la sociedad. Llegamos a la separación de poderes de Locke y, de ahí, a la democracia. Bien, pero la historia nos enseña que en un estado de poderes separados, siempre hay quien tiene la tentación, que muy frecuentemente tiene éxito, de hacerse con todas las riendas y revivir a Leviatán para beneficio de su colocación accidental de los átomos. Por otro lado, también la historia nos enseña que mientras un estado de poderes separados coexista con otros Leviatánicos, éstos siempre buscarán la forma de fagocitar a aquellos. No importa que a la larga los intentos de agrupar los poderes en una mano o de que un Leviatán fagocite a un estado democrático fracasen. El proceso siempre acarreará muertes, violencia, atropellos y barbarie. Pero, además, la democracia puede desarrollar, y generalmente lo intenta, métodos más sutiles, pero no menos peligrosos, para buscar manejar con facilidad al estado y, a través de él, a las personas que lo forman. Métodos de manipulación ideológica, basados en los medios de comunicación o en una educación en apariencia puramente técnica pero profundamente ideologizada. No una ideología clara, sino la ideología del pensamiento débil –pero totalizante– de lo políticamente correcto. Una ideología descafeineada de criterios de pensamiento sólidos –y por lo tanto libres– en la que prime la idea de que lo técnicamente posible es éticamente bueno y, tal vez, de que sólo la persona económicamente productiva es la que tiene derechos. De una forma sutil, este estado democrático puede degenerar en el peor de los Leviatanes. Aquél en el que las minorías sin voz y no productivas económicamente –embriones, fetos, ancianos, enfermos terminales, etc.– se convierten en silenciosa carne de matadero con el aplauso de una mayoría acrítica y manipulada.

Las anteriores respuestas son, llamémosles políticas. Queda una que es biológica. Su principio pude ser atractivo, pero su final es atroz. Podríamos llamarle una ética biológica, instintiva. Los animales, a diferencia de los humanos, cuando luchan entre individuos de la misma especie, raramente se matan entre sí. Un instinto de especie natural les preserva de matarse entre ellos por el bien de la especie. Ese mismo instinto es tal vez el que puede preservarnos a los seres humanos. Si nos dejamos llevar por esta ética instintiva, como lo hace la colocación accidental de los átomos de los animales, evitaremos guerras, enfrentamientos y muertes. Esto es verdad sólo a medias, porque si bien es cierto que estos mecanismos instintivos existen entre los animales de la misma especie, no lo es menos que la lucha despiadada por la supervivencia entre individuos de la misma especie, sin producir muertes directas, provoca la supervivencia únicamente de los más adaptados, con absoluto desprecio de la inmensa mayoría, condenada al exterminio. Históricamente, esta respuesta ha dado lugar al llamado darwinismo social –absolutamente rechazado por Darwin– que ha justificado las mayores aberraciones históricas.

Éste es, me parece, el razonamiento ético al que lleva la premisa mayor de Bertrand Russell de la colocación accidental de los átomos. Si esta premisa mayor fuese cierta, tendríamos que decir que Stalin o Hitler tenían razón. A Hitler le fallaron sus cálculos y los estados democráticos, aliados con el Leviatán comunista de Stalin –no olvidemos que esta alianza se produjo cuando Hitler invadió la Unión Soviética, al principio los dos leviatanes se aliaron para comerse a Polonia– vencieron en una sangrienta guerra que, aparte de los muertos producidos por la misma, no impidió el exterminio de millones de judíos. Stalin, por el contrario, consiguió mantener la primacía de su colocación accidental de los átomos hasta el fin de sus días a costa del terror más espantoso.

Sin embargo, sabemos que esta conclusión no es verdad. Algo se revuelve en nuestro interior sólo repensar en el salvajismo, la barbarie y el sinsentido de esas dos vidas –las de Hitler y Stalin– y de sus consecuencias. Y no creo que ellos mismos hayan sido felices, ni siquiera estando en la cúspide de su poder. Desde luego, yo no me cambiaría por Stalin, a pesar de su éxito hasta el final, ¿Alguien lo haría? Sabemos que eso no puede llenar una vida. El mero hecho que aparezcan el contractualismo, el estado Leviatán, la separación de poderes como formas de frenar a la bestia con mejor colocación de los átomos, nos dice que la premisa mayor de la que parte esa cosmovisión, no es muy tranquilizadora.

Ya los griegos inventaros un tipo de demostración que llamaron de reducción al absurdo. Si aceptando la premisa mayor de un razonamiento llegaban a una conclusión absurda, concluían que lo que era falso era, precisamente, esa premisa mayor. Podríamos llegar a otra conclusión, una ética sin lógica. Una ética que fuese así tan sólo por salvar los muebles, por que sí. Una ética del deber por el deber –kantiana– o de la bondad natural del hombre –rousseauniana. La primera nos da un sentido del deber árido e insoportable. La segunda, que no es otra que la de la ética instintiva de la especie disfrazada es, simplemente falsa. Nos lo demostraría, si hiciese falta demostrarlo, la experiencia de la dificultad que encuentra el bien para sobreponerse al mal, incluso en los tiempos del hipotético –y por supuesto inexistente– “buen savaje” rousseauniano.

