5 de enero de 2008
¿Qué les pido este año a los Reyes Magos?
Nos ha sido dicho: El que no reciba el Reino de los Cielos como un niño, no entrará en él. ¿Y cuándo mejor que en el día de Reyes para hacernos como niños? Siempre que recuerdo las noches de Reyes de mi niñez, todas, en tropel, vienen a mí, con sus nervios, su magia, su espera, su ilusión. La vida nos macera y nos va robando, poco a poco, esa inocencia de niños que nos abrirá la puerta del Reino de los Cielos. Pero el día de Reyes es el mejor para recuperarla. Porque ese día celebramos el encuentro de tres hombres, sabios e inocentes a la vez, con un niño que es la Inocencia. Nadie con el colmillo retorcido deja todo al ver una estrella. Nadie en su sano juicio, según los criterios de los “sensatos”, cruza el mundo tras una esperanza sin más fundamento que la belleza de un lucero. Ningún “sabio” reconoce, al final de un viaje así, que un niño nacido pobremente en una cueva de una aldea, en mitad de ningún sitio, es el Salvador de ese mundo, lleno de miserias, que ha visto en su viaje. Pero la inmensa Sabiduría de Dios gusta de esconderse en lo pequeño para que sólo los inocentes, sólo los sencillos, sólo los niños, la encuentren. Los Reyes así lo hicieron, junto a María y a José. Y pudieron darle sus regalos porque habían recibido de ese niño, desde que vieron la estrella, inocencia para su sabiduría, niñez para su vejez. Y devolverle esa inocencia fue el mejor de los regalos. Con los años, me he dado cuenta de que, si se me concediese la gracia de estar en esa reunión de inocentes, mi lugar sería el de los Reyes, no el del niño que recibe el regalo. Así he descubierto a quien más ilusión puede hacerle el único regalo que yo pueda dar; al Creador-niño, a quien ha creado mi corazón, a quien puede mantenerlo inocente en medio de la tralla de la vida. Para Él quiero intentar ser Rey Mago un año más. Cuando me llame con su estrella, no le regalaré oro, incienso y mirra. Quisiera, este día de Reyes, poder darle un corazón de niño. Podré únicamente porque Él me lo ha regalado antes, en Navidad. Y María, que guardaba todo lo que veía en su corazón, guardará también el mío. La liturgia de la Iglesia, que es símbolo del ciclo majestuoso de este universo creado por ese Niño, del gran viaje humano hacia Él por este mundo, me regala, cada año, una nueva oportunidad. Espero poder dárselo en ésta.
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