Tomas Alafaro Drake
Este es el 29º artículo de una serie sobre el tema Dios y la ciencia iniciada el 6 de Agosto del 2007.
Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”, “Como pudo aparecer la vida? III”, “La Vía Láctea, nuestro inmenso y extraordinario castillo”, “La Tierra, nuestro pequeño gran nido”, “¿Creacionismo o evolución?”, “¿Darwin o Lamarck?”, “Darwin sí, pero sin ser más darwinistas que Darwin”, “Los primeros brotes del arbusto de la vida”, “La división del trabajo”, “La explosión del arbusto de la vida”, “¿Tiene Dios una inmoderada afición por los escarabajos?”, “Definamos la inteligencia”, “El linaje prehumano”, “¿Un Homo Sapiens sin inteligencia?”, “El coste de un cerebro desproporcionado”, “Si no hay nada que decir, hablar es muy peligroso”, “El regalo de la inteligencia” y “¿Cuántas Evas hubo?”
No cabe duda de que la inteligencia es un regalo poderoso. Tal vez demasiado poderoso. Ha permitido al hombre, no solamente sobrevivir y ser la especie que domina la tierra sino, además, desarrollar tecnologías que pueden ser, por un lado, su salvación, pero que también pueden llevar a la destrucción total del planeta y a la suya propia. Creo que esta bipolaridad de la inteligencia arranca de cuatro factores importantes.
El primero es la percepción de la muerte. Todos los seres vivos mueren. Pero el hombre es el único que sabe desde que tiene uso de razón que tiene que morir. Y lo sabe, precisamente, por ser inteligente. Y ese conocimiento puede llevar al miedo y, del miedo a la parálisis en la acción. Si sé voy a morir, todo “esto” ¿para qué? Esta cuestión le lleva a preguntarse por el sentido de la vida y a interrogarse sobre si ésta merece la pena. En casos extremos esto puede llevar a la parálisis vital e, incluso, al suicidio. No creo que el más “inteligente” de los chimpancés se plantee semejante cosa. Y la única respuesta la encuentra en la necesidad de la inmortalidad. Por eso, hace unos artículos dije que uno de los primeros síntomas de la inteligencia que han dejado huella fueron los enterramientos rituales.
Lo dicho sobre la muerte, y esto sería el segundo factor, puede decirse sobre otos males, no inevitables y menos terribles, pero sí desagradables, como la carencia de alimento u otros bienes. El hombre siente la incertidumbre sobre la posibilidad de que le alcancen determinados males o se vea privado de ciertos bienes. Esto engendra también miedo y lleva a algunos hombres a la acumulación de esos bienes. Si la vida se tratase de un juego suma cero –que no lo es–, esa acumulación supondría necesariamente carestía para otros. La solución sólo se encuentra en la elaboración de códigos éticos de conducta que impidan la injusticia, así como del uso positivo de la inteligencia para evitar el juego suma cero.
El tercero nace de la posibilidad única del hombre, por ser inteligente, de trazar estrategias a largo plazo. Una larga cadena de decisiones, acciones y resultados que pueden llevarle a una situación imaginada como mejor, pero también pueden frustrarse. Un león se lanza sobre su presa y, si falla, intenta, llevado por su instinto, una y otra vez la misma acción, con su resultado inmediato, hasta que logra cazar a su presa. El hombre ve sus planes y, por experiencia, extrae conclusiones de su extrema contingencia. Y esto le puede llevar al desánimo y al abandono. La solución sólo se encuentra en la búsqueda de protección en una inteligencia superior cuyos planes no contingentes pueden ayudar o no a los suyos. Esto le lleva a rituales de llamada de atención y petición a esa inteligencia para que se fije en sus planes y los apoye.
El cuarto nace de la posibilidad que la inteligencia ofrece de comportamientos no cooperativos. Efectivamente, una persona perteneciente a un grupo puede idear maneras de aprovechar los beneficios del grupo sin aportar lo necesario. En grupos pequeños eso supondría la extinción del mismo, pero en grandes sociedades, es una posibilidad muy real. De nuevo la solución es, como en el segundo caso, la existencia de códigos éticos.
Estos peligros de la inteligencia llevan, de forma natural, a algún tipo de religión. Y no creo que al Diseñador del universo que nos regaló la inteligencia, estas cosas se le hayan pasado por alto. Simplemente, diseñó nuestra inteligencia para que tuviese sed de Él y le buscase por dos vías. Una “positiva”, el anhelo de Verdad, Bondad y Belleza de que hablé en un articulo anterior y otra “negativa”, por el miedo a la muerte, el egoísmo y la precariedad de nuestros planes. Sólo esta búsqueda, por ambas vías, podrá librarnos del lado oscuro de nuestra inteligencia. Otra vez, un diez al Diseñador, a Dios.
29 de noviembre de 2008
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