Como cada año, el día de mi cumpleños, publíco esto:
Hoy cumplo setenta años y un años. ¡Cómo pasa la vida! Pero no es verdad, la vida no pasa, se cumple. Por eso se cumplen años. No se queman años, ni pasan, ni se tiran. Se cumplen. O, por lo menos, debieran cumplirse. La vida no es como un tren que pasa en la noche por un apeadero de pueblo, con las luces de los vagones encendidas, mientras nosotros, anclados en la tierra, miramos. Cuando acaba de pasar, la fría noche y el tedio vuelven a cercarnos y nos quedamos solos y desorientados. No. La vida no es así. O no debiera ser así. La vida debiera ser, más bien, como un depósito que va llenándose de agua vivificante. Está lleno de agujeros por los que el agua rebosa y riega los campos que le rodean, haciendo que brote más vida. ¿Es así mi vida? Creo sinceramente que sí. Pero no es así gracias a mí. Yo no puedo echar ni una gota de agua en mi depósito, ni puedo aumentar su capacidad en un litro, ni puedo hacerle un solo agujero. Es Dios el que le da su forma y su tamaño, el que lo llena de agua, el que le hace los agujeros en el sitio exacto. Yo sólo puedo dejarle construirme, abrirme para que su agua caiga dentro de mí y permitirle que me perfore, aunque a veces duela. Y eso, con fallos, con resistencias muchas veces, con alegría algunas, mal que bien, he intentado hacerlo. Si no a lo largo de toda mi vida, sí en los últimos muchos años. Y creo que me está llenando copiosa, generosamente, con una medida llena, apretada, colmada, rebosante y que me está perforando en muchos y buenos sitios.
¿Y el futuro? No sé. El futuro es incierto y los seres humanos vemos muy mal a través de él. Pero sí se una cosa con total certidumbre. SÉ que Dios tiene un plan para lo que me quede de vida y SÉ que si me dejo llevar por ese plan, lo mejor de mi vida, como el buen vino en las bodas de Caná, está todavía por venir. Lo mejor de mi vida no tiene por qué querer decir lo que más me apetece o lo que a mí me gustaría. Quiere decir, LO MEJOR. LO MEJOR para el Reino de Dios. Y, ¿cómo saber que me estoy dejando llevar por ese plan de Dios para mí? Dedicando todos los días un rato a estar en su presencia en silencio atento, dejándole que me hable en ese silencio. Espero hacerlo así. Y si así lo hago, espero, un día, poder decir, como Cristo dijo en sus últimas palabras; “todo está cumplido”. Y que ese día, toda el agua que ha echado en mi depósito vuelva, como un torrente, a Él, su única fuente, regando cuanto encuentre a su paso, vivificando, fecundando.
Que así sea.
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