Nos queda la otra cosmovisión. La del Dios Creador bueno, que nos ha creado por amor y que nos ha regalado una inteligencia capaz de buscar y encontrar la verdad, una verdad que nos lleva de Él a la ética. Un Dios que, además, nos ha regalado también la capacidad de que la verdad, y la ética que lleva aparejada, nos parezca bella y que tendamos hacia ellas por algo más que un árido sentido del deber. Que tendamos a ella con la libertad del amor. Una verdad y una ética que incluyen, poniéndolos en su sitio, nuestros deberes hacia la naturaleza, creada también buena, al servicio del hombre, y amada también por el mismo Creador. Si la experiencia nos recuerda que no siempre descubrimos la verdad, que muchas veces caemos en el error, que muchas veces en vez de buscar el bien con la libertad hacemos el mal, es debido al oscurecimiento de nuestra mente o al mal uso que hacemos de la libertad por culpa del pecado original. Una cosmovisión sustentada en un Dios que, ni siquiera después de ese pecado cósmico nos abandona, sino que se hace uno de nosotros y nos regala su gracia para que a través de Él podamos volver a la claridad de la verdad y encontremos el amor a través del bien. Y eso, no como una carga, sino como un tesoro escondido. Una cosmovisión así, merece la pena. En un mudo así se puede vivir, aunque el mal parezca muchas veces campar por sus respetos, porque podemos llamar mal al mal y bien al bien y luchar por vencer el mal en el bien, tengamos el éxito que tengamos. Más aún si tenemos la promesa de ese Dios de que el mal no prevalecerá, aunque a veces parezca que lo hace. Esta cosmovisión, con esta premisa mayor, sí tiene lógica. Desde ella es lógico espantarse de la maldad de un Hitler y un Stalin, saber por qué no nos cambiaríamos por ellos, aunque tuviesen éxito, saber por qué fueron desgraciados e incluso, si se arrepintieron, pedir para ellos el perdón de Dios.

No, ni Hitler ni Stalin tuvieron razón. Ni tampoco Bertrand Russell.

10 de octubre de 2008

Respuesta a Manuel

Manuel me dice en un post:

Excelente blog, Tomás. Al final me decido a hacer una entrada, con un comentario sobre el respeto a los demás.
Me ha inspirado un artículo de Alfonso López Quintás en el Alfa y Omega, sobre Guerini, al que no conocía hasta hoy.
Decía Guerini:"La sede del sentido de mi vida no está en mí, sino por encima de mí. Vivo de lo que está por encima de mí. En la medida en que me encierro en mí o - lo que viene a ser lo mismo - me encierro en el mundo, me desvío de mi trayectoria (...). Mas eso significa que, con anterioridad, debo aceptar el existir, aunque no se me haya preguntado si lo quiero." También dice López Quintás comentando sobre Guerini: ""La verdad es compleja, polifónica", como son las realidades del mundo que queremos conocer. A este concepto relacional de verdad acude cuando destaca, asombrado, el poderío que a veces ostenta la verdad cuando la buscamos como una meta, para vivir en ella y de ella".
Es tremendo lo difícil que es estar en ese camino de búsqueda de la verdad. Supongo que cada uno tiene una verdad-realidad particular, puesto que somos libres. Nos han dicho que la verdad es el amor. Si lo ponemos todo en mayúsculas sería Amor-Verdad-Realidad, y a escala humana amor-verdad-realidad. Si estas segundas no están inspiradas por las primeras, creo que nos estrellamos.
El respeto al otro... no a sus opiniones, sino a su búsqueda, a su camino en ese amor-verdad-realidad inspirados por Dios. Creo que esto es natural en las personas, pero unos se dan cuenta y otros no. Si no, quizá nos bloqueemos, nos quedemos instalados en nosotros mismos, y al final perdamos el respeto a los demás. Nos deberíamos preguntar ¿quiénes somos nosotros para torcer el camino de los demás hacia el amor? Al contrario, estamos para favorecerlo, pero dándonos cuenta, percibiendo en nuestro interior ese Amor verdadero, y en el otro. ¿Y nuestro auto-respeto? Ese también requiere muchos cuidados, incluso más. Es fácil muchas veces sentirse indigno, el caso es que tenemos una dignidad por la que deberíamos luchar a brazo partido.
Si en el fondo, todos lo sabemos, porque vivimos en Él, pero nos resistimos, nos peleamos para no sufrir y para no dejarnos querer. Otra tremenda cita de Guerini, y acabo: "Cuando el hombre rechaza la verdad, enferma. Ese rechazo no se da ya cuando el hombre yerra, sino cuando abandona la verdad; no cuando miente, aunque lo haga profusamente, sino cuando considera que la verdad en sí misma no le obliga; no cuando engaña a otros, sino cuando dirige su vida a destruir la verdad. Entonces enferma espiritualmente".
Muchas gracias, y espero que este blog lo lea muchísima gente, porque es buenísimo.
Manuel



Le contesto:

Muchas gracias Manuel por tus elogios y gracias por animarte a participar en el blog. La verdad es que estos diálogos me hacen aguzar el ingenio. Intentaré seguir plasmando en él mis tanteos en búsqueda de la verdad.

