23-II-2005
Día de nieve. La nostalgia
cubre el paisaje de mi alma.
Kreisler desangra su violín en mis entrañas.
Aunque es invierno,
hiere mi corazón
con monótona languidez.
La infancia, los recuerdos
recobrados durante un día
de quietud forzosa.
Aliento cortado
al abrir mi ventana
a un blanco brumoso
y a la vez brillante.
Un monte de encinas
entreveradas de blancura
que se confunde en la neblina luminosa,
armoniza con la música,
la de dentro y la de fuera.
Y el día inmóvil por delante.
Inesperado y vacío
para llenarlo de palabras,
de ideas y de arrullos.
¿De qué está hecha la nieve?
De hielo, dicen, pero mienten.
¿Quién la hizo? ¿Cuándo? ¿Para quién?
Está hecha de belleza.
Una belleza pura.
Distinta de la de un cielo estrellado.
No una belleza sublime.
No es la grandeza del cosmos,
no es la música de las estrellas.
No, una belleza sencilla.
Misteriosa,
como la del cielo titilante
pero más límpida,
como cargada de inocencia.
Una belleza mística, lúdica
de juegos y de risas.
Una belleza menos vista
que soñada.
No te sobrecoge
hasta que te sientes nada.
Una belleza que renueva.
La belleza de un niño que revive.
Y la hizo Dios.
Y la hizo para mí, esta noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario