Tomás Alfaro Drake
Este es el 12º artículo de una serie sobre el tema Dios y la ciencia iniciada el 6 de Agosto del 2007.
Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿Cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”
Soy un convencido de que la vida es un proceso metabólico y de custodia de la información que puede surgir a partir de la propia química. Pero, como dicen los propios científicos, la probabilidad de que lo haga es inconmensurablemente pequeña. Y si además tiene que responder a la vez a ambas exigencias, la metabólica y la de salvaguarda de información, cosa que no hacen ninguna de las dos teorías anteriores, pues más improbable todavía. Pero por lo que llevamos visto en esta serie de artículos, esa extrema improbabilidad de sucesos, no imposibles en sí mismos, es la firma del Diseñador. Si ya parecía razonable postular un Diseñador para dar respuesta a la ínfima probabilidad de un universo viable, parece más razonable todavía que sólo ese mismo Diseñador, pudiera sintonizar los diales de la radio para que sonase la música de la vida. Pero, indudablemente, para esto tuvo que interrumpir el descanso en el que le dejamos en un artículo anterior. En un libro que escribí hace unos años, me atrevía a poner a ese Diseñador el nombre de “El Señor del azar”. Es Señor del azar porque entre sus atributos está el de hacer que pase lo que espontáneamente podría pasar pero no ocurre por su altísima improbabilidad. Sólo así podría ocurrir lo siguiente: En una atmósfera como la de Miller, se forman aminoácidos con 3 a 6 átomos de carbono que, además, se engarzan en una cadena que forme una proteína. No cualquier proteína, no, sino una muy especial que llamaré “primigenia” y que describiré en breve. Al mismo tiempo, y muy cerca de esa proteína maravillosa, se forman nucleótidos que, además, se engarzan entre ellos para formar una cadena de ARN. El ARN es como un libro de instrucciones para fabricar proteínas. La cadena de ARN que se forme no puede ser una cualquiera. Tiene que ser una cuyo el libro de instrucciones permita generar tres nuevas proteínas también muy especiales. Pero un libro de instrucciones es perfectamente inútil si no hay nadie que lo lea y ejecute esas instrucciones. Vamos a analizar primero la proteína “primigenia”. Tiene que ser una proteína que sepa ejercer de lectora-ejecutora del libro de instrucciones del ARN. Veamos ahora la información que tendría que contener la cadena de ARN. Hemos dicho que debería ser el manual de instrucciones que permitiese el diseño de tres proteínas. Una que hiciese que el ARN se autocopiase, una segunda que hiciese que las instrucciones del ARN se convirtieran en proteínas y una tercera que desarrollase reacciones metabólicas. Una vez aparecidas, a partir del ARN, las dos primeras proteínas, la “primigenia” sería innecesaria y cuando se degradase, cosa que haría en poco tiempo, ya habría cumplido su función. A partir de entonces, la cadena de ARN se copiaría a sí misma de forma repetitiva, se traduciría continuamente en sus proteínas y administraría metabólicamente su energía. Estos son los signos característicos de la vida. Pero, la proteína “primigenia” y la cadena de ARN tendrían que estar, como se ha dicho antes, muy cerca, para poder reaccionar. Sólo así podría iniciarse el proceso que acabo de describir.
Supongo que el lector se habrá hecho un lío, y no le culpo. Pero no creo que le quepa duda que el Diseñador que diseñe el lío anterior, buen Diseñador será. Ahora, que eso pase por azar… suena a algo imposible, aunque no lo sea físicamente. Pero esa es la especialidad del Señor del azar. Hacer posible lo que sin ser físicamente imposible, lo es por inconmensurablemente improbable. ¿Es esto “sólo” filosofía? Puede. Tanto como son filosofía las teorías elaboradas para postular la aparición automática de la vida. Y creo que si Occam se diese un paseíto con su tijera por este artículo y los dos anteriores, serían los anteriores los que sufriesen su agresión. Porque yo sólo postulo un Diseñador. Muy inteligente, sí, pero sólo uno. En cambio, los artículos anteriores necesitan de una cadena increíble de azares fortuitos contra los que Occam no podría evitar ensañarse.
10 de febrero de 2008
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