López Quintás es un pensador extraordinario, discípulo de Guardini y una de las personas que mantiene hoy en día viva la filosofía real que no se pierde en el fango de una modernidad que niega la posibilidad de la verdad y se pierde en el relativismo. Me encanta lo de la verdad polifónica. Sirve muy bien para alumbrar el problema verdad-dogmatismo-libertad. Una sinfonía es una sinfonía, y está ahí. Pero cada ser humano tiene un oído que sólo es capaz de oír unas frecuencias. Lo que oigo es verdad, pero no es toda la verdad. Para llegar a la verdad completa necesito del oído de los demás. Si pudiese oír a través de mis oídos y de los de los demás, oiría toda la sinfonía y me maravillaría. Si cierro mis oídos a lo que oyen los demás, creyéndome que sólo lo que yo oigo forma parte de la sinfonía, lo que oiga puede ser una verdad muy pobre. La manera de prestar los oídos a los demás y aceptar oír por los suyos es el amor. Pero, también hay quien toca una trompeta disonante que no forma parte de la partitura (de la realidad). Entonces, también por amor, es nuestra obligación convencerle, no obligarle con violencia, de que no deforme la partitura (la realidad).

En el fondo, de lo que se trata es de si existe o no una realidad fuera de nosotros. Si existe esa realidad, la verdad no es otra cosa que la adecuación de nuestros juicios a esa realidad. Esa realidad es enorme y nunca podremos abarcarla completa, ni solos ni acompañados. Pero nuestra razón, sumada en el amor a la de los demás, nos puede hacer emitir juicios más certeros sobre esa realidad. La revelación nos aporta perspectivas que, sin contradecir a la razón completan cosas que están fuera de su campo de audición. Pero la revelación es incompleta. La REVELACIÓN completa no la tendremos hasta que veamos cara a cara a Dios.

El problema es que, a partir del racionalismo y en un lento deslizamiento, se ha llegado a negar la existencia de una realidad objetiva fuera de nosotros. Se ha llegado a hacer al hombre autor de la realidad. Más aún a cada hombre autor de su realidad. Y así, se ha llegado a negar la verdad y al relativismo más absoluto e irracional que afirma que mi “verdad” y la “verdad” de otro, siendo contradictorias, pueden ser verdad a la vez. Y a sustituir el amor por una tolerancia mal entendida que en vez de intentar analizar desde el amor las diferencias para llegar a una visión más rica, disimula las diferencias en un “piensa lo que quieras mientras no me molestes, porque que tú no me importas lo más mínimo (y, en el fondo, yo tampoco me importo a mi mismo)”.

En fin, que gracias por tu entrada y por hacerme pensar y expresar, aunque sea a vuelapluma, lo que pienso. Te recomiendo, aunque sea un poco larga, una serie de posts de este blog bajo el título genérico de "El camino hacia la posmodernidad y el nuevo renacimiento".

Un abrazo.

Tomás

8 de octubre de 2008

Continúa la conversación con Juan Luis.

Juan Luis sigue con su conversación. Me dice:

Hola Tomás!Lo bueno de las conversaciones con los muertos, es que pueden prolongarse sin problema.Te diré que mi conclusión tras la conversación sostenida fue (perdoname si puede sonar heterodoxa) que la Pasión de Cristo estaba escrita en la decisión de Adán: desde el momento en que, por el pecado original, quedamos sometidos al sufrimiento, Cristo tenía que venir para dar sentido a ese sufrimiento. De modo que, "haciéndo nuevas todas las cosas", no nos quita las consecuencias del pecado (el dolor) sino que lo sublima, haciendo que algo que nos aleja de Él (unas consecuencias no queridas de un acto de libertad no deseado), se convierte, por la Pasión, en vía de salvación.

Mi hipótesis teológico-especulativa es qeu si el pueblo judío hubiera aceptado a Cristo, la condena a muerte hubiera venido igual, sólo que dictada por los romanos. La Pasión tendría que suceder de todos modos, por los motivos expuestos, pero la Historia de la Salvación habría dado un giro pro-Cristo espectacular.Pero repito, al propio Guardini la hipótesis le plantea obstáculos insalvables qeu no sabe como solucionar, pero que no le llevan a descartar su teoría del "cambio en el plan de Dios" (la hipótesis de que la Pasión no habría sido necesaria si los judíos se hubieran convertido). Lo encarga todo a lo incomprensible del plan de Dios...Abrazo!


Le contesto:

Querido Juan Luis:

Los muertos tienen todo el tiempo del mundo. De hecho no están en el tiempo sino en la eternidad.

Primero, tu conclusión no me suena a heterodoxa y si me sonase, no tendrías por qué pedirme perdón, faltaría más.

