Ya estamos el meollo de la Semana Santa. Viernes Santo. Hace años escribí 14 sonetos con estrambote, uno para cada
estación del Vía Crucis. Si os gustan, os propongo que hagáis el Vía Crucis con
ellos en vuestra casa. Una estación en cada habitación con toda la familia,
rezando cada uno un misterio. Como no creo que tengáis 14 habitaciones, se
pueden hacer varias en cada una.
Perdonadme un apunte muy tonto y que seguro que a nadie le
hace falta, pero mi pundonor de autor me impulsa a darlo por si acaso. La
poesía se lee haciendo los encabalgamientos, es decir, NO haciendo una pausa al
final de cada verso. Las pausas se hacen donde indica la puntuación, como si
fuese un texto normal. Ya se encarga la rima y, sobre todo, el ritmo, de que se
note que es poesía.
Espero que os guste y que lo recéis.
Soneto
de sonetos. Vía Crucis.
I
Ya
la jauría humana pide muerte
al
oler la sangre justa derramada.
Aúllan
al ver tu frente coronada
y
saben que ya está echada tu suerte.
Un
cobarde que se sueña fuerte
te
pregunta si eres rey, de dónde,
para
concluir que la verdad se esconde,
sin
pensar que la está mirando al verte.
Jamás
podrá ningún agua lavar
esa
sangre que nosotros derramamos.
Sólo
quien nos la da nos puede perdonar.
Sólo
ese hombre, que es Dios, puede cargar
nuestras
iniquidades en sus manos.
Sólo
sus llagas nos podrán sanar.
Y
me preguntas: ¿Merecerá la pena?
¿Será
en ti mi sacrificio vano
o
hará que tu alma viva de mí llena?
II
Ya
te echan a la espalda el travesaño
que
los hombros te deja en carne viva.
Ya
tus vacilantes pasos cuesta arriba
te
llevan. Hacia el Gólgota huraño
te
conducen. Del insoportable daño
que
el madero te causa, se deriva
la
salvación de que el pecado priva.
Su
peso hace que olvides lo que antaño
causó
la muerte que Adán nos regalara.
Desde
ahora, cada paso tembloroso
te
va acercando poco a poco al ara
del
sacrificio cruento y doloroso.
Miras
hacia el montículo lejano, para
verte
crucificado y victorioso.
Y
yo contesto; no lo sé Señor,
mi
esfuerzo nada puede sin tu mano,
por
eso es que necesito de tu Amor.
III
Por
primera vez, de bruces en el suelo
diste,
Señor, y las terribles bocas
de
tus horribles heridas, como locas
gritaron
tu hondo desconsuelo.
Desde
la tierra, tu profundo anhelo
pugna
por elevarse de las rocas
sin
lograr que tu carne una las pocas
fuerzas
que te hagan levantar del suelo.
Vuelves
al cielo los ojos, que al mirarte
te
da una nueva fuerza inesperada
que
tu Padre te envía a confortarte.
Silenciando el dolor de tus heridas,
vuelves a caminar con la mirada
puesta en la cumbre que salva nuestras vidas.
vuelves a caminar con la mirada
puesta en la cumbre que salva nuestras vidas.
Y
me preguntas: ¿Merecerá la pena?
¿Será
en ti mi sacrificio vano
o
hará que tu alma viva de mí llena?
IV
Tu
madre, desconsolada y afligida,
el
alma rota en pedazos dolorosos,
contempla
con sus ojos amorosos
tu
sangre y tu dolor. Y cada herida
es
un recuerdo de un niño al que dio vida,
al
que tuvo en sus brazos temblorosos
sabiendo
que era Dios. ¿Qué azarosos
caminos
–se pregunta dolorida–
llevaron
a su niño a esta tortura?
Recuerda
que dijiste sí a la pura
y
salvadora voluntad del Padre
llevado
del libre amor. Y su amargura
se
hace entonces más suave, menos dura,
y
acepta sufrir siendo tu madre.
Y
yo contesto; no lo sé Señor,
mi
esfuerzo nada puede sin tu mano,
por
eso es que necesito de tu Amor.
V
Al
fin, una ayuda, una mano amiga.
