5 de enero de 2021

La oración de todas las cosas 10. Yo soy la puerta

 

X. EGO SUM OSTIUM

Yo soy la puerta 

Pierre Charles S.J.

Si los profesores de estilo hubieran tenido que revisar tus discursos Señor, yo creo que los hubieran corregido y que habrías perdido muchos puntos en el concurso. Habrían estimado que tus palabras eran demasiado prosaicas. Que, por ejemplo, para definir la función del redentor todopoderoso era necesario escoger otra comparación y no la de una puerta. ¡Una puerta! Los turcos mismos realzan este nombre vulgar disimulándolo detrás de un epíteto solemne, y es la Sublime Puerta la que disputa con la Santa Sede. Pero Tú no has empleado ni siquiera estos pequeños artificios de lenguaje. Tú dijiste la puerta, sin más: añadiendo, lo que es peor, la puerta del corral: la más miserable de todas; una puerta que no es un portal, que no posee aleros ni escalinata; que se empuja con el pie y que se cierra con una aldabilla. Ego sum ostium. ¿Por qué escogiste esta humilde comparación para hacernos comprender lo que eres? Le falta empaque. No es excesivamente majestuosa.

A menos que sea yo quien se engañe y quien deba todavía aprender la lección esencial, la de la humildad divina. Nada tan accesible como Dios. Yo dejaré delirar doctamente a los filósofos del paganismo; dejaré a Plotino sutilizar sobre “el uno”; uno de tal manera que nada tiene de común con ninguna cosa; hasta dejaré a la antigua sinagoga con su miedo de escribir o de pronunciar el nombre del Dios Terrible y los animales que hay que apedrear porque se acercaron demasiado al Sinaí –et si bestia tetigerit montem, lapidabitur. Se bien que nada es más simple que Dios, y que la verdadera naturaleza del Padre nos la reveló cuando, acabada la comida familiar con sus discípulos, dijo a Felipe: “Felipe, quien me ve a mí, ve al Padre”. Nos imaginamos tal vez que esta humildad divina, este borrarse, esta facilidad en conversar con los hombres, que todo esto era una concesión hecha por Dios a nuestra debilidad. Creíamos que al renunciar a lo que llamamos las pompas de corte celeste y a todo el aparato de la majestad, como si se saliera de su elemento, por un momento debió faltarle algo  y  que se sintió incómodo, solo y sin  escolta, en medio de las turbas plebeyas. Y lo contrario es justamente lo verdadero. Todo el aparato suntuoso de la grandeza, la demostración del Poder, son los procedimientos divinos de adaptación a los hombres, y como unas concesiones hechas por Dios a nuestros gustos y a nuestras debilidades. La verdad no es más ella misma porque se la escriba con letras mayúsculas: y Dios es verdad. Ni más fuerte el amor porque se anuncie al son de trompetas: y Dios es amor. Cuando un padre se viste un gran uniforme recargado de condecoraciones y se hace escoltar por un montero, no resulta más paternal. La luz no necesita otra cosa que a sí misma para brillar; y está en su casa en el fondo de los ojos más humildes. El nivel en el que hay que buscar a Dios es el del pensamiento de los niños, de corazón sencillo: quoniam ipsi Deum videbunt. No subáis para encontrar a Dios; bajad más bien. Está a nivel del camino llano. ¿A qué altura creéis poderle alcanzar? Sería tan insensato como volar por encima de las palabras para encontrar el sentido de la frase.

Entonces, Señor, esta puerta del redil que no tiene ni cerradura ni herraje; esta puerta que nadie quisiera para ningún desván; esta puerta al aire libre, sin atalaya ni matacanes, sin alabarderos ni cuerpos de guardia; hiciste bien al decirnos que nos basta mirarla para comprenderte. Tan discreto guardián eres. Los que quieren dejarte no necesitan conspirar con astucia largo tiempo ni escaparse por encima del vallado. Un empujón en la puerta, y ya están fuera, libres para sus planes. Bien puede la Santa Inquisición lanzarse en su busca; Tú les has dejado partir, no queriendo que se te sirva de mala gana  con corazón traicionero. Así salió, de manera tan ordinaria Judas. Exiit a coenaculo, sin otra formalidad. Hasta un punto tan inquietante respetas la libertad que de Ti hemos recibido y que es nuestra dignidad. No quieres sujetarnos detrás de puertas cerradas. Y sin ningún ceremonial complicado entramos en tu casa. No hay que discutir con chambelanes y ni siquiera con conserjes. Se llega, se empuja la puerta, se franquea el umbral, y ya está. Nadie te ha buscado que no te haya encontrado, aunque fuera sin él saberlo; porque nadie ha podido buscarte sin haber ya sido encontrado por Ti. Tú, que eres el término final, que aceptas ser también el camino que a él conduce; Tú, que eres el fin, quieres ser además la senda de acceso. Por Ti entramos en tu casa, y estando en tu casa tus ovejas empiezan a sentirse en la suya.

He pasado por innumerables puertas; las  he abierto y cerrado a decenas de millares. San Juan nos ha descrito las puertas de la Jerusalén celeste. Hasta las ha contado, justamente hasta doce, abiertas en la muralla; y nos dice que cada una es una perla. Ciertamente, es muy hermoso cómo estas doce piedras preciosas, del jaspe a la amatista, componen los fundamentos de esta extraña ciudad apocalíptica. Pero yo prefiero a estos topacios, a estos berilos, a estos zafiros que me dejan, a pesar de todo, muy frío, la humilde puertecita campestre de tu aprisco. No tiene nada de ruidosa y presta su servicio. Tampoco es áspera. Garantiza mi seguridad sin encarcelarme. Yo quisiera que todas estas puertas modestas me hablaran de Ti: la del establo, la del jardinillo, la del huerto, la del gallinero, la de la cuadra o la de la granja; la de mi cuarto lo mismo que la de las iglesias; y la de una buhardilla cualquiera como la puerta solemne tapiada bajo el peristilo de San Pedro de Roma y que se abre en los grandes jubileos.

Hay todo un misterio en una simple puerta, y nos lo figuramos un poco cuando llamamos con este nombre raro a la misma María en las letanías;  ianua coeli. Repetimos que las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia; y a pesar de las explicaciones más sabias, esta expresión queda aún bien enigmática. Nos dices que eres la puerta, y adivinamos que nos será bien difícil expresar el sentido de esta fórmula sorprendente. Está bien que por todas partes nuestra sabiduría se sienta desbordada por tu simplicidad. Hiciste bien, Señor, en no querer luchar con nosotros en nuestro mismo terreno; en no haber multiplicado las manifestaciones de grandeza divina. Te hubiéramos respondido con estos formidables cortejos y estas charangas ruidosas que nos parecen maravillas. Nuestro teatro te hubiera hecho una competencia desleal. Pero en presencia de tu simplicidad, sólo nos toca abandonar nuestros oropeles, arrojar nuestras armas de cartón y llegar a ser otra vez nosotros mismos, en la verdad de nuestra indigencia.

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