De hecho, la primera promesa de redención de Dios al hombre tiene lugar inmediatamente después del pecado de Adán. Es lo que se llama el Protoevangelio, cuando Dios le dice a la serpiente. “Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Tú la morderás en el talón y ellos te aplastarán la cabeza. (Ellos parece según la exégesis que se refiere a la mujer y su linaje, es decir, a María y a Cristo). Aquí no dice si ese aplastarle la cabeza pasaría por la Pasión. Pero la pasión la “exige” la “necesidad” de que nuestro Dios no parezca de ninguna manera un Dios al que le importamos tres pimientos. De hacho, a pesar de la Pasión, uno de los mayores escándalos para la humanidad es el aparente silencio de Dios ante el sufrimiento humano. Sin Pasión sería difícil responder a esto. Ahora bien, que los planes y designios de Dios pueden cambiar según sea la actitud del hombre, su fe y su súplica, queda patente en el pasaje del evangelio que te comenté en la respuesta anterior sobre la mujer sirio-fenicia con su hija poseída por un demonio. Ahora bien, tiene toda la razón Guardini al encargarlo todo a lo incomprensible del plan de Dios... Ese plan es un misterio lleno de belleza que nos será revelado cuando hablemos con los muertos de verdad en la Vida.

Un abrazo.

Tomás

7 de octubre de 2008

Sigue mi conversación con Ignacio

Sigue mi conversación con Ignacio. Me escribe:

Hola Tomas ¿Cómo ha estado usted? Sabe tengo un ramo de ética periodística y en un libro que debo leer dice que todos los intentos por desarrollar una ética racional al modo kantiano parecen irremediablemente condenados al fracaso. Esto lo dice en base al surgimiento de los totalitarismos, me imagino que al comunismo y al nacional socialismo, pero por lo que leí de un profesor de filosofía católico es que estos se fundamentaron en Marx y Hegel y no Kant, aunque se que a Hegel le gustaba Kant. Pero yo considero que no es culpa de Kant el cual dice obra queriendo que tu acción sirva de ley universal a todas las personas, por ejemplo quiero que todas las personas no maten, entonces yo tampoco mato, es similar a lo dicho por Jesucristo Haced con los demás como os gustaría que hiziecen con vosotros. Kant habla en contra del egoísmo y de que aunque nunca nadie haya sido fiel, se sabe a priori que es bueno ser fiel. Yo creo que es injusto lo que leí en el libro o más bien ignorancia, lo que yo creo es que los malos razonamientos no invalidan la capacidad de la razón, y obviamente fueron malos razonamientos los de Lenin y los de Hitler.

Le contesto:

Querido Ignacio:Bueno, la afirmación del principio es una afirmación gratuita. La salva de una afirmación absoluta el "parecen" y vuelve al absolutismo con el "irremediablemete" condenados al fracaso. Como el movimiento se demuestra andando y aunque a veces sea difícil de explicar determinados fenómenos hay que intentar buscarle explicación, (esta podría ser la frase resumen de la fenomenología de Husserl) te diré que hay muchas personas que sí han logrado una ética justificada desde la razón. Habrá que explicar este fenómeno en vez de negarlo, ¿no? El hecho de que determinados caminos de búsqueda de una ética racional hayan degenerado en totalitarismos no condena el esfuerzo de la búsqueda de una ética racional al fracaso, sino que requiere una explicación. Si hay algo en lo que no hayan estado basados los totalitarismos, es en la razón. Te recomendaría la lectura del discurso de Benedicto XVI en Ratisbona, que dio tanto que hablar y que tan poca gente ha leído. Sí es cierto que la ética kantiana de "el deber por el deber" sin apoyarse en la razón fundamental de la ética, que es el amor que nos debemos por ser hijos de un mismo Dios que nos ama, se basa en una premisa mayor falsa y por lo tanto condenada al fracaso. Te recomiendo la lectura de mi artículo del blog en el que hablo sobre Kant en la serie "El camino hacia la posmodernidad...". Podrá decirse que la ética del amor basada en ser hermanos en un Dios Padre común no se basa en la razón, sino en la fe. Pero es que la fe se puede analizar desde la razón (no desde el racionalismo, que es distinto de la razón). Con la razón se puede llegar a asumir que lo más razonable es creer en ese Dios (perdona que sea pesado, pero te recomiendo la serie, todavía no acabada en mi blog, sobre Dios y la ciencia) y, a partir de esa premisa mayor llegar a una ética racional (no racionalista) que no lleva a ningún totalitarismo. Pero ojo. Ya te dije en una conversación anterior que todo intento de imponer la verdad es un error. La verdad se busca en comunidad, se propone y se comparte, jamás se impone. Imponerla iría contra la razón (otra vez, Benedicto XVI en Ratisbona). Un abrazo. Tomás


Me contesta otra vez:

Sabes Tomas, no me acuerdo de la dirección de tu blog, me la podrías dar de nuevo y si puedes contarme mas de ti, sabes he leido 2 libros publicados por la universidad catolica de chile, y los autores son mas o menos relativistas, uno se llama darío rodríguez y dice que no se puede transmitir informacion, porque todos somos distintos por diferentes culturas, prejuicios, tradiciones, enseñanzas y en realidad no se puede transmitir un mensaje, ya que todos lo reciben de distinta forma y lo acomodan a lo que son ellos, esa parece que es la teoría de la autopoiesis, hay un biólogo humberto maturana que hizo un experimento con un sapo cambiandole un ojo y se le mostraba alimento y su lengua se dirigía a otro lado. Me da pesar que ciertos profesionales escriban en una editorial como la católica, cuya iglesia y por speaman y benedicto xvi si creen en la verdad y en normas morales absolutas, sin embargo los relativistas infectan con su enseñanza estas instituciones. Perdona que me moleste tanto, es que en todas partes casi se enseña esto, y yo se que no es así, pero le pediré paciencia a mi Dios. Conozco a un teólogo R.C.Sproul, que dice lo mismo que tú o parecido, él dice que el cristianismo es racional pero no racionalista, y me gustaría por favor que tu me expliques esto. Te cuento de mi, tengo 28 años, estudio periodismo, soy bautista y participo en un grupo de jóvenes. Gracias por responderme y que la gracia de Jesucristo sea contigo.


