26 de enero de 2021

La oración de todas las cosas 12. Em tus caminos

XII. IN SEMITIS TUIS

 En tus caminos

Pierre Charles S.J.

Conozco esas rutas orgullosas, que se alargan ante sí, rectas, desdeñosas de los obstáculos, con sus rampas, sus zanjas, sus puentes y hasta sus túneles; esas rutas voluntariosas, altivas, triunfales, con su aparato moderno de señales, su alumbrado, sus arcenes y su asfalto. Fueron construidas para los vehículos rápidos. No son más que formas de paso. Se tiene prisa de ver el final. Nadie piensa en ir a pasear por allí; y cuando se detiene un peatón, los bocinazos de los automóviles, que cargan sobre él, le echan, asustado, contra la cuneta o en el declive. No quiero murmurar de tales rutas. Nos prestan muchos servicios. Los militares las consideran como redes de invasión, los comerciantes las utilizan para los camiones. Hasta se llega a decir que hacen una dolorosa competencia a los ferrocarriles. No hablemos mal de ellas. Pero, con todo, yo creo, Señor, que no pensabas en estas carreteras al decirnos que Tú eras el camino. Ego sum via. La ruta no era, para tus oyentes galileos, la calzada estratégica y dura de los romanos. Era el camino rural, progresivamente ensanchado por el uso, y que enlazaba modestamente Jerusalén con Jericó. Era la pista de las caravanas en el desierto, y el sendero que serpentea el flanco de los montes. Conozco también ese senderillo, que no va nunca en línea recta. Lo he visto en las llanuras africanas. Europeos pretenciosos descubrían en él la prueba de la falta de decisión y de ojo del negro. Pero estos europeos han andado siempre calzados; mientras este senderillo ha sido trazado por pies desnudos. Una charca, un arbolillo espinoso, un sapo, una roca saliente han sido obstáculos que el primero de los viajeros ha tenido que contornear; y los otros lo han seguido. El sendero que dibuja estos pequeños zig-zag guarda aún el recuerdo permanente de su humilde origen. No es un mandamiento perentorio como la calzada; es un compromiso. El hombre y la naturaleza se pusieron de acuerdo, como en las sendas del bosque que se deslizan a través del arbolado, y las veredas que respetan, en los campos cultivados, los cuadros de hortalizas y los surcos que vació el arado. El hombre y la tierra se han hecho mutuas concesiones. Y en estos senderos la naturaleza vive todavía; pues hace crecer aún su grama y sus alegres gramíneas; y deja correr los gruesos cárabos de brillantes élitros; los conejos, las perdices y los faisanes circulan aún, y flores silvestres se obstinan en desplegar allí su pobre coquetería. Nadie se atropella en estos senderos. Se marcha en fila india; y, al cruzarse con alguien, nunca es un choque, es un encuentro.

Por estos caminos Tú viniste a nosotros, no por las rutas fulminantes de los relámpagos. Por estos caminos nos acompañas, ya que se nos aconseja poner los pasos en vuestras huellas: ut sequamini vestigia ejus. Has respetado en nosotros cuanto es humano; y Tú también, el Todopoderoso, has querido acomodarte a nuestras miserias y hasta a nuestros caprichos. Te has introducido a través de los meandros de nuestros deseos. Nunca has condenado ni menospreciado nuestros tanteos, y jamás nuestras alegrías de un día. Solicitas nuestros consentimientos sin aplastar nuestras iniciativas; y tus obstinaciones son formas de ternura, como la del sendero que acaba en el término sin haber hecho estragos. ¿Quién dijo de Ti que eras sin par, hombre poderoso y Dios humilde?

Homo potens et Deus humilis

non est tibi nec erit similis,

Deus  meus[1].