Un
soldado romano compasivo
obliga
a un hombre, al principio esquivo,
a
ayudarte con la cruz y su fatiga.
Tan
sólo tu mirada hace que siga
junto
a ti más de un instante fugitivo.
Se
llama Simón y siempre estará vivo
en
la memoria que a tu amor le liga.
Reposa
ahora su alma en tu regazo.
Por
tomar tu madero con su brazo
ya
vive junto a ti la eternidad.
Asombraos
cómo un poco de bondad
recibe
como don ese flechazo
de
amor; eterno, dulce y amoroso abrazo.
Y
me preguntas: ¿Merecerá la pena?
¿Será
en ti mi sacrificio vano
o
hará que tu alma viva de mí llena?
VI
De
pronto, como ráfaga de viento,
una
mujer valiente e impulsiva
sale
de entre gentío, y compasiva
limpia
con un lienzo el polvoriento
Rostro
de Cristo, herido en el tormento.
Los
soldados la insultan mas, altiva,
mezclada
con la gente, los esquiva.
Mira
entonces el lienzo y al momento
ve
en él, indeleble, la figura
impresa
del Salvador. Y tu mirada,
dulce
como la miel, queda grabada
para
siempre en su alma, la hace pura.
Verónica
se siente perdonada
y
sabe que sin ti, su vida es nada.
Y
yo contesto; no lo sé Señor,
mi
esfuerzo nada puede sin tu mano,
por
eso es que necesito de tu Amor.
VII
Otra
vez te golpea el duro suelo
al que caes de bruces y sin manos,
mientras feroces seres inhumanos
gritan insultos, lanzándolos al vuelo.
al que caes de bruces y sin manos,
mientras feroces seres inhumanos
gritan insultos, lanzándolos al vuelo.
Sordo
y mudo parece estar el cielo
a
la procaz actitud de esos malsanos.
¡Ay
de nosotros, los hombres, mis hermanos
si
del firmamento se rasgase el velo
y
hecho rayo diese su respuesta
al
insulto cobarde y traicionero!
Pero
al ultraje responde la promesa
de
un perdón para el que sólo resta
otra
caída, un dolor postrero
y
ser de la infame muerte presa.
Y
me preguntas: ¿Merecerá la pena?
¿Será
en ti mi sacrificio vano
o
hará que tu alma viva de mí llena?
VIII
Un
día llamaste a tus polluelos,
los
hijos de Jerusalén, la pecadora,
a
salvarse en la sombra protectora
de
tus alas repletas de consuelos.
Ahora,
sus madres mojan sus pañuelos
con
hipócritas lágrimas. Es la hora
del
fingido lamento. Les devora
la
culpa. Mas no serán por ti sus duelos.
Serán
por los hijos que parieron.
Los senos que jamás, nunca llevaron
fruto en sus entrañas sean benditos.
Los senos que jamás, nunca llevaron
fruto en sus entrañas sean benditos.
Serán
–¡oh paradoja!– los malditos,
los
pechos que de leche rebosaron.
Muy
pocos maldición tan dura oyeron.
Y
yo contesto; no lo sé Señor,
mi
esfuerzo nada puede sin tu mano,
por
eso es que necesito de tu Amor.
IX
La
más terrible caída, la tercera,
te
lanza al suelo. Las fuerzas te abandonan.
Las
heridas y la sangre no perdonan.
Ya
te acecha la muerte traicionera.
¡Ay,
Señor! ¡Si tan sólo yo pudiera
alzarte
del suelo! Tus ojos, que cuestionan
mi
amor, en un dulce mirar entonan
una
llamada a mi anhelante espera.
Si
así, desde el suelo, casi muerto,
me consuelas de mi pobre esfuerzo
que me parece sin sentido y vano,
me consuelas de mi pobre esfuerzo
que me parece sin sentido y vano,
¿qué
será, cuando encontrándome ya cierto
de que has vencido de la muerte el cierzo
frío, me encuentre ya en la palma de tu mano?
de que has vencido de la muerte el cierzo
frío, me encuentre ya en la palma de tu mano?
Y
me preguntas: ¿Merecerá la pena?