Le vuelvo a responder:

mi blog es:

tadurraca.blogspot.com

La verdad es que a veces yo también me pregunto por qué en editoriales católicas se da cabida a escritos que van contra la esencia del cristianismo. Y no encuentro respuesta. Pero es un hecho. ¿Cómo que no se puede transmitir información? Desde luego, para decir eso hay que estar muy ciego para mirar la realidad. ¿Es que yo no te estoy transmitiendo información a ti? ¿Es que la historia del progreso de la humanidad no es historia de la transmisión de información? Hay gente que se cree que cuanta mayor sea la estupidez y la falta de sentido común de lo que se diga, más "intelectual" es lo que se dice. Y lo peor es que hay gente que se lo publica. Y peor aún es que eso se publique en una editorial de una universidad católica, que, como todos los cristianos, creemos que todo fue hecho por la Palabra. En fin, desconcertante. Pero no por eso vamos a dejar de buscar la verdad, de compartirla y de aquilatarla entre hombres de buena voluntad. Claro que el cristianismo es racional, pero no racionalista. El racionalismo parte de una premisa radical: Una cadena adecuada de silogismos puede descubrir TODA la realidad. Más aún. Lo que no pueda llegar a demostrarse por una cadena de silogismos no forma parte de la realidad. Pero eso es un absurdo en sí mismo. Hay muchas cosas que son reales pero que caen más allá de lo que podemos demostrar por una cadena de silogismos. En el siglo XX el matemático Kart Gödel demostró matemáticamente que en todo sistema lógico formal hay proposiciones que no se pueden demostrar ni como verdaderas ni como falsas dentro de ese sistema. No es que no sean verdaderas o falsas, sino que no se pueden demostrar. Esto se conoce como el teorema de la incompletitud de Gödel y, por sí mismo debería ser la puntilla del racionalismo. Pero las ideas absurdas se resisten a morir. Siempre hay alguien que las mantiene. Esas cosas que están más allá de lo que nuestra razón puede alcanzar mediante silogismos, se llaman misterio y el misterio no es oscuridad, sino exceso de luz, dentro del misterio hay más luz de la que los ojos de nuestra razón pueden captar. En el cristianismo hay misterios, pero eso no quiere decir que vayan contra la razón sino que están más allá de la razón. Son “transnacionales”. Hasta donde la razón puede alcanzar son razonables. Alguien ilustró esto diciendo que la fe era un regalo razonable. Mentes privilegiadas como la de Eistein y otros muchos, sin ser cristianos, asumían la existencia de cosas que van más allá de nuestra razón. Te copio alguna frase de Einstrein al respecto.

“... como un niño que entra en una biblioteca inmensa cuyas paredes están cubiertas de libros escritos en muchas lenguas distintas. Entiende que alguien ha de haberlos escrito, pero no sabe ni quién ni cómo. Tampoco comprende los idiomas. Pero observa un orden claro en su clasificación, un plan misterioso que se le escapa, pero que sospecha vagamente. Esa es, en mi opinión, la actitud de la mente humana frente a Dios, incluso la de las personas más inteligentes”

“La experiencia más bella que podemos tener es sentir el misterio [...]En esa emoción fundamental se han basado el verdadero arte y la verdadera ciencia [...] Esa experiencia engendró también la religión [...] percibir que tras lo que podemos experimentar se oculta algo inalcanzable a nuestro espíritu, la razón más profunda y la belleza más radical, que sólo son accesibles de modo indirecto – ese conocimiento y esa emoción es la verdadera religiosidad.

Entonces, nuestra religión no es racionalista, hay cosas que están más allá de nuestra razón. Son misterios. Pero se puede razonar hasta el borde mismo del misterio y encontrar que no es irracional. Por ejemplo. Es racional creer en un Dios todopoderoso y bueno. (Perdona que sea tan pesado, pero lee la serie de Dios y la ciencia en mi blog) Si es razonable pensar que hay un Dios todopoderoso y bueno, es racional pensar que ese Dios se haya revelado e incluso que se haya encarnado en Jesucristo. Cómo lo ha hecho es sin embargo un misterio, pero no es irracional que un Dios todopoderoso y bueno lo haga. Y el misterio es, en palabras de Eisntein “la experiencia más bella que podemos tener o sentir” […] “la razón más profunda y la belleza más radical que sólo son accesibles de modo indirecto”. Por otra parte, -y más allá de Gödel– como podrás leer en la serie de mi blog sobre el camino hacia la posmodernidad, el racionalismo, llevado a sus últimas consecuencias, ha desmbocado en consecuencias irracionales y, al final, al totalitarismo.