Vuelvo a encontrarte en este sendero sin pretensiones, y que, por esto mismo, me llena de apacible alegría. Hasta he llegado a divagar por él en tu compañía. Tú siempre estás menos acosado que yo. Eres el Señor del tiempo; por esto amas las demoras cuando son preparaciones, y no atropellas el ritmo de las cosas que has creado. La ruta grande y recta, no tiene nada inesperado. Cuando nos procura una sorpresa, se llama un accidente. Los kilómetros suceden a los kilómetros como la serie de números. Se adiciona o se resta, esto es todo. El vértigo de la prisa no es más que una forma de la impaciencia; y lo tomamos como una demostración de fuerza. No se me ha ocurrido nunca correr por un sendero. A cada instante tengo una noticia que aprender; un murmullo discreto que percibir; un espectáculo que contemplar. Se rejuvenece sin cesar. Siempre está fresco. Sigue a lo largo del riachuelo, donde las truchas se azoran a mi paso; y para atravesar el río se transforma en algunos bloques grandes de roca, sobre los cuales tengo que saltar gallardamente sin perder el equilibrio. Me gusta todo lo imprevisto. Me hace pensar en tu Providencia, que guarda el secreto de mi mañana y me pide confiarme a lo que parece no ofrecer ninguna garantía sólida y a burlarse dulcemente de mis prudencias.

Si Tú eres el sendero, conviene que yo también procure serlo un poco. Y es difícil. Prefiero imponer siempre el trazado rectilíneo de mis quereres y, en el fondo, tengo el gusto de las dictaduras cómodas, si creo poderlas ejercitarlas. En vez de negociar pacientemente con las opiniones de los demás, prefiero derribarlas. Hasta con las cosas me irrito cuando me contradicen. Me las tengo con el sol si calienta demasiado, y con la lluvia si es demasiado escasa; como aquella gente que no entiende cómo persiste el mar en balancearle si se marea. Detesto las opiniones; y Tú, Señor, casi nunca te has abierto el camino, sino a través de resistencias, y las has transformado en consentimientos. La última palabra de la sabiduría, la que sólo murmura a las almas sencillas, ¿no será una palabra de armonía y de concordia? Y mientras vivimos en la tierra, ¿no hay en el fondo de cada corazón, a través de las violencias superficiales, un deseo inmenso de justicia? ¿De aquella justicia que, porque pone cada cosa en su sitio, establece el orden sin destruir nada? Tanto nos seducen las hazañas de la fuerza que nada nos parece más glorioso que aniquilar. Sembrar sal en las ciudades conquistadas nos parece un gran gesto de potencia. En cambio, el senderillo puede enseñarme que todos esos vandalismos son juegos de niños mal educados; y que las solas victorias definitivas son aquellas que reconcilian a los enemigos; que les permiten vivir juntos, como el sendero que no destruye el paisaje. 


De mi cosecha

Se me vienen a la cabeza las letras de dos canciones, ambas del folcklore hispanoamericano. Una es de un tango; “Caminito”. A la memoria me viene una línea. “Caminito que el tiempo ha borrado”. La otra la cantaba la inefable María Dolores Pradera con Los Gemelos en una canción de la que no recuerdo el título. Decía: “Dicen que no la quieres ni vas a verla, pero la veredita no cría yerba”. Ójala que la veredita que lleva de nosotros a Dios, que es Cristo, el camino, nunca críe yerba, para que no tengamos que decir un día tristemente, como en el tango: “Caminito que el tiempo ha borrado”. Dejo de enrollarme tras añadir unas líneas más serias que las letras de unas canciones. Son de dos conversos: Charles du Bos y Paul Claudel:

Sin ninguna premeditación, sin darme realmente cuenta, , pero también –lo cual agrava la cosa e incluso me resulta todavía incomprensible– sin verdaderos remordimientos, me ausenté de mi fe... No es que haya tenido dudas, o una crisis, o cualquier otra cosa de orden intelectual o espiritual: es sencillamente que, si me es lícito decirlo así, me olvidé de que creía”. Charles du Bos

"Los jóvenes que tan fácilmente abandonan la fe no saben lo que cuesta recobrarla ni qué torturas hay que pasar para volver a ella". Paul Claudel

 



[1] La cita es una oración de san Bernardo de Claraval. La estrofa completa dice: O sanctorum Sancte mirabilis,/toti muelndo desiderabilis,/homo potens et Deus humilis:/non est tibi nec erit similis,/Deus meus. Es decir: Oh, Santo admirable de los santos,/anhelado por todo el mundo,/hombre poderoso y Dios humilde:/no hay ni habrá nadie parecido a ti,/Dios mío. (nota mía soplada por el Prof. Salvador Antuñano, ¿quién si no?)

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario