Me pregunto: ¿Qué puedo hacer yo, un pobre ciudadano de a pie de un país lejano de Ucrania, por esa nación? Hago pequeñas donaciones simbólicas para Ucrania aquí y allá, pero, me pregunto, ¿valen para algo? Sé que no único que no vale para nada es lo que no se hace. Y me digo: “Tengo un arma poderosa, muy poderosa, que es la palabra”. Palabras mías y palabras ajenas que puedo tomar prestadas. Y se me vienen a la cabeza dos poesías que parafraseadas en conjunto dan título a estas líneas. Una es de Blas de Otero y se llama “Me queda la palabra”. La otra es de Gabriel Celaya y lleva por título, “La poesía es un arma cargada de futuro”. La mezcla de ambos títulos dael de estas líeas: “La palabra es un arma cargada de futuro”. Transcribo a continuación algunas estrofas de ambas:
“Si
he sufrido la sed, el hambre, todo
lo
que era mío y resultó ser nada,
[…]
Si
abrí los labios para ver el rostro
puro
y terrible de mi patria,
si
abrí los labios hasta desgarrármelos,
me
queda la palabra”.
Y hoy, Ucrania es mi segunda patria y creo que merece la pena abrir los labios, aunque se me desgarren.
Y la segunda, la de Gabriel Celaya, un poco parafraseada, como podrá fácilmente verse:
“La poesía es un arma cargada de futuro.
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
Mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
Fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
Como un pulso que golpea las tinieblas,
Cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los
poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden paz, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
en tanto somos dar un sí que glorifica.
[…]
Porque vivimos a golpes, porque apenas sí nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un
adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta
mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a Ucrania en sus aceros.
[…]
Tal es mi poesía […] un arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos”.
Las palabras son gritos en el cielo y actos en la tierra. Luego volveré sobre los gritos en el cielo.
Cualquiera de estas poesías las podría recitar hoy cualquier ucraniano. Pero, ya metido en poesía como arma cargada de futuro, se me vino a la cabeza otra de Antonio Colinas:
“[…]
la guerra es, sin duda, un contradiós.
Hace ya muchos siglos que
alguien dijo
que no hay daño en la parte
que no afecte
al todo, […]
y otra vez terror
llama a terror y guerra llama a guerra.
[…]
desierto y mar avanzan con
sus escorias, son
las palabras un grito en
carne viva
y el aire que dio vida ya no
es
puro como la escarcha, fino como la nieve.
Mas en el mundo habrá aún
esperanza
mientras alguien respire
[…]
y el último estertor de lo
sagrado
tiemble en los ojos abiertos del niño muerto.
[…]”
Si, guerra llama a guerra, pero hay guerras justas que tienen que librarse. Y la defensa de Ucrania creo que es una de ella, como la fue la II Guerra Mundial contra Hitler.
Y el niño muerto me lleva de la mano, casi inconscientemente al poema más terrible que posiblemente se haya escrito nunca en ninguna lengua en la poesía de ningún país. Es una poesía de Neruda, en español, que se titula “Explico algunas cosas”. Es tan terrible que casi me da miedo traerla aquí, pero es la palabra hecha poesía y cargada de futuro. Es una poesía […], un arma cargada de futuro expansivo con la que te apunto al pecho. Por lo tanto, la transcribo casi entera, porque no sabría que parte cortar, y también parafraseada, como se verá:
“Preguntaréis: ¿Y dónde están las lilas?
y la metafísica cubierta de amapolas?
y la lluvia que a menudo golpeaba
sus palabras llenándolas
de agujeros y pájaros?
Os voy a contar todo lo que me pasa.
Yo vivía en un barrio
de Kiev, con campanas,
con relojes, con árboles.
Desde allí se veía
El rostro helado de mi patria.
Mi casa era
llamada
la casa de las flores, porque por todas partes
estallaban geranios: era
una bella casa
con perros y chiquillos.
Todo
eran grandes voces, sal de mercaderías,
aglomeración de pan palpitante,
mercados de mi barrio con su estatua
como un tintero pálido entre las merluzas:
el aceite llegaba a las cucharas,
un profundo latido
de pies y manos llenaba las calles,
metros, litros, esencia
aguda de la vida,
pescados
hacinados,
contextura de techos con el sol frío en el cual
la flecha se fatiga,
delirante marfil fino de las patatas,
tomates repetidos hasta el mar.
Y una mañana todo estaba ardiendo
y una mañana las hogueras
salían de la tierra
devorando seres,
y desde entonces fuego,
pólvora desde entonces,
y desde entonces sangre.
Bandidos con aviones y metralla,
venían por el cielo a matar niños,
y por las calles la sangre de los niños,
corría simplemente, como sangre de niños.
Chacales que el chacal rechazaría,
piedras que el cardo seco mordería escupiendo,
víboras que las víboras odiarán!
Tirano infame:
mira mi casa muerta,
mira a Ucrania rota:
pero de cada casa muerta sale metal ardiendo
en vez de flores,
pero de cada hueco de Ucrania
sale Ucrania,
pero de cada niño muerto sale un fusil con los
ojos,
pero de cada crimen nacen balas
que te hallarán un día el sitio
del corazón.
Preguntaréis por qué su poesía
no nos habla del sueño, de las hojas
de los grandes volcanes de su país natal?
¡Venid a ver la sangre las calles!
¡Venid a ver
la sangre por las calles!
¡Venid a ver la sangre…
… por las calles!”.
Sí, he sustituido España por Ucrania en esta poesía porque hoy Ucrania es, como he dicho más arriba, mi segunda patria. Y ahora es John Donne el que me presta sus palabras. No es una poesía, sino un extracto de una homilía suya, ya que Donne era pastor de la High Church de Inglaterra. Ni siquiera tengo que parafrasear sus palabras:
“Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.
Y allí están doblando a muerto también por nosotros las campanas de Kiev y de Jarkov y, dentro de poco, las de Odesa. Allí, en cada una de esas ciudades, ucranianos heroicos que harán que de cada casa muerta –la casa de un amigo, mi casa– salga metal ardiendo Ahí está, la sangre por las calles de Kiev y de Jarkov. La de los adultos mezclada con la de los niños… y la nuestra. Pero un día, una bala –o Dios– le hallará a Putin el sitio el corazón. Y tendrá que dar cuenta de tante sangre por las calles.
Y, ya lanzado, pienso en el Presidente de Ucrania Vlodomir Zelenski, arengando y alentando valerosamente a su pueblo con su palabra, que recíprocamente, es también la mía, la nuestra. Dirigiéndose a los rusos de buena voluntad –que, por supuesto, los hay– y al Parlamento Europeo armado de la palabra. Impertérrito ante las amenazas de la cacería que se ha lanzado contra él. Y, una vez más, se me viene a la cabeza otra poesía, esta de Quevedo.
No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
[…]
Y aquella libertad esclarecida,
que en donde supo hallar honrada muerte,
nunca quiso tener más larga vida.
Todo esto pueden parecer palabras que se lleva el viento. Pero si las palabras en la tierra son actos, aunque sean simbólicos, no hay acto bueno simbólico que no sea una oración. Y el viento no se la lleva la oración. La arrebata y la eleva para que sean gritos en el cielo.
Así yo elevo mis simbólicas palabras al cielo como mi pobre oración por Ucrania. Allí se juntará con otras muchas y Dios oirá la aflicción de su pueblo, como oyó la de Israel en Egipto y sepultará las fuerzas de Putin en su mar Rojo particular, como hizo con las del Faraón.
Amén.
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