Se me olvidaba. Querías saber cosas de mí. Tengo 57 años, estoy casado y tengo 8 hijos, dos de los cuales están preparándose para ser sacerdotes (de hecho uno se ordena el próximo 20 de Diciembre), soy profesor de la universidad Francisco de Vitoria, no soy filósofo como profesión, pero sí en el sentido etimológico del término (amante de la sabiduría) y me dedico profesionalmente a las finanzas.

Espero que estas líneas te sean de utilidad.

Saludos y que la gracia y la paz de Jesucristo esté contigo también.

Tomás

5 de octubre de 2008

Si no hay nada que decir, hablar es muy peligroso

Tomás Alfaro Drake

Este es el 26º artículo de una serie sobre el tema Dios y la ciencia iniciada el 6 de Agosto del 2007.

Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”, “Como pudo aparecer la vida? III”, “La Vía Láctea, nuestro inmenso y extraordinario castillo”, “La Tierra, nuestro pequeño gran nido”, “¿Creacionismo o evolución?”, “¿Darwin o Lamarck?”, “Darwin sí, pero sin ser más darwinistas que Darwin”, “Los primeros brotes del arbusto de la vida”, “La división del trabajo”, “La explosión del arbusto de la vida”, “¿Tiene Dios una inmoderada afición por los escarabajos?”, “Definamos la inteligencia”, “El linaje prehumano”, “¿Un Homo Sapiens sin inteligencia?” y “El coste de un cerebro desproporcionado”.

El cerebro no ha sido el único órgano humano que ha necesitado de “subvenciones” para su evolución. El aparato del habla, la garganta del hombre, ha sido también algo tan costoso como inútil hasta la aparición de la inteligencia.

Una cebra se acerca a una charca a beber. Sabe que va a correr un gran peligro. Los depredadores suelen acercarse a las charcas porque allí encontraran a sus presas indefensas. El instinto de la cebra le dice que tiene que beber lo más deprisa posible. Para ello, su organismo es capaz de respirar y beber al mismo tiempo. En unos breves instantes ha bebido lo necesario para no tener que volver a beber y correr riesgos hasta el día siguiente o, al menos, hasta dentro de bastantes horas. Pero por otro lado, el repertorio de sonidos que puede emitir la cebra es muy limitado. Un relincho, tal vez, en el mejor de los casos, modulando un poco el volumen y la altura tonal. Un poco más grave y suave si hay tranquilidad, un poco más agudo y potente si hay peligro. Tampoco necesita más. Así es como se las apañan todos los mamíferos y les va bastante bien. Pero el ser humano, necesita hablar para transmitir sus ideas. Y para ello requiere un complejo aparato del habla que le permita una amplísima variedad de sonidos. Y si además quiere transmitir sentimientos sutiles, necesita poder variar ampliamente el volumen y el tono. La voz de una persona normal puede modular el tono en una octava y media. Es decir el sonido más agudo que puede emitir tiene una frecuencia entre dos y tres veces mayor que el más grave. La Callas podía abarcar con su voz casi dos octavas y media. Ni el más maravilloso pájaro cantor puede cantar la sencilla melodía que cualquiera de nosotros cantamos mientras nos duchamos por la mañana. La “culpa” la tienen nuestra glotis y nuestras cuerdas bucales, auténticas maravillas de la evolución. Pero eso no es gratis. No podemos tragar y respirar al mismo tiempo. Eso no es demasiado preocupante hoy día, aunque el atragantamiento es la causa de bastantes muertes. Pero ahora no tenemos que preocuparnos por beber deprisa. Al contrario, nos enseñan desde pequeños que es de mala educación y, además, nos deleitamos en paladear lo que bebemos, mientras participamos en una interesante conversación llena de novedosas ideas. Es un lujo que nos podemos permitir gracias a nuestra inteligencia. Pero, ¿se lo podían permitir el Homo Sapiens y todos los homínidos anterioresantes que no tenían inteligencia? La respuesta es no. Como la cebra, el Homo Sapiens tiene que beber deprisa. Y, así como no es comprensible la inteligencia sin poder comunicar las ideas verbalmente, no se entiende para que pueda servir hablar, no digamos ya cantar, si no se tienen ideas que transmitir. Sin embargo, en paralelo al proceso de encefalización y de locomoción erguida que, recuérdese, estrechaba la pelvis y hacía difícil el parto, se iban produciendo las transformaciones anatómicas que permitían el habla. Hablar salva vidas cuando hay cosas que decir. Pero, como acabamos de ver, es demasiado peligroso cuando no hay nada que decir. Esa capacidad, como el cerebro desproporcionado, también necesita de unas “subvenciones” que la naturaleza no está dispuesta a dar. Los pura-sangres ingleses no sobrevivirían en las estepas eurasiáticas ni un suspiro. Pero un criador los cuida en un ambiente especial porque le gusta su velocidad. ¿Quién ha cuidado durante millones de años de la rama que lleva al Homo Sapiens, con ese cerebro y ese aparato del habla tan inútiles para la supervivencia sin inteligencia?