¿Será
en ti mi sacrificio vano
o
hará que tu alma viva de mí llena?
X
Ya
en la Calavera, los secuaces
de
Pilato, desafiando al cielo,
te
despojan del más mínimo velo
y
se burlan de ti, viles y procaces.
Manos
avariciosas y rapaces
se
han hecho con tu manto, y sobre el suelo
se
lo han echado a suertes. No hay consuelo
para
ti ante la muerte, son capaces
de
llegar a desnudarte sin reparo.
¿No
te duele, Señor, no te da llanto
que
a desnudarte lleguen sin espanto?
Hasta
desnudo prestas el amparo
al
pobre ser humano al que amas tanto
que
aun siendo pecador, lo quieres santo.
Y
yo contesto; no lo sé Señor,
mi
esfuerzo nada puede sin tu mano,
por
eso es que necesito de tu Amor.
XI
Con
golpes secos y rotundos
golpean
en los clavos con los mazos
mientras
tú, perdonando, abres los brazos.
Así,
entregado, unes los mundos
que
el pecado separó. Los profundos
clavos
hirientes son como trallazos.
Cada
golpe estrecha más los lazos
que
tus dolores, terribles y fecundos,
tienden
entre el pecado y el perdón.
A
tu lado, gritándote, un ladrón
te
insulta mientras que su muerte avanza.
Pero
en el otro vive la esperanza
y
te suplica, implorante, compasión.
Ambos,
de la humanidad imagen son.
Y
me preguntas: ¿Merecerá la pena?
¿Será
en ti mi sacrificio vano
o
hará que tu alma viva de mí llena?
XII
El
árbol de la vida ya está izado
y
en él su fruto, como vela al viento,
se
hincha con la muerte y el tormento,
de
salvación y de perdón colmado.
Tú,
Jesús, en el madero levantado
atraes
a quién, hambriento del sustento
que
redime del odio turbulento,
ávido
de amor te mira traspasado.
Las
lágrimas calientes y saladas
me
corren por el rostro, y las espadas
del
desconsuelo, el alma me atraviesan.
Como
ovejas sin pastor por tus cañadas
de
amor, acudimos para ser curadas
en
tus llagas que tantos labios besan.
Y
yo contesto; no lo sé Señor,
mi
esfuerzo nada puede sin tu mano,
por
eso es que necesito de tu Amor.
XIII
Todavía
caliente entre tus brazos
el
cuerpo muerto de tu Hijo amado,
te
deshaces en llanto inconsolado.
Tus
lágrimas, rodando, dejan trazos
que
cruzan tumefactos latigazos
marcados
en el cuerpo magullado
de
un Dios que por amor fue en ti encarnado.
Pero
siguen en ti vivos los lazos
que
mantienen intacta la esperanza
en
promesas remotas y lejanas
que
anuncian que jamás ninguna lanza
concederá
a la muerte la victoria.
Tus
ojos, libres de ilusiones vanas,
ven,
más allá de las llagas, sólo Gloria.
Y
me preguntas: ¿Merecerá la pena?
¿Será
en ti mi sacrificio vano
o
hará que tu alma viva de mí llena?
XIV
Ya
estás, Señor, amortajado. Yerto
te
dejan en el sepulcro tenebroso.
Mis
ojos anhelantes, sin reposo,
ven
tu cuerpo irremediablemente muerto.
Sólo
mi esperanza me mantiene cierto
de
verte de la muerte victorioso.
Tu
cuerpo, resurrecto y glorioso,
será
la luz que me dirija al puerto
de
salvación. Mientras, en la impaciencia
de ver aparecer el sol eterno
en el amanecer de la conciencia,
mi vida se hiela en el invierno.
Como un niño, espero en la inocencia,
más allá de la muerte, tu Amor tierno.
de ver aparecer el sol eterno
en el amanecer de la conciencia,
mi vida se hiela en el invierno.
Como un niño, espero en la inocencia,
más allá de la muerte, tu Amor tierno.
Y
yo contesto; no lo sé Señor,
mi
esfuerzo nada puede sin tu mano,
por
eso es que necesito de tu Amor.
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