Hemos visto cómo los tres procesos que caracterizan la humanidad, a saber, la inteligencia, el habla y la locomoción erguida, tuenen un carácter contrario a la evolución natural. No digo que no se hayan producido por evolución, pero sí que parece que esa evolución ha sido “subvencionada” por alguien. Nos quedan por ver argumentos que apuntan a que esa inteligencia, ella misma, ha aparecido de una forma misteriosa. No ya por una evolución subvencionada, como el cerebro, sino como un regalo especial, no evolutivo, del Mecenas Diseñador.

3 de octubre de 2008

Comentario de Juan Luis a mi entrada sobre la Providencia divina

Tomás Alfaro Drake

Juan Luis deja un comentario a mi post sobre la Providencia de Dios. Dice:

Magnífico post, Tomás. Algún día te contaré nuestra larga conversación de anoche de un par de amigos y yo en la que discutiamos con Guardini (él era el quinto asistente a la reunión) qué quería decir con su tesis de que: "en un momento dado de la vida del Señor se tomó una auténtica decisión. Su mensaje no fue acogido, y entonces la eterna voluntad de redención de Dios eligió el camino de la pasión" ("El Señor", Ed. Cristiandad, p299); "Jesús había venido a redimir a su pueblo y, en él, al mundo entero. Y eso debería producirse mediante la donación de la fé y el amor. Pero el objetivo se frustró. No obstante, el encargo del Padre permaneció firme, aunque cambió de forma" (cfr, p273); "El reino de Dios habría llegado si el mensaje hubiera encontrado fé (...) la del pueblo entero que se había comprometido con Dios en la alianza del Sinaí (...). Cristo fue rechazado por su pueblo y se entregó a la muerte. La redención no se produjo por la irrupción de la fé, del amor y del Espíritu que todo lo transforma, sino por al muerte de Jesús, qeu se convirtió así en chivo expiatorio" (cfr, p133). Y esto junto a los graves problemas qeu a Guardini le acarrea sostener esa hipótesis y relacionarla con la libertad del hombre, la libertad de Dios, la Providencia de la que hablas y el Plan inmutable de salvación del Padre...Pero eso daría para una laaaarga conversación, también, jejejeje...un abrazo!!

Le respondo:

Muchas gracias Juan Luis. La verdad es que sí, que la conversación sería muuuuuy larga. Pero vayan algunos breves comentarios de alguien que ha leído muy poco de Guardini (pero a quien le gustaría haber leído más, y lo hará).

Lo primero, esto de conversar con Guardini, me trae a la memoria un soneto de Quevedo del que los dos primeros cuartetos dicen:

“Retirado a la paz de estos desiertos
con pocos pero doctos libros juntos
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos".

"Si no siempre entendidos siempre atentos
o enmiendan o secundan mis asuntos
y en músicos cayados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos”
.

Este último verso, parafraseado, da título de mi último libro, “Al sueño de la muerte hablo despierto: Cartas a poetas muertos”. Así que me encanta esto de dialogar con alguien que con sus escritos nos ha dejado cosas para pensar.

Acabada esta parte de marketing de mi libro, voy al grano. Muchas veces me he preguntado qué hubiera pasado si los dirigentes de los judíos hubiesen creído en Jesús. Hace algunos años escribí lo que sigue, que son palabras de san Pablo más que mías:

Proeza y futuro del judaísmo.

Es impresionante la proeza de la religión judía. Se encuentra directamente en la génesis del cristianismo y del islamismo. Influyó notablemente, junto con el huiduísmo, al zoroastrismo. A través del cristianismo es posible que haya tenido alguna influencia en el budismo mahayana. Es decir está, de forma más o menos directa, en la raíz de todas las religiones menos el hinduísmo. Sin embargo no ha tomado cuerpo en ninguna civilización. A pesar de todo, sigue viva. Si tomamos la fecha de nacimiento del judaísmo en Abraham, son treinta y ocho siglos de presencia ininterrumpida y fecunda en la historia. No son pues los hermanos mayores en la fe, en frase de Juan Pablo II, sólo de los cristianos, sino de una inmensa mayoría de la humanidad. ¿Les queda algún papel que jugar en la Historia? Oigamos a san Pablo:

“Y pregunto todavía: ¿Habrán tropezado los israelitas de manera que sucumban definitivamente? ¡De ninguna manera! Por el contrario, con su caída ha llegado la salvación a los paganos, quienes a su vez han provocado la emulación de Israel. Y si su caída y su fracaso se han convertido en riqueza para el mundo y para los paganos, ¿qué no sucederá cuando alcancen la plenitud? [...] Porque si su fracaso ha servido para reconciliar al mundo, ¿no será su readmisión como un volver de los muertos a la vida? Y es que si las primicias están consagradas a Dios, lo está toda la masa; si está consagrada la raíz, lo están también las ramas. Cierto que algunas ramas han sido desgajadas y que tú, olivo sivestre, has sido injertado entre las restantes y compartes con ella la raíz y la savia del olivo”.

“Pero no presumas a costa de aquellas ramas; y por si presumes, recuerda que no eres tú quien sostiene la raíz, sino la raíz la que te sostiene a ti. [...] En cuanto a ellos, los israelitas, si no persisten en la incredulidad volverán a ser injertados. Y Dios puede muy bien injertarlos de nuevo. Porque si tú has sido cortado de un olivo silvestre, al que por naturaleza pertenecías y has sido injertado contra tu naturaleza en el olivo fértil, ¡con cuánta mayor facilidad podrán ser injertadas las ramas originales en el propio olivo!”

“No quiero, hermanos, que ignoréis este misterio para que no andéis presumiendo por ahí. El endurecimiento de una parte de Israel no es definitivo; durará hasta que se convierta el conjunto de los paganos. Entonces todo Israel se salvará, como dice la escritura”:

“Vendrá de Sión el libertador,
Alejará de Jacob la impiedad
y mi alianza con ellos será restablecida
cuando yo les perdone sus pecados”
[1].

“En lo que respecta a la acogida del Evangelio, los israelitas aparecen como enemigos de Dios para provecho nuestro; sin embargo, si atendemos a la elección, siguen siendo muy amados por Dios a causa de sus antepasados, pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables”.

“También vosotros erais en otro tiempo rebeldes a Dios, pero ahora, por la desobediencia de los israelitas, habéis alcanzado la misericordia. De igual modo, ellos son ahora rebeldes debido a la misericordia que Dios os ha concedido, para que también ellos alcancen misericordia. Porque Dios ha permitido que todos seamos rebeldes para tener misericordia de todos”.
[2]

Tal vez fue esta proeza y este futuro misterioso para el judaísmo que se desprende de las palabras de san Pablo, empujasen al Papa Pío XI, en plena escalada del antisemitismo nazi, en septiembre de 1938, a decir: “En Cristo somos todos descendientes de Abraham. El antisemitismo para un cristiano es inadmisible: espiritualmente todos somos semitas”. Quizá ese todos se refiera a muchos más que a los cristianos.

***

Hasta aquí lo escrito hace años, que hace referencia más bien al futuro de los judíos que al futurible de lo que hubiera pasado si se hubieran convertido como pueblo, porque conversiones individuales las hubo a miles.

Respecto a este futurible, poco puedo decir. Creo que Cristo vino, así nos lo dice él mismo, teniendo como misión la conversión de los judíos. A la mujer siro-fenicia que le pide la curación de su hija le dice “sólo he sido enviado a las ovejas perdidas de Israel” (Estoy citando de memoria y, por tanto puedo ser inexacto y no puedo ponerme a buscar referencias). Pero luego la cura. Lo cual no deja de ser algo impresionante, porque la oración de esa mujer, no cambia algo permitido por Dios pero no designio de Dios, como es una enfermedad, sino que cambia un designio de Dios expresamente señalado por Cristo. También cura al criado del centurión. Por otra parte, ya cerca de su pasión, exasperado les dice a los dirigentes judíos en una parábola que les hizo rechinar los dientes (La de los viñadores homicidas. Creo que es san Lucas el que dice que se alzó una voz que dijo “eso no puede ser”) que la viña –que era símbolo de Israel, les sería dada a otros que diesen fruto a su tiempo. Parece pues que hay un cambio de actitud en Cristo. Ahora bien. Me cuesta creer que la pasión de Cristo no hubiese tenido lugar si los judíos se hubiesen convertido. Creo que la pasión de Cristo era necesaria para que todo el sufrimiento del mundo tenga sentido. Tal vez si los judíos se hubiesen convertido se hubiese instaurado el reino de Cristo y Dios hubiese enjugado las lágrimas del rostro de la humanidad desde ese momento. Pero ¿y los sufrimientos del pasado? ¿Quién juzgaría esa parte de la historia? ¿Querría Dios juzgar la historia sin pasar por los sufrimientos de los que más hubiesen sufrido antes para poder perdonar como víctima lo que pudiese ser perdonado? No lo sé. Es demasiado para mi capacidad de entender. Es misterio y como todo misterio es exceso de luz, más luz de la que mis ojos son capaces de registrar. Los designios de Dios, y la capacidad del hombre para cambiarlos por la oración o por el mal uso de la libertad. ¡Casi nada! Pero el misterio puede ser contemplado. Y alimenta la esperanza de que un día, cuando veamos a Dios cara a cara, digamos “¡Ah! ¡Mira! ¡qué ciego era! ¡Tenía que ser así!” Y lo diremos no sólo respecto a este asunto, “curioso”, pero no existencial para mí vida, sino para tantas cosas que no entendemos y que nos hieren como un hierro al rojo.

Un abrazo Juan Luis y gracias por tu reflexión.

Tomás
[1] Isaías, cap. 59, vers.20 y 21 de donde san Pablo saca esta cita, dice textualmente: “Pero a Sión vendrá el libertador/ y rescatará en medio de Jacob/ a los que se conviertan de su rebeldía./ Oráculo del Señor./ Esta es la alianza que yo haré con ellos, dice el Señor: El Espíritu que te he infundido y las palabras que te he confiado, estarán siempre en tus labios y en los de tus descendientes, desde ahora y por siempre – dice el Señor.
[2] Carta de san Pablo a los Romanos cap. 11, vers. 11 - 32.